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Los versos de la ballena: Bandera de la Concha, una regata que hunde sus raíces en el medievo

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Trainera participante en al edición de 2013 (Foto: Cordon Press)

El monte Ulia es uno de los tres promontorios que surcan la bahía de la Concha de lado a lado, junto a Igeldo, en el otro extremo, y la céntrica Urgull, que emerge del fondo marino como una suerte de monstruo antediluviano.

Ulia separa el barrio de Gros de la cercana localidad de Pasaia, y en apenas 235 metros de desnivel sobre el mar concentra historia y naturaleza a partes iguales: punto clave en la defensa de la ciudad, fortificaciones y elementos de artillería abandonados hace cientos de años conviven con los restos del tranvía y el teleférico, utilizados a principios del siglo XX.

Hoy, una maraña de laberínticos senderos desembocan en pronunciados acantilados y panorámicas impresionantes: una ventana abierta al golfo de Bizkaia, testigo durante siglos de tormentas, naufragios y embarcaciones a la deriva luchando contra la furia del mar.

No existe constancia de que ningún tesoro pirata haya sido arrojado a sus pies, en la playa de la Zurriola, y aun así, algunas de esas piedras, riscos y salientes guardaban un secreto tan valioso como los cofres de oro o las alhajas de plata: cuenta la tradición trufada de leyenda, o viceversa, que desde la cima del pequeño monte, y apostados en atalayas elegidas a tal efecto, los avistadores alertaban sobre la presencia de ballenas a los pescadores que aguardaban en el puerto. Mediante señales visuales o sonoras, daban el pistoletazo de salida a una persecución tan estudiada como imprevisible y sangrienta.

Una vez recibido el aviso, partían las txalupas, embarcaciones formadas por pequeñas tripulaciones de aproximadamente media docena de marineros, de los cuales destacaba el arponero, cuya habilidad resultaba  indispensable tanto para la caza como para determinar quién se hacía acreedor a ella: la primera, y solo la primera txalupa que fuera capaz de clavar el arpón en el lomo del animal tenía derecho a continuar con la captura.

La velocidad y la pericia a la hora de remar o guiar la embarcación, y la técnica para afrontar el abordaje, eran cuestión de vida o muerte para los marineros, por el peligro que entrañaba, pero también porque los cetáceos y su despiece, en el que se aprovechaba tanto su preciado grasa, como la carne, e incluso el semen (para uso cosmético), suponían el sustento no solo de los tripulantes, sino de pueblos enteros. Acuciados por esta necesidad apremiante, la rivalidad entre embarcaciones y localidades costeras era enconada.

Txalupa ballenera vasca (Imagen: Museo Albaola)

Un buen ejemplo lo representa el esqueleto de la penúltima ballena cazada en aguas vascas (11 de febrero de 1878), que descansa en el Aquarium de Donostia. Reconstruido en 1930, es uno de los tres esqueletos completos de ballena franca que se conservan en Europa, y no deja de atraer visitantes y miradas curiosas desde hace décadas.

Todo se lo debemos al litigio entre Getaria y Zarautz: los primeros reclamaron su captura, mientras que los segundos argumentaban que se había llevado a cabo en su línea costera, y por lo tanto les pertenecía. Se celebró un juicio para dirimir la cuestión, y mientras se tomaba una decisión, el animal, remolcado hasta Donostia, se fue pudriendo, resultando inservible para los litigantes, pero no así para la ciencia marina.

Desde finales de la edad media hasta el siglo XVIII, los vascos fueron pioneros y referentes en la caza de ballenas, no solo en el cantábrico, sino a lo largo y ancho de todo el mundo.

En el Museo Marítimo de Pasaia (mitad museo y mitad astillero), y enmarcados en el proyecto Albaola, trabajan desde hace casi dos décadas en diversas iniciativas de arqueonavegación y patrimonio marítimo: el principal es la construcción de una replica exacta de la nao San Juan, hundida en 1565 en Terranova, y recuperada en las costas canadienses en 1985, descubrimiento del que National Geographic se hizo eco llevándolo a su portada.

Cabe destacar, también, la expedición «Apaizac obeto», convertida a posteriori en libro y documental; el 5 de junio de 2006 se echó al agua en el rio San Lorenzo, Quebec, la «Beothuk», una réplica de la embarcación ballenera más antigua encontrada en las aguas de Labrador, construida en Pasaia, y hundida junto al galeón San Joan.

