Si me paro a pensar en jugadores con una historia parecida a la de Ismael Santos (Ourense, 1972) no me salen muchos, por no decir ninguno. Sus comienzos en el baloncesto, de los más jóvenes por entonces en abandonarlo todo para irse a Madrid con apenas 13 años, la transformación, pasó de ser un jugador creativo y anotador a convertirse en el mejor defensor de Europa y la gran pesadilla de los grandes exteriores del momento, que se lo pregunten a Danilovic, su complicada salida del Real Madrid y, por consiguiente, su prematura retirada del baloncesto profesional, sin olvidar la vida después del deporte.
Este orensano de 52 años fue uno de los pesos pesados del Real Madrid en la década de los noventa. Sin embargo, después de 9 temporadas allí, con un paréntesis en el Guadalajara (temporada 91/92), no pudo finalizar su carrera deportiva en el club de sus sueños y puso rumbo a Italia, donde finalmente se retiraría con tan solo 31 años. Allí se refugiaría en las montañas después de una gran frustración.
Para nuestro encuentro, llevamos varios días pendientes de las condiciones meteorológicas, a Ismael le apetecía quedar conmigo al aire libre. Hemos tenido suerte, tarde soleada en Madrid, una de las últimas antes del cambio de hora. Nos citamos con él en El Retiro, un remanso verde en el centro de la capital de España y un entorno ideal para entrevistar a un enamorado de la naturaleza.
Santos se siente más cómodo alejado del ruido de la ciudad, como le sucedía cuando jugaba al baloncesto, no le gustaba estar en el punto de mira, prefería pasar desapercibido, aunque a veces le resultaba imposible.
El tiempo vuela hablando con él, es una persona con la que da gusto conversar, siempre sosegado, reflexivo, amable, respetuoso. Llegamos casi a las 3 horas de entrevista sin apenas darnos cuenta y, a pesar de que podríamos estar horas y horas hablando con él, los últimos rayos de sol nos avisan de que debemos ir poniendo el punto y final.
¿Cómo eras de niño? Travieso, tímido…
Uf (se queda pensando unos segundos), era un niño muy rebelde, con una energía desbordante, pero también bastante introvertido. Desde pequeño estuve volcado en el deporte, especialmente en el baloncesto, aunque durante varios años compaginé esta pasión con la natación.
Mi vida giraba completamente en torno al deporte; no me gustaba estudiar, pero podía pasarme todo el día jugando y entrenando sin que me alcanzaran las horas. Me apasionaba. A pesar de esa energía exterior, siempre fui un niño muy reservado, con pocas amistades, centrado en mi mundo interior. Encontraba mi felicidad en algo tan simple como un balón y una canasta.
Y botando el balón por las calles de Ourense, ¿no?
Efectivamente, efectivamente. Era bastante feliz así.
¿Naciste en Ourense o en algún pueblecito?
Nací en un lugar llamado A Valenzá, que hoy es un barrio muy próximo al centro de Ourense, a apenas dos o tres kilómetros. Cuando era pequeño, A Valenzá era prácticamente las afueras, pero con el tiempo ha crecido mucho. Aunque nací en una clínica en el centro de la ciudad, mi familia siempre vivió en ese barrio, que fue donde crecí.
¿Cuándo llega el baloncesto a tu vida?
Llega en el colegio, a los 6 años. Además, iba a los Salesianos de Orense y allí hay mucha tradición, de hecho había una rivalidad histórica Salesianos – Maristas. Ahí empiezo de pequeñito con el equipo del colegio de mi edad, luego voy subiendo, voy jugando con categorías superiores. Eso es como empiezo, antes de venir aquí a Madrid.
La gente te iba conociendo por las calles porque eras el niño que siempre ibas botando el balón.
Es curioso cómo aprendí a jugar al baloncesto. Estamos hablando de 1978, yo nací en el 72. Empecé viendo partidos de los Celtics contra los Lakers y de los Sixers con Julius Erving, aunque la gran rivalidad entre los Celtics y los Lakers era lo que más me fascinaba. Mi método de aprendizaje era muy simple: veía un movimiento en la televisión, cogía un balón e intentaba repetirlo.
Si veía a alguien botar por debajo de las piernas o pasar por detrás de la espalda, lo probaba hasta que me salía. Al principio practicaba en casa, pero luego salía a las calles y, literalmente, me iba botando el balón por las aceras, driblando incluso a las personas que pasaban (risas). Antes de jugar en equipos o recibir indicaciones de entrenadores, mi forma de aprender era esa: observar, imitar y practicar por mi cuenta.
Antes aprendíais mucho por vuestra cuenta.
Sí, yo me quedaba tardes enteras… se iba la luz, de noche, con los focos, lloviendo… así me pasaba los días y los días (risas).
Te llevarías alguna que otra bronca de tus padres por llegar tarde, ¿no?
No, estaban acostumbrados. Ourense era una ciudad muy pequeña por aquel entonces, no pasaba nada, yo iba y venía solo, en autobús o andando, pero no había problemas.
Pero siempre con tu balón.
Siempre con mi balón, claro.
Te llega la oferta del Real Madrid con 13 años.
Sí, con 13 años. Eso llega porque en el verano del 85 se hizo un campus de baloncesto que lo organizó la Federación Española, yo creo, en Oviedo, si no me equivoco, y ahí fueron entrenadores, como Ángel Jareño, Ángel Goñi, Pepu Hernández, ahora no me acuerdo quién estaba del Barça y del Joventut, pero había entrenadores de distintos equipos.
¿Puede ser que estuviera Miguel López Abril?
Puede ser, Miguelito López Abril, puede ser. Ahí estaba Ramón Fernández, el que luego ha sido general manager del León muchos años, del Madrid también. Y nada, fui ahí y me llegó luego la oferta de irme al Madrid. También me podría haber ido al Barça, pero evidentemente era muy madridista y entonces me fui al Madrid. Y a partir de ahí empezó…
¿Te llegaron las dos ofertas, la del Real Madrid y el Barça, a raíz del campus de Oviedo?
Sí, durante toda mi etapa en las categorías inferiores, el Barça también siempre estaba pendiente, pero yo siempre lo tuve claro, era madridista y quería quedarme en el Madrid.
No tenías dudas.
No, luego había un jefe de cantera del Barça, que si no recuerdo mal se llamaba Paco Bernat, y fíjate que coincidencia, éramos rivales pero nos llevábamos muy bien, entonces coincidíamos en campeonatos de España y teníamos muy buena relación, pero no, nunca hubo nada serio porque mi intención era estar en el Madrid.
En aquellos años no era muy habitual que jugadores tan jóvenes abandonaran todo para irse a jugar. ¿Cómo afrontáis en tu familia la decisión de irte tan jovencito a Madrid? ¿Con incertidumbre, con miedo a lo desconocido, con mucha ilusión…?
Recibir la noticia de que el Real Madrid quería ficharme fue algo que viví con una tranquilidad que, vista desde fuera, puede parecer extraña. Por algún motivo, desde que era pequeño tenía la certeza de que un día jugaría allí. Era mi ilusión, lo que visualizaba cada día, y cuando llegó ese momento lo sentí como parte de un plan que siempre había tenido claro.
En mi familia, en cambio, fue toda una sorpresa. Recuerdo perfectamente que fue Clifford Luyk, entonces jefe de cantera, quien llamó a casa para comunicarlo. A partir de ahí, se abrió un nuevo escenario. Madrid era un desafío, sobre todo porque no había las comodidades ni las infraestructuras actuales, como residencias para jóvenes jugadores. Pero gracias a Ángel Jareño, que me encontró un lugar donde vivir, pude dar el paso y trasladarme. De no haber sido por él, quizá no habría sido posible.
No había muchos jóvenes de tu edad en el Real Madrid que vinieran de fuera.
De mi edad ninguno, venían un poquito mayores, con 15 o 16 años, pero de mi edad ninguno.
¿Dónde vivías en aquellos comienzos en Madrid?
Viví durante unos años con una familia, que era conocida de Ángel Jareño, porque uno de los hijos de esa familia era entrenador, y entonces era amigo de Ángel, y gracias a eso pude encontrar un alojamiento y un lugar donde estar.
Un niño de 13 años que sale de Ourense, con acento gallego…
Uf (risas), mucho.
¿Cómo fue tu adaptación a la vida en Madrid?
Pues mira, un dicho que tenía Obradovic era lo que no te mata te hace más fuerte… Por circunstancias de la vida, mi infancia no fue sencilla, como supongo que para muchos chicos, viví un divorcio de mis padres a una edad muy temprana, la manera en la que luego fui educado, con mucha disciplina; una vida muy espartana, mucho sacrificio, esfuerzo desde muy pequeñito. Entonces desarrollé de forma temprana una personalidad muy resiliente, con mucha fortaleza, capacidad para superar dificultades, pero al mismo tiempo, como te decía antes, también muy introvertido.
¿Con quién vivías, con tu padre o tu madre?
Vivía, más bien, casi con mis abuelos, pero eran paternos. Fue una infancia, a nivel emocional, difícil, por eso te decía antes el dicho de Obradovic, o te venías abajo o salías fortalecido. Y yo pues salí fortalecido, introvertido pero fortalecido.
Venirme a Madrid no me supuso mucho problema. Tampoco tenía un ambiente familiar extraordinario, no era de decir: «ay, lo voy a echar de menos…» No, tenía un objetivo, tenía un sueño y estaba contento, feliz y no me costó. De hecho, a lo que más me tuve que enfrentar fue a lo que tú acabas de decir, estamos hablando de hace muchos años, el gallego era visto un poco como un pobrecito, un paleto El acento gallego, eso fue a lo más difícil que tenía que enfrentarme, pero bueno, duró poco.
Les paraste los pies enseguida a los que se metían contigo.
Sí, sí, sí.
¿Cómo fue aquello?
Bueno, pues a ver… eran otros tiempos. Seguramente hoy a mí en un colegio me hubieran expulsado por agresividad. Admito que era agresivo, desarrollé en mi infancia una personalidad bastante agresiva; agresiva en el sentido no de que me metía con la gente, pero si alguien se metía un poco conmigo…
Respondías.
Sí, y de manera bastante contundente. Y claro, luego eso añadido al deporte, al baloncesto y al contacto, uf, pues eso aumentó… Y claro, ¿qué sucedió? Que a mí eso me permitía sentirme bien, o sea era una manera para mí de decir: «ok, me siento importante jugando, me respetan, este es mi lugar, mi espacio».
Eras como otra persona a la que había fuera del baloncesto.
Claro, para mí aquello fue mi manera de ir por la vida y de sobrevivir. Cuando llegué aquí se metían contigo, se reían de ti, tu acento… uf, entonces eso se traducía en eso.
En broncas.
Siempre fui de ir de frente, sin eludir nada. Quizá hoy, con la perspectiva de lo que se vive ahora, podrían tildarme de muchas cosas, pero en aquel momento yo lo vivía como una cuestión de supervivencia. Era mi manera de estar en el mundo. Cuando llegué a Madrid, tenía claro que no quería volver a Ourense, así que cada día, cada entrenamiento, era crucial para mí.
Esa mentalidad me permitió asumir muchas responsabilidades y madurar a una edad temprana, aunque, como todo, tuvo sus pros y sus contras. No estoy diciendo que fuera la mejor forma de crecer, pero fue la mía, y todo giraba en torno al baloncesto y al deporte. Como ya mencioné, nunca me gustó estudiar, y al comenzar a entrenar con el equipo profesional a una edad muy temprana, terminé dejando los estudios bastante joven.
¿Con cuántos años dejaste los estudios?
