Cuando nació la Premier, el fútbol inglés mantenía mucho de ese complejo de superioridad que había frenado su evolución durante tantos años. Eran los creadores de este deporte, seguían creyendo que su estilo de juego directo y de pases largos era la quintaesencia del fútbol y nadie tenía nada que enseñarles. A su liga apenas llegaban jugadores de fuera de las islas británicas, tampoco entrenadores y así se cerraban a la influencia de nuevos estilos de juego, innovaciones tácticas o métodos de entrenamiento.
El Arsenal era fiel reflejo de esta tendencia. Bajo la dirección del escocés George Graham habían ganado la liga en el 89 y 91, además de una F.A.Cup y una Recopa de Europa. También se habían ganado fama de jugar un fútbol especialmente aburrido («boring, boring Arsenal»), algo que sus hinchas cantaban con orgullo al grito de «One nil to the Arsenal». El vicepresidente, David Dein, en cambio, ya no veía con tan buenos ojos esta fama. En 1995 el tribunal de Estrasburgo había aprobado la llamada ley Bosman y estaba convencido de que, el futuro del club, pasaba por cambiar de estilo y abrirse al extranjero. Por eso apostaron por un entrenador francés, que dirigía al Nagoya Grampus de la liga japonesa.
El Evening Standard recibió la noticia de la contratación de Arsene Wenger con el titular «Arsene who?», la misma pregunta que se hacían muchos aficionados. El francés llegó dispuesto a cambiar el estilo de juego y también, dispuesto a modernizar los métodos de entrenamiento y la alimentación de los jugadores. En el fútbol inglés seguía estando muy presente la cultura del alcohol y una alimentación poco apropiada para un deportista de élite. Wenger terminó de golpe con los excesos y con la tradición del Club de los Martes, la habitual reunión semanal de los jugadores del Arsenal para salir de fiesta. También prohibió la comida grasienta o repleta de azúcares e implementó una dieta en la que la ensalada era el alimento más presente. Por eso, cuando en octubre de 1996, el equipo logró su primera victoria con el nuevo entrenador, los jugadores lo celebraron al grito de «we want our Mars back!»
Arsene vs. Ferguson
El impacto generado por la llegada de Wenger pasó de la sorpresa al temor cuando el Arsenal empezó a encadenar una victoria tras otra, aunque, en su primer año, no fue suficiente para ganar la liga. Fue Ferguson quien sonrió, una vez más. Un año más tarde, sí, el Arsenal logró su primer título de la Premier, ganó además la Copa y, de paso, consiguió sacar de quicio a Ferguson.
Enseguida se dio cuenta de que el francés insolente había llegado dispuesto a cambiar el fútbol inglés y contaba con el respaldo de un club, lo suficientemente grande, como para lograrlo. Wenger desafió a Ferguson en el terreno de juego y se enfrentó también en los medios, dando lugar a una rivalidad que llevó a Sir Alex a tomar medidas drásticas. Rompió la costumbre de tomar café con el entrenador rival después del partido cada vez que le tocó enfrentarse a Wenger.
El vicepresidente del Arsenal, David Dein, había sido otro de los líderes de la revuelta contra la vieja First Division; compartía las ideas comerciales de Martin Edwards y también quiso modernizar un estadio que tampoco había conocido reformas desde los años treinta. Para ello había un aspecto que le obsesionaba. Desde los años oscuros del hooliganismo sabía que lo primero que se destrozaba en cualquier disturbio eran los baños y estaba decidido a que Highbury tuviera más y mejores urinarios que cualquier otro estadio de Inglaterra. «Si tratas a la gente como animales, se comportarán como animales» era uno de sus principios. Con unos servicios limpios y numerosos, confiaba en reducir los incidentes. De paso, los aficionados apenas tendrían que hacer cola y contarían con más tiempo para consumir en los bares del estadio. Todo parecían ventajas.
El problema era que, a diferencia de Old Trafford, Highbury estaba rodeado de casas y no permitía grandes ampliaciones. Esto y el enorme desarrollo comercial que había logrado el Manchester United, limitaban las posibilidades del Arsenal frente a su gran rival y debieron compensarlo con el gran conocimiento del mercado de futbolistas europeos que tenía su entrenador.
