Mi padre me dijo que usted tenía una técnica exquisita.
Eso que dice su padre es el máximo.
Esta entrevista -realizada antes del fallecimiento de Beckenbauer y de su amigo Gigi Riva– bien podría no tener una entradilla al uso pues corre el riesgo de eclipsar un personaje supino del fútbol italiano y mundial. Casi convertirlo en algo convencional, en producto. Además, restarle tiempo.
Gianni Rivera (Alessandria, 1943) me recibe junto a su mujer, Laura, en el bar del Foro Italico de Roma, donde dice suele jugar a tenis con Nicola Pietrangeli, quien ha cumplido noventa años. También se acaba de sacar el título de entrenador y, por supuesto, busca equipos o alguna selección para debutar en los banquillos… Incluso está dispuesto a ir a otro país si la hipotética propuesta le seduce.
Quizás en esas -aparentemente- extravagantes expectativas radica el elixir eterno de los genios, sostenidos por esas ínfulas que les ayudan a no envejecer. Es más, les impulsan a volar para huir del miedo que les produce estar en tierra, perennes en el suelo inerte. Exacto… La entradilla, pensándolo bien, sobraba. Es mejor comenzar sin ella porque esta conversación tampoco tiene un inicio en realidad. Tampoco se podría acotar con un final. No admite diques tampoco ahí. Dicho a la Borges, es como un libro de arena, sin principio ni final.
Comenzó en el Alessandria, pero su carrera fue íntegramente en el Milán: 1960-79. ¿Qué futbolistas españoles de los que jugaban en el Calcio le gustaban?
Me acuerdo de Luis Suárez, Peiró… ¿Quién más estaba?
Luis del Sol jugó en la Roma y la Juventus. Fue el primer español bianconero.
No me acuerdo, pero sí de Luisito. ¡Qué jugador! Lástima que jugó en el Inter.
Inter y Milán fueron quienes acabaron con esa primera dinastía del Madrid en las Copas de Europa. Usted, como rossonero, ganó dos: 1963 (contra el Benfica de Eusebio) y 1969, contra el Ajax de Cruyff, aún en fase embrionaria. ¿Ese Madrid cómo era?
El Real Madrid ganaba siempre. Nosotros estábamos preocupados cuando oíamos su nombre. La segunda, además, la logramos en el Santiago Bernabéu. Ellos, si no recuerdo mal, fueron eliminados por el Rapid de Viena en octavos. Uno siempre tenía la sensación que ese equipo, tan sumamente acostumbrado a ganar, no iba a perder nunca. Por suerte sí lo hizo porque ese Milán era estratosférico.
¿Ese Milán -y no el Inter de Helenio Herrera- fue el gran heredero del Madrid?
Yo creo que fuimos nosotros. Como entrenador, como escuadra compacta, como individualidades… Nosotros recogimos el testigo. Teníamos en el banquillo a Nereo Rocco. Yo era el capitán. También estaban Trapattoni, Fabio Cudicini bajo palos y arriba Angelo Sormani y Pierino Pratti, los goleadores de la victoria final contra el gran Ajax por 4-1.
Hace semanas, con motivo de su 80º cumpleaños, el Corriere della Sera rescató de archivo una histórica entrevista que le hizo la prestigiosa escritora y periodista Oriana Fallaci precisamente en esos años en que era un auténtico Golden Boy. Me sorprendió cuando usted dijo: «He aprendido a controlarme demasiado pronto». ¿Me lo explica mejor, por favor?
Mire, le diré la verdad. Fue ella quien quiso ponerlo así, porque era una periodista un poco… Un sujeto especial, por usar un eufemismo. La frase no era tan profunda, ni mucho menos. Era mucho más sencilla, más simple.
¿Pero miente esa frase?