Estudié hasta los 16 años, hasta 2º o 3º de BUP, por ahí.
En tus comienzos jugabas de base, tengo entendido que hasta júnior.
Mi verdadera pasión siempre fue botar y pasar. Sin exagerar, puedo decir que he pasado tardes enteras dedicándome a eso. Recuerdo a los curas de los Salesianos, don Gonzalo de Bernardo, encargado del baloncesto, y don Gonzalo Tejedor, que era el entrenador. Ambos eran unos apasionados del baloncesto. Los domingos, cuando no había partidos, les pedía las llaves del polideportivo recién inaugurado, y si no estaba disponible, me quedaba practicando en el patio.
Pasaba horas botando el balón, solo, sin nadie con quien jugar. No tanto tirando, porque lo que realmente me fascinaba era botar y, cuando jugaba con otros, dar asistencias. Ese era mi momento de mayor felicidad: hacer que los demás brillaran.
Poco a poco te vas transformando en un especialista defensivo.
Eso tiene una fácil explicación. Yo crezco jugando de base, con esas características que te voy diciendo. Yo llego a Madrid y me acuerdo perfectamente que Ángel Jareño me dice: «Así no funciona. Si quieres hacer buenos a los demás, tienes que ser bueno tú». Él me cambia el chip y me dice: «Tienes que convertirte en un base anotador».
Bueno, dicho y hecho, a partir de ahí a lo que me dedico es sobre todo a meter puntos. Creo que a partir de ahí, en esos años de infantil, cadete, juvenil, era el máximo anotador de los campeonatos, de mi equipo, y esa era mi manera de jugar. A ver, no es que no pasara el balón, pero básicamente cambié mi manera de jugar. Y así llego hasta la etapa juvenil, júnior, y ahí ¿qué sucede?, claro, que empiezo a entrenar con el primer equipo.
¿Con cuántos años empiezas a entrenar con el primer equipo del Real Madrid?
Los primeros entrenamientos que hago con el primer equipo tengo 16, y luego cuando empiezo ya a viajar y a jugar con el equipo son 17, que es cuando debuto.
La 89/90, ¿no?
Eso es.
Pero empiezas a entrenar la temporada anterior, la que estaba Petrovic.
Mis primeros entrenamientos con el primer equipo fueron aislados, casi como un premio al chico de cantera que parecía tener proyección. Era algo puntual, un gesto para motivarte, pero nada más. No fue hasta los 17 años cuando empecé a entrenar de forma estable, a viajar con el equipo y debuté oficialmente.
Llegar a un equipo como el Real Madrid, lleno de estrellas, es un impacto. Al principio intentas imponer tu estilo, jugar como sabes, pero pronto te das cuenta de que el balón es uno y tiene que pasar por quienes lideran el equipo. A menos que seas alguien como Michael Jordan, capaz de meterlas todas y ser una megaestrella, no es fácil destacar de esa forma. Yo tenía talento y proyección, sí, pero no a ese nivel. Entonces, te enfrentas a una decisión: o te adaptas a lo que el equipo necesita o te vas.
Y no querías volverte a Ourense.
Cuando tienes la oportunidad de estar en el Real Madrid, haces todo lo posible por quedarte. Tienes esa motivación, esas ganas de jugar en un equipo así, y poco a poco vas adaptándote a las exigencias, a lo que el equipo necesita y a lo que te permitirá mantenerte allí.
Con el tiempo, fui moldeando mi rol dentro del equipo, y así nació la figura del especialista defensivo. Este papel se consolidó cuando llegaron jugadores como Sabonis, Arlauckas, Ricky Brown, Antonio Martín o Chechu Biriukov, figuras dominantes que eran las verdaderas estrellas del equipo. Mi función, entonces, era aportar en aquello que ellos no cubrían, y así me hice imprescindible en un rol muy específico.
Sin embargo, durante la pretemporada 92/93, ya con Sabonis y Ricky Brown en el equipo, eres el máximo anotador del Real Madrid.
En mis primeros años en el equipo, todavía mantenía mi capacidad anotadora, aunque ya no era un súper anotador como en mi etapa juvenil o júnior. Recuerdo que durante un tiempo fui titular, especialmente cuando Chechu Biriukov estuvo lesionado gravemente de la rodilla. En esos momentos, asumí más responsabilidad ofensiva y metía bastantes puntos. Sin embargo, cuando Chechu regresó, aún en un gran nivel, volvió a ocupar su lugar como capitán y veterano, y yo me centré en adaptarme al rol que el equipo necesitaba.
En aquel entonces, había reglas que limitaban los extranjeros en la liga (tres) y en competiciones europeas (dos), lo que me permitió tener más minutos en la Liga Europea. Ahí comencé a jugar menos como anotador y más como defensor, un papel que pocos asumían de forma especializada. Con el tiempo, me fui ganando un puesto en el equipo gracias a mi capacidad para reducir el impacto de grandes anotadores rivales, limitándolos a cifras como 4, 6 u 8 puntos. Era un aporte que los entrenadores valoraban enormemente porque ofrecía una ventaja táctica importante.
Sin embargo, esta especialización defensiva, que fue extraordinaria para el equipo, tuvo su coste a nivel individual. El baloncesto es un deporte de hábitos, y al centrarme exclusivamente en defender, fui dejando de lado aspectos ofensivos del juego que ya no podía mejorar. Desde la perspectiva actual, veo que esta especialización me hizo un jugador limitado en términos globales. Fue un equilibrio complicado: logré mantenerme en el equipo y hacer un trabajo que considero excelente, pero sacrifiqué parte de mi desarrollo como jugador completo.
Eras muy joven todavía y no creciste como jugador todo lo que podías haberlo hecho.
En absoluto. Con 23 años era campeón de liga, campeón de Europa y titular en, prácticamente, el mejor equipo del continente, pero todo eso lo logré como especialista defensivo. Desde fuera, puede que no se entienda bien el esfuerzo que implicaba defender al nivel en el que yo lo hacía. No es una excusa, pero ese nivel de intensidad en defensa te consume, tanto física como mentalmente, y eso afecta inevitablemente tu rendimiento en ataque.
Defender con tanta entrega y concentración me dejaba sin recursos para brillar ofensivamente. Muchas veces, literalmente, prefería no involucrarme en ataque para poder reservar energías para la defensa. Era un equilibrio difícil, pero era mi rol en el equipo y lo asumí plenamente.
Lo contrario a lo que se hace en la actualidad.
Claro, cuando eres muy joven tienes mucho, pero aun así había veces que defender a Danilovic, Djordjevic… gente de 30 puntos fácil, dejarlos en 4 o 6 puntos requiere muchísimo esfuerzo y concentración, es como que se te olvida lo demás, una parte del juego que pasa a un segundo plano.
Estabas totalmente centrado en defender.
Totalmente. Entonces, extraordinario, pero es un peaje que pagas, y bueno, es lo que hay.
No todos los jugadores de tu época podían cambiar su estilo de juego, es decir, tú eras un jugador creativo y te convertiste en un especialista en defensa sacrificando, como estamos viendo, tu crecimiento individual como jugador. Asumiste un rol que en principio no era el tuyo por tu afán de supervivencia, por querer estar allí, o sea, dijiste, si hay que defender se defiende, y me convierto en el mejor defensor de Europa. Esto no es nada fácil, tiene mucho mérito, pero ¿te arrepientes de haber sacrificado otras cosas?
En la vida todo son elecciones. Con el tiempo, comprendes que cada decisión implica dejar otras opciones atrás. ¿Arrepentido? En absoluto. Si no hubiera asumido el rol que elegí, probablemente no habría sido campeón de liga ni de Europa, ni habría jugado en el Real Madrid; seguramente habría tenido que buscar otro camino.
Tuve la fortuna de contar con las capacidades físicas y la disciplina para cumplir con ese rol. Entrenaba mucho para estar a la altura. Además, algo que suele pasarse por alto es que para ser un gran defensor necesitas ser un buen atacante, porque entender cómo piensan y actúan los rivales te da una ventaja táctica. A mí me ayudó mucho el haber sido un atacante sólido en mis inicios, porque eso me permitía anticiparme y saber qué movimientos intentarían los jugadores que defendía.
No se llevaba tanto ver vídeos para estudiar a los rivales.
En mi época, el análisis de vídeo era mucho más limitado que ahora. Normalmente, se veía un vídeo durante media hora, el día antes o incluso justo antes del partido. Sin embargo, yo le sacaba mucho partido a ese tiempo, ya que tenía facilidad para identificar los patrones de los jugadores rivales: sus gestos técnicos, si preferían moverse hacia la derecha o la izquierda, cómo salían de los bloqueos. Esa breve observación me bastaba para prepararme. Además, con el tiempo, al jugar contra los mismos rivales, terminas conociéndolos a fondo.
Una gran ventaja fue que en mis inicios había sido un buen atacante, lo que me permitió entender cómo piensan y actúan los grandes anotadores. Ese conocimiento era clave para anticiparme y neutralizarlos.
Reconozco que no cualquiera podría haber asumido ese rol. Se necesita una fortaleza mental importante para salir a la cancha y enfocarte exclusivamente en defender con intensidad, sabiendo que implica mucho sufrimiento físico y mental. Defender a ese nivel requiere una energía y una concentración enormes, y hay momentos en los que el cansancio es abrumador. Sin embargo, creo que tenía las condiciones necesarias para hacerlo. Todo, desde mi preparación hasta mi mentalidad, se alineó para que pudiera desempeñar ese papel.
Se me viene tu imagen a la cabeza durante los partidos, muy concentrando, metido en el partido, y todo eso para poder defender a tope como me estás contando, ¿no?
Sí, sí.
Hay otros jugadores que en los entrenamientos se dedicaban más a practicar el tiro, ¿qué tipo de ejercicios hacías por tu cuenta antes o después de los entrenamientos?
Siempre le di mucha importancia a la preparación física. Tuvimos la suerte de contar con un preparador físico excepcional como Paco López, y yo le dedicaba mucha atención y tiempo, incluso más del que le dedicaban mis compañeros. Al finalizar las temporadas, aprovechaba los espacios que teníamos para seguir entrenando con él, porque sabía que el aspecto físico era clave para mi rendimiento.
Además del físico, también dedicaba tiempo al entrenamiento técnico, como todos. Practicaba el tiro y otros aspectos del juego. Para mí, entrenar no era solo una obligación, era algo que disfrutaba. Tenía muy claro que el entrenamiento era fundamental para estar preparado y rendir al máximo en la cancha.
Has hablado antes de tus primeros días en el Real Madrid, ¿cómo los viviste?, ¿qué es lo que más te impactó de convivir con gente como Fernando Martín o Petrovic? Creo que no te asustaste por aquella situación.
Mis primeros días en el Real Madrid profesional los recuerdo con mucho cariño. La antigua Ciudad Deportiva tenía un ambiente especial, muy distinto a lo que se ve hoy en día. Los equipos inferiores entrenábamos en el mismo pabellón donde lo hacía el primer equipo. Había una convivencia natural: nosotros esperábamos a que ellos terminaran su sesión para entrar a la cancha, y ellos se cruzaban con nosotros al dirigirse al vestuario. A veces, incluso, se quedaban a vernos entrenar. Era un roce cotidiano, casi familiar, que hacía que llegar al primer equipo no se sintiera como un salto abismal, sino como una progresión lógica dentro del club.
Cuando finalmente tienes la oportunidad de entrenar con ellos, lo primero que notas es la enorme competitividad. Aquel equipo, formado por figuras como Lolo Sainz, Clifford Luyk, Corbalán, Llorente, Fernando Martín o Romay, tenía una mentalidad muy exigente. Había un nivel altísimo de competencia en cada sesión; no eran simplemente entrenamientos, sino auténticos desafíos en los que cada balón contaba. Más que seriedad, era pura competitividad. Ese ambiente me marcó profundamente.
