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Todo el mundo se olvidó de Giuliani, el portero al que le transmitieron el VIH en la boda de Maradona

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Giuliano Giuliani

Escribo estas líneas mientras la televisión regurgita las nuevas (y dramáticas) noticias sobre la epidemia de covid en China. Ante el aumento desmesurado de casos en el país asiático nos informan que varios países están implantando o pensando en implantar medidas de control en los aeropuertos para viajeros provenientes de China. En la guerra milenaria de las enfermedades contra el ser humano, los virus y bacterias han demostrado ser lo más efectivo en nuestra aniquilación a pesar de todas nuestras medidas. Solo hay una cosa que parece ir más rápido que un patógeno asesino: el pánico. Mientras ahora, gracias a las vacunas, ponemos nuestros tests positivos en covid en Instagram como una performance más entre el regalo de Navidad y el atardecer en el mar, en los años ochenta ser positivo de un virus en un test provocaba el miedo más atroz que se experimenta, el de la sentencia de muerte irremediable. El pánico de una cuenta atrás para la que nadie había encontrado antídoto.

Se calcula que en el mundo han fallecido alrededor de 40 millones de personas por SIDA y enfermedades relacionadas y viven con el virus unos 38 millones actualmente, según datos de ONUSIDA, el programa de Naciones Unidas creado para luchar contra la epidemia. Durante muchos años, aún hoy también pasa, el SIDA iba acompañado de un estigma que golpeó en profundidad a ciertos sectores: la comunidad homosexual, los inmigrantes haitianos, los drogadictos. Lo cierto es que a pesar de los prejuicios de una sociedad intolerante y puritana, el SIDA no hacía distinciones entre víctimas y con el pasar de los años el goteo de famosos que hicieron público su positivo ayudó en cierta manera a quemar estereotipos. Rock Hudson, Freddie Mercury, Rudolf Nuréyev, Magic Johnson, Anthony Perkins o Gia Carangi son algunos de los famosos que padecen o han padecido la enfermedad o son portadores del VIH. El Calcio tampoco se libró de la desgracia, aunque a diferencia de nombres como Mercury, constantemente homenajeado, hubo un futbolista que falleció de SIDA olvidado por todos, en la más desdichada de las indiferencias.

Tenemos que viajar en el tiempo hasta finales de los ochenta. Tras unas décadas convulsas marcadas por la violencia política con atentados por parte de la ultraderecha y de las Brigadas Rojas, Italia se prepara para organizar el Mundial de 1990, al que recibirá teniendo la mejor liga del mundo en ese momento. Desde mediados de los ochenta, los mejores futbolistas del mundo acababan jugando en el Calcio, no solo en Milan, Juventus o Inter, sino también en Udinese que tenía a Zico, la Sampdoria que tenía a Mancini o Vialli, la Roma a Rudi Voller y por supuesto, el Napoli que tenía al mejor de los mejores, Diego Armando Maradona. Desde el 88 hasta el 90, el astro rey argentino tuvo de compañero a un muchacho romano que jugaba de portero y que protagonizaría la cara más amarga y triste del Calcio.

Criado en Arezzo, Giuliano Giuliani comenzó su carrera en la ciudad toscana y en el 85 fue traspasado al Verona. Tres años después estuvo a punto de firmar por el Inter, pero al final los lombardos prefirieron renovar a Walter Zenga y acabó recalando en el Nápoles. En la primera temporada con el club partenopeo fue clave para conseguir el triunfo en la Copa de la UEFA. Una derrota dura por goleada, cinco a uno, la temporada siguiente, en el campo del Werder Bremen, le relegó a la suplencia. Ese año, se pudo coronar como campeón del Scudetto. Al finalizar la temporada se fue a la serie B con el Udinese, donde se retiró tres años después. Hasta aquí la vida de Giuliano era la de uno más, un buen futbolista, un portero sobrio y fiable que nunca pudo debutar con la selección por la extraordinaria competencia (Zenga, Tacconi, Pagliuca). Pero su trayectoria deportiva ocultaba una vida que acabaría en drama.

En 1996 ingresa en un hospital de Bolonia, donde fallece el 14 de noviembre. Giuliani vivía allí desde 1993, donde trabajaba en un establecimiento de venta de ropa. Oficialmente, comunican su deceso a causa de una infección que le provoca complicaciones pulmonares que no puede resistir, pero ya entonces la muerte se torna sospechosa, misteriosa. Giuliani muere en un pabellón destinado a enfermedades infecciosas donde el silencio y la discreción son norma absoluta del personal. Son veintisiete camas que están siempre llenas porque estamos a mediados de los noventa, porque hay una enfermedad de cuatro letras que hace trabajar sin descanso a la parca.