A lo largo de 2.000 kilómetros y durante 41 días, seis vascos y un amerindio mik’maq navegaron como lo hacían los pescadores del siglo XVI. El titulo da cuenta de la relación con los nativos americanos: según el jesuita Lope de Isasti, a la pregunta de «nola zaude?» (¿Cómo estás?), «los salvajes montañeses de Terranova» respondían en euskera «apaizac obeto»: «Los curas mejor».

La huella ballenera en la cultura vasca es constante. En la canción «Balearen bertsoak», el cantautor Benito Lertxundi recupera la letra de una vieja canción popular en la que se cuenta la última captura en las costas vascas, en el año 1901. Por su parte, en la novela histórica «Kearen fiordoa» de Iñaki Petxarroman, el autor  lleva al terreno de la ficción el trágico destino de un grupo de pescadores vascos en Islandia, asesinados al amparo de una ley de 1615 que lo permitía expresamente, y que no fue derogada hasta 2015, año de publicación del libro. Son tan solo dos ejemplos de una lista mucho más larga.

Pero volvamos al comienzo, a Ulia; un monumento situado en su cumbre y llamado «la peña de los balleneros» recuerda la que fue la «atalaya para los balleneros de Gipuzcoa del siglo X».

(Foto: Cordon Press)

En la actualidad, la mayoría de los miradores están cubiertas de musgo y vegetación, resultando inservibles para la observación de la bahía, pero, si un resquicio quedara sin cubrir nos permitiría observar, el primer y segundo domingo de septiembre, un espectáculo deportivo y cultural heredero de todo ese legado: las regatas, y su pruebas más importante, también conocida como las Olimpiadas del remo: la bandera de La Concha, cuya primera edición se celebró en 1879.

Tradición, historia, fiesta… y la regata más importante del año

En sus inicios, y como sucede con la mayoría de deportes vascos, la división entre lo lúdico y lo profesional era prácticamente inexistente, y competían con las mismas embarcaciones en las que pescaban o realizaban las labores de atoaje.

Esta peligrosa actividad, consistente en remolcar pesqueros de gran tamaño bogando con sus embarcaciones hasta el puerto, permitía a las txalupas competir entre sí, y demostrar cuál era la más rápida y eficiente, todo con el fin último de aumentar su clientela. Sin la épica ni la grandilocuencia de la caza de las ballenas, pero esta práctica se considera precursora de las regatas de remo.

Esas primeras tripulaciones estaban compuestas por trece remeros pertenecientes a la misma cofradía. El patrón, por su parte, solía ser el propietario de la embarcación. Hasta 1928, las normas establecían que los participantes debían pertenecer a la flota pesquera de la localidad a la que representaran. Tras varios cambios de normativa, a partir de 1976 se permitió contratar deportistas sin restricciones, a condición de que todos fueran remeros del club participante.

La dinámica de la regata ha ido evolucionando con el paso del tiempo, adaptándose a su creciente e imparable éxito. Pocas han sido las veces en las que se no se ha disputado, y casi siempre por motivos extra deportivos (caso de la guerra civil).

A principios de la década de los ochenta, la avalancha de peticiones era tal que la organización decidió prescindir del sistema de invitaciones, y establecer en los días previos una contrarreloj a modo de ronda clasificatoria. La norma contemplaba, y contempla, una excepción: a fin de garantizar la presencia de una trainera local, las embarcaciones de San Sebastián disputaban su propia prueba contra el reloj.

Hoy, en categoría masculina esa plaza se otorga directamente al único club de la ciudad, la Donostiarra, pero en el caso de la categoría femenina pervive una polémica recurrente: mientras que el ayuntamiento otorga la plaza directamente a la Donostiarra, sin necesidad de saltar al agua, el otro club de la ciudad, Arraun Lagunak, debe peleárselo con el resto de contendientes foráneos.

Así, en la presente edición, 42 traineras (24 en categoría masculina, 18 en la femenina), han medido sus tiempos en la fase previa, y solo las siete más rápidas de cada tanda (más la trainera local) competirán por la victoria.

25.000 euros en metálico y la preciada bandera esperan a Orio, Arraun Lagunak, Tolosaldea, Zumaia, Hondarribia, Hibaika y Kaiku en el cuadro femenino, y a Zierbena, Hondarribia, Orio, Urdaibai, Cabo, Getaria y Ondarroa en el masculino.

(Foto: Cordon Press)

«Tradición, historia, fiesta…y la regata más importante del año». Son palabras de Aitor Manterola, periodista deportivo y responsable de la sección de remo del diario Berria durante más de una década. Es, por lo tanto, un avezado «avistador» en todo lo referente a la intrahistoria de la mítica regata.

