Entrevistas

Belén Toimil: «En atletismo hay hueco para todo el mundo, independientemente del cuerpo que tengas»

Es noticia

Belén Toimil

Belén Toimil (Mugardos, Galicia, 1994) se disculpa en un momento dado por la cantidad de tacos que dice. Le cuenta el entrevistador, para quitarle hierro a su preocupación, lo que siempre en estos casos: Claudio Sánchez Albornoz, el gran historiador, era famoso por la ingente cantidad de palabrotas que soltaba sin parar cuando lo entrevistaban.

Ningún problema por nuestra parte con los tacos, tesoro de la lengua castellana. Nadie admirará menos por ellos a esta lanzadora de peso, que ostenta el récord de España en dicha especialidad. Vive y se entrena en el mejor sitio para hacerlo: el CEARD de León, un «paraíso», dice, para los lanzadores.

Y aquí quedamos con ella. Nos lleva al pequeño almacén donde se guardan las balas —que no «bolas»—, alineadas en estrechos estantes. En torno a estas pequeñas esferas, a estos planetas minúsculos de macizo metal, orbita su vida.

Una vida intensa, exigente, alternancia de momentos sublimes y duros. Toimil lo pasó muy mal en y tras los Juegos Olímpicos de Tokio. Nos habla de una hora y cuarto llorando descontroladamente después de unos resultados decepcionantes —y llora, ahora, al recordar cómo lloraba—, utiliza la palabra «trauma», cuenta que sigue siendo punto de orden del día de las sesiones con su psicólogo.

Sin embargo, lleva los anillos olímpicos tatuados, entrelazados en flores japonesas. Así de inextricablemente dual es la existencia del atleta de élite, una vida de extremos abrazados, de traumas alegres, de alegrías traumáticas: en los agones de Olimpia, la gloria se enmaraña con la miseria, la vergüenza es gemela siamesa del orgullo.

Belén: naces en Mugardos (Galicia) en 1994.

Un pueblo costero, en la provincia de La Coruña.

Ría de Ferrol, ¿no?

Sí, ría de Ferrol. La Real Villa de Mugardos. Tiene cinco mil y pico habitantes, y está guay, porque tiene playa; una playa en la ría, no abierta al océano, pero muy bonita, muy cuqui. Mi pueblo me encanta.

Tiene castillo también, si no me equivoco.

El castillo de San Julián, que ahora mismo no sé si pertenece al concello de Ares, que es el pueblo de al lado, porque siempre están con esas historias de dónde acaba uno y dónde empieza el otro. Enfrente está el castillo de San Felipe, y entre los dos, en su día, controlaban la entrada a la ría. Levantaban una cadena de un castillo al otro, y así no podía entrar ningún barco. Mi pueblo mola muchísimo. Estuve viviendo ahí hasta cuarto de la ESO, que me fui a Pontevedra.

¿A qué se dedica o se dedicaba tu familia?

Mi madre era profesora. Digo «era» porque falleció cuando yo tenía doce años, de ELA. Era profesora de manualidades. Organizaba clases en el instituto del pueblo de al lado y también daba clases a las señoras de mi pueblo: tres tardes a la semana, o algo así, hacía un taller en el bajo de un edificio de mi familia. Yo me acuerdo de pasar toda mi infancia con mi madre allí, que si pintando, que si haciendo el gamberro con las cositas, que si haciendo mis manualidades a nivel más de niña o tal.

Y las señoras, pues pintando ánforas, trabajando el cuero, haciendo collares… Lo que tocara ese mes. Cada una hacía un proyecto; solían ser cosas para casa: un cuadro, un tal. En un momento dado, mi madre empezó a hacer hasta estucado. Yo tengo mochilas de cuero de Minnie Mouse o tal que me hizo ella. Siempre estaba con ella en el taller.

¿Tú eres manitas también?

Bueno, me acabo de comprar unas acuarelas, porque a veces me aburro, y estoy harta de estar siempre con el móvil. Pero llevo sin pintar desde que era pequeña, y al final todo es práctica.

¿Tu padre…?

Era agente inmobiliario. Digo «era» porque se jubiló. Cuando voy a casa, a Mugardos, estoy con él. También tengo ido mucho con él a enseñar pisos y a decir cosas a ver si colaban: «¡Ah, pues es muy bonito este piso!», y tal (risas). Ahora está jubilado y está encantado de la vida, poniendo la casa a punto y haciendo sus cositas.

¿Eran los dos de Mugardos?

Sí. Se conocieron en las fiestas de mi parroquia. Toda mi familia tanto paterna como materna es de allí.

Cuando te retires, ¿piensas volver a vivir allí?

No sé. Volveré cuando quiera una vida más tranquila. Sí que me gustaría acabar allí. En general me gustaría pasar más tiempo allí, porque te pierdes muchas cosas, cosas de la familia, ver crecer a tus primas y todo eso. Pero a día de hoy no me veo.

León no es Madrid, pero al final tiene más cosas que Mugardos, que es un pueblo. Yo, ahora, estoy en una edad de actividad, de ver cosas, de hacer cosas, de conocer cosas. Así que no me veo en Mugardos, pero sí en el futuro, y tampoco en un futuro muy lejano. Al final es mi casa, mi hogar, y sí que quiero volver.

¿Cómo empezaste a practicar deporte?

Me apuntaron a atletismo. De pequeña, empecé a hacer mogollón de actividades extraescolares. Mis padres querían que hiciera deporte. Siempre fui una niña muy regordita y tal. Fui a natación, a aeróbic, a baloncesto, a patinaje en verano… Y ninguna me terminaba de gustar, pero entonces me apuntaron a atletismo, y sí me gustó.

Atletismo, cuando eres un niño, no es que te metan de repente a hacer triple salto o lanzamiento: haces un poco de todo; ejercicios, cosas de coordinación, incluso pillapilla, cosas así. Te vas introduciendo poco a poco.

¿Y cómo te especializaste en lanzamiento de peso?

Venían competiciones y tal, y de aquella mi entrenador me dijo: «prueba a lanzar peso». Yo era grande, más grande que las otras niñas, y al final un lanzador es una persona grande, musculada o lo que sea. Entonces me dio la bola para probar y la verdad es que me gustó. Se me dio bien. «¡Por lo menos no tengo que correr!», decía yo (risas).

De pequeña era un poco vaga. Lo soy en general (risas). Pues nada, me gustó, y empecé a competir en categoría alevín. Me quedé a cinco centímetros del récord gallego alevín: ¡me dio una rabia…! Me enganché así, y a partir de ahí fui aumentando el nivel de los entrenamientos.

Aquel entrenador era Ramiro Couce. ¿Qué recuerdo tienes de él?

Sigo en contacto con él. Este verano no le vi, porque no coincidimos, pero mi padre tiene mucha relación con él; al final se hicieron amigos. Cuando hice la mínima para los Juegos en el Campeonato Europeo de Pista Cubierta de 2021, le enmarqué un dorsal de esa competición y se lo llevé. Es muy especial, porque es con quien empecé, y lo de ir a los Juegos fue muy emotivo. Le tengo mucho cariño. Fue quien me animó a ir a Pontevedra, al centro de tecnificación, porque sabía que yo necesitaba más.

Con él entrenabas en Narón, ahí al lado de Ferrol, ¿no?

En el Club de Atletismo de Narón, que fue el primer club en el que estuve, sí. Primero la cosa era en el pabellón de mi pueblo, y que viniera el entrenador desde Narón, pero luego ya en el propio Narón.

Belén Toimil

¿A Pontevedra cuándo te vas?

En cuarto de la ESO. Javier Viñas, que fue mi entrenador en Pontevedra, estaba más especializado en lanzamientos que Couce, y al final hay que buscar lo mejor para el atleta, pero mantuve muy buena relación con él, y tengo muy buen recuerdo de él. Me acuerdo de que todos los años, cuando terminaba el curso escolar y, para mí, las clases de atletismo, hacía una fiesta, y llevaba pizzas a la pista de atletismo.

Me decía: si pasas la línea, o si gritas en este tiro, o lo que sea, te doy una para ti. Era como gracioso, ¿no? Yo iba volada (risas). Una vez que fuimos a su casa mi padre y yo a tomar un café, y al final nos liamos a hablar y se nos hizo tarde, sin que nos diéramos cuenta, llamó y trajo unas pizzas.

Siempre nos llevamos muy bien. Es complicado ser entrenador de base, porque tienes muchos niños, tienes que saber qué necesita cada niño, estar un poco encima de todos… Pero él lo hizo muy bien y supo cuándo tenía que dar un paso más.

¿Eres la mejor deportista a la que él ha entrenado; la que más lejos llegó?

Pues a ver, siendo como soy ahora olímpica, y teniendo el récord de España, creo que sí, pero no estoy segura. Sé que tuvo campeonas de España de altura, absolutas; y sé que tuvo a gente de nivel en otras disciplinas, pero tendría que preguntarle. Ahora, además, no dejó del todo el deporte, pero se dedica a entrenar opositores.

¿Cómo fue ese salto al centro de tecnificación de Pontevedra? ¿Mucha diferencia con entrenar en Narón?

Claro. En Narón iba tres días a la semana, y en Pontevedra ya empiezas a entrenar mañana y tarde los lunes, martes, miércoles y jueves, y los viernes solo por la mañana; a hacer sesiones de entrenamiento más intensas, más específicas. También me ayudó mucho con las notas. Nunca las tuve buenas, la verdad, siempre iba a recuperación en septiembre.

Y hubo una época que no sé si coincidió con cuando enfermó mi madre, o un poco después, que bajé las notas muchísimo. Mi padre se iba a trabajar por la tarde, yo me quedaba sola en casa, estaba con el ordenador y no hacía nada. Me escondía el router para que no pudiera usar el Messenger, y yo siempre lo encontraba (risas).

