Veintitrés años. Este es el tiempo que hace que un jugador del Rayo Vallecano no es internacional con la selección española. Hay que remontarse al 26 enero de 2000. ¿El protagonista? Luis Cembranos (Lucerna, 1972), futbolista que también marcó el último gol del cuadro de la Avenida de la Albufera en competición europea en aquella Copa de la UEFA de la temporada 2000/2001. Canterano del FC Barcelona gracias al ojo de Toño de la Cruz y a las órdenes de Johan Cruyff en un Dream Team que ya languidecía, el que también fuera jugador del Espanyol repasa una trayectoria en la que tuvo que lidiar con varias lesiones que nos privaron de disfrutar de su calidad mucho más tiempo del que hubiéramos deseado.
Cuando eras juvenil estuviste cerca de fichar por el Real Madrid…
Acababa de cumplir 17 años y esa temporada empecé mi último año como juvenil en el Puente Castro. Acabábamos de ascender a categoría Territorial de Castilla y León, donde ya había equipos como el Valladolid, Ponferradina o Cultural Leonesa. Esa primera temporada lo hicimos bien e íbamos por detrás de los dos primeros clasificados, un resultado muy bueno para un recién ascendido. El equipo tenía mucha repercusión, había muy buen ambiente y siempre había mucha gente viendo nuestros partidos. La entidad tenía un convenio con el Real Madrid por el que si había un jugador destacado iba a hacer pruebas a la ciudad deportiva. Uno o dos años antes llegó un compañero mío que estaba en infantil o juvenil de primer año y en esta oportunidad fuimos tres a probar: el portero, un central y yo. Mi sensación, al ser el único que terminaba, era de que me iban a fichar y que yo venía a hacer la prueba un poco para que me vieran. Sin embargo, no me cogieron. Fue una prueba muy rara, atípica. Llegamos a mediodía después de siete horas de viaje y casi no nos dio tiempo a comer porque entrenábamos a las tres o las cuatro de la tarde. Estuvimos apenas veinticuatro horas en Madrid. Entrenamos esa tarde, nos quedamos a dormir y a la mañana siguiente jugamos un partido contra el Castilla y nos fuimos.
Entonces, ¿parecía que todo era una formalidad previa al fichaje?
Eso es lo que me habían transmitido desde el club, pero yo tampoco era sabedor de lo que iba a pasar. También sé que luego el Valladolid, que me tenía controlado porque nos enfrentábamos con sus categorías inferiores, quiso ficharme. Finalmente, un cambio de directiva provocó un vacío y tampoco se avanzó.
¿A qué se dedicaban tus padres?
Ellos se dedicaban a la hostelería y trabajaban en restaurantes y hoteles. Yo nací en Suiza porque es el lugar donde ellos estaban trabajando en ese momento y nos trasladamos a León cuando nace mi hermana, por lo que yo tengo alrededor de dos años cuando volvemos a España. Mis primeros recuerdos jugando al fútbol son en el colegio. En la época en la que yo ya tenía unos diez años todavía no había categorías de fútbol siete como sucede ahora, por lo que empecé jugando al fútbol sala y luego ya pasé a un equipo federado. Ahí pasé un año antes de marcharme a la UDL, que tenía equipo tanto de fútbol sala como de fútbol once, aunque tuve que jugar un año más al fútbol sala porque no estaba permitido hacerlo en el once hasta que tuvieras doce años.
Toño de la Cruz.
Fue un hombre muy importante para mi carrera. Él también es de León, había sido futbolista del FC Barcelona y el año anterior había llevado a la cantera a Alberto Rodríguez, que era un año mayor que yo y un delantero con mucho potencial. Allí había marcado cincuenta y pico goles en Territorial, era hijo de Calo y sobrino de César Rodríguez, máximo goleador en la historia del Barcelona hasta que lo superó Leo Messi. Él se puso en contacto conmigo a través de gente en común para ofrecerme una prueba porque me había visto jugar. No pasa como ahora que hay unas estructuras deportivas y mucho era por el boca a boca: conocer a alguien, llegar en Navidades y preguntar… No había una labor de scouting como actualmente, pues estamos hablando de hace más de treinta años. Recuerdo que cuando vinimos a Madrid tardamos siete horas desde León. Era otra cosa.
Esa prueba con el FC Barcelona llega unos meses después de la del Real Madrid. ¿Fue muy distinta?
Mi sensación y mi experiencia fue completamente diferente. Cuando llegué a Madrid me sentí, por así decirlo, como uno más. Sin embargo, cuando llegué a Barcelona ya me estaban esperando, fuimos a la Masía y tenía mi sitio para dormir, mi sitio para cenar… Era uno más, pero dentro de otra estructura. Allí estuve entrenando dos o tres días seguidos y en ese segundo o tercer día ya me dijeron que si quería firmar. Incluso el club me pagó el viaje de vuelta en avión, para que veas la forma de proponer esa prueba.
Tú llegas a La Masía con 17 años. Ahora si un jugador no ha debutado con esa edad en el primer equipo parece que no va a llegar.
Yo tengo una opinión: el futbolista que tiene que llegar se busca su oportunidad o encuentra su oportunidad a pesar de que en un sitio o en otro le cierren puertas. El futbolista que tiene que ser futbolista, encuentra la oportunidad. Como todo en la vida, tienes que tener tu anclaje, tu persona de contacto, un toque de suerte o que la gente se acuerde de ti, pero si no es fulanito será menganito, y si no es en un sitio es en otro. El que es bueno, llega.
Fíjate en mi caso. Yo soy de junio, por lo que hace años, por los ciclos, era similar a lo que ocurre ahora con los de diciembre. Tengo fotos de alevín con niños de trece años cuando jugaba al fútbol sala. Yo tenía 10 y era de los pequeños (junio) y ellos 12 y eran de los mayores (julio), por lo que había una diferencia abismal. Me pasó lo mismo en mi primer año en juvenil, que me enfrentaba ya con «adultos». Esa diferencia se nota, por lo que hay que respetar los plazos y el tiempo que requiere cada uno para su crecimiento tanto personal como deportivo. Más no es mejor.
La Masía.
Sobre todo, recuerdo mucho apoyo y muy buena estructura. Te juntas con gente de un entorno muy parecido, con las mismas inquietudes, los mismos problemas y los mismos objetivos. Era otra época, otro momento del fútbol. Te lo planteas todo de otra manera. Allí jugué otro año de juvenil porque hicieron una Liga sub’19, que ahora no existe. El siguiente año, como hice la mili, empecé haciendo la pretemporada con el tercer equipo y acabé jugando en el Figueres. Ese tercer equipo, cuando estás en una categoría intermedia, está muy bien, pues tienes un año de menos exigencia y puedes recuperar física, mentalmente o lo que necesites. Hay jugadores que eso lo notan. Ahora va todo muy rápido y no hay esa paciencia que había antes en esos equipos.
Tú estabas entre los mayores allí. ¿Cómo era la relación con los más jóvenes?
La Masía es una familia. Nosotros éramos de los mayores, pero había algunos niños de once años. También estaban otros que de aquella tenían trece o catorce como Celades, Óscar Arpón, Iván de la Peña… Al final, nosotros vivíamos en la residencia al lado del campo, por lo que los fines de semana podías ver todos los partidos de las inferiores que no coincidían con el tuyo. Y uno de mis recuerdos de aquellos años es ver el cadete de Xavi, donde también estaba Mario Rosas. Veías jugar a esos chavales de doce años y lo hacían como el primer equipo: con línea de tres, extremos muy abiertos… un estilo muy definido. A nivel personal, yo empecé jugando de siete y al año siguiente en Tercera División también lo hice mucho de seis, como mediapunta, y de ocho como interior.
Haces muchos goles con aquel tercer equipo, pero no te dan una oportunidad en el B. ¿Frustrante?
