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Maria Planas: «España ha tenido siempre buenas bases, tiradoras y aleros… pero siempre han faltado centímetros»

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Es una tarde lluviosa de mayo y Maria Planas Monge (Barcelona, 12 de julio de 1936) nos abre las puertas de su casa en la capital catalana para hablar de su vida. Las estanterías del salón están rellenas de destellos de su trayectoria: trofeos, fotografías y medallas de una entrenadora que lleva más de medio siglo vinculada al baloncesto. Descubrió el deporte por casualidad en los años cuarenta y en plena dictadura, cuando el país estaba sumido en los días más grises de su historia. A través de esta disciplina que ama conoció a su marido, Eduardo Portela, y vivió infinidad de aventuras. A lo largo de su ciclo vital, la precariedad y la discriminación han ido siempre de la mano, aun así, siete Ligas y seis Copas de la Reina reafirman que nunca cesó en su objetivo: trabajar por y para las mujeres. A día de hoy sigue siendo la única mujer que ha ejercido el cargo de seleccionadora absoluta.

¿Cómo se acercó usted al baloncesto?

Me puedes tutear sin problema, eh (ríe). Era muy joven cuando vi baloncesto por primera vez. Tenía 10 o 12 años y en esa época íbamos mucho a los centros parroquiales, que organizaban actividades de todo tipo. Yo iba a uno donde hacían teatro, excursionismo, danza… Recuerdo que vino una chica de la Sección Femenina que nos enseñó a jugar a baloncesto. Tan solo había un aro y el campo era de tierra. Pero me gustaba mucho el deporte y cuando nos enseñó me gustó. Esa mujer murió al poco tiempo y quedó todo un poco en el aire.

En la parroquia también había unos chicos que hacían baloncesto y quien fuera mi futuro marido, Eduardo Portela (uno de los fundadores de la ACB y exsecretario técnico del Barça), nos juntó a unas cuantas y creamos el primer equipo femenino del PEM (Penya Esportiva Montserrat) vinculado a la parroquia de la Virgen de Montserrat. Entonces dejé la danza y comencé a jugar a baloncesto.

¿Hasta ese momento habíais aprendido con un solo aro?

Sí, lo hacíamos un poco nosotras todo. El padre de mi marido, que había sido militar, cogió un terreno en el Guinardó (un barrio de Barcelona) al lado de la parroquia. Vinieron un grupo de soldados que convirtieron el campo de tierra en un campo de baloncesto con dos canastas. Allí empezaron los chicos y las chicas del PEM. Recuerdo que venían las escuadras americanas y los chicos jugaban partidos amistosos con los americanos, eso debía ser a principios de los ‘50. Estábamos sumergidos en el franquismo, pero aun así se formó un equipo de chicas y ganamos un campeonato de Cataluña. Luego se creó el Picadero, el Hispano-Francés, el Sant Boi… Se formó un campeonato y empezamos a competir. Yo jugué hasta 1957-58. En ese momento el Picadero de Barcelona tenía el mejor equipo y me vinieron a buscar para jugar, pero ir a jugar a la otra punta de Barcelona no causó furor en mi familia. Mi madre era muy conservadora y no me dejó. Yo empezaba a salir con mi marido y… Eso fue una lástima porque creo que podría haber llegado lejos.

Dictadura y mujeres practicando deporte no parece un binomio fácil. ¿Era complicado ser jugadora en esa época?

(Ríe) ¡Uf! El primer problema que tuve, llamémosle de «sociedad», fue antes de casarme. El domingo por las tardes íbamos a la pista a jugar partidos de baloncesto con los chicos. Esto que parece tan normal ahora, en esa época no era tan bien visto. En vez de hacer bailes nosotros íbamos a jugar. Y eso no gustó mucho. Un día llegué a casa y mi madre me contó que habían venido dos chicas a decir que era una inmoralidad que jugase a baloncesto. ¡Imagínate hasta donde llegaba la mentalidad de la gente en ese momento!

¿Y la vestimenta… con faldas y a lo loco?

Sí, siempre con falda. Y cuando saltabas… ¡Dios quiera! (ríe). Eso era muy gracioso. Sí que había chicas que llevaban unos pantalones por debajo. Luego con el tiempo ya pasamos a los pantalones.