Por lo que tengo entendido los entrenamientos eran como los partidos.
Los entrenamientos con Lolo Sainz eran intensos, incluso más que algunos partidos. Recuerdo que siempre terminábamos con un enfrentamiento entre dos equipos, y allí nadie quería perder. Cada balón era vital, no existía eso de «fallo un tiro o pierdo un balón y no pasa nada». No, aquello era como jugar un partido real. La tensión y la competitividad se palpaban en el ambiente, y había que estar completamente concentrado en todo momento.
Personalmente, me encantaba ese nivel de exigencia. Creo que siempre entrené para ese tipo de situaciones, para competir al máximo. Pero sí es cierto que, al entrar al equipo, se percibía una fuerte rivalidad, incluso dentro del grupo. Había unión, pero también una competencia constante, y eso hacía que los entrenamientos fueran muy duros. Era un entorno que exigía dar lo mejor de ti cada día.
¿Estaban los veteranos acostumbrados a que llegase un joven de tus características, con tu carácter y que no se dejaste intimidar por ellos?
Bueno, a ver… estaban acostumbras a que entrenasen júniores, porque siempre había júniores que iban, yo me acuerdo de Marcos Carbonell, Quique Ruiz Paz, Fernando Mateo, esos eran mayores que yo.
Miguel Ángel Cabral.
Miguel Ángel Cabral, Javi Pérez… Sí, entrené con ellos porque eran mayores que yo, y yo subía de categoría para entrenar junto a ellos. Estaban acostumbrados a que los júniors subieran al primer equipo de vez en cuando, pero yo no era el típico júnior simpático, de esos que se ganan a todos con un «¡ah, mira qué gracioso!». No, yo llegaba a entrenar porque quería jugar allí y demostrar que tenía sitio en el equipo.
Esa actitud me llevó a tener algunos roces. No me amedrentaba, no me callaba y no daba un paso atrás, lo que me convertía, en cierto sentido, en un tocanarices. Entraba a cada sesión con la mentalidad de que aquel era mi lugar, y esa determinación no siempre caía bien al principio. Sin embargo, formaba parte del proceso de ganarse el respeto en un equipo lleno de grandes figuras.
Saltaron chispas en algunos momentos.
Sí, sí. Pero bueno, creo que era parte de lo normal.
¿Llegaste a coincidir con Petrovic?
En ese año, mi presencia en el equipo era más como invitado ocasional. Podía estar en los calentamientos, y si alguien estaba lesionado o cansado, llegaba a jugar un poco, pero no formaba parte del grupo de manera estable. Sin embargo, tuve la oportunidad de ver a ese equipo de cerca todos los días. Era el equipo de Petrovic, un momento de transición tras la retirada de Juan Corbalán y la marcha de Iturriaga. Compartían vestuario figuras como José Luis Llorente, Chechu Biriukov, Fernando Martín, Antonio Martín y Romay, junto con Petrovic.
Aquella plantilla estaba liderada por dos personalidades muy marcadas y contrapuestas: Fernando Martín, el líder absoluto, con un carisma y presencia indiscutibles, y Petrovic, con su calidad técnica extraordinaria, que lo hacía sobresalir en lo individual. Pero ese contraste de personalidades también creaba tensiones. Fue un ambiente complicado, con dos referentes que a veces chocaban en su forma de entender el liderazgo y el juego.
¿El ambiente fue complicado durante esa temporada?
El ambiente era complicado, y Petrovic era un jugador con el que, sinceramente, resultaba difícil convivir. Era lo que en inglés llaman un one man show, un hombre orquesta capaz de jugar solo y resolver un partido, como hacía en la Cibona. Allí, los otros cuatro jugadores parecían estar para acompañarlo: él asumía todo el protagonismo y los demás se quedaban con lo que sobraba. Y, la verdad, tenía el talento para hacerlo.
Sin embargo, el Real Madrid no funcionaba de esa manera. Era un equipo con una estructura más colectiva, donde el protagonismo se repartía, y ese estilo chocaba con la forma en que Petrovic entendía el juego. Aunque su calidad individual era indiscutible, integrar ese talento en una dinámica de equipo resultaba un desafío.
El Madrid era totalmente lo contrario.
Con el tiempo, mirando las cosas con perspectiva, creo que el fichaje de Petrovic fue más una estrategia para evitar tenerlo como rival que para integrarlo plenamente en la dinámica del equipo. Su llegada no resultó tan beneficiosa como se esperaba, ya que, aunque era un jugador extraordinario, no se tradujo en una avalancha de títulos, ni mucho menos. El equipo, además, quedó algo fracturado por su manera de jugar.
Para Petrovic, anotar 20 puntos era casi como no hacer nada; era capaz de meter 40 o 50 puntos con relativa facilidad. Sin embargo, aquel equipo no estaba diseñado para que un solo jugador acaparara todo el protagonismo. Y Petrovic, por su parte, no se planteó un cambio de estilo, como limitarse a 20 puntos y repartir 15 asistencias. Su forma de entender el juego era distinta, más individualista, y eso chocó con las necesidades colectivas del Real Madrid.
Aunque en los entrenamientos no tiraba tanto y daba muchas más asistencias.
Sí, pero lo que generaba aún más frustración con Petrovic era su actitud en los entrenamientos. Durante las sesiones de equipo, no solía tirar; lo hacía antes o después, en su rutina individual. En los entrenamientos, pasaba el balón y hacía que todo pareciera perfecto: salía de un bloqueo, fintaba, daba asistencias… era como si los sistemas funcionaran de maravilla gracias a su juego colectivo.
Sin embargo, luego llegaban los partidos y era otra historia completamente distinta. Allí el balón era solo para él, lo que daba la sensación de estar ante un auténtico «doctor Jekyll y míster Hyde». A veces era como si nos estuviera tomando el pelo (risas), porque lo que mostraba durante la semana no tenía nada que ver con lo que hacía en los encuentros. Aquello creaba una desconexión con el equipo y hacía todo más complicado. Era difícil lidiar con esa dualidad.
Fernando Martín te marcó durante los 4 meses que fuisteis compañeros.
Fernando Martín era un tipo extraordinario, y conecté con él de inmediato. Siempre cuento la misma anécdota porque resume perfectamente cómo era: en mi primer entrenamiento con él, me dio un codazo que me tiró tres o cuatro metros hacia atrás. En la siguiente jugada, se lo devolví. Me miró y sonrió, como diciendo: «Ah, muy bien, este me gusta». Ese gesto marcó el inicio de una relación de respeto mutuo.
En los viajes en autobús, Fernando siempre ocupaba la última fila, que era su territorio. Allí se sentaba, dominando el espacio como el líder que era. Era imposible no admirarlo, tanto dentro como fuera de la cancha, por su carácter y la energía que transmitía.
¿Entera?
Sí, sí, claro. Me llamaba, hablábamos, teníamos muy buena relación. Yo creo que si no hubiera fallecido hubiéramos sido grandes amigos porque teníamos personalidades muy afines, maneras de jugar de mucha intensidad, de mucho contacto… y bueno, pues la vida se lo llevó, en fin.
¿Qué recuerdas del fatídico día?
Aquel día jugábamos contra el CAI Zaragoza. Como era habitual, llegué al pabellón con tiempo, ya que solía salir antes al parqué para tirar, calentar y preparar el partido. Todo parecía normal hasta que llegó la noticia. Fue un auténtico jarro de agua fría: el partido se suspendió y el impacto emocional fue enorme. En ese momento, no quedaba más remedio que asimilarlo y seguir adelante, aunque el golpe fue durísimo.
Fue un año muy complicado.
Sí, fue un año muy duro, estaba George Karl, pues a ver… George Karl llega con Petrovic en la plantilla, y Petrovic en la pretemporada se va, entonces era una súper plantilla, vamos… Chechu, Petrovic, Fernando, Antonio, Romay, Llorente, Michael Anderson, uf… era una súper plantilla, Quique Villalobos, Pep Cargol estaba también, estaba Ben McDonald, uf, aquello era un súper equipo, pero claro, luego…
Os quedáis sin Petrovic y Fernando.
Fue un año muy complicado. Imagínate, se lesionó Chechu Biriukov, uno de nuestros pilares, y aun así conseguimos llegar a la final de la Recopa, aunque la perdimos contra la Virtus de Bolonia, que tenía a jugadores como Brunamonti, Coldebella y Micheal Ray Richardson. En la liga también llegamos hasta las semifinales, si no recuerdo mal. Pero, con todo lo que ocurrió aquel año, fue una temporada tremendamente difícil. Superar tantas adversidades y seguir compitiendo a ese nivel fue un desafío enorme.
George Karl llegó con métodos novedosos, diferentes. ¿Cómo lo viviste tú?
George Karl sí, era un tipo, a ver, bastante diferente a lo que podía haber sido Lolo o un entrenador europeo, tenía mucho conocimiento del baloncesto, me acuerdo que, uf, con infinitos sistemas de juego.
No estabais acostumbrados a eso.
No, y luego con una relación también distinta con los jugadores.
Claro, no hablaba español.
George Karl tenía un enfoque muy retador. Personalmente, no me llevaba especialmente bien con él; nos respetábamos mutuamente, pero tenía una tendencia a meterse bastante con los jugadores jóvenes, algo que a veces rozaba el menosprecio. No quiero juzgarlo como persona, porque era parte de su método y su forma de motivar, pero ese estilo no siempre resultaba fácil de aceptar.
A pesar de esas diferencias, no se puede negar que era un entrenador extraordinario, con un conocimiento del baloncesto impresionante. Los años que luego pasó en la NBA son prueba de su talento. Sin embargo, llegó al Real Madrid siendo muy joven y tuvo que enfrentarse a un escenario tremendamente difícil, quizá el peor posible. Fue una temporada de pura supervivencia, tanto para él como para el equipo.
La temporada 90/91 llegan Stanley Roberts y Carl Herrera.
Sí, con Wayne Brabender como entrenador.
Wayne Brabender no acaba la temporada y llega Ángel Jareño y después Ignacio Pinedo.
Fue otro año de supervivencia, y si no supervivencia, al menos de transición para un equipo como el Real Madrid, donde no estar en finales o no ganar títulos simplemente no es aceptable. La temporada fue complicada desde el inicio. Los fichajes americanos, Carl Herrera y Stanley Roberts, eran jóvenes promesas, con apenas 20 y 22 años, pero no jugadores consolidados en Europa. Era una apuesta arriesgada, como también lo fue Wayne Brabender, un técnico con una enorme experiencia como jugador, pero sin el mismo bagaje como entrenador.
Además, Chechu Biriukov todavía estaba recuperándose de una lesión grave, lo que condicionó al equipo. No se ganó ningún título esa temporada, y la derrota en la final de la Copa Korac fue especialmente dolorosa. Perdimos por uno o dos puntos en Madrid contra Cantú, y en el partido de vuelta, a pesar de ir ganando por 15 puntos o más al descanso, acabamos perdiendo de nuevo, esta vez también por la mínima. Fue un título que perfectamente podríamos haber ganado, aunque nada es fácil a ese nivel. Fue una temporada difícil, sin duda, donde la falta de resultados dejó un sabor amargo.
Al año siguiente te vas a Guadalajara, que era como una especie de filial del Real Madrid.
La temporada 91/92 decidí pedir una cesión. Venía de dos años complicados en el primer equipo (89/90 y 90/91), donde mi desarrollo como jugador se había estancado, o incluso retrocedido. Subir al primer equipo siendo júnior fue una gran decisión en su momento, pero conllevaba un problema: entrenaba mucho y jugaba poco.
