«Me has llamado tres veces. Gracias por el interés, pero no quiero hablar de ciclismo he dicho. Me trae malos recuerdos, tristeza. No es fácil para mí rescatar de nuevo esa historia. Hace años que no doy entrevistas». Las palabras, al otro lado del teléfono, provienen de Latina, a una hora en coche de Roma. Son de Filippo Simeoni.
En Italia, el verano es tórrido. Más allá de los Alpes, Jonas Vingegaard acaba de ganar con puño de hierro el Tour de Francia sometiendo a Pogacar. Quién sabe si en 2024 habrá revancha -con permiso de Carlos Rodríguez– o si por el contrario el danés logrará el tercero consecutivo. Son conjeturas demasiado prematuras, aunque lo cierto es que la próxima Grande Boucle partirá, por vez primera en la historia, en Italia. Tres etapas: Florencia-Rimini, el 29 de junio de 2024. Le seguirán Cesenatico-Boloña y Piacenza-Torino, respectivamente. En total, más de seiscientos kilómetros para homenajear la centenaria victoria de Ottavio Bottecchia (primer italiano en lograrlo, allá por 1924), pero también a otros gigantes que ya no están: Bartali (fiorentino), Pantani (romagnolo) y Coppi (piemontese). Todo cuadra en el mapa geográfico.
A buen seguro no será un homenaje del Tour 2004, que ganó Lance Armstrong. El 23 de aquel mes de julio se corría la 18ª etapa. Era neutra, indolora, de entreguerras, de puro paisaje. 166 kilómetros que iban de Annemasse a Lons-le-Saunier. Estaba encuadrada entre la fatigosa montaña del día anterior y la difícil contrarreloj del siguiente. Los favoritos temporizan, pero un grupo va a la caza, quizás por hambre de gloria, por edulcorar el palmarés o incluso arrancar un nuevo contrato. Como cuenta el diario La Repubblica, son seis: Flecha, Fofonov, Mercado, Joly, Chente García Acosta (hoy director deportivo de Movistar) y Lotz. El pelotón está a un minuto. Entonces parte el número 198 de la Domina Vacanze: Filippo Simeoni.
Le sigue el número uno con la maglia gialla. Ambos, solos, alcanzan presto a los demás. «Muy bien Simeoni, qué gran número, me dijo Armstrong para tomarme el pelo. Después fue a hablar con García Acosta. Éste viene y me dice que si Armstrong sigue ahí estropeará la fuga de todos. Tenía que frenar y separarme de ellos para que el americano también lo hiciera. Hice caso para respetar a otros corredores. Pude haber ganado esa etapa en la que finalmente se impuso Mercado, pero Lance me lo impidió. El grupo llegó a once minutos, y eso se ve poco en la película: The Program», relató el propio Simeoni en exclusiva a Gianni Mura allá por 2015.
Cuando la vio, Simeoni y Mura -durante lustros la mejor pluma de ciclismo en Italia- charlaron con crudeza y sin medias tintas en el histórico diario fundado por Eugenio Scalfari. «Había un doping de elite. La UCI protegía a Armstrong. También la prensa. Era imposible competir siquiera con sus gregarios. En los tiempos de la EPO había quien se dopaba no para ganar sino para aguantar. ¿El después? La llegada de bolsas de sangre para transfusiones. Doping cinco estrellas, deluxe», explicaba en la amplia entrevista al diario nacional, con sede en Roma.
El doctor Ferrari
«Giulio, Giovanni, como quiera que te llames. No quiero hablar. Yo trabajo en un bar y ya no me apetece hablar de ciclismo. Lo veo y basta. Ya te lo dije una vez», espeta a Jot Down Simeoni.
Se niega a rescatar una historia amarga contra el todopoderoso Armstrong, quien en una entrevista concedida lustros atrás a Le Monde le tachó de mentiroso. Simeoni le puso entonces una querella. «En esa fuga fallida me dijo que me había equivocado dos veces: una por denunciarle; otra por hablar mal del doctor Ferrari. Amenazó con acabar conmigo diciendo que tenía dinero y abogados para ello». La espeluznante confesión salió publicada concretamente el 31 de octubre de 2015 en Il Venerdi, el inserto de laRepubblica.
