Entrevistas Baloncesto femenino

Anna Junyer: «Rafa Mora nos ponía vídeos de Larry Bird, entonces eso no era normal y menos en el femenino»

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Hablar de Anna Junyer (Figueres, 1963) es hablar de historia del baloncesto español. Sentada en una sala del centro cívico de Can Deu de Barcelona que desborda modernismo, la exjugadora rememora sus 140 internacionalidades con la selección (en la que debutó con 17 años a las órdenes de María Planas) y el título que marcó un antes y un después en su carrera: la primera Copa de Europa conseguida con el Dorna Godella en marzo de 1992.

Los días en los que la base corría por la pista y anotaba con su característico tiro en suspensióndejaron un palmarés encomiable en sus vitrinas: 8 Ligas, 7 Copas de la Reina y 2 Copas de Europa. Es innegable que el baloncesto corre por las venas de Junyer que, a sus 61 años, sigue al pie del cañón como coordinadora y seleccionadora 3×3 en la Federación Española.

¿De pequeña le costó elegir entre la pelota verde o la naranja?

Es cierto que los dos deportes donde más me inicié fueron el tenis y el baloncesto. Estaba en Figueras y eso me empujó a ir hacia el baloncesto. A lo mejor si hubiera estado en una ciudad más grande el día a día del tenis hubiera sido más fácil. También te digo que me encantaban todos los deportes cuando era pequeña, pero al final el baloncesto ganó terreno día a día: la competición, los entrenamientos diarios… Al final la rutina me llevó a ello.

¿Cuál es el primer recuerdo que se le viene a la cabeza al pensar en baloncesto?

La primera imagen que me viene a la cabeza es de cuando fui a la catequística (la pista de baloncesto de Figueras) a hacer los primeros entrenamientos. Eso es lo primero que recuerdo. ¿Cómo llegué allí? Honestamente, no lo sé muy bien. Me gustaba todo el deporte e imagino que lo más probable fuera que al probar me enganchara y me quedé por eso. Recuerdo que el equipo estaba formado por jugadoras mayores, yo era la más pequeña con diferencia.

¿Cuáles eran los referentes del momento?

Comencé sin referentes. La primera vez que fui con la selección recuerdo que casi eran los periodistas los que me decían los nombres: Rosa Castillo, Marisol Paíno… Eran nombres que se mencionaban, pero yo no tenía referentes.

Simplemente, me gustaba practicar deporte y en ese momento en Figueras tampoco había referentes porque me quedaba muy atrás el equipo del CREFF Girona (equipo que militó en primera división entre 1967 y 1978) de Lolita Iglesias y compañía, conocí su existencia más tarde.

En mayo de 1978 ese pequeño equipo de Figueras, La Casera-Catalunya, vence el campeonato de España juvenil. Usted, con 15 años, fue la MVP de la final.

Recuerdo que éramos «las de pueblo» (ríe). Nadie daba un duro por nosotras y nos plantamos en la final. Éramos un equipo intenso, presionábamos toda la pista y, contra todo pronóstico, vencimos. La verdad es que no había ningún tipo de presión y simplemente fuimos a disfrutar. Éramos competitivas y no nos conformábamos, pero fue gracioso porque nadie apostaba por nosotras y ganamos el campeonato.

En ese equipo también despuntó Roser Llop (1961-2001), jugadora con la que comenzó sus andanzas en el baloncesto y que también tuvo un largo recorrido como jugadora (Picadero, Betania, Masnou, Cantaires de Tortosa, Dorna Godellay San Sebastián).

Nos llamaban Zipi y Zape. Jugamos juntas en Figueras, en la selección y en Comansi… El contraataque de Roser era increíble porque tenía unas condiciones físicas muy buenas y con ella siempre funcionaba el pase largo. No éramos las mejores amigas, pero nos entendíamos muy bien en la pista y siempre nos decíamos las cosas a la cara.

Hicimos mucho recorrido juntas. Y cuando jugábamos en contra… Notabas de repente que te defendía porque te pegaba los dedos en la piel (ríe). Ambas éramos muy competitivas. Es una pena… porque se fue demasiado pronto.

¿En qué momento tomó consciencia de que sus habilidades en el baloncesto estaban por encima de la media?

Nunca he sido consciente de ello, nunca he tenido esa percepción y nunca he jugado con esa perspectiva. A mí me gustaba jugar. Me gustaba, lógicamente, ganar. No me gustaba perder y me gustaba mejorar. Todo lo demás llegó poco a poco.

A lo mejor es al final de todo que ves con más perspectiva dónde estás y cómo estás. Es cierto que cuando el equipo sube a Liga Femenina y vas a la selección… Y es cierto que me sentía reconocida en el entorno donde estaba y también por las rivales. Me sentía que lo hacía bien porque tenía reconocimiento. Mejor o peor… eso es muy relativo. Simplemente me gustaba lo que hacía y estaba a gusto jugando.

La temporada 1979-80 La Casera-Adepaf venció a las Irlandesas de Sevilla en una final disputada en Coslada (Madrid) y consiguió el ascenso a primera. Era el segundo equipo de la provincia de Girona en llegar a la máxima competición… Y un año más tarde ese equipo, el de su ciudad, debutó en Liga Femenina.

