Villa Crespo es un tranquilo barrio porteño de clase media, que nació a finales del siglo XIX y se acabó convirtiendo en un lugar cosmopolita hogar de colectividades como la siria y la judía. Situado lindando al moderno Palermo, en una situación céntrica y privilegiada, también es el hogar de un club humilde, pero extremadamente carismático, que sirve de ejemplo extraordinario de cómo en Argentina los clubes cuidan y miman la relación de pertenencia con su gente. El Club Deportivo Atlanta es tan importante para Villa Crespo que cuando quebró en los años noventa y perdieron su sede de la avenida Humboldt, los habitantes del barrio evitaban pasar por esas aceras para no caer en la pena y la melancolía. Nos lo cuenta Lily Müller, socia vitalicia de Atlanta y que echa una mano en la subcomisión de género y en prensa, porque Atlanta es ante todo una familia donde todos ponen un poquito para que nadie vuelva a evitar pasar por ninguna acera. «No soy de familia muy futbolera, mi padre era de River, pero no de ir a la cancha, mis amigos venían acá y me encariñé con el club», cuenta Müller, que lleva cuarenta años de asociada.
Atlanta como todos los clubes de Argentina, ofrece por el abono mucho más que un partido de fútbol masculino profesional cada quince días. Los amigos de Lily, como muchos otros niños, acudían a la colonia o a practicar todo tipo de deportes. Pero no solo el club vive del deporte, Atlanta también es un rincón donde difundir valores progresistas o cultura. «Atlanta siempre fue de izquierdas, quizá por la zona donde estamos, el club refleja el contenido de sus hinchas y sus historias», afirma Pablo Lachener, miembro actual de la directiva. «La gran mayoría de clubes tienen una mirada progresista», añade, consciente de que «el solo hecho de oponerse a una lógica financiera de futbol es una cuestión política» y decidido a «no permitir que el neoliberalismo se apropie de nuestros clubes». Entre las actividades sociales del club, Lilly Müller nos cuenta la vez que el club organizó un concurso literario para los niños del barrio. «Hubo mucha participación e implicación de todo el barrio, convocamos a un jurado experto, hubo premios para todos los niños», nos cuenta.
La protección de niños y adolescentes también ha desembocado en la creación de «dos protocolos para poder utilizar, en caso de necesidad, a favor de adolescentes y niños ante cualquier situación de abuso psicológico», nos explica Müller que admite haber tenido que usarlos en un par de ocasiones. Todas esas actividades ven la luz por la participación de decenas de personas vinculadas al barrio que dan su tiempo libre sin cobrar un duro, «a pulmón» como dicen en Argentina. Un sacrificio que se consigue ofreciendo un sentido de pertenencia que va más allá del fútbol o de ganar o de perder. «Hay jugadoras de handball que han venido dos veces al fútbol, pero dicen: ‘por Atlanta me inmolo’», explica Müller.
Esa visión del mundo no es solo un decir en Humboldt. Uno de sus ex jugadores y actual entrenador de la división femenina del fútbol, Víctor Paredes, lleva años trabajando en la provincia norteña de Formosa y en las villas miserias porteñas para ofrecer un futuro distinto a miles de críos que tienen que lidiar con la realidad cotidiana de Argentina, un país azotado por la inestabilidad económica, la desigualdad y la zozobra por un futuro que en estas tierras muy pocas veces pinta bien. Víctor, Bichi para los amigos y el mundo del fútbol, jugó durante catorce temporadas en Atlanta, un «One Man Club» de esos que ya se ven pocos. Se retiró en 2003 y aunque pronto empezó a trabajar en la empresa privada, siempre tuvo claro que quería hacer algo por el fútbol y luchar por los chavales de su tierra, Formosa. Esta provincia, situada en el norte del país y lindando con la frontera paraguaya, es una de las regiones argentinas con más problemas estructurales y donde la pobreza abarca al 47 por ciento de la población, de la cual un 15 por ciento están directamente en la indigencia.