«Gianni, lo que más daño me hizo fueron los insultos de algunos corredores italianos, como Pozzato, Nardello o Guerrini. Algunos pidieron perdón; otros no. En la última etapa de ese gran giro también ataqué mientras Armstrong ya brindaba con champán en los Campos Elíseos. Los suyos no me dejaron ganar. Ekimov me hizo un gesto con los cuernos. Yo, sin embargo, estaba satisfecho». En la entrevista, el periodista italiano deja entrever que ese gesto jamás lo habría hecho Coppi o Anquetil, quienes en lugar de involucrarse en primera persona habrían mandado a un gregario para el trabajo sucio.
No fue así, y esa reprobación pública hizo encender nuevamente los focos en torno a la turbia historia del Doctor Ferrari. Armstrong bebió de su propia medicina. «El último año de amateur me doy cuenta que perdía contra corredores mucho peores que yo. Me fichó la Carrera de Chiappucci y Pantani. En el 96 voy a visitar a Michele Ferrari, el mejor alumno del profesor Conconi. Le llamaban Doctor Mito», explicaba un Simeoni que pronto comenzó a ver buenos resultados.
«Valoró mi cilindrada, comenzamos el tratamiento, y en el Giro del Trentino ya fui quinto. No me arrepiento porque lo hacían todos. Veía el EPO como medicina, no como doping. Costaba diez millones de liras al año, más cinco o seis en fármacos. Funcionaba si entrenabas bien y llevabas una dieta rígida. No percibía el engaño ni los riesgos que corría, aunque había muchos jóvenes ciclistas que morían en circunstancias extraña durante la noche», rememoraba hace casi diez años. Es justo lo que ahora prefiere evitar por teléfono. No quiere jugar más con los monstruos.
Sanción
Lo cierto es que Simeoni cambió el chip cuando una mañana temprano, allá por 1999, registraron la casa del Doctor Ferrari y encontraron muchas carpetas clínicas de los corredores que estaban con él. «Vinieron a mi casa, abrieron el frigorífico… No encontraron nada. Pero mi madre me preguntó qué narices estaba sucediendo. En el proceso decidí confesar todo. Me sancionaron nueve meses; después se quedaron en cuatro. A partir de ahí me convertí en el espía que escupía donde le daban de comer». Desde la conversación con Mura, pocas veces ha vuelto a hablar en público sobre los hechos Filippo Simeoni, que después cosechó éxitos de forma limpia: dos victorias en la Vuelta y el campeonato italiano en línea (2008).
Dejó de pedalear con casi 38 tras 29 años encima de una bici. Sufrió una última sanción: «La Gazzetta dello Sport no me invitó para el Giro en calidad de campeón italiano. Era el año que volvía Armstrong, quizás fue casualidad. Escribí a Berlusconi, entonces Premier… Pero nada. Devolví la maglia tricolore y me sancionaron tres meses».
En el proceso de Boloña, cuando Simeoni declaró citando sólo nombres de doctores, estaba devastado psicológicamente. «A Lance le quitaron todo, pero no soy feliz ni estoy orgulloso por eso. En nuestra guerra perdimos los dos», reconoció al reportero. Hoy, desgraciadamente, ya no quiere rememorar el pasado. Gianni Mura tampoco porque está muerto. Falleció hace tres años. Su sillón sigue vacío. Fue el gran heredero de Gianni Brera, maestro de la escritura deportiva italiana, llena de sarcasmo e ironía.
El perdón
«Buongiorno Julio, piacere di conoscerti. ¿Di cosa vorresti parlare nell’intervista? Di ciclismo no per favore. Sono vicino a Roma in un pese molto tranquillo».
Mientras corresponsales americanos residentes en el capital titulan sus periódicos «Roma, la ciudad del infierno», por el calor, la humedad y la basura, la voz proveniente de Latina es melancólica y algo acongojada. Muy respetuosa y humilde, aunque no lo parezca. Es Simeoni, y parece pedir la vez para todo.