No hacía más que perder el tiempo, y en un momento dado me acabó castigando sin ir a entrenar. En el segundo trimestre de segundo de la ESO, no sé si suspendí cinco asignaturas. Al final las recuperé, siempre las recuperaba, pero iba muy al límite, y en tercero de la ESO me pasó igual: me fui a septiembre con tres asignaturas y las recuperé, porque si suspendía no podía ir a Pontevedra.

Pero ya en Pontevedra mejoraste, dices.

Sí, porque allí en el centro de tecnificación era rollo que tenías tus horas para todo, incluso para estudiar. Terminabas de cenar y tenías tu tiempo de estudio obligatorio, con preceptores mirando que no estuvieras hablando. Era un poco la disciplina que me hacía falta.

Además, tienes a tus amigos —porque al final no eran compañeros, eran amigos— haciendo lo mismo que tú. Aunque sean deportes distintos, entrenan las mismas horas que tú, van a clase contigo… Y son un apoyo muy grande.

No es como estar tú sola en tu casa, en tu pueblo, que nadie entrena contigo ni sabe lo que haces y, si no estudias, tu padre te va a castigar, pero nada más. Allí era como «todos juntos, venga, nos apoyamos, ¿tú fallas en esto?, pues te ayudo». Eso me moló mucho, y esa época la recuerdo con mucho cariño. Por fin estaba en mi sitio. ¡Me emociono de pensarlo!

Sueles contar que sufrías bullying en el instituto, y que el deporte fue tu refugio.

Encontré mi sitio, mi espacio. En el deporte, en el atletismo, siempre hay un hueco para todo el mundo, independientemente del cuerpo que tengas. Ves a un saltador de altura y a un lanzador de peso, y lo mismo con chicas, y tienen cuerpos distintos; pero los dos hacen deporte. Y es muy agradable saber que tienes tu sitio, tu espacio.

Cuando llegué a Pontevedra, había más lanzadores entrenando al mismo nivel que yo, y fue todo superguay. Como apuntarte a un club de lectura si te gustan los libros.

Obtienes tus primeros éxitos ya en categoría sub-16, siendo, varias veces, campeona de España en categorías inferiores tanto de lanzamiento de disco como de peso.

Empecé con el lanzamiento de peso y luego probé el disco, porque no sé si hasta categoría cadete, o infantil, no te dejaban competir en disco. Estuve toda la categoría alevín haciendo peso, pero luego probé el disco y me gustó. Mi primer campeonato de disco fue en Lugo, no recuerdo en qué año, pero ya te digo: infantil, cadete, algo así. Quedé, yo qué sé, fatal (risas). Pero era como: ¡estoy en un Campeonato de España! Éramos todas unas crías.

A partir de ahí, luego me llamaron para ir al Campeonato de España de Federaciones Autonómicas infantil, creo que porque una de mis compañeras del club, que era la que iba primera, enfermó y no podía ir. Me dijeron: «Bueno, pues vete tú». Y quedé también la tercera por la cola o algo así. Pero ya era como: ¡buah, estoy con la selección gallega!

Todas esas cosas te motivan para seguir, porque al final no es rollo «voy a pasar las tardes», sino «voy y consigo cosas; y cuanto más entreno, más consigo». Se alimenta tu competitividad y tus ganas de ir de nuevo al día siguiente a entrenar; tienes un aliciente.

El paso del peso al disco y del disco al peso no es raro, pero no pasa tanto con la jabalina y el martillo, ¿no?

Los probé, que conste. Probé jabalina y probé martillo. En Narón vino una chica que había hecho martillo, hacía unos años un par de días a enseñarnos. Probé, competí una vez en martillo, quedé tercera y me llevé un trofeo (pero no éramos muchas: éramos cuatro a lo mejor, ja, ja, ja). Fue guay, pero nunca me puse a entrenarlo.

Me parece un lanzamiento muy bonito de ver, pero, por lo general, no me dejan probar, porque me puedo lesionar [Belén pone voz de «ñiñiñí»]. Es verdad que no es tu disciplina, que tiene muchos volteos y que la puedes liar, pero, jolín, aunque sea cuando acabe la temporada, yo quiero probar un día y saber cuánto lanzo en martillo.

La jabalina, lo mismo: la probé estando en Narón y estando en Pontevedra, pero nunca llegué a competir y tampoco creo que fuera disciplina para mí. Es mucho más elástica, por decirlo de alguna manera, y los gestos son difíciles. El disco y el peso se parecen muchísimo más.

¿Sigues lanzando disco?

Lo lanzo para las ligas de clubs. Cuando mi club va a competir, las dos primeras jornadas de liga suelen ser dos personas por prueba, y el que tuvo retuvo (risas). Algo puedo lanzar, y entonces les cubro la prueba. Pero no entreno. Si eso, la semana antes de la liga lo toco un poco para el feeling con el disco; para no llegar a la prueba sin nada. Pero no lo entreno como tal. Solo me dedico a entrenar peso. Ni siquiera adapto las pesas del entrenamiento, ni nada.

Belén Toimil

¿Y qué marcas haces en disco?

Pues el año pasado hice marca personal, y hacía diez años que no la hacía. En 2013 la hice en el Europeo Junior de Rieti, que fue de los campeonatos más chulis que recuerdo. Íbamos cuatro lanzadoras que somos muy amigas entre nosotras: María Barbaño en martillo, Arantza Moreno en jabalina, June Kintana en disco y yo en peso.

June quedó sexta de Europa en disco y yo quedé quinta; y en peso, cuarta. Fue la hostia en general para todas, ese campeonato. El tema es que yo, hasta sub-23, entrenaba el disco igual que el paso. Fui a los mundiales de mi categoría en las dos pruebas hasta sub-23, que fue cuando June ya empezó a reventar y mi entrenador me dijo que me centrara en una prueba.

Lógicamente, cuanto más creces y empiezas a especializarte, es muy complicado entrenar las dos disciplinas a la vez. El disco al final es envergadura, elasticidad, los puntos de gravedad son distintos… Si quieres ir con todo, tienes que darle a una, a no ser que seas la hostia en las dos pruebas (¡perdón por decir tantas palabrotas! [risas]).

Teniendo en cuenta que June estaba despegando, y en marcas que yo ya no podía alcanzar, aposté todo por el peso, que al final era mi prueba principal y a la que le daba más importancia. Ahora solamente lanzo disco en las ligas, pero en Rieti había hecho 50,42, creo, y el año pasado hice cincuenta y uno con no sé qué aquí en León, después de estos diez años haciendo cuarenta y nueve, cuarenta y siete… Bah, me hizo ilusión. ¡Para no entrenarlo…!

Hablábamos antes del cuerpo grande y el bullying. Claro, en el ámbito del deporte, donde, por ejemplo, Ryan Crouser mide más de dos metros y pesa 145 kilos y es el mejor, nadie va a meterse con un cuerpo robusto.

Pero June me contaba una cosa curiosa, que es que al principio de su carrera como lanzadora lo pasó mal, por lo contrario: tenía un cuerpo grande, pero no tanto como se suponía que debía tenerlo una lanzadora. Me decía que, por suerte, al físico se le fue dando menos importancia con los años, y que a no dársela le ayudó mucho su entrenadora, Idoia Mariezkurrena.

¿Sí? Nunca se lo pregunté a June; le preguntaré. A mí me pasó al revés, pero es verdad que, tanto por un lado como por el otro, está habiendo mucha más inclusión, y da igual que tú seas más delgada de lo que se espera, o más o menos alta de lo que se espera.

Ahora hay ese respeto por todo tipo de cuerpos, pero supongo que de aquella pasaba eso. En Narón tenía dos compañeras a las que no les gustaba hacer pesas en la época, con catorce años, en la que empezábamos a hacer pectoral con la barra, circuitos suaves y tal.

No querían hacer bíceps, ni pectoral, ni nada, porque no querían que les saliera bola. No querían dejar de parecer chicas, ¿sabes? Ese comentario siempre se me quedó, porque además yo era rollo: «¡buah, veinticinco kilazos, os reviento a todas!» (risas). Yo estaba orgullosa de estar superfuerte y de levantar veinticinco kilazos, pero ellas no querían tener bola, que era como: ¿qué haces?

Supongo que hoy en día eso ya no ocurre tanto. En parte, por la visibilidad de las redes sociales, que pueden ser una mierda, pero para estas cosas ayudan mucho, porque ves en tu día a día deportistas de todos los colores, tamaños y formas.

Esa promoción del deporte que se hace también a través de las redes sociales ayuda mucho a que un adolescente en su casa esté mirando el móvil y diga: joder, si esta persona lo hace, ¿por qué yo no? De aquella (digo «de aquella» y parece que hace treinta años, pero bueno, es que cambió mucho todo), con catorce años, yo no tenía Instagram; eso no existía.

Y en ciudades grandes, en Madrid o tal, igual sales a la calle y te encuentras de todo, pero en los pueblos pequeños la mentalidad es más cerrada. Hoy en día eso ya no pasa tanto. Sigue habiendo, ¿eh?, no digo que no; pero la visibilidad, esa presencia diaria de representaciones de todo tipo de cuerpos, ayuda mucho.

Después de Couce, tu siguiente entrenador, me decías, fue Javier Viñas. ¿Qué recuerdas de él?

Aprendí mucho. Él solo llevaba lanzadores, tenía su grupo de lanzamientos. El resto del atletismo (fondo, salto, lo que fuera) tenía otros entrenadores. Pontevedra fue como pasar a tomármelo más en serio. Y a nivel técnico y todo, mejoré muchísimo. El ambiente era muy guay. Tiene que ver con lo que te decía antes: que en el CGTD teníamos unos horarios y al final hacías piña con tu grupo.

Todos íbamos a todo a la misma hora y nos ayudábamos. Con Viñas se hacía todo muy ameno. Era una persona muy divertida; siempre te reías con él, chistes a todas horas. Pero si tenía que ponerse serio, se ponía: no dejábamos de ser adolescentes. Había días que no apetecía entrenar y no apetecía entrenar, pero siempre era todo con muchísimo cariño.

