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Antonio Calderón: «Mi Cádiz era un equipo humilde, pero que jugaba bien, en Cádiz siempre se jugaba bien»

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Antonio Calderón

La vida se ve distinta con los ojos de la primera vez. O como entonan los cursis: «Cualquier tiempo pasado fue mejor». Pero es cierto, los que tuvimos la oportunidad de disfrutar de aquel fútbol de los ochenta y noventa siendo niños vemos este deporte de ahora como una mala imitación. Una copia del todo a cien.

Por eso, poder hablar con jugadores como Antonio Calderón (Cádiz, 1967) es un soplo de aire fresco, la posibilidad de montar en el Delorean. Porque, como decía la propia madre de nuestro protagonista: «Recordar es volver a vivir» y «los recuerdos son el perfume del alma». Debutó muy pronto en el Cádiz y tuvo la oportunidad de vivir una época muy recordada en la historia del cuadro andaluz antes de pasar por Mallorca, convertirse en ídolo en Vallecas y cerrar su carrera en España con la elástica del Lleida para marcharse a Escocia.

En los banquillos desde antes, incluso, de colgar las botas y actualmente a cargo del Juventud Torremolinos, con el que acaba de ascender a Segunda RFEF, Calderón repasa con nosotros una dilatada carrera que nos ayuda a comprender como era ese fútbol que se nos fue.

Tu niñez fue en Cádiz.

Somos cuatro hermanos y, desde muy pequeños, los niños siempre estábamos jugando al fútbol dentro de la casa. Mis padres, médicos ambos, eran bastante exigentes con nosotros en el tema de los estudios y la educación, pero a mí me gustaba mucho el fútbol y siempre que podía estaba jugando: en los recreos del colegio, cuando salíamos, en la Plaza de San Antonio que estaba al lado de nuestra casa…

Tanto fue así que me metí incluso en un equipo sin que mi padre se enterara, porque no me dejaba. Por aquella época tenía un amigo con el que solía jugar y me preguntó si me interesaría ir a un equipo de fútbol sala, que es a lo que se jugaba con la edad que yo tenía. Era el Gayro y se llamaba así porque estaba patrocinado por una empresa de venta de muebles. Estuve un par de días entrenando y me quisieron fichar, pero de forma paralela otros amigos me comentaron que iban a hacer una prueba con el Cádiz: «Vente, que vamos todos para allá».

Fui con ellos y el Cádiz también me quiso fichar, por lo que fue la primera decisión que tuve que tomar: decirle que no al Gayro y fichar por el Cádiz. Debía tener doce o trece años y mis padres ni se dieron cuenta. Tuvo que pasar tiempo para que supieran que yo estaba en el Cádiz y fue porque amigos suyos les dijeron que estaba jugando y lo hacía muy bien.

Mi padre era bastante aficionado al fútbol. De hecho, nosotros éramos socios del Cádiz y mis hermanos, mi padre y yo íbamos a todos los partidos desde el año setenta y tantos, ya fuera en Primera o en Segunda. A partir del momento en que se enteró comenzó a venir a verme y ya se convirtió en un aficionado no sólo del Cádiz, sino mío.

Resulta curioso que siendo muy aficionado al fútbol no quisiera que tú estuvieras en un equipo.

Mis padres querían que tanto mis hermanos como yo estuviéramos centrados en los estudios. «Fútbol nada, vosotros a estudiar». Con buen criterio, ellos sabían que el fútbol no era fácil y, de hecho, yo seguí estudiando mientras jugaba. Eso es algo que me inculcaron y creo que siempre hay tiempo de cultivarse en ese aspecto.

¿Era el típico padre que después de los partidos te decía lo que habías hecho bien y mal o te dejaba un poco a tu aire en ese aspecto?

Él era muy aficionado y siempre me insistía en algo: «¡Tienes que chutar!», pero nunca me decía nada y en ese aspecto no comentaba nada. Cuando era pequeño jugábamos juntos algunas veces, pero no era el típico padre que te decía lo que tenías que hacer. Él, en lo que ponía énfasis es en que fuera serio y trabajara duro.

¿Cómo es esa escalada desde las categorías inferiores hasta llegar al primer equipo?