Para nosotras fue un hito muy importante. Éramos un equipo muy joven y ese verano, además, fue el primero en el que tuve la primera convocatoria con la selección absoluta con María Planas. En esa convocatoria ya conocí a algunas jugadoras que para mí eran las jugadoras referentes de España.

Y ese año en liga jugamos contra todas ellas y recuerdo que en casa perdimos muy pocos partidos, apenas uno o dos, y un equipo joven, recién ascendido, creó un ambiente muy bonito en Figueres. También ganamos más campeonatos de España en categorías inferiores y ya no éramos un equipo desconocido. Éramos un equipo joven pero nos respetaban.

¿Qué importancia tuvo Rafael Mora en su carrera?

Está claro que sin Rafa Mora yo no habría jugado a baloncesto. Él fue el que, gracias a mucho trabajo y esfuerzo, desarrolló el equipo de Figueras durante muchos años. Sin Rafa yo no habría jugado y probablemente me habría decantado por el tenis.

Además, aprendí todos los fundamentos y la base del baloncesto con él. En una época donde todavía no se analizaban vídeos, él nos ponía vídeos de Larry Bird y compañía. En ese momento eso no era normal y menos en equipos femeninos. Él era una especie de loco del baloncesto que nos traspasó su amor por este deporte.

¿Qué era innovador de su método que propició la creación de un equipo de la nada y lo llevó a primera división?

El entusiasmo que él tuvo. Está claro que nosotras el tema del esfuerzo y el trabajo… Nadie nos regalaba nada. Era todo entrenamiento y dedicación. Y teníamos carácter. Él nos inculcó ese carácter competitivo. Eso era mérito suyo. Porque al final que una o dos jugadoras sean muy competitivas, puede ser. Pero que todo el grupo sea así de competitivo es que el entrenador algo tiene que ver.

También físicamente trabajábamos mucho, no sé si bien o mal, porque lo hacíamos con los recursos que había. En una época donde no se trabajaba nada de gimnasio nosotras estábamos todo el día con pesas. Y las pretemporadas…¡uf! (ríe).

Hábleme de las pretemporadas.

Íbamos a la playa de Empuriabrava (Girona) a las siete de la mañana (ríe). Entrenábamos todos los días. Todos. El lunes establecimos una merienda-entrenamiento, pero los demás días todos. Además, nosotras jugábamos en el equipo sénior y en la categoría que nos tocaba por edad, y como había dos años de diferencia, pues jugábamos siempre en el equipo júnior y sénior.

Cada semana había dos partidos. Navidades, Semana Santa… Siempre era mañana y tarde. Luego yo en los veranos iba con la selección. Recuerdo que una vez mi padre se impuso porque yo necesitaba estudiar… Fue de las pocas veces que mi padre me dijo: hasta aquí.

Con 14 años recibió la primera convocatoria con la selección española.

Era un poco el bicho raro. Yo tenía esa edad y ellas tenían 18 o 19 años. Era la primera vez que salía de casa. Para mí todo era nuevo. Pero sí, era ir viviendo las experiencias. Me lo tomaba como pequeños retos, oportunidades para conocer maneras distintas de ver y conocer el baloncesto… Me lo planteaba así.

Yo creo que tampoco me lo pensé demasiado. Ahora hay muchos medios de comunicación, las redes sociales… Cuando pasa una acción todo se hace viral, pero en ese momento todo era muy distinto. Era el día a día y poco a poco.

¿Pensaba que podría dedicarse y vivir del baloncesto?

Sí que pensaba que me gustaría poder dedicarme a ello pero era consciente de la realidad: que el baloncesto femenino nada tenía que ver con el masculino. Y en ese momento el salto todavía era mayor para dedicarte a ello.

En el momento que doy el salto a Barcelona, el equipo era de los punteros en Liga Femenina. Yo estaba estudiando ya la vez estaba con el equipo. Pero en mi cabeza el 80% era baloncesto. O sea, los estudios… Un poco menos de lo que debería y que no recomiendo que sea así (ríe).

¿Cómo se produjo el fichaje por el Comansi-Picadero la temporada 1981-1982? Usted llegó para sustituir a Neus Bertrán que se retiraba y pasó a ser la entrenadora tras la salida de María Planas.

Fue un momento complejo porque nos fuimos de Figueras yo y Roser (Llop) a la vez. En ese momento yo había perdido la ilusión. Era un momento de cambio y quería irme. Necesitaba salir de allí… Me vinieron a buscar de Comansi para fichar y lógicamente era el equipo, junto al Celta, del momento. Era dar un paso más y probar la experiencia. Mis padres no se opusieron e hice el paso. Tenía 18 años.

En el Comansi jugó cuatro temporadas (hasta 1984-85) y allí vivió su primera experiencia compitiendo en Europa. ¿Qué recuerda de aquello?

Pasar a Barcelona fue un cambio radical a lo que estaba habituada. El ritmo de entrenar y la forma eran totalmente diferentes. La preparación física era inexistente. Poco a poco te daban facilidades, pero el equipo allí era un equipo sénior donde casi todas trabajaban y entrenábamos por la tarde cuando las demás salían de trabajar.

