Todo empezó en la octava fecha del primer torneo corto de la historia del fútbol argentino. El ocho de octubre de 1990. Y qué mejor sitio que el templo canalla, Arroyito, cuna del archienemigo, Rosario Central. Hasta allá se fue el bisoño Marcelo Bielsa, técnico que estrenaba cargo en Ñuls heredando el pesado legado del Piojo Yudica, con quien la Lepra campeonó en la 87-88 llegando hasta la final de la Libertadores para caer ante Nacional.
Bielsa se hizo cargo de un equipo descapitalizado. La marcha de jugadores como Sensini, Balbo, Batistuta (que no era para tanto), Alfaro, Almirón, el Yaya Rossi, Basualdo o Theiler le obligó a armar un equipo alternando gente experimentada de la casa como Tata Martino, Llop, Scoponi, Sáez, Fullana o Julio Zamora, con los pibes que él mismo había ido esculpiendo en las inferiores que tanto y tan bien conocía. Gamboa, Pochettino, Ruffini, Boldrini, Domizzi y Saldaña eran algunos de aquellos «carasucias» descarados que Bielsa alistó al primer equipo de NOB. Todos sabían que el Loco era un tipo especial. Sobre todo cuando el primer día llegó al vestuario y pidió a sus jugadores que leyeran las crónicas y los análisis de al menos tres periódicos, incluido El Gráfico, sobre sus rivales, para destacar sus principales virtudes. Así le ayudaban a preparar la estrategia e involucraba al vestuario en la preparación de los partidos.
El asunto es que Newell’s no llegaba bien al clásico rosarino. Un tropiezo inesperado ante el recién ascendido Huracán (1-2) y una derrota más lógica, si cabe, ante River (1-0) le dejaba en tierra de nadie con nueve puntos de 14 posibles. Y Yudica le había dejado la pesada carga de un equipo con la vitola de campeón. Pero llegó el clásico en Arroyito y allá fueron empujados por la euforia de unos pibes capaces de guapear a cualquiera. La Lepra sumaba diez años sin victorias en Arroyito, para disfrute del Negro Fontanarrosa. Rosario lideraba la tabla y su estrella, Carlos David Nazareno Bisconti descosía las redes rivales. Algo que no preocupaba a Bielsa. «Ustedes saben que ellos no son mejores. Su fútbol tiene más que ver con lo anímico, por eso hoy no debemos dejarles un respiro. No debemos dejar margen a que se crezcan. Deben saber desde el primer minuto que hemos venido aquí a ganar y no contemplamos otras opciones». La charla fue tan emotiva que el Tata todavía la recuerda: «No había posibilidad de que no ganáramos ese partido. Bielsa tocó de tal forma la parte emotiva, que cuando terminó todos sabíamos que ganaríamos».
Años atrás Arroyito vivió uno de los episodios más celebrados por la parroquia leprosa, cuando en 1974 se proclamó campeón del Metropolitano, su primer título nacional, al remontar un 2-0 a los canallas para empatar con un zurdazo histórico de Mario Zanabria que la garganta de un comedido niño de 12 años llamado Gerardo y apellidado Martino cantó con rabia, como buen hincha y jugador de las inferiores del club. Martino acabaría siendo elegido por los socios como el jugador más destacado de la historia de Newell’s, después de sumar 505 partidos como jugador, cuatro títulos y una etapa brillante como DT sacando al equipo de las posiciones de descenso y llevándolo a conquistar el título en 2013. Con humildad y discreción. Con sus charlas dos horas antes de los partidos, de apenas 20 minutos, recordando lo que se ha trabajado durante la semana. «Lo suficiente para no distraer al jugador». Hoy, la vieja tribuna principal del Parque de la Independencia, que Gerardo no pisaba mucho, «yo era más de oírlo por la radio», lleva su nombre. Y el estadio, el de su admirado Marcelo Bielsa.
Martino era un chico callado y trabajador. Buen estudiante, durante su etapa como juvenil viajaba semanalmente a Buenos Aires para seguir cursando sus estudios, donde coincidía en clase con Fito Paéz. En el campo, sin embargo, era demasiado hablador y se definía a sí mismo como «un centrocampista de mucha técnica, pero muy vago. No corría. No podría jugar ahora. Hasta el 87 jugaba de 5, pero Yudica me subió de enganche con volantes sacrificados para respaldarme como Llop». Era un jugador aseado y elegante. Tanto que en el 85, durante un cuadrangular veraniego en Arroyito que disputaban Boca, River, Central y Newell’s, la Lepra le sacó un cantito: «Boca no te vayas, Boca vení. Quedate a ver al Tata, parece Platini».
