No podemos disfrutar del todo de un partido sin elegir antes con quién vamos. Es un ritual que debería ser obligatorio antes de que la pelota llegue al campo. Necesitamos elegir un bando para poder celebrar el último penalti como si nuestra vida nos fuese en ello porque nunca una tanda de penaltis puede verse sin posicionarse, sin sentir nada y como un mero espectador que espera que acierte o falle. Pasa igual cuando te sientas delante del televisor: necesitas elegir un bando. Necesitas escoger con quién vas, necesitas posicionarte y llegar hasta el final de esa creencia para llorar cuando maten a tu personaje favorito, para enfadarte con el rival. Da igual si se lo merecía o no porque es el tuyo, es tu equipo, es tu bueno.
Pero, ¿son nuestros villanos los villanos de todos? ¿Son nuestros héroes los verdaderos héroes? A veces ni siquiera nosotros sabemos quiénes son los buenos. Y así lo demuestran las búsquedas en Google: «quiénes son los buenos en Star Wars», «quiénes son los buenos en Juego de Tronos» o «quiénes son los buenos en la Casa del dragón». Porque cómo va uno a ir con los malos. Y si no lo tiene claro, que Google le diga qué bando elegir. Que Google nos responda cuando no sabemos a quién debemos odiar, cuándo no sabemos quién es el héroe al que debemos defender cueste lo que cueste, inventando cualquier argumento.
Ale Galán tiene todo lo que hace falta para ser un villano. Tiene incluso lo más importante: es el mejor. Y eso es lo que más molesta al que va con el que gana menos, al que nunca gana por culpa de Galán. De los que nunca ganan y también, algún día, merecen ganar. Los que aún confían en que los mejores dejen de serlo. Los de «ya verás cómo se le para el coche a Alonso en la tercera vuelta» y los «ya verás cómo Alcaraz solo gana los torneos cuando no van ni Djokovic ni Nadal». Los que dejaron de disfrutar la calidad para convertirla en una rivalidad de odios, enemigos y villanos. Los que se olvidaron del espectáculo por culpa de la rivalidad, la competición y las manías. Los que quieren que lo de Galán, en vez de disfrutarlo mientras dure, sea cuestión de dos días. Pero hace tres años que siempre quedan dos días, hace tres años que Ale Galán es el número uno. Y no hay mejor cualidad para convertirte en villano que estropear siempre las predicciones.
Porque Ale Galán lleva tres años siendo el número uno y está lejos de convertirse en el héroe que el pádel necesita. Todo lo contrario: no hay día que no aparezca alguien ofendiendo, odiando, quejándose. Metiéndolo en una polémica. Trucos sucios para ganar partidos, lesiones fingidas o hasta las veces que va al baño se han convertido en el trending topic de algunos domingos.
Hay muchos tipos de villanos; villanos que llevan toda su vida preparándose para serlo, entrenando para ser odiados, disfrutando cada día de su labor; otros son designados por el público y asumen el papel cuando ya no queda más remedio que hacerlo; otros nacen con las cualidades exactas para serlo. Ale Galán es bueno, es rápido, es joven. A veces parecería incluso con capacidades sobrenaturales que te hacen pegarte al sofá para preguntarte cómo, cuándo y por qué. Cómo llegar, cómo atravesar el cristal, cómo girarse en el segundo exacto, cómo golpear esa bola. Y cómo no odiar a quien nos recuerda que somos inferiores, a quien parece tener un don inalcanzable. Con Ale Galán pasa como pasa con el Real Madrid: cómo no va uno a odiar, pensarán muchos al otro lado de la tele, a quien espera al minuto 93 para remontar un partido de Champions con la asistencia perfecta cuando todo está perdido.
Que Galán es el mejor no lo dice quien escribe, lo dicen las cifras. Ostenta el número uno junto con Juan Lebrón desde hace años y lo sigue demostrando cada torneo. Llegó al WorldPadel Tour con Juan Cruz en 2016 y jugó junto a Matías Díaz desde 2017. Fue con él con quien logró ganar sus primeros títulos, sus primeras veces: En Valladolid en 2018 y también en Lugo. Desde entonces, Ale Galán sabe ya de memoria lo que es encarar una final. Y, sobre todo, ganarlas. Disputar puntos imposibles, llegar donde nadie llega, darle la vuelta al marcador cuando todo parece perdido en el primer set. Desde 2020 juega en el revés con Juan Lebrón. Son la pareja a batir. Han conseguido ser número 1 en el ranking en 2020, en 2021, en 2022. Galán ha ganado 23 torneos WorldPadel Tour en los últimos tres años y cuatro títulos Premier Pádel en 2022. Roma, París, Madrid y Milán. Galán lo gana casi todo. Galán, a los 26, lo ha ganado casi todo. Y sin embargo…
Un paseo por las menciones en Twitter basta para saber que Ale no es, para muchos, el héroe que debería ser. No es una estrella con los veinte recién estrenados en un deporte en el que no es raro jugar hasta los cuarenta y tantos. No es, para ellos, el mejor jugador de pádel español y uno de los mejores de la historia. Para muchos es, cada fin de semana, «cagón» y «pelotudo», «llorón» y «quejica». Amores y odios sobre quien debía ser la estrella global en España de un deporte que en los últimos años no ha dejado de crecer. La cara bonita y fresca del pádel mundial.
A Galán le han dicho de todo, le dicen de todo. El tercer set de las semifinales del French Padel Open frente a Sanyo Gutiérrez y Agustín Tapia convirtió Twitter en un catálogo de insultos y odios. ¿El motivo? Varias escapadas al baño que desconectaban a sus rivales cuando iban ganando el partido. Remontada para la pareja española cuando el partido parecía ya encauzado para sus rivales.
Una entre muchas. Críticas, acusaciones, polémicas. La última con Lisandro Borges al comenzar la temporada del campeonato en Sudamérica. Borges, promotor de torneos de WorldPadel Tour, acusa a Galán de fingir lesiones para borrarse de los torneos que no quiere jugar. Una acusación que recibe el madrileño cuando dice que no acudiría al Open de La Rioja por una lesión en la rodilla. Borges, además, insiste que es el líder de un boicot que busca poner a todos en contra para que no jueguen el circuito. Galán, otra vez, el eterno villano.
El madrileño no tiene el cariño que acumula Belasteguín de aquellos que llevan décadas siguiendo el pádel y fueron adolescentes con Pablo Lima y Bela. No tiene tampoco el carisma de Paquito Navarro cuando, al acabar un partido, se enfrenta al micrófono. Casi nunca dice nada. Casi siempre dice lo mismo. Pero eso nos da igual. Porque de él no esperamos que se coloque delante del micrófono. De Galán no esperamos que hable un inglés perfecto al acabar el partido. Ni escuchar, mientras ves acabar el torneo en el móvil sin prestar atención a la comida familiar del domingo, un conmovedor discurso de por qué el esfuerzo, por qué el pádel o por qué las victorias. De Galán solo esperamos que coja la pala, que llegue a la bola, que la golpee, que remonte el segundo set cuando crees que todo está perdido, que nos levante del sofá. Y que sepamos que ha merecido la pena contar los minutos que quedaban para ver otra final, para disfrutar otro domingo.