Era un baloncesto totalmente diferente. Más que técnico, había mucha diferencia en la táctica. Nosotras en Figueras jugábamos con sets básicos de juego, pero en Comansi había mucha lectura de juego y elaboración de las jugadas, jugabas para encontrar los recursos a todas las situaciones que te encontrabas.

Era una manera distinta de ver el juego y creo que a nivel de progresión me sirvió mucho. Era un baloncesto diferente: había mucha menos presión y más lectura del juego. Era todo más cerebral y las jugadoras eran de las mejores de España: Rosa Castillo, Sílvia Font… Éramos un equipo de los punteros de España, junto con Celta, Canoe y Alcalá, esos eran los equipos que en ese momento despuntaban más.

De los viajes por Europa recuerdo que eran a menudo en coche, nos movíamos por todos lados en coches. Y recuerdo pabellones pequeños. Me sorprendía ver que en algunos sitios había mucha tradición y en el centro de Europa era casi como una celebración y siempre venía bastante gente.

Rosa Castillo (113 veces internacional absoluta) era en ese momento ya una referente del baloncesto. ¿Qué tal fue compartir equipo con ella?

Para mí Rosa es de las mejores jugadoras que ha tenido el baloncesto español. En cuanto a conocimiento de juego, en cuanto a lectura, competitividad… Ella jugaba de pívot, pero muchas veces marcaba el ritmo de partido desde dentro. En esos momentos las pívots eran grandes pero tampoco tanto como ahora. Ella no era una pívot grande, pero tenía un juego de pies y unas fintas… Lo que ella hacía yo no lo había visto hasta ese momento. Era muy fácil jugar con ella.

¿Ya instalada en Barcelona consiguió vivir del baloncesto?

No. Había una ayuda económica con la vivienda, pero sin el apoyo financiero de mis padres no hubiera podido. Era un poco como cuando te financian para estudiar, pero en mi caso era para jugar a baloncesto. En ese momento no vivías en absoluto. Ese equipo no era profesional, porque todo el mundo tenía trabajos.

Es cierto que después el club ponía facilidades. Por ejemplo; encontraron un gimnasio para ir a hacer tiro, para ir a hacer pesas… Podías pedir más horas de físico o más horas para practicar. Todas las facilidades en ese sentido, pero como equipo únicamente entrenábamos tras los trabajos.

En todos los equipos en los que jugó se convirtió en una de las referencias en ataque. ¿Pese a ser tan tiradora se consideraba base?

Eso fue una discusión que duró mucho tiempo. Que si era base o no. Pero yo me considero base. Era anotadora, pero era la que llevaba el ritmo del partido, daba asistencias, aunque no se contasen en las estadísticas en ese momento, el contraataque lo lanzaba muy bien también y yo llevaba muchas veces el balón. Es cierto que a veces jugábamos dos bases en pista y me buscaba situaciones para tirar, sí. Pero bueno, yo creo que el debate lo ganó el sí, que era base. Yo me siento base.

Del Picadero dio el salto al Tortosa Sabor d’Abans. Allí jugó hasta la temporada 1989-90. ¿Cómo se gestó ese movimiento?

Ese fue un salto casi de equipo (Ríe). Vino Jordi Angelats, el presidente de Tortosa, y nos dijo que quería que fuésemos allí. Cantaires de l’Ebre subió a primera división y él quiso hacer un equipo importante en ese momento. Estaba entusiasmado. Era un momento de cambio en el club y éramos muchas del Comansi que nos fuimos, por eso vivíamos en Barcelona y bajábamos a jugar a Tortosa.

No nos cambió la vida porque seguíamos viviendo en Barcelona. En cuanto a condiciones sí mejoró, aunque sin ser lo que es ahora, es cierto que en ese momento nos manteníamos. Nos dedicábamos a jugar y cobrábamos cada mes hasta que dejamos de cobrar cada mes (ríe).

A finales de la temporada 1988-89 usted, junto a la entrenadora Maria Planas y otras jugadoras como Rosa Castillo, Judith Solana y Marta Aragay denunciaron al club por impagos. ¿Tenían contrato o cómo se gestaban esos pagos? Porque la regularización no llegó hasta años más tarde…

Eran contratos de ñigi-ñogui. Había una signatura, un papel… En general había muchos problemas. Los sponsors se iban y… Durante algunos años tuvimos problemas, pero realmente vivíamos una situación muy muy diferente a lo que se vive ahora. Normalmente cobrábamos mensualmente y eso nos permitía mantenernos.

En Tortosa ganaron cuatro Ligas y tres Copas de la Reina. ¿Considera que eran el equipo a batir del momento?

El primer año fue complejo, después entró también un cambio en el cuerpo técnico y entró Maria Planas. Nosotras siempre jugábamos para ganar. Realmente el equipo se llevaba muy bien y rendía bien en los momentos oportunos. Había equipos que estaban hechos para ganar. Es cierto que conseguimos muchos títulos.

Pero me acuerdo de que algunos partidos ante Canoe fueron duros… aún a día de hoy cuando nos juntamos discutimos sobre jugadas de esos partidos. Pero éramos un equipo muy competitivo. Nunca jugábamos para perder. Si es así tienes que dejarlo. Teníamos a Kim Hampton de extranjera que fue muy fácil jugar con ella.

Sonó mucho en la prensa de la época la frase de que ese equipo era ganador porque era una especie de dream team. Ganaron tres de sus cuatro ligas de forma consecutiva (1987, 1988 y 1989).

