Emiliano Rodríguez Rodríguez (San Feliz de Torío, León, 10-6-1937) presume de que una de sus nietas, Emma, ya entra en los planes de la Federación Española de Baloncesto. Se puede esgrimir una tormenta de datos para ponerle en perspectiva (1.243 partidos, 20.116 puntos, 17 temporadas en activo, 175 veces internacional, 12 Ligas, 9 Copas, 4 Copas de Europa…), pero todo se queda corto para expresar que es el primer gran mito de la canasta nacional.
Y todavía muy lúcido está entre nosotros, con 86 años y conduciendo su propio coche, con el que ha llegado al hotel de Torrelodones donde se desarrolla la charla. Atrás y adelante con historias de otro baloncesto y otra España. Una pareja de La Coruña que seguro que no le ha visto jugar le pide una foto, pero es que es de las pocas personas en este país a las que se la reconoce simplemente mencionando su nombre de pila.
¿Cómo está de salud?
Bien. Acabo de pasar ahora un chequeo muy completo. Me han hecho un electrocardiograma y me han dicho que del corazón estoy bien. Hace unos años me pusieron tres by-pass porque tenía no sé qué historias. El cardiólogo me dijo que se nota que usted pasea mucho. Estoy bien, pero siempre con esos interrogantes de los médicos.
También hago bicicleta estática y trato de no pasarme demasiado con la comida, aunque estas últimas navidades lo he tenido difícil. En la pandemia me llegaron a ingresar cinco días. Fueron los mejores de mi vida porque estaba en el hospital al lado de casa sin que nadie me visitase y sin escuchar a mi mujer diciendo «Emiliano, tráeme el pan», «Emiliano, vete a hacer esto»… (risas).
¿Qué hace un día normal?
Desde hace diez años participo en una sociedad que distribuye productos de limpieza. Eso ocupa mucho mi tiempo, ahora amparándome en el teletrabajo. No sabría estar en casa sin hacer nada. Incluso mientras jugaba estuve siempre en el mundo de las relaciones comerciales.
Estudié para ser perito industrial y llegué a terminar, aunque nunca llegué a ejercer. Para los de mi generación el baloncesto nunca fue un fin en la vida. Sí una etapa muy importante, y me dediqué en cuerpo y alma durante años, pero sabiendo que la vida continuaba después de jugar. Apoyado en la imagen y la popularidad que me dio el baloncesto lo que he ido haciendo es gestión comercial.
Dejé de jugar en 1973. El Madrid me ofreció entrenar en las categorías inferiores y no me disgustaba, pero en aquel momento no me compensaba tras haber jugado durante trece temporadas teniendo que ganar siempre. Había pensado muy bien que mi vida no iba a ser únicamente el baloncesto.
Con una familia hecha y un trabajo encaminado, era lógico y normal que mi mente ya no estaba en seguir, máxime cuando en un club como el Real Madrid, en infantiles, juveniles, juniors y su primer equipo hay que jugar para ganar siempre.
Eso sí, lo que no desapareció de mis venas fue el baloncesto y ello me llevó a organizar campus en colaboración con Nino Buscató durante las vacaciones del verano. Lo hicimos más de diez años seguidos en lugares como Málaga, Pontevedra, Venquerenca, Huelva, Viveiro… Iban conmigo alguno de mis hijos y alguna vez también nos acompañó mi primera esposa, Josefina, que en paz descanse, y después Cuca, mi mujer actual.
Su padre era el jefe de la estación de ferrocarril de La Robla, en la línea que unía León con Bilbao. Allí le trasladaron cuando usted no tenía ni un año de vida. ¿Cómo fue su infancia en aquellos años 40?
La estación donde nací, San Feliz de Torío, está a siete kilómetros de León. A mi padre lo mandaron como jefe de tráfico a las oficinas centrales de la compañía, que estaban en Bilbao, una vez que la ciudad fue tomada por el ejército nacional en la Guerra Civil. Yo tenía ocho meses.