Ha seguido por televisión un Tour que ha devorado algunos récords, como el de la velocidad media más rápida de este siglo (casi 43 k/h). Una ronda gala que ha ofrecido gestas en cimas como el Puy de Dome, Tourmalet o Cauterets. Mohoric, por ejemplo, ganó en Poligny, alcanzando una media de 49,13 k/h… «Esto no es de ahora, llevamos así todo el año», reconocíael mismísimo Chente García Acosta al periodista de Marca Nacho Labarga. El director de Movistar no dudó en explicar este cambio del ciclismo, que recuerda al de los mejores -y más oscuros- tiempos: «la calidad de los corredores, la alimentación, el descanso o el material. Hoy el peor corredor de Jumbo puede ganar una Paris Roubaix».
Entonces, perdido entre estos datos y recordando que Chente era en 2004 el corredor más experto de los que iniciaron la fuga, descubro que Il Giornale, en 2020, recogió los testimonios de Simeoni e Ivan Basso (podio en los Tours 04-05) a raíz del documental LANCE, emitido por ESPN, que no añade nada nuevo a lo que se sabía del impostor texano: siete Tours consecutivos (1999-2005), después revocados en 2012 tras el escándalo de dopaje que arrastró a toda su escuadra -US Postal Service-, convertida después en Discovery Channel. «Vino a verme a Sezze (provincia de Latina), al bar. Creo que una oportunidad la merece todo el mundo, también Armstrong, de quien también se acordó el propio Basso, quien en 2007 fue descalificado dos años por la implicación en la Operación Puerto, orquestada por Eufemiano Fuentes. Ese año pasó a formar parte de la Discovery Channel. «Estoy muy agradecido a Lance Armstrong, porque conmigo siempre se comportó bien. Cuando mi madre o yo tuvimos un cáncer hizo de todo por ayudarnos. Yo también confesé mi culpa y pagué por lo que hice. Leí la entrevista de Simeoni y me encantó. Dijo cosas correctas, muchas verdades. Era un ciclismo singular aquel, pero Armstrong habría ganado siempre y a pesar de todo porque era una fuerza de la naturaleza. A Pantani no le gustaba el texano, pero Marco era el genio absoluto», exclamó en Il Giornale… Sí, allá por 2020.
El Tour se va para volver
«Hola, encantado. Soy Ivan Basso, sí. Gracias por llamar ¿Te parece que hagamos la entrevista para Jot Down Sport justo antes de la Vuelta 2023?» La voz es firme y determinada.
Fue historia del Tour el bueno de Ivan el Terrible. UnTour que, una vez más, ha dejado un ganador y muchos derrotados. Se ha marchado-homenajeando a Pinot, su genio inacabado- para volver con fuerza el año que viene, en Italia. Porque el Tour es rebelión, y esto forma parte del espíritu. Es una carrera popular que habla de Voltaire y Robespierre, siempre acompañado por las voces de Aznavour o Edith Piaf. Además, es una prueba que se extiende por la campiña, sube por lugares áridos dibujados por Piranesi, escala el hielo de Los Alpes y toca París. Es la poesía de Induráin, Fignon, Hinault, Merckx, Coppi, Anquetil y LeMond, pero también la lírica de los Simeoni, Pantani, Ullrich o el propio Armstrong, entonces amigo personal de Barack Obama y G. Bush. Es magia y mafia. Es el sudor y el esfuerzo del gregario, fotografiado magníficamente por Sebastiao Salgado. Es el existencialismo de Albert Camus o Jean Paul Sartre. Es la réplica de sí mismo y de su gente.
En Lons-le-Saunier nació Rouget de Lisle, el autor de La Marsellesa. Allí comenzó a forjarse una amistad entre un emperador y un obrero que soñaba con ser Bernard Hinault. Una mañana de julio se fugó para revertir un sistema, y entonces ya nada fue igual. Para nadie. Para siempre. Nunca una no victoria fue tan determinante. «Je ne regrette rien».