Éramos un equipo de buenas jugadoras. Creo que sí. Pero otros equipos en España hacían equipos para ganar títulos. Aquí teníamos extranjeras, pero la mayoría eran de la zona: Roser Llop, Rosa Castillo… Éramos muy buenas, pero creo que el factor diferencial era que en los partidos importantes estábamos allí. También había otros equipos buenos con fichajes importantes, como Vigo, pero a lo mejor en los momentos clave no conseguían rendir.

Se le escapa una sonrisa al recordar eso.

Sí porque a veces hay equipos con mucha figurilla y luego…Nosotras éramos un equipo que sí, ganábamos. A Maria Planas le recriminaban mucho que ganaba porque tenía a las mejores, pero a lo mejor ella supo gestionar a ese grupo para que ganase. Así que sí, ganábamos. Éramos buenas y cuando hacía falta, estábamos allí.

El equipo se esfumó y dio el salto al Microbank Masnou la temporada 1989-1990, ganando la liga y llegando a la final de la copa. Y de El Masnou dio el salto al Dorna Godella la temporada siguiente (1990-91). ¿Cómo fue?

El Tortosa se disolvió. Llegó un momento en el que era muy complicado seguir con la situación en la que estábamos. Fuimos a Microbank El Masnou con Jordi García. Estando allí me llamó un entrenador en nombre del Dorna para tantearme para ir a Valencia. Hubo varias llamadas y paralelamente aquí tuve que decidir porque también me propusieron formar parte del plan ADO (un plan para preparar los Juegos del ’92 que impulsó la creación del BEX Banco Inversión, un equipo que formaba parte de la liga aunque sus resultados no contaban).

Estamos hablando de que yo tenía veintipico años, había la opción de Dorna para jugar al máximo nivel europeo y el plan ADO también era un plan muy potente. Con esa situación vi el hecho de poder jugar con opciones de ganar una liga europea y sabía que me podía jugar cosas, pero estaba jugando al máximo nivel y en teoría no debería ir en detrimento de nada. Y elegí ir a Valencia.

Usted era en ese momento una de las mejores bases de la liga y llevaba ya 140 internacionalidades y 1.280 puntos anotados. De hecho, a día de hoy sigue en el top 20 de jugadoras con más apariciones con la selección. ¿Pensó que elegir Valencia era el fin de ir con la selección?

A mí me dijeron que no, pero a la hora de la verdad sabía que… Fui muy clara, pero imagino que son decisiones que sabía que seguramente no gustaban.

¿Vio los Juegos de Barcelona ‘92?

En mi casa había un entrar y salir constante de gente. Veía todos los partidos de baloncesto y si podía las acompañaba al salir de la Villa Olímpica porque jugaban amigas mías. Fui al campo a ver algún partido y todos los demás los vi por la tele. Viví más el baloncesto que cualquier otro deporte en los Juegos de Barcelona.

¿Y tras los JJOO se dio alguna vez la opción de volver a la selección?

No. El tema fue que se acabó. Yo también después de Valencia ya terminé como jugadora. Mis partidos fueron todos antes del plan ADO. Que no está mal. Al final tomé mi decisión y… en la vida decides. Por mucho que algunos te digan que no pasará nada sabes que… Bueno que tomar una decisión a veces implica cosas.

Yo tomé mi decisión y viví una situación con un equipo profesional que de otro modo seguramente no habría podido vivir porque el plan ADO al final era otro concepto: gente joven, concentración todo el año… Y en Valencia viví la profesionalidad máxima. Al final mi experiencia fue esa y debe ser en positivo. No sirve de nada… Porque no cambias el pasado. Y no lo cambiaría porque habría tomado la misma decisión.

¿Qué cambió en Dorna? ¿En qué sentido era más profesional que todas las demás experiencias vividas?

En la exigencia. Era un trabajo y la prioridad absoluta era el baloncesto. No había horarios, pero te tenías que cuidar para rendir. Además, teníamos a disposición fisioterapeutas, servicios médicos…Fue profesional en el sentido que todo el equipo y todas las jugadoras cobraban y se dedicaban exclusivamente a jugar.

De hecho, casi todo eran fichajes. Esa fue la diferencia; no era sólo el entreno de seis a ocho. Era eso e ir a los actos, atender a medios, etcétera. La prioridad y el deber era estar con el equipo las 24 horas. En Godella sí que puedo decir con todas las letras que era un equipo profesional.

El dominio del Dorna Godella fue absoluto con Miki Vukovic al frente del equipo. En ese grupo jugó Razija Mujanovic, una de las pívots más dominantes de la época.

Aquí sí jugábamos para ganar. El equipo estaba plagado de estrellas de toda España y referentes a nivel europeo y después vino alguna americana. Pasaron jugadoras de nivel internacional del más alto nivel como Razija Mujanović, Natalia Zassoulskaya, Katrina McClain… Y el equipo estaba formado para ganar. Y en este equipo, dicho esto por su creador, que a él no le servían los segundos, que las finales eran para ganarlas, que era lo único que le valía.

