Habían pasado doce minutos de la una de la tarde del 22 de junio de 1986 en Ciudad de México cuando Héctor Enrique recibió el balón en la banda derecha, dentro de su propio campo, a unos 15 metros de la línea divisoria. Con el 12 en la espalda de su elástica azul, Enrique controló el balón y dribló al inglés Peter Beardsley, en un regate hacia atrás buscando campo abierto. En ese momento, el jugador argentino tomó una decisión aparentemente intrascendente que, a la postre, resultó decisiva para la historia del fútbol. Enrique podría haber intentado avanzar conduciendo el balón. También podría haber probado a descongestionar el juego con un balón largo a la otra banda o haber buscado el apoyo atrás en uno de los centrales, Ruggeri o Brown. Podría haber intentado un pase largo a Jorge Valdano o cedido la pelota a Burruchaga. Pero no, Héctor Adolfo Enrique, al que todos conocían como el Negro, buscó el pase en corto a su compañero Diego Armando Maradona; una decisión que, casi 27 años después, no podemos sino celebrar con entusiasmo.
Antes del pase
Seis años antes de aquel pase, Héctor Enrique había debutado en el primer equipo del Club Atlético Lanús, tras pasar por las divisiones inferiores. El club militaba entonces en la tercera división del fútbol argentino. El futbolista nacido en Burzaco tenía entonces 18 años. En 1983 fichó por el River Plate, donde jugaría los siguientes siete años. En el equipo de la franja roja diagonal ganaría un campeonato argentino, una Copa Libertadores y una Intercontinental. Pero entonces, en el momento de la firma, aún faltaban tres años para lograr esas victorias. Los mismos que restaban para que Enrique diera el pase más importante de su vida en el atestado Estadio Azteca de Ciudad de México.
Dos meses y cuatro días antes de que Enrique cediera con el exterior de su pie derecho el balón a su compañero Diego, el seleccionador argentino Carlos Salvador Bilardo hacía pública la lista de futbolistas que debían disputar el Mundial de México. En ella no estaban Ubaldo Fillol, Alejandro Sabella, Ricardo Gareca ni Enzo Trossero. Contra todo pronóstico, en la relación final de convocados aparecía el centrocampista de River Plate Héctor Enrique, que hasta ese momento no había vestido un solo minuto la camiseta albiceleste.
20 días antes de que Enrique regateara a Beardsley y enviara el balón a Maradona, Argentina debutaba en la Copa del Mundo de 1986 en el Estadio Olímpico contra Corea del Sur. Héctor Enrique no pudo dar ningún pase decisivo aquel día. Tampoco ninguno intrascendente, porque el Negro Enrique presenció la victoria argentina por 3-1 desde el banquillo.
17 días antes del pase que revolucionó el Mundial, Héctor Adolfo Enrique se estrenaba en el campeonato contra Italia, sustituyendo en el minuto 29 de la segunda mitad a Claudio Borghi. Era su debut en un partido oficial con Argentina. El choque terminó con empate a uno, lo cual obligaba a Argentina a jugarse la clasificación para octavos de final contra Bulgaria, en el último partido de la fase de grupos.
Faltaban 12 días para el pase de Enrique cuando Bilardo lo mandó ingresar en el campo en el descanso del partido contra Bulgaria, con victoria argentina por la mínima. El 2-0 final otorgó a Argentina el billete para octavos, donde se mediría con la Uruguay de Enzo Francescoli, compañero de Enrique en River Plate. Sin embargo, ambos jugadores no pudieron cruzarse aquel día en el césped del Estadio Cuauhtémoc de Puebla. Por segunda vez en el torneo, el Negro se quedó sin despojarse del chándal. El choque entre vecinos se saldó con victoria argentina por la mínima, con un solitario gol de Pasculli. Quedaban solamente seis días para el histórico pase.
Una hora y cuarto antes del pase de Enrique, Argentina saltaba al césped del Estadio Azteca para enfrentarse a Inglaterra en el partido correspondiente a cuartos de final. Con camiseta azul y pantalón negro, aparecía con el 10 a la espalda Diego Maradona, el mejor jugador del mundo en aquel momento, en el cual estaban depositadas las esperanzas de todo un país. Junto a él, con el dorsal número 12, se alineaba Héctor Adolfo Enrique, el último en llegar a la selección, que finalmente había conseguido convencer a Bilardo para que le hiciera un hueco en el once titular.
Una hora y diez minutos antes de que Enrique levantara la vista con el balón controlado y lo entregara al número 10 de su equipo, el saque inicial de Peter Beardsley daba comienzo al tercer partido de cuartos de final de la XIII Copa Mundial de Fútbol.
Cuatro minutos antes del pase del Negro, el menudo Diego Maradona saltaba dentro del área, en pugna con el arquero Peter Shilton, para marcar el gol que adelantaba en el marcador a la selección argentina. El balón llovido del cielo se terminó colando en la portería tras ser impulsado claramente por una mano, aún no está claro si de Maradona o de Dios. El árbitro tunecino Ali Bennaceur no vio ninguna de las dos.
