Lucas Javier Victoriano Acosta (San Miguel de Tucumán, Argentina, 5-11-1977) desarrolló la mayor parte de su carrera como jugador en España, desde un estreno refrescante en el Real Madrid a papeles menos glamurosos en Lleida, Girona o Zaragoza. Ganó la plata en el Mundial de Indianápolis en 2002, pero se quedó fuera de los Juegos de Atenas-2004, culmen de la «generación dorada», de la que se siente muy partícipe pese a ello.
Cuando se retiró, se asentó en Madrid fundando una familia junto a otra base, Paula Palomares. Sin embargo, en 2017 decidió emprender el camino inverso: volver a Argentina para fortalecerse como entrenador profesional primero con Estudiantes Concordia, luego con Regatas Corrientes y ahora en el Instituto de Córdoba. Los resultados están siendo impactantes, reconocimiento a un «taradito del baloncesto», usando sus propias palabras. Pueden pasar horas y horas charlando sobre el tema con él: del pasado, del presente y sobre todo del futuro, de lo que quiere llegar a ser.
Cuéntenos lo último: campeón de la Liga Sudamericana, lo que más o menos sería la Euroliga de aquí, con Instituto de Córdoba tras serlo de Argentina…
La verdad es que fue todo muy… como que muy directo, ¿no? La vida me llevó siempre para ese lugar. No tenía elección. Creo que más allá de mi carrera deportiva, que estuvo bastante bien, me parece que mi destino era ser entrenador más que jugador. Ser jugador sirvió para tener herramientas para tomar alguna decisión hoy.
Es decir, esto ya lo he vivido, no de entrenador sino de jugador, lo puedo tomar de esta manera, o lo puedo tomar de esta otra. Se habla mucho de los exjugadores que quieren ser entrenadores y muchas veces no se preparan o simplemente los ponen por haber jugado. No es mi caso. Yo he hecho todos los cursos que tenía que hacer, he entrenado en la selección de alevín masculina de Aargón, a los infantiles en el Stadium Casablanca, en Pozuelo a juniors masculinos y en Primera Autonómica.
Lo de mis colegas que jugaron y les dieron un banquillo importante tras terminar sus carreras tampoco está mal. El basket es tan rico que ni por ser jugador se puede saber todo, ni tampoco por ser un entrenador, digamos tradicional, que ha pasado por todas las divisiones.
Pues por lo que dice usted ha juntado ambas coordenadas…
Y tampoco te da el éxito, porque al final no hay caminos. O sea, vas recolectando experiencia y aprendiendo. Me gusta mucho lo que hago. Me encantó ser entrenador de las divisiones formativas y hoy me toca ser entrenador, más que profesional, que tiene que estar enfocado en otras cosas. Pero bueno, creo que todo se me va dando un poco por naturaleza. No me esperaba nada y se me va dando. Año a año voy mejorando y eso es lo más importante.
¿Qué baloncesto le gusta como entrenador?
Yo creo que los equipos, si el entrenador comunica o llega, tiene el alcance hacia los jugadores para darle una identidad. Los equipos son como el entrenador. Yo no puedo ser o transmitir otras cosas que no sean lo mío, mi esencia, mi personalidad. Eso está claro. Yo necesito de gente que entienda, que se comprometa, que le guste, como me pasa a mí. Eso es lo primero. Que ellos sepan que si se comprometen, van a participar, van a jugar, van a crecer.
¿Pero sus equipos son más como el Victoriano joven que tiraba de ocho metros o el Victoriano veterano más pausado?
Dentro del juego se necesitan las dos cosas: el veterano que era capaz de leer situaciones para sacar ventaja porque físicamente ya no podía y el joven caradura que no tenía miedo a nada y al que le gustaban los últimos balones. Cuando tiraba de ocho metros no me lo festejaban como a Stephen Curry, pero bueno, había que tirarlo y yo lo tiraba. Sentía que estaba solo y tiraba.
¿Se siente un adelantado a su tiempo por esto?
