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Paula Nicart: «Dejar el fútbol es un duelo, una pérdida, mi identidad se ha desarrollado a su alrededor»

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Es difícil escuchar su historia sin que en algún momento se te pongan los ojos vitriólicos. Paula Nicart (Cornellá de Llobregat, 1994) fue internacional, una de las mejores centrales de la elite, pero su carrera acabó prematuramente por un calvario de lesiones. Sin embargo, como ella explica, en España, el fútbol femenino ha experimentado una explosión en los últimos años, cada generación es mejor que la anterior, pero no hubiera podido serlo sin las que antes abrieron el camino, sobre todo las pioneras, las que tenían que esconder la ropa manchada de barro al llegar a casa porque ni en sus hogares podían ser quienes eran. Nicart pudo disfrutar de una competición que algunos se empeñaron en denominar «profesionalizada» y puso su granito de arena, como su generación, para que ahora las jóvenes lleguen a un deporte profesional. 

Tú primer deporte fue la natación.

Sí, con tres o cuatro añitos. Era una niña muy movida, con mucha energía. Mis padres también eran muy aficionados al deporte en general. Me apuntaron a natación y me gustó, el problema fue que en la piscina de Cornellá donde entrenaba había unas cristaleras y desde ahí podía ver a mi hermano jugando al fútbol más o menos a la misma hora y me gustaba. También iba a verle jugar los fines de semana y, en los descansos, salía yo a jugar un poco también. Luego, en la plaza, jugaba con él. Porque antes no éramos niños de mantenernos en una burbuja. Te mandaban a la calle con tu hermano y ya subiríais.

Eres de la generación que jugó en la calle ¿no?

Sí, por suerte, pero con el fútbol lo que pasó me lo ha contado mi madre, porque yo no me acuerdo. Parece que, viendo a mi hermano jugar en el campo del Cornellá, le dije a mi madre que me iba al baño, pero por el pasillo me crucé con los despachos de los directivos, me metí y les dije que yo sabía jugar al fútbol y que quería apuntarme. Sabían quién era, me conocían, sabían de quién era hermana. Por eso fueron a buscar a mis padres, se lo comentaron y dijeron: «pues venga, si se quiere apuntar que se apunte». Era un poco raro porque no había ninguna niña en el club. Si alguna había querido jugar, nunca lo había dicho. La directiva no puso ningún impedimento, pero en ese momento la sociedad no estaba preparada para que una chica jugase al fútbol.

¿De qué año estamos hablando?

En 2000 o 2001, más o menos.

¿Qué te encontrabas?

Pues desde los desprecios sociales que pueda sufrir una niña sin entenderlos, desde los compañeros a la grada; muy tristemente la grada, porque ahí había padres. Y luego detalles como no tener vestuarios, pero es que no estaban preparados para esto porque no era lo habitual.

Entraste a jugar con los chicos.

Claro, es que no había ninguna otra chica. No había categoría femenina, pero nadie puso obstáculos legales o algo así aduciendo que al fútbol solo podían jugar chicos. En la escuela de fútbol nada decía que yo no pudiera jugar.

¿Cuánto tiempo fuiste la única?

Unos tres años, luego creo que se apuntó otra chica más o menos de mi edad. A veces jugábamos juntas, a veces no, porque yo estaba en varios equipos, en el C, en el D… Cuando yo empecé no había nada, como digo, ni vestuario. Tuvieron que ser mis padres los que se pelearan un poquito con el Cornellá. Llegaban allí y les planteaban: «a ver, si la niña está jugando y está pagando igual que los demás, tendrá que tener las mismas facilidades». Aunque esto eran solo impedimentos logísticos, el problema era lo social, que más que un impedimento era una dificultad.

Adversidad.

Energía negativa. De no entender qué hacía una niña en un mundo de niños. Partamos de la base de que los niños son crueles. Con esa edad, no les culpo. El niño hace lo que ve, lo que encuentra normal, lo que hay en su entorno. Lo que se sale de eso no es normal, por eso los niños son crueles sin quererlo. Con 7 u 8 años, un niño ve a una niña jugando, que es la única, pues se mete con ella. No le da la mano, le tira de la coleta, detalles que siendo tan pequeños no son conscientes del daño que hacen.

Pero claro, más allá de eso, también había comentarios desde las gradas de los padres. Lo típico que se le dice a las mujeres deportistas, «este no es tu sitio, vete a fregar», pero a una niña de siete años. Cuando ya era más mayor, en un partido, cuando ya estaba con el Sant Joan Despí, que tendría diez y once años, recuerdo que la grada se metió mucho, mucho conmigo y me afectó bastante. Se lo llegué a decir al árbitro y me contestó que no hiciera caso, pero con diez años que tenía…

¿Te hace más fuerte, como se suele decir?

Sí, claro. Al principio lloraba bastante cuando los niños después de un partido se daban todos la mano y a mí no me la daban. A veces, ni mis propios compañeros me la querían dar. Mi madre me secaba las lágrimas y me decía: «¿Quieres jugar al fútbol? Pues tienes que luchar contra estas cosas». Mis padres, viendo el panorama, tampoco le dieron mucha importancia porque le quitaban hierro al asunto, pero no debieron pasarlo tampoco muy bien. Antes no había una conciencia tan profunda como la hay ahora, para mi madre era «da igual, no les hagas caso y sigue luchando». No creo que mi madre se lo plantease desde una perspectiva social, de que eso no podía ser, toda esa conciencia feminista ha venido más tarde. Mucho después. No tenía un enfoque político.

