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La calva, un deporte que no conoces

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Campo de calva del pueblo del autor

Hace ya bastante tiempo que ocurrió: un año en mi pueblo hubo una novedad en el programa de fiestas. La novedad consistía en una tarde de juegos tradicionales. Esto ya me hizo pensar: que la novedad fuera la tradición. También pensé luego tradición de quién, porque mi padre me contaba que de niño en el pueblo jugaban al fútbol en cualquier parte.

No debe faltar mucho para que se incluya el fútbol en la venta y disfrute de los juegos tradicionales. ¿O acaso hay algún juego ya más tradicional que el fútbol? No lo creo, en este país. El caso es que los juegos tradicionales que trajeron a mi pueblo consistían en lanzar aros y cosas así, también en tirar una moneda a la boca de una rana y no recuerdo ahora mucho más. A nadie en el pueblo le constaba que sus antepasados jugaran a eso, pero el final del cuento lo podéis imaginar: ahora cada año en las fiestas asoma el evento «Juegos tradicionales», y ahí estamos los mayores haciendo el pavo mientras mi hijo juega al fútbol en el parque.

Cuando llevas un rato con los juegos tradicionales, piensas «menos mal que los japoneses inventaron la Play Station». No me imagino yo quedando con mis amigos al salir del instituto para fumar, beber y hacer torneos de lanzamiento de aros. Menos mal que inventaron el Pro Evolution Soccer. A veces lo mejor es asumir la superioridad de otras civilizaciones. No pasa nada, sin rencores: hay que ser agradecido con esos pueblos que nos enseñaron el fútbol, la Master System y el Football Manager.

El deporte que de veras es tradición en mi pueblo es uno que se llama calva, que consiste en lanzar una piedra y darle a otra piedra más grande. Se juega en equipos de tres y, bueno, si un día venís a mi pueblo os lo explicaré más detalladamente. A la calva sí jugaba mi bisabuelo, pero no la incluyen en los juegos tradicionales, por lo que sea, los que vienen a enseñarnos los juegos tradicionales.

La calva era un deporte de abuelos, pero de repente empezó a molar y nos apuntamos los jóvenes. Pasó algo parecido con las alpargatas, creo, hace unos años, por la costa mediterránea, aunque ya nadie se acuerde. Los jóvenes pervertimos tanto la calva que los abuelos fueron retirándose. Ahora ganan los chavales.

Demasiado jaleo, para los viejos, que solo querían lanzar cuatro piedras tranquilamente. Nosotros añadimos el trash talking, las camisetas por equipos y las masas de seguidores. Ahora todo el pueblo se apunta a ver el torneo de calva y a mí no me importa porque soy bastante bueno. Es una suerte y a la vez una desgracia ser bastante bueno a la calva. Una suerte porque así soy en algo digno portador de los genes de mis antepasados; y una desgracia porque ya podría haberme tocado el don de ser bastante bueno al golf, que se pagan mejor las victorias y los títulos mundiales.

Con Jorge y Víctor, mis compañeros, he sido dos veces campeón de calva, una medalla vital importante. Ganamos en 2002, siendo los más jóvenes de la Historia, aunque ya nos han birlado ese récord las siguientes generaciones. Repetimos campeonato en 2014, cerrando el círculo de la belleza en el deporte. Porque después de ser el campeón más joven se me subió el éxito a la cabeza, me junté con malas influencias, me dediqué a la noche… No asimilé la fama. Era el Joselito de la calva hasta que fui padre, puse los pies en la tierra, vi la luz de nuevo y, cuando nos daban por acabados, volvimos a ganar a lo grande.

Increíble historia. La coge la ESPN, me hacen un documental y ahora estaría dando charlas motivacionales por empresas y universidades. Ahora tendrían calvódromos en Silicon Valley.

En la final del 2014, además, llegamos empatados a todo: 2-2 en sets y 20-20 en puntos. Es decir, quien acertara la siguiente piedra, ganaba. Me tocaba tirar a mí y en caso de fallar lanzaba uno del otro equipo. Máxima presión, 2-2, 20-20 y la piedra en mi mano: lancé, acerté y ganamos. Más que felicidad sentí alivio. Si hubiese fallado aún me lo estarían recordando. Aún hoy, alguna noche, me despierto de madrugada, voy a la nevera, me acuerdo de ese momento y me pongo contento. «2-2, 20-20 y le di, qué bien», me digo. Bebo un Actimel, muerdo el troncho de fuet y me acuesto tranquilo y en paz, con todo en orden. Así empezaría mi documental. Así es la vida de los campeones.

 

8 Comentarios

  1. Gracias por tanto, Enrique, quicir, ¡campeón!

  2. La calva no es en absoluto local o extraña, se juega mucho en toda Castilla y León y nunca ha sido «un deporte solo de viejos». Ni siquiera es un deporte, es un juego. A mí nunca me llamó demasiado la atención, básicamente porque era muy torpe, pero ya en el colegio en los años 80 tenía muchos compañeros de clase que jugaban. Hoy día pasas por las pistas de calva cualquier tarde y hay jóvenes y viejos.

  3. Tan pro no serás si tiras piedras jugando a la calva

  4. Sin ánimo de abrir un conflicto territorial, en Castilla se juega de una manera y en Aragón de otra. Aunque se llame igual

  5. La mejor manera de arrancar el fin de semana. Gracias Enrique !!!!

  6. Canto o morrillo se llama en Ávila a eso que vuela a la calva (que es una horquilla de tronco). Por aportar.

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