No, pero así suena muy fuerte. Yo, desde que tenía veinte años, sabía lo que había que hacer y cómo moverme tanto dentro como fuera de un campo de fútbol. Aprendí joven a moverme en el modo correcto y responsable tanto en el plano técnico como de comportamiento. Aprendí rápido a tener una actitud responsable y decidida. Todo eso quería decir, sí.
¿Quién se lo enseñó?
Nadie. Lo aprendí solo, aunque mi padre era así. Le habría gustado jugar a fútbol, pero su padre -mi abuelo- se lo impidió porque eran campesinos y tenían que trabajar en el campo. Conmigo, él hizo lo contrario: cuando vio que se me daba bien intentó hacer todo lo posible por ayudarme. Cuando volvía del trabajo me llevaba a cien metros de distancia del campo del Alessandria para jugar con la pared.
Totti aprendió a jugar a fútbol así. También Baggio.
No me extraña. La pared es generosa. Tienes que estar atento a cómo tocas la pelota, cómo la controlas… La pared te obliga a lanzarla perfecta. Parece una tontería, pero es la clave de nuestro fútbol. Totti es otro número diez, por ejemplo. Esos ya escasean.
Zeman, que de fútbol algo entiende, me dijo una vez que los mejores futbolistas de la historia italiana son Rivera, Totti y Baggio. Tres medias punta.
Creo que tiene razón, y no te lo digo porque estoy yo.
Da la sensación que usted quiere ir al grano. Se acaba de sacar el título de entrenador y pretende dirigir un club o una selección. Bien, pues Zeman también le echa un capote. Afirma que la edad no importa, lo que importa es tener algo innovador. ¿No es algo vanidoso?
Zeman es un hombre serio, correcto, que sabe razonar. Lo demuestra una vez más con esto que me dices. Es un señor que merece ser escuchado. Sobre si quiero entrenar… Es cierto que tenía que haberlo hecho todo antes, pero fui directivo en la Federación italiana, vicepresidente, político… Cargos -algunos institucionales- que me tenían ocupado, pero ahora sí que tengo la posibilidad de hacerlo con ochenta años recién cumplidos. Tengo aún tiempo por delante, así que si alguien me quiere yo estoy preparado. Me gustaría entrenar, ya que tengo cosas innovativas como dice el míster checo.
¿Cuáles?
El saque inicial para atrás. Habría que eliminarlo e ir hacia adelante. La regla no te lo impide, pero los clubes han decidido autónomamente hacerlo así para organizar toda la escuadra y comenzar de cero con todos ordenados. Si, por el contrario, se va hacia adelante, eliminas los cinco primeros adversarios, y luego te quedan solo cinco como obstáculo hacia el gol. Hay que enseñarle esto a los niños, y poner mi cuarto gol contra Alemania como ejemplo.
Se refiere al partido del siglo: Italia 4-3 Alemania del Oeste. Beckenbauer lo juega con el brazo en cabestrillo. Y ya en la prórroga, Torpedo Müller hace el empate a tres (antes había anotado Riva), y en el minuto 111 usted logra el cuarto y definitivo. Justo en el saque inicial -hacia adelante- tras el gol alemán. ¿Y además de esto, qué?
Exacto. Yo pensaba que marqué con la zurda, en cambio, fue con la diestra. Además de esto, no mucho más, porque nuevo no hay mucho. Sí un perfeccionamiento total y absoluto de la técnica. Eso sí que es novedoso, porque ya no existe. Hay que saber qué es un balón, cómo se domina y cómo se es dueño de un partido. No basta con tener el balón entre los pies por tenerlo.
¿Usted está en contra del potenciamiento físico?
No, pero tiene que ir unido a la técnica. El físico es importante, y yo no estoy en contra ni mucho menos, pero debe ser secundario a la técnica.
Luis Aragonés fue, quizás, el primer entrenador moderno de los últimos veinte años en nuestro país. Su España de 2008 venció así, rompiendo clichés manidos.