En un principio sí que salgo del Alevín y doy un salto hasta el Infantil A, pues creo que el entrenador vio algo en mi pese a que en aquella época yo era muy chiquitín, cuando llego ahí todos los jugadores de esa categoría eran un año mayores que yo y lo notaba.

Sin embargo, tras llegar a juveniles fui pasando año a año y no me adelanté a mi edad: nadie me vio como para saltar una categoría y, de hecho, veo como compañeros míos en juveniles sí que alcanzaron el filial mientras a mí no me llamaban. De cualquier modo, en un único momento en el que tengo cierta inquietud es cuando pasamos al Juvenil A, o lo que es la División de Honor de ahora, porque ahí ya vienen jugadores de la provincia y pienso: «Aquí hay mucho nivel».

Sin embargo, al empezar a entrenar sí que veo que son iguales que yo y que únicamente tengo que seguir haciendo las cosas como hasta ese momento. De hecho, juego bastante y sigo progresando.

Debutas en junio de 1987, en los últimos partidos de una de las Ligas más particulares de nuestra historia…

Esa temporada, no recuerdo el motivo en concreto, se decidió cambiar el formato y que hubiera tres playoffs: uno para el título, otro para definir la mitad de la tabla y el último, para los que descendían. Era una segunda fase del campeonato en la que había tres grupos de seis equipos que jugaban liguillas de diez partidos, con cinco en casa y cinco fuera, y esos puntos se sumaban a la clasificación total de las treinta y cuatro jornadas anteriores.

¿Qué pasó? Entre la mitad y el final de la temporada se decide que solamente va a descender un equipo. Nuestro presidente, Manuel Irigoyen, que estaba muy metido en la Federación, planteó que si en un principio iban a bajar tres equipos pero finalmente sólo iba a hacerlo uno, habría que jugarse esa plaza entre los tres últimos. Se hizo una liguilla en la que nosotros, que prácticamente estábamos descendidos ya a mitad de temporada, tuvimos la fortuna de tener una bola extra que aprovechamos muy bien.

Durante esa campaña yo había estado entrenando con el primer equipo, aunque jugaba con el filial de Tercera División. El entrenador durante prácticamente todo el año fue Manolo Cardo y no tuve ninguna oportunidad de jugar, al igual que sucedió con Milosevic. Sin embargo, cuando ya pensaba que no iba a debutar, hubo un último cambio y pusieron de primer técnico a nuestro entrenador en el filial, David Vidal, quien no se asustó y me puso. Además lo hizo de lateral izquierdo.

Así, debuto en unos partidos que son clave y como lateral izquierdo pese a que yo era medio, un tío ofensivo. Fue así como jugué tanto las dos últimas jornadas como aquella liguilla contra Osasuna y Racing de Santander por no descender. Conocía la posición porque había jugado alguna vez de lateral en el Cádiz B o en el Juvenil, pero lo había hecho en equipos que en teoría eran ganadores.

Nosotros éramos un filial muy bueno, que jugaba al ataque, y cuando el partido iba ajustado a mí me retrasaban para que siguiera atacando desde esa posición de lateral. En estas circunstancias, cuando David Vidal llegó al banquillo no había lateral izquierdo, apostó por mí y yo respondí. Curiosamente, esa situación no era nueva, pero Milosevic prefería sacar antes a un medio que ponerme a mí, pues prefería la gente más veterana.

David Vidal fue vital.

Con Vidal ya había coincidido durante tres años cuando él llega al primer equipo: uno en el División de Honor y dos en el filial. Además, mientras era nuestro entrenador en el Cádiz B era el segundo entrenador en el primer equipo, una figura que antes se estilaba mucho más que ahora. Yo de joven era muy, digamos, sinvergüenza. Era un muy descarado, con mucha confianza en mí mismo. Él era una persona muy autoritaria con nosotros, pero teníamos una edad en la que tampoco nos dejábamos amilanar… o por lo menos, yo.

En un primer momento, te podía achicar un poco por su figura, esa voz grave y ser muy tajante, pero después cuando lo fui conociendo más de cerca veo que eso es un poco más de fachada y se le podían decir las cosas, por lo que hay un momento en el que ya tenía mucha confianza y ya sabía cuándo me estaba diciendo las cosas un poco más en broma, de cara a la galería para el resto de compañeros, o más a mí.