Además, es curioso porque Miki Vukovic era del mismo pueblo que Razija Mujanović y la entrenó desde bien pequeña. Con Miki era un baloncesto totalmente nuevo, pero con él se consiguió todo lo que se consiguió, que tampoco era fácil porque había mucha competencia del Como y de los equipos rusos que también hacían equipos para ganar.

Y con Dorna vivió la gloria europea. Dos títulos consecutivos 1992 y 1993. El primer equipo español que lo conseguía en categoría femenina. ¿Qué recuerda de la primera final de Bari en 1992 ante el Dinamo de Kiev (66-56)?

Bari era un pabellón muy frío, con poca gente. El primer año no tenía nada que ver con la final del año siguiente en Llíria (Valencia). Y al final recuerdo felicidad por la sensación de que habíamos hecho lo que tocaba. Ganamos la primera copa de Europa. La primera.

¿Cómo describiría a Razija Mujanović?

Era una jugadora que se hizo a base de trabajo y repeticiones. Era un cuerpo muy grande, hacía cuatro cosas muy bien hechas e intimidaba mucho en defensa. Además, era muy difícil de parar porque era una jugadora muy competitiva y deportivamente era muy ganadora y hacía lo que hiciera falta. Todo lo que consiguió fue a base de trabajo, trabajo y trabajo. Por sus características era muy difícil pararla y tenía un tiro imparable.

Acabó la final de 1992 con 31 puntos… Su poderío fue absoluto.

Sí, pero el segundo año se fue a Como y ganamos nosotras. A veces los equipos también importan (ríe). Es cierto que hay jugadoras que son diferenciales, en Como la ficharon para que nos ganara. Era la jugadora diferencial. Pero entonces teníamos a Katrina McClain, Natalia Zassoulskaya, «Wonny» Geuer, Paula, Laura, Ana Belén

Y juntas hicimos un equipo que cuando las cosas se complicaban conseguíamos dar el paso. Al final las jugadoras son muy importantes, pero hacer que jueguen juntas y en equipo también es importante.

En la segunda final, donde derrotaron al Como Jersey (66-58), las crónicas de marzo de 1993 de Mundo Deportivo relatan que había 4.000 personas en el estadio de Llíria, y el pueblo tiene 14.000 habitantes. La sociedad se volcó con el equipo.

Es que el pabellón estaba a reventar. Creo que ahora mismo no sería ni legal poner a tanta gente en un pabellón por seguridad. Siempre he pensado que para mí esa copa de Europa se ganó por esto. Si la hubiéramos jugado en otro sitio no tengo tan claro que se hubiera ganado. Yo me lesioné en el primer partido contra las francesas (Challes les Euax) e iba coja.

Al final jugué un rato, pero yo no estaba para jugar. Viví el ambiente y era un pabellón lleno y cercano al banquillo. Recuerdo que era una caldera. Creo que la segunda copa de Europa, si no la hubiéramos jugado en casa, no habríamos ganado. Remontamos el partido. El equipo estaba muy, muy cansado… Esa final fue el jugarla en Llíria, el hecho de que el pabellón estuviera a tope, ahí el pabellón y el público fueron un jugador más.

La repercusión mediática fue bastante importante.

El recibimiento que tuvimos en Valencia fue increíble. Tras esa copa fuimos al ayuntamiento, hicimos una rúa… A nivel de repercusión fue muy espectacular. En ese momento vivimos mucho apoyo. Es que ya había partidos con mucha repercusión. Yo recuerdo partidos cuando jugaba en Comansi contra Vigo, que en Vigo había gente que se quedaba fuera del pabellón…

¿Cree que el éxito del Dorna y del oro de la selección en el Europeo de Perugia de 1992 repercutió en la mejora del nivel de baloncesto en España?

Creo que fue un momento donde a nivel de selección se hizo una inversión muy grande con el plan ADO. En los Juegos de Barcelona no se recogieron los frutos, pero después en la continuación sí. Además, a nivel de club nosotras con el Dorna dimos un paso importante.

Creo que fueron dos referentes que sí que ayudaron a que hubiera un impulso. A nivel federativo también se ayudó más a lo que era el baloncesto femenino. Poco a poco la visibilidad aumentó, había jugadoras buenas que se marchaban fuera a jugar, la selección comenzó a tener resultados y creo que todo ayudó.

Tras los éxitos cosechados en Valencia, la temporada 1993-94 se marchó al Reus Ploms. Que desapareció en un abrir y cerrar de ojos tras disputar un único partido.

Se acabó la etapa de Dorna. Yo ya tenía mi edad y también había gente joven entrando y por otro lado el equipo del Reus acababa de ascender ese año con Carme Lluveras de entrenadora. Salió la opción y fui, pero volvimos a la precariedad y la poca estabilidad de la competición. Pasas de un equipo profesional —que de un año a otro también podía desaparecer porque vivía del mecenazgo y sin dinero el equipo no seguía— y pasamos a Reus con una situación distinta.

No sé qué paso exactamente, pero pasamos de hacer la pretemporada —y con jugadoras top como Teresa Edwards y algún fichaje importante— pero de un día para otro cerramos. Recuerdo un partido contra Canoe de liga y tras el partido el equipo desapareció.

¿Y cómo se lo dijeron?

