Deja su coche, saca el ticket del parquímetro, nos saluda y sonríe de lejos. Su manera de caminar y presencia ya imponen. Jerónimo «Jero» García (Madrid, 1970) es Jero para todos; por decisión propia y por decisión del pueblo soberano. Viene de verde oscuro, chándal y el pelo alborotado. Lleva entrenando a la gente desde las diez de la mañana. Va para doce horas desde que arrancó la jornada laboral de hoy. Este boxeador, promotor, preparador y mentor porta con sumo orgullo el sello de haber nacido en una zona de Madrid en la que nunca se sabe con certeza cuánto duran las cosas.
Hace cincuenta años era la urgencia de sobrevivir en la España que salía de un pozo de subdesarrollo. Hoy la duda es reconocer la esencia de la ciudad misma, porque los mercados inmobiliarios aprietan y desplazan a los menos fuertes. La idea es sentarnos a hablar de boxeo porque el relato de un gran boxeador nos puso en contacto. Pero la educación de los más jóvenes se cruzará constantemente.
Jero combatió como profesional entre 1999 y 2003. En aquellos días las doce cuerdas eran un mundo relegado por la opinión pública a zonas de sombra. Él insiste que el boxeo es mucho más. De tal manera que después se ha dedicado a formar profesionales del cuadrilátero. Puede presumir de haber hecho carrera educando a personas para afrontar la vida a través del deporte.
Fue presentador de uno de los programas de televisión con más personalidad (Hermano Mayor), entrenador de boxeo y consejero para afrontar los golpes de nuestra existencia. Lo que le gusta es contar cosas. Jero habla como un sacamuelas, resulta muy cercano y se le percibe conocedor del peso de sus frases. Viene de un gimnasio en el que la gente se moldea, se forma, y nos encontramos con él en otro de estos lugares especiales. Es un local montado en los bajos de una calle estrecha de Madrid, en una barriada a la que se la comen las grandes construcciones. El objetivo de Begoña Rivas devora un modelo viejo conocido.
Cuando digo que voy a entrevistar a Jero, la gente de nuestra edad pregunta que a cuál, si al de los Ñu o al boxeador.
¡Bueno, los Ñu, madre mía, con Jose Carlos Molina! Aquella música de los Ñu que estaba basada en los Jethro Tull. La cantidad de horas que me he chupado escuchando al Molina, imagínate. Ten en cuenta que además yo era vecino de Rosendo en Carabanchel. Yo era un niño, me llamaban «el Pelos». Eso sí, Rosendo tiene más años que yo, pero lo que pasa es que yo empecé a salir muy pronto (risas).
Porque si habláramos de Jero el de los Chichos ya pasaríamos al mundo de las leyendas. Ser una leyenda, ¿es de lo mejor que te puede pasar o de lo peor?
Me la pela. Me da igual. No me considero nada. Es que ni se me pasa por la cabeza. Las leyendas son las personas que dejan legados. Y yo, el único legado que quiero dejar es el que deje a mis hijos. Y no me refiero sólo a los míos sino a todos los chavales que, en un momento dado, he podido ayudar a dar un cambio en sus vidas.
Quieras o no, tú eres una leyenda en una zona muy particular de Madrid. Naciste en el humilde barrio del Tercio del Terol en Carabanchel, en 1970. ¿Cómo se acomodaba un niño a vivir en ese Madrid?
Precisamente el otro día, en una entrevista, me preguntaban dónde volvería a vivir yo mi adolescencia. Si en ese Carabanchel de entonces o si en el de la actualidad. Y dije que sin ningún tipo de duda volvería a vivir los ochenta. Veo ahora a los niños un poco descarriados, pero no por su culpa sino por un clima provocado por la cultura de la sociedad y la poca formación de sus padres.
Eso me da mucho, mucho miedo y por eso, en parte, me dedico a divulgar. Quiero intentar acompañar a los niños por determinados caminos, a través del deporte o a través de ser padre. Yo me quedo con ese Carabanchel duro porque me hizo empezar el combate desde el primer asalto.
El recuerdo de Dum Dum Pacheco nos puso en contacto a ti y a mí. Así que tendremos que hablar de boxeo.
Pues hablemos, hablemos de ello. Te digo que necesitaría tres vidas para poder devolverle al boxeo todo lo que me ha dado. Me considero casado con este deporte.
Es de todos conocido que utilizaste el deporte en sus diferentes formas para canalizar un chorro de energía que te sobraba. Talento físico tú ya tenías, porque llegas a categoría preferente jugando al fútbol.
Y la Regional Preferente de esa época no era ninguna tontería.
Lateral leñero.
Ya sabes lo que se dice: o pasaba el balón o el tío. Los dos era imposible.
Un entrenador o profesor de educación física ya identificaría que ahí había energía y madera.
Se me han dado bien todos los deportes que he practicado. Se me sigue dando bien. En menos de un año estoy compitiendo en pádel. Y yo no había cogido una raqueta en mi vida. Eso es gracias al sexto superpoder que tengo, como lo llamo yo, el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) que desde bien pequeño me ha ayudado a calmar mis demonios.
