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Lo dicen los datos

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Aficionados del CD Castellón en el partido contra el Ceuta (Foto: CD Castellon)

Después de un par de meses de permiso de paternidad y de otro mes y medio de vacaciones y días libres en mi ocupación principal, el lunes volví sin remedio a eso que llaman «trabajo» de verdad. No quiero dar pena, y además luego vas a trabajar y te tratan bien y no es para tanto, pero el dolor que sentí en los días previos a mi regreso oficial no se puede explicar. Cada mañana entraba en la ducha con ganas de llorar, pero amigos y conocidos, por lo que fuera, me preguntaban mucho si tenía ganas de volver a trabajar ya. Primero pensaba que me lo preguntaban en broma, pero fue un asunto tan recurrente que al final resultó que lo decían en serio. Resultó que pensaban que de veras existía esa posibilidad.

Me he documentado al respecto y resulta que existe gente que sostiene muy seria que no sería capaz de vivir sin trabajar, que dice que aunque tuviera la vida resuelta en lo económico sentiría el impulso de la productividad. Gente que asegura que se aburriría sin obligaciones y tal y cual. De esto no se habla porque el debate no interesa. Esta idea le conviene al sistema y no lo verás en los medios, pero esta gente existe y vive entre nosotros: se sienta cerca de nuestros asientos en los partidos de fútbol, lleva a sus hijos a nuestros colegios, respira del mismo aire que los demás y tiene derecho a votar. Como respeto a todo el mundo -hasta a los que besan en la boca a los perros, hasta a los fans de Rudy Gobert-, respondía de manera cortés todas estas cuestiones referentes a mi regreso laboral. A veces, eso sí, en lugar de emoticonos añadía datos.

Los datos -los fríos datos- los guardé en la conversación de WhatsApp que mantengo conmigo mismo, hace casi un año y para tenerlos a mano. No recuerdo exactamente de dónde los saqué -de alguna noticia de agencias sobre el típico estudio universitario, creo-, pero son muy útiles para copiar y pegarlos en las conversaciones y que dejen de preguntarte por las ganas de trabajar. El 78% de los periodistas -mi oficio- ha sufrido estrés, eso revelan los datos. También fatiga (72%), ansiedad y trastornos del sueño (62%) y problemas de vista (61%), entre otros asuntos maravillosos. En mi caso, como con lo de aceptar las cookies: sí a todo.

No me gusta sentirme de nuevo estresado, fatigado y ansioso, ni volver a dormir mal, pero me gusta que los datos corroboren mis impresiones. «No lo digo yo, lo dicen los datos». Por ahí me puedo consolar y por ahí me puede conquistar también el big data en el deporte. De hecho, cada vez que veo a alguien compartir una estadística favorable a un futbolista que previamente mi cerebro había catalogado como bueno pienso «qué listo soy, lo supe sin tener que mirar los datos». Se podría decir que estoy en contra de los datos hasta que me dan la razón, de la misma manera que estoy en contra de los cambios excepto si funcionan (esto último lo decían en Mad Men según suele apuntar Javier Aznar en nuestro podcast, y lo que me diga Javier en el podcast va a misa, aún más que los datos).

Esta temporada, al hilo, mi equipo -CD Castellón, Primera Federación- lidera la clasificación aplicando el análisis de datos en el mercado de fichajes, en los entrenamientos y en todo. Juegan tan bien y marcan tantos goles que a veces me entra la risa floja y estoy contentísimo con esta win-win situation. Porque si al final de temporada no subimos, podré cuñadear y decir «esto de los datos menuda milonga»; y si logramos el ascenso pues logramos el ascenso, y qué más puedo pedir (otros cuatro meses de estar con mis hijos cada día, y no trabajando, quizá).

El caso es que gane quien gane yo voy a ganar, y ni siquiera lo de volver a trabajar me quita esa felicidad.

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