Algunas veces sí, como que jugué antes de lo que debería, pero siempre me he guiado mucho por mis sensaciones, por tratar de ser feliz. En su momento me llevé un chasco tremendo porque el basket profesional no tiene nada que ver con la diversión. Tuve que entenderlo y eso hace que tengas un poco más de responsabilidad, de temor, miedo a fallar, que te estés mirando para el banquillo.
Si no tienes a un entrenador que te apoye o que piense en tu crecimiento y que te entienda y que soporte muchos errores que vas a tener, el crecimiento se hace mucho más complicado, más lento, más temeroso, más todo. Y bueno, yo en un momento tuve ese problema.
En el vestuario, ¿cómo es? ¿Del palo o de la zanahoria?
Hay situaciones que a los jugadores no nos gustan, como cuando uno no es genuino, no es auténtico, y finge ser otra persona. Lo que prefiero como entrenador es justamente lo que no pasó conmigo. Tratar de tener una relación humana. Somos profesionales y cada uno tenemos nuestras responsabilidades, pero somos iguales como humanos.
No, no, uno no se tiene que alejar, no se tiene que sentir con temor. Debe tener una relación fluida y a mí me gusta eso con los jugadores. Con algunos te llevas mejor, con otros piensas que no vas a ser amigo, que no vas a prosperar una relación en el futuro, pero tienes que trabajar con ellos y tratar de que esa temporada sea la que mejor tengan. Debo ayudarles a que crezcan, tanto al que me cae regular como al que me cae muy bien.
Cuando asumo la responsabilidad de fichar a algún joven lo que trato es que tengan confianza en su potencial. Otra cosa que me gusta es llevarlo de la A a la B, no exigirle ya la D porque se pueden frustrar. Vamos creciendo poco a poco y que quede para siempre y bien asentado. Creo que en mi carrera corta de entrenador tengo una relación increíble con los jugadores porque creo que es clara y sincera, pudiendo discutir.
El año que nosotros salimos campeones de Argentina con Instituto creo que peleé con el equipo entero uno por uno, pero para mí se termina ahí porque si yo noto que los jugadores quieren lo mismo que yo, se termina ahí.
Es como cuando cambias a un jugador. A veces tiran la toalla cuando van al banquillo, hacen algún gesto… Es normal, yo también lo hice. Lo entiendo, me quedo callado, pausado y nada. Luego si eso se repite o si ya la falta de respeto es mayor, bueno, sí lo hablamos un poco más, pero son reacciones lógicas que hay que entenderlas. Tengo mucha personalidad en eso.
Creo que el respeto, el compañerismo, es prioritario en todo, y eso que no tengo reglas ni multas. Creo que son todas cosas de sentido común. Intento enterarme de cómo son los jugadores antes de ficharlos. Cuando están moviendo el límite, pues me acerco y digo: «oye, te estás yendo un poco para la banquina, venga, endereza esto y sigamos»
Ya desde la distancia, ¿a usted qué le faltó para ser una superestrella?
En esos momentos, cuando era joven, quería echarle la culpa a todo. Que si el entrenador, que si la lluvia, que si el árbitro, que si el otro, que si los compañeros… Hasta que empecé a trabajar sobre eso. Y al final yo estaba echando culpa de mis frustraciones a otras personas, ¿no? Llegué al Madrid, un club increíble, el mejor mundo, pero claro, en el Madrid tienes que rendir, no vienes a crecer.
Eso se hace ahora. Alberto Angulo tiene una estructura formativa increíble. Yo cuando llegué eso no existía. Había un equipo vinculado, que al que fui, que era el Canoe, y luego de ahí a jugar en el Madrid, a jugar y a rendir.
Los entrenadores me exigían jugar como un base en esa época, los que controlaban el partido, que pasaban el balón. Todo lo que yo no hacía. Me preguntaba por qué me había fichado si luego me quería hacer jugar como «Chichi» Creus. Ojalá, pero no. No estaba en mí. Entonces tenía esa pelea interna. Creo que yo necesité en ese momento ayuda y no la tuve, pero no le hecho la culpa a nadie, ¿eh? Ya se me pasó.