Por eso, cuando me hace debutar, tengo una confianza brutal y en ningún momento me pongo nervioso. De hecho, en cada uno de los dos partidos de la liguilla de la muerte había una tanda de penaltis para evitar empates y yo tiro el primero en ambas. Con él, me sentía muy confiado porque veía que él tenía mucha fe en mí.

¿Surgió de ti pedir esos penaltis en un momento tan clave?

Siempre los había tirado con el filial y con el Juvenil y seguramente en ese momento pedí tirarlo y me pusieron el primero.

¡Los marcaste! Tu carrera podría haber sido distinta si llegas a fallar.

Y además uno para cada lado. En esa época me daba igual tres que treinta y tres. Todo eso era producto de la irresponsabilidad. Cuando era joven no pensaba mucho las cosas. Si te pones a pensar todo lo que puede venir detrás si fallas, a lo mejor no te atreves. Esas cosas ni se me pasaban por la cabeza.

¿Se llegó a reunir contigo antes del partido ante el Racing de Santander para mostrarte confianza?

Ahora mismo no me acuerdo si lo hizo, pero me extrañaría, pues él no era de hablar individualmente con los jugadores. Sabía que podía confiar en mí porque respondía. Cuando él llega a División de Honor me empieza a mostrar lo que era el fútbol profesional y nos comienza a exigir cosas que no habíamos hecho hasta ese día. Nosotros nos dedicábamos a jugar, entrenar, y después hacíamos lo que queríamos. Con él, ya empezó el tema de que teníamos que preocuparnos por cuidarnos, comer bien, descansar, no salir… También en el campo nos exigía cosas tácticamente que antes no.

La siguiente temporada ya te asientas en el primer equipo con Víctor Espárrago.

Al acabar la temporada, con la salvación, el club me hizo un contrato profesional. Nosotros teníamos unos precontratos firmados en los que se indicaba que si jugábamos cinco partidos con el primer equipo, nos convertíamos en profesionales.

Y aunque yo había jugado sólo cuatro, también lo hicieron conmigo. Recuerdo que aquel año en Primera División tengo la fortuna de que en el lateral izquierdo no había nadie, pues se habían lesionado los que estaban, por lo que los primeros encuentros de la temporada los empecé jugando como titular en esa posición.

Esta reconversión de un centrocampista a lateral fue un poco lo que hizo Johan Cruyff con Eusebio, en su caso en la derecha.

Claro, lo que pasa es que no es lo mismo jugar de lateral en un equipo como el FC Barcelona, que juega al ataque, que hacerlo en el Cádiz. Yo sufría mucho en el lateral, sobre todo cuando jugábamos contra el Real Madrid o el mismo FC Barcelona, pues entre esos equipos y nosotros había una diferencia abismal.

¿Y qué pasa? Pues que yo jugaba de lateral, a mí me daba igual, y me ponía a regatear. En mi época, cuando los defensas tenían un balón un poco comprometido: ¡pum!, pegaban un pelotazo. Yo no. Yo recortaba, eso a Espárrago no le gustaba nada y en cuanto se recuperó el lateral izquierdo veterano, Amarillo, salí del equipo.

Esa plantilla del Cádiz tenía jugadores que todos recordamos, pero quizá el más emblemático fue Mágico González.

Ese vestuario tenía muchos y muy buenos jugadores. No sólo Mágico, que era un fuera de serie, sino también otros como Juan José, Linares, Carmelo o Montero, un jugador del Puerto de Santa María, que jugó en el Sevilla y estuvo a punto de fichar por el FC Barcelona pero tuvo una lesión en un Trofeo Carranza, la rodilla le dio muchos problemas y al final acabó con nosotros. Teníamos un vestuario que para los jóvenes era una joya, pues nos enseñaron muchísimo.

Todos hemos visto videos sobre el césped, pero ¿cómo era Mágico González en el día a día?