Estábamos mucho en la calle cada vez que podíamos y jugábamos al fútbol. Vivíamos muy cerca del funicular de Artxanda, muy próximo a lo que hoy es el Guggenheim. Bilbao era muy oscuro, felizmente, era muy lejano al actual. La desaparición de los altos hornos fue importante para que el ambiente fuese distinto. Los edificios estaban todos oscuros. La polución era increíble.
¿Realmente tuvo la oportunidad de jugar al fútbol en el Athletic? ¿O es leyenda dentro de la biografía de una leyenda?
Es cierto. A los 10 años me llevaron a los Escolapios para hacer el Bachiller. En el patio en los primeros años no había canastas y jugábamos al fútbol. Yo destacaba supongo que por mis condiciones físicas y jugué algunos torneos contra otros colegios. En uno de ellos, cuando tenía 15, unos señores se acercaron a pedirme los datos y cuando me preguntaron dónde había nacido, la cosa se quedó muy fría. «Chaval, que tengas mucha suerte», me dijeron.
Solo querían jugadores nacidos allí o de origen vasco y yo era de origen castellano. Era central, como Jesús Garay, que era mi ídolo. Luego tuve la suerte de conocerle en Barcelona más adelante.
¿Por qué no llegó a ser internacional junior con la selección a pesar de su ya extraordinario rendimiento en el Águilas, el equipo de los Escolapios?
Yo creo que en aquella época no existían las categorías juniors, que empiezan ya cuando el baloncesto se populariza más con la aparición de la televisión y todos los clubs comienzan a darle más importancia. En mi época no existían. Jugué en el colegio Calasancio con 15 años y a los 16 me pasaron al Águilas.
Después fichó por el Aismalíbar, empresa de Montcada y Reixach, en Barcelona…
Vino a verme a Bilbao un entrenador norteamericano que daba clínics en distintas ciudades llamado Dayton Spalding. Yo entonces tiraba de lejos en suspensión con dos manos, pero todavía sin mucho éxito. Fue Spalding el que habló de mí entre otros al Aismalíbar, diciendo que yo tenía muchas posibilidades. Cuando fuimos con el Águilas a Zaragoza a jugar la Copa del Generalísimo nos eliminaron a la primera, pero allí me vieron jugar.
El Madrid también se interesó entonces. Pedro Ferrándiz me explicaba que pasaría el primer año en el Hesperia, que era un filial, y que después pasaría al Madrid. Pero terminé yendo al Aismalíbar porque Eduardo Kucharski puso mucho interés. Le conocí en 1958, la primera vez que me convocaron para la selección española para un partido contra Suiza. «Si te vienes con nosotros, irás al Madrid mucho más formado», me dijo.
Mis padres no pusieron muchas facilidades y me dijeron que cómo iba a irme solo a Barcelona, pero Kucharski cogió un avión y se vino a Bilbao. Comimos con él en Sondika. Les convenció sin hablar de dinero ni de nada, solo diciéndoles que estaría muy pendiente de mí. Mi padre no se atrevió a decir nada.
Fue verdad porque me dedicó mucho tiempo y estuve a menudo en la casa de su familia. Paco Díez, una de las personas que había promovido el baloncesto en Bizkaia y el que había organizado el Águilas, también me animó a marcharme.
En Barcelona estuve en una residencia de estudiantes, la Ramón Llull, donde yo tenía el privilegio de poder repetir el segundo plato. Lo pasé muy bien con amigos a los que no he vuelto a ver, como Carlos Porta, que era de Tarragona y estudiaba Medicina, y Santino Abril, de Oviedo. La residencia estaba a 100 metros de donde tenía Kucharski sus negocios, un taller de estampación de tornillería.
Entrenaba con él en el club Laietano, donde empezó el baloncesto en España, también allí al lado, corrigiéndome los tiros. Con el tiempo me di cuenta de que Kucharski y el Madrid estaban de acuerdo en que yo jugase allí.
¿Es cierto que Kucharski le enseñó el tiro del que luego hizo gala después de observar a los grandes jugadores de la selección olímpica de Estados Unidos en Roma 1960?