Lo sé. Cuando alguien es capaz de tener el balón, la posesión, y le da un criterio a todo… Es importantísimo ahí también gozar de físico, pero no al contrario. El fútbol es saber cómo, cuándo y a quién dar el balón, nada más. Esto es más fácil hacerlo con 1,60 que con dos metros. Esto hay que entrenarlo desde que son prácticamente niños. En las escuelas, en los centros…
Italia no pasa por su mejor momento.
Para ganar torneos hay que formar jugadores de forma completa. Hay que quitarles los defectos. No sé si se hace, no tengo ni la más remota idea porque no estoy ahí para verlo.
Esa soberbia… ¿Es que a usted ya no le gusta el fútbol? No es con segundas…
En mi caso es que no lo entiendo, porque ya se comienza para atrás desde el saque en el círculo central. Lo siento, pero no va conmigo esto. No es orden; es complicarse y basta. No sé si lo mío es revolucionario, pero lo otro me parece aburrido. Lo es porque juega cada equipo en su campo mientras se estudian, luego mueven algo el balón y solo se abren y van al ataque cuando uno de los dos se cansa y se descompone.
Entonces ahí algo de fútbol se ve. Pero se ve poco porque físicamente los clubes hoy están bien, no se cansan. ¿Entiendes? Es el pez que se muerde la cola. No sucede nada, y cuando sucede es porque el defensa comete un error.
¿Qué relación tiene usted con el tiempo?
Me cuido. La alimentación la controlo. Estoy atento a lo que dicen los médicos y nutricionistas. Juego a tenis, y un vaso de vino de vez en cuando también me lo tomo. Dicen que viene bien.
Hace pocos meses estuvo a punto de comprar el Bari. Habría sido su primer equipo como técnico. ¿Por qué no se concretó la operación?
Estábamos listos con una cordata de empresarios italianos (y locales) para comprarlo si hubiera subido a Serie A, pero no subió.
La ley dice que un empresario no puede tener dos clubes en Serie A. El Bari pertenece al presidente del Nápoles (De Laurentiis). Imagino que surgirán otras opciones, ¿no?
Ojalá. Mis amigos financieros están trabajando para ver si surge otra posibilidad. Estaba la opción del Ascoli también, que tampoco se llevó a cabo.
Se ofreció como seleccionador tras el adiós brusco de Mancini a Arabia. Usted en alguna ocasión ha dicho que le gustaría subsanar la patología del dinero en el fútbol. ¿Lo sigue pensando?
Se gana demasiado, pero ahora que ha irrumpido el tema Arabia se intenta ganar mucho más. El ansia no termina, y no hay fin.
¿Usted ganaba mucho?
No. Lo justo, y estaba satisfecho. Había algunos que ganaban mucho más que yo en aquel periodo. En mi época estábamos bien económicamente, pero no éramos millonarios. Por no hablar del tema representantes. Entonces no existían. Yo lo hacía todo solo, hablaba directamente con los directivos para hipotéticos aumentos. En mi caso fue fácil, porque me pasé toda la vida en el Milán.
Siempre Zeman (actual técnico de un Pescara contracultura en Serie C) decía que lo que le falta a la cantera está en los bolsillos de los representantes. ¿Está de acuerdo?
Claro que sí. A mí me gustaría subsanar el problema del fútbol, de mi equipo y mis jugadores si es que alguna vez tengo la oportunidad de entrenarles. Fuera teléfonos móviles en el estadio. Se dejan en casa o en el hotel. Eso ha perjudicado todo: la concentración, el estrés…
A Carlo Tavecchio, ex presidente FIGC (2014-17), le habría gustado tenerle como seleccionador, pero usted aún no tenía el título. Después, cuando la Federación estaba intervenida… ¿Es cierto que Alessandro Costacurta le vetó?