El Mago es un tío súper sencillo. Para que veas un detalle: me fui a comprar un apartamento con mi primer sueldo, él vino conmigo y se compró uno al lado del mío. Aunque yo no vivía allí, hemos estado mucho juntos. Siempre ha sido una persona muy cercana, tranquila y a la que le gustaba pasárselo bien, ya fuera jugando al fútbol, en una buena comida o saliendo por la noche a tomar algo. Él no quería agobios y era un tío que lo que deseaba era disfrutar sin líos de su fútbol y la vida.

También estaba Zalazar, que después brilló en Albacete con Benito Floro y al que el técnico se intentó llevar al Real Madrid. ¡Cómo le pegaba!

Si Zalazar le pegaba tan bien al balón, no era de casualidad. Recuerdo que cada día, después de los entrenamientos, cogía varios balones, se colocaba en el centro del campo, desde el círculo central ¡y le pegaba unos bombazos al balón! Luego llegaban los partidos y cada vez que tenía una… pero claro, es que cada día se quedaba allí un buen rato tirando faltas él solo. Llegó de la mano de Víctor Espárrago. Ahora precisamente vive en Málaga y hace poco tiempo estuve con él.

Victor Espárrago.

Era un entrenador súper educado, muy recto y justo, aunque es verdad que a mí… (duda), te iba a decir que me puteó, pero realmente me endureció. Yo entrenaba bien, duro, pero me costaba entrar en el equipo. Es verdad que me tuvo muchos partidos sin entrar, pero siempre me trató muy bien, me exigió al máximo y llegó el momento en el que yo ya entré en el equipo y ya no me sacó. A mí, en esa época, me pareció un entrenador muy bueno. Tenía otra cosa distinta.

En tu tercera temporada coincides con Onésimo. Habría pagado por ver un entrenamiento con él y Mágico González juntos.

Onésimo tiene un año menos que yo, y es cierto que en esa época en la que todavía era un chaval de veinte años, se cuidaba poco. Pero el regate que tenía, era… Y, sobre todo, su caradura. Le vacilaba a los veteranos de una manera brutal. Allí, en Cádiz, que teníamos veteranos ilustres, el tío les hablaba como si fuera él el veterano. Onésimo tenía mucha cara. Era un personaje. ¡Es un personaje!

El Cádiz siempre ha sido un equipo querido en toda España, pero aquel me atrevería a decir que incluso más. ¿Qué tenía?

Lo que tiene el Cádiz es su afición. Estamos hablando de una afición muy caliente, divertida y nosotros éramos un equipo humilde pero que jugábamos bien. Allí siempre se jugaba bien. Antes hablábamos de Onésimo, Mágico González, Zalazar o el propio Enrique Montero. Siempre teníamos jugadores de calidad. Y eso es algo que yo ahora, con este fútbol tan físico, echo un poco en falta.

A nivel general, la calidad la veo cada vez menos y, sobre todo, a los equipos que tienen más problemas. En aquellos años, en el equipo había muchos jugadores de Cádiz y ahora ya no hay tantos porque la gente vuela. Por ahí habían pasado algunos como Pepe Mejías, en esa época estábamos nosotros junto a los que venían de fuera y los veteranos, que podían aguantar más porque el fútbol no era tan físico.

Por ejemplo, y volviendo a Enrique Montero, que era un jugadorazo, hoy en día tal vez no pudiera jugar con la edad que estuvo en el Cádiz, porque el físico no hubiese aguantado.

Y con apenas 22 años, te vas al Real Mallorca.

Me fui al Mallorca porque ellos se interesan en mí, el presidente del Cádiz me transmitió este interés, preguntó que si estaba dispuesto a irme y yo vi que era una buena opción. Era un cambio que me permitía salir de mi zona de confort y, aunque es verdad que en determinados momentos la negociación se tensa un poco porque no se ponen de acuerdo, al final acabo allí.

Cuanto llego a Mallorca estoy en un entorno completamente distinto, pues salgo de un vestuario en el que me muevo como pez en el agua. Es como irte de tu casa a una casa ajena con nuevos inquilinos y gente de muchos sitios. En Cádiz, prácticamente todos éramos gaditanos salvo algunas excepciones y me fui a un sitio en el que casi todos éramos de fuera. Hablamos de un club con el equipo hecho a base de talonario, con otro tipo de exigencia a nivel de entrenamientos y profesional al que tuve que adaptarme.