Entrenaba siempre con el primer equipo, viajaba y jugaba con ellos, pero apenas tenía minutos. Cuando podía, jugaba con el equipo júnior, pero no era lo mismo. Ese contexto me hizo perder hábitos importantes, como tomar decisiones en el juego, algo crucial durante la etapa formativa, entre los 17 y 19 años. Con perspectiva, no era lo ideal para mi desarrollo como jugador.
A los 19 años, me di cuenta de que necesitaba recuperar la chispa. Estaba en el Real Madrid, pero sentía que no era yo mismo como jugador. Entre las opciones disponibles, surgió la posibilidad de ir cedido al Guadalajara, que por entonces competía en Primera B, una liga de buen nivel con jugadores veteranos y algunos retirados de la ACB. Fue una decisión que tomé buscando volver a encontrarme como jugador y avanzar en mi formación.
Había estado Tkachenko el año anterior.
Sí, sí, súper buenos jugadores. Además, perros viejos… Y nada, una experiencia fantástica, juego el All-Star, soy uno de los mejores jugadores de la liga, vuelvo a recuperar buenas sensaciones, muy bien. Pero claro, yo allí todavía era júnior.
Es que eras muy joven todavía, pero parecía que habías vivido mucho.
Sí, claro, era mi último año de júnior, y juego con tipos que han jugado muchas temporadas en ACB, en buenos equipos, o sea, muy buena experiencia. Y después de ahí vuelvo al primer equipo.
La 92/93 con Clifford Luyk de entrenador, la de la Final Four contra el Limoges.
Ahí comenzó un nuevo capítulo. Después de jugar como júnior, pasar por la cesión en Guadalajara y volver al equipo, regresé al final de esa temporada con la perspectiva clara de que la siguiente ya estaría plenamente integrado. Fue un momento emocionante porque se abría un nuevo ciclo: el equipo fichó a Arvydas Sabonis y Ricky Brown, dos nombres de mucho peso.
Sin embargo, al recordar esa etapa, lo hago con cierta amargura. Para mí, ese equipo tenía todo para ganarlo absolutamente todo, sin dejar nada a los demás. Con la calidad que teníamos, creo que, si hubiera habido una buena estructura en el Real Madrid, ese grupo podría haberse mantenido 4 o 5 años, con pequeños ajustes, y ganado varias Ligas Europeas, fácilmente tres, cuatro o incluso cinco. Las expectativas eran altísimas, y había razones para creer que podíamos ser una dinastía en el baloncesto europeo.
¿Y qué faltó visto ahora con la perspectiva del tiempo?
Ah… muchas cosas, muchas cosas, o sea, entrar en detalles podría ser… Mira, teníamos al mejor jugador de Europa y uno de los mejores del mundo, que era Sabonis. Al principio vino Ricky Brown, que venía de Milán y era uno de los mejores pívots de Europa.
Había ganado la Copa de Europa con el Milán.
Fueron muchas cosas, muchas. Entrar en detalles podría llevarnos lejos, pero lo cierto es que teníamos al mejor jugador de Europa y uno de los mejores del mundo: Arvydas Sabonis. Al principio también contábamos con Ricky Brown, que llegaba desde Milán como uno de los mejores pívots de Europa.
Venía de ser incluido en el quinteto ideal del Eurobasket 91.
Sí, fue en el Europeo. Teníamos un equipo increíble: Chechu, uno de los mejores escoltas de Europa; Pep, jugador de la selección nacional, probablemente el mejor 3 de España y uno de los mejores de Europa; y Antúnez, también internacional, uno de los mejores bases del momento. También subió José Lasa, joven como yo, pero con una proyección impresionante. Ese año ganábamos a los equipos de 20 o 30 puntos con facilidad. En los cuartos de final vencimos a la Virtus de Bolonia por 20 puntos, y recuerdo el Palacio de los Deportes puesto en pie, aplaudiéndonos. Era un dominio casi insultante.
Llegó la Final Four y todo cambió. Creo que fue el único partido que podíamos perder, y el único entrenador capaz de plantear algo así era Božidar Maljkovic. Jugamos contra un equipo que nos llevó a un partido de 40 puntos, algo inimaginable para nosotros. Era como si hubieran aterrizado extraterrestres. Nunca habíamos disputado un encuentro de esas características: nosotros estábamos acostumbrados a meter 90 o 100 puntos por partido. No supimos qué hacer, no teníamos recursos para afrontar esa situación. Habíamos tenido una temporada demasiado cómoda, ganando la Copa del Rey y la liga con un dominio abrumador, barriendo los playoffs 3-0 y perdiendo poquísimos partidos.
A día de hoy, sigo sin poder explicarlo. Maljkovic es uno de los mejores entrenadores que ha tenido Europa, y nos enfrentamos a un equipo que se sabía todas nuestras jugadas al milímetro. Nos habían estudiado al detalle, y no encontramos la manera de contrarrestarlo. Honestamente, no fuimos soberbios, pero quizá nos sentíamos demasiado superiores. No preparamos aquel partido como deberíamos haberlo hecho. Jugábamos por talento, por superioridad, y ganábamos porque sí. Pero ese día nos encontramos con algo que no supimos manejar.
No habíais encontrado dificultades serias hasta el partido del Limoges.
Exacto, y eso es lo que puedo decir. Si alguna vez hubo un equipo favorito en una Final Four, ese éramos nosotros. Esa Final Four era nuestra. Estaba la Benetton de Kukoc, a la que le habíamos ganado por 20 puntos tanto en Madrid como en Treviso, y la Virtus de Danilovic, a la que también superamos con una ventaja abrumadora, de 20 o 30 puntos. Era un dominio incontestable.
El año siguiente también dominamos: ganamos la liga, pero perdimos la Copa y no llegamos a la Final Four. Nos eliminó el Joventut en los cuartos porque Sabonis cayó enfermo con una gastroenteritis. Perdimos el primer partido y, aunque Sabas jugó el segundo, todavía estaba débil y terminamos fuera frente a la Penya de Zeljko Obradovic. Ellos tenían un gran equipo, con Rafa y Tomás Jofresa, Dani Pérez, Villacampa, Corny Thompson, Ferrán… un equipazo, sin duda. Pero lo siento, nosotros éramos mejores. Aun así, perdimos. Ese año también arrasamos en los playoffs, ganando 3-0 y con victorias de 20 puntos.
¿Qué nos faltó? Honestamente, nadie podía prever que Sabas se pondría enfermo en el momento más importante. Luego, en el 95, ganamos la Liga Europea, pero fue un año extraño. En España no ganamos ni la Copa ni la liga. Sabonis ya estaba pensando en la NBA, y hubo un cambio en el equipo. Pero si hubiéramos mantenido a Sabas, a Arlauckas, e introducido algunos ajustes, ese equipo podría haber sido campeón de Europa de nuevo al año siguiente.
En el 96 volvimos a la Final Four, aunque ya con un equipo diferente. Llegaron jugadores como Pablo Laso, y Chechu se fue. Trajimos a Herreros, pero uno no puede evitar imaginar lo que habría pasado si Sabonis se hubiera quedado y hubiéramos realizado ciertos cambios estratégicos. Fue una época realmente bonita, pero, al recordarlo, la sensación que queda es que ganamos muy poco para el talento y la calidad que teníamos. Muy poco.
Ya que has nombrado a Sabonis, ¿dónde impresionaba más, en la cancha o fuera de ella? Cuéntanos un poco de él.
Hace muchísimo tiempo que no veo a Sabas, pero era, y supongo que lo sigue siendo, una persona excepcional. Como jugador, qué puedo decir, todos sabemos lo que fue. Pero como persona, era incluso más impresionante: generoso, un compañero increíble en el vestuario, siempre positivo y absolutamente parte del equipo. Nunca tuvo actitudes de divo; era humilde, cercano… un lujo.
Fue un privilegio poder compartir vestuario con uno de los mejores jugadores de Europa y, en mi opinión, uno de los mejores del mundo y de la historia. Lo que más me impactaba de él era cómo vivía su inmenso talento y su grandeza como jugador de manera tan humilde, tan normal. Eso lo hacía aún más grande.
Una persona normal y corriente.
Sí, sí… nunca un mal gesto, nunca una bronca, enfados sí, pero siempre de buenas maneras, gran corazón, muy generoso, muy buenos detalles, un tipo espectacular.
¿Qué vida llevaba fuera del baloncesto? ¿Hacíais muchas cosas juntos?
No, no, la verdad es que no, no te puedo decir porque no… aparte de las cenas de equipo que teníamos, pero no.
Llega Obradovic en la temporada 94/95 y ganáis la Liga Europea. ¿Cuál fue el principal cambio con respecto a Clifford Luyk?
El cambio, desde mi punto de vista, dos conceptos distintos del baloncesto. Clifford era un concepto más… jugar desde el talento… no te diría improvisación, pero…
¿Más libertad?
Sí, sí, más libertad, más desde el talento, más dejar salir el talento de cada jugador. Zeljko todo lo contrario, súper estructurado, súper esquematizado, con roles muy claros para cada jugador, muy estratega y con una gestión también distinta del vestuario. Sí, yo te diría que eran completamente opuestos.
¿A qué te refieres con gestión distinta del vestuario?
Gestión en el sentido relación con jugadores.
¿Se llevaba bien con vosotros? Me han dicho que era muy duro, pero que luego podía salir a tomar algo con sus jugadores.
Sí… pero Zeljko era más sargento, más impositivo, más de yo soy el que mando. Y luego sí, buena relación, pero en ese sentido, era un gestión distinta. Los comparo en el sentido de que son distintos, no te estoy diciendo que uno sea mejor, que otro sea peor, concepciones distintas, culturas distintas, ideas de baloncesto distintas, edades distintas…
Y era lo que a Zeljko le había funcionado porque venía de ganar la Liga Europea con el Partizan y Joventut.
Y lo que le ha seguido funcionando.
Eres el escolta o alero titular del Real Madrid, ganas dos veces la liga ACB, campeón de Europa en el 95, en cambio ¿qué pasa con la selección española? No se entiende, solo 6 participaciones y ninguna de ellas en grandes torneos. ¿Cómo se puede explicar esto? ¿No tenías buena prensa, eras un jugador infravalorado? Anulaste en ataque a jugadores de la talla de Danilovic o Eddie Johnson, Perasovic dijo de ti que has sido el mejor defensor que ha tenido nunca. Creo que merecías haber tenido mayor presencia con la selección española.
Esa pregunta la tendría que responder el seleccionador de aquel entonces.
Fuiste compañero de habitación de Joe Arlauckas, ¿verdad?
Sí, fuimos compañeros de habitación, creo que cuatro o cinco años.
¿Qué tal con él?
Joe llegó a Madrid y enseguida conectamos muy bien. Fuimos compañeros de habitación y compartimos años muy bonitos. Con él sí que tuve una amistad que trascendió fuera del campo. Cuando llegó, en el 93, yo tenía apenas 21 años, era muy joven, y construimos una relación cercana y especial, llena de buenos recuerdos.
Como jugador, qué decir… espectacular. Y como persona, igual de impresionante. Al igual que Sabas, era una súper estrella, pero con una humildad admirable. En el vestuario nunca hubo un problema, al contrario, siempre generaba un ambiente positivo. Fue un privilegio poder compartir tantos años con alguien así.
¿Qué pasó los años posteriores a la consecución de la Liga Europea? ¿Cuál fue el problema? Se ganó muy poco y pasaron muchos jugadores en poco tiempo.