Estas cosas solían hacerse con una reunión y nos decían que no se podía seguir y… todas para casa. Y me fui a casa. Entonces entré en el Universitari que quería subir a primera (1993-1994), pero yo tenía la espalda bastante machacada. Entrenaba un día pero me estaba diez parada. El equipo subió, aunque mi aportación fue esporádica porque mi espalda estaba hecha caldo. Era más una presencia que no una aportación.

¿Fue difícil ponerle punto y final a la carrera de deportista?

No. Porque cuando lo pasas tan mal y entrenas un día y ves que no puedes, que no puedes hacer las cosas que podías hacer… Entonces al final es como una liberación. No es que no quieras, porque me encanta el baloncesto, pero mi cuerpo me decía que no. Esa fue una de las decisiones que fue… bueno, lo que tocaba en ese momento. No me arrepiento.

¿Cómo dio el salto a entrenar? Parece algo recurrente en las bases.

Yo siempre decía que nunca entrenaría (ríe). Estaba en el Universitari y entró Josep Lluís Río que fue ayudante de Maria Planas en la etapa de Tortosa. Entonces él entró con las cadetes y me puse a ayudar, a aprender con él. Y con los años se dio un cambio y subí al equipo sénior. Aprendí mucho con él.

Ese equipo de Universitari estaba plagado de buenas jugadoras: Betty Cebrián, Sandra Gallego, Laura Camps, Laura Cano, Ingrid Pons, Judit Viñuela… Aquí se formó un grupo muy bonito. Ahí ya recuerdo ver a Laia Palau, que siendo cadete subía a entrenar con el equipo. En un momento hubo un cambio en la dirección y hubo cambios a nivel técnico. Yo tuve la opción de seguir, pero decidí no hacerlo y me fui a Montcada. Y de Montcada me fui a Vigo.

En el Celta de Vigo estuvo unos meses en el año 2000 y luego paró. ¿Qué pasó?

Sí. Comencé la temporada y pasé los turrones de Navidad en casa. Estaba de primera entrenadora, la cosa no funcionó y entonces lo dejé tres años.

¿Por qué paró?

Fue una limpieza de baloncesto. Creo que ese break fue un cúmulo de cosas. Llené el vaso y al final la última gota… En ese momento estaba colapsada de baloncesto. En esos tres años como mucho vi tres partidos. En uno, además, casi obligada porque iba con un grupo de amigos y estábamos en Zaragoza y coincidió con una Copa de la Reina y tuve que ir a ver el partido sí o sí para no quedarme en el coche.

Luego volvió al ruedo con el Universitari durante los tres últimos años del equipo antes de que desapareciera (2004-07) y ganaron una Liga (2004-05). ¿Cómo fue el regreso?

Pues recuerdo estar encima de una montaña en Suiza y recibí una llamada comentándome que había algo, que Sílvia Font llevaría el equipo… Y les dije que lo pensaría. Hablé con Sílvia y estuvimos tres años. Yo estuve muy cómoda pero el equipo volvió a petar.

¿La falta de estabilidad económica en los equipos es el gran talón de Aquiles para la competición?

Creo que lo más importante para un club es tener estructuras sólidas. Eso es lo que ha cambiado más en los últimos años. Pero cuando los equipos se basan en mecenazgos o apoyos muy grandes con patrocinios, luego viene el peligro si no hay una estructura. En ese momento pasaron varias cosas. Algunas las sé, pero prefiero hacer como que no las sé.

Nosotras estábamos a pie de pista haciendo el trabajo y se dio una situación que económicamente no podíamos seguir. Aquí hubo momentos difíciles con las jugadoras y ellas fueron superprofesionales. A día de hoy probablemente al segundo partido ya no habrían jugado por falta de cobrar. Pero las jugadoras fueron chapeau. Ahora creo que hay más estructura para que no sucedan esas cosas. La estructura es fundamental. Todo lo que empieza por el tejado…

Y de los banquillos se incorporó a la Federación Española de Baloncesto en 2007.

Fue ese año que todo petó y bueno, hablé con Ángel Palmi, que era el Director Técnico de la Federación, y cuadró la cosa y comencé. Me reuní con él y ayudaba al trabajo que hacía en la Federación. Era otra cosa: ojear a jugadoras y estar atenta a las bases. Parte de mi trabajo también es estar en contacto permanente con los clubes.

¿Y qué sentimiento le genera el ver como las jugadoras con las que ha coincidido en categorías inferiores van creciendo y consolidándose?

Bueno, a ver… Yo es que esto de ponernos medallas… no soy muy partidaria. Parte del trabajo consiste en intentar ver que las selecciones compitan. A veces ves jugadoras que en un equipo te pueden hacer 30 puntos, pero a la que las mueves de contexto sin tantos minutos o con más reto físico entonces no tienen rendimiento.

Y en cambio otras jugadoras, que a lo mejor tienen menos ritmo, evolucionan distinto y tienen más progresión a nivel internacional. Es una mirada distinta a la que tienes como club. Y yo he estado en ambos bandos. Respeto al máximo el trabajo de los clubes y las federaciones autonómicas.

Al final creo que dentro del baloncesto los equipos compiten por objetivos distintos. Algunas jugadoras sirven para todo porque son muy buenas —y que nadie se ponga medallas porque salen solas— y otras en función del contexto funcionan mejor.