Sí, se dirigió a mí para decirme que no tenía experiencia, pero le mandé a tomar por culo. Creo que era el vice comisario de la FIGC. Con Tavecchio, sin embargo, como no tenía el título de entrenador la asociación de entrenadores no dio el visto bueno para mí. Con otros, sin embargo, han hecho como si nada. No lo entiendo. Yo iba a ser el sucesor de Ventura tras quedarnos fuera del mundial de Rusia, y a Costacurta decirle que yo era entrenador desde que comencé a jugar. Llevo media vida siendo un entrenador en potencia.
Su punto de referencia -como Ancelotti- es Liedholm.
Sin duda. Hombre tranquilo y sapiente. El míster debe estar en el banquillo, y si es sentado, pues mucho mejor. También a Nereo Rocco le tengo en mis oraciones. Como carácter eran diferentes, pero coincidían en que dejaban autonomía al jugador. No les escuchabas nunca durante el partido, no molestaban al jugador. Dos grandes: Rocco era más visceral y temperamental; Liedholm muy frío.
Como usted.
Sí, aunque no soy sueco. Es cierto que tenemos un carácter similar. Somos de pocas palabras.
Ese carácter hierático es genético, pero también lo curtió en la parroquia, algo que como me decía Albertini ya no existe. Se ha perdido un poco la espontaneidad en el fútbol. La improvisación, el instinto virgen y salvaje, alejado de cadenas, de reglas. ¿No? Ya no hay un Totti, un Baggio o un Rivera.
Yo empecé en la calle, pero por suerte surgió el Oratorio, la parroquia. Así al menos los municipales dejaron de quitarnos los balones cuando armábamos una trastada. Ahí también aprendí la paciencia, porque tenía que hablar con ellos, convencerles de que no volvería a suceder. Era mentira, porque volvíamos a la carga. Era mágico.
Debuta en Serie A con quince años en las filas del Alessandria. Un año después va al Milán, tras los Juegos Olímpicos.
Tenía 16 años. Con el VAR habríamos ganado muchísimo más. Estoy a su favor, porque ayuda mucho en la evolución del Calcio. Minimiza el error. Yo siempre tuve una cruzada contra los árbitros. ¿No lo sabías?
Con el Milán, tres scudetti, cuatro copas de Italia, dos Recopas, una Intercontinental y dos Ligas de campeones. Fue el primer Balón de Oro italiano, lógicamente en el 69, su año mágico, aunque en 1968 ganó la Euro con Italia. Fui a buscar el elenco del premio que dio France Football cuando usted ganó: el primer español fue Velázquez (18º).
Me suena el nombre, sí, pero yo el fútbol europeo no lo veía.
¿Ese Balón de Oro qué significó para usted? Luego vinieron Paolo Rossi, Baggio y Cannavaro.
Es un premio importante, porque quiere decir que te valoran también de fuera. El Milán puso mi Balón de Oro en el museo de San Siro, pero es falso. Les hemos denunciado. Ahora esperamos a ver quién gana el pleito. De momento, lo que han hecho es quitarlo poniendo un vídeo mío sustitutorio en lo que ellos llaman museo, porque en realidad ni siquiera lo es. Si alguien viene y me lo pide para mostrarlo como mucho se lo enseño, porque el trofeo se queda conmigo. No se lo cedo a nadie, pero lo que no podemos hacer es mentir.
Usted y su amigo Gigi Riva jamás fueron incompatibles dentro del campo, sin embargo ¿La rivalidad con Mazzola era política o de la prensa?
No es verdad que Gigi Riva y yo éramos incompatibles en el campo, como decían. Él jugaba mucho más arriba. Sobre Mazzola, no lo sé. Antes del Mundial 70 jugábamos siempre juntos. En el sucesivo también lo hicimos, pero en México sucedió algo. El director de la Gazzetta dello Sport, el Inter de Moratti y alguno en Coverciano iban en contra mía. De hecho, no me dejaron jugar el único partido donde me había gustado estar: la final contra Brasil. Yo siempre gané contra Pelé, tanto a nivel de clubes (Santos) como de selección. Habría cambiado esa final por las semis del 4-3.