Con reforzar tus decisiones ya estaba haciendo algo feminista.

Sin querer, mi madre me ha impulsado a tener más conciencia. También mi hermano, que el hecho de que yo jugara lo veía como algo muy normal. Nunca me dijo nada por querer jugar al fútbol con sus amigos y él. Nunca me dijo «¿Por qué juegas al fútbol en lugar de bailar». No, no, en cuanto se iban mis padres era: «¡Vamos a poner las porterías!»

¿Cuál era la diferencia de edad?

Nos llevamos cuatro años. En cuanto llegó a la adolescencia, pasó de mí. Ya no quería llevarse a su hermana pequeña con sus amigos, pero antes nunca tuvo el punto machista de preguntar por qué tenía yo que jugar al fútbol. Toda mi familia siempre ha dado un respaldo muy firme a mi decisión sin darse cuenta, sin ser conscientes de la trascendencia que tenía.

Sin esperar una medallita.

Claro. Si la niña quiere jugar, que juegue y se acabó. Era solo eso.

Una cuestión de dignidad.

Ahora se vería más como una batalla contra la sociedad machista, pero mi familia nunca lo vio así. Apoyó mis deseos y punto.

¿Cómo llegaste a la posición de central?

Cuando empecé, quería ser portera. Era lo único que conocía porque mi hermano me tiraba tiros. Me apoyaba, me quería mucho, pero me utilizaba (risas) para que me pusiera de portera. No obstante, me gustaba estar contra la pared recibiendo balones porque yo era una niña bastante kamikaze. Me daban igual los pelotazos, caerme, tirarme…

Lo que pasó fue que, entre que estaba en un ambiente de niños, que era la nueva y todo eso, pues me dieron una equipación de jugador y no dije nada. No me atrevía a decir que quería ser portera. Cuando salí, mi madre me preguntó si yo no quería ser portera, pero le dije que daba igual: «Esto me han dado y esto va a ser».

¿Y te pusiste atrás?

No, de delantera. Cuando dejé el Fútbol 7 y llegué al Sant Joan Despí, seguí de delantera y de extrema, pero ahí vieron que eso no era lo mío. Me echaron para atrás y pasé al lateral. Fiché por el Barça como lateral y debuté a los 15 años con la selección española de lateral izquierdo. Y eso que nunca he tenido una buena zurda.

Fue en el Barça B cuando un entrenador me dijo con 13 o 14 años que me iba a probar de central. Me puso y ya nunca más me quitó. A continuación, en la selección hicieron lo mismo. Así que ahí me quedé.

Es una posición en la que se juega más con la cabeza, situándose, anticipándose, etc…

Yo he sido una jugadora más de fuerza y contundencia y de leer lo que va a pasar. Lo importante fue que se me puso de central, me empezó a ir bien y eso es lo que me gustaba. Es también una posición de responsabilidad en a que se desempeña bastante liderazgo. A mí eso siempre me ha gustado.

¿Cómo fue el paso de jugar con chicos a chicas?

Llegó un momento en el que todos mis compañeros se empezaban a federar. En la escuela, al llegar a cierta edad, si no eras un paquetillo, te federaban. Sin embargo, a mí no me federaban.

¿No se podía?

Sí se podía. No había ningún impedimento legal, pero el Cornellá no quiso meterse ahí. Pensarían que iba a ser un lío. Mis padres fueron a pedir explicaciones y se dieron cuenta de que el único motivo es que era una niña, y mis padres ya veían que me gustaban competir y que competía, además quería seguir, por lo que pensaron que tenía que seguir. Se enfadaron y me sacaron de ahí, porque el nivel en federados cambiaba bastante y a mí me dejaban con los de la escuela.

Pasé por el Levante de Las Planas, con niñas de 10 años hasta 16, y no me convenció. Estaba acostumbrada a la estructura de club profesional del Cornellá y esto era más libre albedrío, cada una hacía un poco lo que quería, se ponía de entrenador a quien le apeteciese sacarse, yo qué sé, cien euros al mes, aunque no tuviese ni idea ni ganas, y a mí eso no me gustó. Le dije a mi madre que ahí no me iba a quedar aunque fuesen mujeres como yo. Prefería jugar con niños.

Entonces, mediante un amigo, fiché por el Sant Joan Despí, pero otra vez estuvimos en las mismas. Era la única niña. Al principio alucinaron, pero el amigo de mi padre fue al director y le dijo «Dejadla entrenar, dejadla que haga un entreno con los chavales, y luego ya me decís si sí o no». Ese mismo día entrené con los chicos y el entrenador, que era bastante jovencito, muy majo, en cuanto acabamos se fue para arriba a hablar con los directivos y ese mismo día me hicieron la ficha. Este club estaba un peldaño por debajo del Cornellá, pero no me importaba, yo solo quería jugar. Aquí estuve muy bien con mis compañeros, eran mis amigos, lo acataron superbien. En el Cornellá, al final, los niños se habían hecho a mí, pero en el Sant Joan Despí me sentí como una más.