Es muy curioso que dos figuras tan importantes del baloncesto español os cruzarais tan jóvenes. ¿Cómo comenzó la relación con Eduard Portela?

Él también jugaba a baloncesto en la parroquia. Ya de muy jovencito jugaba y luego impulsó la creación del femenino. Allí nos conocimos y empezamos a salir cuando yo debía tener unos 17 años. Seguí jugando con el PEM, pero al poco tiempo lo dejé. En mi casa querían que estudiase y que me fuera a trabajar en una oficina. Pero a mí eso no me gustaba. De hecho, mi pasión era la moda y me hubiera gustado dedicarme a ello… Pero en esos tiempos no era tan fácil. Así que al poco empecé a trabajar en un despacho como secretaria hasta que me casé, que tenía 25 años.

¿Y qué tal esos primeros años de casada?

En esa época parecía que tenías que ser la señora de la casa. Y yo, al cabo de dos o tres años, ya estaba un poco harta de todo aquello. Y cogí a Eduardo y le dije: estoy aburrida. Y cómo él era directivo del PEM, me propuso ir a entrenar un equipo. Y le dije que sí. No tenía título y no tenía mucho conocimiento, pero me animé. Formé un equipo de 12 jugadoras, el club nos federó y la Federación Catalana ya estaba organizada. Las jugadoras de mi equipo tenían entre 9 y 11 años. Empecé a entrenarlas y en paralelo se hizo otro campo, este asfaltado, el de Mas Guinardó. Eso debía ser a mediados de los sesenta.

De aburrirte en casa a estar todo el día entrenando. ¿Cómo fueron esos inicios entrenando a las chicas del PEM?

Yo cogía a todas las chicas que querían venir a jugar. Eso sí, les pedía compromiso. Les decía que no podía ser que una jugadora pareciera una bailarina en medio del campo, eso no lo toleraba. Todas ellas eran niñas que iban a la escuela, pero tras ir a clase venían a entrenar, eran dos o tres veces por semana. Luego comencé a sacarme los cursos de entrenadora, tampoco tenía a nadie en quien fijarme, iba un poco aprendiendo sobre la marcha, y en cinco años subimos al equipo a primera división. Una de mis jugadoras era Rosa Castillo (que fue 118 veces internacional con España), tenía en ese momento 16 años. Teníamos un buen equipo, pero cuando subimos a primera, el club no tenía dinero y decidimos quedarnos un año más en segunda división. Ese segundo año fuimos subcampeonas y nos jugamos subir a primera. Y ganamos. Ese año salió un patrocinador que nos lo pagó todo.

¿Cómo terminó la aventura del PEM?

Ese año en primera creo que acabamos sextas y Rosa Castillo fue la mejor jugadora. El patrocinador nos dejó y el club no podía asumirlo. Las jugadoras me pidieron seguir en segunda, pero les dije que no. Allí había cuatro jugadoras que eran muy buenas (Rosa Castillo, Mercedes Castillo, Paquita Pérez y «Titona») y dije que no podían parar porque tenían la clase y la inteligencia para seguir. Yo pensaba que el baloncesto perdería si no seguían progresando y quería que fueran a un buen equipo. Entonces vino la delegada del Picadero, Núria Argüelles, que las vino a buscar y las fichó.

¿La temporada 1974-75 fue un año en blanco?

Sí. Lo dejé un año. Cuando iba a ver a mis jugadoras del PEM en su primer año en el Picadero recuerdo que se ponían a llorar en la media parte. Vivimos muchas cosas juntas. Al cabo de un tiempo, las jugadoras que había en ese equipo me reclamaron, y la delegada también estaba a favor. Y en 1975 me vinieron a buscar para ir al Picadero. Yo pensaba que era un equipo demasiado grande, pero me animaron y acepté. Cogí al equipo y todo el mundo respondió muy bien. En ese equipo ya eran más mayores. Recuerdo que vino, por ejemplo, Neus Bertrán, las hermanas Castillo, Núria Rossell… Ese año ganamos la Copa de la Reina, la Copa Catalana y la Liga.

Galicia y Cataluña os disputabais casi todos los títulos a finales de los setenta. ¿Qué recuerdas de esa rivalidad entre Picadero y Celta de Vigo?