El Nápoles ganador de la UEFA

En la prensa italiana de la época se deja caer, se susurra, se insinúa, pero nadie dice nada, da casi más miedo la palabra que la enfermedad en sí. Giuliani deja huérfana de padre a una niña de siete años, fruto de su matrimonio con una ex modelo, Raffaella Del Rosario. Es una historia de amor complicada, tumultuosa, de idas y venidas, pero ella está a su lado en el hospital y ella también susurra, insinua, musita. «Ha muerto de una malattia terribile, de una enfermedad horrible», dice. Pero ya se sabe todo, incluso en el 92 una revista había publicado que el ex portero tenía SIDA. Poco después es arrestado en el marco de una operación antidroga, una historia turbia de la que, sin embargo, sale sin cargos ni culpa.

Giulani era tímido, introvertido, nunca frecuentaba a sus compañeros ni los ambientes a los que éstos solían acudir. En su periplo napolitano, Diego Armando Maradona ya era un adicto. El Nápoles de finales de los años ochenta es el Nápoles de la UEFA y de los Scudetti pero también el Nápoles de las fiestas con cocaína, champán y escorts. Aparentemente, Giuliani vive una vida normal, le apasiona pintar, y después de su retiro invierte en negocios que lleva con solvencia económica.

Se susurra, se insinua, se musita, que se le transmitió en Buenos Aires, durante la boda de Maradona. Un rumor, un chismorreo. Él, discreto, normal, corriente, padeció la enfermedad durante al menos tres años con la misma circunspección con la que vivía. Tras su muerte, simplemente se olvidaron que había existido. Años después, su esposa, Raffaella, se cansa de los susurros, de los cuchicheos a media voz y se cansa, ante todo, del olvido. Admite que el padre de su hija falleció de SIDA y acusa al Calcio de haberlo abandonado. Muchos años después, en 2018, en una entrevista a la Gazzetta cuenta su historia. Es una entrevista cargada de dolor y de rencor, que nos recuerda que una vez que un futbolista cuelga las botas tiene que ser persona y que ese ser persona nos deja de importar.

Raffaella vivió la vida de vestidos de seda y copas de vino caro de una mujer de futbolista de élite. Sin embargo, tras el oropel se esconden sinsabores amargos que salen de su boca sin excusas con el único juez verdadero del tiempo pasado. Ninguna palabra sabe más a hiel que cuando cuenta al periodista italiano que llevaba tres años casada cuando su marido le comunicó que estaba enfermo de SIDA. Raffaela confirma que el ex portero le confesó la infidelidad cometida durante el matrimonio de Maradona. Un error que él consideraba el culpable de su condena. A esa fiesta ella no fue porque acababa de tener a Gessica, la hija de ambos. Afortunadamente, Raffaella no se le transmitió, pero aquel desliz fue el fin del matrimonio hasta que el empeoramiento de la salud de Giuliani le hizo correr a su lado.

Sin embargo, el luto y la orfandad de Gessica no fueron casi lo peor que tuvo que afrontar esta mujer. Se quejó amargamente del olvido al que se sometió al jugador, nadie tuvo jamás un recuerdo ni un pensamiento hacia él. La viuda asegura que pidió un partido homenaje a Maradona y al que fuera presidente del Napoli y artífice del fichaje del crack argentino, Corrado Ferlaino. Ninguno respondió. Si ese desdén fue por simple indiferencia, por otros motivos o si tuvo algo que ver el estigma de la enfermedad es algo que probablemente nunca lleguemos a saber.

Unos 37 millones de personas viven con SIDA actualmente. En 2020 fallecieron más de 600.000, la mayoría en países subdesarrollados, la mayoría en África, con cifras alarmantes en los países del sur del continente. Por el contrario, en los países desarrollados el SIDA es menos frecuente porque con la medicación se contiene el VIH y no se desarrolla la enfermedad. Ya se puede vivir perfectamente siguiendo el tratamiento antirretroviral. De hecho, se ha comprobado que tras tomar la medicación adecuadamente es posible tener una cantidad tan mínima de carga vírica que ni siquiera transmite la enfermedad.

Raffaella Del Rosario y Giuliano Giuliani

La historia para Giuliani y otras tantas víctimas injustamente tratadas hubiera sido muy diferente de haber nacido apenas quince años más tarde. Aun así, los enfermos de SIDA siguen cargando con el estigma. Como lo sufrieron los deportistas valientes que se atrevieron a hablar de la enfermedad. Karl Malone decía tener miedo de defender a Magic Johnson e Isaiah Thomas propagaba a hurtadillas el rumor de que Johnson se había contagiado por gay. Años después, Thomas, que había sido íntimo amigo de Magic hasta el positivo, le pidió perdón y se reconciliaron.

En 1998, el jugador peruano Eduardo Esidio, que hizo la mayor parte de su carrera en el club limeño Universitario, tuvo que dejar el club tras conocerse que era portador del VIH, noticia que causó una gran polémica. Esidio ni siquiera había desarrollado la enfermedad. Actualmente, una persona con el virus puede tener una vida tan larga y normal como un no infectado. Gareth Thomas, jugador de rugby que anunció su positivo en 2019, hizo un Ironman al día siguiente. Es con el miedo y con la ignorancia con lo que no se puede vivir.

Un comentario

  1. Otto Ureña Badilla

    Asi somos los humanos,aplausos y risas y cuando la tragedia se asoma en el rincón oscuro del olvido se archiva.

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