No lo entiendo bien. El Balón de Oro del 69 solo juega cuatro minutos en la final contra Brasil. Para más inri, después de haber marcado el tanto decisivo que metió a Italia en la final ¿Por quién estaba condicionado Ferruccio Valcareggi?
Había organizaciones un poco criminales detrás. Eran quienes gobernaban el fútbol entonces. Luego estaba la Gazzetta dello Sport… Es verdad que yo molestaba porque no era un sumiso. Siempre luchaba por el interés general, nunca por el mío individual, pero había gente que miraba por sus propios intereses.
Poco antes que Berlusconi comprara el Milán en 1986, usted era vicepresidente. Acusó fuertemente a Fininvest de querer bajar tanto el precio de compra que incluso peligró la quiebra del club. Además, dijo que no estaba dando el valor justo a la parte activa. Usted dimite, y Berlusconi termina comprándolo por quince millones de liras, nueve menos de lo que se había fijado precedentemente. ¿Qué pasó con Il Cavaliere?
Fue muy bueno construyendo equipos de fútbol, pero jamás tuvimos relación. Nunca hemos sido amigos, la verdad. Le conocí cuando aún no tenía dinero. Era el hijo de un director de banco. Luego volví a verle, desgraciadamente, cuando compró el Milán. Eso sí, reconocer que a nivel deportivo lo hizo extraordinariamente bien. Me habría gustado seguir, pero había que decirle a todo que sí. Yo no soy ese tipo de persona. Nada más irme me propusieron entrar en Parlamento.
22 años como parlamentario con el cargo de sub secretario del Ministerio de Defensa con varios presidentes del Consejo italiano: Prodi, D’Alema o Giuliano Amato. Comenzó como diputado en la Democracia Cristiana y terminó en los democráticos del Ulivo. ¿Nunca le llamó Berlusconi para Forza Italia?
Jamás, porque él no quería tener relaciones conmigo tampoco en política. Repito, él necesitaba señores que siempre dijeran sí. Yo no era así, por lo tanto, no hubo acercamientos. Yo era el Señor no de Berlusconi. No estaba de acuerdo con el sistema que se había creado en torno a él. No estoy diciendo que fuera mala o buena persona, pero necesitaba súbditos. Cuando los encontraba les daba poder para poderles controlar y así legitimar, homologar su figura.
¿Decirle que no significaba ser su enemigo?
Sin duda. A mí me costó el Milán. En realidad, cuando lo compró ya no estábamos porque todo el consejo directivo había dimitido. Yo seguía porque tenía un rol paralelo dentro del club. Entonces, cuando llegó me propuso ser presidente de Milán Club (un cargo simbólico de poco poder). Le mandé a tomar por culo y me metí en política.
¿Cómo fueron esos años de la DC antes de la caída del Muro de Berlín?
Era ideal estar allí. Me eligieron sin obligarme a inscribirme al partido. Fui vice ministro también. Años después, por suerte cayó el sistema con el escándalo Tangentopoli. Fue muy exagerado todo. Ya se sabe cuando interviene la magistratura…
¿La DC cambió nombre o murió para siempre con el PCI?
Sí, ¿es que no lo ves? Es el PD, un partido de centro.
Me estaba ya olvidando de que su fútbol elegante también conoció la guerra. Hábleme de la feroz batalla de la Intercontinental contra Estudiantes en 1969. Su año mágico, sí.
Cuando entramos en el vestuario vinieron a pegarnos. Decían que nos querían matar. Nos escupieron. Masacraron a golpes a Néstor Combin, nuestro delantero nacido en Argentina. Decían que era un traidor. Era un oriundo, además hizo la mili en Francia. Estaba perfectamente en regla, pero se ensañaron contra él. El árbitro miraba para otro lado. Creo que incluso le detuvieron… Fue muy desagradable.