De todas maneras algo te vinculaba al boxeo porque ibas con tu abuelo a presenciar peleas.
En esos años setenta, siendo yo un crío, mi abuelo me llevaba a ver las veladas que se organizaban todos los septiembres en las fiestas del Pardo (Madrid). Y ahí empecé a enamorarme de aquellos héroes sin camiseta que eran los boxeadores. Para mí eran mis gladiadores.
Fíjate que yo creo que pegarse creo que es uno de los tres deportes del pueblo, junto con correr y montar en bicicleta. Mencionas el boxeo y a la gente se le iluminan los ojos. Y esto se repite desde hace 3.000 años.
Es porque se juega a pelear. Al final el conflicto es inherente al ser humano. Y el jugar a la pelea es un conflicto en sí mismo. Y es una cosa que siempre nos llama la atención. Jugar a pelear conlleva muchas cosas a nivel emocional. No quiero decir que te pegues con alguien. Me refiero a jugar a pegar al aire.
Es algo que tenemos residual del instinto primario animal. Jugar a pelea lo hacen todos los animales y nosotros lo tenemos muy canalizado culturalmente. Pero al final hay una agresividad que llevamos dentro y que sale. Lo bueno del boxeo es que te canaliza la agresividad; Te regula la ira.
Pero aquí hay unas normas. Unos pesos. Un árbitro.
Entraríamos ya en saber la diferencia entre violencia y agresividad. La violencia es forzar a alguien. En el boxeo no forzamos a nadie. Al final la violencia no deja de ser una agresividad consciente. En el boxeo se abraza la agresividad, por supuesto, pero es una agresividad reglada, bajo unas normas. La utilizamos no para cometer, entre comillas, faltas o ilegalidades. La usamos para jugar con ella, para defendernos, pero siempre de una forma reglamentada.
Y hacerse mayor de edad encontrando esas normas puestas, ese objetivo, es fundamental.
Pero es que la agresividad, al igual que el conflicto, lo llevamos dentro. Vamos a ver. Nosotros, como seres humanos y por tanto animales, dentro tenemos agresividad de modo innato, instintivo. Esta agresividad surge cuando estás desangelado, cuando estás desesperado, cuando te sientes en peligro. Por tanto, cuanto más la podamos regular y canalizar, pues mucho mejor. Y el boxeo te ayuda a eso.
En los ochenta nos llamaban al servicio militar obligatorio como si fuéramos soldados de Napoleon o de Vietnam. Tu mili, ¿qué tal?
Fue dura porque me pasé arrestado toda la mili. Yo a los diez días me di cuenta que el boxeo era lo mío y como consecuencia les tocó meterme en un calabozo. Digamos que la primera vez que estuve entre rejas fue en la mili.
Hablábamos de reglas y, claro, en un cuartel había reglas por arbitrarias que fueran.
Es que en el cuartel entró un salvaje con el pelo largo, todavía no conocía el boxeo pero llegué para encontrarme con la disciplina, así, en la cara. Yo era un salvaje que iba en vespino sin camiseta para entrar en la mili y, a los diez días, con el pelo corto, me di cuenta que la vida no era lo que yo pensaba, no era lo que se vivía en el barrio.
El sur de Madrid de esos años en que toca trabajar de lo que sea era una lucha continua. Hasta oíste la detonación del atentado de Aluche de 1991 en la calle Camarena.
Curiosamente, conocí por primera vez, hace nada, a Irene Villa en la presentación del cortometraje de (Juan Manuel Montilla) El Langui. Estuve con ella, con David Marqués, director de cine, Santiago Segura, etcétera. Y hablando con ella me volvió esa imagen. Yo pasé con la furgoneta quince minutos antes del atentado por la calle Duquesa de Parcent. Había dejado el pan en la calle Camarena, y me dirigí a repartir al mercado de Caño Roto. Según estaba aparcado en el mercado fue cuando sentí la bomba. Me retumbó todo.
Y cuando otros estábamos mirando en qué trabajar, la responsabilidad te viene a llamar a la puerta. Eres padre con 22 años.
El primer KO de mi carrera. Se me quitó la tontería de golpe. Me gusta decir que el nacimiento de mi hija Azahara fue el KO que me salvó la vida. Y cada vez que pasa más tiempo me doy cuenta de ello. Si no hubiera llegado a mi vida, si esos ojos verdes no hubieran alumbrado el camino, posiblemente yo hubiera acabado muy mal. Estoy seguro.
Convengamos que fue un KO bueno entonces; aunque en sentido metafórico.
No, vamos a ver. Nosotros no somos el golpe, somos los que nacemos después de un golpe. La vida son golpes y decisiones y las decisiones más importantes que tomemos van a ser las que vengan después de cada golpe. Yo después de cada hostia he tenido que tomar una decisión. En ese momento tomé la decisión de casarme, de cuidar a mi hija y de cambiar completamente mi vida.