Pese a que su importancia y arraigo se mantiene intacto en la actualidad, Manterola señala un elemento que ha rebajado, hasta cierto punto, la presión y ansiedad de los clubes participantes: la creación de la Liga ACT, la primera división del remo de banco.

En 2003, y fruto del acuerdo entre las administraciones vascas, gallegas, cántabras y asturianas, se creó una competición que aglutina a las mejores traineras en un exigente calendario de 22 pruebas. «Actualmente, algunos remeros se preguntan si es más importante ganar la bandera de la Concha o la Liga ACT. Hace algunos años eso era impensable».

Atendiendo al plano estrictamente deportivo, el periodista de Zumaia enumera los desafíos a los que se enfrentan los clubes: «en primer lugar mencionaría la tipología de la prueba, la única que se disputa a ida y vuelta y a una única ciaboga (4 largos y tres ciabogas en todas las demás)».

Volviendo al símil de los Juegos Olímpicos, la Concha se asemejaría a su prueba estrella, la que concita más interés y expectativa; los cien metros. La liga ACT, por su parte, representa el triunfo de la resistencia y regularidad, similar al maratón.

«El segundo condicionante a tener en cuenta es el azar: el sorteo de calles». Pudiera parecer una cuestión baladí, pero no lo es. «Si te toca la calle 1 sabes que, dependiendo del oleaje y del viento de ese día, no tendrás ninguna opción de ganar».

«Es más», añade, «en muchas entrevistas he preguntado a remeros y patrones qué sentido tiene preparar durante todo un año y con tanto mimo una sola regata, cuando existe el riesgo de que un mal sorteo te deje sin opciones».

¿La respuesta? Tan evidente como contundente: «Es la Concha».

Oleaje, viento y mareas se convertirán, por acción u omisión, en actores principales tanto mañana como el próximo domingo. La previsión meteorológica representa, sin duda, el tercer aspecto clave, más en un escenario tan cambiante como el del golfo de Bizkaia.

Escenas de grandes tormentas, días lluviosos y olas gigantescas perduran en la memoria colectiva de los y las aficionadas, pero Manterola recuerda por encima de todas ellas «una gran borrasca de 2008», no tanto por su magnitud, sino por el carácter histórico de ese fin de semana, primera vez en que las mujeres compitieron en las olimpiadas del remo.

(Foto: Cordon Press)

En un reportaje publicado en 2017 por el suplemento de Gara 7K, seis de aquellas remeras pioneras (Maialen Arrazola, Andrea Oubiña y Ane Pescador, de San Juan Iberdrola; Elixabete Pescador y Cristina Tacu, de Hibaika Jamones Ancín; e Itziar Olasagasti, de Orio Babyauto) calificaban la experiencia de aquel 13 de septiembre de 2008 como «caótica, precipitada, pero muy emocionante».

Aitor Manterola, por su parte, destaca la «tensión» que flotaba en el ambiente la jornada previa, en la tanda de clasificación. «Parte del público no confiaba en ellas: decían que no estaban preparadas, que no conseguirían acabar, que era una temeridad salir con el mar así…». Pero terminaron, con triunfo de la trainera Galicia, integrada por remeras de Meira, Cabo da Cruz y Chapela.

El mar no se lo puso fácil, y parte del universo remero tampoco, pero aquella apuesta, arriesgada en su día, no solo se ha consolidado con el paso del tiempo, sino que ha servido para espolear una disciplina en constante crecimiento, pese a todas las dificultades e impedimentos, que no han sido pocos.

Asomémonos una última vez al mirador de Ulia, y observemos la multitud que abarrota el puerto y sus alrededores; una marea multicolor de hasta 100.000 personas en la que se entremezclan el amarillo de Orio, con el azul de Urdaibai, el verde de Hondarribia o el rojo de Ondarroa, entre otros muchos maillots distintos.

Todas las aficiones tienen su espacio y lugar en Donostia, incluso aquellas que no se han clasificado ni tienen opción de hacerlo, aunque sólo dos verán volver a sus remeros triunfantes a puerto, con su patrón al mando, y cargando con una pesada ballena franca como botín.

 

 

 

2 Comentarios

  1. Como socio, ya anciano, de un pequeño club de una parroquia gallega cuya trainera nunca llegará a la Concha, pero que cada año que sobrevive es como si la ganara. Quiero expresar mi alegría por el triunfo de la categoría F, por su entusiasmo y sus ganas de ondear banderais

  2. Como decimos por estas tierras: Zorionak (felicidades) José. Desde San sebastian un enamorado del remo gallego. Os tenemos que ver por estas tierras. Un abrazo

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