Disputamos un Preolímpico en Bolonia, lo hicimos muy bien y nos clasificamos. Antes de los Juegos tuvimos un partido amistoso contra Estados Unidos en Lugano y allí es donde vimos que gente como Oscar Robertson, Jerry West y Walt Bellamy eran unos monstruos ante los que éramos impotentes.
Se te ponían delante con aquella envergadura y era impresionante. Kucharski pidió un tiempo muerto a los tres minutos y nos dijo: «¿qué os pasa?». Nosotros le respondimos que no pasaba nada, que no podíamos pasar el balón. Jugamos decorosamente, pero nos dieron una paliza [91-59]… Jerry West tiraba perfectamente en suspensión. Le idealicé y traté de imitarle. Nuestro baloncesto estaba en pañales en técnica individual. Más adelante, el minibasket fue muy importante para que los chicos aprendiesen el manejo de balón.
Lo pasamos muy bien en Roma, conviviendo con los mejores deportistas. Te llamaba la atención todo. Por ejemplo, me fijé en que el brasileño Amaury Pasos jugaba con los tobillos vendados. Le pregunté y me dijo que era para evitar lesiones. En el Madrid me puse a hacerlo yo, aunque a mi manera. Es algo que se sigue haciendo hoy en día.
¿Cómo fue su relación con Antonio Díaz-Miguel?
Fue un gran amigo mío. Cuando llegué a Madrid, la idea era que yo fuese a un colegio mayor, pero no pudo ser porque entrenábamos de diez a doce de la noche y era un horario incompatible. Así es que me tuve que ir dos meses a un hostal llamado La Guipuzcoana, cerca de la plaza de Callao.
Antonio vivía en una pensión de la calle Ramón de la Cruz, con doña Nina, y me dijo que me fuese con él, pero al final no pudo ser. Luego su primera mujer era de Bilbao y cuando jugaba allí se quedaba en mi casa para poder estar un día más. Cuando llegó a la selección nos pidió a Clifford Luyk, a Nino Buscató y a mí que le ayudásemos.
A los dos años de estar en el Real Madrid estuvo a punto de regresar a Barcelona…
Sí. Raimundo Saporta, una de las personas que más me influyó y que sería muy importante para mí, me llamó diciéndome que había dudas sobre mantener la sección porque costaba mucho. Yo todavía compatibilizaba el baloncesto con los estudios. En Barcelona había dejado a mi novia, Josefina. Mi idea era volver allí y casarme. Cuando me dijeron esto no hubo un desencanto.
Llegué a pedirle permiso a Saporta para volverme a algún equipo de Barcelona al tiempo que me daban un trabajo. En principio, iba a volver para jugar en Aismalíbar y trabajar en la fábrica. El dinero del baloncesto no era tan importante para nosotros. Te daba para comprarte un cochecito y un pisito.
El año después a retirarme yo hubo un salto cuantitativo. Sin embargo, Kucharski me dijo que no iban a hacer equipo la siguiente temporada, así es que seguí en el Madrid. No sé si me hubiese ido al Joventut o el Barcelona. Tenía muy buenos amigos en el Barça, pero nunca lo pensé. Además, ellos sí que cerraron la sección un tiempo.
La siguiente temporada, la 62-63, hubo un momento importante. Jugamos la Copa de Europa contra el Honved y perdimos la ida por ocho puntos en Hungría. En la vuelta, nosotros ganamos por ocho y entonces el reglamento establecía que para deshacer el empate se disputaba un tercer partido en el mismo sitio 24 horas después. Saporta manejó muy bien para que se televisase ya que estaban allí ya las cámaras. Tenía una visión de futuro impresionante. El baloncesto se popularizó y me mejoraron el contrato tres años.
¿Cómo de competitivo y ganador era aquel equipo?
En la Liga Nacional éramos muy superiores. Incluso hubo algún año en el que no perdimos ningún partido. El club traía a los mejores de cada provincia, siempre estaba muy atento a debilitar a los rivales para potenciarse a sí mismo. Entonces jugábamos solo cinco o seis cada partido. El resto eran excelentes compañeros. Entrenaban como si se jugasen la vida aun sabiendo que no tendrían apenas minutos. Eso nos hacía mejorar.