Busqué otra puerta a la que llamar. Después de un primer año en División de Honor, en el segundo año hice 16 goles en Tercera División con el Barcelona C y en la siguiente empiezo siendo Pichichi de la categoría y con un buen rendimiento. En diciembre suben a varios jugadores del juvenil (Jordi Cruyff, Pablo Sanz…) en vez de a nosotros desde el tercer equipo. Además, ¿qué pasa? Empiezo la mili en febrero y hasta la jura de bandera no puedo entrenar durante cinco o seis semanas, pues estaba de lunes a sábado intensivo: me levantaba a las seis y media de la mañana y me acostaba a las diez y media de la noche.
Pude terminar la mili en Figueras porque ellos hicieron los trámites para trasladar mi expediente, que pudiera jugar allí y compatibilizar ya como futbolista profesional. Esto duró un par de meses. En ese proceso para cambiar de equipo no había tantas llamadas como ahora: yo no tenía representante y al final era una cosa interna entre el FC Barcelona y los clubes interesados. Sé que el Lleida, que estaba en Segunda División B, se interesó pero no hizo las gestiones oportunas y el Figueras sí lo hizo. En aquella época en la que yo llegué, estaba Pichi Alonso de entrenador y ya era el tercero que pasaba por el banquillo esa temporada. Era una plantilla con treinta y pico jugadores y estaba en una situación complicada después de una temporada anterior en la que jugaron la promoción de ascenso a Primera División.
Tu segundo partido es precisamente ante el FC Barcelona B y marcas. ¿Tenías una motivación especial?
Sí, el primer partido que disputé ganamos al Palamós y ese empatamos a uno contra el Barça B, pero no, nunca he tenido esa sensación de venganza. Siempre quieres hacerlo bien, sea el rival que sea, pero al final ese deseo de demostrar más acaba siendo perjudicial. La verdad es que estaba en un buen momento y recuperé el tono físico rápido. Recuerdo perfectamente que llegué un martes al equipo después de varias semanas sin poder entrenar pero al segundo o tercer entrenamiento ya vi que podía estar entre los titulares y el propio entrenador me adelantó que iba a jugar. Fue una gran oportunidad.
Mi etapa en Figueras fue durante los meses de abril, mayo y junio, en los que jugué diez partidos, marqué seis goles y fallé un penalti. Fue contra el Real Betis, que recuerdo que jugaba Rafael Gordillo, que hizo un gran partido con dos goles y perdimos 0-3. Durante aquella etapa en Figueras fui titular en todos los partidos y estuvimos a punto de salvarnos, pues teníamos los mismos puntos que el Eibar y descendimos por el goalaverage.
La última jornada es frente al Castilla. Ganáis a domicilio, marcas, pero acabáis descendiendo.
En aquella última jornada también estaban implicados el Eibar y el filial del Athletic, que jugaba con el Barça B y ganó en el Miniestadi. Aquel filial del Real Madrid era un equipo muy fuerte, pero ese último partido ante el Castilla para nosotros fue un poco como un «muero matando». Se escuchaban noticias de los otros campos, sabíamos que el Barça B iba perdiendo desde muy pronto y ya se veía que nos iba a hacer falta una carambola. Luego, mirándolo todo con la perspectiva del tiempo, te das cuenta que el partido clave fue el que disputamos nosotros contra el Eibar en la jornada 34, porque fue uno de los que mejor jugamos, fuimos muy superiores pero al final acabamos empatando a dos. Si hubiéramos ganado, hubiera sido un paso muy importante para salvarnos.
¿Cómo fue aquella primera experiencia en Segunda División?
Ese Figueras era un equipo hecho con muchos canteranos del FC Barcelona, muchos veteranos de la zona como Gratacós, Valentín o Ferrer, a los que había que sumar algún internacional de gran nivel. Yo era el más joven. Llegué allí el último y pasé a ser un jugador importante dentro de un equipo de ese nivel. Para mí fue un salto muy importante, porque date cuenta que un mes antes estaba jugando en Tercera División con equipos de la zona. Yo nunca lo vi como una oportunidad, sino como una evolución, un nuevo reto. En mi camino en el filial tuve que dar un paso a la derecha para poder volver.
Vuelves al filial e incluso juegas con el primer equipo en la 1993/1994…
El año siguiente es mi cuarto en el club y ya tuve la oportunidad de jugar dos o tres partidos amistosos con el primer equipo. Una parte del fichaje de Romario lo pagó la televisión y tuvimos que jugar algunos amistosos. Fueron partidos internacionales de nivel con rivales como el Borussia Dortmund. Lo recuerdo porque incluso conservo las camisetas. Imagínate, ¡yo marcando a Chapuisat!, un jugador internacional y de ese nivel. Estar en el filial y que te digan «vamos a Córdoba» y nos llevaban a ocho a jugar un partido así.
Ese año me empezaron a condicionar para que jugara en otras posiciones. Me obligaron, o me enseñaron, a que fuera lateral derecho. Sería por muchos aspectos como mejorar cuestiones defensivas o tener otro punto de vista del juego desde posiciones más retrasadas porque mi forma de jugar era muy agresiva o muy ofensiva y tal vez no tenía ese concepto táctico defensivo. Era una manera de que viera un poco desde ese punto de vista que si yo subía mucho dejaba espacio. Me fui allí y marqué seis goles en diez partidos, lo que me vale para, al regresar, ser jugador del filial de pleno derecho.
Al final yo venía de Segunda División y el estar en un equipo cercano y de ese nivel, influyó. Por ese motivo, en ese cuarto año jugué muchos partidos en el filial como lateral, por lo que volvemos un poco a lo de antes: al ocupar en distintos encuentros las posiciones de siete, de seis, de ocho, de diez y ahora de dos, al final te permite saber todos los movimientos que hacen los de alrededor porque has estado ahí. Sabes cómo quiere recibir el siete cuando tú tienes el balón, sabes cómo quieres que te apoye el dos cuando el siete tiene la pelota…
¿Cuál fue el futbolista qué más te sorprendió en los entrenamientos?
Michael Laudrup. Era otro nivel, de dibujos animados. Veías que tenía algo diferente. Y te estoy hablando dentro de gente del máximo nivel, pues aquello era algo con un ritmo y una intensidad increíbles. Tal vez sea por mi forma de jugar, estilo o posicionamiento, que era más parecido a lo de él y por eso me fijaba más, pero a mí me parecía que tenía algo diferente. Un toque de magia. Cuando le llegaba el balón, sabías que iba a pasar algo. Todo se paraba y dependía de lo que hiciera él.
Una lesión de varios meses pospone tu debut oficial.
Hay un antes y un después de mi lesión en marzo de 1994. Estaba entrenando con el primer equipo en esa temporada que se gana la cuarta Liga consecutiva, pero también se pierde la final de Liga de Campeones ante el Milan. A raíz de ahí se produce un vacío y unos movimientos en la plantilla y el club. Para mí, tan solo ha sido una lesión que me ha tenido fuera, pero veo un antes y un después. Han sido seis o siete meses, que yo no estoy, en los que pasan muchas cosas. Vuelvo el siguiente mes de septiembre, porque no puedo hacer ni la pretemporada debido a que estaba con la recuperación, se pierde en Gijón en la primera jornada y además se lesiona Eskurza, por lo que a mí me mandan al primer equipo hasta nueva orden. Debuto esa misma semana ante el Racing de Santander en la segunda jornada.
¿Cómo es debutar con el FC Barcelona?
Pues pasa un poco lo mismo que lo del Figueras. Llega el lunes y me dicen que en vez de entrenar con el filial tengo que hacerlo con el primer equipo y el jueves o viernes ya me están diciendo que juego el domingo. Al final eso siempre se percibe o hay alguien que internamente te lo adelanta para que no te pille de sorpresa y puedas tenerlo asimilado antes de que ocurra. Debutar en Primera División, en el Dream Team de Johan Cruyff es lo máximo.
Johan Cruyff.