Hace mucho que no paso por allí, porque nunca me coincide. Tenemos el mítico grupo de WhatsApp de gente de aquella y de vez en cuando hablamos, pero cuando voy a Galicia, voy a mi casa, a Mugardos; nunca voy a Pontevedra. Pero lo recuerdo con muchísimo cariño. Fue muy natural y muy cómodo entrenar con él.

A León vienes en 2012, ¿no?

Sí. Fue muy parecido a con Ramiro. Ramiro me aconsejó que me fuera a Pontevedra con Viñas; y Viñas me aconsejó que me fuera a León con Burón. Ya en Pontevedra yo había empezado a ir a concentraciones de menores del equipo de nacional en la Blume —cuando todavía no estaba el CAR de León inaugurado— en Semana Santa, Navidad, algún fin de semana…

Quien me entrenaba en algunas de esas concentraciones era [Carlos] Burón; y después, en concentraciones de fin de semana que ya se hacían en León, también. Ya me había dejado caer que por qué no venía, y él es el mejor entrenador de lanzamientos que ha habido en España. Y jolín: que fuera el entrenador de Manolo Martínez ya era como «¡buah, qué dices!». Lo mejor de lo mejor.

Encima, en un centro que acababan de inaugurar, que es el mejor de España para lanzamientos. Esto no lo encuentras en ningún lado: círculos a cubierto, todo lo que tú quieras, seis o siete círculos de peso, tres jaulas… Esto es el paraíso de los lanzamientos. Para otros deportes, puede haber cares mejores, pero para lanzamientos, literalmente este es el sitio.

¿Manolo Martínez ya era tu ídolo de antes? ¿Recuerdas la impresión de conocerlo en persona y tal?

¿Te puedes creer que hasta que llegué a Pontevedra yo no sabía quién era Manolo? Eso tiene que ver con lo de las redes sociales: ¡no había! Y si tú en tu casa no tienes una cultura de que se vea deporte a nivel friki, de saberte los nombres y todo… Yo podía verlo en la tele y no saber quién estaba compitiendo.

No tuve referentes hasta que no fui a Pontevedra y empecé a escuchar a mis compañeros hablar de fulanito de tal. Yo decía: ¿quién es fulanito de tal? ¿Quién es Mario Pestano? ¿Quién es Manolo Martínez? Y era como: «¡¡¿¡¡¡Qué!!!?!! ¿No sabes…?». Y yo: «¡Tío, no! No sé quién es».

En la Blume una vez estaba Manolo, al que además acababan de operar de la rodilla o algo, y ahí lo conocí. Aún no se había retirado; estaba a punto. Lo conocí, pero cuando tú no sabes quién es alguien, no le puedes admirar. Era una niña. En Pontevedra ya me metí más en el mundo este y empecé a conocer nombres, y al propio Manolo.

El saber que Burón era su entrenador, que es el tuyo también, y que Manolo es una persona campeona del mundo de pista cubierta cuatro veces, olímpico, tal, no sé qué, ya sí que es la hostia.

Me acuerdo de una concentración aquí en León que nos juntaron a los pequeños, los juveniles, los juniors, no me acuerdo qué éramos, con los absolutos, y yo me fui haciendo fotos con todos: con Pestano, con Manolo, con Lois MaikelGustavo Dacal entrenaba en Pontevedra con nosotros, y también ídolo máximo: campeón de España absoluto, no sé cuántos años, récord de España, tal. Pero si no hubiera ido a Pontevedra, no lo hubiera conocido. Yo estaba en mi pueblo entrenando sin tener ni idea de nada.

El cambio a León ya era irte de Galicia; no poder pasar por casa los fines de semana. ¿Cómo lo llevaste?

Sí, exacto, nunca me había ido tan lejos de casa. En Pontevedra me cogía un bus y en una hora y pico o dos horas estaba en mi casa. León ya era irme. Irme-irme. No saber cuándo voy a volver a casa o ver a mi familia otra vez; que pasen a lo mejor tres meses, sabe Dios. Pero era la mejor opción para seguir, y además terminaba segundo de bachillerato en Pontevedra y ya no había residencia, a no ser que tu federación te pusiera un piso.

Los de taekwondo, por ejemplo, tenían un piso, y hoy en día —porque ya pasaron años— ya habilitaron pisos para quedarse después del bachillerato en el CGTD. De aquella terminabas y no tenías ayuda de nada. Aquí en León te daban residencia, comida, todo; estabas becada completa, y tenías servicios médicos y demás.

Pedí la beca y me la dieron. Me traje dos asignaturas de segundo de bachillerato para hacerlas; tenía dieciocho años, y estuve dos años en la residencia y a partir de ahí ya empecé a compartir piso. Ahora vivo sola: mítico, evolución. Residencia-compartir piso-vivir solo. Fue así el cambio. Quería lo mejor para mí en ese momento y Burón era la opción.

Belén Toimil

¿Qué tal la relación con él?

Pues a ver, muy bien. Fueron muchos años. Con él también aprendí mucho. Nuestra relación a lo largo de los años fue variando, porque yo también crecí estando en León: no es lo mismo tratar con una atleta de dieciocho que con una de veintisiete. Igual yo también venía de un ambiente de risas, de bromas, distendido, y esto era un centro de alto rendimiento.

Me tuve que adaptar a las circunstancias. Éramos un grupo muy grande en el que tenía mucho peso de capitana Úrsula Ruiz, que al final llevaba toda la vida entrenando con él. El ambiente era de trabajo. Eso no quiere decir que no lo pasáramos bien, pero era diferente. Con el paso de los años, se fue yendo la gente con otro entrenador o lo que fuera, se fue diluyendo el grupo, quedábamos menos, y al final, cuando no sois tantos, tienes una relación más directa, más estrecha con tu entrenador.

El año de los Juegos y el anterior ya éramos, nada, cuatro o cinco, no sé. Y el año pasado yo ya estaba sola con él. En esas circunstancias, vas acercándote a la otra persona, conociéndola mejor, tanto tú a ella como ella a ti, creas una relación más próxima, y todos tenemos nuestras cosas. El objetivo común era ir a los Juegos, conseguir el mayor número de logros posible. Y como un matrimonio, como convivir con tu pareja: los problemas se hablan, las cosas se hablan, y yo siempre fui muy de hablar.

¿Él no?

Él fue teniendo cada vez más empatía. Igual estaba acostumbrado a llevar las cosas de una manera que o son así o son así, estrictas, tal, pero conmigo no le quedó otra que adaptarse. Igual que yo me adapté a él, él se adaptó a mí. Se dio cuenta de que había cosas que teníamos que hablar, y no me refiero a cosas del entrenamiento o de planificación, porque yo siempre me puse en sus manos; nunca le cuestioné nada. Confiaba y sigo confiando en él.

Es todo un científico del deporte.

Sí. Yo nunca tuve dudas de mi planificación con Burón. Sabía que lo que me decía era lo que iba a funcionar. Si no funcionaba, pues mala suerte: esto no es una ciencia exacta. Puedes tener mala suerte, o un año malo, o nervios, y que no te salga la competición; hay muchos factores. En ese aspecto, no le cuestionaba. Pero es verdad que hay otros aspectos que igual yo necesitaba trabajar, a nivel psicológico, etcétera.

Yo tenía que hacérselo saber, porque al final es una cosa que te afecta en competición: el estar nerviosa, el tener miedo de decepcionar a los demás… Él se dio cuenta de que tenía que prestarle atención a eso; de que yo no era una máquina que funcionara simplemente echándole gasolina; de que había más cosas. Hizo mucho esfuerzo de intentar entenderme y ayudarme, y yo eso lo valoro mucho.

¿Te dijo que te fijaras en algún lanzador en concreto? Manolo me comentaba que a él le recomendó que mirase solo a uno, que en su caso era un lanzador de la antigua RDA; que fijarse en varios a la vez podía ser contraproducente.

¡Yo a nivel técnico tengo un batiburrillo…! Sí que me gusta fijarme en muchos, porque todos hacen algo que me interesa. El lanzamiento general no es perfecto, o no es tu estilo, pero igual llevas una época atascada con equis gesto y te fijas en que lo hace bien fulanito de tal. No tiene por qué lanzar como lo haces tú, pero dices: ¡ostras, qué bien hace este gesto! Yo, además, hace cuatro años me cambié a giratorio, que parece mucho, pero con la pandemia por medio me parece que fue hace dos.

Llevaba toda la vida lanzando lineal, y entonces atendía a lo que me decían Ramiro, Viñas y luego Burón. Como mucho veía a Úrsula Ruiz, con la que entrenaba, y que me sacaba once años; campeona de España, tal.

No veía vídeos de gente de lineal, sino que entrenaba, me corregían y si acaso me fijaba en un par de cosas de Úrsula. Claro, el giratorio es otro mundo; cambias a una técnica completamente distinta. Y no es que busque activamente vídeos de gente lanzando giratorio, pero al final sigues a la gente en Instagram, y la gente publica vídeos y los ves.

Hubo una época en la que me fijaba más en cómo giraba Nick Ponzio, otra época que me fijaba más en Sarah Mitton… Burón, hubo una época que me mandaba vídeos de Crouser, y me pasó también un documento con un análisis biomecánico, describiendo cada posición; y también de Fanny Roos, Sarah Mitton…

De cuatro lanzadores del giratorio. Eso te ayuda un poco a entender lo que estás buscando, aunque al final tienes que sentirlo tú. Yo no voy a lanzar igual que ellos. No va a ser lo mismo; hay un modelo técnico, pero cada uno lanza de una manera.

Yo sigo con una técnica muy tosca para lo que me gustaría tener. Lo importante es que sea eficiente, pero a nivel estético no me gusta. Procuro trabajarlo, pero por más que te mires ochenta y cinco mil vídeos, y que eso te sirva para intentar gestos en la próxima sesión, tienes que quedarte con las sensaciones tuyas.