Y lo hice, pues de hecho en el primer año lo juego todo. Sin embargo, allí tengo un entrenador que es Serra Ferrer, que tiene sus manías, yo soy muy joven, la segunda temporada no comienza bien a nivel de resultados, lo paga un poco conmigo, me busca… y me encuentra. Entonces, yo me equivoqué, le respondí y empezamos a tener una mala relación.

Eso duró prácticamente media temporada, luego tuve un representante nuevo que me convenció, medió y la relación mejoró un poco. Pero llego la pretemporada del año siguiente y me dijo que no contaba conmigo aunque había firmado cuatro años.

¿Te arrepentiste en algún momento de haber salido de Cádiz durante aquella segunda temporada en Mallorca?

No, nunca me arrepentí, aunque es cierto que echaba mucho de menos Cádiz. Añoraba ese vestuario porque allí estaba muy bien. No sé qué hubiese pasado, pues sé que el Sevilla también había estado interesado en mí y tal vez hubiera sido distinto si me hubiera quedado un año más en Cádiz, pero yo entonces era muy joven, no tenía representante y a mí me movía, digamos, el presidente del Cádiz.

Si llego a tener un representante como sucede ahora, a lo mejor me habría recomendado: «Aguanta». Estaba muy bien en Primera División, en mi casa, había sido internacional sub’21…

Me voy a Mallorca y hago un primer año fantástico en el que lo juego prácticamente todo y voy mejorando. Sin embargo, luego me toca un segundo año duro, diferente y me llama el Rayo Vallecano en verano a través de Agustín Lasaosa, al que conocí por Claudio, que había sido compañero suyo en el Elche.

En un principio digo que no porque no quiero salir y pensaba: «Me voy a quedar en el Mallorca, aquí tengo sitio porque soy mejor que los que hay y voy a acabar jugando». No obstante, pasa el verano, avanza la pretemporada y en un momento dado, Serra Ferrer, cuando le pregunto ya me comenta: «Aunque te lo merezcas, no vas a jugar». Es ahí cuando yo decido que me voy a Segunda División al Rayo Vallecano.

Por ahí había grandes jugadores. Me viene a la cabeza Ezaki parando un penalti a Koeman en Barcelona.

Sí, Ezaki era un porterazo. El primer penalti que falla Ronald Koeman se lo para él y recuerdo que ese partido lo estaba jugando yo, era mi primera temporada en el equipo y acabamos 1-1 en el Camp Nou. Aquel Mallorca era un gran equipo.

Teníamos futbolistas del Barça como Fradera o Serer. También a Zoran Vulic, jóvenes de allí como Miguel Ángel Nadal… Luego otros como Claudio o Álvaro Cervera. Ese club pagaba, apostaba y fichaba bien. Se hacía con talentos españoles, luego tuvimos a Marina… Muy buenos jugadores.

Aquel equipo llegó a la final de la Copa del Rey ante el Atlético de Madrid en 1991.

Es totalmente distinto a todos los partidos de Liga, pues hablamos de un choque que mueve mucho. Cómo lo vives durante las semanas previas, el alcance mediático, te vas a Madrid a jugarlo, la ilusión de las aficiones… todo lo que rodea la final, más luego la final, es un sueño.

Yo no jugué y aunque estuve calentando no salí, pues fue en esa segunda temporada en la que Serra ya no confiaba tanto en mí, aunque a esas alturas nos habíamos dado, digamos, un respiro, y por lo menos me llevaba convocado y me hacía jugar un poquito más. Al final perdimos en la prórroga con el gol de Alfredo, pero fue un partido que podíamos haber ganado tranquilamente, pues fue muy igualado.

Antes me hablabas de tu presencia en la selección española sub’21. ¿Cómo recuerdas aquella experiencia con el 3-0 a Austria?

¡Además me tocó en Cádiz! Fue una pasada, un auténtico sueño. Que me llamaran para aquella selección sub’21 fue una cosa inesperada y que me hizo muchísima ilusión. Había estado antes en una concentración y cuando estuvieron en Cádiz estuve algunos días.