Era lo que se veía: un jugador más. Prácticamente tú no ves a un entrenador formando parte de los entrenamientos. Y tanto él como Rexach jugaban en muchos entrenamientos de posesiones de balón como dos futbolistas más. Aunque lo hicieran con un perfil muy posicional, participaban. Y ahora no es fácil ver a un entrenador o a un segundo entrenador haciendo eso. Luego, a mí lo que más me impactó y más me enseñó es que él tenía la pizarra en el propio campo. Se acercaba, te preguntaba «¿por qué has hecho esto?» y en un instante eras consciente que, posicionándote de una manera o de otra, o jugando de una manera o de otra en un momento determinado, tenías más líneas de pase para jugar. Eso era su pizarra y donde se apoyaba para hacerte mejor futbolista.
Se deduce que no era un enfermo de la pizarra…
No. Al revés. Lógicamente yo coincido con él en una etapa en la que ya se ha conseguido un nivel de títulos increíble, lo mejor que había ocurrido en muchos años de historia con cuatro Ligas consecutivas y la primera Copa de Europa. Al final, los entrenadores tienen ciclos y el desgaste con ciertos jugadores y la directiva se notaba. Todo eso no es lo mismo en los primeros años que en los siguientes. Pero hablando de su forma de entrenar, era más técnico que táctico. Daba igual que jugaras con el Manchester que con el Racing: «Tenemos que tener el balón, poseemos un estilo muy definido y me da igual que jueguen con cuatro delanteros, con dos o con uno».
Todas las categorías inferiores del club comenzaron a jugar de la misma forma.
Nosotros siempre jugábamos con tres atrás, cuatro en el medio en rombo y tres arriba. Pero eso en el primer equipo no era tan puro, no se jugó tanto así. Yo jugué seis partidos con el primer equipo, pero jugábamos más con un 4-3-3. Había mucha gente que se acopló muy bien y, a excepción de Nadal que vino después, Sergi, Ferrer… eran jugadores de la cantera. Guardiola también. Koeman era fichaje y necesitaba un poco de cobertura, por eso tal vez se volvió a línea de cuatro. Luego, jugadores como Eusebio, Txiki Begiristain, Goikoetxea… se adaptaron muy bien a ese sistema. Sin embargo, como te decía, no era tan puro como podía serlo un cadete o un filial.
En inferiores el sistema era más estanco, más definido. Lo de arriba era una híbrido entre las características y cualidades de cada uno y el sistema. Por ejemplo, Bakero, que jugaba de 6, no era un perfil de 6 de los que había en la cantera, pero era algo necesario para el primer equipo porque a lo mejor el 8 y el 10 eran más ofensivos y Johan buscaba un encaje entre todo. Él era un 6 que jugaba mucho más de espaldas que por ejemplo, lo hacía yo cuando ocupaba esa posición. Lo normal es que el 6 fuera un perfil más Óscar, que luego en el primer equipo acabó jugando de ese falso 9 o de segundo delantero.
Era un extremo con unas cualidades muy ofensivas pero que aportaba mucho en todos los aspectos: de carácter, de calidad, de capacidad. Al final, ahora el fútbol se ha vuelto mucho más físico, pero antes era más técnico. Y él era un híbrido de ese segundo punta pero partiendo siempre desde banda. Es verdad que Goiko, desde la derecha, era más extremo puro y no tan llegador. Txiki, cuando jugaba, también era un extremo de otra época. Stoichkov era un extremo que, aunque jugaba en esa posición, era mucho más vertical y llegador.
La salida de Luis Milla al Real Madrid en 1990 precipita la irrupción de Pep Guardiola.
Al final ambos ocupaban el mismo puesto. La posición de Luis era la misma que la de Pep. Cada uno con sus características, pero ambos eran un perfil de jugador 4, mediocentro con capacidad, calidad, 360 grados que permitían jugar de cara, de espaldas y de lado, que era lo que necesitaba ese perfil. Era fundamental que siempre estuvieran bien perfilados, porque no eran jugadores muy físicos, sino que destacaban por su técnica y una capacidad de visión muy amplia por la posición en la que se encontraban y la necesidad de que circulara el balón. En esa época se pasa de un perfil de mediocentro más defensivo a un jugador técnico en una posición delicada, porque perder un balón ahí era peligroso.
¿Se atisbaba en él esa personalidad que exhibió después?
Lógicamente, cuando empezó era joven y estaba rodeado de jugadores de talla mundial con otra edad como Koeman, Laudrup, Hristo Stoichkov o Romario que eran cinco o seis años mayores y siempre está ese respeto. Pero él siempre ha tenido ese poso, esa capacidad, ese orden y esa personalidad para jugar en un equipo de la talla del Barcelona.
Esa temporada 1994/1995 es muy convulsa y a Johan Cruyff no se le nota cómodo. ¿Se percibía la tensión?
Sí, se nota. Pero yo desde mi posición: oír, ver y callar. Para mí, después de la lesión, cuando vuelvo es de un día para otro, pero realmente han pasado seis o siete meses. Como te comentaba antes, en ese tiempo pasan muchas cosas en las que yo no estoy. Cuando caigo lesionado en ese cuarto año todo era más fluido: era marzo, luchando por conseguir una Liga más y para volver a jugar una final de Liga de Campeones, la segunda en tres años. Luego, ese engranaje empieza a fallar: Laudrup se va, a Zubi se lo quitan del medio, Romario llega tarde después de ganar el Mundial… Cuando volví, fue todo distinto.
Recuerdo perfectamente la vuelta de Romario. Nos estaban haciendo un reconocimiento, en el típico sitio en el que nos pesaba el médico, y de repente vi llegar a Romario, saludarme, y yo pensar: «coño, la que se va a montar aquí ahora». Ese año también Stoichkov es Balón de Oro. Ahora hemos estado acostumbrados a ver a Messi ganando el Balón de Oro, pero en esa época era una cosa histórica. Al final, todo eso afectaba.
Tu último partido con el FC Barcelona fue contra el Manchester United. Cruyff te coloca de 2, perdéis y despareces del primer equipo.
Recuerdo desde el primero hasta el último partido con el Barcelona. Fue en un margen muy corto de semanas y ya el primer partido ante el Racing de Santander lo hago como 2. Luego jugué un rato ante el Galatasaray y después lo hice también frente el Espanyol, que acabó el partido en empate. En Liga después fui titular ante el Compostela y luego en Champions contra el Goteborg, donde jugué uno de los mejores partidos con el equipo, aunque perdimos en el último minuto. Fuimos muy superiores pero no estuvimos acertados de cara a puerta y después de que nos empataran, ya en el último minuto nos metieron el 2-1 en una jugada a balón parado. En el de Mánchester, realmente no juego de 2.
Te explico: en el dibujo donde nos muestra cómo se iba a situar tácticamente el equipo contrario, Cruyff opinó que jugaría de una manera, no con dos extremos abiertos como realmente hicieron. Él pensaba que iban a jugar con más interiores, con cuatro dentro, y en el extremo zurdo no habría nadie. Entonces, nosotros jugamos con Sergi, Abelardo, Koeman, Nadal y Guardiola, por lo que yo no era el 2, sino el 8. Sin embargo, como Hughes jugaba muy en punta, se movía mucho y fijaba a nuestros centrales, al final se llevaba a Abelardo y generó muchos huecos. Luego, por delante, nunca tuve a un 7, porque jugaban Bakero, Txiki, Stoichkov y Romario. Yo muchas veces tenía todo el carril entero y a veces tenía que apretar mucho arriba y dejar mi espalda, lo que provocó que en varias jugadas me la ganaran y pareciera que yo era el lateral. Pero en ese partido yo no tuve ni referencia atrás, porque era Abelardo que jugaba mucho más centrado; ni por delante, porque los que había estaban más perfilados a la izquierda.
Cuando he vuelto a ver el partido, he observado que muchas veces conducía el balón y no tenía pase cercano ni líneas de pase fáciles. Entonces, aunque es verdad que Johan luego reconoce tanto públicamente como de forma interna que no me habían ayudado, esto no lo acompaña. Es cierto que nuestra situación en Liga y Champions no era fácil, pero después de esas semanas me mandó al filial.