A esa edad empiezas a hacer kick boxing y full contact. Entrenas en el Santa Gema (el famoso gimnasio SAGE).
Allí empecé a dar clases de kick boxing. Pelear ya peleaba en kick. Incluso ya había debutado en profesionales… (cruzado de brazos, se recompone un instante sobre el respaldo de una silla de la terrible terraza donde hemos caído a tomar una cerveza y hablar).
En esa etapa no tenía dinero ni para pagar la gasolina. Tenía un Seat Málaga de doble carburador. Vivía con mi mujer y con la niña en El Pardo, porque el IVIMA (Instituto de la Vivienda de Madrid) me dejó un sitio donde poder vivir. Tres niños, porque éramos tres auténticos niños. Con un grupo tan cerrado como era El Pardo, un entorno tan conservador, fueron años duros.
Nos miraban mal, en plan «pero dónde van estos críos». Iba yo con mi melenita, mi furgoneta llena de pegatinas y, mientras, allí arriba dormían no sé cuántos guardias civiles, el cocinero del Rey, y yo con mis historias. Vendí la furgoneta de reparto, tenía el Málaga y entrenaba en Leganés mientras trabajaba en Las Rozas.
Imaginate el periplo que hacía. Hacía más kilómetros que Willy Fog. Entonces no tenía para pagar nada. De mis dos hijos mayores, Azahara no se constipa e Iván sí. Es porque Azahara es inmune. No teníamos dinero para pagar la calefacción. La pobre dormía con tres y cuatro mantas. Cuando nace el segundo ya tenía tarifa nocturna por lo menos. Entonces una no se pone mala nunca y el segundo sí se constipa. Lo que es la vida.
El SAGE que era un gimnasio que estaba asociado a un colegio de tu barrio.
Allí ya peleaba. Pero donde empecé a entrenar a gente fue en Aluche, en el Plus Ultra. En las Águilas, en el centro comercial. Ese sería mi segundo gimnasio porque había empezado primero en el gimnasio Metrópolis, en Pan Bendito, en la calle Francisco Paino con Camino viejo de Leganés. Que era el gimnasio de Jose Egea, campeón del mundo de karate.
Entonces curraba en Las Rozas, entrenaba en Leganés y me iba a dar mis clases de ocho y media o nueve de la noche a Carabanchel. Lo bueno es que, como era mi barrio, también venían todos los colegas de mi hermano y es como empecé a hacer yo mi escuelita.
¿Quienes fueron tus tutores en los primeros años de gimnasio?
He tenido muchos entrenadores y a todos les agradezco mucho. Pero no tengo nada especial que recordar de cada uno de ellos. ¿Qué quiero decir? El peleador es desagradecido. Sí. Lo reconozco. Por ejemplo, las mayores traiciones que he sufrido han sido de mano de la gente que más he ayudado, muchos de mis peleadores que luego me han apuñalado por la espalda. De muchos. De otros no, por supuesto.
Cuando he sido la persona que más les ha dado, pero no pasa nada. Cuidado, no lo digo de mala baba. Yo sigo haciéndolo. Ahora es la quinta o sexta generación de peleadores y posiblemente muchos de estos también me apuñalen y no por eso voy a dejar de ayudarlos. Porque, al final del camino, todo el mundo sabrá quién ha ayudado a quién. Es cuestión de vida, en su momento también yo fui desagradecido. Buscaba lo mejor para mí. Es duro. El boxeo es duro.
En cierto modo se entiende: estás creciendo y estructurando tu cabeza en un mundo que no es una oficina ni un campo de golf ni una universidad. Y el que se pone delante del otro a pegarse es uno.
Es que empiezas a competir en un deporte en el que te crees que estás solo. A todos mis entrenadores les agradezco todo lo que hicieron por mí pero los resultados dependían mucho de las circunstancias y de los conocimientos de cada uno. Pero los peleadores nos creemos un poco seres de calabozo. Pensamos en tirar adelante solos y es que no tenemos ni idea. En boxeo se cumple lo de si vas sólo llegas más rápido pero, juntos, llegaremos más lejos.
La base es educar. El otro día, dando una conferencia sobre Prevención de la Violencia a los alumnos del Grado Superior de la Universidad Francisco de Vitoria de Educación Física y Deporte, me preguntaba uno de los asistentes mi opinión sobre determinados gimnasios de Madrid. Le dije de buen rollo, mira, no me compares. Yo no quiero que mis boxeadores ganen, no quiero campeones. Quiero gente educada.
Con peleadores bien educados posiblemente sea más fácil que posteriormente salgan campeones. Pero mi forma de hacer gimnasio es intentar educarlos, que sean mejores personas que cuando entraron. Luego a lo mejor se convierten en peleadores porque eso es un click que tienen dentro y que me hace falta activar para que ellos se transformen.
Yo no recojo boxeadores ya hechos de ningún lado. Si miras mis últimos veinte profesionales, todos han empezado conmigo desde que eran niños. O son boxeadores que han tenido desequilibrios mentales y ellos han buscado venir a entrenar conmigo. Pero ellos buscaban otra cosa, no buscaban que les hiciera campeones del mundo.
