A veces se muere alguien que no recordabas si seguía vivo, y entonces es como si muriera dos veces, porque lo añorabas antes y lo vas a añorar a partir de hoy. Una sensación rarísima, una de esas que trae tristeza tenue, sonrisa de amargor… Eso ocurre, sí, con Gerben Karstens.
Gerben Karstens (Voorburg, 1942-Dongen, 2022) era un cachito importante de este rollo ciclista. Superviviente de tiempos distintos, de una época donde (casi) todo resultaba más fácil, más relajado, más divertido. Bueno, todo menos dar pedales, porque distancias, condiciones y perfiles provocarían hoy plantes en el pelotón como está mandado. Pero bueno, qué importan las etapas de ocho horas si a cambio tenemos carcajadas, ¿no? Y Karstens tuvo (provocó) muchas.
Para que se hagan una idea… cuando Gerben debuta en pros aún compite Federico Martín Bahamontes, y cuando da sus últimas pedaladas comparte grupo con Marino Lejarreta. Vamos, que años y vivencias a paladas. Uno de esos ciclistas de los que se acuerda tu padre y tu abuelo. Sí, yo vi a Kartens ganando en Santander, te dicen, y a ti todo eso te suena a maravillas, te suena a mundos diferentes, te suena a patillas gordas, pantalones acampanaos y serrín en un suelo que huele a vino blanco…
De primeras, Gerben Karstens es un palmarés de purpurina, con brillos psicodélicos y mucho floripondio ante las cámaras de prensa. Vamos, que le mereció dedicarse a esto. Ganó etapas en las tres Grandes Vueltas (seis en Francia, una por Italia, coto de caza español con catorce), trincó parciales aquí y allá, se quedó cerquita en San Remo (segundo en 1970), en Lombardía (segundo en 1965), en Wevelgem o Amstel. Fue, también, capeón olímpico allá por 1964. Cien kilómetros contrarreloj, junto a Evert Dolman, Bart Zoet o Jan Pieterse. Segundos los italianos, tercera quedó Suecia con la familia Pettersson casi al copo (faltó Tomas). Y si miras equipos… es que mitos por doquier. Televizer, Peugeot-BP, Rokado, Bic, Gitane-Campagnolo, Ti-Raleigh. También estuvo un añuco en el Goudsmit-Hoff, una escuadra tan a-co-jo-nan-te que se llamaba, a veces, Caballero. Ahí, como el ponche, tú…
Sobre la bici… pues esprínter. Velocista. Igual no el más rápido de todos, sí uno de los más potentes. El clásico que te gana cuando llegan grupos no tan grandes, que arranca a dos kilometritos y ya lo ves en meta. Lo hizo en los Campos Elíseos, sí, en aquel Tour que ganó van Impe. Maillot de Peter Post, Freddy Maertens al fondo mirando con cara de mala hostia, brazos abiertos, expresión de felicidad para Gerben. No es su mejor triunfo, pero quizá sea su más bonita foto…
Ocurre que Karstens tiene sustancia superior a su palmarés. En uno y otro sentido, oigan. Para lo bueno y para lo menos. Ciclismo en estado puro.
Porque a Karstens le decían “El Payaso del Pelotón”. De Clown. Bueno, también The Karst, que queda mucho más geológico, pero tiene un recorrido así como pobre. Y “El Notario” o “el hijo del Notario”, porque cuando en la familia se ha sacado oposición dura pues hay que fardar, supongo. Pero lo de payaso… ojo, hablamos de un sitio donde han pacido elementos como Bahamontes, como Kübler, Virenque o Voeckler. Antiguos y modernos, porque el histrionismo no entiende de épocas (ni de épica).
Lo de Karstens era pelín diferente. Este quería solo hacer el ganso. No es poca cosa, uno de los objetivos más nobles que conozco en la vida. Así que… a divertirse. Dicen que durante cierta etapa se escapó hasta que el pelotón lo pierde de vista… y entonces fue a la cuneta con bici y todo, se esconde entre matas y vuelve a pedalear por detrás del gran grupo, que seguía a toda leche, metiendo zapatazos, persiguiéndolo. Qué risas.
(Algo parecido hizo Fede, por cierto, en su último Tour, ese de 1965 que terminó ganando el muchachuelo Gimondi. Fue subiendo Aspet. Bahamontes coronó Tourmalet, su Tourmalet, solo veinticuatro horas antes en penúltimo lugar. Así que preparó un golpe póstumo de genio y chifladez. Ataque loquísimo nada más empezar, agilidad furiosa retornando, un águila sobre Pyrene. Pero no. Sin llegar arriba el gran lunático se mete entre brezos y bardales. Agachado, que nadie pueda verlo. Fue su final en la Grande Boucle)
De él, de Gerben, dijo Joseph Bruyère que era el corredor más loco de todos con los que compartió pelotón. Que por las noches, en los comunicados de los jueces, casi siempre aparecía su nombre bajo el título “comportamiento incorrecto”.