«Yo sé cuando me retiro del fútbol las necesidades de Formosa», cuenta Paredes, que entonces funda la Clínica Social y Deportiva Bichi Paredes y se va «al interior, a los pueblos que no va nadie, a dar clínicas de fútbol, a enseñar a los profes». Dentro de esa experiencia, los chavales tienen la oportunidad de viajar una o dos veces al año a Buenos Aires, a 1200 kilómetros de la provincia. Un lugar que aun a día de hoy está incluso más lejano en conocimiento que en geografía. «En el interior o te vas a trabajar al campo o no hay nada», nos comenta Bichi.
Durante esos viajes los chicos jugaban amistosos y entrenaban, pero también hacían visitas culturales a edificios ilustres de Buenos Aires como el mismo Congreso. Lo único que tienen que hacer los chicos es estudiar, el viaje es un premio a ese esfuerzo. «En el primer viaje que tuvimos yo tenía un pibe, se estaba llevando (suspendiendo) nueve materias cuando arrancó el programa, hizo un esfuerzo, pero le quedaron tres materias», recuerda Paredes. «Le dije que si prometía en marzo levantar la nota, recuperar esas tres, él iba a viajar», añade Bichi, al que se pone la piel de gallina y los ojos se le iluminan al contarnos que el chaval estuvo estudiando durante todos los ratos libres del viaje. El chico aprobó esas asignaturas y ahora mismo ejerce de médico. La clínica ofrece un refugio divertido a muchachos que, de normal, tienen poco que hacer en sus pueblos. El horario de la escuela en Formosa es de 13:00 a 18:00 de la tarde, por lo que sin clínica los chavales se pasaban las horas muertas en la plaza sin nada que hacer y acababan acostándose demasiado tarde y levantándose también demasiado tarde.
El fútbol no solo les ofrece una diversión, sino que también les enseña disciplina y llevar unos horarios más ordenados. «Comen, duermen, a la mañana máximo se levantan a las nueve, la mayoría a las ocho, tienen tiempo de estudiar y hacer sus tareas, es una vida más ordenada, más deportiva», indica Paredes. Si uno de esos chicos tiene aptitudes y se anima a probar con Atlanta, no le costará ni un peso, «solo le costará extrañar a la familia», asegura Paredes. Atlanta está preparando una pensión, que se espera esté lista en año y medio, para facilitar aún más las cosas. Aun así el camino no será fácil. «La realidad es que tienes que ser muy fuerte y muy fuerte tu familia para hacer ese camino desde el baby futbol. Llegas a primera y te quieres matar, porque ahí sí tienes que tener resultados», asegura Paredes, que recuerda que los futbolistas tienen «mucha presión del papa, de los profes, mucha presión en la adolescencia, las novias, el querer salir de fiesta a tomar algo». Ahí es cuando muchos chicos deciden dejarlo.
La experiencia en Formosa salió tan bien, que con la ayuda de Luis Lobo, ex reconocido tenista y que fue secretario de deportes de la Ciudad de Buenos Aires, Víctor decidió hacer sus clínicas de fútbol en la Villa 31, uno de los asentamientos informales de casas precarias que pueblan la capital porteña. La Villa 31, situada al lado de la estación de microbuses de Retiro, está a 15 cuadras del Congreso, otro mundo que ni se imaginan los chavales del barrio. El objetivo era mantenerlos escolarizados, que entrenasen al fútbol de manera cuidada. Poco a poco, Bichi se fue ganando la confianza de los padres y vecinos del barrio y hoy tiene alrededor de 300 chicos a su cargo. «Fue un poco más difícil que en Formosa, donde todos los del pueblo se conocen, aquí al principio me acompañaban al salir y al volver del subte», admite Paredes.