Gente como los hermanos Ramos, Cristóbal Rodríguez y Vicente Paniagua primero y luego Carmelo Cabrera, José María Prada y Rafa Rullán, que estuvo mucho tiempo a la sombra de Clifford Luyk. A Ferrándiz no le gustaba mover el banquillo y me solía decir «Emiliano, no hagas más personales», cosa que a mí no me gustaba que lo dijera.
¿Qué sensaciones tuvo al viajar a la URSS por primera vez?
Fuimos con mucha curiosidad a un país que no había visitado oficialmente ningún español. Moscú nos impresionó con sus dimensiones y fuimos al Kremlin, pero no tuvimos mucha ocasión de mezclarnos tampoco. Y me ocurrió algo. Después de terminar la carrera de Peritaje Industrial hice dos cursos en la Escuela Oficial de Periodismo y recibí el encargo de Alfredo Amestoy, que era de Bilbao, de intentar enterarme de cómo vivían allí los jugadores de élite.
Eran tíos muy potentes, con buena técnica, trabajaban por encima del resto de Europa. Resultó que todos ellos eran militares y tenían la vida resuelta. Lo publicamos en el diario Pueblo, que lo dirigía Emilio Romero, y salió en páginas que no eran deportivas. El Ministerio de Asuntos Exteriores se quejó al Madrid diciendo que no gustaban esas cosas, que era mejor no meterse.
Me llevaron incluso ante Santiago Bernabéu y me dijo: «nos parece muy bien que hagas periodismo, pero mientras juegues con nosotros no vuelvas a escribir ningún tipo de artículo relacionado con tu vida ni con la de ninguno de tus compañeros».
Me gustaba mucho el periodismo y más adelante, cuando acabé en el baloncesto, haría algunas colaboraciones más, pero no logré terminar la carrera, pese a que me dijeron que me pondrían facilidades. Tenía mi trabajo y mi familia y no llegaba a todo. Es una de las cosas de las que más me arrepiento.
¿Fue el Real Madrid de baloncesto al igual que el de fútbol también el «equipo de Franco» como decían popularmente sus detractores?
Nunca oí que se escribiera sobre ese tema en el baloncesto. Eso se decía en el fútbol, pero en el baloncesto nunca se sostuvo semejante cosa. Fuimos los equipos de don Santiago Bernabéu y don Raimundo Saporta. Franco nos recibió dos veces cuando fuimos campeones de Europa.
Ganaron Copas de Europa, accediendo como mínimo a la final durante bastantes años. Dinamo Tbilisi, TSKA Moscú, Olimpia Milán, Spartak Brno o Varese. ¿Cuál fue el mejor equipo al que se enfrentó a lo largo de su carrera?
Los italianos eran muy potentes, con americanos muy buenos, fundamente el Varese. El TSKA era muy poderoso físicamente, que es algo que cada vez se ha ido exigiendo más y que hoy en día es fundamental. Polonia en aquella época era un equipo al que nos costaba mucho ganar, a nivel de clubs también.
Los checoslovacos también estaban también muy fuertes. Fuimos mejorando, sobre todo cuando llegaron Clifford Luyk y Wayne Brabender, lo que nos permitió subir varios escalones en cuanto a competitividad. Ambos fueron muy determinantes.
Usted ya era muy popular por entonces…
Bueno, cuando me casé, a la vuelta del viaje de novios me dejaron un coche para que mi mujer conociese en León al resto de la familia que no había ido a la boda. Y de camino, que es un pueblo que está bajando el puerto de Somosierra, el coche se me quemó. Vinieron a buscarme de un cercano y como en el pueblo había un festival de música y no quedaban habitaciones en los hostales que había, el mecánico nos habilitó un cuarto en su casa y allí pasamos la noche.
Institucionalizó junto a Carlos Sevillano el contraataque en el baloncesto español ¿Se practicaba ya en los inicios de su carrera?