La prensa italiana se refirió a ese partido como La batalla de La Bombonera. Usted con la prensa, de todas formas, no le fue muy bien. Especialmente con la pluma del mítico Gianni Brera, devoto de los futbolistas físicos, del catenaccio.
Eso es una pantomima. Se construyó un personaje, y yo le venía muy bien para su popularidad. Los jugadores de personalidad eran sus enemigos. Necesitaba publicidad. Era buen periodista, con gran cultura, pero necesitaba un enemigo. Si hubiera hablado de mí como debía hacerlo nadie le recordaría por sus afirmaciones. Es así, y hay que decirlo. Me llamaba Abatino (de abate), porque decía que no tenía físico. Se preguntaba a veces por qué yo jugaba… Y lo que no sabe es que a veces no lo hacía por él.
Gianni, ¿es verdad que usted cuando jugaba en el Milán tenía un consultor espiritual?
Padre Eligio, un monje franciscano. Nos casó a mi mujer y a mí en 1987 en Cetona, el primer convento de San Francisco de Asís. Le conocí porque él ayudaba a drogodependientes, entonces decidí acudir para echarle una mano. Ahí comenzó la amistad. Recuerdo que venía a Milanello a dar charlas al primer equipo. Eran muy reconfortantes. Es una de las personas más importantes de mi vida. Incluso hoy le sigo ayudando en el proyecto Mondo X, una especie de utopía que nació en la Milán del sesenta.
Usted, que con quince años tuvo que pedir un permiso especial para debutar en Serie A con el Alessandria (la edad mínima eran 16), que fue el primer Balón de Oro italiano (sin contar el italo-argentino Sívori)… El primer centrocampista de la posguerra en ser capocannoniere (antes Valentino Mazzola; después solo Platini)… A pesar de todo, generaba animadversión.
Una vez quisieron venderme al Torino, cambiándome por no sé quién. Me negué y me refugié en Mondo X durante una semana. Después me volvió a llamar el Milán para decirme que todo estaba en orden. Volví.
Antes hablamos de su Balón de Oro. En 1963 quedó segundo tras Yashin, la araña negra. En más de una ocasión habló de injusticia.
Sí, porque se lo quisieron dar por su carrera. Se sabía que jugaba en un equipo (Dinamo de Moscú) donde le resultaría difícil ganarlo, así que quisieron premiarle así. Poco después se retiró. Yo de eso me enteré años después.
Hay algunos Balones de Oro controvertidos: este de Messi, Cannavaro, uno de Ronaldo cuando Ribery ganó el triplete…
Mire, es justo premiar de alguna manera a quien gana un Mundial, porque no es nada fácil ganarlo. ¿Cannavaro? Era bueno, sin más. Después de jugar mal en el Madrid siguió haciéndolo también aquí en Italia.
En 2034 el Mundial se jugará en Arabia. Lo confirmó Gianni Infantino hace algunas semanas.
Te diré una cosa que puede parecer una banalidad, pero es profunda. Los árabes solo tienen una cosa que ofrecer: el dinero. El problema es quien acepta, pero no todos son así.
Su gran espina supuso la ausencia en la cita mundialista contra Pelé, uno de sus ídolos. En más de una ocasión dijo que la zurda del brasileño era como la de Maradona. ¿Estaba jugando a ser un poco Gianni Brera?
No, para nada. Pelé manejaba las dos piernas por igual; Maradona solo con la zurda. Pelé sí que era único. Saltaba como nadie para rematar de cabeza. La Mano de Dios, con Pelé, habría sido gol de cabeza. Una vez se puso de portero en un entrenamiento y era muy bueno. Sorprendió a todos. Pelé era algo único, sobrehumano, imposible de repetir. Fue el más grande.
Usted, purista del balón, se desilusionó cuando una vez vio a un portero con el número diez a la espalda. ¡Su número diez!
Ahí terminó el fútbol de entonces. No recuerdo quién era, pero tenía el número diez. Se acabó la mística.