El Celta de Vigo y nosotras éramos los mejores equipos del momento. Ellas ficharon a muchas jugadoras buenas. Ya tenían equipo porque había internacionales, y ficharon a las mejores del Iberia de Madrid y del CREFF. El Celta apoyaba mucho al equipo femenino porque las chicas tenían mejor equipo que el masculino. Eso generó un impulso porque les ofrecían a las jugadoras un sueldo además del alojamiento. El Celta tenía estrellas como Marisol Paíno o Rocío Jiménez. Además, ese año era la única mujer entrenando en la Liga Nacional, porque Ita Pozo (que entrenaba al CREFF Madrid) ya no estaba. Nosotras en ese momento en el Picadero nos quedamos sin el patrocinio de Evax y ahorramos en todo: íbamos en coche, nos hacíamos bocadillos… A Galicia íbamos en tren coche-cama. Así viajábamos pese a ser campeonas de todo. Y el año siguiente, Núria Arguelles, la delegada, buscó un nuevo sponsor, Intima Cherry (1979-80), una marca de ropa interior.

¿Viviste muchos capítulos indeseados por el hecho de ser entrenadora? ¿Chocaba eso?

Si vamos por ahí no acabaremos (ríe). ¡Situaciones viví muchísimas, tengo para escribir un libro! Viví muchas cosas dentro y fuera del club. Por ejemplo: algunas veces cuando necesitaba refuerzos de la cantera, algún entrenador me hacía la vida imposible para que no viniesen a entrenar conmigo. Costaba y me tenía que pelear con ellos, sobre todo con los de formación. Los entrenadores contrarios… ¡Uf, como si fuera el diablo! Alguno incluso pasaba de darme la mano. Y críticas… Bueno, de todos los tipos y los colores. Decían que solo ganaba por las jugadoras que tenía, ignorando por completo que a algunas de ellas las formé yo en el PEM. Muchos me hacían la vida imposible. Recuerdo un partido en Lleida, jugando el campeonato para subir de categoría, un entrenador se inventó que había pasado la noche en la cárcel. Me enteré porque al día siguiente me llamó la delegada del equipo para saber qué había pasado…

¿Cómo reaccionabas cuando te encontrabas situaciones de este tipo?

Intentaba ignorarlo. Tuve algunos disgustos. Bastantes. Pero al final mi marido siempre me decía que las cosas vuelven. Y, casualmente, entrenadores que me habían hecho la puñeta, luego cuando mi marido era director técnico en el Barcelona y le iban a pedir cosas, pues quedaba todo apuntado. Debes tener en cuenta que casi todos eran hombres, por todos lados, incluso los árbitros. De hecho, hasta mi última etapa con el Tortosa no comencé a ver a mujeres arbitrando.

¿Cómo de importante fue el apoyo de tu marido a lo largo de los años?

Mucho. Me ha apoyado siempre mucho. Gracias a él también he podido aprender de entrenadores de gran talla como Francesc «Nino» Buscató, Jaume Berenguer, Aíto… Con todos ellos y con muchos jugadores conté con un gran apoyo. Por ejemplo, recuerdo cuando entrenaba al PEM que tuvimos que buscar una pista cubierta y fuimos al Palacio de Deportes de Barcelona. Manolo Flores en esa época entrenaba en el Español y se quedaba a entrenar conmigo y nos hacía de sparring. Me iba de fábula porque luego en los partidos mis jugadoras tenían mucho más aguante. Eso era en el 1968-1969. Luego con el Picadero también venían jugadores a los entrenamientos y nos iba muy bien porque en la época de rivalidad con el Celta de Vigo, las gallegas tenían en su equipo a Paíno que era una jugadora muy física. Entonces nos venía fenomenal su refuerzo porque podíamos practicar, cuando tiraba, cómo se movía bajo el aro… Yo les ponía en su posición y así practicábamos.

En una entrevista publicada en El País también comentó que en la época de Josep Lluís Núñez a cargo de la presidencia del Barcelona también hubo algunos jugadores del Barça que ayudaban en los entrenamientos.