En prensa has hablado de que había niños que no te la pasaban.

Antes, cuando era chiquitita. En el Sant Joan Despí todo fue normal. A mis compañeros, cuando íbamos a un campo de visitantes y les vacilaban con que tenían a una niña, ya contestaban: «Sí, sí, vais a ver cómo juega».

En casa tenías ambiente futbolero ¿no? Tu madre del Betis y tu padre del Madrid.

Mi hermano también era muy futbolero, hemos sido un hogar en el que se veían todos los partidos. Se vivía el fútbol. Mi padre había jugado, mi hermano jugaba y yo jugaba. Aparte, mi madre había sido jugadora de balonmano.

¿Cómo te fichó el Barça?

Mi tope estaba en los 12 o 13 años, a partir de ahí no podía ir a más. De Alevín ya no podía pasar a Infantil porque había mucha diferencia ya a nivel físico. Y la hay, realmente. En infantil ya puedes tener un niño que se le nota la barba. Por talento, le puedes hacer frente a un hombre, pero en potencia física, no.

Es un debate que está ahora mismo sin resolver por la cuestión trans.

Soy consciente. En mi caso, llegados a este punto, mis padres empezaron a preguntarme si quería ir al Espanyol o al Barça. No sé cómo lo hicieron, pero en mis partidos un día aparecía un ojeador de uno y, a la semana siguiente, del otro. Total, que la final me llamaron ambos y fui a probar a ambos. El Espanyol, en aquel momento, era más competitivo y ganaba títulos. El Barça estaba empezando. Pero yo siempre me he movido por lo que me… no sé cómo explicarlo, lo que me hacía sentir en el momento. Fui a entrenar un día con el Espanyol y no me gustó tanto y fui a entrenar con el Barça y me gustó bastante. Mis padres me preguntaron si estaba segura, porque el Espanyol era el club potente en ese momento en el femenino, pero yo insistí en que me iba al Barça.

De ahí a la Selección en nada.

Hubo una progresión muy rápida. El primer mes me llamó la selección provincial de chicas, luego la catalana y después la española. Todo eso en un año.

¿Te enseñaban algo especial en las categorías formativas del Barça? ¿El entrenamiento invisible o algo de eso en lo que insisten ahora…?

No, lo que te enseñaba el entrenador básicamente. Estábamos un poco dejadas de la mano de dios. De vez en cuando, el club nos quería hacer partícipes, nos invitaban a la comida de inauguración de La Masía… Nos tenían como un proyecto al que en algún momento le prestarían atención. En ese momento muy poca gente se fijaba en el fútbol femenino.

En esta época coincidiste con Alexia Putellas en la selección.

Sí, porque en ese momento ella jugaba en el Espanyol. Era mi rival, aunque nos conocíamos todas porque luego coincidíamos en la selección catalana y en la española. Alexia y yo somos del 94, hemos coincidido en todo desde que tenemos 13 años.

¿Algo te hacía pensar que sería Balón de Oro?

Pues la verdad es que no. Ni siquiera era consciente de que había un Balón de Oro para nosotras. En ese momento Alexia era muy buena, pero había muchas jugadoras muy buenas. Cuando crecimos un poquito, con 15 o 16 años, se fue al Levante, lo cual dejaba entrever que ya apuntaba maneras. Cuando falleció su padre tuvo que volver. En ese momento estábamos muy en contacto. Alexia, unas cuantas más y yo, que llevábamos juntas desde hacía años, nuestros padres se conocían, se habían hecho amigos y nosotras nos llevábamos muy bien. En el fallecimiento, fuimos al tanatorio y a misa y había mucha gente que estaba como a la expectativa de su regreso. Era una persona que ya llamaba la atención como jugadora. En ese momento, además, el Levante estaba en auge y tuvo que dejarlo para estar con su madre y su hermana. Seguimos creciendo y ella se fue al Barça y yo al Valencia

Un cruce de caminos.

Luego nos veíamos en la selección absoluta. Lo que más recuerdo es que todo el mundo hablaba de ella. Hubo un momento en el que no debió dar el nivel que se esperaba y todo el mundo comentaba si se había estancado o no. Estaba en boca de todo el mundo. Era la comidilla. Y llegó un momento en el que ya no hubo discusiones, empezó a ir para arriba, para arriba, para arriba… destacando en todo. Yo creo que el año pasado ya se pasó todos los niveles del fútbol femenino de la historia. Al final es una jugadora que más allá del talento que ha tenido desde pequeña, no ha parado de trabajar desde que vio que esto no era un hobby. Se lo ha currado mucho y si a ese trabajo le añades el talento que tenía de base, pues es Alexia Putellas y está donde se merece estar.

Con la selección catalana, cuando jugabais contra la de Madrid ¿había rivalidad?

Sí, pero muchas nos conocíamos de la selección española. Madrid era la fuerte, cuando ganamos la final fue porque Valencia y Madrid habían sido eliminadas y nos tocó Galicia y la final contra Extremadura, ganamos y Alexia marcó en semis y final. Por algún motivo, nunca coincidíamos en las fases de grupos con Madrid y Valencia, siempre se quedaban para el final. La rivalidad era momentánea, en el partido podías decir «mira esta estúpida de Madrid» pero ya está, más allá de eso, luego nos veíamos en la selección y éramos todas amigas.