Al llegar a Highbury, Wenger contaba ya con Dennis Bergkamp y ese mismo año fichó a un, casi desconocido, Patrick Vieira y a un jovencísimo Anelka, que se marcharía dos años después al Real Madrid por un precio 44 veces mayor. Después llegarían Overmars, Petit, Kanu, Ljungberg, Henry. Todos ellos contratados a un precio mucho más bajo del que Ferguson pagaba por sus fichajes más rutilantes.
Después del doblete logrado en la segunda temporada de Wenger, Ferguson estaba dispuesto a responder. El grupo de jóvenes a los que había abierto las puertas del primer equipo años atrás, los Giggs, Neville, Scholes o Beckham, tenían ya una buena experiencia a sus espaldas y ese año se reforzaron con Stam y Yorke. Con esa base, el Manchester United ganó liga y copa y redondeó la temporada ganando la Champions League en aquella final agónica frente al Bayern en el Camp Nou. Era la victoria que consagraba la vuelta del fútbol inglés al primer plano europeo, catorce años después de la tragedia de Heysel y nueve años después de la vuelta de los clubes ingleses a las competiciones europeas.
Arsene, soy Alex
Manchester United y Arsenal siguieron dominando la Premier durante unos años más, convirtiendo su lucha cerrada en el principal atractivo de la liga, en el partido más esperado de la temporada. Ofrecieron duelos históricos, como la semifinal de Copa que decidió Giggs con un gol maradoniano o el día que el Arsenal certificó su título de liga ganando en Old Trafford. El United consiguió devolver la Champions a Inglaterra, pero el Arsenal completó una liga entera sin conocer la derrota, elevando hasta 49 la cifra de partidos invicto. La racha se cortó, cómo no, frente al United. Entre los dos ganaron todos los títulos de liga a lo largo de nueve años, además de siete títulos de copa. No había duda de que fueron los dos clubes que mejor supieron adaptarse al cambio de paradigma que supuso la Premier.
En 2012, cuando se aproximaba el final de sus carreras y se habían enfrentado ya en infinidad de batallas, tuvieron un último encuentro. El City acababa de arrebatar el título al United en el último minuto del último partido y Ferguson, igual que había hecho años atrás con Wenger, estaba dispuesto a responder. Necesitaba fichar al mejor jugador de la liga, el neerlandés del Arsenal, Robin Van Persie, pero Chelsea y City también andaban enredando y la molesta presencia de los representantes e intermediarios dificultaba la operación. Ferguson decidió que haría las cosas a la vieja usanza. Dejó a un lado rivalidades, años de polémicas y reproches, cogió el teléfono y llamó a Wenger. «Arsene, soy Alex» le dijo. En pocos minutos acordaron el traspaso del jugador.
Ferguson dejó el United un año más tarde, después de haber devuelto el título a Old Trafford. Wenger se retiró en 2018, con un último título de copa bajo el brazo. Desde su marcha, ni Manchester United, ni Arsenal han vuelto a ganar la liga.
Los nuevos ricos
En su primera década, el valor de los derechos de televisión de la Premier se había multiplicado por seis y ya sacaba varios cuerpos de ventaja a competiciones como LaLiga, la Serie A o la Bundesliga. El fútbol cambiaba muy rápido y su enorme crecimiento atrajo a inversores y creó nuevos mercados. El dinero del fútbol se concentraba en Inglaterra y grandes fortunas de todo el mundo empezaron a poner sus ojos en los clubes de la Premier. Desde los despachos de la propia Sky se hizo el más polémico de los intentos por adquirir un club inglés. Murdoch había comprobado la estrecha relación entre el fútbol y el número de abonados a su plataforma y trató de reforzar su posición con la compra del más importante de los clubes, el Manchester United.
