Calcio

Ya hubo una Superliga antes de la Premier: la gran Serie A

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Marco Van Basten

Una noche de domingo de la primavera de 2021 el fútbol europeo se sobresaltó; cientos de tuits publicaban que una serie de clubes europeos había decidido formar una Superliga fuera del control de la UEFA y que su intención era empezar la competición de inmediato. Las reacciones de la afición, sobre todo por parte de los clubes ingleses, más una serie de inconvenientes no muy bien calculados (como el rechazo de Bayern o PSG) han finiquitado de momento la idea, aunque los tres clubes que lideran el proyecto, Juventus, Real Madrid y Barcelona, siguen queriendo que se produzca.

La idea es sencilla, una competición prácticamente cerrada entre los mejores clubes de Europa. Para sus fans, se supone que es más dinero, más justicia, prescindir de la malvada UEFA y disfrutar de la élite cada fin de semana. Para los que somos críticos es una competición antidemocrática que anula la meritocracia y destroza el fútbol de los equipos y ligas más pequeños. Pero incluso para los que más odiamos ese sistema, hay algo en lo que tienen razón los partidarios de la Superliga. De facto, ya hay una Superliga: la Premier. No obstante, en realidad, como todo está inventado, ya hubo una Superliga antes de la Premier.

Lo que vemos actualmente con el predominio deportivo y financiero de la Premier, el lugar donde todos quieren jugar y donde recalan la mayoría de estrellas no es algo nuevo en el mundo del fútbol. Hay quien dice que la Premier es la Champions todos los días. Eso era el fútbol italiano en los años ochenta y noventa. Una colección de estrellas reunidas en varios equipos que aspiraban a todos los títulos y luchaban cada semana en el que decían era el campeonato más difícil que existía. Porque sí, había dinero a espuertas y las plantillas estaban repletas de talento, pero también había un trabajo táctico extraordinario, unos defensas legendarios y una competitividad máxima. No era una liga para flojos, era una liga a vida y muerte. Quien triunfaba en Italia, triunfaba en cualquier sitio, era el cliché de entonces. Italia era el reto, la Meca futbolera, lo máximo a lo que podía aspirar cualquier jugador en esa época. Veinte años después, los cracks van a la Premier, las Copas de Europa League y de Champions se las reparten entre Madrid, Barça, Bayern e ingleses.

Hace trece años que no gana un equipo italiano la Copa de Europa. ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó Italia de ser el hogar de los mejores futbolistas a vivir en esta crisis continua que somete a los aficionados a vivir entre el pasmo y la tristeza? El declive del Calcio también ha marcado el destino de la selección italiana de fútbol, que ha sido incapaz de clasificarse para los dos últimos mundiales. Pero esa selección que hizo el ridículo ante Suecia en 2017 y que cayó ante Macedonia del Norte en la clasificación a Catar de una forma traumática (tiraron a puerta un total de 32 veces) también consiguió ganar de manera brillante la Eurocopa del 2021, ofreciendo un fútbol de desparpajo y alegría y mostrando una serie de jóvenes que pueden ofrecer muchas tardes de gloria a los italianos.

Los clubes, por su parte, van mejorando poco a poco en Europa, donde en los últimos años solo acumulan decepciones. La Juventus de Allegri llegó a dos finales y en ninguna se puede echar en cara la derrota ante dos gigantes como Real Madrid y Barcelona. El Inter también ha llegado a una final de Europa League. En febrero en los octavos de esta edición habrá tres equipos italianos en liza.

El competitivo nivel que llegó a mostrar el fútbol italiano durante dos décadas se refleja contundentemente en el palmarés de la Copa de la UEFA de los años 90. En aquella década solo un año hubo una final en la que no hubiera al menos un equipo italiano. Todas las demás tuvieron representante transalpino. Y con absoluta variedad. Llegaron Torino, Juventus, Napoli, Fiorentina, Internazionale, Lazio y Parma. En 1990 (Fiorentina-Juventus), 1991 (Roma-Inter), 1995 (Juventus-Fiorentina) y en 1998 (Inter-Lazio) la final de la UEFA fue totalmente italiana. La pléyade de estrellas que uno podía encontrar en los álbumes de Panini desde los primeros años de los 80 hasta finales de los 90 era tan absolutamente rutilante que hacia palidecer de envidia a cualquiera. Desde Maradona a Platini, desde Zidane a Van Basten, de Shevchenko a Falcao. Todos los cracks querían jugar en la A. El dominio italiano se redondeó con tres títulos en la extinta Recopa durante los años 90 y cinco Copas de Europa (tres del Milan y las dos de la Juve) desde 1985 a 1996.

Lothar Matthaus

La brutal competitividad mostrada en Europa y la lista de nombres ilustres en el Calcio daban brillo a una competición que siempre había estado entre las mejores del mundo, pero el factor diferencial fue que las estrellas no se concentraron en las tres grandes escuadras del campeonato (Inter, Milan y Juve, las tres legendarias damas del Calcio) sino que se repartían también en el resto de equipos.