Aquel partido ante Central del 90 sería vital para el devenir de la historia de Martino, de la de Bielsa y de la del propio club. Ñuls no solo ganó, 3-4 con goles de Gamboa, Zamora, Ruffini y Tronquito Sáez para los visitantes. Ñuls fue siempre arriba en el marcador y no permitió a Central ni siquiera igualar el marcador, pese a los dos goles de falta de Bisconti, más otro de penalti. «El clásico que más disfruté en mi vida», sentenció el Tata años después.
A Arroyito entró un equipo y salió un campeón. A aquella victoria le siguieron tres empates, pero después Newell’s encontró el camino y deslumbró a todos con un fútbol que le llevó al título. Los de Bielsa enlazaron seis victorias en siete partidos, las dos últimas durísimas ante Boca y Estudiantes, cantando el alirón en cancha de Ferro donde empataron con San Lorenzo, mientras River, su rival por el título, caía derrotado ante Vélez con un gol del Tigre Gareca que fue celebrado por los rojinegros como propio. Aquel equipo pasó al imaginario del fútbol argentino y aún hoy se recita de carrerilla entre los leprosos: Scoponi; Saldaña, Gamboa, Pochettino, Berizzo; Darío Franco, Llop, Martino, Zamora; Ruffini y Boldrini.
Newell’s ganó el título de campeón de Argentina de la temporada 90-91 doblegando a doble partido a un Boca poderoso que contaba con Latorre y Batistuta en punto. El héroe fue el Gringo Scoponi, que desvió los lanzamientos de Graciani, Rata Rodríguez y Walter Pico, mientras Berizzo, Llop, Giunta y Zamora hacían estallar las gargantas rojinegras. Martino se marchó lesionado a la media hora de partido: «Escuché el resto de partido por radio en el vestuario, con el utillero, y luego llegó Bielsa, al que expulsaron». En la Libertadores el equipo arrancó encajando un sonrojante 0-6 ante San Lorenzo, pero Bielsa corrigió inmediatamente el rumbo con varios cambios tácticos y acabó líder de un grupo en el que también militaban Coquimbo, Universidad Católica y Colo Colo. En octavos se deshicieron de Defensor Sporting de Uruguay, en cuartos vengó la goleada inicial eliminando a San Lorenzo con un sonoro 4-0 en Parque de la Independencia, y en semifinales le tocó en suerte América de Calí. Un equipo mayúsculo, pilar indiscutible de la Colombia de Maturana, en la que militaban el Patrón Bermúdez, Fredy Rincón, Leonel Álvarez o De Ávila. La eliminatoria se decidió desde los 11 metros y Scoponi volvió a ser héroe.
En la final esperaba a Newell’s el todopoderoso Sao Paulo de Tele Santana, Raí, Cafú, Müller y compañía. La ida se jugó en Gigante de Arroyito, donde un gol de penalti de Berizzo acercó al título a la Lepra. Aquella noche Bielsa alineó a Scoponi; Saldaña, Raggio, Gamboa, Pochettino, Berizzo, Berti, Lunari; Zamora y Mendoza. Para la vuelta, disputada en Morumbí, Bielsa recuperaba a Llop, compañero en el timón del equipo del Tata Martino. Raí adelantó a los paulistas y Zamora tuvo el título en su pie, pero su disparo se topó con al palo. Llegó la hora de los penaltis y esta vez la suerte les fue esquiva. Martino aún recuerda el ambiente fúnebre del vestuario. «Todos lloraban. No había palabras de consuelo. Era como un velatorio. Había un silencio que asustaba».
Sin embargo, aquel equipo hizo historia. No solo en lo futbolístico, por su pressing asfixiante al rival y por sus dos títulos y el subcampeonato de la Libertadores con un grupo de jugadores formados en su mayoría en las categorías inferiores de Newell’s. También en lo táctico. Después de décadas de debate en el paradigma futbolístico argentino entre menottistas y bilardistas, Bielsa abrió la llamada tercera vía. Una tercera vía nacida en Rosario, una de las ciudades más futboleras del mundo, en la que todo está polarizado entre el rojo y el negro y el azul y amarillo. Messi vive en un cuadra canalla, pero el supermercado de enfrente de su casa es territorio leproso. Y al oeste de esta ciudad de mujeres bellas y gente ilustrada, en el Parque de la Independencia, arraigó esa tercera vía entre quienes trabajaron a las órdenes de Bielsa. Jugadores como Tata Martino, Mauricio Pochettino, Darío Franco o Eduardo Berizzo. En su día, podía haber elegido al Dios de la Lepra, pero Rosell prefirió a su profeta, el Tata. ¡Martino, carajo! El Grito Sagrado.
Juraría que Pico tira el penalti al larguero y sale por arriba, no que Scoponi lo desvía (salvo que fuera con la mirada :-)) Por cierto, Martino, si no me equivoco, tuvo un paso fugaz por el Tenerife como jugador