Ganaste un europeo.

Ganamos un europeo, pero yo con la selección española iba solo a los entrenamientos. Ya me había acostumbrado a entrenar y que luego no me llevasen, hasta que hice una buena Copa de España y un día Alexia me dijo «¿Nos vemos en la absoluta?» y me llevaron. A partir de ahí me empezaron a llamar en serio la española en la convocatoria oficial, algo que yo no me esperaba para nada. Debuté contra Holanda y jugué seis minutos, en la final no estuve, pero bueno, ya había metido mi cabecita. Antes ya había estado en el sub17 de Trinidad y Tobago, que nos echó Corea del Sur.

Cumplí allí los 16 años, fue la primera vez que celebraba mi cumpleaños lejos de mi familia. Aunque no era de selecciones absolutas, había mucha expectación en los partidos, había una banda local tocando en cada uno. Igual en Trinidad y Tobago no pasan muchas cosas interesantes a nivel deportivo futbolísticamente. Después de que nos echara Corea del Sur, tuvimos que jugar contra Corea del Norte, que eran buenísimas. Lo gracioso es que en el primer partido del torneo le metimos 4-1 a Japón, que luego le ganó la final a Corea del Sur, que a nosotros nos ganó con un 2-1 justito, estuvimos hasta el final peleando. Al final ganamos a Corea del Norte, bronce y para casa. La Federación se puso muy contenta, porque en aquella época la absoluta no se comía nada. Estaba en fase de crecimiento, solía palmar en la fase de grupos. Si tocaba un equipo nórdico…

¿Eran mucho más fuertes?

Suecia se las comía. Noruega se las comía. Fíjate hasta qué punto que a nosotras nos llamaron «La generación de oro». Habíamos ido ganando cosas, siempre llegábamos a las fases finales, había mucha expectativas puestas en esta generación. Alexia, Amanda Sampedro, Virginia Torrecilla, que no había venido antes y de repente pegó un bombazo que todo el mundo se preguntó «¿Cómo es posible que esta mujer no había estado antes en la selección?». Pero lo que pasó es que la generación que vino después de nosotros era todavía mejor. Y la siguiente, aún mejor, así sucesivamente…

Ahora ganan.

Claro, la generación de ahora de Ona Batlle y Berta Pujadas, todas estas… son mejores que nosotras. Han tenido más estructura y han empezado antes a trabajar muchas cosas que nosotras desconocíamos. A la Paula Nicart de 16 años, la Berta Pujadas de 16 años le mete tres millones de vueltas. Nosotras hemos ido abriendo camino a estas, pero a nosotras también nos lo abrieron las que empezaron a jugar. Para que nosotras empezáramos a ganar, otras tuvieron que empezar a competir; competir con cara y ojos, porque la generación de antes ya llegaba a las fases finales, lo que pasa es que se encontraba con Alemania y le metía siete. Se te quedaba cara de tonto.

Ha habido un proceso a lo largo de los años que ha involucrado a varias generaciones. Cada una ha ido ganando lo suyo, por eso cada generación está tan orgullosa de sus logros. Han sido décadas. Desde las pioneras que empezaron, que hacían de todo, se tenían que lavar la ropa ellas. Muchas, cuando llevaban la ropa para lavarla en casa la tenían que esconder y limpiarse en la calle como podían para que no viesen que llegaban llenas de mierda a casa. Y la ropa luego lavarla a escondidillas, porque en esa generación no podías ser tú misma ni dentro de tu casa. No podían permitirse el lujo de que la gente supiera que estaban jugando al fútbol porque ni en su propia familia iba a sentar bien. Quizá haya niñas ahora que no tienen ni idea de todo el camino recorrido. Pueden tener el pecho hinchado, van con el pechito hacia fuera, pero…

¿Has conocido a pioneras?

Cuando fui al Valencia, el entrenador era Cristian Toro y su segunda, Teresa Saurí, que fue la primera capitana que jugaba la Champions con un equipo español, con el Levante, el Levante de hace muchos años. Las de ahora tienen el pechito hinchado, igual que yo en esa época fui a Valencia pensando en jugar 90 minutos todos los partidos y no me daba cuenta, no le das la importancia que tiene, pero cuando creces te das cuenta de que todo el camino que se ha recorrido y todo el que tú estás recorriendo es por pioneras como Tere, que es una leyenda del fútbol. Ahora Alexia lo será para las que lleguen dentro de treinta años, pero Tere tiene su historia también.

En aquel momento no se veía tanto, pero no podemos olvidarnos de valorar a esas jugadoras, porque es muy bonito lo que está viviendo Alexia, porque ha hecho un trabajo enorme, pero las de generaciones anteriores hicieron el mismo trabajo, incluso más que nosotras, aunque fuera un trabajo diferente, no tanto enfocado hacia sí mismas, sino hacia un bien cultural y social. Aunque, posiblemente, tampoco ellas eran conscientes, porque simplemente jugaban al fútbol porque les daba la gana y se acabó. Lo que más les costaba es que tenían que ponerse a trabajar. Estas mujeres no ganaron medallas, no se llevaron ningún tipo de reconocimiento, pero no se nos pueden olvidar porque nos abrieron camino a todas las demás. Sentaron las bases. Si al final hoy estamos jugando y tenemos lo que tenemos es porque ha habido una historia antes y esa historia la empezó alguien; alguien que dijo: «por mis ovarios voy a jugar al fútbol».

