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Croatas de Argentina, el corazón dividido, pero sin psicodramas

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En El Cantar de los Nibelungos, poema épico germano del siglo XIII, la heroína Krimhield decide exterminar a su familia y a su pueblo para vengar la muerte de su esposo, Siegfried, un deber inexorable para ella por la fidelidad hacia el esposo y porque considera más importante el vínculo cristiano del matrimonio que el vínculo pagano de la sangre. La elección entre la familia y la sangre y el amor, el honor o cualquier otro elemento ha sido tema central de la literatura y el arte durante siglos. Ya no estamos en épocas de vasallajes y traiciones, así que en este mundo globalizado e hiperconectado con cada vez más individuos con vínculos multiculturales y diversas identidades se puede tener el corazón dividido sin ningún psicodrama, como una fiesta. Y se puede animar a dos selecciones distintas con una sonrisa en la cara y una ilusión desbordante.

De multiculturalidad sabe bastante Argentina, un país fabricado con el hambre y la ilusión de miles de hijos de diásporas que llegaron a la tierra prometida en busca de pan y futuro. La Constitución de 1853, que prohibía limitaciones a la entrada de extranjeros y el fomento del Gobierno de la inmigración europea, propició la llegada de millones de inmigrantes a la Argentina durante las décadas siguientes, la mayoría italianos y españoles, pero también ganaderos galeses que se asentaron en el sur, alemanes que fundaron colonias en los Andes, judíos que huían de los crueles pogromos de Europa del Este y también, una diáspora croata. Se estima que en Argentina viven unas 250.000 personas descendientes de croatas. La inmigración llegó en tres oleadas, a mediados del siglo XIX, entre 1918 y 1939, cuando aparecieron procedentes sobre todo de Eslavonia, Lika, Kordun y Srijem y después de la II Guerra Mundial, cuando Juan Domingo Perón autorizó la entrada de 35.000 croatas.

Esos hijos y nietos de croatas, como suele pasar con las distintas colectividades que pueblan Argentina, han mantenido vivas la cultura y costumbres de sus ancestros. Queríamos compartir con ellos la resaca de la semifinal que enfrentó a la selección de sus abuelos con esta Argentina de Messi y Scaloni que ilusiona al país entero. Para ello nos fuimos al Centro Croata de la ciudad de Rosario, el lugar de encuentro de la comunidad croata en la ciudad natal de Messi. El local, que comparten con la asociación eslovena Triglav, se encuentra en un tranquilo barrio rosarino de amplias calles y casitas bajas. Aquí vivieron durante 2018 el deslumbrante papel de la selección croata en el Mundial de Rusia, que acabó segunda tras perder la final contra Francia.

Este año, cada uno ha decidido vivir las emociones de Qatar desde casa por un problema con el monitor de televisión del local. Además, el destino había deparado una semifinal que suscitaba muchas emociones en este rincón de la calle Mitre. Y en Argentina, obviamente, los partidos así también suscitan cábalas. “En realidad yo no lo vi, no veo ninguno, me encierro en la habitación con el aire acondicionado, lo hago desde hace muchos años, por cábala”, cuenta Norma Granado Cilich, que lo hace tanto con Croacia como con Argentina, “con Brasil nos comunicábamos por WhatsApp, yo ponía chau Brasil y cosas así”. Ahora, en la vigilia del partido por el tercer y cuarto puesto, que la selección croata disputará con Marruecos, todos se muestran confiados en una victoria balcánica y también, con ojos inundados de fe, con una ansiada victoria mundialista de Argentina. Porque en la calle Mitre, el amor y los sueños son compartidos.

En su momento, el local albergaba el Centro Yugoslavo. “Con la guerra, nosotros fuimos acompañando los cambios que se producían allá, con las repúblicas declarándose independientes”, cuenta Jorge Milic, presidente del centro, “hubo algunos problemas, estuvimos un par de años juntos y luego nos separamos porque cuando íbamos a pedir algún subsidio a la embajada croata si la comunidad era croataeslovena nos decían que no y a ellos les pasaba lo mismo, la realidad hizo que nos tuviéramos que apartar”. Separados, pero con una excelente relación, compartiendo un lugar físico que cada comunidad usa cuando vienen sus fechas y eventos importantes. De hecho, en el salón donde se celebran las cenas y las fiestas las dos colectividades comparten el fondo, de tal manera que cuando toca a los eslovenos el paisaje es el imponente Triglav y cuando son los croatas corona el salón una imagen de la bella Dubrovnik.