En la Villa 31, llamada oficialmente Villa Carlos Mugica, viven 40.000 personas, de las que se calcula que el 54 por ciento tiene menos de 24 años. Tras seis meses de adaptación, Víctor se ganó tanto al barrio que una vez que le intentaron robar el móvil «salieron a correr a todos porque me conocían y lo recuperamos». Y es que en los siete años que lleva trabajando en esa zona normalmente invisible y estigmatizada para la sociedad argentina, las alegrías superan en número a las decepciones. Alegrías como la de Cristian Cuenca, nacido en la villa, que Paredes considera «el abanderado, un chico que empezó en sexta división, con el que nos costó un poquito, por el que íbamos sábados y domingos para que no jugase por plata y se pudiese lastimar». Hoy, con contrato en Atlanta, es el ejemplo de que se puede llegar, el espejo donde se miran los más chicos. En el equipo femenino, Paredes destaca a Fernanda Zárate, capitana de Primera, «no sabes como juega», dice Bichi. El fútbol femenino que recién está empezando a tener su merecido protagonismo es diferente al masculino y hay chicas de más de treinta años jugando en Atlanta y que pueden llegar tan lejos como Cristian y Fernanda.
En la villa se tiene un fuerte «sentido de pertenencia y el fútbol te da otro», afirma Paredes. «Aprenden a defender al barrio, antes se peleaban entre ellos, ahora cuando les sacamos, no son un equipo de fútbol, están defendiendo al barrio», añade Bichi, que nos cuenta la importancia de mostrar educación y tratar con respeto a todos en esos viajes por Buenos Aires y su provincia. Todo esto se construyó con casi nada. «El único apoyo en su momento fue un hincha de Atlanta, Nico, que tenía una fábrica de camisetas y nos daba pecheras», cuenta Paredes. Poco a poco se sucedieron rifas, amigos que colaboraban y también se llevaba ropa y comida a escuelas rurales de la zona. «Primero me ayudaban hinchas de Atlanta, luego se sumaba gente que no era de Atlanta», añade Bichi. Al final el club se implicó totalmente y ahora el proyecto se hace en colaboración total con el club.
Una forma de vida donde no solo los chicos y chicas tienen reglas que cumplir, como dejar las instalaciones limpias después de usarlas. Una disciplina que también atañe a todo aquel que quiera colaborar con Paredes. No es fácil trabajar en estas circunstancias y el ex jugador tiene claro que ahora que tiene un nombre y el respeto de una comunidad no va a ponerlo en riesgo por nadie. Las personas que trabajan con él no pueden ir a fiestas de cumpleaños de jugadoras de manera solitaria, el staff siempre va en grupo. El ambiente de precariedad donde crecen estos chicos provoca también una falta de cariño que puede llevar a equívocos peligrosos. Atlanta no deja nada al azar. El porcentaje de éxito en la integración de estos chicos es brutal, y la mayoría acabe o no teniendo una carrera deportiva acaba encontrando un lugar en el mundo. Pero desgraciadamente los hay que se quedan en el camino.
«Uno trata de ayudar, pero si la familia no te da una mano es muy difícil, el otro día me encontré con un chico que venía al proyecto, lo vi perdido, se fue para el otro lado», lamenta Bichi que cuenta que otro chaval que frecuentaba acabó en preso tras matar a otro chico. «Allí, en la villa, ven que uno abusa de una nena y toman represalias entre ellos». Villa 31, a escasas cuadras del microcentro o de Recoleta, lugares donde los precios y la imagen rivalizan con las grandes ciudades europeas, no es un sitio fácil. Paredes intenta que el descanso veraniego dure lo menos posible para alejar a los chicos de la calle, pero una vez tuvo que suspender los entrenamientos tras el asesinato de un joven y las posibles venganzas. Los chicos estaban entrenando y volaban balas alrededor. La tasa de homicidios en Argentina es de 5,5 por cada 100.000 habitantes, mientras en España se sitúa en 0,64.
