Perfiles

Amputado, enfermo y pobre, la muerte de Yashin a imagen y semejanza de la URSS

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Lev Yashin (Foto: Cordon Press)
Lev Yashin (Foto: Cordon Press)

Lev Ivanovich Yashin murió el 20 de marzo de 1990. Era considerado por muchos el mejor portero del mundo. Dijo adiós a este mundo en un hospital de Moscú meses antes de que desapareciera la Unión Soviética, un país en el que su figura había tomado un protagonismo de primer orden en la propaganda relacionada con el deporte.

En la URSS, había idolatría hacia la figura del portero. Desde novelas, como Zavist, de Yurii Olesha, en la que la burguesía se niega a aceptar los cambios que introducía el socialismo, se sigue aferrando a ideales caducos, pero para desafiarles aparece el personaje de Volodya Makarov, un joven portero de fútbol socialista hasta los huesos. Íntegro y trabajador, con espíritu de equipo ante todo, era una encarnación de lo que se pretendía que fuera el Nuevo Hombre Soviético.

Más adelante, en los años 30, la película Vratar (El Portero) de Semen Timoshenko llenó las salas. El portero del film tenía su momento estrella jugando contra Alemania, así que esa posición en el campo de fútbol quedó grabada también como la de un protector de fronteras. El miedo a la invasión nacionalsocialista y su posterior confirmación hicieron el resto.

En otras latitudes no es muy distinto, no hay más que ver el papel de la selección española en la Eurocopa cómo ha tratado de ser instrumentalizado por opciones políticas. Este gusto del poder y quienes lo anhelan por emplear el deporte para sus fines es tan antiguo como el deporte mismo. Entretanto, el que asiste inocentemente al despliegue propagandístico queda marcado. Eso lo que le pasó a nuestro protagonista. A Yashin le fascinó Vratar cuando tenía 7 años y fue decisiva para que, cuando jugaba al balón con sus amigos, decidiera adquirir ese rol. El resto es historia. En la URSS, Yashin jugó cuatro mundiales entre 1958 y 1970. Es el único portero galardonado con el título de Jugador Europeo del Año de la UEFA y el Balón de Oro. Posteriormente, la FIFA creó el premio Lev Yashin al mejor portero e incluyéndolo en el World cup all-time team.

Venía del hockey y medía 1,85. Una información que se decía o se leía, pero no se veía. En aquel entonces, no había muchos vídeos, o al menos no como ahora. Pero si se recuerda por algo a Yashin era por sus salidas del área. Como un portero moderno, contemporáneo, le gustaba jugar con el pie y participar en la salida del balón. Fue un revolucionario. Así lo dijo France Football cuando le dio su galardón, dijo que había creado un concepto completamente nuevo, el del portero que se convertía en un centrocampista adicional.

Lev Yashin (Foto: Cordon Press)

Además, cuando se retiró en 1970, el fútbol soviético inició cierto declive y eso le hizo quedar más grabado que nadie en la memoria de los aficionados de su país. Además, fue un one-club man, pasó toda su carrera en el Dinamo de Moscú. Sus números siguen siendo una locura. Entre su equipo y la selección, paró más de 150 penaltis y dejó 270 porterías a cero. Cuando estaba en activo, antes de cada partido, se fumaba un cigarro para calmar los nervios y se tomaba un vaso de vodka para tonificar los músculos.

A los 18 años, ya había sufrido un derrame cerebral. Jugaba con el equipo de una empresa metalúrgica y le pasó en el terreno de juego. Estaba exhausto, pero de trabajar. Llevaba seis años en la cadena de montaje de la factoría produciendo metal para alimentar la maquinaria de guerra. Decidió abandonar la práctica del fútbol y se metió en el ejército. Sin esperarlo, allí se volvió a relanzar su carrera.

En España, se le conocía en los años 60 como una obsesión. Era La araña negra, y todos le admiraban y temían, aunque pocos le habían visto. Como contó Iribar, solo lo había visto en fotos,m pero se lo imaginaba. Cuando Marcelino le metió el gol de la Eurocopa de Franco, el soviético tenía ya 34 años, pero aquello se vivió como una hazaña inimaginable. Pero él ya estaba de vuelta. Ya había ganado una Eurocopa contra Yugoslavia, que era un enemigo más odiado por Moscú que la España fascista.

Su muerte no tuvo demasiada publicidad fuera de las fronteras de una URSS a la que le quedaban pocos meses de existencia. Fue fumador y bebedor y le tuvieron que amputar una pierna en 1986 ya que, por su tabaquismo, tuvo un coágulo de sangre que le bloqueó el flujo sanguíneo y le desarrolló gangrena. Se pasó la vida con dolores de estómago por lo mal que se alimentó durante la guerra. Cuando sufrió el primer derrame en 1982, le tuvo que enviar medicamentos Max Merkel, el que fuera entrenador de Sevilla y Atlético de Madrid. También sufrió dos ataques cardiacos, varios derrames cerebrales, pero lo que se lo llevó fue un cáncer de estómago derivado de una úlcera. Su madre le sobrevivió y su fotografía llorando en su tumba dio la vuelta al mundo.