La inmigración que recibió Argentina de los Balcanes fue mayoritariamente de croatas y eslovenos, con un pocos montenegrinos que acabaron asentados en el norte, en El Chaco, una provincia agrícola y forestal que alcanza temperaturas máximas en verano de hasta 45 grados. No debieron ser fáciles los primeros veranos de aquellos aventureros montenegrinos. “Hay que tener en cuenta que automáticamente cuando el país está en guerra o en crisis expulsa gente, por la crisis el que estaba comprometido políticamente no puede permanecer porque ya lo ven mal, incluso en la última guerra del 91 se fue mucha gente, solo que eligieron otros lados”, cuenta Milic, recordando los tiempos convulsos que se han vivido en los Balcanes, no solo con las terribles guerras de los años noventa, sino ya desde el siglo XIX y pasando por la II Guerra Mundial y el periodo socialista posterior. “Había muchas familias en las que estaban casados un croata con una serbia, un serbio con una croata, nosotros no lo vemos mal pero allá al croata sobre todo con una serbia, con otra religión, ya no lo quieren”, comenta Milic. Ana Paula Covacevich, que ejerce de vicepresidenta del centro, recuerda que eso es algo que sigue pasando con relativa frecuencia actualmente y apunta el caso “del arquero serbio de Canadá”, que sufrió los abucheos e incluso comentarios desagradables por parte de la hinchada croata desplazada a Qatar. “Cuando hay una guerra ya sea económicamente o socialmente o políticamente, hay gente que se tiene que ir porque no le aceptan, ocurre siempre, en todas las guerras”, añade Jorge.

Aquellos primeros inmigrantes que llegaron a la Argentina lo tuvieron un poco más difícil que los italianos y los españoles al llegar a un país con un idioma totalmente distinto. Un reto, que también consiguieron sortear estos valientes pioneros porque si hay algo que sorprende y maravilla a los aficionados al fútbol español es la capacidad para aprender perfectamente el castellano que tienen los balcánicos. “Era difícil, mi padre estuvo dos años trabajando con un familiar hasta que empezó a manejarse con las primeras palabras”, rememora Milic. “Yo vivía en dos mundos, uno en mi casa que era croata y otro fuera de mi casa que era argentino”, sentencia. En Santa Fe, la provincia donde se ubica Rosario, los croatas recalaron en gran número en tres pueblos, cada uno de ellos con una colonia croata de considerables dimensiones: Villa Mugueta, Chovet y Chabás.

Visitar un cementerio de alguna de esas localidades es creer que se encuentra uno en algún pueblito de la costa dálmata. Muchas de esas personas, como la familia de Jorge, vivían en pleno campo, sin revistas ni televisión ni demasiado contacto con el exterior por lo que Jorge, igual que otros niños, llegó a primaria sabiendo solo croata. Pedro Marcelo Kesovija, otros de los integrantes del centro apunta que, de todas maneras, “hubo mucha dispersión” por toda la Argentina. Los migrantes se asentaban en la totalidad del territorio tirando de contactos, familiares o agentes que les ayudaban a establecerse. “En Rosario muchos acabaron en la frigorífica Swift, que había polacos, inmigrantes de todas partes”, cuenta Kesovija. La mayor parte de esa inmigración se componía de agricultores, personal no cualificado, algunos analfabetos, como recuerda Milic. Había croatas que se ubicaban en un sitio determinado tras participar en el sorteo de lotes de chacras, granjas pequeñas con una porción de tierra para que fueran cultivadas por las familias. Iniciativas del Gobierno en un momento en que Argentina tenía una necesidad tremenda de mano de obra no cualificada en el campo y en las fábricas.

Es difícil ignorar el pasado doloroso de Croacia, que sufrió una terrible guerra entre 1991 y 1995. Tanto en 2018 como en 2022, se ha recordado el pasado como refugiados de estrellas de la selección como Luka Modric o Dejan Lovren. Una guerra que, sin embargo, en el éxodo argentino se vivió con cierto desapego por la distancia en tiempo y geografía. “Me enteraba por el diario, pero nosotros no teníamos nada con un lado o con otro, queríamos la independencia, pero no lo sufrimos ni lo sentimos como una guerra que nos golpeaba”, cuenta Milic. El fallecimiento de antepasados que podrían haber tenido familiares directos afectados también ayudó a vivir el conflicto con relativa tranquilidad. “Sanguíneamente era lejano, no teníamos familiares cercanos”, añade Ivana Peracévic, hija de croata llegado en los años sesenta. “Es como lo de Ucrania”, asevera Jorge, “allí se matan, aquí charlan”. Treinta años después de aquello, Croacia es mucho más que esa historia de sangre y dolor. Croacia sigue teniendo problemas, uno de ellos, como en un bucle sin fin, el éxodo de jóvenes, aunque ahora se van los mejor cualificados y su destino principal es Alemania.