Has hablado alguna vez de tu frustración por la falta de referentes femeninos en tus comienzos, algo que hoy ya no sucede.

Mira, parece que me repito y que soy aquí la más amante de las redes sociales. Tampoco te creas. Pero tiene mucho que ver con eso. Yo, de pequeña… Pero no yo, ¿eh?, cualquier deporte. No era el lanzamiento de peso. ¿Tú te acuerdas de ver, hace unos años, a la selección de fútbol femenina en las noticias? Porque yo no.

Veías a Serena Williams, porque es la puta caña de tía. Pero no veías deportistas femeninas por la tele, o por los carteles, o por los periódicos. A mí hace años me preguntaban en alguna entrevista quién era mi referente y, cuando me enteré de quién era Valerie Adams, que es campeona olímpica de lanzamiento de peso, de Nueva Zelanda.

Empecé a decir «Valerie Adams»; pero porque era la que conocía, de la que me hablaron y la tope en mi deporte, no porque tuviera un catálogo de ochocientas treinta y cinco mil deportistas para elegir y me gustara esa.  Obviamente, me encanta Valerie Adams, soy superfan, y es la hostia esa mujer, pero no es que tuviera ochenta mil opciones.

Hoy en día —voy a meter aquí spam—, con la ayuda de Iberdrola, es cierto que hay mucha más visibilidad del deporte femenino. Se está dando mucha visibilidad a las copas de clubs, tanto de atletismo, como de hockey, como de…¿Que las de rugby ganan no sé qué campeonato? Lo tienes en el periódico. ¿Que las de hockey se clasifican para los Juegos Olímpicos?

Lo tienes en todas las redes sociales. Al final, todo ese esfuerzo conjunto tanto del CSD, como de las propias federaciones, como de Iberdrola o de equis, de dar visibilidad, sirve. La gente lo ve y dice: ¡ostras!, es que tenemos nivel, hay talento en este país, y las niñas pequeñas tenemos opciones, y tenemos referentes. Eso, que ahora se esté dando eso, es muy guay. Antes no lo había.

Belén Toimil

¿Te sientes, te sabes, referente tú misma, ahora, para deportistas más jóvenes que tú? ¿Notas que atletas jóvenes vayan a verte igual de encandiladas que tú cuando empezabas con Pestano, Manolo, etcétera?

Buah, a mí que me pidan fotos me encanta, pero es que me acuerdo además de una vez que una niña me trajo una zapatilla de lanzamiento para que se la firmara, además en Galicia, en el Campeonato de España de Ourense. Firmé un montón de autógrafos, en plan «¡je, je, je, que no soy en plan aquí yo qué sé…!». Me hizo una ilusión brutal. Firmé una carcasa de móvil. Fue muy guay. Mola que te reconozcan en tu tierra y con cariño.

Y mira, hace unas semanas me llegó una carta al CAR de una niña de catorce años de un instituto de Elche, que estaban haciendo un proyecto de museo del deporte en su instituto, y cada uno tenía que escribirle a un deportista para que les devolviera firmada una foto. Recibí la foto y un sobre para devolver con una carta en la que me decía que había pensado en mí, porque ella lanzaba peso, y que enhorabuena por mis logros y tal.

Yo lo leía y decía: «Me está vacilando, ¿no?». En plan: «¡Estás de broma!». ¡Una niña de Elche! Hace mucha ilusión, porque dices: vale, no vivo en un mundo cerrado de me levanto, voy a entrenar y vuelvo para casa, y entreno bien o mal, o me rallo, pero no hay más. Te das cuenta de que sí que puedes influir en otras personas, o de que lo que hagas lo pueden ver y les puede animar a hacer deporte, aunque sea en una pequeña medida. Te llena el alma, el corazón, no sé.

Sabina Asenjo me dice que una pregunta que se hace poco a los lanzadores, pero que os gusta, es hablar del modelo técnico; de cuáles son vuestros fuertes en la técnica.

A ver, a nivel técnico, ahora mismo, tengo más puntos débiles que fuertes (risas), pero siempre tuve muy buen feeling con la bola; el enganchón que decimos; ese empujón final, ese sopapo que se le da a la bola que es como una catapulta, con el índice, el corazón y el anular.

¿En plan con la punta de los dedos?

No exactamente. Nunca se apoya en la palma; se apoya aquí, en plan entre la mitad de la palma y los dedos, como así, ¿sabes? [Belén hace los gestos correspondientes]. Como una catapulta. Tiene que ser lo más elástico posible, y yo ese feeling con la bola siempre lo tuve. Lo que pasa es que luego fallo en todo lo demás (risas). Tengo que trabajar mucho. Pero bueno, cada vez me encuentro mejor a nivel técnico.

Parece que no, pero la técnica giratoria tiene muchos matices y muchas historias. Es muy eficiente; con la fuerza que tú tengas, hace posible lanzar más lejos, porque al final es física, tienes más espacio de aceleración y tal. Se consiguen más cosas que en el lineal, pero tienes más movimientos y eso hace que también sea más complicado.

¿Qué se siente cuando se hace un buen lanzamiento?

¡Buah! Es que cuando tienes un buen lanzamiento… Hay épocas que estás meses sin hacer uno bueno, y cuando te sale uno dices: «¡Diooooos! ¡Jodeeeeer!» (risas). Es como… No sé. No sé poner un ejemplo.

Me imagino que luego estás en la cama, de noche, recreándolo en tu cabeza.

Mira, el año de Tokio, antes de ir al Europeo y hacer la mínima para los Juegos y tal y no sé qué, yo me acuerdo de que estuve todo ese invierno como obsesionada. Me metía en la cama, dejaba el móvil, me iba a dormir e inconscientemente me ponía a pensar en lanzar, porque venía de unas semanas de sentirme superbién lanzando, entrenando, sintiendo cómo la bola salía.

Pensaba en eso de noche e inconscientemente te activas. Me costaba dormir, porque no dejaba de visualizarlo en la cabeza. Pero no era un ejercicio que yo hiciera activamente. Me iba a dormir y, en vez de pensar en Pitufilandia, me ponía a pensar en escachar la bola.

Cuando te sale un buen lanzamiento, al principio es adrenalina, pero luego es alivio; es todo a la vez, todo pasa en un microsegundo. Dices: «¡Dios, esto sí!». Y al final te sale de vez en cuando, y te tiras toda la vida entrenando para que te salga un lanzamiento, pero bueno: es lo que hay.

En 2017 obtienes tu mejor marca hasta la fecha: 17,38 m, pero, a partir de ahí, te quedas un par de años estancada, que es lo que hace que acabes cambiando de técnica.

Sí, bueno. Eso, y que me había partido la rodilla. De todas maneras, si ves mi trayectoria de marcas, hay muchos más años de estancamiento que de mejoría. A todo el mundo le pasa. Cuando atletas más jóvenes, compañeros, se tiran un año que no mejoran o que se estancan o tal, yo les digo: tío, yo llevo tantos años entrenando y es que te puedo contar los años que mejoré mi marca. Luego tuve años de empeorar, de lesiones… Y no tienes que decir «¡pues lo dejo!» porque este año no mejores; es que la vida es así.

No todos los años se mejora, o se mejora todo lo que te gustaría. Entonces, bueno, en 2017: sí, hice 17,38, y eso me dio el pase a mi primer mundial absoluto en Londres en 2017, que fui repescada por marca. Luego, en 2018, creo que hice dieciséis, dieciséis-algo. No me acuerdo. En invierno de ese año me partí el cruzado de la pierna izquierda y todo 2019 fue recuperar.

Después de la recuperación de la rodilla, todavía lancé más que el año anterior. ¿Qué pasa? Burón, en 2018, en mayo o así, había intentado que probara el giratorio, pero yo le dije que no me parecía el momento. Estábamos en mayo, venían las competiciones. Sí que lo probamos un par de semanas, y se veían cositas, pero yo me ponía muy nerviosa, porque no tenía seguridad en esa técnica nueva.

Le dije que no quería cambiarla en ese momento, sino ir a lo seguro. Cuando recuperé la rodilla, llegó septiembre de 2019 y ya era inicio de temporada nueva, ahí ya dije: vale, ahora tenemos seis meses hasta la primera competición, ahora sí te lo compro. También empecé a ir a la nutricionista.

Perdiste cosa de veinte kilos, ¿no?

Más. Cuando me rompí la rodilla, yo pesaba ciento veintitrés kilos o algo así, y me quedé en noventa y seis. En el Europeo de Toruń de 2021, estaba en noventa y seis. Pues bueno, eso. Entrené la técnica giratoria y en febrero empecé a competir. La primera competición en pista cubierta fue a finales de enero, e hice diecisiete-veintialgo.

No había vuelto a lanzar diecisiete desde 2017. Entonces dije: caray, pues qué bien, qué alegría. ¿Qué pasó? Que vino la pandemia de los cojones, todo aquel progreso que había hecho se cortó y al final esa temporada fue un poco como la de todo el mundo.

¿Dónde viviste la pandemia? ¿En Galicia, o te quedaste aquí?

Aquí, aquí. Mi padre, cuando empezó todo el rollo, me dijo que me fuera para Galicia, pero le dije «buah, no sé». Y esa noche tuve una pesadilla en la que yo estaba encerrada con mi padre en Galicia y discutía con él mogollón, porque estaba con él nada más, y no podía salir. Además, pensaba: imagínate que me abren el CAR y luego no me dejan cambiar de comunidad, y tengo que entrenar.

Así que me quedé en León. Le dije a mi padre: «Mira, papá: te quiero mucho, pero aquí tengo mi tele, mi cama, mi sofá, mis cosas, y si me aburro, reorganizo la casa, me pongo a cocinar, yo qué sé». Lo de entrenar cuando abriera fue un factor muy importante. De hecho, los que estábamos en León empezamos a entrenar en cuanto abrieron el CAR, y los que venían de lejos creo que aún tardaron tres semanas en entrar.