Compartí equipo con algunos futbolistas que luego fueron internacionales absolutos. Jugué en casa, disputé media horita, la afición, lógicamente, me pidió coreando mi nombre para que Luis Suárez me sacara porque el partido estaba bastante encarrilado, y él me sacó. Por ahí estaban Txiki Begiristain, Martín Vázquez, Ferreira, Roberto

¿Nunca sentiste cerca la posibilidad de estar en la absoluta?

No. Estando en los equipos que estuve, lo veía muy complicado, pues entonces era más complicado que ahora, ya que prácticamente todos los que iban estaban en equipos grandes y yo tenía que estar en un equipo grande también para poder hacerlo. Había que estar en un Valencia, Sevilla, Zaragoza, Atlético de Madrid… y estado en el Rayo era muy difícil.

 

¿Cómo se fragua tu fichaje por el Rayo Vallecano? Hacía poco que había llegado Ruiz Mateos.

Con Ruiz Mateos no hablé, sino con Agustín Lasaosa, que estaba en la dirección deportiva. Fue él el que me comentó que en el club había entrado Ruiz Mateos y que se quería hacer un proyecto para ascender con gente con hambre. La verdad es que me lo vendió bien y fue un acierto.

Primer año y ascenso con José Antonio Camacho.

Empezamos la temporada con Eusebio Ríos, en enero tuvimos un bajoncillo, él también tuvo un problema de salud y como Camacho estaba a tiro, deciden hacer el cambio. La verdad es que Camacho nos dio ese plus competitivo que necesitábamos para subir. Desde que él llegó, el equipo comenzó a carburar nuevamente y logramos el ascenso.

Camacho es un tío muy cercano, muy claro, algunas veces muy bruto, pero en la manera de entrenar nos dio algo que yo no había tenido nunca antes en ningún equipo anterior. Metió una metodología de entrenamientos que, particularmente, no había tenido. Nosotros lo pasábamos muy bien en los entrenos: variaba los calentamientos, metía posesiones, rondos, hacíamos partidos cortos… eso antes era muy difícil verlo, pues era siempre sota, caballo y rey. Era súper exigente y no le gustaba ninguna tontería, pero también fomentaba mucho el buen ambiente.

Recuerdo un partido ya en Primera en el que me cambió en Coruña cuando ya estábamos salvados, porque en medio del partido me eché unas risas con Claudio, que estaba en el Depor. ¡Y era el último partido de Liga! Me parecía un gran entrenador. Yo algunas veces era algo irregular y a mí me tenía siempre «apretao» para que rindiera.

Nunca sabía si iba a jugar de titular, sobre todo en Primera. Estando en Segunda, sí recuerdo que un día me cogió para explicarme: «Antonio, si es que aquí, cuando vienen los equipos, dicen: ‘Que estos tienen a Calderón’ . Espabila que aquí todo el mundo te tiene miedo». Al final, la cabeza es la que manda…

En aquel ascenso a Primera estaba Ricardo Gallego.

Ricardo era un tío súper tranquilo. Parecía mentira que viniera de dónde venía y que hubiera jugado en el Real Madrid y en Italia, porque era un tío muy normal. Era muy compañero. Curiosamente, hace poco coincidí con él en el tren viniendo para Málaga. Un futbolista buenísimo, con una gran toma de decisiones, muy templado y, sobre todo, sencillo.

El Rayo ha tenido siempre jugadores emblemáticos, igual que sucede ahora con Falcao y también ha pasado antes con Polster o Hugo Sánchez. Y Ricardo Gallego es uno de estos, también. Un fenómeno. Nosotros, aquel año lo teníamos a él, a García Cortés, y a otros veteranos como Sánchez Candil o Comas, un argentino con mucho gol al que también se trajo.