Y en enero de 1995 te marchas al Espanyol. ¿Por qué?
Yo sigo con mi dinámica de siempre. En esos diez o doce partidos que vuelvo al filial entre octubre y diciembre me vuelven a obligar a jugar muchos partidos de lateral derecho. Alterno el 2 y el 8 con Albert Celades y marco 7 goles. Además son goles importantes, hago buenos partidos y el equipo va bien, por lo que mis expectativas se amplían. Al final, llevo diez partidos en Figueras, veintiocho antes de lesionarme en el año anterior y diez o doce ese año: no he jugado ni cincuenta partidos en Segunda División y se me está quedando pequeña.
En la semana del último partido de Liga antes de Navidades me llaman para ir a las «oficinas», que cuando hablamos a ese nivel era como se llamaba al despacho de Johan Cruyff. Me habló de una cesión a otro equipo, pero yo ya había visto la experiencia de otros jugadores, pues no sabes si vas a jugar o no, si es un interés de tu club o el otro o si le interesa a tu entrenador o al otro. Se me pusieron sobre la mesa los nombres de Oviedo y Racing de Santander, pero en esas mismas semanas también había surgido la posibilidad, por medio de un representante, de irme al Espanyol. Durante la temporada anterior, en la que yo jugué en Segunda División, también lo hacía el Espanyol, pues fue el año de su ascenso, por lo que Camacho vio nuestros partidos y eso era un valor añadido.
Además, el Espanyol empieza muy fuerte aquel año y estaba en la mitad alta de tabla, por lo que yo me voy a un proyecto creciente en el que me quiere el entrenador. Además, el club me ofrece cinco años de contrato. Las otras opciones son cesiones de cuatro o cinco meses y yo nunca noté un interés, aunque sí que es verdad que Radomir Antic, luego en su momento sí lo reconoció. Si yo lo hubiera notado o hubiera recibido una llamada de estos equipos diciéndome que iba a jugar quince o veinte partidos no sé lo que hubiera pasado. Con el que sí lo noté fue con el Espanyol, por lo que en aquella reunión con Cruyff, cuando él me dice «Oviedo o Racing» yo le respondo: «Espanyol». Él me preguntó que si me iría allí y le dije que sí. Si me quería el entrenador, era un proyecto que me iba a dar la oportunidad de estar en Primera División y además el equipo estaba muy bien clasificado, yo me iba de cabeza. Al salir de la reunión me cogió Núñez y no quería dejarme ir al Espanyol, así que le informé que Cruyff me había dado permiso para marcharme allí. Él finalmente accedió también, aunque incluyó una cláusula para repescarme.
¿Unas palabras de Johan Cruyff podrían haberte hecho cambiar de opinión?
No. Si veías lo que había pasado en el club, te dabas cuenta. Ferrer se había ido al Tenerife y había vuelto, pero fíjate en el caso de Carreras, que había ido al Mallorca o Herrera, el central, que había ido al Lleida: luego cuando volvían eran uno más del furgón de cola, ya fuera como quinto o sexto central, o cuarto o quinto delantero. Era como en el juego de la oca, regresar a la casilla de salida. No había la sensación de que el que se marchaba volviera para ser importante. Eran casos muy contados. Yo tomé la decisión porque sentía que Camacho confiaba en mí después de haberme visto durante muchos partidos.
¿Qué te encuentras en el Espanyol?
Cuando llego allí lo hago después de haber jugado tres partidos en Primera División con el Barça y tres de Liga de Campeones, pero me pasa un poco lo que ya ocurrió en Figueras: siento que apuestan por mí, pues en el primer partido se lesiona Francisco contra el Atlético de Madrid en el minuto 30 y yo soy la primera opción. Además, hay gente joven de más o menos mi perfil, como Jordi Lardín, Roberto Fresnedoso, Arteaga…luego llegaron otros como Toril o Urzaiz, a los que Camacho conocía de la cantera del Real Madrid. Fíjate cómo son las cosas que, en esa primera prueba que hice con el Real Madrid, Camacho dice que me vio. También Vicente del Bosque.
Tiempo después me preguntó si yo había estado ese día que jugamos contra el Castilla. Imagina el repaso que nos dio aquel filial a un equipo que era juvenil: ¡Urzaiz nos metió cuatro goles! Nosotros teníamos 17 años, nos pillaron aquellos chavales de 19 años y nos dieron un meneo. Yo toqué menos de diez balones en todo el partido.
José Antonio Camacho fue alguien fundamental en tu carrera.
Camacho es un tío como lo ves: campechano, transparente, muy de cara y que si va contigo, lo hace con todas las consecuencias. Él es luego el que me lleva a la selección. ¿Por qué? Porque me conoce y conoce al Rayo, seguramente ha preguntado en el club y apuesta por mí igual que apuesta por otros a los que también lleva a la selección porque los conocía personal y profesionalmente.
¿Cómo fue cambiar FC Barcelona por Espanyol en esos años noventa?
En esa primera temporada en el Espanyol yo tengo una pequeña recaída por la lesión que había tenido de la triada y tengo que estar un mes y pico fuera porque me tienen que hacer una artroscopia. Sin embargo, pese a que con Camacho juego habitualmente, tengo la sensación de que tengo que demostrar algo. Aunque anteriormente hubo muchos jugadores que llegaron al Espanyol desde el FC Barcelona y tiempo más tarde también sucedió, en esos años había un vacío. No era fácil cruzar la Diagonal y yo eso lo noto también. A nivel interno, todos los años tengo que demostrar que merezco estar en el Espanyol. Detrás de mí van muchos más, hasta Jordi Cruyff. También van Óscar, Roger, Velamazán, De la Peña… muchos jugadores que han estado en el Barça y van para allá, pero yo me sentí así, en una reválida.
La salida de Camacho es un punto de inflexión para ti.
Yo estoy cuatro años en el Espanyol, que son cinco temporadas porque llego allí en enero y luego me marcho también en enero. Después de la segunda campaña, cuando Camacho dice que se va, empieza a haber problemas internamente, porque se queda Carcelén, cosa que no parece que es muy limpia, pues parece que hay malos entendidos con Camacho. Eso se nota, porque yo vuelvo en septiembre después de haberme roto la rodilla en las navidades anteriores y cuando estoy en la última fase de la recuperación él me llama para decirme que no cuenta conmigo y que me iba cedido al Albacete. Yo le comenté que tenía contrato y que una vez me recuperara de la lesión, con lo que había en la plantilla, yo estaba preparado para competir por un sitio.
El equipo no empieza bien y nos eliminan rápido de la UEFA. Fue el Feyenoord, que nos ganó 0-3 en la ida y ya en la vuelta juego porque no nos jugábamos nada. Carcelén me empieza a llevar a los partidos cuando la situación es complicada y su puesto se está tambaleando e incluso marco en la eliminatoria de Copa del Rey ante el Sporting de Gijón, pero a él lo despiden y llega Vicente Miera, con el que ya empiezo a jugar de forma habitual. Sin embargo, él es despedido también y llega Paco Flores.
Y se olvida de ti…
Con él, en el primer partido fuera de casa soy convocado porque no hay más. De hecho, en el banquillo eran todos del filial y yo. Estaban los once de campo y los otros cinco convocados eran Raúl el portero suplente, tres chavales entre los que estaba Raúl Tamudo, y yo. Era un partido contra el Hércules, que en ese momento era colista, yo salí desde el banquillo e hice el 1-1, después salió Raúl Tamudo e hizo el 1-2, en lo que fue su debut en Primera División. Esa victoria ya nos dejó en una situación más tranquila y como había sido expulsado Brnovic, soy titular en el siguiente partido contra el Real Betis, que llega a nuestro campo como tercero y acabamos 0-0. En dos partidos ganamos al colista y logramos empatar con un equipo de la zona alta, pero luego desaparezco de las convocatorias.