¿El fútbol que terminó fue el de Boninsegna, Cesare Maldini, Meazza, Mazzola y el Trapp?
Sí. Jugadores fantásticos, especialmente quienes jugaron conmigo en el Milán. Meazza o Mazzola son anteriores.
Está aquí su mujer, Laura, ojeando algunos diarios italianos a los que concedió una entrevista por su ochenta cumpleaños. Se ofrece como entrenador, pero ¿también a una experiencia en otro país? ¿España, por ejemplo?
Claro que sí. Si llega una oferta no lo descarto. Eso sí, prefiero en Italia. Solo clubes de Serie A y Serie B, claro está.
¿Quiénes serían sus colaboradores?
No necesito mucha gente. Por citar a alguien, Totó López, ex jugador de Lazio y Roma en mi época. Tenemos ideas similares.
Me está recordando en cierta manera a una frase que soltó Totti cuando le entrevisté. Hablaba de su agencia de representación de futbolistas, de cómo captaba talentos. «No necesito la inteligencia artificial ni nada por el estilo. Creo en mi instinto y en lo que ven mis ojos». Pienso que esa espontaneidad, esa aparente cotidianidad y simplicidad solo la tienen los grandes genios, sofisticados solo en el libre albedrío de su fútbol.
Tiene razón. Me fío de mis ojos y no de los artificiales, pero esta simplicidad desgraciadamente está desapareciendo. Además, ya no existe la paciencia. Observo que hay entrenadores que no se sientan detenidamente ante un chaval para explicarle cómo narices se debe golpear un balón. La técnica se tiene que entrenar siempre, incluso en los futbolistas de élite que creen poseerla para toda la vida. Yo nací con ella, pero mis entrenadores me ayudaron muchísimo cuidándola constantemente.
Es la segunda vez que conversamos usted y yo, Gianni. Ambas a través de su mujer Laura, su representante, quien gestiona su imagen. En esta entrevista hablamos de sus padres, su amigo sacerdote, su mujer, su socio, me dice que sus hijos aún no le han convertido en abuelo y eso le mantiene joven… Para aprender a pensar tan joven y sentirse tan bien, ¿ha sido importante estar rodeado correctamente?
Es la clave. Con familias desestructuradas habría sido mucho más complicado. Mi infancia, con mis padres, fue muy feliz. Adquirí unos valores que me duran hasta día de hoy.
Leí que de niño era de la Juve.
Es que solo se hablaba de ella en el norte de Italia. No sabía ni que existían otros equipos.
¿La quiso comprar después?
No, pero cuando me retiré estaba un día en Milanello, y me dicen que había llamado su presidente Gianni Agnelli. El recado era que le llamara cuando pudiera. Pensaba que era una broma, pero era verdad. Le dije que lo sentía y le deseé suerte. Yo ya estaba ocupado. Después nos vimos en el Parlamento y lo comentamos. Sinceramente, me habría gustado trabajar con él. Aun siendo milanista aprecio mucho su estima hacia mí.
¿Quién es el nuevo Gianni Rivera?
No existe. Cada jugador es diferente al otro.
Esto me lo dijo Paolo Bertolucci en Jot Down Sport. En el tenis es lo mismo.
¿Sabes que yo juego aquí a tenis con Pietrangeli? Una vez me dijo que él habría sido un gran futbolista, mejor que yo incluso.
¿Sabe que Nicola Pientrangeli jugaba al tenis con Juan Carlos I de Borbón?
No lo sabía.
¿Qué referentes tiene hoy en los banquillos ante una hipotética primera oportunidad?
Ninguno. No me fijo en ninguno. Un entrenador cuenta el 20%, y en muchos casos puede restar al equipo, al futbolista. ¿Sabes por qué quiero entrenar con ochenta años? Por todo esto que te estoy diciendo. Porque el entrenador no cuenta, no tiene que esforzarse mucho. La edad no importa para los banquillos.