Maradona hizo campeón al Napoli, Zico jugó en el Udinese, Mancini y Vialli destilaban clase y llegaban a la final de la Copa de Europa jugando en la Sampdoria, etc. Aquello propició que durante los 90 al menos siete equipos tuvieran opciones de títulos. Las llamadas siete hermanas del Calcio: Juventus, Milan, Inter, Lazio, Roma, Fiorentina y Parma. Como suele pasar, todo eso se consiguió a base de dinero. La victoria del Mundial 82 y la adjudicación del Mundial del 90 a Italia situaron al país transalpino en el epicentro del fútbol mundial y atrajo a varios inversores y empresarios que pusieron su pasta y la de sus compañías en los equipos italianos. Mucho antes del despilfarro de los jeques del Manchester City y del PSG estuvieron los Berlusconi, Moratti, Cecchi Gori, etc.

Los equipos medianos nadaban en billetes verdes en aquella época. La Roma en los noventa era propiedad de los Sensi, bajo cuyo mandato ganaron el recordado Scudetto de 2001. Un año antes, los ganadores fueron sus vecinos de la Lazio, el juguete de Sergio Cragnotti, dueño de la empresa alimenticia Cirio. El Parma de Calisto Tanzi, que luego protagonizaría un escándalo mayúsculo de corrupción y bancarrota, tuvo en sus filas a Asprilla, Brolin, Enrico Chiesa, Dino Baggio, Stoichkov, Thuram, Hernán Crespo o Verón.

Hidetoshi Nakata sigue siendo el fichaje más caro de la historia del club, que pagó 24 millones de euros por el nipón. Parma es una tranquila, casi aburrida, ciudad de unos doscientos mil habitantes, calles limpias, rincones medievales preciosos y un delicado aire provinciano. Jamás habían sido protagonistas del panorama futbolístico hasta la llegada del músculo financiero de Parmalat, compañía local de productos lácteos que hoy es una marca más de la multinacional Lactalis. En su momento llegó a ser la compañía líder en ventas de leche pasteurizada de todo el mundo. El producto de cine Vittorio Cecchi Gori, responsable entre otras, de la oscarizada La Vida es Bella, presidió la Fiorentina desde 1993 a 2002. A orilla del Arno jugaron Mijatovic, Batistuta, Roberto Baggio, Effenberg o Rui Costa. Ambos equipos, Parma y Fiore, acabaron años después quebrando, desaparecieron por motivos económicos y tuvieron que volver a empezar desde cero.

Tomas Brolin

El caso más representativo de la relación entre los grandes empresarios y el fútbol italiano fue el de Silvio Berlusconi. Nadie como Il Cavaliere encarna la Italia de aquella época. Tras unos turbulentos años 70 marcados por el terrorismo de izquierda y derecha, la década de los 80 fue la última dominada por la clase política surgida después de la II Guerra Mundial. Y de entre esas cenizas surgió el berlusconismo con su populismo, sus líos con la justicia, sus velinas y, por supuesto, con su equipo de fútbol: el AC Milan, al que compró en 1986. El club rossonero venía de unos años difíciles (dos veces descendió a principios de los ochenta, una por el escándalo del Totonero y otra por estrictos motivos deportivos) y el dinero berlusconiano ayudó al equipo milanés en convertirse en el mejor del mundo de la mano de un desconocido entrenador: Arrigo Sacchi. 28 títulos en 31 temporadas es el impresionante saldo de Silvio Berlusconi.

No era tacaño tampoco su vecino del Inter de Milán, Massimo Moratti, que se hizo con las riendas del club en 1995 y que despilfarró todo lo que pudo y más en un club que ya había fichado todo lo fichable para intentar convertirse en el mejor club de Italia. Desde el Inter de los alemanes (Matthaus, Brehme y Klinsman) hasta el boom de fichar a Ronaldo, el equipo nerazzuro era siempre protagonista del Calciomercato no solo por esos fichajes de relumbrón, sino por «genialidades» como las ventas de Roberto Carlos o Pirlo. Curiosamente, Moratti consiguió su Copa de Europa en 2010 con el Calcio ya en franca decadencia y de la mano de Mourinho, en el único periodo de cierta estabilidad del club más loco de la serie A. Antes, en los años dorados, el Inter consiguió ganar tres Copas de la UEFA, pero solo después del Calciopoli pudo reinar con continuidad.

