Hay viajes soñados que consisten en seguir los pasos de Frodo y los demás en la Tierra Media. Hay quien sueña con coleccionar fotos de cada torii de Japón, de cada ángulo de la Torre Eiffel o quien simplemente quiere viajar para comer lasaña, pizza o helado. O sombrilla y flamenco inflable para disfrutar de la playa. Pero el turismo también consiste en recordar a quien nos hizo feliz una vez. Homenajear a aquellos que nos dejaron grandes obras, grandes momentos… Llenar de besos la tumba de Oscar Wilde o de libros la de Cortázar. También los deportistas siguen siendo parada obligatoria cuando visitamos un cementerio, una nueva ciudad. El necroturismo es el turismo de cementerios para quien basa sus vacaciones en ello. Otros, simplemente, hacen una parada en el viaje. Son los que quieren agradecer a los que hicieron su vida más llevadera, más intensa, más emocionante, más feliz.
Visitar a los que ya no están es una forma de rendir homenaje, de dar las gracias, un «yo estoy aquí» cuando ya todos se han ido. Père-Lachaise o Montparnasse son paradas obligatorias para quien visita París como lo es La Recoleta en Buenos Aires. Paseos entre tumbas de quienes marcaron un antes y un después en la literatura, las artes. O el deporte.
Visitamos las pirámides en Egipto para recordar a aquellos que fueron. Visitamos panteones en Europa, en París y Roma, para recordar a los muertos que fueron. Héroes de siglos pasados que hoy ocupan un lugar imprescindible en nuestro itinerario de viaje como un monumento más, como parte del arte que consideramos que no podemos perdernos. Pero las últimas páginas del libro de historia están también llenas de personajes que merecen una visita, una esquina doblada en la guía de ese viaje que vas a hacer. Héroes mucho más recientes a los que pudiste ver o admirar en vida. Héroes de este siglo a los que visitamos como un ritual vikingo en el que cambiar el arma para entrar al Valhala por los guantes de boxeo que te asegurarán que allá donde estés también hay un ring en el que pelear.
Flores, regalos, banderas y homenaje a quienes hicieron historia en el deporte y cuyos restos descansan hoy en tumbas que son un punto más señalado en el mapa de la vacaciones, una visita obligada junto a cualquier otro monumento. Una visita imprescindible para dar las gracias por ese gol, por ese combate, por esa canasta que nos hizo amar el deporte y creer en él.
«Servir a los otros es la renta que pagas por tu habitación en el cielo», se lee en la tumba de Muhammad Ali. En el Cave Hill Cementery de Louisville descansa, desde junio de 2016, el rey del boxeo. Sobre la tumba del que fue héroe dentro del ring, pero, sobre todo, fuera de él. Su lucha incansable contra la guerra y contra el racismo lo convirtieron en un ídolo, en un emblema. Servir a los demás en vida para que hoy sean otros los que sirvan y surtan de regalos su tumba. Los ingredientes de una receta para convertirte en quien no deja de recibir visitas y regalos de todas partes del mundo. Los ingredientes, en verso, de una receta de quien no dejó de servir en vida a las causas justas y a quien hoy hacen justicia cientos de visitantes cada semana.
Tomó unas copas de amor.
Tomó una cucharada de paciencia,
Una cucharadita de generosidad,
Una pinta de amabilidad.
Tomó un litro de risa,
Una pizca de preocupación.
Y luego, mezcló la voluntad con la felicidad.
Agregó mucha fe,
Y lo revolvió bien.
Luego lo extendió a lo largo de toda una vida,
Y se lo sirvió a todas y cada una de las personas que conoció.
Mucho más escueto su rival en uno de los combates que aún guardan en sus archivos los amantes del boxeo. Sonny Liston, enterrado en el Paradise Memorial Gardens de Scottsdale no necesita poemas que resuman su paso por el ring, su paso por la vida. Le bastan dos palabras para el punto final: A man. Un hombre.
