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Voleibol, un deporte sin contacto, choques, patadas o riesgo de homicidio

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Rafa Pascual

El voleibol era uno de los deportes más habituales en las clases de Educación Física. Nunca nadie pidió jugar a voleibol, pero tampoco era lo peor que te podía pasar, así que lo asumías. Creo que a los profesores les gustaba tanto el voleibol porque es un deporte sin contacto entre uno y otro equipo. No había choques, no había patadas, no había riesgo de homicidio. Ningún partido de voleibol originó una pelea entre niños. A los profesores les encantaban las actividades con reglas que limitaran nuestros movimientos más primitivos. Los profesores amaban vernos tranquilos, racionales y democristianos, ajenos al conflicto. Los profesores odiaban el juego libre, estoy convencido.

Con el voleibol no te peleabas mientras jugabas y todavía menos después de los partidos. Te dolían tanto las manos y los antebrazos que lo último que se te ocurría era pelearte con alguien en el colegio o a la salida. No era por falta de ganas, porque de vez en cuando te apetecía, pero si habías jugado antes a voleibol simplemente no podías.

Que nadie piense que a mí el voleibol no me gustaba. De hecho, antes de que nos hicieran jugar en el colegio ya lo conocía. El autobús escolar pasaba por mi parada a las 8.30 horas, cada mañana, pero mis padres se iban a trabajar antes y me dejaban en casa de mi tía. Allí esperaba la hora del autobús viendo dibujos animados matinales. En Telecinco emitían Lupin -el ladrón de guante blanco- y Juana y Sergio, que jugaban a voleibol y estaban enamorados. Esa serie me gustaba muchísimo.

Una mañana se equivocaron o algo y en lugar del capítulo de Juana y Sergio repitieron otro de Lupin. El error fue tan flagrante que luego salió la presentadora –juraría que era Leticia Sabater, pero prefiero vivir con la duda- para pedir disculpas. Seguro que fue un error sin mala intención y el perdón honraba a la cadena, pero el daño ya estaba hecho. Juana y Sergio ya no fue nunca lo mismo, y al poco tiempo opté por aprovechar la hora de los dibujos para dormir un ratito. Así era yo de niño. Sin compasión. Salvaje, imprevisible, camaleónico. Vengativo.

El voleibol nos resultaba también familiar porque TVE emitía partidos. Con el voleibol en la tele pasaba lo mismo que con el voleibol en el colegio. No lo deseabas, pero si tocaba no era lo peor que podía pasar. En la selección española jugaba un verdadero mito, Rafa Pascual, y los partidos eran entretenidos. De repente empezamos a hablar de Moltó y Falasca y de bloqueos y superremates como si supiésemos más allá de lo mínimo. Da igual que sea pandemia, música o voleibol: uno enseguida piensa que sabe.

Una vez vino a mi ciudad la selección española y un poco más y acampo frente al Patronato de Deportes para comprar las entradas, no fuera a ser que el pabellón se llenase. Fui a primerísima hora y todavía no había nadie. Llegó un señor, abrió la puerta y tuve que explicarle tres o cuatro veces el tema porque no sabía nada o no parecía acordarse. Al final aquel hombre abrió un cajón y encontró un taco de tickets. Compré las primeras entradas, para mí, para mi hermana pequeña y para mis padres. El tipo me miraba un poco raro, como si se le hubiera aparecido un extraterrestre. Me sentí más o menos como si estuviese comprando droga. Droga para mí, no para mis padres.

Mi último contacto con el voleibol ha sido virtual, pero reciente. Estaba con la Nintendo Switch y con mi hijo Teo dándole a un juego de varios deportes. Un juego de esos que te mueves replicando las acciones. Uno de los deportes disponibles es el voleibol y está bastante decente. El problema es que Teo se me acercaba demasiado, anduve cerca de pegarle sin querer y le pedí que se alejara. Le tuve que avisar varias veces, porque con la inercia del juego volvía a acercarse. Al final pasó lo que tenía que pasar: le di con el mando en toda la ceja al levantar el brazo para preparar un remate. Increíble hostia, increíble. Increíble paradoja, increíble. Mi hijo, que juega en un equipo de fútbol, se llevó el hostión de su vida con el voleibol, precisamente.

Desde entonces no quiere jugar, por lo que sea. Al menos con su padre.

Un comentario

  1. Jajajajaja, buenísimo.

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