Comenzaré con una confesión: no sé a cuantos partidos he ido a ver al Rayo Vallecano. Si pudiera volver atrás, quizá comenzaría con un Excel en el que anotaría onces iniciales, goleadores y resultados. Como uno ya peina canas, el documento en cuestión pasaría con mucho de los mil encuentros (¿alguien ha dicho mil quinientos?) y ahora podría volver a él cada vez que me invadiera la nostalgia.
Pero no nos engañemos, el hábito hubiera durado unas semanas, meses siendo optimista, y me hubiera olvidado de la labor. Así me pasó con los recortes de los partidos o mi colección de entradas. Un poco como esas parejas de verano que se separan, juran escribirse todos los días pero ven con amargura como las cartas se distancian cada vez más en el tiempo y cuando vuelven a verse un año después se han convertido en dos extraños.
Además, este deporte no puede resumirse en cuadrículas de Excel. El fútbol son sentimientos, enfados, emociones. Lágrimas y risas. A veces, todo junto.
Aunque no pueda poner cifras al número de partidos, sí que recuerdo con nitidez los que más me han emocionado. Uno fue el del gol de Onésimo ante el Real Mallorca aquel 1 de junio de 1996 en una promoción a cara de perro que dejó al equipo en Primera División después de recoger un pase de Antonio Calderón y clavar una excepcional vaselina por la escuadra de Kike.
Por eso, volver a revivir esta historia, hacerlo de la mano de sus protagonistas y conocer los detalles de la mano de Maite Martín en su «100 historias de un Rayo centenario» me hizo viajar en el tiempo y sentirme con casi treinta años menos. Como aquel chaval que todavía iba al instituto, soñaba con ser periodista para hablar de su equipo y tenía como mayor preocupación ir a El Chapandaz a beber leche de pantera.
Era Paul Auster el que decía que «Envejecemos, pero no cambiamos. Nos volvemos más sofisticados, pero en el fondo seguimos pareciéndonos a nosotros mismos jóvenes, ansiosos por escuchar la siguiente historia y la siguiente y la siguiente».
No es necesario acumular títulos para hacer felices a los aficionados. No es el Rayo Vallecano un equipo que brille por sus trofeos, aunque los hay, pues años antes de que el femenino desfilara por Europa después de haber reinado en nuestra Liga, el equipo de beisbol del Rayo era coronado campeón de la Liga Nacional en 1970.
Y ese es el gran mérito de Maite Martín en este libro: acercar a los rayistas aquellos momentos que marcaron la historia de una entidad ahora centenaria y ponerlos al alcance de la mano. Recordar es volver a vivir. Y echar la vista atrás también debe servir para no repetir errores pretéritos.
La autora conoció al Rayo Vallecano siendo una renacuaja cuando su hermano la llevaba al Román Valero. El enamoramiento fue instantáneo. Era la época en la que el equipo no tenía un sitio fijo para entrenar y había que peregrinar por los distintos estadios de la Comunidad. José Antonio Camacho era el entrenador y Paco Jémez tenía melena. ¡Casi nada! Esa niña cumplía su sueño años más tarde, se convertía en periodista y en la temporada 2006/2007 escribía su primera crónica para el diario As cuando el equipo zozobraba en Segunda División B.
Desde entonces, Maite ha estado presente para contar de primera mano todo lo que ha pasado en la entidad. Felices ascensos y dolorosos descensos. Agónicas salvaciones y soñar con una final de Copa del Rey. Nadie mejor que ella conoce el club y sus protagonistas.
Saltando por las páginas de la obra podemos revivir aquellos inolvidables hitos, el paseo por la copa de la UEFA, el inolvidable tanto de Raúl Tamudo ante el Granada que evitó la desaparición o aquellos años de vino y rosas del femenino. Pero también nos encontramos el incomprensible descenso a los infiernos de la sección más laureada, el proyecto fallido del Rayo Oklahoma o el fichaje de Roman Zozulya, que la masa social logró tumbar sobre la bocina.
De historias que emocionan como la del mítico Matagigantes a anécdotas desconocidas como la de Pep Munné, el actor de «La casa de papel» que jugó en el Rayo Vallecano o cuando el actor vallecano Adrián Lastra estuvo cerca de entrar en Ska-P. También otras que sorprenderán al lector, caso de la recomendación de Cota a Raúl Martín Presa para el banquillo cuando el presidente buscaba entrenador allá por 2017: «Fui directo. Mete a Míchel. El equipo está muerto, no hay tiempo y él es la persona adecuada».
Años antes, cuando el por aquel entonces capitán e historia viva del club vio desde el banquillo el debut de la Franja en Europa por una incomprensible decisión de Juande Ramos, fue el extremo, el nieto de la María, el que se cruzó medio campo para celebrar con él el primer tanto en competición continental del equipo que los vio nacer.
Sería injusto hablar de un solo protagonista en este libro, pues en el devenir de las páginas nos encontramos a todos los que han vertebrado la historia de esta entidad. De la creación en casa de Prudencia Priego a la resiliencia de Isi Palazón para triunfar en la elite.
Del museo del histórico socio Rafael Garrido a las anécdotas de Ramón López, el conductor del autobús con más de 300.000 kilómetros a sus espaldas. Porque la historia del Rayo es la de Peñalva, Morena, Potele o Felines, pero también la del cazatalentos Juampe, que estuvo a punto de fichar a Raúl González Blanco e inolvidable por su generosidad y simpatía con todos los que le rodeaban.
Sin olvidar a Alberto Leva, presidente de la Peña Rayista Piti, que se enteró que iba a ser padre en el descanso de un partido en Zamora apenas tres meses después de perder a un bebé, o Francisco Caro, socio número uno que fallecía meses atrás después de toda una vida de amor a unos colores. Eso es Vallecas.
Pero lo mejor está por llegar. «Por fantasear, alguna final de la Copa del Rey, que estuvimos a puntito de acariciarla. También que el Rayo masculino vuelva a jugar en Europa o que el femenino regresa a la Champions, aunque ahora mismo es una utopía, aunque, por soñar, me gustaría verlo ahí», apunta la autora para hablar de esas historias que todavía están por escribirse y le gustaría hacerlo. La más importante la tiene clara: «Que la gente vea al Rayo, su masculino, su femenino, y también la cantera, y se sienta orgullosa de su club».