En tu proceso de crecimiento, ¿te ves en un punto en el que puedes destacar por fin en el viejo deporte del boxeo clásico?
Son circunstancias. Cuando empiezo a ponerme los guantes, realmente quería hacer boxeo. Pero en esos días no había dónde boxear en Madrid. Me puse a buscar gimnasios y el único que conocía estaba en Zarzaquemada, que era el de Luis de la Sagra. Pero no tenía coche. Cómo me iba a ir hasta allá. Entonces me metí en uno en el que hacían full contact ahí en el barrio.
¿Tanto había bajado el interés en España por el boxeo en esos ochenta últimos?
Decían que el Atleti tenía un gimnasio y yo, por más vueltas que di al Vicente Calderon, no encontré nada. Así que al final acabé en el de más cerca de casa a hacer una cosa que no tenía ni idea qué era. Pero había practicado taekwondo de chaval y se me había dado bien. Y los puños siempre me gustaron y progresé bastante rápido. También ayudó que yo era callejero.
Tienes una ventana abierta: convencer a los lectores de que practicar pugilismo es una opción formativa.
Eso tenlo claro. La capacidad de transformación en positivo de la personalidad, sobre todo en jóvenes es brutal. Por la capacidad de enganche que tiene jugar a la pelea. Para creerte campeón del mundo no tienes que pegarte con nadie, solo con un saco. Eso te ayuda, canaliza la agresividad, regula las iras, generas todas las hormonas y neurotransmisores de la recompensa. Y luego todos los valores que tiene.
Porque hay muchos boxeos.
Es que el boxeo profesional es nada más que la punta de la pirámide. Pero es muy poco del total, un sector muy escaso mientras que la base es súper amplia. Por ejemplo, en España hay más gimnasios que farmacias y es maravilloso que sea así.
Muchos de los de mi época son detractores del fitboxing, pero yo estoy encantado con ello. Cuanta más gente haga boxeo, más cultura se crea de ello. En las redes sociales, todos los chavales que hacen tutoriales van disparados en seguidores, y estoy super orgulloso porque fui el primero de este país que lo hizo. Estoy encantado de que haya más y se fomente.
Boxeas como profesional durante 4 años. En un mundo que genera expresiones, se lleva al cine y llena libros. «A mi izquierda, con calzón azul, Jerónimo García». Es mitología pura y dura, siglos de deporte.
Es algo que permanece. Ahora doy conferencias con el que era nuestro speaker en Canal +: Luis Larrodera. Es presentador del Foro internacional del Deporte y cuando me reclama para la charla sigue ese ritual de cuando me reclamaba en el ring hace veinte años.
Con 72 kg, eras zurdo y alto. ¿Cómo era «el Zurdo Loco» de boxeador?
Técnico. Siempre he sido muy técnico. Comiendo el otro día con Jorge Lera descubrimos que podría ser el primer boxeador ambidiestro de este país. A lo mejor había zurdos y diestros que en algún momento podían haber cambiado de guardia. Pero no lo usaban de forma tan natural como yo pasaba de diestro a zurdo y al revés, según me interesaba.
Para sorprenderte, para fastidiarte, para intentar ser tu némesis. Complicarte la pelea. Como el boxeo es el arte de pegar y que no te peguen, la mejor forma es complicárselo al otro y ser ambidiestro me ha ayudado.
En los pesos medios ya tenéis un tamaño y os dais unas hostias importantes.
Sí. A mí me ha dolido mucho la cabeza; mucho. Pero creo que esas hostias más que cerrarlas me han abierto puertas.
¿En qué sentido, más allá del peyorativo de lo que sufre el cuerpo de un boxeador?
Me han hecho sentirme vivo. De modo más psicológico que físico. Al final, cuando te crees que eres el más macho del corral y llegan y te dan dos hostias entiendes que la vida no es así. El boxeo para mi ha sido un aprendizaje muy duro. Crees que has hecho todos los deberes y que estás más preparado que nunca, llega y cuando menos te lo esperas te dan un golpe y te sienta de culo. Y tienes que remontar toda la pelea cuando pensabas que ibas bien. Creo que el boxeo profesional sobre todo es una analogía de la vida.
En 1999 debutaste como profesional a cuatro asaltos contra Frantisek Borov, ese chico de Hungría. Llama la atención sobre todo, que se te ve reír, eres feliz. Le pegas un abrazo cuando acabáis de pelear.
Eso es. Siempre que he boxeado ha sido para mí, sobre todo en la última parte de mi carrera (por primera vez en la conversación hace una pausa larga). Si hay algo que cambiaría en mis carreras profesionales, tanto en kick boxing, como full contact y boxeo, sería haber podido deshacerme del síndrome del impostor. Sentía que no merecía estar ahí.
Hasta mi último combate en Italia no sentí que realmente yo fuera un boxeador. Fíjate que ahora me dedico a muchas cosas, escribo libros, he presentado programas de televisión y nunca jamás me he sentido un impostor. Solo me he sentido impostor en el campo de lo que realmente yo sé que es el boxeo. Pero en Italia sí lo sentí por primera vez.