Sí. En esa época, Núñez quería que el Picadero fuera del Barça. Creo que incluso llegaron a tener las camisetas listas. Pero el presidente del Picadero, en ese momento, era socio del Español y lo impidió. Núñez nos dejó servicios médicos, las salas para entrenar, entrenamos unos días en el Picadero 2 que ahora es una sala de actos del Barcelona. Entrenábamos tras ellos…. Recuerdo que era la época de Eduardo Kucharski en el Barcelona. Y todo comenzó porque mi marido estaba de director técnico en el Barça y un día fuimos a visitar a Núñez con Núria Argüelles. Y le encantó la idea y nos dejó todas las instalaciones y nos comentó que quería un Barça de baloncesto… Pero no pudo ser. Quién sabe qué habría pasado, a lo mejor podría haber tenido continuidad el equipo dentro del Barcelona.

Cuando llevabas dos años en el Picadero te llega la oferta para ser seleccionadora para relevar en el cargo a José M. Solá, tras una breve etapa en la que Chema Buceta también ocupó esa posición. Eras la primera mujer en ser seleccionadora española. ¿Cómo lo viviste?

Esa era la época de la presidencia de Ernesto Segura de Luna y Raimundo Saporta. Había algún rumor de que podría pasar, pero a mí no me habían dicho nada. Un día vino Juan Tamames, que era el responsable de las selecciones en la Federación Española, y me ofreció el cargo. Vino con una carta y con un carné de seleccionadora para acceder a todos los campos. Me dijo: «Nos hemos reunido en la Federación y hemos acordado que seas la seleccionadora Estatal de la selección femenina». Era la primera mujer en el cargo. Ita Poza había sido ayudante, pero yo fui la primera absoluta. Era 1978. Durante dos años compaginé el Picadero con la selección. Cuando acababa la temporada con el Picadero, comenzaba la temporada con la selección: concentraciones, pre-europeos, campeonatos de Europa… Pero al cabo de un tiempo vi que no descansaba. Cuando dejé el Picadero, tras cuatro años, me quedé con la selección española y Neus Bertrán se quedó entrenando el Picadero (1980-81).

¿Cómo fue ese salto? ¿Qué recuerdas de esos primeros meses?

Cuando llegué me acuerdo de que el primer pre-europeo fue en Vigo (1980). Y luego jugamos el europeo en Yugoslavia (en la actual Bosnia y Herzegovina). Aún guardo una toalla de ese momento. Además, en Yugoslavia eran siempre muy potentes. La mujer de Ranko Zeravica había jugado también allí, no me acuerdo si en ese europeo jugó, pero eran todos, hombres y mujeres muy buenos. Había tanta gente y tanto protocolo con la selección nacional que cuando jugamos contra ellas íbamos escoltadas por la policía justo al salir del hotel, parecíamos estrellas del rock.

En total fueron seis años con la selección (1979-1985) y España vivió de su mano los primeros campeonatos europeos.

Vivimos muchos momentos. No había tantos torneos como ahora. España ha tenido siempre buenas bases, buenas tiradoras, buenas aleros… Pero siempre han faltado centímetros. En los demás equipos había jugadoras de dos metros y nosotras lo suplíamos con inteligencia. Nunca hemos tenido jugadoras altas. Y claro, otros equipos venían con Semenova (2,13m) (ríe); ¡Te la colocaban allí y solo tenía que levantar los brazos! Y sin ir a casos extremos, por ejemplo, las Yugoslavas de 1,90 o 2,00m eran siempre difíciles de defender cuando aquí lo máximo era medir 1,80m. Juan Tamames me decía muchas veces: «María, has abierto fronteras». A lo mejor porque debía ser la única seleccionadora mujer en Europa en ese momento. El primer año era la única, luego en Hungría colocaron a una mujer y luego me acuerdo de que en Rusia todo el staff eran mujeres. Pero al principio era la única.

Parece que eso de ser la única mujer era una constante…

Siempre. Y siempre le molestaba a alguien. Un día con la selección un árbitro me dijo que no podía estar en pista. Y la delegada tuvo que salir a decirle que era la entrenadora y que tenía ficha. Pero sí, muchas veces he estado sola ante el peligro. No nos ayudaban como a los hombres, no nos sentíamos tan apoyadas. Íbamos con un zapato y una alpargata. ¿Médico? Pues el primer año no teníamos. Y si yo hubiera podido nacionalizar como hizo la selección masculina con jugadores como Luyk o Brabender, podíamos haber dado un salto porque había americanas muy buenas jugando en España como Kym Hampton o Pamela McGee.