Yo creo que sí. El baloncesto era a base de correr mucho para anotar con la mayor comodidad posible. No había demasiada seguridad en el tiro lejano porque se entrenaba mucho menos los tiros exteriores y sí se tendía a pasar el balón a los pívots, que intentaban imponer su superioridad con su altura. Todos los equipos intentaban desarrollar el contraataque.
Nosotros lo hicimos muy bien sobre todo desde que se incorporan al equipo Luyk, Burguess, Hightower, Johnny Báez, Miles Aiken… Eso nos daba mucha seguridad en la recuperación y en el primer pase que era fundamental. Además, había jugadores que llevaban el balón con muy buen sentido, como Lolo Sainz, los Ramos y Cabrera.
Corbalán se incorporó en mi última temporada, siendo el gran maestro dirigiendo en el campo y en el vestuario. Él y otro excompañero, Cristóbal Rodríguez, siguen siendo muy buenos amigos y asesores de mi salud.
En 1965 el Madrid sentenció la eliminatoria a doble partido de semifinales de la Copa de Europa en la pista del OKK Belgrado, en el que jugaba Radivoj Korac, que anotó 72 puntos, quedándose usted en 29 ¿Tan buen jugador era?
Aquel partido de vuelta duró más de dos horas y media porque ellos lo fueron alargando. Ya había jugado contra Korac en un Europeo en Belgrado, en 1961. Había un premio de un coche al máximo encestador, pero quedé segundo. La verdad es que nunca me había hecho ilusiones porque claro, ¿cómo me lo llevaba a Madrid?
Siempre tuve la inquietud de comprarme una Vespa, pero Saporta me dijo: «No, chaval. Nada de Vespas. Es muy peligroso. Cuando llegue el momento ya te compraremos un coche». Me terminó regalando un 600 la AEBI (Asociación Española de Baloncestistas Internacionales) cuando conseguí ser 100 veces internacional. ¿Korac? Era un fuera de serie, zurdo, tenía mucha envergadura y encestaba con mucha facilidad después de darse la media vuelta.
¿Hubiera podido jugar usted en la NBA en su mejor momento? Ferrándiz viajaba a Estados Unidos en la época ¿le decía a usted si tenía nivel para ello?
El entrenador americano que cité antes, Dayton Spalding, dijo que lo ideal hubiese sido que yo me hubiese ido en aquella época a Estados Unidos, a algún high school y luego pasar a la universidad. Mi condición física era de mucha rapidez, pero no sé si me hubiese conseguido desenvolver en ello.
Me hubiese tenido que poner cachas. Ferrándiz lo intentó porque un verano que volvió de Estados Unidos estaba obsesionado con que yo hiciese pesas y me fortaleciese. No le hice mucho caso. «¿Qué queréis que corra más? Si ya no puedo correr más» le decía.
Sí que convenció a Toncho Nava, que tenía muy buenas condiciones. Lo tuvo varios meses metido en el gimnasio, pero cayó enfermo y tuvo que dejar de jugar mucho tiempo. No se puede hacer ese tipo de trabajo si no está bien dirigido y controlado.
Lolo Sainz, los hermanos Ramos, Cabrera, Corbalán ¿Con cuál de sus compañeros que jugaban de base se entendió mejor?
Como compañeros fueron todos extraordinarios, me querían mucho y me daban el balón si me venían con ventaja. Es un recuerdo muy grato.
¿Cuál fue el rival más duro al que enfrentarse o el que mejor le marcó?
Siempre los del TSKA de Moscú. Y los americanos. La angustia que pasé en Lugano viendo en frente a un tío como Walt Bellamy, una mala bestia. Y en la Liga Nacional había un jugador del Joventut llamado Guifré Gol, que era cuñado de Lluis Cortés. Me creaba dificultades, pero le acababa sacando las cinco personales y le eliminaban.
¿Tenía usted más respeto arbitral por ser una estrella de la época?