En estas condiciones, Yashin siguió participando en todo tipo de actividades benéficas. Había alcanzado el grado de coronel de la armada soviética. En 1989, por ejemplo, se disputó un partido de homenaje al que acudieron grandes estrellas y fue condecorado con la Orden de Héroe del Trabajo Socialista. En 1967, ya le habían dado la Orden de Lenin. ¿Y qué hizo él con tanta medalla en la solapa? Sufrir.

Los reconocimientos pomposos eran lo opuesto a su personalidad, pero no pudo evitarlo, porque trascendió la política de un lugar asfixiado por la política. En su funeral en Moscú, se paralizaron por completo zonas de la ciudad. Cinco meses antes, en Berlín ocurría lo mismo, pero porque había caído el Muro. Días antes, seis repúblicas ya habían abandonado la URSS. De alguna manera, su final se convirtió en la metáfora de la Historia, con mayúscula.

Primer monumento a Lev Yashin en Moscú (Foto: Cordon Press)
Primer monumento a Lev Yashin en Moscú (Foto: Cordon Press)

Amputado, sin riego en el cerebro, con un cáncer comiéndole por dentro y un corazón que había dimitido años atrás, la muerte del portero soviético era la de la propia Unión Soviética. Su vida fue la vida de la URSS. Había sido niño en los años 30, cuando la Revolución anunciaba metas muy diferentes a las que se obtuvieron y supo lo que eran las privaciones durante la Gran Guerra Patria, tuvo que ser evacuado junto a su familia mientras su barrio era bombardeado por la Luftwaffe en 1941. Se instalaron en Ulyanovsk, a 800 kilómetros de la capital, y padre e hijo se pusieron a trabajar produciendo balas.

Con la llegada de los años 90, toda la simbología soviética fue barrida de la vida de los rusos. Había un ansia por renovarse, por alcanzar a occidente en el desarrollo y las libertades que no se debieron perder en 1917, pero el proceso fue otro desastre. El país cayó en manos de mafias de toda clase engendradas en el propio sistema y el resultado fue la llegada de un capo dei capi bien conocido: Vladimir Putin.

Hasta ese momento, lo vivido fue una experiencia traumática para millones de personas que dejó una huella imborrable. Aun así, en esas condiciones, en plena era iconoclasta y adopción de la cultura occidental en su peor versión, se siguieron levantando estatuas a Yashin. Eso no se olvidó, aunque la fiebre por nombrar calles y rendir homenajes estaba dirigida a los personajes prohibidos por los comunistas, todos los de la época zarista.

Las dos primeras en honor a Yashin fueron obra del escultor Alexandr Rukavishnikov. En ese momento Rusia no inventó nada nuevo, los años 90 fueron el inicio de la moda de levantar estatuas a futbolistas. Rukavishnikov, en cambio, ya tenía experiencia previa. Todos los grandes del fútbol soviético fueron llevados a la piedra con sus manos.

En el caso de Yashin, en el primer monumento que le hizo lo retrató despreocupado paseando. La estatua no tiene pedestal, algo muy importante relacionado con la personalidad del portero. No quería estar por encima de sus conciudadanos, no quería ser más, era un personaje accesible. Con unas manos enormes, sostiene un balón de fútbol diminuto, una forma de mostrar el dominio que tenía sobre la pelota, pero a la vez aparecía con la rodilla vendada, lo que también ponía de manifiesto su vulnerabilidad.

Segundo monumento a Lev Yashin en Moscú (Foto: Cordon Press)
Segundo monumento a Lev Yashin en Moscú (Foto: Cordon Press)

Estaba situada en los jardines que rodean el estadio Luzhniki, el de su club de siempre, el Dinamo. A su lado están monumentos del mismo autor a Starostin y a Strelsov, uno del Spartak de Moscú y otro del Torpedo. Esto indica que la que más pesa es la del portero, que arrastra a las otras dos a los terrenos de su club.

La segunda estatua llegó en 1999, esta vez tenía detrás una portería, o al menos la escuadra. El guardameta volaba sobre ella para atrapar el balón con su mano izquierda. Se ha dicho que representaba la ascensión del portero, del santo, aunque otras visiones se centran en la red de detrás, una telaraña o una trampa que podía haber atrapado al personaje. También se ha asociado esa portería en diagonal con las vanguardias artísticas revolucionarias, las que vivió el niño Yashin y que han quedado para siempre en la iconografía que recuerda lo soviético.

La zona actualmente ya no tiene nada que ver. El estadio fue demolido para construir uno nuevo y alrededor hay oficinas y comercios modernos, cafés y restaurantes. La amenaza del olvido convive con la propia experiencia vital del guardameta. Como a cualquier otro futbolista, cuando tuvo malas actuaciones, nadie fue fiel a su héroe. En el Mundial del 62 se cuestionó su papel y fue escogido como chivo expiatorio. Se decía que ya estaba pensando en qué pensión le iba a quedar por sus años de fútbol y los aficionados rompieron a pedradas los cristales de su casa. Graciosamente, nadie había podido ver el partido. Todo fue leído en el periódico.

Esa distorsión entre la realidad y lo he escrito caracterizó el declive del comunismo. Y con él se fue Yashin, quien para abundar en la metáfora, después de todo lo que había sido, un símbolo de uno de los estados más poderosos del mundo, murió pobre.

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