Es raro…
Sebastián Herrera, tres temporadas en el club, treinta y ocho partidos cada año, llega él y se queda fuera. Javi García, el delantero, también. La sensación con Paco Flores es que era un poco de ese perfil: los que veníamos del Barcelona no éramos de su agrado por una decisión única y exclusivamente personal. No era un tema técnico. Lo podías encubrir como quisieras, pero era así.
La 1997/1998 es la última temporada en la que juegas habitualmente.
Después de una temporada anterior que había sido la última en Sarriá, vuelve Camacho como una especie de reclamo, pues el cambio a Montjuïc fue un poco delicado para la afición. Pese a su llegada, yo estoy otra vez en las mismas, porque cuando estoy de vacaciones leo en el periódico que el club ha declarado transferibles a varios jugadores y yo estoy en esa lista. Con esas, llamé al club para hablar con el director general para preguntar si era una decisión del club o del técnico y pedí el teléfono del propio entrenador para hablar con él.
Hablé con Camacho y él me confirmó que estaría en la pretemporada y sería uno más, así que me quedé tranquilo. En el primer partido serio, Camacho me incluyó entre los dieciocho de la convocatoria, por lo que era evidente que iba a formar parte de la plantilla de cara a la temporada. Cuando se confirmó esta convocatoria, se me acercó un miembro del club para preguntarme: «¿Qué has hecho?». «¿Qué he hecho yo? Yo he hecho lo de siempre: entrenar, como en todos estos años. Deberíais preguntar qué habéis hecho vosotros, que me habíais declarado transferible cuando el entrenador tenía confianza en mí». Así que esa temporada jugué más de veinte partidos con Camacho en el cambio a Montjuïc sin ningún problema.
Se va Camacho y llega Marcelo Bielsa, que dura unos meses.
Al año siguiente vuelve a pasar lo mismo: Hacemos una buena temporada que acaba con el equipo en mitad de tabla y desde la entidad se decide jugar la Intertoto. Llega Marcelo Bielsa y manda que la pretemporada empiece cinco o seis semanas antes de comenzar la Liga, una cosa de locos. Bielsa se lleva los videos de todos los jugadores con los partidos de la temporada anterior con Camacho y cuando el equipo dice que tengo que formar parte de la lista de la Intertoto, él dice que yo soy de los dieciocho que se quedan y no voy a esa competición que en teoría era para que la jugaran los futbolistas con los que él no contaba y por si alguno ofrecía un buen rendimiento para formar parte de la plantilla.
Hago la pretemporada, comienzo la Liga y él me decía que iba a ser su jugador número doce, porque creía que podía jugar cuando faltara el 8, el 10 o alguna otra posición. Él es muy matemático, y me comentó: «si tu juegas 35 partidos en un par de equipos de este nivel, puedes dar el salto y jugar en uno top otra vez». Yo le respondí: «A ver si puedo hacerlo aquí». Yo me reciclo a esa posición de 8, de interior, pero Bielsa ficha a Germán Villa, un internacional mexicano que venía de jugar el Mundial. Además, unas semanas después del inicio de temporada lo llamó Argentina para que se convirtiera en seleccionador, él ejecutó una cláusula que tenía en su contrato para marcharse y le dio unos días al club para que encontrara recambio.
La apuesta fue Miguel Ángel Brindisi.
A partir de ese momento, el Espanyol comienza a tener encuentros con distintos entrenadores y como Bielsa les sale bien se ponen a buscar uno argentino. Se reunieron con dos y el tercero fue Brindisi, al que finalmente eligieron. Decían que el factor diferencial era que él conocía a la plantilla a la perfección, pero en el primer entrenamiento ya nos preguntó el nombre a dos jugadores… y uno era internacional. Cuando le dije que yo era Luis, él respondió: «Ah, Luis», como si supiera algo de lo que pasaba conmigo. No fui convocado a ningún partido.
Cuando te respondió eso, tú dirías: «Estoy jodido».
Sí. Los jueves, siempre jugábamos contra equipos de Segunda B de la zona. Se jugaban partidillos y había días en los que no jugaba ni el primero ni el segundo. Lo hacía en el último de los últimos cuando él ya ni miraba. Igual empezaba el partido a las cuatro y yo jugaba a las siete y tenía que estar esperando toda la tarde. Era lo que llamamos «el carrito del pescado». Esos eran mis partidos y mis entrenamientos, por lo que yo pensaba que me tenía que buscar la vida y ponerme en forma. Sabía que no iba a jugar el fin de semana, pero martes, miércoles y jueves tenía que entrenar como un avión para estar preparado.
Siempre que he estado en una situación de estas he hecho así, pues si cuando estaba en Tercera y empecé la mili no hubiera entrenado, al llegar al Figueras hubiera estado muerto. Lo mismo cuando el Barcelona me bajó al filial: si no llego a estar a tope, al llegar al Espanyol no hubiera jugado desde el principio. Esto fue igual y los partidillos los afrontaba a reventar. De hecho, a los rivales les metíamos unas panaderas increíbles. Los equipos que llegaban para jugar salían con mucho ímpetu contra los titulares, pero ya luego iban bajando el ritmo y cuando salíamos nosotros todavía con más ganas, los pintábamos la cara. Hubo un día que marqué cinco goles y hasta los celebré, porque sabía que era los únicos que podía celebrar ya que no iba a ser convocado el domingo.
Así llegó el último partido de Liga antes del mercado invernal y el entrenador me llamó para hablar conmigo. Había un par de lesionados y además me dicen que luego tengo que ir a rueda de prensa. La primera pregunta en rueda de prensa fue: «¿Qué te ha dicho el míster? Hemos visto que hay bajas». Y a mí sólo me quedó responder: «Me ha dicho que me busque equipo… ¿Alguna pregunta más?». En resumen, que la primera vez que Brindisi habló conmigo desde aquel primer día en el que no sabía quién era fue para decirme que me buscara equipo para enero, momento en el que apareció el Rayo.
¿Te sentiste maltratado? ¿En un desafío constante?
Sí, la sensación fue esa. Pero eso nace de dos o tres personas con nombres y apellidos dentro del club, si bien estuvieron por encima grandes entrenadores como Camacho o Bielsa, que esas opiniones las dejaron apartadas y primaron su personalidad y sus decisiones personales. Ellos no se vieron manipulados o infectados por opiniones o informes de otros.
Aterrizas en el Rayo Vallecano y lográis el ascenso.
Llegué a un club de Segunda División pero en el que la exigencia era subir. Y creo que es el único año en la historia en el que suben cuatro equipos, pues además de hacerlo Málaga y Numancia de forma directa también lo hicimos nosotros y el Sevilla por medio de la promoción. Nosotros ascendimos siendo quintos porque el filial del Atlético de Madrid había quedado segundo. Y lo hicimos el 30 de junio, así que imagínate los meses que pasaron, los partidos que tuvimos que jugar desde que yo llegué al final de la primera vuelta y lo larga que es la Segunda División.
Todavía recuerdo aquella promoción contra el Extremadura de Rafa Benítez y que ya ganamos en la ida por 0-2. Nosotros éramos un equipo muy compacto y era muy difícil hacernos goles, por lo que en la vuelta había optimismo. Aunque en Vallecas nos hicieron una ocasión clara al principio, la sensación nuestra era de que en cualquier momento se abrirían e íbamos a marcar también. Fue una fiesta porque con el resultado de la ida estábamos confiados y volvimos a ganar por 2-0. La verdad es que fuimos superiores en los ciento ochenta minutos.
Fue llegar y besar el santo.
Mi rendimiento fue un poco de menos a más, pero acabé marcando siete goles y algunos de ellos fueron importantes. Contra el Extremadura anoté el 0-1 y provoqué el penalti del 0-2. También hice el 1-0 contra el Mérida y en un 1-1 contra el Badajoz marqué de falta. Además, lo bueno que nos pasó, al igual que le sucedió también al Rayo del año pasado, es que asciendes con un bloque, lo mantienes y además fichas a tres o cuatro piezas y el proyecto se asienta. En el regreso a Primera División, nosotros empezamos ganando en el Calderón al Atlético de Madrid de Claudio Ranieri y encadenamos cuatro victorias seguidas.