Pues mira, mi punto de vista, que es un punto de vista simplemente, no quiero decir que sea ni bueno ni malo.
Sí, pero tú eras uno de los pesos pesados del Real Madrid por entonces, incluso el capitán del equipo. ¿A partir de qué año eres el capitán?
A partir del 95, cuando se marcha Chechu, la sección de baloncesto del club entra en un momento clave, al menos desde mi punto de vista. Hay un hecho crucial: el fallecimiento de Mariano Jaquotot, que fue el gran artífice del equipo que se construyó en torno a Sabonis. Mariano, que era el director general de la sección, murió a causa de un cáncer, creo que en la temporada en la que luego ganamos la Liga Europea.
Su pérdida marcó un antes y un después. Él era quien llevaba las riendas de la sección con experiencia, criterio y capacidad de decisión. Tras su fallecimiento, la sección entró en lo que yo diría que fue un período de transición, y ahí se perdió un poco el rumbo. Faltaba alguien con su peso específico para tomar decisiones y marcar una dirección clara.
A partir de entonces, llegaron muchos cambios, en ocasiones sin demasiado orden ni criterio. Y eso es lo que pasa cuando no tienes a una figura sólida al mando. Esa es, al menos, mi percepción de lo que ocurrió.
¿Quién se encarga de la sección cuando fallece Mariano Jaquotot?
(Se queda pensativo unos segundos). Creo que, tras la marcha de Mariano Jaquotot, no quedó una figura que asumiera el liderazgo de manera clara. En los años posteriores recuerdo nombres como Mario Pesquera, Miguel Ángel Martín, Lorenzo Sanz Jr., y quizá algún directivo como Antonio Revilla o alguien más en ese período. Pero lo cierto es que había muchos cambios y ninguna figura que realmente tomara decisiones desde un lugar consistente y estable.
Las personas que llegaban, con todos mis respetos, no eran figuras permanentes; estaban un tiempo y luego se marchaban, lo que creaba una sensación de inestabilidad. Esa dinámica de continuos cambios acabó reflejándose en lo que sucedió en los años posteriores. Al menos, esa es mi perspectiva.
Me llama la atención el caso de Bodiroga, que era un jugador sobre el que se podría haber construido un equipo campeón, y en cambio solo estuvo dos temporadas y se ganó muy poco con él. También es verdad que llegó al Real Madrid siendo todavía muy joven.
Fíjate, nosotros tuvimos a los dos jugadores, probablemente, más decisivos de Europa en su momento: primero Sabonis y después Bodiroga. Aunque había otros grandes nombres, como Danilovic o Djordjevic, creo que Sabonis era aún más determinante. Luego, cuando llegó Bodiroga, los otros ya estaban retirándose, y él se convirtió en el jugador más decisivo de Europa.
Lo que me queda es pensar que se podría haber construido un equipo campeón alrededor de Bodiroga, como hizo Zeljko Obradovic en Panathinaikos o el Barça cuando Bodiroga llegó allí. Pero en nuestro caso, no se hizo. No sé por qué… pero ahí quedó la oportunidad.
¿Había un choque entre Bodirgoa y el resto de los jugadores, sobre todo con los españoles?
Bodiroga era un tipo extraordinario, un súper profesional. Como jugador, qué decir… impresionante. (Resopla) Ahora bien, creo que hay que diferenciar entre tener amistad con alguien y que haya buen ambiente. ¿Dejan era amigo de todos? No, pero tampoco lo éramos con Sabonis, por ejemplo; simplemente eran personalidades distintas.
Bodiroga era más reservado, más introspectivo, quizá, pero siempre fue un buen tipo. Cuando llegó a Madrid era muy joven, pero mostró una gran madurez. No tengo nada negativo que decir sobre él, y no creo que hubiera un mal ambiente en el equipo, para nada. Era simplemente cuestión de caracteres y estilos, pero no de conflictos.
No lo recuerdas así.
Es cierto que, como hablábamos antes con Petrovic, Dejan tenía un estilo de juego más absorbente. Necesitaba más el balón, más protagonismo.
Es que era su juego.
Era su juego. Entonces, ¿que a veces podía generar ciertas tensiones? Como en todo, cuando se ganaba, era maravilloso; cuando se perdía, surgían las preguntas: «Quizá podrías haber pasado un poco más el balón». Pero esto pasa en cualquier equipo con una estrella. Me imagino que en los Bulls de Jordan sucedía algo similar: cuando ganaban, todo perfecto, pero seguro que hubo días en los que, después de que Michael se tirara 40 tiros, alguien pensaba que podría haber pasado más el balón.
Las estrellas son jugadores y personas diferentes. Por eso son estrellas. No todos podemos serlo, y eso requiere una personalidad especial: tener la capacidad de querer el balón en los momentos decisivos, de asumir la responsabilidad una y otra vez. Desde fuera, parece sencillo, pero no lo es. Es fácil criticar y decir que son egoístas, pero hay que tener una determinación y una confianza extraordinarias para hacerlo. No todos tienen esa capacidad, y Dejan era uno de esos jugadores.
De verdad, no creo que en aquel equipo hubiera mal ambiente por su forma de jugar. Dejan era un buen tipo, se llevaba bien con el grupo. Es cierto que era más reservado y que su estilo de juego podía ser más absorbente, pero también demostró ser el mejor jugador de Europa durante 5, 6 o incluso 7 años. Creo que el desafío en estos casos está más en cómo el resto del equipo se adapta a una estrella.
Cuando tienes a un jugador así, alguien que no solo se llama estrella, sino que lo demuestra ganando títulos y marcando diferencias, el resto tiene que preguntarse: «¿Cómo puedo acoplarme?». No es cuestión de decir: «Pásame más el balón porque yo también quiero tirar». Hay que entender que él es la estrella. Para mí, el concepto de equipo pasa por eso: comprender las necesidades del equipo y adaptarte a los jugadores que realmente marcan la diferencia.
Bodiroga era uno de esos jugadores. Marcó diferencias durante años, como lo hicieron Sabonis, Arlauckas o Petrovic. ¿Qué haces con ellos, quitarles protagonismo? No puedes. Quizá con Bodiroga faltó construir un equipo a su alrededor, como se hizo en Panathinaikos o en el Barça, donde ganaron títulos con él como figura central. El Madrid tomó otro camino. Es solo mi opinión, pero creo que la clave para un equipo con una estrella está en rodearla del contexto adecuado para maximizar su impacto.
¿Cómo vivías tú estos años complicados como capitán del equipo?
Fueron años, honestamente, poco satisfactorios, incluso frustrantes. Para la sección de baloncesto del Madrid, creo que no solo fueron tiempos complicados, sino vividos desde dentro como difíciles. El Madrid está hecho para ganar, no admite segundos puestos, o en todo caso, llegar a una final y, de vez en cuando, perderla. Pero esos años fueron distintos: no llegábamos a finales, no había un rumbo claro, ni tampoco un criterio definido. Desde dentro, lo viví con frustración, fueron años emocionalmente complicados.
Además, ocurrió algo que hasta entonces no se había dado: los jugadores en el Madrid solían quedarse muchos años, lo que le daba al equipo una identidad. Pero en esa época, eso desapareció, y el equipo careció de identidad. Para alguien como yo, que llevaba allí desde los 13 años, esa situación generaba escepticismo. Te preguntabas: «¿Hacia dónde vamos? ¿Qué es esto? ¿Cuál es esta nueva política?».
(Resopla) Bueno, aceptaba lo que estaba viviendo, pero fue difícil. Desde dentro, esos años se sentían como un periodo de transición mal definido, en el que costaba reconocer al equipo al que habíamos estado acostumbrados.
Es que pasaron muchos jugadores en poco tiempo, Zoran Savic, Santi Abad, Pablo Laso, Tanoka Beard… ¿Cómo encajaba Tanoka, con el carácter que tenía, dentro del equipo?
Un poco así.
Alberto Herreros llega al Real Madrid en la temporada 96/97. ¿Cómo eran los entrenamientos con él después de tantas batallas en la cancha?
Bien, bien.
¿Tú repartías tanto en los entrenamientos como en los partidos?
Sí, sí, sí, yo entrenaba como jugaba.
Ibas a muerte.
Sí, mis compañeros lo sabían. A veces me decían: «Isma, tranquilízate un poco». Pero siempre he sido una persona noble, nunca tuve problemas con nadie. Con Alberto, por ejemplo, muy bien. Alberto es otro tipo excepcional. El tiempo que compartí equipo con él solo me dejó buenos recuerdos. Como persona, humanamente, es extraordinario, de verdad, chapó.
Eso sí, es cierto que cuando jugábamos como rivales no nos llevábamos bien, no teníamos una buena relación. Era algo natural: éramos competidores y había tensiones propias de ese contexto. Pero cuando compartimos equipo, todo cambió y no puedo decir más que cosas positivas de él.
Había mucha rivalidad entre Estudiantes y Real Madrid.
Sí, efectivamente, pero una vez que llegó, realmente muy bien. De verdad te digo, ni un mínimo roce, o sea, cero, pero porque, repito, Alberto como persona es un tipo extraordinario.
Ahora que se está hablando tanto de las críticas de los aficionados a los futbolistas, insultos racistas… ¿cómo vivías a nivel personal todas esas críticas de los aficionados rivales, pero también de los propios seguidores del Real Madrid cuando las cosas no iban tan bien? ¿Cómo llevabas eso?
Horrible.
No sé si os decían algo cuando ibais por la calle, o a cenar a algún restaurante…
Sí, de todo. Yo lo llamaría una mala educación deportiva, pero al final es algo más profundo, es social. Esa es una de las partes más feas que he vivido en el deporte: insultos hirientes, faltas de respeto graves en todos los campos, incluido el nuestro, el del Madrid. Muy feo, muy, muy feo. Y lo que dices del racismo… también lo hubo.
Te hablo de finales de los años ochenta y de los noventa, donde en Grecia, por ejemplo, no solo te tiraban monedas. Yo llegué a ver una cadena de bicicleta en mitad de la pista. En Estambul, en otra ocasión, tuvimos que salir corriendo usando las sillas para protegernos del público. (Resopla) Hay una parte del deporte que desmerece totalmente, que resulta absurda.
Pero esto no es solo una cuestión del deporte; tiene que ver con la sociedad. Comportamientos así no deberían estar permitidos. Ante el mínimo mal comportamiento, debería haber consecuencias claras. No sé cómo se maneja ahora, porque no sigo tanto el deporte, pero en aquella época, ni siquiera se contemplaba actuar contra este tipo de situaciones.
Dolerían mucho las críticas de los tuyos, de tus propios aficionados.
Sí, pero igual, eso es mala educación deportiva. Sí, sí, la verdad es que sí, y para mí esa fue una de las peores cosas, o sea, escuchar a personas que quizá por comentarios en los periódicos o por simplemente jugar mal un partido, o tener un mal resultado, silbidos, abucheos, críticas poco comprensibles, poco respetuoso y… sí, personalmente de los peores recuerdos que puedo tener.
¿Es el precio que hay que pagar por llegar a la élite del deporte?
No creo que esté asociado a nada más que a una mala educación y a un concepto erróneo, al menos desde mi punto de vista. Hay una percepción que he vivido como deportista de élite: el hecho de que ganes más dinero que una persona convencional parece justificar críticas, insultos y faltas de respeto. Es como si, por el hecho de pagar una entrada, alguien creyera tener derecho a decirte cualquier cosa.
Creo que sería importante llevar a cabo campañas para que la gente entienda que los deportistas son, ante todo y sobre todo, seres humanos. Y que lo último que quieren es fallar, cometer errores, perder partidos o enfrentarse a fracasos. Los deportistas sufren muchísimo, y ese sufrimiento tiene un impacto emocional tremendo, no solo en ellos, sino también en su familia y su entorno más cercano.