Tenían que hacer cuarentena si venían de su comunidad. Quieras que no, tres semanas se notan. Así que mira: esas tres semanas que me gané por estar aquí. Cuando la pandemia acabó, me comía el mundo; me moría por entrenar. Fue una mierda, pero a mí me vino muy bien para descansar la cabeza y el cuerpo. Salí fresca como una lechuga.

Belén Toimil

En 2020 ganas tu primer campeonato de España. Fue un campeonato raro, en plena pandemia, a puerta cerrada, sin público, en cuatro sedes distintas. Los lanzamientos se efectuaron en el polideportivo municipal de Moratalaz. Y ganaste a Úrsula Ruiz, cosa que se te resistía.

Me minaba la moral, tío. Era una obsesión. En 2017, el campeonato fue en Serrahima, en Barcelona, y era la primera vez que yo tenía opciones de batirme con Suli. Estábamos las dos en diecisiete. Tiro yo y hago 17,19. Primera vez que lanzaba diecisiete en un Campeonato de España. Va ella y lanza 18,28, récord de España. ¡Me cago en la puta! Fue rollo: buah, es que ni de coña, no la gano nunca.

¡El año que mejor estoy, que puedo batirme con ella en los diecisiete metros, me lanza 18,28 y se hace récord de España! Fue un mazazo emocional; un decir «hay algo en el Universo que no la puedo ganar». Y mira que le tengo cariño a Suli, pero tuve ralladas serias con eso.

Al final, como deportista, te sientes inútil. Yo, además, lo que quería era ganarle en su prime, no que fuera un poco que ella ya se está empezando a retirar. Luego, por la pandemia, no pudimos estar las dos entrenando en condiciones y al final, aquel año, la gané por unos centímetros.

Ella hizo 16,11 y tú 16,20.

Sí. Me puse contenta por haberla ganado, pero hubiera preferido que las dos estuviéramos en nuestro prime, ganarla estando las dos en nuestra mejor versión. Es lo que me hubiera gustado, pero bueno, la vida es así. Me daré cabezazos el resto de mi vida. A partir de ahí, gané en invierno del veintiuno y ya fui campeona de España hasta ahora.

¿Fue agridulce ganar un oro sin público?

Yo hasta lo preferí. A mí el público me pone nerviosa, más que nada porque, yo qué sé, estábamos más a nuestro rollo. No es que me moleste el público, no es eso, pero, quieras que no, el hecho de que te presten atención, a mí me pone más nerviosa.

Si no hay público y estamos simplemente las de la competición y es como un entrenamiento, estoy más tranquila. Yo me acuerdo del Campeonato del Mundo de Londres en 2018, el estadio petado de gente y que cada vez que salía alguien de Gran Bretaña tuviéramos que taparnos los oídos, porque eran todo gritos y reverberaba y…

Hay gente que con eso se motiva, que se anima viendo palmas y gritos. Tobalina, por ejemplo, es mucho de pedir palmas y de que le animen. Yo soy más de controlar mis nervios y meterme más en mi mundo.

Te he leído hablar en alguna otra entrevista de alguna época de bajón que te ayudó a superar el psicólogo del CAR, José Lombo.

Sí, a ver, yo tuve unos años que creo que tenía depresión. Nunca me la diagnosticaron, pero era obvio: no iba a clase, no me levantaba de la cama… Iba a entrenar porque sabía que, si no iba, me echaban; nada más. No me apetecía ni hacer la comida. Estaba agotada. Engordé mucho, además. También tenía que ver que estaba yo con una pareja que… No sé, al final fue como una bola que se va haciendo más grande. Todo era una mierda.

El ambiente entrenando no era bueno, porque yo ya iba con mala actitud y todo era en mi contra. Tuvimos unos años que, si le preguntas a cualquiera, había movidas por todo. Hoy en día estamos genial, porque al final llevamos tantos años juntos que aprendes conocer a la otra persona, y a que si fulanito tiene el día malo le dejes su espacio sin pensar que va en contra tuyo. Al día siguiente te puede pasar a ti. Pero en aquel momento, tío, ¡había cada drama y cada movida…!

Incluso hacíamos reuniones para tratar estas cosas, porque no podíamos seguir así. Unos años de mierda. Decidí ir al psicólogo por June, que empezó con Lombo y me lo recomendó. Yo dudaba, un poco por este estigma de…

Del loquero, ¿no?

Sí. A Burón, además, no le hacía mucha gracia.

¿Y eso?

No le hacía gracia que fueran los atletas al psicólogo. Yo qué sé: mentalidad de antes, ¿sabes? Como que teníamos que ser nosotros. La cosa cambió mucho en estos últimos años, pero en aquel momento yo tenía ese miedo de qué dirá mi entrenador, qué dirá la gente o yo qué sé. Ese prejuicio.

Por suerte, hoy en día ya no veo que lo haya. Yo se lo recomiendo a todo el mundo, y veo que la gente lo recomienda también. Me parece algo básico, el psicólogo deportivo, si te dedicas a competir, para gestionar tus emociones y tu día a día.

Como deportista, pero para la vida en general. Yo aprendí mucho; crecí muchísimo yendo al psicólogo. Aprendes a gestionar situaciones. Quieras que no, ahora vivo sola, y muchas veces te pega la soledad, o tienes un problema y no tienes con quien hablarlo. Con el psicólogo, aprendes a conocerte a ti misma; a darle a las cosas la importancia que tienen, y no más, ni menos. Eso, al final, se traslada a la competición.

Ponerle nombre a tus emociones, saber predecir cuándo van a llegar y prepararte para ellas antes de que lleguen, ¿no?

O una cosa que me pasaba antes de ir con Lombo: que en un día de mierda me vinieran pensamientos negativos y fuera todo una mierda y todo se iba a acabar. No me malinterpretes: a acabarse en cuanto a «paso de entrenar más». Hoy en día soy consciente —y me parece un avance superbueno a nivel de crecimiento personal— de que, si tengo un día de mierda, el día siguiente ya no será un día de mierda. ¿Es un día de mierda? Bueno, pues hoy no voy a hacer una puta mierda.

Hoy me voy a entrenar y ya va a ser el logro del día salir de casa e ir a entrenar. Y hago una puta mierda y luego me voy a la cama y mañana será otro día y ya no será una mierda. La vida no se acaba. Tienes experiencias pasadas que te dicen que es así; que la vida no se acaba. Eso, quieras que no, te ayuda, porque en nuestro deporte el entrenar es muy rutinario, nuestra vida es muy rutinaria, y tienes que tener fortaleza mental para seguir. Lombo me ayudó mucho.

Comentabas antes las relaciones intensas que, para bien y para mal, se generan entre quienes entrenáis en el CAR. Supongo que también pase lo que en cualquier colectivo humano cuyos miembros pasan mucho tiempo juntos: surgirán parejas y líos amorosos. Y no sé si, cuando hay rupturas, también se generan malos rollos en el colectivo.

Ja, ja, ja, ¿dices a nivel romántico…?

Sí, sí.

Nah, pero las movidas que teníamos de aquella no eran porque hubiera relaciones y se acabaran. Hombre, hay parejas. Pardo y Moni eran lanzadores de peso aquí, se pusieron a salir y se van a casar. Obviamente, ocurre. Siempre digo que, para mí, venir a entrenar es mi vida social. Ves a la misma gente todos los días y son tus amigos. A June la adoro, la amo, y es que encima, eso, la veo todos los días, y hacemos planes fuera juntos.

Vamos al cine, a comprar, al centro comercial, tal. El roce, a veces, hace el cariño. A mí no me ha tocado, pero me parece algo muy bonito. Cuando compartes una misma pasión con la otra persona, que te entienda, que puedas decirle tus ralladas de la técnica, de las pesas, que encima congenies, que os gustéis, pues adelante. Pero no, lío por eso nunca hubo. Somos todos bastante adultos y ninguno somos malas personas.

Belén Toimil

Como todos los grandes atletas, tienes a tus espaldas una ya larguísima lista de campeonatos de todo tipo, disputados por todo el mundo. ¿Cuáles recuerdas con especial cariño, sea por motivos deportivos o extradeportivos? ¿Alguna anécdota que contar?

Le tengo mucho cariño a Rieti, el Campeonato de Europa Junior de Rieti 2013, en Italia. Me acuerdo de ese campeonato y digo: buah, qué guay fue todo, tío. A nivel de resultados deportivos, a nivel de amigas, Rieti era precioso, estábamos en un hotel en el centro y estábamos en Italia, o sea, comíamos pasta todos los días, salíamos del hotel y había una heladería…

Hoy en día, con mi dinero, cojo y me voy de viaje, pero con dieciocho años… A mí ese campeonato me encantó. Y luego, a nivel de satisfacción personal deportiva, el que mejor recuerdo es Toruń; el Campeonato Europeo de Pista Cubierta de 2021, que fue donde en un lanzamiento batí el récord de España, hice la mínima de los Juegos y pasé a la final. Todo en un tiro. Fue como «what!?».

Mejoré de golpe más de medio metro. Brutal. Los Juegos de Tokio, maravilloso, y los tengo en el corazón, pero es que ese campeonato fue hacer todo eso en un tiro. Al día siguiente, mi padre mandándome las fotos de las portadas de los periódicos, mi foto con las manos en la cara, flipando: yo era un meme. Fue brutal.

Más tarde, batiste de nuevo el récord de España con un lanzamiento de 18,80 m en un mitin en Castellón. En Toruń habías hecho 18,64 m.

Sí. Volví de Toruń de hacer los 18,64 y vinieron esos meses a posteriori en que vuelves a empezar los entrenamientos. Vuelves a meter un ciclo de carga para luego, otra vez, bajar a competir. En plan nos entrenamos en invierno, metemos mucha carga y trabajamos mucho para luego, en competición, modificar el entrenamiento y estar más explosivos, más sueltos. No metemos tanta carga de entrenamiento.