Antes de llegar al Valencia pasaste por el Levante Las Planas y el Sant Gabriel…

En el Barça llegabas a un año en el que había algo que no se decía, pero todo el mundo lo sabía, que era que con 18 años o subías al primer equipo o…

La mayoría no sube…

Claro…

Pero es tanto en chicas como chicos.

Un cuello de botella.

Yo llevaba dos años entrenando todas las semanas con el primer equipo, era candidata a quedarme, pero Xavi Llorens me dijo: «mira Paula, te puedo subir, pero no vas a jugar nada » Al menos me fue de frente. «La mayoría de los partidos los vas a ver desde la grada, ni siquiera vas a ir convocada», me advirtió. «Tú verás».

A mí en ese momento me dio igual llevar el escudo del Barça o de quien fuera, yo solo quería jugar en Primera porque ya me veía preparada. Así que dije: «Pues al mejor postor». Me llamó el Sant Gabriel, me llamó el Espanyol y me llamó el Levante de las Planas, que era un recién ascendido, un equipo de barrio sin recursos, no me iban a pagar nada, porque ahora todo el mundo cobra en Primera, pero antes no. El caso es que me dieron buena vibra, especialmente los entrenadores, y para allá me fui.

Estuvo bien, porque enseguida me llamó el Valencia, pero estaba estudiando un grado superior que no había allí y no pude ir. Otra vez me llamó el Espanyol, pero me fui al Sant Gabriel. Con el Espanyol ha sido siempre como… «pobrecillos» Y luego me ha tocado llorar a mí con ellos.

Fichaste entonces por el Valencia al acabar el grado.

Acabé la temporada en el Sant Gabriel y me fui al Valencia. Antes, incluso, porque la Copa de la Reina se jugaba después de la liga y, antes de que los equipos estuvieran clasificados, se podía fichar para la copa.

Los estudios te condicionaron la carrera deportiva.

Sí, porque el fichaje por el Valencia lo atrasé un año.

En el fútbol masculino, con llegar a un nivel intermedio como profesional ya te puedes solucionar la vida.

Cuando yo llegué al Valencia, mis padres me daban la paga y llevaba dos años en Primera división. Esto cada mes, además de pagarme los estudios. Tú esto se lo contabas a cualquier tío y le parecía mentira. Sí que es cierto que luego el Valencia comenzó a subir y, de los seis años que estuve, en el último mi suedo se había multiplicado por cuatro o cinco. Nos iban subiendo a todas poco a poco, año a año, un poquito. Y poco a poco, mis padres tuvieron que dejar de darme la paga.

Jugaste el europeo de Países Bajos.

Sí, en mi último año con el Valencia.

¿Ya habías tenido tu primera lesión?

Fui al europeo con el menisco roto. Llevaba un año así.

¿Cómo fue?

Fue un año que no tuve mucha suerte en general. Primero, cada vez que me llamaba la Selección, me pilló que estaba mala; malísima, con mucha fiebre, o tenía una infección en no sé dónde o una rodilla no sé cómo. Hasta que en un partido, en el que metí dos goles, creo que de las únicas pocas veces que he metido dos goles en mi vida…

Que no sabías ni cómo celebrarlos porque te pillaba de sorpresa.

Claro, a veces era como una sorpresa, no sabía qué hacer. «A ver, un momento ¿ahora qué tengo que hacer? ¿Cómo se celebra esto?». No tenía eso que tienen las delanteras, me fijaba en Mari Paz, pero veía que eso que hacía a mí no me salía.

Pues ese día, creo que era contra el Albacete, en el minuto 20 de la primera parte noté algo como… no era un dolor, solo que al correr, cada vez que doblaba la pierna izquierda, oía clac, clac, clac. Pensé que era raro, pero no me dolía ni nada. En el descanso se lo dije al fisio, me hizo unas pruebas en la rodilla, me preguntó si me dolía, dije que no. Pensamos que sería muscular y fui a acabar el partido. Horas después, en casa, me seguía molestando la rodilla, me la miré y la tenía completamente hinchada.

El médico me dijo que tenía pinta de tener un poco tocado el menisco. Miraron y tenía una roturita pequeña. Me empecé a hacer a la idea de que me tenían que operar, pero como he sido siempre un poco kamikaze y me gusta la competición, como al mes y pico empezaba la Copa de la Reina, que era mi competición favorita, que te sube mucho la adrenalina porque es a vida o muerte, pasé cuatro semanas rehabilitándome hasta que me vi mejor. Fui a hablar con Cristian, que siempre ha depositado mucha confianza en mí, y le dije: «Tengo una propuesta indecente». Me respondió: «miedo me das». Y yo «¿qué te parece si pruebo a entrenar a ver si puedo estar en la Copa y luego ya me opero?» Me contestó: «Si tú me dices que estás para la Copa, no te voy a decir que no, pero lo que digan los médicos».