No era la primera vez que su presidente, Martin Edwards, se sentaba a escuchar ofertas y, en esta ocasión, la cantidad ofrecida por Murdoch superaba con creces el valor de las acciones en bolsa. Se encontró, sin embargo, con la oposición frontal de una buena parte de los aficionados, que no tardaron en organizarse y recaudar fondos para frenar la venta. En poco tiempo encontraron el apoyo de donantes tan singulares como el batería de Queen, Roger Taylor y lograron llevar el caso hasta la Comisión de Fusiones y Monopolios del gobierno británico, quien declaró ilegal la oferta de Murdoch por considerar que «aumentaría el poder que BskyB ya tiene sobre el mercado». «Lo más llamativo de esta decisión es que, por fin, un político se ha plantado ante Murdoch» destacó el periodista y líder de los opositores, Michael Crick.
Un año antes del intento de Murdoch, el egipcio Mohamed Al-Fayed, dueño de los almacenes Harrod’s, ya había abierto el camino a los inversores extranjeros, al hacerse con la propiedad del Fulham. Prometió convertirlo en el United del sur, pero, a la hora de la verdad, no llegó siquiera a dominar el sur de su propia ciudad y, para el año 2003, otro club de Londres se preparaba para poner patas arriba la Premier y el fútbol mundial.
El oligarca y the special one
En los noventa, el Chelsea había abanderado la internacionalización de la Premier, con menos éxito que el Arsenal de Wenger, pero el suficiente atino como para ganar una FA Cup, una Recopa y una Supercopa de Europa. Era un equipo entrenado por el holandés Gullit o el italiano Vialli, en el que tenían cabida jugadores franceses, rumanos, uruguayos, noruegos y también el «Chapi» Ferrer. Un club cómodamente situado en el segundo escalón del fútbol inglés, lejos de desafiar el dominio de Arsenal y United, hasta que fue adquirido por el magnate ruso Roman Abramovich.
El nuevo propietario del Chelsea había hecho fortuna en la época de Yeltsin con la privatización de las antiguas empresas estatales soviéticas y mantenía buenos contactos con el gobierno de Putin. Ahora parecía decidido a invertir el dinero que hiciera falta para llevar a su club a lo más alto del fútbol mundial. En su primera temporada invirtió 170 millones de euros para hacerse con jugadores del nivel de Crespo, Verón, Makelele o Joe Cole. Terminaron la Premier en segunda posición, superados por al Arsenal de los «Invencibles». En la Champions fueron eliminados en semifinales por el Oporto, en la derrota que determinó el despido del entrenador Claudio Ranieri. Para sustituirlo llegó, precisamente, el director de los portugueses.
Mourinho tardó poco en demostrar que llegaba a Inglaterra dispuesto a dejar huella. Cuando en su presentación declaró que «I’m a special one», el propio Ferguson tomó nota, consciente de que el Chelsea sería un rival a su altura. Y si había alguna duda al respecto, Abramovich se encargó de disiparla, volviendo a sacar la cartera para cumplir los deseos de su entrenador. En total gastó otros 165 millones en jugadores como Drogba, Carvalho, Robben o Petr Cech. Bajo el mando del portugués, el Chelsea se convirtió en un conjunto muy sólido, capaz de sumar 95 puntos, conceder apenas 15 goles y perder únicamente un partido en toda la liga, para devolver, 50 años después, el título a Stamford Bridge.
Wenger no tardó en denunciar el desequilibrio que generaban en el fútbol las inyecciones de dinero de Abramovich y reclamó que los clubes sólo pudieran gastar el dinero generado por su propia actividad. La realidad, en cambio, era que la llegada de Abramovich significaba un nuevo giro de tuerca en la mercantilización del fútbol que se abrió paso con el nacimiento de la Premier League. La concentración de los ingresos procedentes de la televisión en los primeros de la clasificación provocó que, una mala temporada, tuviera un fuerte impacto en los ingresos; encadenar dos o tres malos años podía condenar al descenso y multiplicar el riesgo de quiebra. Es lo que han vivido 14 de los 22 fundadores de la Premier, entre ellos históricos como el Leeds United o el Manchester City, que, en pocos años, se vieron compitiendo en la tercera categoría del fútbol inglés.