De nuevo, tras terminar tu pelea con Di Giacomo en 2003 por un título europeo, se te ve feliz.
Feliz y enfadado porque me habían robado (perdió el combate por decisión dividida a los puntos), pero ya me sentía boxeador. Cuando subía las escalerillas de Monte Silvano todavía no sabía si lo era. ¡E iba a hacer un título de Europa! Pero cuando bajé sí que lo era. Para mí fue una satisfacción. Eso me cambió la vida. No el combate en si, no la derrota.
Te quitas un peso de encima
Es que es muy duro cuando estás tantos años con un síndrome que es un trastorno, un problema de salud mental. Y eso hay que tratarlo porque muchas veces estás entrenando cinco o seis horas diarias y te estás machacando mientras crees que no te lo mereces, eso es muy duro.
¿Interviene que encuentres el mundo profesional diferente a cómo lo tenías preconcebido?
Nada. En ese momento me decían de ir, yo iba y fuera. Ni me sorprendió nada del boxeo profesional ni tampoco se me quedó nada en el tintero. Con el tiempo me di cuenta de que mis managers bastante hacían, los pobres, según cómo estaba el boxeo en España. Porque se han hecho barbaridades, ojo. Pero son comprensibles porque no había otra manera de hacerlo. Y ahora yo, que soy manager, promotor y entrenador lo comprendo bien. Eso sí, nunca haré lo que hicieron conmigo.
Una década de caída libre del boxeo en España aunque quedase Javier Castillejo por delante y viéramos algo rollo boxeo carnicería en la televisión. Veíamos a Marvin Hagler, los últimos combates de Julio Cesar Chavez…
Lo veíamos todo muy lejos. Piensa que retransmitían tan poco boxeo en televisión que sólo veíamos a las grandes estrellas. Eso siempre nos ha hecho mirar a la lejanía. Pero no estamos tan lejos, quitas a las grandes estrellas que además ahora ya no son todas americanas, y los demás estamos muy igualados.
Si estuviéramos todos en las mismas circunstancias y posibilidades otro gallo cantaría. ¿Cual es el problema del boxeo español? Tenemos cosas muy buenas como la garra, el corazón. El otro día escuchaba a Sandor (Martín) decir que no, que hay que tener hambre para ser campeón. Y yo creo que no, que hay que tener orgullo y cojones y eso lo tenemos los españoles.
Yo nunca he boxeado por hambre y he peleado en cotas no importantes aunque sí me he sentido boxeador. No es hambre, es necesidad. Y no tiene que ser una necesidad económica. Puede ser una necesidad vital, como era mi caso. No hay que ir a cosas peyorativas.
Sobre todo en los últimos 20 años hay mucha gente que boxea por una necesidad vital. Porque dinero en España boxeando solo ha ganado Javi Castillejo, Kiko Martinez y Sergio Maravilla. Mientras que los demás nos hemos comido los cagaos. Hemos tenido que currar de portero, dando clases o haciendo seguridad a la gente. Pero nosotros necesitábamos boxear por una necesidad vital. En mi caso para calmar los demonios.
¿Cómo es un momento tan visualmente impactante como es un KO?
Buf. He tenido varios knock down en mi carrera y vaya. He tenido uno en Granada en mi segunda pelea profesional que me pilló tenso del cuello y caí frito, frito. Pero totalmente dormido. Es el momento más complicado de mi vida porque veía que venía el ruso a matarme (finalmente venció a los puntos a Mamuka Khutuashvili, Georgia) y que yo me sostenía sin fuerzas, estaba que me temblaba todo. Pero gracias a Dios yo he sido muy vivo y me agarro, y perreo, siempre he sido perro y pude salvar esa pelea.
Para un boxeador, ¿qué es el rincón? ¿Es un refugio?
Todo el mundo necesita una esquina. Una voz de aliento, una palmada en la espalda, una voz de aliento, que te digan que venga, un asalto más, pero sobre todo alguien que te proteja y te quiera y que en un momento determinado, cuando vea el peligro, sea capaz de tirar la toalla. Creo que es importante y eso te lo traslado a la vida
Alguien que aporte el aplomo y la sensatez
O la motivación y la emoción. Cada boxeador necesita una determinada cosa. Lo importante es eso, saber que tienes alguien que te conozca y sepa en qué circunstancia estás. Una esquina es importante tanto en el ring como en la vida.
¿Cómo eres tú en la esquina?
Depende de mi boxeador, hay boxeadores a los que les doy aplomo y a otros que les cojo de los huevos, depende como vaya la pelea. Soy muy emocional. Es uno de los mejores momentos que yo vivo por la competitividad que se respira, ese momento de concentración que tengo en el que no se me escapa nada, que escucho hasta el último sonido de una mosca que pase. Porque yo soy el responsable último de la vida de ese chaval, eso que no se nos olvide.
En un combate, ¿cómo afrontas el estudio de la personalidad del contrincante? ¿Hay una mecánica establecida?