Al igual que otros tantos clubes argentinos, Atlanta tiene una comisión de género y está apostando muy fuerte por el fútbol femenino y por conseguir un club cada vez más igualitario entre hombre y mujeres. Todavía queda mucho por hacer, en la directiva actual, por ejemplo, no hay ninguna mujer. Nos explica Lachener que les está «costando porque viene de un proceso de mucho más atrás, hay filtros de antigüedad para entrar que igual deberíamos revisar». En Argentina los clubes son asociaciones sin ánimo de lucro, lo que significa que Pablo Lachener y todos los directivos hacen su trabajo de manera gratuita sin recibir ninguna remuneración a cambio. La tradición además es que cumplan con una función social importante en el barrio, por lo que una quiebra como la que vivió Atlanta es tremendamente dolorosa.
Ahora, sin embargo, los vientos que soplan en Villa Crespo parecen remar a favor. «Siempre hay tensión y situaciones muy delicadas, el hincha tiene el reclamo legítimo de querer ascender, pero uno tiene que decidir y si se lleva por el hincha es pan para hoy y hambre para mañana», cuenta Lachener. Atlanta cuenta ahora mismo con 22 actividades deportivas, 2275 deportistas afiliados y 6500 socios. El estadio Leon Kolbowski tiene capacidad de 18.000 espectadores y el club cuenta con su sede social, un centro de formación y alto rendimiento, un complejo de canchas. El estadio se ha remodelado y luce con esplendor azul y amarillo en Villa Crespo, mientras que casi 39000 personas siguen las aventuras del club en Instagram donde hacen una labor informativa encomiable.
En los orígenes, Villa Crespo estuvo muy vinculada a la colectividad judía, con una alta presencia de judíos en el barrio, por lo que tradicionalmente se ha asociado a Atlanta con el judaísmo, una historia fascinante que se puede leer en el libro del historiador israelí Raanan Rein: Los bohemios de Villa Crespo: Judíos y fútbol en la Argentina. Pero Atlanta, cuyo apodo es efectivamente «los bohemios», siempre ha sido un club para todos, vengan de donde vengan, y al igual que el barrio y que toda Argentina, es un batiburrillo de identidades con una sola pasión en azul y amarillo.
Durante años fueron víctimas de cánticos antisemitas desde las gradas, pero la Federación ya aplica sanciones y se intenta que esos tristes episodios no se repitan, no solo con los judíos sino con todas las minorías. Ha sido un año futbolístico raro y emocionante, con un Mundial que cortó la temporada a la mitad y coronó a Argentina como campeón, una especie de justicia poética en la que el destino por una vez le concede lo que se merece al bueno de la película y todos pudimos ver a Lionel Messi levantando el añorado trofeo. En Villa Crespo se celebró esa justicia, se gritó esa felicidad colectiva, en Villa Crespo, un barrio tranquilo, normal, ni bonito ni feo, un barrio como tantos otros, hay un montón de personas buenas haciendo cosas buenas.
Víctor Paredes se despide de nosotros, casi está anocheciendo, la gente regresa de sus trabajos y las luces del barrio se van encendiendo, queda poco para la cena, pero Víctor tiene hoy entrenamiento en la Villa 31. Cuando sale a la calle Humbodlt rumbo a la barriada nadie la presta atención, pero ese ex futbolista al que le gustaba gambetear ahora regatea a la injusticia para hacer un mundo más bonito para todos, para que el lugar donde naciste no te marque de por vida. No sabemos si Víctor y el equipo de fútbol Club Atlético Atlanta creen en la justicia poética, pero desde luego que ponen todo de su parte para construirla.
Atlanta, hermoso testimonio de la solidaridad, el apego barrial, la búsqueda de la unión de los seres humanos en el respeto y la convivencia, Atlanta, Villa Crespo ¡que lindo caminar por tus calles y también gritar goles Bohemios!