¿Alguna experiencia que recuerdes con especial cariño de la etapa como seleccionadora?

Cuando jugamos la Universiada. Fue bonito porque fue la primera vez que jugamos contra las americanas. Eso fue en 1983 en Edmonton, Canadá. Me acuerdo de que presidió el palco real el actual rey de Inglaterra, Carlos III, e iba acompañado de Diana de Gales. Los participantes de los equipos íbamos con la bandera de nuestro país, casi como la ceremonia de los Juegos Olímpicos. Fue una experiencia muy bonita. Teníamos a una persona asignada con el equipo que nos llevó a hacer turismo: nos llevaron a un set de rodaje de una película del oeste, a ver paisajes naturales… Todo eso son cosas que nunca se olvidan.

En otra ocasión la Federación nos invitó a ir a Nueva York. La jefa de expedición me dijo: «He buscado un hotel muy barato y muy bien». Y a mí me daba miedo porque mira que era muy ahorradora… (ríe). Yo le dije: «¿Estás segura que hay algo barato en Nueva York?» Y viajábamos con un árbitro y con algún periodista. Aterrizamos en Nueva York, cogimos taxis y dimos la dirección. ¡Y resulta que estaba en medio de Harlem! El árbitro que nos acompañó, tras ver el hotel y ver el panorama, dijo que nada de nada. Que nos íbamos. Y Pilar Godia, la jefa de expedición, decía: «¡A mí me dijeron que estaba bien!»

¿Qué pasó en 1984 para quela etapa de seleccionadora llegara a su fin?

Yo llevaba seis o siete años. En esa época, hicieron dimitir a todos los presidentes de las federaciones. Convocaron nuevas elecciones e hicieron una reestructuración de la Federación creando la Dirección Técnica de Baloncesto Femenino al mando del vicepresidente Ramón Bravo. Con ese cambio en marcha, algunas personas aprovecharon para ponerse de acuerdo con el futuro presidente, Pere Sust, y finalmente se apostó por otra persona.

¿Cómo encajaste todo eso?

Me sentó mal. Me sentaron muy mal las formas porque yo había puesto mi cargo a disposición. Si me lo hubieran pedido, hubiera dimitido. Pero que lo hicieran así no me gustó nada. Estábamos a finales de los ochenta y comenzaban a venir las jugadoras altas. Se prometió conseguir medalla en los Juegos Olímpicos, sacaron a las mejores jugadoras de cada equipo y crearon un grupo con la Federación (el BEX) que competía con el objetivo olímpico, pero no computaba para la competición. Ese equipo jugó dos años y quedó quinto en los JJOO de Barcelona.

¿Qué hiciste tras el despido de la selección?

Cuando me echaron de la selección estuve un año sin entrenar. Pasado ese año tenía ganas de volver a hacer algo. Me saqué el título de patrona de barco de motor y vela. Me fui al Navegante de la calle Balmes y cada sábado salía del Masnou a las nueve de la mañana para hacer el curso. Éramos tres chicos y yo. Siempre sola. (ríe). Estudié, trabajaba y hacía el curso. Cuando me tocó examinarme en el Port de Barcelona no me entraba la mecánica. Entonces me vinieron a buscar del Hospitalet. Me comentaron que el equipo no iba bien y que iban a caer a segunda. Me dijeron que me pagarían y que a ver si podía ir un año. Y sí, dejé el barco y me volví a entrenar. Silvia Font estaba de jugadora allí. Y nos salvamos en el último partido en San Sebastián.

Eran los años ochenta. ¿Las jugadoras podían vivir ya del baloncesto?

Muchas trabajaban y estudiaban. En el Picadero había tenido a muchas estudiando y jugando. Cuando llegábamos al hotel se encerraban a estudiar y cuando terminaba el entrenamiento o el partido igual. Las extranjeras sí podían vivir plenamente de ello. Y en los desplazamientos igual. En mi caso, en la selección cobraba 40.000 pesetas al mes. Creo que fue mi primer sueldo de entrenadora. Todo lo demás era gratis, todo era… Por amor al arte. Pero no me sabe mal. Lo disfruté mucho, gané títulos y he visto grandes jugadoras. También he tenido muchos traidores, pero también muchos entrenadores de elite que me han ayudado y he podido consultar a lo largo de los años.