No. Los árbitros son como todos: acertaban y se equivocaban. Con Ángel Sancha, que luego llegó a ser presidente del colegio de árbitros, tenía una relación especial. Si me pitaba una falta, levantaba rápidamente la mano y le decía: «hombre, Sancha, que no le he tocado». Chus Codina cuando estaba en el Picadero me agarraba todo el rato de la camiseta y yo me quejaba, pero siempre sin faltarle al respeto a nadie.
¿Cómo era tener enfrente al otro gran icono de su época, Nino Buscató, como rival en sus respectivos clubs y como compañero en la selección?
Tuvimos siempre mucha amistad. Incluso nuestras mujeres se llevaban muy bien.
Hasta compartieron plató en ‘Lecciones con…’, un programa televisivo dirigido por Fernando García Tola en el que impartían clases magistrales dirigidas a un público infantil y juvenil…
El antecedente fue uno igual de tenis. Yo lo vi y fui a Saporta diciéndole que podíamos hacer algo similar de baloncesto. Fue él quien habló con TVE y quien me presentó a Tola, con el que hice una amistad profunda. Incluso le avalé cuando se compró un piso. El programa nos salió bastante bien y los derechos se vendieron a bastantes sitios. La experiencia fue muy positiva. Yo creo que ayudó muchísimo a que subiese la popularidad del baloncesto.
Perdió la oportunidad de estar en un momento histórico del baloncesto español como la plata en el Eurobasket de 1973…
Ahí me equivoqué. Mi último gran torneo fue el Europeo de Essen en 1971. Ir a la selección en verano suponía acudir a concentraciones larguísimas, viajes… Se me hacía ya muy cuesta arriba, aunque había un gran ambiente.
Suele decir que el jugador actual que más le recuerda a usted es Rudy Fernández…
Puede haber una comparación, pero él siempre va a ser mucho mejor, mucho más potente. Más valiente no sé porque valiente yo también lo era. El baloncesto de ahora es mucho más completo y todo alrededor es mucho mejor: las instalaciones, las atenciones a los jugadores… Jugué muchos partidos en pistas de cemento y en pistas al descubierto, que es algo que está hace mucho tiempo desterrado.
Tiene el premio Fair Play de la Unesco ¿Cómo se consigue semejante distinción?
Fui a París a recibirlo. Figura que es por mi deportividad, mi conducta. Es algo que te llena de orgullo y de ilusión.
Tuvo una fugaz y única experiencia como entrenador de un equipo profesional en el Fórum de Valladolid, en la temporada 83-84…
Tras dejar de jugar, mi contacto con el baloncesto fue organizar los campus para niños, muchos de ellos con Nino Buscató. Pero de repente me llamó Clifford Luyk para proponerme entrenar en Valladolid, donde habían cesado a Mario Pesquera. «Vaya embolao en el que me quieres meter», le respondí. Me hizo ilusión, con el riesgo que conllevaba, aunque yo estaba muy metido entonces en el mundo empresarial con empresas del norte.
Nos reunimos y llegamos a un acuerdo por tres años, por bastante dinero. Cuando llegué a Valladolid llamé a Pesquera, al que conocía tiempo atrás de haberle nombrado como director en la zona de una de las escuelas que montaba entonces la Federación Española. Le quería preguntar cómo era el equipo, qué problemas tenía, cómo eran los jugadores. Pues no se quiso poner al teléfono y eso para mí fue un golpe bajo que me costó mucho asimilar.
No lo pude entender porque yo no estuve en una pelea para ocupar su puesto. Cometí el error de quedarme con Gustavo Aranzana, que era su ayudante. Era un chaval que luego ha hecho su carrera. Nunca me entendí con él. Acabábamos los entrenamientos y se iba a ver a Pesquera.
Solo estuve tres meses. Al presidente que me fichó, el doctor Coca, le hicieron un voto de censura al mes de llegar yo y lo echaron. Yo no había firmado un solo contrato en mi carrera como jugador, desde 1958 a 1973, siendo todos compromisos de palabra.
Aquí también sucedió así, pero cuando Coca dejó de ser presidente le dije que yo me iba a mi casa y renuncié a los tres años pactados. Antes de irse me ofreció ir al notario para formalizar el contrato que habíamos pactado, pero no quise. Me pareció poco ético y me fui.