Cuando un deportista comete un error garrafal, la repercusión es enorme: millones de personas lo saben, se ríen de él, se burlan, lo insultan. Es algo aberrante que debería estar prohibido. La gente no se imagina el impacto emocional que eso tiene.
Desde mi perspectiva, la sociedad debería darse cuenta de que, si un deportista gana mucho dinero, probablemente sea porque lo genera, porque el sistema funciona de esa manera. No lo sé, pero lo que sí sé es que merece respeto, y merece ser tratado como un ser humano, con todo lo que eso conlleva. Esta falta de consideración y humanidad es una de las partes más tristes del deporte.
¿Era muy grande la repercusión social que tenía jugar en el Real Madrid?
En aquellos años, ser jugador del Real Madrid era enorme, enorme. Estabas en televisión dos o tres veces por semana, te llamaban para entrevistas en radios, aparecías en revistas de baloncesto… y por la calle la gente te paraba para pedirte fotos o saludarte. En los restaurantes, lo mismo. Eras una persona muy conocida, un personaje público reconocido.
En esa época, el baloncesto era un deporte muy popular, y los jugadores éramos figuras públicas. Cuando llegábamos a aeropuertos o a los lugares donde jugábamos, la atención era inmediata. Era una experiencia muy intensa y, al mismo tiempo, un reflejo de la relevancia que el baloncesto tenía entonces en la sociedad.
Y a ti esta parte de deporte no te gustaba.
No, a mí no me afectó de esa manera porque, como decía antes, mi personalidad es distinta. Yo me considero una persona humilde, de verdad. Aunque he tenido la oportunidad y el privilegio de jugar en el Real Madrid y he vivido toda esa exposición pública, me veo a mí mismo como alguien muy normal, trabajador, que disfruta de una vida sencilla y no necesita nada extraordinario. Lo que pasa es que me vi envuelto en todo eso.
Entiendo que, cuando estás en esa situación, tienes que aceptar que forma parte del camino. Pero en aquellos años, siendo tan joven, no hice ese trabajo interno. No me amoldé ni me adapté bien a lo que significaba estar en el centro de tanta atención. Por eso fui muy rebelde y no supe comprender en profundidad todo lo que implicaba.
Esa falta de adaptación me llevó a tener una mala relación con periodistas y con algunos aficionados. Trataba de proteger mi intimidad porque todo aquello lo percibía más como una amenaza que como algo natural. Lo que hacía era entrenar, jugar y luego levantar barreras para mantener mi espacio personal.
Por eso congeniabas tan bien con Fernando Martín.
(Risas) Por eso congeniaba tanto con Fernando.
Has dicho antes que si Fernando Martín hubiese vivido más hubieseis sido grandes amigos. ¿Qué grandes amigos te han quedado del baloncesto? Creo que José Lasa es uno de ellos.
José Lasa, muy buen amigo. ¿Del primer equipo?
Sí.
José Lasa es uno de esos grandes amigos que me dejó el baloncesto. También tengo un amigo entrañable de las categorías inferiores, José María Silva, y compañeros como Javi García Coll o Joe Arlauckas. Además, guardo muy buenos recuerdos de Quique Villalobos y Pep Cargol, aunque nos hemos perdido de vista y hace años que no coincidimos. A pesar de eso, son relaciones especiales. Con personas con las que has compartido tanto, aunque no estés en contacto frecuente, si te ves, es como si hubieras hablado con ellos ayer.
Con José Lasa jugué unos siete años, y con Joe también compartí muchísimo tiempo. Fueron años de entrenamientos, viajes y partidos, con momentos tanto bonitos como difíciles, porque la intensidad de lo que vivíamos era enorme. Pasábamos muchísimo tiempo juntos.
Por aquel entonces, los viajes eran muy diferentes a los de ahora. Hoy puedes volar directo casi a cualquier sitio, pero en esos años todo tenía escalas. Ir a jugar a Moscú significaba un día entero de viaje: primero a Frankfurt, luego de Frankfurt a Moscú. Lo mismo para Tel Aviv. A eso sumabas el regreso, los entrenamientos al volver… Era un ritmo frenético que nos mantenía juntos gran parte del tiempo. Esos años crearon vínculos muy fuertes.
A lo largo de la entrevista han ido saliendo los nombres de grandísimos anotadores a los cuales te enfrentaste y dejaste en muy pocos puntos, como Danilovic, Eddie Johnson, Alberto Herreros o Perasovic. ¿Cómo era el trato con ellos? ¿Había trash talking?
No, la verdad es que… excepto algún jugador americano, porque los americanos tienen más cultura del trash talking… no, los europeos… quizá también Danilovic, que los serbios tienen bastante mala uva, bueno, que son calentitos, pero no, no, no. Yo desde luego no porque yo era muy callado y no he entrado nunca en esas cosas, no. Lo que sí había era dureza, había tensión, había… bueno, pues…
Muchas hostias.
Sí, o sea, eran momentos de mucha tensión, te jugabas mucho, pero no, más allá de eso, del contacto físico, no había trash talking.
¿Sentías el miedo o el pánico en tus rivales cuando te veían aparecer?
Yo soy consciente de que era bastante incómodo jugar contra mí, entonces no es que esperase tener amigos por los equipos, ni tampoco lo pretendía, pero, en fin, era lo que había.
En otra ocasión me contaste una anécdota con Danilovic en Italia.
Sí, eso fue en Treviso, cuando fuimos a jugar contra la Benetton, que entonces tenía a Zeljko Obradovic como entrenador. Al terminar el partido, hubo una reunión de entrenadores y jugadores serbios en un hotel o restaurante. Yo me llevaba muy bien con Bodiroga, que en ese momento era mi compañero en el Real Madrid, y me dijo que iban a reunirse y que me uniera a ellos.
Por allí estaban Zeljko, Tanjevic, Bodiroga… y al rato entró Danilovic. Su reacción al verme fue memorable, como si hubiera visto al diablo. Recuerdo que dijo: «¡No, no, Santos, por favor!». Claro, era en tono de broma. Luego nos dimos un abrazo y todo quedó ahí. Pero entiendo su reacción: era un rival incómodo. Reconozco que jugar contra mí no era agradable. Los rivales sabían que habría mucho contacto físico, que no disfrutarían del partido, y eso hacía que no cayera bien a muchos.
A pesar de ser un jugador duro, siempre he sido noble. Nunca he buscado hacer daño a nadie ni he jugado de manera violenta. He sido pesado, sí, pero lo que tocaba era ser intenso y competitivo. Después, cuando viví en Italia, me encontré varias veces con Sasha Djordjevic, y siempre nos llevamos bien. Creo que con el tiempo se entiende que aquello era lo que era: cada uno defendía sus intereses, y en la cancha podía ser incómodo, pero fuera todo quedaba en su lugar.
De lo que realmente guardo un gran recuerdo y mucho agradecimiento es de haber podido jugar contra jugadores extraordinarios. Aquellos años estaban llenos de nombres que marcaron la historia del baloncesto. Jugar contra ellos era un desafío enorme y, a la vez, una motivación para mejorar y dar lo mejor de mí mismo. Fue un gran aprendizaje y, sin duda, un privilegio.
¿Hacías algo especial para motivarte cuando te enfrentabas a alguno de estos rivales? ¿Te marcabas algún objetivo, como dejarlos en 4 o 6 puntos?
No, no necesitaba ninguna motivación especial, para mí era un rol, era una responsabilidad, era mi trabajo, era mi función en el equipo, bueno, mi función, o yo así me lo tomaba, era que ese jugador metiera los menores puntos posibles, y ya está. Pero no, motivación especial no, ya era bastante motivación la que tenía.
¿Te llegaron ofertas interesantes de otros equipos cuando estabas en el Real Madrid?
Sí, pero nunca tuve el pensamiento de irme.
¿De España o de fuera?
De fuera, pero no, era feliz en el Madrid y nunca se me pasó por la cabeza irme.
No te paraste a pensar en esas ofertas. ¿De Grecia?
Sí, Grecia, Italia, pero no.
Saliste del Real Madrid al finalizar la temporada 98/99, pero un año antes se comentó la posibilidad de que fichases por la Benetton que entrenaba Obradovic.
Sí, es cierto que Zeljko habló conmigo de esa posibilidad.
Un año antes de irte del Real Madrid, ¿no?
Sí, pero luego Zeljko se va a Panathinaikos, y cuando yo me voy lo hago a Treviso, pero ya no está él porque se había ido a Panathinaikos.
¿En qué momento te comunican que no sigues en el Madrid? ¿Cómo te lo comunican? ¿Cómo fue aquello? ¿Tenías contrato todavía?
Sí, era el capitán, tenía 3 años de contrato. Nada, Lorenzo Sanz hijo, que era el director de la sección en aquel momento, me comunica que no sigo en el equipo, y ya está, así.
¿Y cómo lo vives a nivel personal?
Bueno… pues por una parte decepcionado, por otra parte también triste, y luego por otra parte con una medio idea de dejar de jugar.
De abandonarlo todo.
Sí, gracias a mi agente de entonces, me convencí de dar el paso e ir a Italia. Era una opción fantástica: Treviso, una nueva experiencia… Y al final, con 27 años, siendo joven, decidí aceptarla y me fui allí. La experiencia en Italia fue maravillosa, de verdad. Con el tiempo y la perspectiva que te dan los años, me doy cuenta de que fue una oportunidad enorme que la vida me ofreció: una nueva cultura, un país extraordinario, y la posibilidad de construir una nueva etapa de mi vida.
Me quedé a vivir en Italia muchos años, y hoy lo veo como un gran regalo. Pero, claro, las cosas vistas con la distancia no son iguales a cómo las percibes en el momento. A veces, las decisiones que tomas casi sin pensarlo acaban marcando profundamente tu vida, y esta fue una de ellas.
Claro, cuando te lo comunicaron fue un desastre para ti en ese momento.
Sí, te diría la palabra que mencioné antes: decepción. Eso fue lo que sentí. Después de 14 años en los que has dado mucho de ti, por no decirlo todo, quizá cuando eres joven esperas otra clase de reconocimiento o trato.
Con el tiempo y la perspectiva que te da la vida, te das cuenta de que no estaba escrito en ningún sitio que debieras quedarte allí para siempre. Ni yo tenía por qué esperarlo. Además, no es algo que me pasara solo a mí; otros jugadores han vivido situaciones similares.
Hoy lo veo de otra forma, como un trabajador al que su empresa le dice: ‘Oye, mira, no contamos más contigo’, por los motivos que sean. En aquel momento, con esa edad y esa experiencia, lo recibes de manera distinta. Pero, con los años, lo aceptas y entiendes que, al final, simplemente era parte del camino.
¿Fueron sinceros contigo?
¿Sinceros en qué sentido?
Que si te explicaron los verdaderos motivos por los que echaron.
Sí, sí, sí me explicaron, sí, sí me explicaron.
Me refiero a si intentaron adornar o maquillar el tema, o te dijeron: “Esto es así porque es así”.
No, no, la verdad es que no, me lo dijeron muy claramente y lo entendí claramente también. Y ya está.
¿Te llamó algún compañero del Madrid?
No.
¿Echaste de menos alguna llamada?
No, no, porque tampoco…
Para preguntarte: «Isma, ¿cómo estás?».
No, o sea, no… no eché de menos nada especialmente y tampoco me esperaba nada, honestamente no.
Los dos años en Treviso. Creo que te marcó mucho Riccardo Pittis.
