Uno de los mayores predicadores de todos los tiempos, Charles Spurgeon, lo sabía todo sobre Dios, pero quizá con lo que más acertado estuvo fue opinando sobre la natación, de la que dijo: «Nadar es como volar en el agua; es salud para el cuerpo, paz para la mente y gozo para el espíritu». Es difícil no estar de acuerdo, se profese la religión que se profese.
Como prueba, el libro El nadador como héroe (Siruela, 2023), de Charles Prawson, donde se trata esta actividad desde los tiempos remotos hasta nuestros días. Por ejemplo, en Roma y Grecia cuenta que nadar llegó a ser algo más que un pasatiempo o un deporte, sino que tuvo un simbolismo cultural, incluso ritual. Los griegos, de entrada, consideraban que el agua era sagrada: «creían que el mero hecho de verla y oírla tenía la capacidad de restituir la salud y la vitalidad».
Por eso, la natación estaba presente en la educación de los jóvenes. Plinio el Viejo menciona cómo los griegos aprendían a nadar utilizando una tira de corcho para mantenerse a flote, lo que vendría a ser la burbuja que llevaron tantos niños en los 80 y que ahora se ven menos. Además, en las sagas griegas, héroes como Heracles y Odiseo mostraban su destreza en el agua como prueba de su valentía y adaptabilidad.
Los romanos, como con tantos otros conocimientos helénicos, heredaron esta pasión por el agua. Los soldados romanos, por ejemplo, realizaban entrenamientos en el río Tíber para fortalecer, sobre todo, su resistencia. En Roma, las piscinas y fuentes se convirtieron en símbolos de poder y civilización.
Durante la Edad Media, la natación no tuvo un papel tan importante en la cultura, pero pronto fue recuperado con el Renacimiento. En el capítulo sobre Alemania, Prawson explica que entre los siglos XVIII y XIX, los movimientos románticos y filosóficos de la época le dieron un significado que iba más allá de lo físico. El acto de nadar se percibía como una experiencia que conectaba al individuo con la naturaleza y con aspectos espirituales y emocionales.
Para los románticos, la natación una expresión de armonía entre el ser humano y el mundo natural. Como escribe Prawson, «la natación atraía a los individualistas que habitaban su propio universo mental», lo que la convertía en una actividad ideal para el espíritu introspectivo y contemplativo del romanticismo. El héroe, el modelo de ese momento, con su exquisita sensibilidad, se metía en el agua y daba brazadas para encontrarse a sí mismo.
Figuras clave del romanticismo alemán, como Hölderlin, también reflejaron esta visión en sus obras. Este autor, que buscaba devolver a la humanidad el sentido sagrado de la naturaleza, encontraba en el agua una fuente de inspiración poética y filosófica. Se cuenta que el poeta rendía homenaje a las deidades griegas en estanques ornamentales, recordando un pasado en que «el agua era un elemento sagrado». En sus poemas el agua estaba asociada al paso del tiempo –ahí no era muy original- pero nadar era una inmersión en lo trascendental, una forma de entrar en contacto con lo eterno y lo sublime.
Además, era una vía de escape. Los románticos reaccionaban ante el incipiente capitalismo y la naciente industria, que estaba trasformando el mundo en sociedades urbanas. Sentían nostalgia de un campo en el que, generalmente, no habían puesto un pie y elogiaban la natación como una forma de «cultivar la imaginación», dice la obra, que permitía escapar a un universo mental alejado de las restricciones de la vida moderna.
En este punto, cabe citar a Lord Byron, para quien nadar era «su refugio, su escenario de batalla contra las normas sociales y las limitaciones humanas». Y surgió una obsesión, nadar contra la corriente, para Nietzsche era una señal de heroísmo no exento de riesgos, si fracasabas, decía el filósofo alemán, no es que no lograras ir hacia delante, es que te ibas hacia atrás.
No dejaba de ser una metáfora para explicar su pensamiento, pero para los románticos, dice esta obra, «nadar contra la corriente, enfrentarse al frío y la inmensidad del agua, era un acto que encarnaba los ideales románticos de coraje e independencia», pero para Byron, «la sensación de flotar y luchar en el agua proporcionaba un sentimiento de libertad que era difícil de encontrar en tierra firme».
En Estados Unidos, el autor ha encontrado que la natación está perfectamente insertada en el que ha sido el espíritu que ha movilizado esa nación durante décadas: el sueño americano. Según dice, «los estadounidenses ven la natación como un camino hacia el progreso individual y colectivo». Los nadadores se entrenaban para alcanzar no solo una forma física perfecta, sino también una mentalidad resistente: «Nadar en aguas abiertas era visto como un acto de coraje, una prueba de carácter»
También se vio su capacidad técnica. A la escuela estadounidense se deben grandes avances en los entrenamientos y en la competición: «los entrenadores estadounidenses revolucionaron el deporte, implementando nuevos enfoques que reducían los tiempos y mejoraban la eficiencia». El mar, los lagos y las piscinas simbolizaban un espacio de libertad para los estadounidenses. «El agua se transformó en un refugio donde uno podía soñar y aspirar a algo mejor», escribe.