Dos segundos antes del pase, José Luis Cuciuffo recogió un balón perdido por la delantera inglesa, controló la bola y la entregó con el pie derecho a su compañero Enrique.
Después del pase
Apenas había transcurrido un segundo desde el pase del Negro Enrique cuando Maradona controló la pelota con el interior de su pie zurdo, a diez metros de la línea del centro del campo, de espaldas a la portería defendida por Peter Shilton. Ante la presión de Beardsley y Reid, el Pelusa se dio la vuelta, pisando la pelota, y regateó a sus dos oponentes con una maniobra inverosímil en un palmo de terreno.
Dos segundos después del pase, Maradona, ya de frente a la portería rival, impulsó la pelota con un puntapié y, con una potente arrancada, se liberó definitivamente de la marca de Beardsley y Reid. No habían pasado cuatro segundos desde el pase y ya Diego cruzaba la línea divisoria, lanzándose en una carrera vertiginosa hacia el arco, mientras el periodista Víctor Hugo Morales iniciaba los diez segundos de narración por los que pasaría a la historia y el Negro Enrique se quedaba parado, con los brazos caídos y la boca abierta, contemplando la figura, cada vez más pequeña y desdibujada, del número 10 blanco sobre fondo azul alejándose rodeado de camisetas blancas.
A los siete segundos del pase, Terry Butcher salió al paso de la carrera de Maradona, y este, con un quiebro de cintura, se deshizo de él y continuó su camino por el carril del 8, con pasos cortos y apresurados y la pelota pegada a su pie izquierdo, obedeciendo sumisa cada movimiento del compacto cuerpo.
Nueve segundos después de recibir el balón de Héctor Enrique, Maradona dribló a Terry Fenwick, que alargó el brazo en un intento infructuoso por sujetarlo, y se adentró en el área, mientras Jorge Valdano acompañaba su carrera, abriéndose hacia el segundo palo para esperar el pase de la muerte.
Diez segundos después del pase, Víctor Hugo Morales se quedaba sin palabras y solo acertaba a enhebrar un balbuceante «ta-ta-ta-ta-ta-ta», mientras Maradona atravesaba el área y veía al guardameta Peter Shilton salir de la portería. En ese momento es posible que por la mente de Diego cruzaran unas palabras que su hermano Hugo le había dicho seis años antes. En un partido amistoso contra Inglaterra disputado en Wembley en mayo de 1980, Maradona había tenido una ocasión muy similar, pero, al intentar cruzar el balón al palo opuesto para salvar al guardameta Ray Clemence, la bola había salido rozando el poste. El pequeño Hugo Maradona, que contaba entonces con tan solo siete años, le recriminó que no hubiera intentado regatear al portero.
Maradona entonces, once segundos después del pase de su compañero, recurrió, acaso inconscientemente, al consejo que su hermano le había dado seis años atrás y decidió regatear a Shilton. El portero quedó desparramado en el suelo y Maradona solo con la portería ante sí. El postrer y desesperado intento de Butcher por llevárselo por delante resultó inútil.
12 segundos después del pase de Enrique, el Estadio Azteca estallaba en una mezcla de júbilo, sorpresa y admiración. Los 114.580 espectadores que abarrotaban las gradas acababan de ser testigos del mejor gol de la historia de los mundiales, acababan de asistir a uno de los momentos clave de la historia del fútbol. Un minuto después del pase del Negro Enrique, Víctor Hugo Morales se deshacía en alabanzas a Dios, con la voz quebrada entre lágrimas, mientras Argentina entera enloquecía.
Se habían cumplido 26 minutos desde el pase del jugador del River cuando John Barnes, que había saltado al campo poco antes, se internó por la banda izquierda, llegó hasta la línea de fondo y sacó un centro que Gary Lineker cabeceó contra la red, acortando distancias en el marcador. Inglaterra se volcó entonces en pos de la igualada. 32 minutos después del pase, la cabeza de Olarticoechea sacaba en la misma línea de gol un nuevo balón centrado por Barnes, evitando el remate a bocajarro de Lineker.
35 minutos después del pase de Héctor Enrique, el colegiado Bennaceur pitaba el final de un partido que, con las Malvinas como telón de fondo, era en realidad mucho más que un partido. Argentina estaba en semifinales.
Una hora después del pase, en los vestuarios del Estadio Azteca de Ciudad de México, los jugadores argentinos festejaban el triunfo y recordaban, aún asombrados y entusiasmados, el extraordinario gol que había marcado Maradona. Los compañeros rodeaban al Pelusa para felicitarlo. Fue entonces cuando alzó la voz el Negro Enrique: «Mucho elogio para él, pero con el pase que le di, si no hacía el gol era para matarlo».
Una semana después del pase del Negro Enrique, Argentina se proclamaba campeona del mundo.
«Arranca por la derecha…» está situado en el libro de oro del periodismo deportivo al nivel de «Un uomo solo al comando».
Sigue siendo tan extraordinario como la primera vez que c lo leí, hará diez años