Otra vez se puso una máscara de chimpancé y rodó un ratito así. En mitad del pelotón, añadimos. Junto a Merckx. Junto al Merckx de 1975, ese que se había roto la mandíbula. Imaginen foto… el más grande de todos los tiempos con su ecce hominidad a cuestas y un tío disfrazado de chimpancé… También hacía acrobacias. Pedalear con el rostro mirando a la rueda trasera, culo sobre la potencia. O acelerar hasta un campo lleno de girasoles y correr entre ellos, asomando testa, mientras los otros forzados (un poco menos forzados) miraban riéndose. O aquella vez que sprinta, echa pie a tierra, deja la bici cruzada en mitad del camino, espera al pelotón con brazos abiertos, como si pudiera detenerlos a todos con la misma mueca de su expresión.
Recoge conos de tráfico y se los calza a modo de sombrero, entra en cafeterías y pide copas de champán (entra en cafeterías durante las etapas, vestido de ciclista, su máquina bien aparcadita fuera), va en mitad del grupo con un paraguas abierto, lee el periódico mientras dirige su bici con un pie sobre el manillar. O, bufonada de bufonadas, cuando en 1975 sube a los hombros de Eddy Peelmans, belga gigantesco. Pedalean así durante un buen rato (Karstens azotando a su montura con la gorra, para que fuese completa imagen), y todos ríen, y aquello tiene gracia, pero gracia regular, porque pueden liar una bien gorda, que no es manera de faire du vélo, no es manera. Cuentan que si los jueces querían expulsarlos, que si el mismo Merckx hubo de intervenir, oigan, no vengan a jodernos, estamos tres semanas de fatiga en otra, déjennos reír a ratitos….
Tampoco era Karstens uno de esos que guardan para sí sus pensamientos, ejem. Bocazas. Barbaridades, tacos. A veces, incluso, con justificación. Kees Pellenaars fue su director en el equipo TeleVizier-Batavus. Aquello… dictadura. No me jodas, pero si los chicos hacen hasta las tareas del hogar al director. Que si córtame el césped, que si pinta esta pared. En fin, hoy nos parece una locura, pero en tiempos… Todo guay, hasta que cruzas ojillos con el vástago de un notario. No, mire, míster, el menda ni de coña va a hacer eso, yo vine a pedalear (esto es dramatización). Y, además, es usted un mentiroso, un sinvergüenza y un gilipollas (esto, al parecer, sucedió así).
Sin ti ya no queda nada de qué reírse, decía Kneteman tras su retirada. Pero eso era por el pelotón, porque a Gerben… En fin, que le siguió durando. El espíritu travieso, digo, la transgresión continua. En 1985, por ejemplo, cuando participa piratescamente en una carrera de patinaje sobre hielo, la Elfstedentocht. Se coló allí a mitad de prueba, más o menos por Sloten, llevando el dorsal 85. El dorsal 85 lo había llevado en el Tour de Francia y todavía andaba por casa, así que… Ah, había otro número 85, evidentemente, y se llamaba Tjeerd Uitterdijk, acabó en el puesto trigésimo tercero…. La cosa es que entre que quien tuvo retuvo y que se había integrado tarde en la competencia pues… grupo de cabeza. Y allí lo reconocen. Oye, tú eres… Él sonreía, índice sobre los labios, ssshhhhhh, no digas nada. Y todos se echaban a reír, porque seguía siendo De Clown.
(Lo de aquella vez que se sacó el miembro viril y lo puso sobre la barra de un hotel francés para solicitar que lo atendieran rápido, hasta que no tenga mi birra aquí delante no me la meto en el pantalón, mejor ni lo contamos).