Desde la incorporación a la Unión Europea, miles de jóvenes abandonan el país cada año. “El país da educación, pero no le da industria para encontrar trabajo”, nos cuenta Jorge Milic. Pero a pesar de esto, Croacia es un país bonito, seguro y tranquilo que se ha convertido en los últimos años en una potencia turística. Aunque hasta hace bien propio era un país desconocido para la mayoría de argentinos, al que confundían con Ucrania o incluso con Grecia. También es un país con una industria naviera de gran prestigio y una escuela de marinería muy importante. De hecho, durante la final de 2018 el centro recibió la visita de dos marineros, un capital y un primer oficial croatas cuyo barco se encontraba en Rosario, que cuenta con un importante puerto fluvial.

El Centro Croata ha conseguido alguna subvención del gobierno croata con la que, por ejemplo, han podido restaurar instrumentos antiguos típicos de Croacia. El estado también beca a jóvenes descendientes para que puedan ir un tiempo al país a aprender el idioma. Eso hizo Ivana que pudo pasar así dos años en Zagreb. El padre de Ivana llegó a Argentina más tarde que el resto, a finales delos sesenta, originario de Dalmacia de donde proceden la inmensa mayoría de la diáspora argentina. “Croacia quiere que los hijos vuelvan, que todo el éxodo que tuvieron por las guerras, esos hijos y nietos, vuelvan”, cuenta Ivana.

Con la mirada emocionada relata el sentimiento que vivió cuando pisó por primera vez Croacia. “Sentir que ya habías estado, que no sabes por qué, pero sentís adentro, que ya lo conoces, no sabes si está en la sangre, en el inconsciente, pero es un sentimiento compartido por mucha gente que ha ido a visitar su tierra”, cuenta Ivana. Su familia se fue por motivos económicos en 1965, época durante la cual Yugoslavia estaba bajo el gobierno comunista del Mariscal Tito. “Ellos trabajaban en el campo, tenían frutas, viñedos en la isla de Vis, pero se hacía complicada la vida y no tenían la libertad de hacer con su producto lo que quisieran”, recuerda.

Pero si hay algo que ha conseguido situar en el mapa a Croacia es sin duda el deporte. Nombres de deportistas ilustres empiezan a aparecer en la conversación. Recuerdan a jugadores de la NBA como Petrovic, a tenistas como Ivanisevic y a futbolistas, claro. Desde Suker a los de ahora, con Luka Modric como auténtico ídolo de masas. En el centro tienen una simpática silueta del jugador del Real Madrid que, nos cuentan, fue objeto de colas para hacerse una foto en la recientemente finalizada Feria de Colectivididades, un lugar donde las distintas comunidades de inmigrantes se reunen para bailar, comer y mostrar la cultura de los países de origen. “Pero mi favorito es Perisic”, exclama Norma Granado, una de tantos a los que el bravo jugador del Tottenham ha encandilado con su carácter y su lucha. “¿Os acordáis de Boksic?”, añade Lucas Zarich, vestido con una camiseta de la selección, recordando al extraordinario delantero de la Juventus y Lazio, que se lesionó antes de Francia 98. En aquel Mundial, la selección sorprendió quedando tercera.

Después del segundo puesto en Rusia y el éxito obtenido en Qatar, parece que Croacia de sorpresa tiene poco. “Ahí nos fue conociendo el mundo”, asegura Jorge, respaldado unánimemente por todos sus compañeros. “Es un país maravilloso, de cultura impresionante, tiene una gente que se esfuerza tanto por todo, que acaba teniendo éxito en todo”, nos comenta Ivana. Y quizá ahí está la forma más bella de dibujar un país en el imaginario popular. Un pueblo pequeño, de cuatro millones de personas, de colinas hermosas y acantilados de ensueño, de futbolistas talentosos y marineros extraordinarios, pero por encima de todo, de gente para la que rendirse nunca entra en los planes y que con un corazón gigante son capaces de derrotar a la Brasil de Vinicius y Neymar o de construir Argentina con humildad, sacrificio y el orgullo de la buena gente trabajadora.

2 Comentarios

  1. «montenegrinos que acabaron asentados en el norte, en El Chaco, una provincia agrícola y forestal que alcanza temperaturas máximas en verano de hasta 45 grados.»

    O sea, como en Montenegro… pero sin terremotos.

  2. Pingback: Yugoslavia 1990: Anatomía de la patada de Boban

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