Uno de los actos que nos define como humanos alfabetizados es coger una hoja de papel e intentar escribir una obra imperecedera o bien dibujar, distraídos, un puñado de penes. Posteriormente, si el resultado que contemplamos no es de nuestro agrado, realizamos otro gesto que delata nuestra humanidad: arrugamos la hoja hasta convertirla en una bola y buscamos con la vista una papelera. Y si está algo alejada o hay obstáculos de por medio que dificulten el lanzamiento, aceptamos el reto con fruición.
Análogamente, desde que el baloncesto es baloncesto, la posibilidad de introducir el balón en el cesto desde una posición cada vez más complicada ha ido íntimamente ligada al desarrollo del juego. Obviando la distancia, conseguir encestar desde ángulos inverosímiles es tal vez el reto que más oscura satisfacción despierta entre jugadores y aficionados. Así, tarde o temprano en una disputa o una sesión solitaria de tiro, siempre acaba entrando en danza el tablero y, siendo más concretos, su lado oscuro, su reverso tenebroso: es decir, intentar conseguir una canasta lanzando desde donde no brilla el sol. O describiéndolo más prosaicamente, meterla desde detrás del tablero.
Yo también fui a EGB
En la mayoría de los colegios, además de las clásicas porterías con franjas blanquirrojas, contábamos con canastas en el patio: tablero de madera, estructura metálica anclada al suelo, aros rígidos sin red y suelo de hormigón desconchado. En esas condiciones tercermundistas practicábamos un juego que nos entusiasmaba y que aún hoy, cuando desafiamos nuestro sentido del ridículo y rompemos puntualmente la promesa que nos hicimos en 2003 de abandonar toda actividad física, solemos retomar: el que en algunos sitios llaman HORSE y que aquí, o al menos en nuestro entorno, denominábamos «a obligar».
Se trataba de encestar desde una posición cualquiera para obligar al rival a convertir la canasta desde el mismo lugar. Si fallaba se le añadía un punto (o un estado clínico: herido, grave, muerto), hasta llegar a un máximo establecido, momento en el cual el juego terminaba (en el caso de HORSE se le añade una letra hasta completar la palabra). Durante el desarrollo del juego se barajaban diversas tácticas similares a una campaña militar: desde guerras de desgaste anotando continuamente a un par de metros del aro acompañadas de una campaña de propaganda para desestabilizar mentalmente al rival (lo que llamábamos «hacer embrujaditas»), hasta buscar bombardeos estratégicos mediante lanzamientos descabellados, ya sea el clásico tiro desde media cancha o, y ahí es donde queríamos llegar, desde detrás del tablero.
Si el juego se desarrollaba en las canastas situadas en el patio cubierto, que en general estaban colgadas del techo en una posición amenazante que recordaba a la de un murciélago, el lanzamiento gozaba de un plus de dificultad al tener que evitar la estructura portante. En todo caso, estudiabas cuidadosamente la ubicación de tus pies para que el contrincante, aun impulsándose con todas sus fuerzas, lo tuviera muy jodido para conseguir un ángulo limpio de obstáculos.
Había otras versiones del juego más creativas que además obligaban a adoptar exactamente la postura con la que había lanzado el rival y que, como imaginarán, acababa con filigranas en general inverosímiles y lo más complejas posibles, intentando hacer realidad el sueño de ser Nadia Comaneci en Matrix.
Pero los puristas, que solíamos ser también los peor dotados en flexibilidad, preferíamos simplemente el lanzamiento. Y allí te disponías, tras ese tablero opaco (no como los transparentes de los profesionales) a buscar una posición adecuada, que conjugara satisfactoriamente tus propias aptitudes y los defectos del rival.
Un poco de geometría y una Royal con queso
En el principio las canastas eran cestos de melocotones y los campos se medían en pies. Más de un siglo después, la mejor liga del mundo, la NBA, sigue estableciendo sus dimensiones reglamentarias en medidas anglosajonas mientras que en el mundo FIBA, el otro gran mercado baloncestístico, lo hace mediante el sistema métrico internacional porque, parafraseando a Vincent Vega de Pulp Fiction, suponemos que no sabrían qué cojones son 94’x50′.
Por ejemplo, la anchura de una cancha NBA es de cincuenta pies, que equivalen a unos quince metros con veinticuatro centímetros; por su parte, la de un campo de juego FIBA se redondeó a quince metros, lo que da lugar a una diferencia de poco más de un palmo. ¿Que carece de sentido que no hayan unificado las dimensiones del campo? Bueno, aún más ridículo es el fútbol puesto que sus dimensiones reglamentarias están dentro de una horquilla absurdamente grande: entre noventa y ciento veinte metros de largo y entre cuarenta y cinco y noventa de ancho. Sí, algo más de un palmo.
Tras los ajustes de la última década en lo referente a la línea de tres puntos y al diseño de la zona, la forma de un campo NBA y uno FIBA se asemeja bastante, aunque las medidas son diferentes debido a redondeos similares al que acabamos de comentar. Todo este preámbulo se justifica porque, en una solución de compromiso, tomaremos unas medidas aproximadas para definir la Zona de Sombra, la superficie donde tiene lugar el reinado del terror del tiro parabólico por encima del tablero.
Les animamos a que cojan una hoja de papel y dibujen media cancha, en planta, a la escala que quieran. Para redondear, la anchura será de 15 unidades y la longitud de 14. El centro del aro está a 1,6 unidades de la línea de fondo (y tiene de diámetro 0,45 unidades), mientras que la parte trasera del tablero está a 1,2 unidades, siendo su anchura de 1,8.