Concentración relajada. Aquí esto no es cómo empieza sino cómo acaba, Y van a pasar muchas cosas por el camino y hay que estar atentos. Y para estar atentos hay que estar concentrado pero sin llegar a una tensión que te pueda agotar. Concentración (marca mucho cada sílaba) relajada.
Porque ahí dentro te encuentras mil personalidades diferentes. Un ejemplo mítico podría ser una humildad tipo la del Chino Maidana frente a Floyd Mayweather y su estrellato. Como grandes antagonistas. ¿Son reales esas personalidades o en tu gimnasio has encontrado sobre todo normalidad?
¡Qué dices! Yo me he encontrado de todo, hasta un tío que se ha bajado del ring en mitad de un asalto porque dice que ha hablado con Dios y Dios le ha dicho que se baje. Yo he visto de todo. Como dice Quique Soria, si no pasa en el boxeo es que no existe.
Tu última pelea como profesional es como un alivio final. Cuando llevas unos años, ¿ves que vas conociendo cada esquinazo de tu personalidad?. ¿Qué sabías ahora que no era justo que se te exigiera de chaval? ¿Te ayuda el boxeo a expandirte como persona?
A mi el boxeo me ha ayudado a ponerme un tetris en mi vida. A colocarme ladrillo a ladrillo. Me ha estructurado. Los valores del boxeo me los he llevado a la vida: la constancia, el sacrificio, la disciplina, motivación, la solidaridad, la pertenencia a un grupo, la tribu, todo eso me lo he traído.
¿Se es boxeador para siempre?
Si lo has sido lo llevas para toda la vida. Es un tatuaje.
Una marca, un carácter que llega un momento que decides empezar a inculcar en otros y entrenar.
Cuando bajo de Italia en 2003 yo no pienso aún en retirarme si no en seguir peleando. Lo que pasa es que empiezo a dudar. Y hay deportes donde no se puede dudar. Motociclismo, paracaidismo, que no puedes dudar porque si dudas, te puedes matar. Y el boxeo es uno de ellos.
Cuando dudas en boxeo tienes que dar un paso atrás, que puede ser para coger una mirada periférica y darte un tiempo. Pero yo empecé a dudar. ¿Cómo? Muy sencillo: en ese momento mi carrera de entrenamiento iba lanzada. Estaba peleando profesionalmente con discípulos combatiendo. Año y medio antes de retirarme ya tenía un alumno mío peleando y yo me estaba vendando porque peleaba yo después en la misma velada.
También por llegar en edad al boxeo de elite un poco tarde
¡Pero es que no había veladas, no existía el boxeo! Gracias al kick y al full he podido tener las peleas que tengo. Si no, sería imposible. Me he tenido que recorrer media España para boxear en amateur porque en Madrid no podíamos boxear. Y, como fueras bueno y zurdo entonces sí que no podías boxear. Ya eras complicado, así que…
Mira, en kick boxing a la tercera pelea ya me tuve que pasar a profesional porque no querían pelear conmigo. Y en boxeo amateur menos mal que existían los Campeonatos de España y ahí ya fui a tres de ellos, yo insistente. Se me metió en la cabeza ser campeón de España. Y, a partir de ese momento, a profesional.
Tu oficio actual es entrenar. ¿Qué tipo de gente acude a tu gimnasio y qué traen en su cabeza?
La amalgama, la horquilla de personalidad es totalmente dispar. Te vienen desde el niño de siete u ocho años que sufre acoso escolar hasta el señor mayor de 65 que necesita hacer un poco de deporte y descargar tensión. Mi política es que todos entrenan juntos pero no revueltos.
A cada uno le doy lo que necesita. Tengo un muestrario de personalidades que te puede dar algo. Conmigo entrenan niños que han sufrido abusos sexuales, niñas que han sufrido violencia de género, incluso chavales que ellos han sido protagonistas de esa violencia de género. Tengo de todo. Niños de libertad vigilada. Gente normal, de barrio, tanto del barrio de Lucero hasta los que vienen de La Finca a entrenar. Gente de esa Finca que vienen los niños con el chófer, que traen a los críos para que se maleen ahí, que vean qué es la vida de verdad, que vean el barrio.
Con el tiempo vas encontrando una utilidad a todo lo bregado. Tiene su recompensa.
Y que yo sigo en el barrio. Que bajo al barrio. El pulso lo tengo. Voy de Carabanchel a Tetuán, luego a Vallecas y a Lucero. Al final hablo el mismo idioma.
Sobre todo estar alerta con cualquier signo del chavalerío. Teniendo críos, aún más.
Y ahora más. Hay que estar en guardia. Pero no solo estar atentos sino que tener hijos es un trabajo arduo, duro, hay que entrenar, prepararlos. Yo tengo dos gemelos de siete años. Los mayores ya van a su historia y más o menos creo que lo hemos hecho bien gracias a su madre. Y con los pequeños ahí estamos.