Además, ahora hay más clubes que trabajan bien la base y es difícil que una jugadora que destaque no esté controlada por alguien. Yo he visto muchas veces jugadoras que debían ser, bueno, uau. Pero después el entorno, el carácter, su predisposición, el trabajo, las lesiones, los intereses… Todo eso puede hacer que una jugadora que parezca que se coma el mundo acabe siendo una jugadora normal y otra que parezca que no, crezca exponencialmente.

También hay muchas cosas que no son controlables. Y en muchos casos ves que hay gente que se queda fuera de grupos de selección que te encantaría que estuvieran, pero las necesidades de los grupos son decisiones que se tienen que tomar.

Y además del trabajo en categorías inferiores, en 2011 también asumió la coordinación del 3×3, que ha crecido exponencialmente la última década.

Cuando esta disciplina nació, nadie creía en ella. FIBA hizo el crecimiento en pirámide y el tema de herramientas informáticas, vídeos, streamings se ha trabajado mucho pero aquí era una disciplina desconocida. Llegábamos a las competiciones y nos concentrábamos dos días antes.

El primer torneo que recuerdo fue en Rimini (Italia, 2011) y fuimos sin saber nada. Íbamos apenas con las normas aprendidas porque nadie entendía nada, pero todo el mundo iba igual. Eran como campeonatos de prueba porque no había ni world tour. Después comenzó el U18 y los equipos seniors.

Y si ahora creen que es físico, en ese momento era… más que físico. Sobretodo en masculino, se pegaban unas leches con riesgo casi de lesiones. Por suerte ha evolucionado mucho, pero los primeros años eran duros. Era algo que nadie sabía hacia donde iría, pero como FEB debíamos estar allí.

¿Cree que el 3×3 beneficia el juego en 5×5?

El 3×3 es un juego físico y con desgaste. Y creo que ayuda a mejorar el desarrollo de las jugadoras. En categorías de formación lo tengo clarísimo, y en jugadoras sénior también. Desde mi punto de vista, a nivel de técnica individual, la ejecución de los movimientos y la toma de decisión debe ser muy rápida: verticalidad, tiro y defensa.

Y un componente que en función del equipo que tienes, y en el 3×3 el equilibrio es fundamental, es el tema mental: personas competitivas y que siempre estén con la siguiente acción en la cabeza. El 3×3 no te permite caer.

Y eso al final ayuda en el juego. Y luego en el momento de la verdad son las jugadoras las que toman las decisiones. Por mucho que tú estés chillando en la banda y que digas… muchas veces es cómo te sientes dentro. Cada vez hay más trabajo de scouting, pero las que están ahí delante son ellas. Yo tengo claro que nunca empeoran.

¿Hacia dónde cree que irá el 3×3?

Imagino que irá creciendo. Con los chicos hay un circuito profesional. Aquí tenemos el Herbalife, pero se necesitan unos recursos económicos elevados. ¿Para vivir de ello? Al final todo pasa por recursos y que los números salgan. Veo más algo similar a lo que tienen los chicos, con el World Tour que está todo el año y ya cuenta con equipos profesionales y alarga la temporada.

Pero en femenino… A ver, si el Woman Series se alarga… No lo sé. El primer año sólo había selecciones, luego llegaron los equipos, veremos. Aquí depende de cómo se pueda gestionar.

También el hecho de que ahora en la estructura de 3×3 existan campeonatos de España U13 y U15, y de clubes U17, eso también generará que se fomente la disciplina porque las federaciones autonómicas ya trabajan en ello.

Mirando atrás, ¿cuál diría que ha sido el mejor equipo donde ha jugado?

Es muy difícil de decir. El Dorna sin duda ha sido, a nivel deportivo, con las copas de Europa, ligas… Muy importante. Pero también diría el Comansi-Tortosa (que éramos el mismo grupo de gente) porque el baloncesto que hacíamos me divertía mucho. Al final hay momentos y momentos que significan mucho, pero es el cómputo y todo es importante. Y es importante adaptarte allí donde estás.

Hablábamos antes de ser base, donde más base me sentí fue en Valencia porque allí tenía que dar mucho el balón. Yo marcaba el ritmo del partido y tiraba poco, pero mi porcentaje de tiro tenía que ser elevado. Allí fui base al 100% y di mucho juego.

¿Y qué le parece el juego de ahora versus el de antes?

El juego es… diferente. Ahora es más rápido. En mi opinión, totalmente personal, falta buscar el equilibrio entre el trabajo de las herramientas individuales y el del servicio del equipo. Creo que cada vez más el equipo se come a las jugadoras. Necesitamos más equilibrio en ese sentido.

Por eso me gusta el 3×3, porque recupera un poco esas cosas. Es un punto de vista personal, igual estoy equivocada, pero en ese sentido lo veo así. Pero esa carencia o esa falta no está tan marcada viendo otros equipos de fuera, todo eso teniendo en cuenta que tácticamente creo que hay mucho mejor baloncesto que antes, tenemos muy buenos entrenadores a nivel táctico.

¿Y cómo ve la evolución del baloncesto en la Liga Femenina?

El presente siempre es mejor que el pasado. Nosotras vivimos nuestra época y creo que ha habido una evolución de trabajo, hay muy buenos entrenadores, se trabaja mucho mejor y para mí es importante intentar trabajar desde pequeños el tema de las frustraciones.