Me encontré seguro y la gente me recibió muy bien. Me ayudaron mucho Clifford y Díaz-Miguel. En el equipo había de todo. Estaba Steve Trumbo, que era muy bueno, y Alex Bradley, que era un americano un poco rebelde.
Los directivos me vinieron con que era un poco rebelde fuera, que se le veía con muchas chavalas, pero yo les dije que no me iba a meter en su vida privada si luego rendía en el campo. Con el que más comunicación tuve fue con Samuel Puente, que había estado en el Real Madrid.
En el tiempo que estuve vino a jugar el Cajamadrid con Brabender. Nos ganaron y Wayne me dijo: «Lo siento mucho». Le respondí que cómo iba a sentirlo, que si era tonto. Es una buenísima persona, muy buen amigo. Jugué seis años con él. Defendía muy bien, era una lapa. No había manera de quitárselo de encima. A veces en los partidos me preguntaba: «Emiliano, ¿quién te ha dado, que voy para allá?».
En las primeras elecciones municipales tras la vuelta de la democracia (1979) fue elegido concejal del ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón y después fue nombrado primer teniente de alcalde. Además, fue portavoz de la UCD en la Diputación Provincial de Madrid ¿Cómo fue la experiencia en la política?
Vivía feliz con mi trabajo, pero un día me llamó Antonio Clavet, alcalde de Aranjuez y padre de Pato y Pepo, que hicieron carrera como tenistas tras presentarles yo a Manolo Santana. «Me ha dicho José Rosón [entonces gobernador civil de Madrid, luego ministro del Interior] que tienes que ir a la lista de UCD de Pozuelo, que personas como tú son muy necesarias ahora en la política».
Yo estaba algo alejado de ese mundo, aunque leía los periódicos y estaba informado. Pensaba que quien se dedicase a la política tiene que ser una persona de una gran formación y tener resuelto su futuro económico y yo no guardaba esas características. Tras hablarlo con mi mujer, acepté porque me cuesta mucho decir que no. Aparecí en Pozuelo como un paracaidista, como se dice ahora, y ganamos las elecciones.
Quise dejarlo a los seis meses porque para cualquier iniciativa había que hacer un informe, pasar por una comisión, ir a un pleno… Pasaba el tiempo y no se hacía nada. Al menos organizamos un patronato de Deportes con los alumnos a los que daba clase en el INEF. Cuando terminamos los cuatro años me fui definitivamente. No me sentía cómodo. Todo eran problemas. La UCD se desmoronaba ya. Recuerdo haber pasado la noche de las elecciones generales de 1982 en La Moncloa.
Tardó en volver al Real Madrid, ¿no?
A mediados de los 90 me recibió Ramón Mendoza y le expliqué mi situación, que me vendría muy bien volver al Real Madrid. «¡Pero si tú eres el Real Madrid!», exclamó. Llamó a Mariano Jaquotot, que entonces era el director de la sección, y le pidió que me buscasen algún hueco.
Me dijeron que ya tenían hecho el organigrama de la temporada, que si podía esperar. No llegué a entrar, pero sí que se creó la asociación de exjugadores de baloncesto del Madrid y me nombraron presidente. Teníamos una asignación del club de 500.000 pesetas y empezamos a jugar partidos en muchos sitios con mucho éxito.
Años después me llamó Pedro Antonio Martín, al que había conocido en la UCD, y participé mucho en la candidatura de Florentino Pérez la primera vez que se presentó a las elecciones, pero las perdimos y no tuve ningún encaje en el club.
Nos despedimos y Florentino me aseguró que las siguientes las ganaríamos, pero ya era presidente de la asociación y no pude apoyarle entonces, aunque le deseé mucha suerte. De hecho, mi segunda mujer, Cuca, que es una madridista exagerada con la que me casé tras enviudar de Josefina, me sustituyó en la candidatura.