Yo al final he estado en el Barcelona, cuatro años en el Espanyol y seis en el Rayo Vallecano. Cuando llego, lo hago con veintiséis años, con lo que no tienes esa falta de madurez del principio. Además, tienes una experiencia de haber jugado ya ochenta partidos en Primera pese a haber sido operado tres veces, partidos de Copa, de UEFA… yo tenía esa madurez. Era la edad perfecta. Viví todo: desde el ascenso y cuatro años sensacionales jugando incluso la UEFA, hasta los dos descensos seguidos y la rotura de rodilla por tercera vez, que ya es la definitiva, porque pierdes gran parte de las cualidades físicas.
Llegas como cedido. ¿Lo haces con la idea de que tu etapa en el Espanyol estaba terminada y que ibas a fichar definitivamente por el Rayo?
La idea ya estaba preconcebida. El Espanyol quería algo, el Rayo me quería y yo quería irme al Rayo. Era solo sentarte y decir: «cuánto». El Rayo hizo un esfuerzo, yo hice un esfuerzo y se pagó un traspaso aunque podría haber esperado un año y marcharme libre. Era incómodo para el Espanyol, era incómodo para mí, y al final era simplemente una cuestión económica. Yo, además, tuve una desventaja pero que en ese momento fue una ventaja para mí, pues cuando firmé con el Espanyol tenía un contrato previo a las televisiones, que aunque ganaba dinero era mucho menos comparado con los compañeros que habían firmado después. Como tenía un contrato bajo, el Rayo podía asumirlo y además pagar traspaso.
Juande Ramos comandó un proyecto que entró en la historia de la entidad.
Él me conocía porque había pasado por las categorías inferiores del Barcelona. Además, allí tuve la oportunidad de coincidir con Julen Lopetegui, con el que había estado en el primer equipo del FC Barcelona y Pablo Sanz, en este caso en el filial. También estaba Bolo, que había llegado en unas circunstancias parecidas a las mías. Además estaba la estructura que formaban Cota, Alcázar, Estíbariz o Muñiz y se iban fichando ciertos jugadores como «apuestas».
En ese regreso a Primera en la 1999/2000 fuisteis líderes durante varias jornadas y cerráis la temporada en el noveno puesto. ¿Llegasteis a soñar con más?
La estructura deportiva del Rayo era muy básica. Mira, ¿a mí por qué me ficharon? Pues porque iban a por Nenad Pralija, un interior croata que estaba en una situación muy parecida a la mía en el Espanyol jugando muy poco, pero él dijo que no se movía de Barcelona. Entonces, Félix Uceda vino con otro miembro del staff a ver si podían convencerle y me vieron a mí en el entrenamiento. Cuando se fueron a comer con él y les rechazó, preguntaron y el club les confirmó que yo estaba en la lista de transferibles, así que me llamaron: «¿Te quieres venir?». «Mañana», les respondí.
Ellos se marcharon esa tarde y yo al día siguiente ya estaba en Madrid firmando y conocí al jefe. Un día más tarde ya entrené con los suplentes y el sábado estuve en el campo viendo la victoria del equipo contra el Leganés por 1-0 con gol de Míchel de falta. Volví a mi casa de Barcelona a por las cosas y regresé. Recuerdo que Bolo, que también acababa de llegar, me dijo que me quedara esos primeros días en su casa y ya buscara tranquilamente alojamiento y así no tenía que estar en un hotel aquellos primeros días.
José María Ruiz Mateos.
Era una persona muy peculiar. Yo vine a firmar con el club junto a mi representante y después de hacerlo me dijeron: «Te quiere conocer el jefe. Tienes que estar allí a las cuatro y media», así que fui a las oficinas que estaban en Cuzco. A esa hora estaba él ya en recepción, me conoció y estuvimos hablando un rato antes de que se marchara a seguir con sus reuniones. Era una persona muy cercana y me preguntó por mi horóscopo, si tenía novia o estaba casado… cosas que no tenían que ver con el fútbol.
Aquella temporada te lleva a debutar con la selección española en enero de 2000.
Recuerdo que hubo más de una convocatoria en la que se habían generado varias expectativas pero finalmente no se habían concretado. En esa temporada habíamos sido líderes en varias oportunidades en los primeros meses de competición pero yo no había estado en las convocatorias, por lo que el tiempo iba pasando y la Eurocopa se iba acercando. Cuando llegó la convocatoria en enero yo ya no tenía tantas expectativas como podría tener en octubre o noviembre, porque pensaba que el embudo se estaba haciendo cada vez más pequeño. Sin embargo, fuimos cinco nuevos. Luego, Camacho me convocó un par de veces más, pero no pude ir por molestias musculares. Las convocatorias eran los viernes y yo sufría algún problema en el partido del fin de semana y me quedaba a las puertas.
Un día me pasó en un partido contra el Real Betis y me perdí dos partidos internacionales. La otra fue contra el Lleida haciendo el 3-1 en el minuto 90 de una eliminatoria de Copa del Rey que ya estaba sentenciada a nuestro favor. Recuerdo intentar hacer un pase de gol, que un defensa cortara la pelota, me viniera a la izquierda, colocarla al palo largo, marcar y sentir un pinchazo. Cosas de una o dos semanas de baja, pero que te impedían ir a la convocatoria. Te estoy hablando ya de los meses de febrero o de marzo, con una Eurocopa que ya sí que estaba a la vuelta de la esquina y que al final acabé viéndola en la playa. Fue aquella Eurocopa del gol de Alfonso contra Yugoslavia y yo podría haber estado aunque hubiera sido el número 23 y haber jugado unos minutos. Tan solo haber vivido esa experiencia. Fue mi oportunidad. Con 28 o 29 años, ya sabes que cada vez vas a tener menos opciones. De hecho, en el debut, juego apenas quince minutos pero lo hago en una posición donde no estoy habituado a jugar, porque en el Rayo lo hacía de mediapunta en un 4-2-3-1 y Camacho me pone como mediocentro en un 4-4-2, con más peso en el equipo y en tareas de construcción. No me pone en una banda para que juegue un rato, sino que me da importancia.
Ese verano no juegas la Eurocopa, pero os toca la «lotería» de la UEFA por juego limpio.
Estamos hablando del año 2000, por lo que todavía no había redes sociales ni nada parecido. Yo estaba de vacaciones en León y venía de camino a Madrid para estar aquí unos días. Recuerdo perfectamente ir en el coche y que me llamara Víctor, el delegado, para decirme que jugábamos la UEFA porque nos había tocado el sorteo y teníamos que empezar los entrenamientos diez días antes porque teníamos que disputar una previa. Yo creía que me estaba vacilando, pero era cierto. El primer rival fue el Constel•lació de Andorra, pero Juande se lo tomó como si fuera una final. Le daba igual jugar contra el Real Madrid que contra cualquier otro y además era una oportunidad de disputar competición europea, así que imagínate. Fuimos allí y les metimos diez.
Todo el mundo recuerda la eliminatoria ante el Girondins de Burdeos como la más importante. ¿Tú también?
Yo creo que la mejor eliminatoria fue esa, pero lo que más recuerdo es otra cosa. A mí me cambiaron junto a Bolo en la ida cuando el partido estaba muy trabado con 1-1 y el equipo mejoró desde entonces. Eso es algo muy bueno que tenía Juande: sabía manejar las situaciones y aunque estuvieras en un buen momento de forma, analizaba a los rivales de tal manera que sabía cuándo era la mejor circunstancia para que jugara cada uno. Aquel día optó por quitarnos a los dos cuando faltaba media hora y acabamos ganando 4-1. Fue un resultado que lo dejaba todo muy encarrilado y aunque no fuimos confiados a la vuelta sí que estaba todo a favor. Nosotros éramos conscientes de que cuando bajábamos el pistón éramos un equipo normal, por lo que siempre teníamos que jugar a un nivel de intensidad muy alto para poder competir con todos.