Caso aparte es el de la Juventus. Sus propietarios son la familia Agnelli desde los años 20, por lo que no se adquirió al equipo en las dos décadas del boom y el gasto del holding familiar en el equipo nunca ha sido tan exorbitante como en los casos de Moratti o de Berlusconi, que admitió hace poco haberse gastado 50 millones de su bolsillo todos los años. Pero la Juventus también tuvo su particular batacazo. En su caso por las oscuras artes de Luciano Moggi. Según la justicia deportiva, la Juventus fue descendida en 2006 tras ser castigada por influir en la designación de árbitros favorables a sus intereses. Luciano Moggi era a mediados de los 70 un trabajador de los ferrocarriles públicos. Y Galliani era un antenista, Berlusconi un simple empresario, Maradona todavía jugaba en Argentina, las Brigadas Rojas habían asesinado a Aldo Moro, los constructores se frotaban las manos con la consecución del Mundial 90 a Italia y estaba dando comienzo el mayor espectáculo futbolístico de Europa: la gran Serie A. Empresarios sin escrúpulos, cracks futbolísticos, violencia, villanos, doping, amaños, compra de árbitros. El auge y caída de la Serie A no envidia a ningún folletín novelesco.

Estamos ya acostumbrados a que el fútbol mueva cantidades indecentes de dinero en un mercado totalmente inflado que parece no tener límite. Solo en el mercado de invierno de este año la Premier League se ha gastado 500 millones de dólares, casi la mitad ha correspondido solo al Chelsea. Y en el momento de escribir estas líneas ni siquiera se ha cerrado el mercado. En su momento, en los años ochenta, de los quince traspasos más caros, diez tuvieron como protagonista final a un equipo del Calcio. Hernán Crespo, Gianluigi Buffon, Gaizka Mendieta y Christian Vieri, fichajes todos ellos de los noventa, siguen estando entre los diez más caros de la historia de Italia. Algunos de esos fichajes son historia viva del fútbol, como cuando recaló Maradona en el sur de Italia para darle al Napoli dos scudetti, dos copas de la UEFA y un orgullo que sigue presente cada día en las calles de la ciudad, donde es imposible andar quinientos metros sin toparte con una mural, una foto o cualquier recuerdo del añorado Diego.

En 1990, el fichaje de Roberto Baggio, idolatrado en Florencia, por la enemiga eterna Juventus produjo manifestaciones y disturbios en la bella ciudad toscana. Para consolarse, los florentinos recibieron 2.200 millones de las antiguas pesetas. Todos los jugadores del mundo querían jugar en Italia, la liga más competitiva del continente. Este rutilante plantel se mantenía, como se puede suponer, con dinero, dinero y dinero. Grandes empresarios se habían hecho cargo de los clubes italianos y mantenían inagotable el caudal de parné necesario para convertir a los equipos italianos en los mejores de Europa. Pero los cimientos financieros del Calcio eran muy débiles, y cuando estos estallaron en mil pedazos comenzó el declive de la liga, su modelo de negocio quedó obsoleto y los clubes empezaron a tener dificultades. Desde el 2000 los italianos volvieron a asistir a un carrusel de crack en crack. Pero esta vez no eran los futbolísticos, sino cracks financieros. La burbuja del fútbol italiano se había hecho pedazos.

La crisis económica fue el principal factor por el que el Calcio dejó de ser dominante. El declive se acrecentó tras la crisis del Calciopoli que descendió a la Juventus a serie B, pero también perjudicó notablemente al Milan que hasta entonces era un habitual de semifinales de Champions. Para hacernos una idea podemos fijarnos en los números del club rossonero. El Milan ha conseguido aumentar en 2022 sus beneficios un 16 por ciento, manteniendo los salarios y consiguiendo así reducir sus pérdidas a 67 millones de euros. El club lombardo ingresa 297 millones, una cifra irrisoria si la comparamos con los grandes clubes europeos, con el Manchester City y el Real Madrid superando los 700 millones y con el PSG consiguiendo una cifra de 620 millones.

Peor pinta tiene la Juventus que ha superado los doscientos millones de pérdidas en los últimos años. Si bien es cierto que la Juve tiene detrás al gigante EXOR lo que da cierta tranquilidad financiera, se encuentra inmersa en un proceso judicial y deportivo por presuntas irregularidades financieras. De momento, ha sido penalizada con quince puntos menos por la FIGC (Federación Italiana de Fútbol), pero se esperan más sanciones. El club va a recurrir al CONI (Cómite Olímpico Italiano), pero parece bastante improbable que sea absuelta (no se podría rebajar la cifra de puntos, solo se determina su culpabilidad, o el castigo).

Attilio Lombardo

El club bianconero ha sido uno de los clubes más castigados por la epidemia de la Covid a pesar de ser el único de los grandes que tiene el estadio en propiedad y de haber gozado de buenos resultados económicos desde 2011 hasta 2020. Esa falta de infraestructuras propias, la incapacidad para vender de manera atractiva el producto, la mala gestión económica y el cierre del grifo de las fortunas personales que ya no es que no se gasten burradas en el fútbol, es que han vendido los clubes (Milan, Inter, Roma) a inversores extranjeros, han convertido a Italia, la princesa del fútbol antaño, en una cenicienta. Donde antes había príncipes y carrozas ahora quedan harapos y recuerdos y la esperanza de volver a palacio.

[Continúa]

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