Si tenemos en cuenta que el balón tiene de diámetro 0,24 unidades y lo encajamos en el aro en la posición más favorable para nuestros intereses (aquí ya tienen que trabajar un poco), podemos trazar la teórica trayectoria límite desde cada lado evitando el tablero. Bien, pues si se dibuja con un poco de cariño esa trayectoria límite, esta cortará la línea de fondo a unas 4,7 unidades del eje longitudinal del campo, casi a medio camino entre el pie de la zona y la línea de tres puntos. Entre la línea de fondo, el tablero y esas dos trayectorias, queda definida una superficie trapecial: la Zona de Sombra. Ese croquis les servirá para descubrir qué lanzamientos legendarios se han visto realmente dificultados por el tablero.
«Separar a los hombres de los niños»
La primera canasta al máximo nivel anotada lanzando desde detrás del tablero se otorga históricamente a Larry Bird, y sucedió en 1986 durante un partido de pretemporada contra Houston Rockets. Un balón que se le escapaba de las manos al alero de los Celtics bajo el tablero (claramente en la Zona de Sombra) lo convirtió en un tiro portentoso a la pata coja mientras giraba el pie de apoyo en un ladrillo. La hazaña de que sea la primera que se consiguió en la NBA la refrenda el hecho de que uno de los árbitros quisiera anularla porque la consideraba ilegal.
En cierto modo tenía razón porque existe una regla en la NBA que puede dar lugar a esa interpretación: si el balón pasa por encima del tablero, aun no tocando el soporte, se considera saque de fondo, aunque esa regla estaba realmente pensada para los balones que rebotan en el aro y pasan por encima del tablero. Finalmente, la canasta se dio por válida, y los árbitros han venido interpretando desde entonces que lanzar a canasta pasando por encima del tablero es un lance más del juego (en el baloncesto FIBA, en otra de esas pequeñas diferencias, mientras el balón pase por encima sin tocar el soporte o la parte posterior del tablero, sigue estando en juego).
En cambio, otra jugada legendaria que se suele mencionar cuando se habla de canastas desde detrás del tablero no lo es a la vista de nuestro croquis. Estamos hablando del tiro de tres de Jeff Malone con los Bullets en 1984, que derrotó a los Pistons en el último segundo. Se trata de un lanzamiento milagroso desde más allá de la línea de fondo, en escorzo y saltando fuera del campo, pero que estrictamente no se realizó desde detrás del tablero.
Asimismo, otra famosa canasta ganadora del propio Bird contra los Blazers con dos hombres encima y junto a la línea de fondo en enero de 1985 tampoco se consiguió desde dentro de la Zona de Sombra. Por otro lado, un famoso fade away de Michael Jordan en el quinto partido de la final de 1998, a la vista de las imágenes no acaba de estar muy claro si lo consiguió realmente desde detrás del tablero.
Tras el lanzamiento inédito de Bird del 86, raro es el año en el que no haya una canasta similar o, al menos, con poco ángulo en la NBA. Este recurso, no obstante, está ligado a tiros a la desesperada porque se acababa el tiempo o buscando la continuación tras una falta personal para obtener un 2+1. La lista de jugadores de la NBA que han conseguido canastas lanzando desde detrás del tablero es larga y combina nombres de primer nivel con otros de perfil más bajo: Michael Jordan, LeBron James, Kobe Bryant, Allen Iverson, Kyle Korver, Rudy Gay, Desmond Mason, Monta Ellis, Horace Grant, Rajon Rondo, Marco Belinelli, Marvin Williams, Anthony Carter, Corey Brewer… pero merecen ser destacados dos casos por su radical diferencia de ejecución.
En el primero de ellos, Predraj Stojakovic, jugando con aquellos añorados Sacramento Kings, en 2002 encestó un tiro maravilloso sobre la defensa de Michael Jordan, por aquel entonces en los Wizards. El alero serbio intentó penetrar a canasta y cuando el pívot Jahidi White salió a hacer la ayuda a Jordan, Stojakovic se cuadró, con la zapatilla pegada a la línea de fondo y realizó un lanzamiento perfecto por encima del tablero. Doug Christie, en cambio, en un final de cuarto de un anodino Toronto Raptors contra Vancouver Grizzlies de finales de los noventa, se lanzó una manoletina de espaldas y a una mano que entró limpiamente pasando por encima del tablero y el marcador. Esta última fue un formidable churro a la remanguillé, mientras que la de Stojakovic fue fruto del talento.
La parte trasera del tablero, como objeto lúdico y de fijación casi freudiana, ha tenido sus momentos de gloria en el acto circense por excelencia de la NBA: el fin de semana de las estrellas. Así como Ricky Rubio batió en la edición de 2012 un dudoso récord del mundo de canastas desde detrás del tablero (consiguió dieciocho en un minuto), en el concurso de mates se han visto vistosos ejemplos de dunks con el jugador emergiendo en el aire desde detrás del tablero (por ejemplo, Andre Iguodala en 2006 o Rudy Fernández en 2009) o con el cuerpo por detrás del tablero (como Dwight Howard en 2008), en este último caso homenajeando indirectamente al increíble aro pasado que realizó el fabuloso Julius Erving en la final de 1980 volando entre jugadores de los Lakers por detrás del tablero para acabar la jugada con un delicado golpe de muñeca.
En fin, todos estos nombres ilustres tuvieron en un momento de sus carreras la oportunidad de exhibir al máximo nivel aquel desafío que, en el patio de colegio, muchos afrontamos: buscar una canasta imposible para la cual no hace falta ser un gigante ni un portento físico.
Antes de 1986, yo vi a Wayne Brabender meter una canasta inverosímil pasandola por encima del tablero en el antiguo Pabellon de la Penya de Ausiàs March