Cuando acaba el invierno, en marzo o así, volvemos a hacer otro ciclo, otra vez algo de carga, tal, no sé qué. Y en época de competición, volvemos a afinar, que decimos, para competir. Entonces, claro, en abril, mayo, junio yo estaba lanzando dieciséis, diecisiete, cuando venía de hacer 18,64.

Me rallé un poco, porque tenía la mínima, pero a ver si no me iban a llevar por estar haciendo una mierda. Pero llegó el Campeonato de España, en Getafe, y lancé 18,52. Fue como: buf, menos mal. Ratificaba la mínima que había hecho en Toruń y hacía récord del campeonato. A los dos días me fui al mitin de Castellón y estaba tranquila.

¿Y esa tranquilidad fue lo que hizo que batieras el récord otra vez?

A Castellón fui supertranquila, con mi medallita y mi marquita. Estaba motivada y me motivó todavía más ver a Fátima Diame meter 6,82 en salto de longitud: la mínima clavada, con el viento clavado. Estaba viendo la prueba en plan «¡Dioooos!», ¿sabes? «¡Vamos, vamos!», tal.

Cuando llegué a la pista, la vi, la abracé, no sé, me alegré muchísimo. Ya empiezas con el gusanillo. Luego, hice varios tiros de dieciocho. No me acuerdo cómo fue la serie, pero al final metí 18,80, que primero me lo midieron 18,79, pero luego había que volverlo a medir con una cinta metálica que es la que certifica el récord, y daba 18,80. Fue brutal. Récord de España, y ahí sigue desde 2021. ¡A ver si lo vuelvo a batir!

Vas a Tokio 2021, pero haces una actuación discreta y te quedas fuera de la final. ¿Qué pasó? ¿Algo de miedo, quizá; de vértigo?

Iba con mucha presión. Sabía que podía estar en la final y se esperaba mucho de mí. De hecho, los días previos a la prueba yo estaba entrenando muy bien, y estaba muy emocionada, muy contenta e ilusionada. No me acuerdo si fue el último día de entrenamiento antes de competir, fue lejísimos la bola, pero lejísimos, que además me acuerdo de que grabé unas stories para Instagram.

Lo que pasa es que estaba teniendo problemas técnicos, de que lanzaba y pisaba fuera al hacer el cambio. Pisaba fuera y no era capaz de dejar el pie dentro, y eso me rallaba, porque al final, si haces nulo… Empecé a rallarme por si hacía nulos, y, de hecho, al final fue así: hice dos nulos y un 17,38, la marca que tenía de 2017.

Imagínate. Venía de hacer dieciochos y picos,pero hice un 17,38. Me acuerdo de la entrevista que me hizo la de Teledeporte cuando pasamos por la zona mixta, al salir de la prueba. Yo llorando, y va ella y me dice: «¡Hola, Belén!».

Y textual: «¡Vaya, si hubieras hecho tu récord de España, hubieras pasado a la final!». ¡La miré con una cara…! Menos mal que la mascarilla me tapaba media cara, porque mi cara era un libro abierto. Le hubiera tirado una cara que hubiera salido en la tele. «¡Ya, ya sé que si hubiera hecho el récord hubiera pasado! ¡Soy consciente! Por eso estoy llorando, ¿sabes?». Obviamente, no se lo dije.

A veces los periodistas tenemos el tacto en el culo.

Se me pasó la competición volada. Es que no te das cuenta y se pasan tres lanzamientos y ya está, ya competiste, vete a tu casa, ya pasó tu experiencia olímpica. Fue una mierda, la verdad.

Me puse a llorar en la pista, salí de la zona mixta llorando, monté llorando en el autobús con Burón, nos fuimos para la Villa —que no sé si tardabas media hora, cuarenta minutos— y no dejé de llorar en ningún momento. Estuve una hora y cuarto llorando sin parar. Uf… [Belén se emociona y se le quiebra la voz durante todo el resto de la respuesta; el entrevistador balbuce torpes palabras de ánimo].

Nah, no te preocupes, pero es que me emociono, porque, joder, fue un mazazo. Creo que fue el peor mazazo de mi vida. Es el momento en el que tienes que hacerlo, llevas toda la vida esperando ese momento y la cagas, tío. Y luego, encima, Burón, obviamente, pues claro que se decepcionó, y tampoco sabía qué decirme. Íbamos en el bus en silencio y como a los quince minutos me puso la mano en la espalda y me dijo: «Bueno, mujer, tranquila» (risas).

Obviamente, no sabía que hacer, y también estaba triste. Fue la mayor cagada de mi vida. No te digo que hubiera hecho 18,80, pero, joder, ¿diecisiete largos?

No iba muy obsesionada con pasar a la final. Quedé la veintiséis, la veintitrés, no me acuerdo, pero si me dices que no quedo entre las doce primeras, pero quedo la quince o la dieciséis, pues oye, estás en la mitad, joder, y es tu primera vez, y yo, si hubiera lanzado eso, diecisiete-ochenta, diecisiete-noventa, algo cerca de dieciocho, pues no te salió bien, pero no me hubiera disgustado como me disgusté.

Pero 17,38 y dos nulos… Fue horrible, tío, nunca me sentí tan fracasada, y aún hoy tengo ese trauma y lo hablo con el psicólogo. ¡Me sentí tan mal por decepcionar a la gente que estaba pendiente de mí…! En mi pueblo estaba todo el mundo viéndome. Es un trauma que tengo, porque la cagué, y fueron los putos nervios, y el no confiar en mí, y sigo teniendo miedo de hacerlo mal.

Belén Toimil

Pero es habitual, ¿no? La cosa olímpica impone. Manolo me lo contaba de Atenas 2004.

No sé. Yo lo que tengo claro, después de varias experiencias, es que lanzo bien cuando estoy tranquila, cuando no me estoy rallando con lo que tengo que hacer o lo que se espera de mí, cuando disfruto y lanzo y que salga lo que tenga que salir. Cuando estoy tensa o estoy nerviosa o tengo que hacer algo… Y es una mierda, porque, obviamente, tienes que convivir como deportista con la presión y con la competitividad, con el ir a un campeonato y hacerlo bien.

Estoy trabajando en enfocarlo de otra manera para que no me afecte así y a la vez tener la mente centrada en que estos son los objetivos, o aquí tengo que intentar hacer equis marca. Hay gente que trabaja en el psicólogo cómo motivarse, cómo espabilarse, cómo enchufarse, y yo lo que trabajo es calmarme, relajarme, que me importe una mierda todo y no estresarme, porque al final, si me estreso, se me tensan el diafragma y el abdomen, me afecta directamente a la técnica

No puedo girar, se me tensa el cuerpo, los músculos, se me tensa la boca del estómago y se me cierra, se me tensan todos los músculos y no giro. Literalmente me afecta al lanzamiento. No sé, cada persona es un mundo, y aunque tú pienses que no te hace falta el psicólogo, créeme que en algo te ayudará.

¿Recomiendas ir al psicólogo aunque no estés mal-mal?

Sí, sí. Te ayuda. Es como, no sé, como ir al nutricionista o al fisio, o hacer ejercicio contra lesión, en plan no tengo ninguna lesión, pero te dicen: bueno, pero haz estos ejercicios para fortalecer aquí y aquí y aquí. El psicólogo, lo mismo. Igual estás bien, pero está bien tener esas herramientas. Son herramientas para situaciones en las que igual no te has visto, pero que cuando vengan, estás preparado.

¿Cómo fue la vivencia extradeportiva de las Olimpiadas de Tokio, el turismo por la ciudad, el ambiente en la Villa Olímpica, la cosa de conocer a grandes deportistas…?

En Tokio estuve nueve días. Fui seis días antes de mi prueba, luego competí y a los dos días nos volvimos, porque con el covid nos largaban para casa a los dos días. Te echaban. Entonces fue como: joder, tampoco pude disfrutar de eso al máximo. Los primeros seis días no estaba en jauja, claro: estaba a entrenar, comer y dormir. Estabas con la gente y tal, pero tampoco hice gran cosa. Y luego eran solo dos días en los que, por desgracia, tampoco hubo turismo por Tokio: no nos dejaban salir de la Villa.

De todas maneras, fue una pasada. ¡Me dejé una de dinero en souvenirs…! Le traje a todo el puto mundo. Que se pasan, porque te lo ponen carísimo, pero bueno. Esos dos días procuré disfrutar. Fui al estadio, vi competir a [Javier] Cienfuegos en martillo, vi la final de peso de chicas con mi entrenador… Tenía que estar ahí, pero fue muy emocionante verlo en directo. Disfruté del deporte, aunque tampoco pude ir a ver otros deportes.

Me hubiera gustado ir al baloncesto, por ejemplo, pero no nos dejaban. Era tan estricto todo, por el covid, que era una mierda. Pero bueno, me hice fotos con Pau Gasol, con Ricky Rubio, con todos esos. Hubo un día que estaba yo haciendo videollamada fuera del edificio donde estábamos, porque pillaba el wifi y así tampoco molestaba a nadie ni me molestaban a mí, y pasó Ricky Rubio, y me dice: «¡Hey! ¿Qué tal? ¿Competiste?».

Yo: «No, vengo de entrenar. Vosotros muy bien con Eslovenia, ¿no?». «Sí, sí. ¿Cuándo compites? ¿El jueves? ¡Ah, pues mucha suerte!». Yo: «¡Jo, gracias!». Se va y yo tenía todo el rato el móvil encendido, con la videollamada. Digo: «¡¿¡¡¡¿Tú sabes quién era ese?!!!?!» (risas). Yo flipando.

Ja, ja.

Hubo otro día que me encontré con Saúl Craviotto y Marcus Cooper, y también les pedí una foto, en plan buah, ¡es que es increíble que seamos del mismo equipo! Aunque seamos de equipos distintos, el equipo es España, estamos todos en el mismo equipo, y buah, no me puedo creer que esté aquí con… Yo qué sé, con Mireia Belmonte. Fui con ella en el autobús.