Al final sí que acaba incorporándose al club con Florentino Pérez…
Me incorporé como asesor de la presidencia. No pude ser presidente de honor de la sección porque los estatutos del club solo permiten que haya uno. Empecé a viajar con el equipo y posteriormente a esos viajes se incorporó Clifford.
¿Le divierte el baloncesto actual?
Voy a todos los partidos al palco y he viajado con el equipo durante 16 años. Lo hago encantado, pero divertirme me divertía más cuando entrenaba y jugaba.
El cambio de Pablo Laso por Chus Mateo en el Real Madrid fue controvertido, pero al final está saliendo bien…
Chus ha estado diez años al lado suyo y tenía una experiencia propia anteriormente en clubs importantes. Lo está haciendo bien, demostrando que es un entrenador capaz. De todos modos la trayectoria de Pablo Laso es inigualable. Cuando llegó, yo no era ni optimista ni pesimista, pero me alegró porque he sido muy amigo de su padre, que también fue compañero mío. A Pablo le tuve en un campus en Málaga cuando tenía 14 o 15 años. Ya era muy listo.
¿Se incluiría usted en un hipotético quinteto ideal en la historia del baloncesto español?
En la década de los 60-70, que son historia de nuestro baloncesto, sin ninguna duda. Incluiría también a Juan Antonio Martínez Arroyo, Wayne Brabender, Nino Buscató y Clifford Luyk. Desde entonces hasta hoy se podrían formar más de un equipo, pue no podemos olvidarnos de los Epi, Rafa Rullán, Juan Antonio Corbalán, Luis Miguel Santillana, Carmelo Cabrera, Juan Carlos Navarro, José Manuel Calderón, Jordi Villacampa, Rudy Fernández, Sergio Llull, los hermanos Gasol y algunos más.
No sería ya un quinteto histórico, sino un equipo entero de doce. Pero son épocas muy diferentes. Habría que incluir a excelentes directivos que con su gestión colaboraron a este baloncesto que hoy tenemos: Raimundo Saporta, Anselmo López, Salvador Alemany, Eduardo Portela, Juan Roig, Florentino Pérez y tantos otros que han trabajado y trabajan para que el baloncesto esté en los más altos niveles de popularidad, tecnificación y asistencia a los pabellones e interés en los medios de comunicación.
Es de justicia hacer mención a nuestros dirigentes actuales, donde equipos como el Real Madrid y Barcelona y entidades como Unicaja, la UCAM y tantos otros vienen prestando una gran ayuda a nuestro baloncesto.
¿Cuál cree que fue su aportación al basket en España?
Bueno… Según se ha escrito he sido un jugador que ha estado en las primeras páginas y en el desarrollo que ha tenido el baloncesto, que entiendo que empieza con nuestra generación, y que después se ha ido desarrollando muchísimo mejor.
Por mi trayectoria y por el reconocimiento que yo he tenido en el exterior creo que algo habré aportado. ¿En qué medida? No lo sé, pero estoy muy satisfecho y orgulloso de que todavía haya gente que se quiera hacer fotos conmigo. Estoy en el Museo de la Fama de la FIBA desde 2007 y el Museo de la Fama del Baloncesto Español desde 2021.
¿Le tiene miedo a la muerte?
Tengo 86 años, estoy en manos de los médicos y así ves más cerca ese horizonte. Miedo no tengo. Es algo que tiene que llegar, pero desearía que fuese de una manera dulce aunque eso no lo podemos escoger. Hay que estar preparado para todo con el deseo de que llegado el momento no dé trabajo a mis seres queridos.
Que grande fuiste, eres y serás.
Mito viviente del baloncesto español. Un grande de verdad. Y para los iluminados del artículo: Emiliano, en la entrevista, seguro que dijo «Vizcaya». Entonces ¿Por qué manipuláis y escribís Bizkaia? ¿Acaso decís que vais a London o que venís de Morocco? A ver si dejáis el aldeanismo cutre y escribís la realidad en un idioma tan rico como el es-pa-ñol.
Preciosa entrevista a toda una leyenda.
Gracias
El mejor jugador d su época ,sin duda.Gran deportista i gran persona.
Una leyenda del baloncesto.🫂🫶