¿Y cómo se cuajó la llegada al Tortosa Sabor d’Abans? Con ese equipo te convertiste en la primera en ganar tres ligas consecutivas y ganasteis además el triplete.

Vino a buscarme el presidente del Tortosa, Jordi Angelats, y me contó que quería hacer ese equipo en honor a su mujer y que quería que lo entrenara yo. Compraron la plaza del Hospitalet porque el patrocinador, Mecalux, los dejó. Y les dije que sí. Fichamos a Rosa Castillo, Anna Junyer, Roser Llop, Kathy Andrikowski… Hicimos un buen equipo y tenía un sueldo. El Tortosa nos pagó hasta casi el último mes. El último año nos dejó a deber algo, pero fuimos a juicio y ganamos. Con ese equipo viajamos a la promoción de la Liga Europea contra el Racing Club de París con un autocar con literas. Además, las Teresianas nos dejaron la pista y entrenábamos allí. Entrenábamos en Barcelona y jugábamos en Tortosa.

¿Qué pasó en Italia, en ese partido de competición europea ante el Vicenza a finales de los ochenta?

¡Uf! Es que Angelats tenía unas cosas…Estábamos jugando con el Vicenza, que en ese momento era el campeón de Europa. Yo estaba en el banquillo y el presidente del Tortosa, manda un recado. Y me dice: por favor, no ganéis que no tenemos dinero para competir en Europa. Perdimos el partido. Pero perdimos porque perdimos, pero no nos dejamos ganar. ¡Yo no pierdo un partido a posta!

Con el Tortosa lo habías ganado todo. ¿Por qué acabó esa etapa?

Para las jugadoras yo era la líder porque las defendía cuando no cobraban, iba a pedir explicaciones e intentaba que algunas situaciones mejoraran. Yo nunca he pedido lujos: pero sí hoteles normales. Me acuerdo un partido con el Tortosa que el presidente se enfadó con los árbitros. Y en el siguiente partido obligó a las jugadoras a salir del campo y no jugar… Tenía esas cosas. Y yo le dije que no íbamos a perder el partido así, de esa forma tan tonta, y me impuse. No le gustó nada. Al final dejaron de pagarnos y luego me fichó el Microbank Masnou (1989-90). Muchas jugadoras del Tortosa me siguieron. Sílvia Font se quedó de entrenadora allí y yo me fui. Con el Masnou ganamos la liga y perdimos la copa. Creo que el partido de la Copa, la final de Jerez de la Frontera de 1990, es el único partido en mi carrera que puedo decir que quedé totalmente desolada por el comportamiento arbitral.

¿Qué pasó en esa final que aún le pesa en la memoria?

La final era contra el Zaragoza. En la segunda parte no pasábamos ni de medio campo. Yo recuerdo que las americanas del equipo me pidieron hacer lo que quisieran en pista, pero no las dejé porque no quería que se pasasen delante de las demás. Y perdimos por un punto (95-94) tras dos prórrogas. Es la única vez que a un árbitro, que además éramos amigos, le dije que no había estado a la altura de su categoría. Y cuando terminamos la cena me acuerdo de que fuimos a un parque y la gente que había por la calle nos decía que nos habían robado el partido. Luego nos encontramos al árbitro esa noche… Estaba muy feliz. Qué la vamos a hacer. Cosas así también pasan.

Tampoco duró demasiado la etapa en el Masnou.

El espónsor dejó de pagar. Siempre la misma historia. Y con mi marido, a través de nuestra agencia, buscamos otro patrocinador, pero no salió. Más tarde me ofrecieron un cargo en la Liga Femenina, pero dije que no. Luego apareció el Dorna Godella de Miki Vukovic y fichó a muchas de las jugadoras del Masnou. Y tras dos años me fui al Universitari de Barcelona.

¿Es cierto que le dijeron que si no fichaba por el Universitari (1995-1998), el equipo desaparecía?