Considero que todo depende de nosotros. Yo en esos momentos no me esforcé lo suficiente para mejorar. Y luego me vino la lesión en la espalda, que también es algo muy duro. Desde los 22 o 23 años jugué todos los partidos con dolores. Había que prepararse mucho para poder seguir jugando y estoy convencido de que eso era la prueba, de que me iba a mejorar como entrenador.
¿Su próxima estación es un banquillo en Europa, preferentemente en España?
Tácticamente, los entrenadores de Argentina estamos muy preparados. Primero, porque tenemos una escuela europea 70%, y el otro 30% es la escuela americana, con la que nacemos. Tenemos una mezcla de juego y de variantes. Y luego que jugamos tres partidos por semana, hay que preparar rápido y bien. Es una liga compleja.
No es obviamente el potencial económico que tienen en Europa. Creo que el salto es igual que cuando jugador. Uno destaca la liga argentina y se viene a un equipo de acá. En ese paralelismo quiero estar. De hecho, me voy a Argentina para hacer experiencia, porque considero que aquí todavía todo el mundo me conoce como el exjugador. Pues espero que ahora ya sea el entrenador, ¿no? Tengo una etiqueta muy marcada. Además, de un jugador que estaba completamente loco, que tiraba de ocho metros.
¿De qué nivel tiene que ser la oferta? ¿En la Liga Endesa?
No tiene por qué. Como me pasó en Argentina, tiene que ser un proyecto. No considero llegar a un lugar de urgencia a sustituir a uno que va último. Me parece que condicionaría mucho mi manera de entrenar. O por lo menos yo no la conozco.
Cuando estuve en Zaragoza, por ejemplo, y queríamos ascender, en un año hubo 19 cambios. Yo decía que era imposible adaptarse porque había mucha presión. Lo mejor es conocer el equipo y decir: «mira, me faltan estas tres cosas. Y el año siguiente sí». Se quedó Curro Seguro y la mayoría del equipo, y nos reforzamos con Paolo Quintero, y es el año en el que se sube. No se puede ir cambiando todo el tiempo.
Si no es un equipo que tenga sentido común tampoco se puede trabajar. Porque va a venir un equipo que tenga un presupuesto medio bajo y diga, «oye, me quiero meter en Copa» o «quiero jugar por el título» y dices… Mis equipos en Argentina, ninguno fue el primero de la parrilla, ¿eh? Pero sí considero que cuando uno tiene el mejor coche, más posibilidad de ganar tiene.
El Instituto de Córdoba no es precisamente de los «grandes» de su país…
Es un equipo serio, que está bien, pero que no había ganado nunca nada. El año anterior al de mi llegada había siete americanos. Cuando hablé con el presidente me dijo: «mira, tengo que bajar este presupuesto. Vamos a jugar con jóvenes, ¿vale?».
Le respondí que sin problema, pero que en el segundo año teníamos que ir creciendo. Me gusta la relación con él porque es sincera. Los directivos no participan de las decisiones de fichar. En Argentina no hay director deportivo en los equipos en los que que yo estuve, ejerce como tal el entrenador. Me parecería mejor tener un general manager que pueda compaginar con el entrenador, pero bueno, no me tocó.
Lo que sí quiero es prepararme. No me vuelvo loco. Estoy muy bien en Argentina, en el instituto. Estoy ganando, o sea, estoy cómodo, por decirlo así. Pero como nunca me gustó tampoco eso. Siempre fui un taradito al que le gustaban los desafíos (risas). Quiero prepararme por si sale algo más gordo, si sale algo de Europa. Mi hija vive acá en Madrid, yo me voy allí mucho tiempo.
Entonces hay muchas situaciones, de la deportiva ni hablemos, ¿no? El salto deportivo de Argentina a Europa es importante, está bueno. Entonces quiero ese desafío, obviamente. No sé cuándo porque no tengo urgencia.