Había muchas jugadoras a buen nivel, pero yo creo que a Cristian yo le gustaba porque le daba confianza en el campo. El primer médico con el que hablé no estaba de acuerdo, pero me empeñé. Me puse a entrenar, tenía mis molestias, mis dolores, pero quería jugar. Total, que jugué la Copa, llevaba cuatro semanas sin tocar el campo, y cuando me puse casi me da un ataque al corazón, te desacostumbras muy rápido del ejercicio. Jugué y palmamos en semifinales. Llegó la hora de operarse.

¿Y qué pasó que no lo hiciste?

Vi que podía jugar sin demasiadas molestias. Entonces pensé en ahorrarme la operación porque en tres meses alguien me podía quitar el puesto. Veía que si pasaba por el quirófano igual luego no iba a ser lo mismo y decidí no hacerlo. Ese verano se me iba cada día en recuperarme y ponerme a buen nivel físico para que la rodilla me doliera lo menos posible durante la temporada. Jugué todo el año con el menisco roto, pero fue el año del Valencia supremo, que quedamos terceras y fuimos las menos goleadas. Hice un tándem muy bueno con Ivana Andrés. Éramos dos jugadoras completamente diferentes pero que nos compenetrábamos muy bien y encima nos llevábamos mejor. Había mucha conexión entre nosotras y lo que no salvaba una, lo salvaba la otra o estaba Tiane Endler detrás y, encima, teníamos a Natalia Gaitán delante.

Me pasé el año con el menisco roto, iba tirando, tenía que tomar muchas ampollas de Nolotil antes de los partidos. Entonces, empecé a ir a peor, mientras que el año, deportivamente, era fantástico, y me llamaron para ir a Holanda.

¿Abusaste de los analgésicos? Este verano trataba el tema L’Equipe, como un problema del que no se habla en el deporte profesional.

Completamente abusivo, había momentos en los que a lo mejor no me dolía tanto, pero por prevenir me tomaba el Nolotil o me lo pinchaba. Con la selección no jugué, pero entrené como las demás y tenía la misma carga que las que jugaban, todo con el menisco roto. Nos echó Austria, y a la vuelta tenía que volver a entrenar y ya empecé a tener más problemas con la rodilla. El médico del Valencia me mandó una resonancia y vio que tenía el cartílago tocado. A partir de ahí no me dejaron jugar más. Hasta ese momento, me preguntaban si me dolía, y me decían, «bueno, pues juegas hasta este partido contra el Atlético, te ahorras este y luego estás para el Barça»… Cosas que se hacen dentro del fútbol. Cuando el médico dijo que stop, la rodilla se me empezaba a bloquear, salía del coche y se me quedaba la pierna tiesa… Estaba limitada y era demasiado joven. Me llevaron al quirófano y ahí empezó mi tragedia…

La recuperación no estuvo muy bien hecha.

Jorge Vilda me dijo que me operase en octubre porque al año siguiente había mundial. Me sorprendió, porque era una jugadora que iba siempre, pero nunca jugaba. Me pareció bien que contara conmigo aunque fuera para tenerme ahí. Me operé, volví, volví a la Selección, ni siquiera me matriculé en la universidad pensando en el mundial, quise estar a full, pero me rompí el mismo menisco. Ahí ya no podía jugar, se me quedaba la rodilla bloqueada todo el rato. Cuando caminaba, solo podía llevar la pierna estirada o la pierda doblada, pero no podía hacer el movimiento, mis compañeras se reían de mí al verme, pero es que se me bloqueaba y me daba unos pinchazos tremendos. Lo pasé fatal.

Y al quirófano otra vez…

En la siguiente operación, fue un trasplante de menisco. Eso fue un caos, porque como era un trasplante, tenía que esperar a que apareciese alguien con mis medidas. Finalmente, me hicieron el trasplante en enero y me recuperé en septiembre. Me habían dicho que necesitaba un año de recuperación antes de competir, pero en septiembre ya me vi bien. Volví a jugar, me veía un poco lenta, pero era una cuestión física. Todo bien. Y a los tres días, una compañera en el entrenamiento se cayó encima de mi otra rodilla y me rompió el cruzado. Era un ejercicio de meter centros laterales, una bola se quedó un poco corta, estiré la pierna para despejarla y una compañera, Zenatha Coleman, se cayó de culo, literalmente, en mi rodilla.

Volví a intentar entrenar, pero esa rodilla se me iba para abajo. Pensaron que solo sería un esguince, me prepararon una recuperación rápida. Les decía que la rodilla se me iba, pero que si no habían visto nada, yo tiraba para delante. Total, seguí, seguí y seguí y jugué como cinco partidos hasta que en un entrenamiento, di un pase y cuando apoyé noté que la rodilla se me fue a Cuenca. Noté un chasquido gigante, el choque, literal, de mi tibia contra el fémur. Y ya dije: «Vale, hasta aquí».

Hubo compañeras que se pusieron a llorar.

María Pi y «Gio», Georgina Carreras, que estaba en el gimnasio y cuando vio lo que había pasado bajó corriendo. En ese momento enmudeció el entrenamiento, nadie habló, ni siquiera Irene Ferreras, que era la entrenadora. Todas estaban sufriendo el proceso conmigo. Esta vez fue una mala decisión de los servicios médicos del Valencia, porque tenía el cruzado roto, seguí y ahí me llevé el menisco interno por delante. Me mandaron al doctor Ramón Cugat en Barcelona y me dijo que en realidad llevaba meses con el menisco roto y me cuadraban las fechas. Me tuvieron que hacer suturas en ambos meniscos y una ligamentoplastia.