Sin embargo, es Japón quien más ha podido aportar a la natación global. El estilo crol, que fue observado en los aborígenes australianos y los habitantes de las Islas Salomón, fue perfeccionado por los japoneses durante los años 20 y 30 con técnicas que establecieron un nuevo estándar. El crol japonés «proporcionó una eficiencia y una velocidad sin precedentes». Lo adoptaron todos los nadadores del mundo.
La cultura japonesa también aportó una perspectiva filosófica única a la natación. Basada en principios como la armonía y el equilibrio, esta visión se tradujo en un enfoque disciplinado y respetuoso hacia el deporte. «Nadar era más que un ejercicio físico; era un camino hacia el autodescubrimiento y la excelencia personal». De hecho, Prawson considera que «Japón no solo transformó la forma en que nadamos, sino también cómo pensamos sobre la relación entre el cuerpo y el agua».
El dominio de los nadadores japoneses en competencias internacionales consolidó su reputación como innovadores y líderes en el deporte. Durante la «década japonesa», los atletas de este país rompieron numerosos récords mundiales y olímpicos, «sus movimientos eran como los de un pez, suaves y precisos», cita. Hasta el punto de que «los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1932 fueron el escenario donde Japón demostró su supremacía». Lograron varias medallas de oro y establecieron nuevas marcas.
No obstante, el autor tiene predilección por los ingleses, a los que dedica varios capítulos. Está especialmente fascinado con el siglo XIX, cuando los británicos se convirtieron en líderes mundiales en natación. Londres era considerada «la capital de la natación mundial». La ciudad contaba con «seis piscinas permanentes» y durante el verano «se amarraban unas piscinas flotantes a los puentes de Waterloo y Westminster». Además, los eventos acuáticos se extendieron a ciudades costeras y ríos, donde las competiciones atraían multitudes. Estas galas no solo fomentaban la práctica del deporte, sino que acabaron convirtiéndose en un verdadero espectáculo precursor del deporte moderno.
Muchos pensadores se espantaron ante esa forma de entretenimiento, miles de personas, de forma pasiva, asistiendo al show que daban otras sujetos haciendo deporte. Con la natación fue doblemente grave, porque se veía carne. Tuvo que ser una actividad regulada socialmente. «Todo el mundo nadaba desnudo, hasta que la popularidad de la natación llegó a su momento álgido», explica. Fue entonces cuando se introdujeron normas que imponían el uso de trajes de baño. Los hombres debían usar calzones largos, mientras que las mujeres vestían trajes de baño con faldas.
La mayoría de los grandes nadadores provenían del norte de Inglaterra, una región donde «nadaban en lagos helados y en embalses, y en piscinas oscuras y mugrientas». Estas condiciones adversas no solo fortalecieron su resistencia física, sino también una capacidad para competir sobrehumana.
De esta manera, no tardó en llegar el chovinismo. Un tratado de la época afirmaba que «no existe ejemplo de extranjero alguno, civilizado o incivilizado, cuyos logros en el agua superen a los de los británicos». Sin embargo, antes de que llegara el crol a sus aguas, los ingleses nadaban a braza. Fue el estilo predominante en Inglaterra durante gran parte del siglo XIX. Este estilo, considerado «grácil y elegante», reemplazó al estilo «a perrito» que había sido común en siglos anteriores.
Cuando llegaron los primeros estilos aborígenes, en este caso de nativos del Orinoco, en el que la brazada se realizaba por encima de la cabeza, hubo drama. Había especialistas que consideraban que eso era un insulto, una degradación de la elegancia del estilo braza. Consideraban que era una forma de nadar «tramposa», pero cuando lo que llegó fue el crol de Australia se acabó imponiendo, fascinó a todo Londres.
Sin embargo, de forma autóctona, lo que se desarrolló fue el estilo Eton. Nació en el seno de las prestigiosas instituciones educativas británicas. Como se cita en la obra, «Eton, cuna de tantas tradiciones británicas, también marcó el desarrollo de un estilo de natación que reflejaba los valores de disciplina y elegancia».
El estilo Eton se distinguía por su técnica metódica y refinada, diseñada para maximizar la eficiencia y la resistencia. «La brazada era larga y pausada, con un movimiento deliberado que buscaba armonizar el esfuerzo con la elegancia», señala. Este enfoque reflejaba los ideales de la educación victoriana, donde la apariencia y el comportamiento eran tan importantes como los logros físicos. Quedaban muchos años aún para Terry Butcher y los hooligans.
De hecho, escribe: «Solo aquellos que pertenecían a los círculos más privilegiados tenían acceso a los recursos y las instalaciones necesarias para practicar el estilo Eton». Estaba asociado al estatus social. En cambio, las virtudes de la natación eran universales. «El entrenamiento solitario del nadador inducía a un estado reflexivo», asegura. Era algo más cercano incluso a la meditación.
No por casualidad, ahora se recomienda para cualquier problema mental, desde la ansiedad y el estrés cotidiano a las adicciones más oscuras. Pero también es la mejor manera de mantener la columna vertebral erguida y todos los músculos tonificados, puesto que es la única actividad que requiere ponerlos a todos en acción.