Para que te des cuenta de la complejidad, son gemelos, han nacido con tres minutos de diferencia uno del otro y a uno le tengo que ayudar a empoderarse y al otro lo tengo que limitar. De uno que quiere que le quieran y otro que ya se quiere él. Y son iguales.
Recibiendo ambos las mismas coordenadas.
La misma educación, los mismos valores y las mismas experiencias. Pero hay una cosa que es la esencia. El que es tacaño es tacaño, el generoso es generoso y el sensible, sensible.
No es fácil aunque llevamos echando niños al prao desde millones de años.
Yo en este tema soy muy crítico y políticamente incorrecto. Creo que hay muchos niños que no deberían de haber nacido porque los padres no están preparados. Y los estás echando a la batalla diaria sin herramientas porque luego no eres capaz de formar. Yo estoy harto de hacer escuela de padres, y eso que los padres que van son los que realmente no les hace falta. Pero va un diez por ciento. ¿Dónde están los otros?
Al menos seremos la primera generación en preocuparse por estar ahí
Sí, pero cómo estar ahí. Somos una generación de padres acojonados. Y estamos criando niños débiles, sin herramientas. Porque no queremos que les pase nada. Somos una auténtica horda de padres helicóptero. El niño hay que dejarle que se caiga, y él tiene que tener la confianza de que tú vas a estar para ayudar a levantarse no a evitar que se caiga. Y eso se gana desde el minuto uno, desde que el niño nace. Y tiene que saber cuál es la figura de autoridad.
Hay una cosa muy clara. Todos podemos ser padres buenos porque le podemos comprar cualquier cosa. Pero ser buen padre es distinto. Es el que está para ayudar a levantarse. Provocar incluso que se caiga porque ese mismo día que cae está aprendiendo a levantarse. Ese barrio de los ochenta me ha traído la capacidad de estar en la pelea desde el primer asalto.
Así cuando llega el quinto asalto y empiezan las hostias de verdad, no me asustan. Y en el sexto me meten un viaje y me sientan de culo pero yo ya llevo cinco santos levantándome. ¿Qué pasa con los niños de ahora? Que les queremos meter en el combate de la vida en el sexto asalto. Y cuando llega el palo gordo en el séptimo no son capaces de levantarse.
Con más de 50 años has encontrado ya tu equilibrio. Lo más duro ya ha pasado.
Pues no. Con 50 años sé lo que no quiero. Lo que quiero, no lo sé.
Pues eso es fundamental. Creo que la juventud no se lo plantea ni de lejos. Ellos quieren saberlo porque así creces, ampliando tus experiencias, tus redes y dominios.
Lo importante, insisto, es saber lo que no quieres.
¿Y cuesta que te escuchen?
Lo bueno que tengo es que me escuchan. No sé si es un talento pero me escuchan. Esto es buenísimo y yo lo aprovecho. Por eso me dedico a ir a los coles. Doy charlas, conferencias, lo único que pido es que me llenen teatros con chavales y me dejen hablar con ellos y contarles mi historia.
Me escuchan porque les remuevo por dentro. Tener la capacidad de remover a los críos es muy difícil y quienes tenemos esa habilidad tenemos que ser generosos. Te das cuenta que no se aprende lo que amas sino lo que te toca, lo que te llega (se agarra la camiseta a la altura del esternón y la exprime con una mano izquierda amplia, trabajada). Y lo que les llega a la gente son las experiencias vitales.
Faltaba que la mujer se incorporara en las últimas décadas al boxeo. Además tu tienes contacto con muy buenas peleadoras. La historia de cómo te llega Miriam La Reina Gutierrez da para una película.
Y la habrá. Yo con la historia de Miriam habría hecho una buena serie. Se va a hacer la película porque ya está firmada y habrá que ver el presupuesto pero sí, la historia de Miriam ya ha ayudado a muchísimas mujeres, a empoderarlas. Pero creo que su vida tiene todavía más recorrido.
Su historia ha sido portada en El Mundo, en Clarín… no ha habido boxeadoras que haya tenido tanta repercusión en España. No en el mundo, hombre, no podemos compararla con Katie Taylor pero es muy fuerte. Cuando nosotros fuimos a Florida a pelear con Amanda Serrano, una velada transmitida por pay per view en Showtime, durante la mitad de la rueda de prensa solamente se hablaba de la vida de Miriam.
Recuerdo cómo íbamos en el avión y su manager, como me conoce, decía que no me liara contra el entrenador de Amanda, que suele ser muy borde, pero con nosotros no iba a pasar nada. Nosotros somos más que deportistas, le decía yo. Su historia provoca que a Miriam le admiren no solo como boxea (Miriam Gutierrez es Campeona Mundial Interina) sino como es. Y así fue.
¿Qué incorpora la mujer al boxeo de nivel? Tanto sufrimiento, vivir relegada durante siglos…
El boxeo femenino es maravilloso. Yo, que me dedico a encontrar agentes de cambio para los chicos, creo que para las chicas el boxeo es brutal. Cuántas niñas me han venido con problemas de salud mental y las hemos conseguido equilibrar, que se sientan bien, elevarles la autoestima.