Al mismo tiempo, la UEFA llevó a cabo su propia reforma de las competiciones europeas y, para 2002, Inglaterra contaba ya con cuatro plazas en la Champions League. El máximo órgano del fútbol europeo también convivía con el riesgo de una huida de los grandes similar a la que dio lugar a la Premier. Para evitarlo garantizó unos ingresos millonarios a aquellos clubes que participaran en la máxima competición europea y, principalmente, a los que llegaran a las últimas instancias de la competición. En pocos años, entrar en la Champions se convirtió en una necesidad que Wenger dejó claro a los accionistas del Arsenal: «Para mí hay cinco títulos cada temporada. La Premier League, la Champions League, el tercero es clasificarse para la Champions League, el cuarto es la FA Cup y luego está la Copa de la Liga». Wenger sabía que el futuro del Arsenal pasaba por decir adiós al estadio de Highbury y mudarse a un nuevo recinto que garantizara los ingresos necesarios para competir con Chelsea y United.
En 2006 el Arsenal inauguró el moderno Emirates Stadium, con suficientes palcos VIP y una capacidad de 60.000 espectadores. Para pagarlo debió de hipotecar su presente deportivo. La operación se materializó cuando asomaba la crisis económica mundial y para financiar la operación, los bancos pusieron duras condiciones al club. Entre otras cosas, Arsene Wenger debía seguir al menos por cinco años y el coste salarial de la plantilla no podría superar, en ningún caso, el 50% del presupuesto. En un momento en el que Abramovich provocó una inflación en los fichajes y salarios, estas condiciones fueron una losa para el Arsenal.
El contragolpe
Lejos de los problemas de Wenger, Ferguson tenía sus propios planes para responder al desafío de Mourinho. Se acercaba el final de los Fergie Babes y Sir Alex apostó por una nueva generación de delanteros. En 2003 había fichado del Sporting de Lisboa a un joven Cristiano Ronaldo y un año más tarde, se hizo con la joya del fútbol inglés, Wayne Rooney. El Chelsea ganó un segunda Premier consecutiva, pero Ferguson ya tenía las bases de un equipo ganador.
En 2007, con Cristiano, Rooney y Tévez en la delantera, la solidez defensiva de Van der Sar, Ferdinand y Vidic y la veteranía de Giggs o Scholes, el United frenó el empuje del Chelsea e inició un reinado que coronó con un nuevo título de Champions, ganando la final, precisamente, al Chelsea de Abramovich y en el estadio Luzhniki de Moscú.
La dominio del United se prolongó durante tres años, sin embargo, Ferguson debió ceder ante la presión de un mercado de fichajes que, temporada tras temporada, movía más dinero e iba sofisticando su estructura. En pocos años los representantes de jugadores habían visto crecer su influencia, se habían convertido en verdaderas empresas y eran capaces de manejar los destinos de jugadores y equipos. Tévez fue anunciado como nuevo jugador del City con la provocadora frase «Welcome to Manchester», mientras Cristiano Ronaldo se convertía en el fichaje más caro del mundo al ser traspasado al Real Madrid, sin que Ferguson pudiera hacer nada más que retrasar la venta un año e intentar obtener la cantidad más alta.
En 2007 el West Ham había sido sancionado con una multa de 5 millones de libras por blanqueo de dinero en la contratación de los argentinos Tévez y Mascherano. El club, además, había ocultado a la Premier información que demostraba que los derechos económicos de ambos futbolistas pertenecían a la empresa MSI. Aquel caso fue decisivo para que la Premier prohibiera los llamados «third party owners», años antes de que la FIFA los prohibiera definitivamente. Se trataba de un nuevo giro en el mercado de fichajes; empresas que adquirían los derechos de futbolistas y comerciaban con ellos.
En el caso de Tévez y Mascherano, la situación se complicó porque el delantero fue fundamental para que el West Ham eludiera el descenso, en detrimento del Sheffield United. Los Hammers fueron denunciados y debieron pagar 10 millones de libras al Sheffield, pero mantuvieron la categoría. Quedaba en evidencia, una vez más, la fragilidad de la competición ante un mercado que, cada año, movía una parte importante del dinero que ingresaban los clubes.
