El único australiano que ha ganado el Tour de Francia, Cadel Evans, ha pasado por The Press Room para repasar su carrera. Quizá solo dejó la impresión de ser un buen ciclista para el aficionado europeo, pero para su país fue un hito, ya que rompió el techo de cristal. Por fin, en las antípodas pudieron ver a un compatriota disputar el maillot amarillo, un éxito del que ya había avisado cuando se proclamó campeón del mundo en 2009.
De hecho, Evans recogió el testigo de Phil Anderson, que fue quinto en 1982, y hasta la llegada de Richie Porte, otro australiano que logró ser tercero en el Tour de 2020, su legado se había quedado sin continuidad: «Crecí viendo a Phil Anderson y otros australianos competir en Europa, pero nunca imaginé que uno de nosotros podría ganar el Tour de Francia», reconoce.
En esta entrevista, Evans recuerda que su victoria de 2011 tuvo algo de magia, porque se produjo justo 20 años después de que viera su primer Tour de Francia por televisión. Para él supuso una conexión con su infancia, un sueño hecho realidad con precisión.
Logró la victoria tras dejarse la piel en la contrarreloj de Grenoble, donde aseguró el maillot amarillo en la penúltima etapa, y una actuación inolvidable en el Galibier. «Esa etapa fue el ejemplo de mis habilidades como ciclista: todo estaba ahí, todo lo que tenía que dar. Fue como si 20 años de experiencia se concentraran en esos kilómetros».
En aquella jornada en el Galibier, Evans lideró la caza a Andy Schleck. Fue un ejemplo de fuerza, pero también de temple para aguantar la presión que tenía encima: «Estar en el Tour de Francia es estar constantemente en una línea entre ganar y perder. Pero esa capacidad para mantener la calma bajo presión fue lo que me permitió estar ahí», ha explicado.
La dificultad del Tour ya la había podido sentir en sus carnes en 2008, cuando quedó en segunda posición por detrás de Carlos Sastre. Hay que tener en cuenta que su equipo, Silence-Lotto no se podía comparar al CSC-Saxo Bank, pero es que, además, el marcaje individual al que fue sometido por los hombres de Sastre en las etapas de montaña le secaron.
En la contrarreloj de la penúltima etapa no logró reducir la distancia y, finalmente, se quedó sin el trono en París por solo 58 segundos. Ahora, Evans recuerda que la caída que tuvo en la etapa 9 fue clave: «Había tenido un accidente una semana antes. No estaba del todo en mi mejor momento. Fue una situación un poco extraña con la política y España y los compañeros de equipo».
Si algo aprendió de aquellos días, donde su estrategia conservadora recibió fuertes críticas, fue que necesitaba sobre todo resistencia mental. «Tolerar el estrés es algo subestimado», ha dicho. A las consecuencias del esfuerzo hay que sumar las expectativas que depositan la prensa y los aficionados, una forma de presión que puede dar al traste con la mejor estrategia: «En el Tour, ni siquiera tienes tiempo para pensar. Estás inundado de atención, y encontrar un momento para estar solo es clave. A veces, simplemente quedarme en mi habitación leyendo un libro era suficiente para desconectar».
Sin manejar el estrés no hubiera ganado nunca, dice, especialmente en un deporte donde el margen de error es mínimo: «El ciclismo es físico, pero también es mental. Ese momento en el Galibier no fue solo sobre las piernas, sino sobre 20 años de experiencia: anticipar, analizar y ejecutar bajo presión».
Aunque el Tour ocupa un lugar especial en su corazón, Evans confiesa que el Giro de Italia fue una de las carreras que más disfrutó. «El Giro tiene una atmósfera completamente diferente. En Italia, todo el mundo está orgulloso de la carrera. Los hoteles te reciben con los brazos abiertos, las familias en los pueblos hacen lo posible para que te sientas en casa». Para Evans, el Giro no solo es una prueba física, sino también una experiencia cultural.
«Dicen que ir al Tour es como ir al circo, mientras que ir al Giro es como visitar un museo», comenta. No solo son los paisajes y la arquitectura, sino la pasión que le pone el público. «Recuerdo etapas en los Dolomitas, donde un día estás bajo la nieve y al siguiente disfrutas del sol. Es un contraste que lo hace especial».
Otro de los grandes amores de Evans es la Strade Bianche, una carrera que mezcla tradición e innovación. «Siempre quise participar en esa carrera. Como exmountain biker, me atraía la idea de los caminos de grava y los paisajes de la Toscana», admite. De hecho, su amor por la carrera lo llevó a verla en vivo tras su retiro: «Cuando estaba con mi familia durante la pandemia, decidimos ir a verla. Nos levantamos temprano, desayunamos cerca de Siena y fuimos a la ruta en bicicleta. Es un evento tan bonito que me hace recordar por qué me enamoré de este deporte».
Un año después de su gran éxito, fue Bradley Wiggins quien venció en París mientras Evans solo podía ser octavo. Un año después, fue tercero en el Giro y ya no le quedaba mucho gas. Corrió con honor y tuvo actuaciones importantes, pero no como para encabezar ninguna clasificación general. En 2015 se despidió del ciclismo profesional, pero eso no quiere decir que no siga siendo un aficionado más, como aquel niño que soñó con ganar el Tour de Francia en 1991: «Hoy soy un fanático del ciclismo, pero lo disfruto desde un lugar diferente».
Por supuesto, ve a Tadej Pogačar como un corredor excepcional que, además de talento, también es ambición y un enfoque metódico. «Pogačar tiene un hambre de ganar que no es fácil de ver». En cuanto a Primož Roglič, Evans no oculta su admiración. «Lo conocí antes de que ganara la Vuelta y ya entonces se notaba su carácter. Es alguien que ha venido de otro deporte, pero ha logrado adaptarse y sobresalir de una manera increíble». Roglič, exsaltador de esquí, destaca por cómo controla sus emociones: «En el salto de esquí tienes solo unos segundos para ejecutar. Es un nivel de concentración al 150%, y eso lo ha trasladado al ciclismo».
Evans también reflexiona sobre cómo han cambiado entrenamientos y la preparación en el ciclismo: «Hoy, un equipo como Jumbo-Visma puede decidir no venir a Australia porque cinco días más en casa les permite adaptarse mejor al siguiente reto. Eso lo decide un científico deportivo, no un director de equipo como en mi época», explica. Este nivel de profesionalización, dice, ha elevado los estándares del deporte.
Para Evans, el ciclismo sigue siendo tanto una prueba física como mental: «Hoy, los ciclistas están sometidos a una presión constante, no solo en la carretera, sino también fuera de ella, con las redes sociales y la atención mediática. Es un reto al que nosotros no nos tuvimos que enfrentar de la misma manera», admite.
Como talento emergente, menciona a Ben Hill, cree que es un corredor prometedor, y a figuras como Jai Hindley, que en 2022 dio la sorpresa con su victoria en el Giro de Italia: «Hindley es un ciclista que está alcanzando su máximo potencial, estoy deseando ver hasta dónde puede llegar». Aun así, piensa que estamos viviendo una época dorada en este deporte: «Hay una generación de ciclistas increíbles. Cada carrera parece tener a alguien dispuesto a sorprendernos, y eso hace que el deporte sea más emocionante que nunca».