Gente que ves por la tele o por las redes sociales, y estás con ellos en el mismo equipo. ¡Joder, vi a Yao Ming en el comedor de la Villa! No le pedí una foto y luego me arrepentí. Estaba muy concentrado a sus cosas y me dio respeto. Que yo no tengo vergüenza ninguna en pedir fotos a la gente, te lo juro, pero fue como… buah. Me quedé mirando para él. Es altísimo de cojones.

De los Juegos me llevo eso: el espíritu de estar todos allí a lo mismo, el saber que estás entre los mejores del mundo en algo, el estar en algo que todo el mundo espera cada cuatro años. Que bueno, en este caso fueron cinco, y ahora serán tres para París. Es un poco raro. Pero me llevo eso. Luego, cuando volví a casa, me hicieron una recepción en mi casa, con carteles. Mi tía, que siempre se encarga de todas estas cosas, imprimió carteles y llamó a todo el mundo. Me sentí muy especial y muy querida.

Eso que dices del equipo España, ¿en qué se traduce? ¿Hay algún momento en el que estéis todos juntos recibiendo alguna clase de exhortación colectiva? ¿Os dan algún tipo de, no sé cómo decirte…, de arenga patriótica o así, para motivaros?

Nah, vamos todos bastante motivados ya de casa. Estás en los putos Juegos Olímpicos, ¿sabes? No hay nada que decir (risas). En ese aspecto no necesitamos arenga ninguna. La cosa va más por federaciones. Además, con la cosa del covid, íbamos en varios vuelos. No fuimos todos a la vez. Y después, los de marcha, por ejemplo, competían en Sapporo, no en Tokio, y no llegué a verlos.

Belén Toimil

En 2022 te lesionas y renuncias al Mundial de Pista Cubierta, pero vas al de aire libre en Oregón. Quedas fuera de la final. Un mes más tarde, consigues alcanzar la final del Campeonato de Europa.

Tuve un esguince muy gordo en invierno de 2022. Me arriesgué y Ángel Basas, que en paz descanse, me vendó muy bien el pie, y pude competir en Ourense en el Campeonato de España y revalidar el oro nacional. Pero tenía el pie como una patata. No podía ir al Mundial. Fui al Campeonato de España porque no quería perdérmelo. Era en casa, y quería ganar.

Sabía que podía asegurarme el oro. Pero el esguince era de segundo o tercer grado; se me puso una pelota de tenis en el pie y estuve dos meses y pico para poder entrenar normal. Perdí muchísimo, y claro: me fastidió no ir al Mundial de Pista Cubierta en Belgrado, porque es muy difícil clasificarse, y yo ya estaba clasificada por el año anterior, por 2021. Lo pasé mal, porque vi a las que estaban allí y yo estaba aquí haciendo ejercicios de tobillo, que tengo los putos tobillos de mantequilla.

Pero bueno, luego, en verano, fui al Mundial de Eugene, que también me había clasificado por 2021. Fui porque ya estaba clasificada, pero yo no estaba en buenas marcas en 2022. De hecho, no sé cuánto hice en la calificación del Mundial, pero diecisiete-algo. En el Europeo, me salió mejor. Pasé a la final e hice 17,83. Pero te estoy diciendo que quedé décima de Europa en Múnich en 2022 con 17,83 y hace dos semanas lancé 17,82 en Zaragoza.

Son marcas que yo sé que puedo lanzar bien estando un poco bien. Lo que quería era estar en dieciocho y pico, pero no me fui de esas dos competiciones igual de derrotada que cuando me fui de Tokio, porque sabía que venía de un año que había tenido un esguince que estuve arrastrando casi tres meses.

No es un año normal y no podía pedir más. Pero bueno, me hubiera gustado haber hecho mejor posición en el Mundial. Quedé otra vez la veintitrés, veinticuatro o así; ya no me acuerdo. En el Europeo, por lo menos, pasé a la final y quedé décima. No estuve entre las ocho primeras, pero bueno, finalista europea: ahí estamos.

Tuviste un pequeño período de entrenamiento en Tenerife.

Sí, nos fuimos de concentración en noviembre o diciembre del veintidós. Me habían dado una beca del Team España que no era dinero para ti, sino invertir en concentraciones, viajes y competiciones. Dijimos: bueno, si nos lo pagan… Era con vistas a los Juegos Olímpicos de París. Burón, además, se había jubilado de la Universidad en verano del veintidós, así que no tenía que estar en clase; podía irse de concentración esas tres semanas. Y en Tenerife está una de mis mejores amigas: Valentina Marzari.

El tema era el clima. Aquí, en invierno, lanzamos dentro, porque hace un frío de cojones. Allí puedes seguir lanzando al aire libre. Pues allá nos fuimos. Al final ya quería volver a casa, porque tres semanas, que son veintiún días, casi un mes, se acaban haciendo muy largas. Además, no iba con compañeros de entrenamiento; íbamos solos con Burón y yo. A veces entrenaba con Valentina, pero a veces ella no podía. Yo soy mucho de gustarme estar de cháchara, de reírme entre series o tal, y no tenía con quien hacerlo. Llegó un punto en el que dije: vale, está bien como experiencia, pero no me iría otra vez tres semanas.

Si me dices que estás en un piso, todavía, pero una habitación de hotel… Te acabas aburriendo, tío. Yo me ponía películas en el portátil, pero echaba de menos ir al cine con mis amigos. Con Valentina fuimos un día al Loro Parque, que me encantó, y luego a comer por ahí. La comida de Tenerife —adonde no era la primera vez que iba; ya había ido más de una vez a visitar a Valentina— me encanta.

En ese aspecto sí que me lo pasé pipa, pero a nivel de concentración, la última semana ya era como: bueno, quedan cuatro días; bueno, quedan tres días. Quería volver a casa. Echaba de menos a estos petardos [Belén señala a los atletas que entrenan en el CAR mientras hablamos].

Quería hablar contigo también de la precariedad económica y vital del deportista de deportes minoritarios; de lo muchísimo que cuesta vivir de esto.

Yo tengo la suerte de que, desde 2021, por las marcas que realicé y porque fui yendo a campeonatos internacionales, cumplo los requisitos para las becas de la Federación Española de Atletismo. También tengo la suerte de que mi pueblo, desde hace muchos años, me patrocina: llevo el nombre de Mugardos en la camiseta de competir y recibo un dinero anualmente.

A raíz de los Juegos, me empezó a patrocinar también Iberdrola: otro piquito. Vas cogiendo de ahí, de ahí y de ahí y ya estoy pudiendo ahorrar, pero antes no podía. Yo no tengo una familia que me pague esto; si yo no llego a fin de mes, no le puedo pedir a mi padre. Yo soy yo y me lo pago todo. Hubo una época, no sé si fue en 2018, que me había hecho otro esguince y me quedé a un centímetro de ir al Europeo de Berlín: pedían 16,50 y yo había lanzado 16,49. No me llevaron.

Joder, qué putada.

¡Sí! Y entonces, no conseguí beca; me quedé sin ella. Ese año, yo me acuerdo de ver la cuenta en negativo varias veces, y tuve que acabar pidiéndole dinero a mi abuelo. Mi padre no podía darme y le saqué a mi abuelo el comentario de que no me daba para pagar el alquiler.

Mi abuelo era el típico señor de pueblo que tenía en el colchón ahorrado y me dio un poco, y ya pude pasar los siguientes dos, tres meses hasta que tuve algún tipo de ingreso. Los deportistas no cobramos mensualmente: cobramos cuando viene la subvención, a toro pasado, a final de año o tal. Y si te quitan una beca y no tenías dinero ahorrado, que es lo que me pasaba a mí…

En 2019 estuve sin beca, y en 2020 creo que me dieron media beca; no recuerdo ya cómo fue la cosa. Que era como: bueno, pues oye. Media beca. Gracias. En 2021 ya fue la rehostia y vino todo. Desde entonces estoy bien, estoy agusto, y puedo ahorrar, vivir tranquila. Pero es que yo tengo suerte. Obviamente entrené, trabajé, pero quiero decir que mi situación no es la que tienen todos mis compañeros.

Hay gente que está dedicándose a entrenar todos los días como hago yo, que tiene la misma vida y la misma rutina que yo, y no tienen el apoyo o las ayudas que les harían subir un peldaño. Y no es lo mismo entrenar todos los días preocupándote de si vas a llegar a fin de mes que entrenar todos los días como yo ahora, que me voy para la cama y duermo y al día siguiente me levanto y voy a entrenar y estoy tranquila, o con mis ralladas, pero que son hacer la mínima para equis campeonato y no pensar si tendré que ponerme a trabajar.

Es una diferencia muy grande y cada vez es más difícil acceder a las becas de la Federación Española. Tienes que hacer puntos que solo se consiguen en campeonatos internacionales, pero las marcas para acudir a los campeonatos internacionales cada vez son más altas.

Entonces no son ayudas a priori, sino premios a posteriori de ir a los campeonatos. Tienes que romperte los cuernos y entrenar sin ayudas para intentar ir a campeonatos antes de conseguir una beca, pero ¿cómo vas a entrenar al cien por cien para esos campeonatos, si igual no llegas, si tienes que ponerte a trabajar? Está mal planteado.

Belén Toimil

He leído que Frédéric Dagée, un lanzador de peso francés, ha tenido que organizar un crowdfunding para participar en París 2024.

Ah, le conozco, pero no lo sabía. Pues mira. No sé cómo funciona la federación francesa, pero sí que a raíz de ir a competiciones internacionales, de hacer mítines y tal, te pones a hablar con fulanito de Grecia o con fulanita de Holanda y están en situaciones parecidas. Yo me acuerdo de estar hablando en el desayuno con un lanzador alemán y decirme: «Me traje el portátil, que tengo que teletrabajar, porque estoy teletrabajando de no sé qué». Y yo: «¡Pero si fuiste al Europeo! ¿Cómo que estás trabajando?».