Y luego está lo otro. Lo otro. Lo innombrable, el veneno que llega, el que siempre está. Desde Astérix en los Juegos Olímpicos, aproximadamente. Doping. Y Gerben también tiene historietas con eso. La de 1974, por ejemplo, cuando viste el amarillo de forma rocambolesca. Cuarta etapa, hace segundo en meta, va tercero de la general. Solo que, mira tú, se le pasa lo de ir al antidopaje. A ver, tienes un montón de cosas en mente y, oye, como para acordarte de todo. Así que… diez minutitos de sanción, cae hasta el fondo de la lista. Sucede que al día siguiente le retiran la sanción porque, joder, no vas a exigirle a un corredor profesional que se presente siempre a los sitios. Nosotros somos estrellas de rock, tíos locos, celebridades, dictamos y hacemos. Así que… fuera diez minutos, resto las bonis, sumo una, quito otra, me llevo tres y… líder. Líder. Pero cómo es eso de líder, oiga. Pues mire, porque nos ha venido un periodista neerlandés con cierta grabación casera de la etapa que terminó en Plymouth, la segunda, esa que ganó Henk Poppe, y vemos que se nos pasaron algunos sprints del tal Karstens. Vamos, que restó segundos y, claro, echadas bien las cuentas, se nos pone de amarillo… Menuda montaña rusa, oigan.
Ya ven, fruslerías.
No fueron las únicas. Hasta en otras dos ocasiones nuestro colega Gerben tuvo problemas con los médicos. En 1969, Giro de Lombardía. Qué victoria tan guapa, que cuca quedará en mi palmarés. Y menuda concurrencia… Monséré, van Springel, Bitossi, Vandenboscche, Poulidor, Pintens… a todos ellos se los cepilla Karstens en el Estadio Sinigaglia de Como. Sucede que, en fin, una miaja, un yo qué sé, una chorraduca… que el tío ha cambiado su orina por la de Jan Leijs, su soigneur, para el tema del antidoping. Ya ves, lo típico que tienes dos frascos con orina y no sabes de quién es cada cual. A ver, la cosa va bien, ningún problema, todos tranquilos. Hasta que sale positivo el asunto. Hombre, no me jodas, «¿Tu quoque, fili mi?» Sí, amiguitos, Leijs tampoco pudo pasar el antidopaje, porque él también comía lacasitos. Qué mundo este. Descalificado y victoria para Jean-Pierre, estrella fugaz, desgracia en ciernes.
Le pasó algo parecido a Gerben en 1974. Por París-Tours, que también ganó, que tampoco está en su palmarés. “Intento de fraude”, fue la explicación oficial. Positivo, victoria para Francesco Moser. Positivo Karstens, victoria para Moser…
Tres fallitos, no está mal.
Claro que era anterior. El abuso de… cosas, digo. Lo recuerda el magazine neerlandés De Muur en su necrológica sobre Karstens. Que la noticia sale el 3 de abril, año 1969, periódico Sport Expres. Portada: «El drama de Karstens». Subtítulo: “Una triste advertencia sobre la droga”. Así, sin paños calientes. Contaban que Karstens fue ingresado en el Hospital Psiquiátrico Endegeest de Oegstgeest. Que llevaba tres semanas allí. Que desde el Tour de 1967 Karstens tenía un comportamiento… peculiar. Errático. Unos aficionados se lo encontraron en los vestuarios de cierto velódromo durante cierto critérium. Sin ropa. Sin sentido. Lo zarandean, lo despiertan. Gerben mira con ojos de vidrio. ¿Desmayado? Qué va, ¿no has visto cómo quedé segundo? La carrera estaba disputándose en ese momento…
Otros hablaban sobre su mirar, dijeron que ya nunca entrenaba con la bici. Sport Expres lo tiene claro. «El adorado ciclista ha pagado el peaje de la droga a los veintisiete años. Misteriosas píldoras y gotas a las que, poco a poco, se ha hecho adicto, y de las que toma cantidades cada vez mayores, sólo para mantenerse en cabeza del pelotón». Era sensacionalista a tope, sin duda, y tampoco muy riguroso (para cuando aparece el reportaje Karstens ya está en casa y entrena con regularidad). El corredor, de hecho, llevó el caso hasta los Tribunales. Juicio en Breda, representado por un tal Lap. Declaración del psiquiatra que trató a Gerben. Es un caso cotidiano, ninguna relación con el dopaje, «Gerben fue brevemente incapaz de hacer frente a las dificultades, que, por cierto, se encuentran en muchas personalidades que viven bajo estrés».
Sentencia, Gerben no quiere pasta, quiere rectificaciones, que rehabiliten su hidalguía. De Vrijbuiter, editor del Sport Expres, traga sapos y se echa a ello. No fueron las drogas, no. Hay depresión, sí, más allá de las drogas. Es lo que Karstens llamaba su “tiempo podrido”. Que puede atacar a todos. Comediante o no, Karstens dejó de respirar el ocho de octubre de este 2022. Esa misma tarde llegó a Como el Giro de Lombardía. El que ganó y no consta, la lágrima desdibujada sobre el rostro del payaso…