Era muy difícil seguir las eliminatorias por televisión.
Que me vas a decir! Hubo un encuentro ante el Viborg en Dinamarca, en el que estábamos casi eliminados pero marcó Míchel de falta muy cerca del final. Tiró por fuera de la barrera, el balón le dio a uno en la cara, se envenenó y entró. Me acuerdo que yo no pude ver el partido porque no se televisaba y tan solo se podía escuchar por la radio en alguna emisora de Madrid. Estaba de los nervios en casa porque hubo minutos en los que podíamos estar eliminados y el gol fue una liberación.
Ante el Molde, con 0-1 Julen Lopetegui le paró un penalti a Rudi después de acercarse y decir: «I know you. I know what are you going to do». ¿Lo recuerdas?
Recuerdo en el partido de vuelta ante el Girondins en Burdeos, en el penalti que le hacen a Bolo, cuando yo voy a lanzarlo era el primer penalti que iba a tirar con el Rayo. Al coger el balón, vino corriendo Ramón De Quintana desde la defensa y me dijo: «Luis, me ha dicho el míster que tengas cuidado con el penalti, que nos han estudiado y nos conocen». «¿Dónde me van a haber visto a mí tirar un penalti si es el primero que tiro en el Rayo?», así que se lo tiré y lo marqué.
Tú te pierdes algunos partidos de aquella UEFA por lesión.
Empezamos a jugar domingo – miércoles por el tema de la competición europea y los recursos del club eran los que eran. Comenzamos la Liga ganando al Villarreal por 1-5 y al miércoles siguiente nos enfrentamos con el Molde y jugué sesenta minutos. Yo ahí ya iba arrastrando molestias musculares y me hicieron algunas pruebas, pero seguí jugando y en el partido contra el Zaragoza en la jornada 2 me rompí el abductor entero y estuve varios meses fuera, por lo que me perdí las eliminatorias contra al Viborg y el Lokomotiv.
Algunos compañeros recuerdan limitaciones en los viajes e incluso alguno vio a Ballesteros y sus 190 centímetros durmiendo en un sofá cama porque se le salían los pies de la cama.
Los viajes eran diferentes, en lo bueno y en lo malo. Por ejemplo, el club organizaba un chárter con cien o ciento y pico personas, volaba al destino, se dormía una noche, jugábamos y salíamos de vuelta. Pues muchos amigos míos, aunque yo estaba lesionado, seguían yendo a los viajes porque todo era como una gran familia: los padres de uno, los primos de otro, los amigos de este…
El Alavés se convierte en vuestro verdugo en cuartos de final y tú marcas el último gol del Rayo Vallecano en Europa hasta ahora.
Lo peor de esa eliminatoria es que nosotros en todas las anteriores nos habíamos enfrentado a equipos que no nos conocían y fuimos siempre mejores, pero al tocarnos el Alavés era distinto. Además nos enfrentamos tres veces en muy pocos días, porque después del partido de ida jugamos contra ellos en Liga también antes de la vuelta. Los equipos se conocían tanto que al final los detalles más pequeños eran los que definían. En la ida fue un partido normal, en el que ellos fueron superiores pero que iba con un resultado de 1-0 y aunque era malo era remontable. Sin embargo, a falta de diez minutos para el final nos hicieron dos goles seguidos para el 3-0 que nos dejaron temblando. Encima, nos tuvimos que quedar allí a dormir para jugar el partido de Liga, volver y otra vez jugar contra ellos en la vuelta, que ganamos 2-1 y yo marqué de penalti casi al final.
Se mezclaban fichajes muy rentables con otros para olvidar…
Esa estructura interna era débil, porque si acertabas con los traspasos se podía avanzar, pero si no, los más veteranos se iban haciendo mayores y había problemas. Por ejemplo, llegó Jordi Ferrón y lo hizo muy bien, pero recuerdo cuando llegó Quinzinho, que no sabía ni chutar, o Mandra, un argentino con un 46 de pie que decía que era más rápido que el Piojo López. Cuando le vimos entrenar al día siguiente pensé «no sé si será bueno o no, pero rápido no es», bastaba con verle la pinta. Había fichajes que salían bien y eso permitía al equipo mantener el nivel como Patxi Ferreira, Iván Iglesias, Mauro o Paco Jémez, pero luego venían fichajes raros como Granov, que era bosnio como Bolic pero bastante peor. Había fichajes que no sabías ni de dónde habían salido, si eran por relaciones con representantes o por pura lotería de ir a por un futbolista y llevarte a otro.
Otro caso significativo fue Elvir Baljić, que cuando llegó al Real Madrid le llamaban el Rivaldo blanco y llegó cedido a Vallecas.
Él llega al Rayo cuando yo me rompo la rodilla a finales de 2001. No llegué a coincidir con él porque precisamente fue el que cogió mi ficha federativa tras la lesión. Esa temporada estuve muchos meses lesionado y apenas jugué 7 partidos.
Y después de cuatro años en Primera División, dos descensos seguidos llevan al equipo a Segunda B en 2004. ¿Qué pasó?
Básicamente, por lo que te decía antes: las piezas claves de esa estructura deportiva no se suplen con otras del mismo nivel y, además, pasamos de tener a un entrenador como Juande Ramos durante tres años sacando un gran nivel, a tener tres entrenadores en cada uno de los dos años siguientes. Tras la salida de Juande tuvimos a Goikoetxea y Manzano el primer año, Fernando Vázquez, Benítez e Iriondo el segundo cuando bajamos y luego Julen Lopetegui, D’Alessandro y Txetxu Rojo el tercero cuando acabamos en Segunda B. Tuvimos ocho entrenadores en tres años y eso se nota. Los cimientos del proyecto eran muy débiles.
El primer técnico el año del descenso a Segunda B fue Julen Lopetegui…
Cuando comienza la temporada con él de entrenador el objetivo era subir a Primera División y al final duró diez partidos. Había mucha exigencia, pero ¿cuántos equipos históricos de los que bajan a Segunda suben al año siguiente? Mira lo que ha pasado con Zaragoza, Sporting, Las Palmas, Oviedo, Tenerife… Hay casos, evidentemente, pero cuesta mucho bajar y volver a subir.
¿Cómo fue ese día en Segunda cuando el equipo se va desangrando hasta el descenso?
Ahí se notaba que no había estructura en el club. Teníamos reuniones y aparecía uno de los hijos de Ruiz Mateos que nunca había ido al fútbol para juntarse con los capitanes. Además, las decisiones deportivas no iban de la mano con lo que hablábamos con el club. Recuerdo volver de viaje en tren o en el autobús después de un partido e ir echando cuentas para ver cómo podíamos salvarnos. De empatar un partido fuera contra un rival importante y, después, perder en casa contra alguno que ni te esperabas. Hace poco miraba la clasificación y no sabía cómo había algunos equipos que podían haber quedado por delante nuestro como Poli Ejido o Ciudad de Murcia. Hubo que hacer muchas cosas muy mal para que nos pasara eso. Todo eso bueno que tenía el Rayo de unión, con jugadores, con afición… explotó. Hubo una decepción general.
Recuerdo ver peleas entre Pablo Sanz y algún aficionado después de los últimos partidos y la prensa separando.
Pablo se enzarzó, e incluso tuvo juicio con algunos. Los dos últimos partidos tuvimos problemas para salir del campo y nos recomendaron, incluso, salir por otro sitio. En el último, yo salía tan normal con mi mujer, me quitaron la mochila y cuando nos montamos en el coche, entre cuatro o cinco empezaron a zarandearlo. Fue algo decepcionante, porque la sensación de unión que había se rompió.
El principio del fin, pues el descenso a Segunda B acaba con tu adiós en verano de 2004.