Dice: es que no me da para la beca de mi federación o lo que sea. Estamos igual en todas partes y aquí también. Mónica Borraz, subcampeona de España absoluta —estábamos las dos en el pódium siempre—, ahora dejó más de lado el atletismo, aunque sigue viniendo a entrenar, porque está preparando unas oposiciones.

Tiene que buscarse la vida, porque no le dan ayudas. ¡Y es la subcampeona de España! June, este año, ya terminó la carrera y está dedicándose a entrenar, lo está apostando todo por el deporte, pero si este año no la apoyan, o a raíz de este año no la apoyan, ¿qué pasa? Necesitamos ingresos para vivir.

Los lanzadores, además, solemos destacar a edades más tardías que los velocistas y otros atletas. Tenemos una carrera más longeva y podemos destacar a los veintilargos, a no ser que seas un portento desde pequeño. Pero el sistema que hay ahora es que, si no destacas desde superjoven, meterte en la rueda cuesta. Tendría que haber esa visión de: joder, vamos a apoyar bien a este, porque en unos años puede ser la hostia.

El que invierte, quiere retornos inmediatos de la inversión, y el lanzador no te los da.

Claro. Yo tengo ahora mismo compañeros como Diego Casas, cuyo objetivo vital es ir a unos Juegos y que este año se prepara para ir al Europeo absoluto, que ahora mismo es campeón de España absoluto y no tiene ayuda de la federación, pero ni siquiera una ayuda de vivienda o tal. Tiene acceso al CAR y servicios médicos, pero no ayuda de vivienda, ni de dinero, ni nada. Y es como: joder, literalmente es el presente y va a ser el futuro del lanzamiento de disco a nivel absoluto.

Puede ir a campeonatos internacionales, puede ir a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, puede ir hasta a los de París, ¿y no le estás apoyando? Hay que tener una mentalidad de que te guste esto y que sea tu pasión para seguir entrenando. Él, ahora mismo, podría decir: mira, no me apoyan, tengo que buscarme las castañas, no las encuentro, veo que nada de lo que haga es nunca suficiente, así que ¿para qué seguir? Peleas todos los días con todo eso y cada vez es todo más difícil.

¿Cuál es tu plan B? ¿Cuál sería tu profesión si no fuera el deporte?

Ahí es donde flaqueo un poco, porque sigo estudiando. Tengo un FP superior de imagen para el diagnóstico y medicina nuclear, y el bachillerato, claro, pero nunca me saqué una carrera. Me metí directamente al FP, tardé unos años además en sacarlo, y el año de los Juegos Olímpicos me dediqué a doblar entrenamientos y no hice nada.

Ahora, como ves en la camiseta de la UCAM que llevo, estoy estudiando una carrera a distancia, muy lentamente. Toco madera por que me queden muchos años en el atletismo, porque le estoy dando más prioridad al deporte que a los estudios. Lo bueno de la UCAM es que puedo estudiar online.

¿Qué universidad es la UCAM?

La Universidad Católica de Murcia. Estudio online: puedo ver las clases cuando quiera. Es muy cómodo; no es estar de tanto a tanto en la Universidad sentada. Estoy en mi casa y hay días que lo quiero hacer después de comer, otros que de noche, o igual el fin de semana me pego la paliza y lo hago todo junto… Me gestiono yo. Eso es muy cómodo.

¿Qué carrera es?

Marketing y dirección comercial.

Acabas de cambiar de entrenador: Carlos Burón por Víctor Rubio.

Sí. Me cambié en junio de 2023, antes de terminar la temporada, cosa que me daba un poco de pánico, porque lo tenía en mente, pero no sabía si era lo correcto. Al final, llevaba once años con Burón. Fue una de las decisiones más difíciles que tomé en mi vida.

Decías antes que la relación de un deportista con su entrenador es como un matrimonio. ¿Esto es como divorciarse?

Literal. Cuando lo dejé con Burón, lo sufrí casi como una ruptura. Aun a día de hoy lo pienso y me da sentimiento, porque, jolín, dejas de entrenar con él, pero no es que te caiga mal, o que te enfades con él, o que no lo quieras. Al final le coges cariño. Yo lo quería, a Carlos. Y lo quiero. Hay gente que dice que un entrenador es como un padre y yo no lo pienso: un entrenador es un entrenador. Pero es una figura muy importante en la vida de un deportista.

A Burón lo veía todos los días. El cambio me dolió, porque tampoco quería hacerle daño. Pero a nivel deportivo estaba estancada, y quería probar algo nuevo, y me decía que, si esperaba, iba a ser peor. Adaptarme a un entrenador nuevo y a un modelo nuevo, de cara a los Juegos, cuanto antes lo hiciera iba a ser mejor.

Decías antes que los lanzadores llegáis a vuestro pico más tarde que otros atletas. Tú, ahora, estás en esa edad, ¿no? Los veintimuchos, treinta y pocos.

Básicamente. Yo, cuando tuvimos la conversación, le dije a Burón: quiero probar un cambio y tengo que hacerlo ahora, porque, si no me sale bien, no quiero verme con treinta y tres años. Quería probar a entrenar con Víctor por varias razones. El invierno de 2023 tampoco fue bueno. Fui al Europeo de Estambul y fue una mierda, fui a la Copa de Europa y fue una mierda. Yo, psicológicamente, estaba muy estresada, muy agobiada. Como que no fluía.

No fluía yo, o la situación, o nuestra relación o lo que fuera. Nunca tuve una discusión con él; no es que discutiéramos y eso desencadenara que yo cambiara de entrenador. Obviamente, había días que acabábamos hasta la polla o lo que fuera, pero es que es eso: como un matrimonio. No te lo tomas como algo personal.

Si me cambié en junio, yo llevaba meses pensándolo, después de aquel invierno. Fue muy difícil. De hecho, en el momento, mientras me cambiaba, no sabía si había hecho lo correcto; me martirizaba un poco con eso. Ahora estoy más acostumbrada; me fui acostumbrando a las dinámicas con Víctor, a los entrenamientos, al grupo, que los adoro…

Ya los conocía de antes, pero no entrenaba con ellos. Estábamos juntos en el gimnasio, pero no lanzábamos juntos. Pasar de estar sola con un entrenador a un grupo está guay. Yo soy muy sociable, y me gusta poder hacer las cenitas con gente en la que te fijas.

Ahora lanzo con Tobalina, con Javi Cruz, etcétera, y cada uno hace una cosa en la que fijarte y es enriquecedor para tu técnica; no estás solamente con el feedback de tu entrenador. En fin, quería probar. Estaba claro que no estaba teniendo buenos resultados y el cuerpo me lo pedía. Pero fue una de las decisiones más difíciles de mi vida.

¿Burón se lo tomó bien?

Hombre, no me dijo «vale, gracias». Claro que fue duro. Pero bueno.

¿Qué matices te está aportando ahora Rubio?

Estoy entendiendo la técnica de otra manera. Dentro de lo que es la técnica giratoria, Víctor me enseña de una manera y Burón me enseñaba de otra. Hay puntos que yo pensaba que hacía bien y es como: ostras, no.

Aquí avanzaba muy lineal y tengo que ser más envolvente; o, por ejemplo, yo, desde que aprendí giratorio, tú haces la salida y al llegar con el pie en el medio, que luego giras y haces el final, al llegar con el pie en el medio en mitad del lanzamiento, yo lo que hacía era giraba completamente en el aire, el pie derecho caía y luego hacía el final. Y lo más eficiente —porque es física— es caer con el pie derecho en el medio y girarlo en el suelo, para generar toda esa fuerza que luego transmites a la bola.

Si yo giro en el aire, caigo y lanzo, no le transmito la misma fuerza a la bola. Son cosas y detalles que al final hacen que una técnica sea eficaz y eficiente; cosas que empiezo a cambiar, porque las tenía automatizadas, y me están costando. A nivel personal, ver que vuelves a lanzar como el ojete… (risas). Pero sé que es por un bien mayor. Sé que puedo lanzar mucho así, si me sale.

¿Notas ya una mejoría?

Bueno, estoy empezando la temporada y ya estoy en 17,80. Puede salir mejor o peor un día, pero creo que puedo volver a estar en marcas de dieciocho y pico si todo va bien. O puede ser que dentro de una semana pierda el chip, me vuelva a perder en la técnica y no me encuentre, y vuelva a lanzar poco no porque no tenga capacidad, sino porque la técnica no me salga.

A saber. Pero bueno, yo, a Víctor, lo respeto muchísimo, confío muchísimo en él. Llevo años viéndole entrenar a gente, porque al final, en el CAR, estaban los dos (bueno, ahora también Manolo), y ya lo conoces; simplemente es adaptarse a él como entrenador. Sabía cómo estaba con los atletas y tal.

Esa cercanía, conocerlo previamente y ver cómo trabajaba con mis compañeros, me ayudó también a tomar la decisión. Sabía adónde iba, lo que me iba a encontrar. Obviamente, tengo dejes, tanto a nivel emocional como técnico. De cuando estaba con Burón a ahora, son feedbacks diferentes. Yo pienso que tal cosa está mal y Víctor me dice «no, no, está bien». Y yo: «¡No, está mal!». Y él: «Que no, de verdad; que desde fuera es lo que estamos buscando, aunque tú no te notes».

Tienes que acostumbrarte a nuevas sensaciones. Las ralladas mentales a veces son tremendas (risas). Pero tienes confianza para hablar con él de estas cosas, llorarle si le tienes que llorar y gritarle si le tienes que gritar, que no suelo gritar, pero alguna vez se me escapa.

2 Comentarios

  1. Una de las mejores entrevistas a deportistas que he leído.

  2. Antonio Miguel García

    Esta chica es un sol

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*