Hay muchos detractores de su boxeo competitivo, que si no pegan tan fuerte, que los combates son más aburridos, y yo digo bueno, pues serán muy aburridos pero hemos tenido ya combates femeninos que han sido combates de fondo en veladas por pay per view y en la plataforma Showtime. Si tú me dices que el combate entre Katie Taylor y Amanda Sesrrano fue aburrido pues que venga Dios y lo vea.
¿El último de tus demonios fue la pandemia?
La pandemia me conlleva a una depresión. Es una de mis últimas hostias fuertes. Al ser TDAH, cuando te encierran no sabes ni dónde meterte, te subes por las paredes. Además hacía un mes que se había muerto mi mejor amigo, David Gistau. Y yo no le había llorado. Y me tocó llorarlo. De hecho cuando estás en la depresión y empiezas con el vino, con las pastillas, hasta tuve la impresión que David vino a verme, que se sentó a mi lado.
Estaba viendo un documental de deportes en Netflix y mis hijos y mi mujer durmiendo, y ese mediodía David se sentó a mi lado y me dijo «Jero, llora». Y lloré durante dos meses. Me limpié por dentro. Y el boxeo me aupó.
Hay dos cosas que yo amo por encima de todas, el boxeo y escribir. Y ambas vinieron a salvarme en esos meses. Decimos «oye en la pandemia cuánto leímos». Yo no leí nada. Solo escribía. En el pasado, la primera vez que calmé mis demonios de adolescente fue mediante la lectura.
He sido un ávido lector. Leía compulsivamente y empecé a calmarlos. Luego llegan otras circunstancias de la vida y lo dejé a un lado. En la pandemia empecé a escribir un libro que era un manual o un ensayo. En ese tiempo ya empezaba a dar conferencias y casi todo lo que tenía escrito era sobre los valores del deporte, del boxeo en concreto.
Pensé en hacer algo más educativo y empiezo a soltar en el papel una conferencia educativa. En ese momento calculas lo que te llevaría 40 o 50 minutos y te salen como equis páginas. Cuando me quise dar cuenta llevaba ochenta páginas. Y veo que el resultado me mola.
Y que se te han quedado cosas dentro.
Comienzo a vomitar todo y me sale Manual de un padre desesperado. Acabo ese libro, lo leemos Paula, mi mujer, y yo y vemos que he creado un personaje que además me está pidiendo de comer. Lo escribo como un ensayo a dos voces y desde el principio voy alimentando a ese personaje llamado Cola de Lagartija que termina siendo el título de mi segundo libro.
A los dos años, después de salir descontento de las editoriales con el resultado del primero, este decido hacerlo yo. Cuelgo la portada en las redes y me llama Planeta. Queremos leerlo, dijeron. Lo leyó el jefe de edición de Temas de Hoy y en menos de 24 horas me lo habían comprado.
Luego decidimos novelarlo y la respuesta ha sido muy buena, me está dando muchas alegrías. Sobre todo, una cosa que me lo llevo para mí siempre: el hecho que lo estén poniendo de lectura obligatoria en los institutos de secundaria. Imagina, sin quererlo mi literatura quinqui u oscura pasa a ser literatura juvenil.
Llevamos una hora y media desde que Jero García preguntó si le íbamos a entrevistar alrededor de Cola de Lagartija. Le preocupaba repetir sus respuestas después de semanas contestando a la misma entrevista. Así que volvemos al gimnasio y cerramos la grabadora. Asistimos al Jero entrenador. Se pone a trabajar. Es de noche en un día laborable y se empiezan a ir los boxeadores aficionados de un turno previo en el que se habla poco. Las miradas y el ceño fruncido tras la guardia de unas manos protegidas indican concentración.
En la sala, decorada con un sinnúmero de imágenes de la vida del hoy entrenador, queda un chaval dejándose los hombros mientras trabaja los reflejos. Sacude a un punching colgado que rebota y le responde y pone a prueba. Los más rezagados en el horario son una pareja que disfruta con las indicaciones de Jero. Éste les explica cómo el cerebro, en el directo de izquierda, da la orden a la punta del pie y no a la mano. Pegan y sonríen. Uno-dos, atrás. Pegar y que no te peguen.
Ambos ríen mientras aprenden a jugar a la pelea. Es el mejor indicativo de que hoy el boxeo es una parte más de un programa de salud pública. Ha dejado de ser el deporte dramático que se comió la mala fama de su dureza, de la muerte dentro de las doce cuerdas.
En España el boxeo se lo cargó El País con su ñoñería intrínseca de hablar de boxeo sólo para las malas noticias. Luego demostraron su hipocresía emitiendo combates en lo que era Canal +, y como el periodicucho en ese momento era la biblia para una gran mayoría de españoles, pues el boxeo pasó a ser proscrito y muy mal visto en toda la nación.
Y te quedas tan ancho…ya podría tu entrenador haber tirado la toalla antes de dejarte perpetrar semejante comentario.
Tiene toda la razón.