Paradójico momento del baloncesto argentino: dos bastiones del mejor equipo europeo del momento, el Real Madrid, son de allí, pero la selección no jugó el último Mundial y tampoco estará en los Juegos Olímpicos…
Debes tener la casa ordenada y muchas veces eso en Argentina no pasa. Hubo una mezcla de situaciones por las que no nos clasificamos. Nos perjudica el sistema de las «ventanas FIBA» porque gente como Laprovittola, Campazzo y Deck no pueden venir a competir, no tenemos una generación de 20 jugadores parejos.
Ellos tres son los jugadores con más experiencia, con más rodaje, con más todo. Siguen saliendo jóvenes, pero bueno, no es lo mismo. Y las ventanas en eso perjudican, pero es excusa. En el partido para clasificarnos para el Mundial vamos ganando bien contra la República Dominicana y perdemos. Fue doloroso para todos. Podía pasar.
Las cosas no se la estaban haciendo bien. Entonces, pues, resetear y comenzar a hacerlas bien. Creo que sí necesitamos los entrenadores de Argentina colaborar en el crecimiento de los más jóvenes, tratar de ser lo más profesionales posible, la federación lo mismo, tener ideas. Debemos tocar el fondo ahora.
Quizás lo raro era lo anterior, con una generación, la que ganó el oro olímpico en 2004, con una acumulación de talento increíble…
Fue un milagro. Esa es la palabra, pero bueno, también tenía mucho que ver el formato de la Liga Nacional, que permitía que nosotros, cuando estábamos creciendo, debutábamos con 16 y 17 años, y cuando llegabas a la selección a los 19 ya tenías una experiencia importante.
Luego tenías esos líderes repartidos por toda Argentina: Campana, Cortijo, Milanesio, Montenegro, Esteban de la Fuente, Uranga… Los jóvenes los tomábamos como ejemplo y luego nos vinimos a Europa. Esa fue la otra moldeada: conocer más a fondo el basket profesional y rozarnos con los mejores del mundo. El miedo a jugadores con los que entrenábamos todos los días como Bodiroga o Tomasevic se perdió.
¿Cómo ve a «Facu» Campazzo y a Gabriel Deck?
Han probado un poco la NBA, que es lo que hay que hacer cuando uno juega bien y empiezan a sonar los teléfonos y te empiezan a tentar. No les ha gustado y han vuelto para casa. Me parece bien. De hecho, los veo felices a los dos. Y eso que son totalmente diferentes, en el sentido de temperamento, de personalidad, pero tienen claro una cosa ambos: se dejan el alma por ganar.
Deck es un poco, es un argentino atípico, ¿no? No parece expresivo, no habla… y lo hace todo, es ganador. Tenemos esa etiqueta del que va para adelante, que habla… pues él es todo lo contrario, ¿no? Y también nos representan porque hay muchos jugadores que son así, que tienen su carácter, que son más calladitos, más introvertidos. No son Nocioni, al que no había más que verle.
Tenemos algunos jóvenes ahora que están bien. Necesitan también tener un crecimiento tranquilo, por decirlo de alguna manera. Justamente en la selección hoy no hay tranquilidad, no hay una dinámica, pero creo que la vamos a tener… No creo que sea una generación para estar entre los cuatro mejores del mundo, como estuvimos tantos años, pero sí que participemos en Mundiales y Juegos Olímpicos. Es lo mínimo.
¿Qué entrenadores europeos le gustan? Ha estado viendo los entrenamientos de Chus Mateo en su última visita a Madrid…
No me veo con ninguno cien por cien. Cojo un poquito de todos. Cuando me preguntan en Argentina siempre pongo de ejemplo a Chus, desde antes de sustituir a Pablo Laso. Lo tuve de entrenador en Zaragoza y me gustó mucho cómo iba: buscando un compromiso. Iba viendo de convencerte con una idea de juego, una filosofía, que la ibas trabajando día a día, de manera desglosada y hablada, para ir conociendo, para que eso se vaya haciendo fuerte.