The noisy neighbours
Y en plena expansión de la Premier, mientras los clubes ingleses dominaban la Champions, apareció un nuevo invitado dispuesto a sumarse a la fiesta. El Manchester City, un club histórico con fama de desafortunado y acostumbrado a vivir a la sombra del United, el club que Ferguson definió una vez como «the noisy neighbours», fue adquirido por el fondo de inversión de los Emiratos Árabes Unidos, el séptimo país con mayor producción de petróleo y líder también en denuncias por violación de los derechos humanos.
Si el impacto del dinero de Abramovich había alterado el equilibrio de la Premier, el nuevo dueño del City, el Sheikh Mansour, llegó dispuesto a dejarlo por los suelos. Porque iba a gastar el dinero que fuera necesario para situar al City, lo más rápido posible, en la élite del fútbol.
Tardó tres años en ganar la FA Cup y su primer título de la Premier llegó un año más tarde, gracias al histórico gol de Agüero en el minuto 93 del último partido de la temporada; el gol que llevó al comentarista Martin Tyler a decir «I swear you’ll never see anything like this ever again» cuando los hinchas del City ya pensaban que, todo el dinero del petróleo árabe, no había sido suficiente para cambiar el histórico fatalismo del club.
Después de aquello, el City decidió modernizarse siguiendo el modelo de quien estaba marcando el devenir del fútbol mundial. En 2012 contrataron al antiguo directivo del Barcelona, Ferrán Soriano, como director ejecutivo y con él llegó «Txiki» Begiristain como director deportivo. Cuatro años más tarde se cerró el círculo con la contratación de Guardiola como entrenador.
En este tiempo el Manchester City no sólo se ha situado como uno de los dominadores de la Premier, ganando cuatro de las últimas cinco ediciones, también ha dado un paso más en la evolución de fútbol al crear el City Football Group, una sociedad con el club de Manchester en lo más alto de una pirámide que cuenta también con clubes en Nueva York, Melbourne, Yokohama, Montevideo o Girona. Una verdadera multinacional del fútbol con sede en el Reino Unido y creada al abrigo del dinero de los Emiratos Árabes Unidos.
Sin acento inglés
El Manchester United ha perdido su posición dominante en la Premier en beneficio del City, por la marcha de Ferguson y, también, por la compra del club por parte de la familia Glazer; estadounidenses, buenos conocedores de la industria del deporte en su país. Para hacer efectiva la compra, los Glazer solicitaron diferentes créditos por un valor global de más de 500 millones de libras. Después, ya como propietarios del club, estos créditos se incluyeron como deuda en los libros de cuentas del Manchester United, convirtiendo a un club hasta entonces saneado, en el más endeudado de la Premier y obligado a invertir, cada temporada, parte de su presupuesto en pagar los intereses de esa misma deuda.
La operación despertó la ira de los aficionados y, desde entonces, no es extraño ver en Old Trafford banderas o bufandas con los colores verde y amarillo, símbolo del rechazo a la familia Glazer. Los más osados fueron un paso más allá y crearon el FC United of Manchester, actualmente en la séptima división del fútbol inglés y cuyos estatutos garantizan la propiedad del club a sus socios.
Tras la salida de Ferguson, el United se fue alejando de la pelea por la Premier. El Chelsea volvió a llevarse el título en la segunda etapa de Mourinho y volvería a ganar, dos años más tarde, bajo la dirección de Conte. Pero habíamos entrado ya en la etapa de dominio del City y, en estos años, su mayor rival no ha sido otro que el Liverpool, el club que se durmió en los laureles en los primeros años noventa y que tampoco supo aprovechar el impulso que le dio la histórica remontada frente al Milán en la final de la Champions de 2005.