¿Te dijeron que ibas a volver?

Es una operación que se hace mucha gente, pero mi comorbilidad de la otra rodilla era una incertidumbre, porque tenía molestias. Cuando volví ya lo hice en el Espanyol, el Valencia no me renovó. Aquí fue mi debacle física, salía de los entrenamientos llorando y veía que no podía.

¿Mas analgésicos?

Si no era imposible jugar. Encima, fue un año catastrófico deportivamente, porque bajamos. Yo iba coja a todas parte. En la universidad, tenía prácticas y lo pasaba fatal porque tenía que estar todo el rato de pie. Tuve que convivir todo el año con unos dolores horribles, pero aún así competía. Jugaba los 90 minutos sin haber entrenado ni un solo minuto porque no podía. Me infiltraron anestesia, calmantes directamente en la zona. Me miraron mucho, pero no se sabía lo que me pasaba exactamente porque era un conjunto de cosas derivadas de tener mal el cartílago y el menisco tocado. Muchas veces le decía a la doctora «hoy no me quiero pinchar, si me lo puedo ahorrar, me lo ahorro, que me encuentro bien». Empezaba a entrenar e inmediatamente miraba a la doctora y le decía «no puedo, pínchame, por favor». Y así es como jugaba. Si quería jugar, no me quedaba otra.

¿En Segunda qué pasó?

El equipo tenía menos recursos y la oferta que me hicieron la consideré no un insulto, pero, joder, de decir «me he dejado la vida, literalmente, si quieres que me quede ¿Me vas a pagar la mitad?» Me negué a aceptar aunque me quedaba sin equipo, pero al final me fichó el Sevilla.

Todo esto con unos sueldos durante tu carrera que de media eran de 1200 euros.

Mi sueldo fue aumentando con los años, el último me parecía impresionante comparado con el primero, pero ser, era normalito, solo un poco más alto que la media española.

¿Por qué te dio una oportunidad el Sevilla en ese estado?

Cristian Toro, de nuevo. Hicieron un gran esfuerzo, el club sabía que era un riesgo. Tenía una ficha no era de las baratas. A Sevilla no podía ir cobrando mil euros al mes. Querían tenerme a nivel deportivo, no a nivel médico. Mi repre se lo curró, y Cristian, y al final se han portado superbien.

¿Cómo fue ese año? dijiste que no te sentías tú.

En el Espanyol fue muy frustrante porque no podía dar mi nivel. Estaba muy limitada por los dolores, fue horrible. Sin embargo, en Sevilla, no sé si fue por el verano que descansé más, pero llegué y estaba bien. No me dolía nada. Estaba fascinada. Llevaba mucho tiempo sin estar así. No entendía por qué no me dolía, pero no quería ni saberlo, solo disfrutar el momento, porque era consciente de que podía pasar de un día para otro. Algo que me daba mucho miedo por cómo se la había jugado Cristian, que al ficharme a mí se quedó sin traer otra central.

Empecé muy bien de todo, también físicamente, Cristian apostó por mí, jugué, jugué y jugué, lo jugué todo, domingo y miércoles, pero en diciembre noté que la rodilla necesitaba un poco de vacaciones. En Navidad pensaba descansar un poco, pero en el último partido noté un chasquido, seguí calentando y ya sentí un roce raro. Vi que me había hecho algo otra vez, empecé a rallarme, se me iba la rodilla de una manera extraña, pero aún así jugué el partido. Para el siguiente, le dije a mi médico que me hicieran la resonancia. Decidí jugar un partido contra el Tenerife e irme iba a Barcelona, pero tenía roto el menisco del trasplante. Ya ni siquiera era mi menisco. Aun así jugué el partido, de perdidos al río.

En Barcelona me dijeron que iba a acabar mal, si entrenaba y me dolía, tenía que dejarlo. Me dijo el doctor: «No hagas el cafre, llevas mucho con la rodilla muy mal». Me fui concienciando de que podía, lo hablaba con mi pareja, pero ella me decía «piensa en ti más allá del fútbol, que si no se acaba este año, se acaba al siguiente». No me quería apretar, me decía que si quería siguiese, porque el fútbol era mi vida, pero que pensara en mí. El 29 de diciembre volvimos a entrenar y, nada más correr, me dolía. A los tres minutos, Amparo Gutiérrez, la directora deportiva, me dijo «Paula, vas coja». Me había dicho a mí misma que si me salía del entrenamiento, me iba al quirófano. Y eso hice.

El fin.

Eso pensaba todo el mundo, pero yo estaba convencida de que podía volver. Había pasado varios meses sin dolores, era la quinta vez que iba al quirófano, y lo veía posible. Entrar al quirófano era como ir a comprar un café, pero el cirujano me enseñó en vídeo lo que tenía y me dijo que era peor de lo que pensaba. Me tenía que hacer una especie de agujeros en el cartílago para que regenerara, porque estaba muy mal, y eso requería más tiempo de recuperación, más tiempo de muletas. Me recuperé rápido, aguantaba bien el dolor, me conocía todo el proceso, pero me volvió el mismo dolor que con el Espanyol, y ahí sí me empezó a echar para atrás la idea de seguir. El calvario de dolor del Espanyol, un año entero, no podía volver a pasarlo. Aparte, en el Sevilla no me podía permitir jugar a medio gas.