Sí, sí. Treviso fue una experiencia maravillosa, una auténtica isla feliz en aquel momento. La organización era extraordinaria, con Maurizio Gherardini como general manager, una persona excepcional tanto en el aspecto profesional como en el humano.
Tuve la suerte de reencontrarme con Marcelo Nicola, con quien ya había coincidido en mi etapa de júnior y luego durante años cuando él estaba en el TAU. La conexión fue fantástica. El equipo en general estaba muy bien, con un ambiente extraordinario y jugadores de muchísimo nivel.
También tuve la oportunidad de coincidir con Tyus Edney, un tipo espectacular. Como jugador, era increíble, de esos que marcan la diferencia. Todo en conjunto hizo que esa etapa en Treviso fuera inolvidable.
Ganó la Euroliga con Zalgiris.
Sí, eso es, cuando estaba en el Zalgiris. Y luego con Ricky (Pittis), yo te diría que es uno de los mejores jugadores que he visto nunca.
Y eso que has estado con grandísimos jugadores, Sabonis, Bodiroga…
Ricky quizá no ha sido tan conocido aquí, ni siquiera en toda Europa, pero en Italia es una auténtica leyenda, y lo será siempre. Para mí, Ricky reunía todo lo que un líder y un verdadero campeón debe tener.
Primero, sus cualidades eran extraordinarias. Creo que tenía habilidades innatas excepcionales: físicamente era un jugador impresionante, de 2,03 o 2,04 metros, con brazos largos y una condición física y atlética extraordinaria. Además, tuvo la gran fortuna de coincidir con leyendas como Mike D’Antoni o Bob McAdoo, viviendo sus primeros años en Milán, cuando él era muy joven. Esa etapa le forjó un carácter súper competitivo, con una capacidad de liderazgo increíble.
En la pista, Ricky era capaz de hacer absolutamente todo. Aunque en un momento tuvo problemas en una mano y cambió a tirar con la izquierda, seguía siendo espectacular. Era un jugador completísimo, el más completo que he visto: podía jugar de base, botar, pasar con una visión increíble, robar balones, defender, coger rebotes… lo hacía todo. Era el ejemplo perfecto de lo que significa ser un líder y un campeón.
Y quizá no es uno de los europeos más recordados.
Ah, claro, es que Ricky aquí en España no ha sido muy conocido, y en Europa tampoco llegó a tener el reconocimiento que merecía. Pero si miras las estadísticas y lo que hacía en los partidos, te das cuenta de lo extraordinario que era.
Los partidos normales de Ricky no destacaban por una gran cantidad de puntos. Solía anotar 8, 10, 12 puntos, pero añadía 8 rebotes, 6 o 7 balones robados, 8 asistencias… esos eran sus números habituales, y no era raro verle hacer un triple-doble. Pero lo más impresionante era su capacidad para dominar los partidos haciendo tantas cosas diferentes.
Ricky cogía rebotes, subía el balón, organizaba el equipo, jugaba al poste bajo, atacaba de cara, pasaba con una visión increíble… (resopla) y defendía de manera espectacular. No dominaba los partidos anotando 40 puntos, como podía hacer Petrovic, pero los dominaba desde todos los demás aspectos del juego. Era un jugador que impactaba en todo lo que pasaba en la pista, un tipo absolutamente espectacular.
Está claro que Riccardo Pittis es uno de los jugadores que te han dejado huella. ¿Qué otros te han marcado?
¿Cómo compañeros?
Como todo, tanto compañeros como rivales.
Como jugadores, hombre, Sabas, sin duda Sabonis, Ricky (Pittis), Fernando (Martín), Petrovic, Kukoc, Danilovic, Djordjevic, Bodiroga (se queda pensando unos segundos), o sea, como jugadores, o bien como compañeros o bien contra, yo te hablaría de esos, igual me olvido alguno, porque por ejemplo he jugado contra súper anotadores, no sé, Carlton Myers, David Rivers, Alphonso Ford, Andre Turner… yo que sé…
Es que normalmente defendías al anotador del otro equipo.
Pero no me han dejado huella como por ejemplo estos que te he dicho al principio, estos realmente me han parecido jugadores extraordinarios, líderes, personalidades también extraordinarias, carisma también. Sí, yo te diría esos, Brunamonti, o sea, no son solo buenos jugadores, son jugadores con una personalidad y un liderazgo…
El carisma, como has dicho.
Sí, efectivamente. Si tuviera que destacar compañeros, mencionaría a dos: José Lasa y Javi García Coll. Los destacaría no solo por la amistad que tengo con ellos, sino especialmente por su compañerismo, por su capacidad de estar al servicio del equipo y ser auténticos jugadores de equipo.
Eran capaces de aportar muchísimo más de lo que reflejaban las estadísticas. Escuchaban a los compañeros, les pasaban el balón para darles confianza, incluso si eso significaba renunciar a sus propios tiros o puntos. Se esforzaban al máximo en los entrenamientos, siempre pensando en el bien colectivo.
Esa generosidad y ese compromiso son cualidades muy especiales, que van mucho más allá de lo que se puede medir con números. Eran grandes personas y jugadores extraordinarios en el sentido más profundo de la palabra, mucho más allá de las estadísticas.
¿Los sigues viendo?
No muy a menudo, pero sí les veo.
¿Se te acercó mucha gente por interés cuando jugabas al baloncesto?
Sí, sí.
Los veías venir.
Sí, bueno, o sea, es algo que es parte de…
¿Da miedo cuando empiezas a pensar en la retirada?
Sí, como decía antes, retirarse es uno de los momentos en los que los deportistas profesionales más necesitan acompañamiento. Es un momento de duelo. Dejar una carrera deportiva no es solo abandonar una profesión u ocupación; emocionalmente, es despedirte de algo que ha estado muy presente en tu vida y que llevas en el corazón.
A esto se suma el miedo y las preguntas que inevitablemente surgen: «¿Qué voy a hacer ahora?», «¿Seré capaz de hacerlo tan bien como lo que he hecho en el deporte?», «¿Podré ganarme la vida de otra manera?». Hay mucha incertidumbre e inseguridad.
Es un momento delicado, que requiere mucha atención y en el que es fundamental contar con asesoramiento y acompañamiento adecuados. No es solo una cuestión profesional, sino también emocional, porque marca el inicio de una nueva etapa para la que muchos deportistas no siempre están preparados.
El viaje a la India en el 2001 te cambió un poco la vida. Por aquel entonces estabas casi retirado, aunque luego jugaste algún año más.
Sí, después de mi etapa en Treviso, jugué un año más en Grecia y otro en Italia, aunque no fueron años completos. Sin embargo, tras esos dos años en Treviso, comprendí que mi vida estaba fuera del baloncesto. Ya no sentía motivación ni propósito, y sentí la necesidad de dejarlo.
Era un momento de cambio. Necesitaba desintoxicarme del baloncesto, alejarme de ese mundo. También sentía una fuerte necesidad de descubrir más cosas de la vida y, sobre todo, de comprender quién era yo más allá del Ismael Santos jugador de baloncesto.
En ese periodo apareció la montaña, y fue clave para mí. La montaña me ayudó a encontrar un nuevo camino. De la misma manera que me enamoré del baloncesto, me enamoré de la montaña y de la naturaleza. Ese amor dio sentido a una nueva etapa en mi vida, y fue lo que me permitió reencontrarme conmigo mismo y descubrir un propósito diferente.
¿Qué respuestas encuentras en ese viaje, sobre todo en tus ratos en el monasterio con el lama?
Bueno, encuentro un camino, ese viaje fue revelador porque fue mi primer viaje a la montaña, a la India, ahí entro en contacto con la meditación, efectivamente en ese monasterio comienza como un nuevo camino. No es que encontrara respuestas, encuentro… como cuando ves a alguien o vives algo, o estás en un lugar que te transmite sentimientos, emociones, sensaciones que no puedes describir con palabras.
Que lo percibes y punto.
Eso es. Todo eso sucedió ahí, más que respuestas en sí mismas, concretas, pero sí percibí que ese era un camino, y que era el camino que yo necesitaba tomar en ese momento. Un camino más de introspección, más aislado de todo lo que había hecho, y comprendí que eso me lo iba a proporcionar. No sabía dónde iba a terminar ese camino ni hacia dónde me iba a llevar, pero sí comprendía que ese era el camino, como comprendí, cuando era pequeñito, que el camino era jugar al baloncesto.
Y ahí descubriste la meditación.
Descubrí la meditación. Después de aquel trekking me quedé varios meses en un monasterio y, a partir de ahí, seguí viajando durante años a la India para hacer cursos de formación y visitar al lama. Fue el inicio de lo que podría llamar, aunque suene extraño para algunas personas, mi camino espiritual.
Cuando hablo de espiritualidad no me refiero a religiosidad, sino a un camino más profundo e introspectivo, un proceso ligado al propósito, alejado de los resultados o de lo material. Creo que es una de las dimensiones humanas esenciales, como lo son la física, la emocional o la mental, y que, en última instancia, es lo que realmente nos hace humanos.
Este camino fue muy bonito. Me permitió entrar en contacto con una parte de mí que hasta entonces no había explorado. Es una dimensión que puedes cultivar y desarrollar, y que considero extraordinaria.
Creo firmemente que es necesario que cualquier ser humano pueda encontrar esta conexión para dar sentido a su vida, encontrar su propósito y vivir de una manera mucho más plena. Es una experiencia transformadora que enriquece profundamente la manera en que entiendes la vida y a ti mismo.
Has vivido tanto, tantas cosas tan diferentes, el baloncesto, las montañas, la espiritualidad… pero ¿cómo es el verdadero Ismael Santos?
¿El verdadero Ismael Santos? A ver, me considero un explorador. Un explorador en el sentido de buscar y descubrir maneras diferentes de vivir, de conocer culturas distintas, de adentrarme en ocupaciones o trabajos nuevos. Me gusta explorar porque me apasiona descubrir y, sobre todo, aprender.
Mis aprendizajes más profundos llegan cuando entro en lo que podríamos llamar la ‘zona de no confort’, esa zona en la que te sientes inseguro, enfrentándote a algo desconocido, algo que no has probado antes. Y no me refiero a hacer cosas extrañas; por ejemplo, nunca he fumado ni me he drogado en mi vida. Mi exploración no va por ahí, sino por un camino más profundo, más personal.
Me interesa mucho profundizar en el ser humano, en el porqué de las cosas, en las razones detrás de lo que sucede. Por eso estudio Psicología, porque me encanta comprender lo que hay detrás del comportamiento humano. También me fascina la Antropología; me gusta investigar, descubrir, reflexionar, y aprender, especialmente de mí mismo.
Soy muy reflexivo. A menudo miro hacia atrás en mi vida y me pregunto: «¿Por qué hice esto? ¿Por qué no lo hice? ¿Qué me llevó a tomar ciertas decisiones?». Este proceso de reflexión y aprendizaje continuo es algo que define quién soy.
¿Y te arrepientes de alguna decisión tomada en tu época de baloncesto?
No, no me arrepiento, y lo digo muy claro: no me arrepiento porque arrepentirme significaría haber sido otra persona. Cuando tomas una decisión, al menos así lo veo yo, la tomas porque en ese momento es lo que sabes y lo que puedes hacer, con las herramientas que tienes a nivel mental, emocional y de conocimiento. No puedes hacer otra cosa porque no eres otra persona.
Claro, con el tiempo puedes pensar: «Ah, si lo hubiera sabido…», pero eso no existe, no es real. Las decisiones que tomé fueron las que podía tomar en ese momento, y creo que eso es parte del proceso de la vida. Lo bonito es poder mirar hacia atrás, aprender de esas decisiones y darte cuenta de quién eres.