Después de aquella victoria y con el fichaje de Fernando Torres parecía que podrían competir por la Premier. de hecho, en 2009 terminaron en segunda posición, cuatro puntos detrás del United de Cristiano y Rooney. Sin embargo, el club había sido comprado por los empresarios estadounidenses Gillet y Hicks y estos demostraron tener muy poca idea sobre cómo dirigir un club de fútbol. Xabi Alonso se marchó al Real Madrid, Mascherano aceptó la oferta del Barcelona y Fernando Torres terminó fichando por el Chelsea, mientras el club invertía, cada temporada, 35 millones de euros en pagar los intereses de su deuda. Cuando, en 2010, Gillet y Hicks vendieron sus acciones del Liverpool, el club estaba al borde de la bancarrota.
Un lustro después de aquello, empezó la recuperación de la mano del alemán Jürgen Klopp. Ahora sí, parece que el Liverpool vuelve a ocupar el lugar predominante que la historia le otorga en el fútbol inglés. Volvió a ganar la Champions en 2019 y un año más tarde, por fin, se llevó su primer trofeo de la Premier. En estos últimos años City y Liverpool han brindado duelos apasionantes, temporadas de más de 90 puntos que no garantizan el título y amenazan con una rivalidad similar a la que protagonizaron Arsenal y United, aunque adaptada a los nuevos tiempos de la Premier League.
Con las estructuras actuales de la liga es necesario contar con unos ingresos mínimos de 500 millones de euros para pelear por el título. Eso está, únicamente, al alcance de City y Liverpool, a la espera de ver la nueva versión del Chelsea, tras la marcha de Abramovich y del resurgir del Arsenal. Pensar en cualquier otro candidato nos llevaría a la categoría de los milagros; algo imposible, de no ser por que ocurrió hace bien poco. Porque, hace apenas seis años, el Leicester rompió la lógica del fútbol moderno y, en apenas doce meses, pasó de salvar milagrosamente el descenso, a ganar el más increíble de los títulos de la Premier. Después volvió a imponerse la lógica. El Chelsea se llevó a Kanté y Drinkwater, el City se hizo con Mahrez y entre todos desmantelaron aquel equipo. La nota romántica la puso Jamie Vardy, que prefirió seguir en el Leicester a pesar de las suculentas ofertas y de que renunciaba a pelear por más títulos.
Treinta años después de la huida que vio nacer a la Premier, nadie puede negar su éxito económico. Los derechos de televisión se han multiplicado por veinte y en la última década, el crecimiento de los derechos en el extranjero han experimentado tal aumento, que ya suponen más ingresos que los generados en la propia Inglaterra. La Premier es, de largo, la liga más lucrativa del mundo y ha atraído a inversores de Estados Unidos, Rusia, China, EAU… El último caso, la familia real de Arabia Saudí, que pretende replicar el ejemplo de Abramovich y Mansour para situar al Newcastle en la élite. La liga que nació para salvar al fútbol inglés se ha convertido en un negocio internacional y de los 20 clubes que disputan la competición esta temporada, únicamente 4 tienen propietarios británicos. Trece entrenadores extranjeros se sientan en alguno de sus banquillos, aunque todo indica que el título se lo disputarán un club propiedad de los Emiratos Árabes Unidos, dirigido por un entrenador catalán y con un noruego como estrella y otro con propietarios estadounidenses, entrenado por un vasco y con un brasileño como fichaje estelar.
El mayor desafío que afronta la Premier a día de hoy es el relativo a las diferencias entre el nuevo Big-Six (United, City, Arsenal, Chelsea, Tottenham y Liverpool) y el resto de clubes. Los grandes consideran que el actual reparto de los derechos de televisión perjudica sus intereses y buscan nuevas fórmulas que les ayuden a seguir creciendo. Hace treinta años una situación similar les llevó a la creación de la Premier League; ahora podría significar el final de la misma o, tal vez, la plasmación definitiva de la nunca olvidada Superliga Europea. Es la industria del fútbol en su máxima expresión y ya conocemos el camino que ha seguido en las últimas décadas.
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El Oporto de Mourinho no eliminó al Chelsea de Ranieri en semifinales de la Champions 2003-2004,fue el Mónaco,el Oporto eliminó al Depor.
1 Saludo.