Sí, sí. Me llamó el gerente y me dijo que le habían dado referencias mías. Era Pere Andreu. Nos reunimos y me dijo que estaba quemado. Me sacó las llaves y me dijo que si cogía al equipo, que continuaba, y en caso contrario que cerraba la barraca y desaparecía. Y claro, dije que sí porque no quería que se perdiera un equipo en Cataluña. Ni siquiera se lo dije a mi marido. Me quedé con las llaves del local y además tenía que convencer a las jugadoras porque no querían venir. Me pasé el verano llamando por teléfono desde las cabinas telefónicas para asegurarme de que venían a Barcelona. De entrenador puse a Josep Lluís Riu, que fue mi ayudante. Y de entrenadora asistente coloqué a Anna Junyer. De delegada puse a mi cuñada que le encanta el baloncesto, a la Tere.

Vinieron dos ucranianas, una de dos metros que no valía nada (aquí me estafaron) y una base muy buena. Hicimos un equipo muy bueno. Quedaron primeras de la Liga Regular, lástima de los playoffs porque habrían ganado la liga. Luego había un grupo de patrocinadores, pero volvieron a fallar. Fiché al padre de una jugadora para llevar las cuentas. Total, que al final hicimos negociación con el padre de otra jugadora y encontramos a un nuevo espónsor. Y así fue. Al cabo de tres años ya estaba todo organizado y yo estaba cansada de follones. Y decidí dejarlo. Además, si hubiera querido seguir me podría haber puesto a mí misma de entrenadora, pero yo ya hacía tres años que no entrenaba y pensé que era mejor dar pie a un cambio. Me retiré, pero sigo muy vinculada con el baloncesto y siempre que me piden algo de la Federación o de donde sea, lo hago encantada.

Has vivido más de medio siglo de baloncesto femenino, la proporción de entrenadoras sigue siendo muy baja. ¿Por qué crees que sucede?

Hace falta formar a más entrenadoras y que haya más mujeres en muchos cargos. En cargos de dirección, preparadoras físicas, fisioterapeutas… ¡Bien preparadas! Y para esto hacen falta recursos. Y estos medios los tienen que poner. Me sabe mal ser la única seleccionadora de la historia. ¿Y cuántas entrenadoras ha habido este año? ¿Tres? Las entrenadoras buenas están ahí. Lo que necesitan es apoyo y oportunidades para triunfar. Yo desgraciadamente me formé gracias a mi marido y asistí a todos los cursos nacionales e internacionales y me acabé sacando todos los títulos posibles de entrenadora nacional. También aprendí mucho de mis jugadoras. Pero ser entrenadora no es fácil. La dinámica del equipo es difícil de conllevar, siempre surgen problemas. La mujer es muy sacrificada y trabaja mucho.

¿Qué le falta a la liga femenina para llegar a tener más oportunidades?

Yo creo que ha mejorado mucho el baloncesto femenino. Cuando yo entrenaba, y de eso hace años, dije (y acerté) que en 10 años España sería de las mejores de Europa. ¡Y justo! Europa, JJOO… La altura llegó y los resultados también. Ahora lo que falta es que las mujeres tengan los mismos recursos que los hombres. La Federación Española, bajo la presidencia de Jorge Garbajosa, y la catalana están volcándose en ello. Pero creo que pueden hacer todavía más. Además, creo que todos los equipos deberían tener a mujeres en sus filas. Lo importante es que no pierdan la ilusión. Que cuando dejen de jugar no se separen del baloncesto, que sigan para hacer disfrutar a los demás. Eso es lo que yo intenté. A mí me encantaba jugar, y lo que quise es que las chicas a las que entrenaba disfrutaran como yo. Rosa Castillo trabajó muchos años en la ACB, Anna Junyer está en la FEB, Sílvia Font con la catalana, Elisabeth Cebrián en la FIBA, Núria Martínez y Laia Palau en el Barça y el Girona… Está demostrado que, si se generan oportunidades, se aprovechan.

En la ACB vemos muchos ejemplos de clubes que llevan décadas en la élite, pero en el baloncesto femenino es raro encontrar un club con tanta continuidad… ¿Qué falta?

Apoyo. Apoyo económico. Creo que el baloncesto femenino triunfará más cuando los grandes clubes decidan invertir en equipos femeninos. Lo hemos visto, por ejemplo, en Valencia o en Zaragoza. Cuando los grandes de la ACB tengan todos ellos equipo femenino, creo que habrá más estabilidad. Cuando veo a clubes de la liga femenina me da un poco de miedo. Porque tiran adelante mucho con la ilusión, pero cuando falla uno… Entonces vienen los problemas. Si no existe una ayuda estatal acompañada de una profesionalización… Pero es complicado.