Hay quien necesita aún menos palabras para resumir sus logros, sus éxitos, los motivos que convierten sus restos en una parada obligatoria en tu viaje a otro país. Ocurre con la tumba de Jesse Owens. El atleta de récords mundiales y lucha contra el racismo murió en 1980 y sus restos están en el cementerio de Oak Woods de Chicago. En su tumba, una inscripción «Olympic Champion» a la que acompañan, a ambos lados, los aros olímpicos.
Entre las que merecen una foto en el álbum de los amantes del fútbol, el mausoleo de Valentín Bubukin. Lejos de la simpleza de otras, el campeón de la Eurocopa de 1960 está enterrado en un mausoleo en el que hay dibujado un estadio de fútbol, una bota, un balón. Y, muy cerca, Lev Yashin. El mítico portero ruso de lado y con el balón en las manos en la estatua que acompaña a sus restos en Moscú y que sigue siendo lugar de peregrinaje para los fanáticos del fútbol, para los nostálgicos del balón.
Pero no todos pueden ser visitados. Para algunos, los homenajes se hacen desde lejos, al otro lado del a puerta de un cementerio que no admite visitas. Pasa en el Jardín de Bella Vista de Buenos Aires. Donde «descansa Dios», según reza un mural a su entrada. Un cementerio privado que no admite visitas, donde está enterrado Diego Armando Maradona. Sus fieles se quedan a las puertas, con murales y pinturas en su honor. Dentro, una tumba discreta y casi sin flores en un cementerio que custodia Hugo Gómez, cuidador del lugar desde hace años, contaba Gómez a La Nación que es capaz de reconocer las caras de todos los familiares y dejar que solo sean estos los que pasen a cuidar las tumbas, a llevar las flores. Y allí, en un lugar pensado únicamente para la intimidad de quien estuvo cerca en vida, descansa «El Diego».
Otras, sin embargo, quedan en el olvido pese a haber firmado una página en la historia de los cambios, del deporte. Muchas de las mujeres que cambiaron el deporte y desafiaron la igualdad en la pista yacen hoy en tumbas pequeñas y humildes. No hay grandes visitas, información o recordatorios para Lucy Harris, jugadora de la NBA; o para Alice Coachman, la primera mujer negra en ganar un oro olímpico
No solo los humanos merecen homenajes tras la muerte. No es un hombre ni mujer el que descansa sino un caballo. No uno cualquiera sino uno que logró batir récords. El caballo de carreras Man O’War también recibe visitantes donde está enterrado. Un animal de récords que marcó la historia y cuyos restos ahora se acompañan de una estatua de bronce en el Kentucky Horse Park de Lexington.
Y como ellos, tantos. Robert Enke en el cementerio Empede o Raymond Kopa en el cementerio de L’Ouest en Angers. Ferenc Puskas en la Basílica de San Esteban, parada obligatoria en Budapest. Y mucho más cerca, muchos más… Leyendas del madridismo como Alfredo Di Stefano (en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena) o Santiago Bernabéu (en el cementerio de Almansa en Albacete) Antonio Puerta en el de San Fernando de Sevilla, Juanito en el de Fuengirola de Málaga o Enrique Castro «Quini» en el de La Carriona de Avilés.
Vidas llenas de éxitos y hoy muertes que siguen llenando álbumes. No olvidar cuando se acaba la vida sino todo lo contrario. Como Pixar recordaba en Coco: festejar quiénes fueron incluso cuando ya no están. Celebrar, dedicar, regalar. Obsequios para agradecer aquel oro olímpico, aquel adelantamiento, aquel trofeo que nos pegó a la radio hasta el final. Las flores no son lo único que queremos enviar a quienes nos hicieron vibrar. Bolas y bates de beisbol en la tumba de Babe Ruth; fotos y bicicletas sobre la de Marco Pantani en el Cimetero di Cesenatico; fotos y flores y coronas también sobre la tumba de Ayrton Senna en el cementerio de Morumbi en Sao Paulo. Regalos tras la muerte para agradecer lo logrado en la vida, un antes y un después en el deporte, pero también en los que pudieron disfrutar al otro lado y hoy no se cansan de decir «gracias».