Él no tuvo tiempo allí, pues había urgencia por el resultado y se quedó en el medio del camino. Pero toda esa construcción que hizo me encantó.
En realidad me marcaron todos. Algunos que los voy a nombrar, obviamente, porque voy a ser todo lo contrario a lo que eran ellos. Y me dejaron esa enseñanza de hacer todo lo contrario. De todo se aprende. Hay algunos que eran híper cagones y transmitían mucho temor a los equipos. Y hay otros que tácticamente son mucho mejores, que organizan mejor, que fichan mejor.
Tuve suerte de tener muchos entrenadores buenos. Con la mayoría yo hablaba mucho porque me gustaba, repito, eso del compromiso, pues yo siempre estuve comprometido en todos mis equipos. Según a quién preguntes lo habré hecho mal, regular o bien, pero siempre me dejaba la piel.
Ahora veo algún entrenador por ahí que está tratando de implementar otras cosas o tiene una manera propia y me fijo mucho en la manera de hablar, en cómo se comportan en el banquillo sin hacer tantos gestos. Hay gente a la que eso le gusta y hay gente a la que no. En un determinado momento no se necesita tanta tranquilidad. Siempre vas un poco aprendiendo, pero creo que ser entrenador es muy complicado. Es un puesto en el que sabes que la silla es caliente.
Su hija Carlota juega, ¿no? Debe tener un ADN valioso porque su madre es Paula Palomares, que fue una gran base de la Liga Femenina…
Tiene nueve años y se divierte. Me gusta verla, pero no tienes que estar dándole el coñazo. De baloncesto apenas hablo con ella. Le acompaño en los entrenamientos en el Uros de Rivas. Hubo algo que me impactó para bien: ella es del Madrid y le encantan el «Facu», Edy Tavares y demás…
Pues bien, le propuse ir a un entrenamiento a saludarles y dijo que no, que no podía faltar a su entrenamiento, y eso que estábamos de vacaciones. Le insistí y siguió diciendo que no, lo que para mí fue un orgullo. Descubrí que tiene un compromiso y pasión. ¿Qué le voy a hablar de baloncesto? Ya no tengo que decir nada. Después, las condiciones ya se verán. Que se divierta y que lo pase bien. En su club trabajan muy bien con la base.
¿Le importa que le pregunte sobre política y la elección de Javier Milei como presidente su país?
Es tan confusa la política que resulta muy difícil decir en cinco minutos lo que pienso. Creo que aquí es un debate muy fuerte. Hay mucho paralelismo en la política española. Lo más fácil para un deportista es decir que no te interesa la política. No te metes en problemas, sobre todo por cómo está ahora la situación. Hoy dices «A» y te sale el grupo de los «B», que te acribilla. No tengo hoy un político que me represente con mis ideas. En ningún lado, eh: ni en España ni en Argentina.
Yo no entiendo a gente que defienda la corrupción de su partido acusando al otro partido que es corrupto. Es como que yo dijese a todo el mundo que la casa del otro está llena de mierda cuando la mía también y me fije solo en la casa del otro. Hombre, tendré que fijarme en mi casa. En Argentina tenemos de todo y pasa de todo. Creo que los políticos son el reflejo de nuestra sociedad. Si la sociedad fuese honesta, no habría un político corrupto. Pero se acepta que no pasa nada. A mí no me representa ningún partido hoy. Sí algunas personas.
Hoy es todo muy radical. Se está poniendo cada vez más peligroso el tema, estamos generando odio. Necesitamos otro tipo de dirigentes, mucho más responsables y legales. Estamos cansados de los políticos que se hacen millonarios y que no ayudan, que se meten en la política para mejorar su cartera. Debe entrar alguien para tratar de ayudar a la sociedad, para tratar de mejorarla, para que haya una cierta equidad.