¿Os habéis peleado alguna vez con Eduardo Portela por baloncesto?

Creo que no. Al final él me decía algo y yo hacía otra cosa (ríe), por eso me iba a buscar a los demás entrenadores. Creo que mi marido es una persona con mucha vista, siempre ve a los jugadores y a los entrenadores. Ve muy rápido quién vale y quién no. Por eso era tan buen entrenador. Pero creo que somos distintos. Yo soy más cercana y más cuidadora, y él es más serio y más reservado.

¿Qué papel crees que pueden tener los hombres en el baloncesto femenino?

Creo que los hombres se pueden implicar más y ayudar más. Hay muchas mujeres que pueden entrenar, pero hay muchas personas que son machistas. Desgraciadamente. Al final es un problema estructural y hasta que esto no se revierta… Pero creo que las mujeres poco a poco se pueden ir imponiendo. Una de las cosas que yo no habría sufrido tanto es que no debería haber hecho caso de las críticas. Las críticas buenas siempre son constructivas, pero las destructivas hacen daño. Por ejemplo, ahora que Laura Antoja entrenará, ¿crees que no tendrá detractores? Claro que los tendrá. Nadie va a ver de inicio su valía y su talento. Pero debe seguir adelante e ignorar el ruido. Que nada le quite la ilusión. Porque cuando ganas eres muy buena, pero cuando pierdes eres muy mala. A veces ignorar el ruido es complicado, pero sin ilusión y sacrificio no puedes dar la vuelta a los momentos complicados.

A lo largo de los años han venido muchos reconocimientos: Hall of Fame de la FIBA, salón de la Fama de la Federación Española, Medalla de la Real Orden al Mérito Deportivo, Medalla de Cataluña… ¿Qué sientes cuando piensas en ello?

Si me lo llegan a decir 15 años atrás… No me lo habría creído. Me han homenajeado mucho, también el Barça femenino me hizo un homenaje, también con el Picadero. Es bonito que piensen en ti. Al final tengo 86 años y llevo desde los 12 vinculada al baloncesto… Y el baloncesto me ha dado muchas cosas. He conocido a muchísimas personas y he vivido experiencias magníficas. Siempre lo he hecho para las mujeres, siempre me ha gustado trabajar por y para las mujeres. Me pidieron una vez ir a Irán a entrenar, me lo pidió la FIBA. Me pidieron ir un mes entero porque allí los hombres no podían estar dentro del pabellón con las mujeres. Me ponían escolta, pero no podía ir sin velo… Y tras hablar con el cónsul me dio miedo. Tampoco he entrenado nunca a chicos, pero creo que no me habría hecho la misma ilusión. Al final comencé con esta idea, entrenar a chicas para ayudarlas a prosperar, trabajar por y para las mujeres. Y la he mantenido hasta el final.

¿Cuál es tu deseo para el futuro del baloncesto femenino?

¡Uy, la voy a decir gorda! Una Federación dirigida por mujeres. Ese es el futuro del baloncesto femenino. Y que las jugadoras lleguen a hacer mates, ya lo hemos visto en Estados Unidos y creo que puede ser un paso importante. Antes quería que las mujeres siguieran jugando y entrenando. Luego quería a directivas y arbitras. Ahora creo que falta que la Federación esté dirigida por mujeres. Y que cuando pase, que formen a más mujeres directivas. Al igual que hay escuelas de directivos. Eso debería ser el futuro.

2 Comentarios

  1. Meritxell Vinaixa

    Maria Planas, una gran mujer y gran profesional. Su talento consisite en su gran inteligencia, su honestidad y su gran capacidad de gestión emocional personal y de equipo.
    Lo ha demostrado sobradamente. Hizo lo imposible en el siglo XX, es un referente para el XXI y un ejemplo para las generaciones venideras. No hay dificultad que no se pueda superar.
    Felicidades!

  2. Querida María Planas ,
    Dentro de poco tendremos una mujer de Presidente de la F.E.B
    ELISA AGUILAR, jugadora que se inicio en el Real Canoe N.C. en 1985, y después jugó en muchos clubes, y con la selección de España supero los 200 partidos, y fue Campeona de Europa en 2013.
    Un abrazo

    Juan Tamames

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