Creo que forjar caracteres es lo que más falta hace porque vivimos en una sociedad donde la inmediatez está a la orden del día, todo es rápido y fácil. Aquí es uno de los puntos donde se debería hacer hincapié y ver qué podemos hacer para intentar no tener esta fragilidad que creo que últimamente tenemos.

Pero sin duda hay jugadoras impresionantes, muy buenas jugadoras, que son referentes y que por eso las niñas se quieren parecer a ellas. Lo de ahora es mucho mejor que lo de antes, pero debemos seguir trabajando para mejorar.

¿Qué cree que le falta a la Liga Femenina para profesionalizarse?

Debe ir creciendo. Recientemente se firmó el convenio colectivo, que creo que es algo importante, pero luego hacen falta unos mínimos en la competición para intentar que la Liga Femenina crezca más. Que cada vez sean más los equipos que compitan para estar arriba y que la diferencia con los equipos de abajo disminuya.

La Liga Challenge también ha dado un paso importante para contribuir a eso, con buenas jugadoras. En Liga Endesa vemos un partido a la semana por Teledeporte, otro en X y otro en Twich, a nivel de medios y de difusión cada semana puedes consumir Liga Endesa. Ahora también los propios equipos deben ir creciendo individualmente.

Cada vez hay más equipos también jugando en Europa. Al final se trata de estabilizar la estructura, que cada vez sea más sólida y, a partir de ahí, ir creciendo. Yo ahora apostaría más por la calidad. Ahora que hay estructura, dotarla de calidad. Por fortuna, cada vez existen más referentes: Laia Palau, Alba Torrens… Cada vez más niñas van a ver a sus jugadoras preferidas en los partidos.

Y hablando de referentes… ¿Se ha sentido alguna vez referente?

Intento no sentirme así. Es cierto que alguna vez… Por ejemplo, el otro día estaba cenando con un grupo del Universitari y al salir vino un señor y me dijo: «¿Tú eres Anna Junyer, no?» Y me enseñó una foto que tenía en su móvil de los dos. Y son cosas que me sorprenden. Hablamos de hace mucho tiempo. Es cierto que alguna vez alguna persona me ha dicho que me tenía de referente y bueno…

Lo dice con la boca pequeña.

¡Porque a mí nunca me ha gustado! Nunca me ha gustado que se me… Yo, a ver, si tengo que salir en la foto, salgo. Pero luego me iré a un lado y que se pongan otros delante. El reconocimiento a lo que he hecho, vale. Pero ya está. Hay gente a quién le gusta mucho, a mí no. Yo en la pista podía morder, pero luego fuera… Si podía hablar otra persona, que hablara otra. Con el tiempo, pues, ya me tocó ser capitana y me tocó.

Con prácticamente cinco décadas de baloncesto a sus espaldas, ¿cuál diría que ha sido el momento más dulce?

Muchas veces los resultados llegan por la comunión en el vestuario. También he jugado para ganar. Si pienso en momentos recientes pienso en París 2019 con el 3×3 precisamente porque ese triunfo llegó un verano después de perder el preolímpico contra Japón. Los años de Comansi fueron muy buenos y todavía nos vemos y recordamos mil anécdotas: de cuando nos disfrazábamos para carnaval para ir a entrenar o… (ríe). Al final esos momentos son los momentos más dulces.

¿Había muchos escapismos para ir a fumar?

Lo normal era que la mesa se quedara con una o dos personas. Si estabas en una comida… De repente se iba una u otra para ir al baño y en el baño estaba medio equipo. O de entrar en una habitación y que eso fuera Londres del humo que había. Pero era otro momento. El tabaco no se veía como ahora, era diferente. También había muchas más comidas de grupo y de equipo. Antes se hacía mucha vida de equipo.

Para terminar, su palmarés es abundantemente extenso: 2 Copas de Europa, 7 Copas de la Reina, 8 Ligas… ¿Diría que saboreó el éxito?

El éxito va en función de tus objetivos. Cuando estaba en el Dorna el éxito era la victoria porque el objetivo del grupo y lo que se esperaba era eso, ganar. En otros momentos, por ejemplo, en equipos de formación, el éxito es el aprendizaje. A veces es que una jugadora en una entrada te tire con la mano izquierda, o que se atreva a ejecutar un recurso técnico que has entrenado, o la lectura de un recurso pese a que al final se haya perdido la pelota. El éxito es muy relativo. A nivel social el éxito se atribuye a ganar. Pero creo que el éxito depende de tu objetivo personal.

Cuando en 2019 en París ganas el 3×3 la copa de Europa eliminando a Francia en semifinales y debajo de la Torre Eiffel es éxito, sí. Pero también es un momento muy efímero. A veces el éxito es sobreponerte tras una derrota y saber luchar y conseguir la medalla. O a veces que el equipo esté hundido y luchar para no hundirte en la clasificación y sobreponerte. Al final es siempre el objetivo que te marques.

Creo, además, que el hecho de que el éxito se atribuya exclusivamente a la victoria genera muchas frustraciones. Y debemos entender que todo es caer y levantarse. Y no pasa nada porque eso forja el carácter, si no estamos diciendo que sólo lo bueno es lo válido, y no es cierto.

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