Ese soy yo: alguien que camina y sigue caminando. Ese explorar del que hablo es para mí una forma de caminar, de avanzar. Me gusta hacer cosas distintas, viajar, aprender… porque es mi manera de seguir descubriendo y creciendo. Ahora estoy terminando Psicología y ya estoy pensando en qué estudiar después, en cómo seguir desarrollándome.
Algo que tengo muy claro y muy dentro de mí es el deseo de compartir y poner al servicio de los demás todo lo que he vivido y aprendido en mi vida. Eso es lo que realmente me motiva y da sentido a mi camino: que todo lo que la vida me ha dado la oportunidad de conocer pueda ser útil, que tenga un propósito y que pueda marcar una diferencia.
Puedes enseñar mucho.
No lo sé, lo que pueda ser.
Hay muchos deportistas que dan charlas a empresas, a deportistas… Tú, con todo lo que has vivido y ahora terminando Psicología, lo tienes todo para enseñar a mucha gente.
Bueno, lo que humildemente se pueda, o sea, lo que se pueda. No sé lo que voy a poder hacer, pero tengo la intención de hacerlo, y luego a ver lo que se va pudiendo hacer.
Te retiras del baloncesto y lo haces como el que cierra una puerta con llave y la arroja al fondo del mar, ¿fue así?
Sí, cuando terminé mi carrera deportiva sentí la necesidad de cambiar de vida. Por una parte, había saturación de muchos años, de mucha exigencia, y por la otra parte había también inquietud por conocer cosas nuevas, mundos nuevos, otros tipos de vida. Y la combinación de esas dos cosas me llevaron a, como tú dices, dejarlo y dedicarme a otras cosas.
Pero te retiras y decides no seguir el baloncesto, no se te ve en partidos o eventos, o sea, fue un corte de raíz.
Sí, sí, cuando lo dejé no seguí ligado al mundo del baloncesto, pues no sé, como entrenador, como comentarista, como en cualquier otro tipo de ocupación, sino que me dediqué a la montaña. Descubrí la montaña y entonces mi vida cambió y me dediqué más a ese mundo.
Y mira que paisaje más bonito donde estamos ahora.
Sí, sí, a mí me encanta la naturaleza, sí.
¿Qué imagen tenías del deporte profesional cuando eras niño? Creo que tu sueño era jugar al baloncesto y llegar al Real Madrid.
Pues la verdad es que no tenía ninguna imagen así, determinada, de lo que es el deporte profesional, pero lo que sí tenía era ese sueño. Disfrutaba mucho viendo los partidos, disfrutaba enormemente entrenando, jugando. Entonces no me hacía una imagen, o pensaba cómo sería… simplemente quería jugar y pensaba en jugar. Jugar en el Real Madrid sí, pero ya está, o sea, no pensaba o no soñaba con un cierto tipo de vida, o cómo sería el deporte profesional.
Actualmente estás terminando la carrera de Psicología. ¿Por qué Psicología? ¿Intentas encontrar respuestas a lo que te había sucedido en el deporte profesional? ¿O es algo que te ha llamado desde siempre?
Siempre me ha llamado la atención la conducta humana, los comportamientos, la mente… ese mundo que no es tangible, que no se ve pero que está ahí. Las conductas y los comportamientos son observables, pero lo que hay detrás, como la cognición, el pensamiento o las razones por las que surgen determinadas actitudes, eso que no es palpable, siempre me ha fascinado.
Con el tiempo, a raíz de mi proceso en el mundo de la meditación, del mindfulness y de impartir cursos en estas áreas, así como de mi trabajo como coach —tengo formación en coaching—, sentí la necesidad de profundizar más en temas psicológicos. En mi interacción con las personas, requería herramientas que me permitieran comprender mejor ciertos procesos, y ahí entraron la psicología y la neurociencia, que también me apasionan.
Todo esto me llevó a tomar la decisión de estudiar Psicología, y ahora estoy ya terminando la carrera. Dentro de lo que será mi futuro trabajo, me gustaría enfocar mi conocimiento y experiencia en ayudar a deportistas. Creo que puedo aportar una combinación muy valiosa: por un lado, el conocimiento psicológico y, por otro, mi vivencia y perspectiva como deportista profesional.
Mi objetivo es ofrecer algo útil y práctico, que les permita no solo mejorar su rendimiento, sino también entender mejor su mente, sus procesos internos, y encontrar un equilibrio que muchas veces resulta complicado en el mundo del deporte.
¿Te ves con futuro en el mundo del baloncesto?
Yo creo que el psicólogo deportivo (resopla) tiene muchísimo camino por recorrer. Creo que todavía el deporte no se ha dado cuenta de la importancia que tiene la salud mental en los deportistas. A raíz, yo creo, de lo que sucedió con Simone Biles hace unos años, hablamos de tres, en los Juegos Olímpicos de Tokio, cuando ella como número 1 mundial y como deportista muy reconocida, pues por así decirlo, salió del armario y habló abiertamente de lo que supone vivir bajo tanta presión, y no tener las herramientas adecuadas, ni el apoyo adecuado.
Y a partir de ahí, yo creo que muchos deportistas han comenzado a hablar, Michael Phelps habló… y otros muchos no tan conocidos. Creo que ahí hay sin duda un camino enorme por recorrer, creo que el deporte en general, federaciones, clubes, Comité Olímpico, no sé… deben realmente darle la misma importancia que le han dado al entrenamiento técnico, al entrenamiento físico, al entrenamiento estratégico, sin duda, y creo que ahí hay un campo de prevención y de educación, y luego hay un campo que tiene que ver más con la intervención clínica cuando los deportistas tienen algún tipo de patología o trastorno.
Como deportista profesional has vivido situaciones de mucho estrés, estar unas veces arriba y otras veces abajo. También desde tu propia experiencia podrías ayudar a muchos deportistas.
Sí, sin duda, es que por ahí llega una gran parte de esta necesidad, es decir, a un deportista joven no se le entrena para poder gestionar todo lo que es el entorno, por ejemplo, no se le entrena tampoco a nivel emocional cómo poder vivir, como tú decías, situaciones en las cuales estás tan arriba cuando tienes éxito, y situaciones en las cuales estás tan abajo cuando hay derrotas inesperadas, cuando hay muchas críticas, cuando hay mucha presión social alrededor de ti.
Se te entrena para otras cosas, técnicamente, físicamente, a mejorar día a día, pero para nada eso. Entonces ahí hay un desequilibrio enorme. Y lo que sucede es que luego los deportistas, al no tener herramientas, van sufriendo un deterioro a nivel mental, muchos episodios de ansiedad, depresiones que muchas veces se esconden.
La mayoría de las veces se habla de bajo rendimiento, por ejemplo, de deportistas sin explicación aparente, porque los entrenamiento son en teoría buenos. Cada vez se sabe más que esa faceta tiene un impacto fisiológico, un impacto en el rendimiento de la persona porque tiene un impacto en su vida.
Tú y otros jugadores de tu época habéis sufrido situaciones mentales complicadas a lo largo de vuestras carreras. Ahora que estás terminando Psicología, con todo lo que estás aprendiendo, ¿te has dado cuenta de que todos estos conocimientos os podrían haber ayudado a afrontar mucho mejor todas esas situaciones? ¿Te has sentido identificado con lo que has estudiado en episodios que has vivido durante tu etapa como profesional del baloncesto?
Sí, sin duda, creo que un deportista profesional, un equipo, tanto a nivel individual como a nivel grupal, con la ayuda de un psicólogo deportivo bien formado, con experiencia, primero puede mejorar lo que es la salud mental, no puede prevenir que esos deportistas caigan en episodios de los que hemos hablado, sobre todo, mucha frustración, ansiedad, posibles depresiones…
Lo primero es prevenir, y luego, sin duda, se puede ayudar al deportista a poder convivir, porque el deportista sobre todo de élite, tiene que convivir con exigencia alta, con mucha presión alrededor, con la propia autoexigencia también, y la presión que uno se mete. Eso es indudable, pero para eso se necesita trabajar, o sea, el entrenamiento mental es un entrenamiento, al igual que el técnico o el físico. Yo personalmente, hablo por mí, hubiera sido mucho mejor jugador y hubiera vivido mucho mejor muchas de las situaciones por las que pasé, sin duda.
¿Qué situaciones te costaron más gestionar a nivel mental? A lo mejor la ansiedad, el estrés que te generaban ciertos partidos, el estar unas veces arriba y otras veces abajo, las críticas de la prensa…
A mí, personalmente, por mi manera de ser, que no quiere decirse que esto sea extrapolable a otros, cada uno tenemos rasgos de personalidad distintos, con lo cual vivimos las situaciones de manera distinta, yo, sobre todo antes, era más introvertido, me costaba más gestionar ser personaje público, estar en boca de mucha gente, las críticas, por así decirlo, infundadas, gratuitas, sin conocimiento… Me costaba más lidiar, por ejemplo, con la frustración de las personas ante los resultados del equipo.
El desahogarse con vosotros.
Para mí, lidiar con la exigencia, la tensión o la presión no suponía un problema; esa parte la llevaba bien. Sin embargo, sí enfrenté momentos de frustración vinculados al rendimiento personal, aunque esto, como todo, depende de la forma en que cada deportista se relaciona con lo que sucede. Lo que es evidente es que la vida de un deportista profesional, especialmente en la élite, exige un esfuerzo constante, prácticamente infinito. Y este no termina con la juventud o durante la carrera; tras la retirada se enfrenta una de las etapas más complejas y desafiantes en la vida de cualquier atleta.
Hay muchas etapas en la vida de un deportista profesional que son extremadamente duras y poco conocidas. La imagen pública suele idealizarlos como superhéroes: saltan, corren, parecen sobrehumanos. Sin embargo, son seres humanos como cualquiera, con capacidades atléticas y técnicas admirables, pero también con miedos, inseguridades y emociones.
Los deportistas lloran, necesitan cuidado, cariño y, sobre todo, ser escuchados. Uno de los grandes problemas en el deporte es que rara vez pueden expresar sus vulnerabilidades por miedo al juicio ajeno. Este es un ámbito donde todavía queda mucho por aprender y avanzar, porque la salud emocional de los deportistas debería ser tan importante como cualquier aspecto técnico o físico.
Ojalá te veamos pronto en el mundo del baloncesto porque con tu experiencia y tus conocimientos pienso que podrías ayudar a mucha gente. Has vivido momentos muy buenos, no tan buenos… Además, has tenido varias vidas, el baloncesto, las montañas, la meditación… ¿Te gustaría estar vinculado al baloncesto?
Estudio Psicología por vocación y por la pasión de poder poner mis conocimientos al servicio de las personas. Estar vinculado al deporte sería algo extraordinario para mí, ya que ha sido una parte fundamental de mi vida desde que tenía cinco años. Sin embargo, no tengo claro si me dedicaré exclusivamente al ámbito deportivo, porque soy una persona con muchas inquietudes y curiosidad por explorar diferentes áreas. Aun así, me encantaría que el deporte ocupase un lugar importante en mi futuro profesional.
Ahora mismo estás metido en varias situaciones.
Actualmente estoy en la recta final de la carrera de Psicología, realizando mis prácticas en Madrid. Además, paso una parte importante de mi tiempo en Sudamérica y Latinoamérica, donde trabajo con diversas personas, incluidos deportistas. Tengo en marcha varios programas, entre ellos uno de Mindfulness y otro dirigido a coaches y psicólogos deportivos. Vivo a caballo entre dos continentes, pero estoy satisfecho con la dirección que ha tomado mi vida profesional.