La ruptura también sucedió a nivel interno del club. Tras el descenso de Primera División a Segunda firmé una reducción en la ficha y dos días después de bajar a Segunda División B fui al club porque todavía me quedaba un año más de contrato. Yo entendía que era muy elevado y además tenía una llamada del Numancia, que estaba en Primera División y fichó a Pablo Sanz. Le dije a los responsables del Rayo Vallecano que si querían yo rescindía el contrato y me marchaba, pero el club insistió en que me quedara. También les comenté que era consciente que mi sueldo era elevado y ofrecí que lo dividieran en dos o tres años o que cuando me retirara me quedaba en el organigrama del club y ellos insistieron en que no había problema.
Sin embargo, comienza la pretemporada y me meten en un grupo apartado. Allí había jugadores que empezaron a rescindir como Peragón o Biagini, así que allí nos quedamos Paco Jémez, Xavi Roca y yo. Llegó el día 30 de agosto y me dicen que el día siguiente no hay entrenamiento y vaya directamente a la oficina. Cuando llego, aparece un empleado del club y me da una carta de despido. Me quedé alucinado, porque yo desde el momento después de descender había hablado con el club y me habían dicho que estuviera tranquilo, así que según salí de allí llamé a un abogado, le di la carta y dije que no quería saber nada hasta que estuviera todo resuelto.
Fuimos a juicio. Javier Tebas era el abogado del Rayo y al final me pagaron los dos meses de julio y agosto que había estado allí, así como los diez meses que restaban del contrato firmado, aunque fue cuatro años después y hubo que sumar todos los intereses. Al final podría haberme quedado en el equipo, haber jugado equis partidos y aportar algo, porque la ficha me la tenían que pagar igual. Me hicieron mucho daño y, de hecho, volví años más tarde para entrenar al filial porque ellos ya no estaban. Si no, no lo hubiera hecho.
Después de haber estado toda la pretemporada preparándome, y ya sin tiempo, me fui a Ponferrada para jugar en Tercera División y me retiré a final de temporada porque ya tenía muchos dolores y no disfrutaba.
¿Qué hubiera sido de Luis Cembranos sin lesiones?
Pues no lo sé. A lo mejor ahora no estaría aquí. Lo piensas, pero al final es lo que me ha tocado. Me he quedado sin vacaciones, me he perdido partidos de selección, encuentros internacionales, haber podido jugar ese cuarto año en el Barcelona que me hubiera dado un título que nunca he logrado… Me podían haber tocado muchas cosas que las lesiones me han limitado. En mi última lesión estuve catorce meses fuera desde que me operé porque tuve una infección.
Pero lo que valoro, al final, es que he jugado en Primera División con tres ligamentos cruzados rotos, la primera vez que sufro la triada tardo menos de seis meses en recuperarme y debuto con el Barcelona… al final es lo que me ha tocado vivir. ¿Qué hubiera sido? Pues a lo mejor no estaría ahora aquí, hubiera jugado en otro sitio y a otro nivel. Me comparo con jugadores de mi generación, de mi nivel y de mi posición y encuentro a algunos como Valerón o Baraja, futbolistas que han sido internacionales en muchas ocasiones, han jugado en muchos equipos que han disputado competiciones europeas y yo podría haber estado en ese nivel o parecido.
Vuelves al Rayo Vallecano en 2017 como entrenador del filial.
El equipo se quedó sin entrenador y fue el presidente (Raúl Marín Presa, ndr) el que me llamó porque quería hablar conmigo. Yo acababa de instalarme en Madrid, me reuní con él y me dijo que si quería hacerme con el filial, lo que acepté inmediatamente. Míchel estaba como entrenador del primer equipo y esa temporada logró el ascenso a Primera División. Cuando llegué, no había vestuario y tuve que montarme yo un despacho para poder trabajar. Si estoy un montón de horas ahí, no puedo estar trabajando sentado en un banco o donde pille. No te pido que me pongas un ordenador, pero si un cuarto donde pueda dejar mis cosas.
Sin embargo, parecía que había gente dentro a la que no le sentaba bien o pensaban que yo era el enemigo. En primer año, logramos alcanzar el playoff, pero yo sólo había firmado un año y no me querían renovar porque hay mucha gente a la que le molesto. Finalmente termino renovando en contra del deseo de muchos. Sin embargo, como el primer equipo comienza mal la temporada siguiente y va en los últimos puestos, dentro del club todo son malas caras. Hay ciertos movimientos en el club que no me gustan cuando se prescinde de Míchel y, a la conclusión de ese segundo año, yo no sigo.
Pese a los buenos años a nivel deportivo, la entidad no ha avanzado demasiado.
La estructura es muy débil. Mi sensación es que la gente que rodea al presidente no es sincera con él. Cuando vendió a Fran Beltrán, él me preguntó qué me parecía y yo le fui claro: «Una cagada. Un chaval internacional sub’21 por 9 millones de euros. Dime a quién traes por ese dinero». La formación tiene cada vez menos importancia y las instalaciones tampoco se mejoran. Hace un tiempo hablaba con Felines y me decía: «Luis, los vestuarios no es que estén igual que cuando tú jugabas, sino que lo están como cuando yo lo hacía veinticinco años antes».
Antes, tus primeros pasos en los banquillos son en tu tierra.
Mi primera experiencia fue en Huracán Z, donde comencé con futbolistas que un par de años antes habían jugado conmigo en Ponferrada cuando yo me retiré. El trabajo allí provocó que la Cultural Leonesa me ofreciera una oportunidad de entrenar allí ya de una forma profesional e incluso logramos el ascenso de Tercera a Segunda B.
También fuiste ayudante de Luis Milla, como segundo entrenador en el Real Zaragoza.
Fueron dos años de los que guardo un gran cariño. La recuerdo como una etapa de gran aprendizaje, pues como segundo entrenador pude estar en el día a día del equipo pero sin ocupar el primer plano. Me dio la oportunidad de aprender y aportar pero sin necesidad de reuniones, prensa, etc. No obstante, cuando Luis se marchó a Indonesia yo consideré que había llegado el momento de avanzar en solitario.
Tras la salida del Rayo Vallecano B, te marchas al filial del Leganés en 2019 e incluso tienes la oportunidad de entrenar al primer equipo.
Ese verano tuve otras opciones, pero no terminaron de convencerme y finalmente acepté la oferta del Leganés. Comencé la temporada con el filial y cuando el club destituyó a Pellegrino en la jornada 9 y subí para entrenar al primer equipo, sabía que era de forma provisional. Ganamos al Real Mallorca por 1-0 en el primer partido y se disparó la ilusión, pero después caímos por 5-0 con el Real Madrid. La semana anterior se había suspendido el Clásico por los primeros disturbios en Barcelona tras conocerse la sentencia del juicio del procés, y los dos equipos venían de no jugar.
El FC Barcelona le había metido 5-1 al Valladolid un día antes, Zidane salió con todo y Real Madrid ya iba 3-0 contra nosotros prácticamente a los 20 minutos. Después de aquella derrota yo sabía que el partido del Eibar iba a ser el último. De hecho, en el calentamiento previo a ese mismo choque los jugadores ya conocían que no íbamos a seguir. Al final estuve apenas dos semanas, pero disfruté como un enano. Es otro nivel, una estructura completamente distinta. Creo que si la situación se hubiera dado en marzo, a falta de ocho partidos, hubiera seguido, pero la tesitura era distinta.
¿Sigues esperando que llegue una buena oportunidad?
Sí, pero ves que no es fácil. Tengo la sensación de que ya llevo ocho años en Tercera, dos años con Luis Milla en Segunda División y, aunque haya sido circunstancial, también he podido entrenar en Primera División con el Leganés. En otras palabras, ya no soy un pardillo.
Luis fue un grandísimo jugador. Que pena que las lesiones nos privaran de un centrocampista de ese nivel. Además tiene mucha cabeza y ha conocido lo bueno y malo del fútbol, seguro que es un gran entrenador. He disfrutado de la entrevista, que grandes momentos el fútbol de esa época.
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