Hay jugadoras que están hechas a jugar uno de siete partidos, pero lejos de mi casa, yo ya necesitaba una estabilidad, estar en mi piso, con mi pareja y acabar mi carrera. Estaba con dolor todos los días. Si apretaba un día, al siguiente no podía ni moverme. Por eso al final fue el propio club el que me dijo «Paula, hasta aquí has llegado», pero se portaron de diez, me dieron todo lo que necesitaba en todo momento y me dijeron «Vamos a calmarnos, que tienes toda la vida por delante».

Estos últimos años los jugaste en unas categorías «profesionalizadas» ¿en qué se diferenciaba de ser profesionales?

Me pareció un insulto. Nos dieron eso para que nos callásemos, pero legalmente teníamos lo mismo que antes, que era nada. Nosotras cotizábamos, pero la competición no estaba reconocida legalmente, lo que daría recursos para crecer y tendríamos el amparo del gobierno. Esto se notó en que nosotras, con el covid, nos encontramos con que éramos fútbol aficionado y no podíamos entrenar. Los chicos sí podían y nosotras, en casa. Ahí te das cuenta de lo importante que es ser profesional. Que nos llamaran «profesionalizadas» era para decir «vete a reírte de tu madre».

Luego rectificaron.

En junio del 21. Desde el día 15 el fútbol femenino es profesional.

¿Qué opinas de la polémica con el seleccionador?

Estoy tan fuera que me enteré tomando un café con María Pi, porque me lo contó ella. No se creía que no me hubiese enterado. Es que ni siquiera miro las redes sociales. No me he enterado de nada ni he querido enterarme. Estas polémicas son periódicas.

Como con Lluis Cortés…

Sí, después de que lo hubiera ganado todo. Pero al final es como una relación, y cuanta más categoría, hay más presiones y más egos. Si se tira demasiado de la cuerda de un lado y de otro pasan estas cosas.

¿Es insalvable la distancia que hay con la potencia del Olympique de Lyon?

En España la evolución ha sido explosiva. Antes, de Francia para arriba la superioridad física se notaba muchísimo. En el momento en el que España ha llegado a ese nivel físico todo se ha equiparado mucho. Aquí el salto a nivel cualitativo y físico ha sido increíble, de generación a generación. Hay jugadoras que no se han bajado de esa ola de crecimiento, como Irene Paredes, Vicky Losada, Ona Batlle… que hoy le pasamos por encima a muchísimas selecciones. Aparte, la competición atrae talento, toda una Lucy Bronze ha venido a jugar aquí, y tenemos a la Balón de Oro. Dentro de lo progresivo del crecimiento del fútbol español, el de los últimos años ha sido un boom. Ahora mismo las francesas son toros, pero sí que es cierto que nos estamos equiparando. Además, España será campeona del mundo, lo tengo claro.

¿Cómo llevas la vida fuera del fútbol?

Para mí es muy raro, pero me mantengo muy ocupada. Estudio medicina, pero porque no me veo el día de mañana haciendo otra cosa que no sea ser médico. Mientras jugaba, hacía malabares para estudiar, ahora voy a full y no paro. No pienso demasiado, me he despegado mucho del fútbol porque me hacía daño. Era un duelo, una pérdida. Alrededor del fútbol se ha desarrollado mi identidad como persona. Ahora sientes que eres otra persona, aunque seas la misma.

La personalidad se desarrolla con lo que haces. Si eres médico llamas la atención, pero si eres futbolista atraes mucha más atención hacia ti. La gente te hace preguntas, como si ponemos reggaeton en el vestuario (risas) Perder todo eso, cuesta, pero no lo he llevado mal. Me dijeron que lo que me iba a faltar era la adrenalina de la competición. Tengo el día a día, sí, pero al final necesito encontrar algo que me dé adrenalina. Lo he hablado con mi psicólogo, que también ha sido futbolista, tenemos una personalidad muy parecida, y me ha dicho que soy adicta a la competición. Me tengo que adaptar a la vida nueva, que me hace estar cansada constantemente, pero debo encontrar algo. Ahora juego al pádel con las amigas… nada serio, pero necesito algo más.

 

3 Comentarios

  1. Una historia emocionante y una estupenda entrevista, mis mejores deseos para la carrera médica de Paula.

  2. Excelente entrevista. Admiro mucho el tesón de Paula, superar todas esas lesiones con esa fuerza mental y vitalidad demuestra un carácter muy fuerte. Yo pasé una época con bastantes lesiones seguidas (mucho más leves), mi padre me decía que no me dejaría jugar más al fútbol, pero este año cumpliré 40 y sigo jugando con los amigos. Por eso le entiendo y me parece tan increíble que superase momentos tan duros, y tan seguidos. En perspectiva, creo que ha hecho un carrerón del que sentirse orgullosa. Seguro que va a ser una médico genial.

  3. Maria del Valle Mejías Rojas

    No se puede estar más orgullosa ..volvería a repetir contigo todos esos años atrás Te quiero mucho mi crak tu mami .luchadoras 💖

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