Había cuatro o cinco veteranos, muchos jóvenes y otros como yo que estábamos en una edad media, pues yo tenía algún año más que Pedro Riesco, Miguel

Aquel descenso en Oviedo contra el Compostela…

A mí, personalmente, me dolió muchísimo. Pensaba que lo íbamos a pasar porque además fue un partido muy raro. Así como en el partido de vuelta merecimos perder y nos salvamos por los pelos, en el desempate creo que fuimos mucho mejores y, sin embargo, perdimos y bajamos. Pero claro, cuando juegas un partido así, al límite, puede pasar cualquier cosa. De hecho, en el minuto uno hubo un penalti claro a Urzaiz que no quiere pitar Díaz Vega. Yo lo pasé mal y me vine abajo.

En la ida falló Hugo Sánchez un penalti que podría haber cambiado todo.

Sí, falló Hugo Sánchez un penalti. Además, ese penalti fallado, que Hugo nunca fallaba un penalti, a nosotros nos escamó mucho porque estaba medio peleado con Ruiz Mateos. El propio Ruiz Mateos también tenía problemas políticos y todos pensábamos que nos estaban fastidiando y el arbitraje fue un poquito raro…

Onésimo se refería a Hugo Sánchez como el Hugo Fútbol Club.

Hombre, es que Hugo es diferente a nivel mediático de lo que han podido ser otros de los que hemos hablado antes como Ricardo Gallego. Hugo era Hugo. Hugo Sánchez era Hugo Sánchez. Él llevaba muchas cosas detrás. Así como Ricardo no se sentía una estrella aunque lo fuera, Hugo sí que se sentía una estrella.

Tú no le podías toser, porque a él no le sentaba bien. Y nosotros, que éramos de la calle, le vacilábamos mucho y él no lo aguantaba (risas). Onésimo o yo, éramos muy cargantes, y a él esas cosas no le gustaban. Pero era un tío que era un ganador y en el campo estaba pendiente de ti, de que no te equivocaras: «Tú, aquí. No te relajes». Y luego, tenía una facilidad para marcar goles increíble.

¿Con qué momento te quedas de tus cinco años en Vallecas?

Mi primer partido ya me marcó para bien. Fue contra Las Palmas, en el que además hice el primer gol: cogí el balón prácticamente en nuestro área y llegué hasta la contraria para marcar. Ahí ya pensé: «He caído en buen sitio». El primer ascenso también fue importantísimo y un motivo de alegría.

De cualquier modo, creo que los cinco años fueron buenos, salvo esta parte que hemos hablado en la que bajamos con la temporada mala, sobre todo por el final. Luego volvimos a subir y el último año cuando nos salvamos contra el Mallorca también fue increíble. Pero si tengo que quedarme con uno, para mí el primer año fue el más completo, pues además lo disputé prácticamente todo, fui un jugador importante y subimos.

Marqué gol en el último partido, costó mucho porque acabamos segundos por detrás del Celta, había una pelea con el Figueras y no fue fácil. Yo tenía un reto, pues había llegado de Primera a Segunda y logré volver otra vez.

Hubo un interés del FC Barcelona de Johan Cruyff…

Eso es verdad. Llevaba un par de años buenos en Madrid y mi agente me comentó que le había llamado Alexanco, había posibilidad de ir al FC Barcelona, Cruyff le había dicho acerca de la opción de firmarme y que estaban hablando. ¿Qué pasa? Creo que al final no se deciden porque yo no termino bien esa temporada y toman otra opción.

Pero sí: a punto. Estando en el Rayo tuve dos opciones buenas de salir, pues además de esa del FC Barcelona también hubo otra para marcharme al Real Zaragoza que ganó la Recopa. En este caso me llamó en febrero el director deportivo, el padre de Ander Herrera (Pedro Herrera).

Yo estaba en mi casa de Marqués de Urquijo en Madrid, de repente sonó el teléfono: «¿A ti que te parecería el año que viene…?». «Sí, sí, yo encantado». El Zaragoza en esa época era un equipo de los grandes, pero yo tenía la mili por medio, ellos se enteraron y finalmente ficharon a otro jugador.

Y si hay una jugada que se recuerda es ese pase a Onésimo en la promoción contra el Mallorca que él finaliza con una vaselina para lograr la permanencia. Él me explicó que siempre os decía: «Cuando vea que la cogéis con ventaja para la zurda, acordaos que me voy a abrir para romper: ponedla por encima».

Eso que me cuentas está muy bien… pero es que Onésimo siempre te la pedía. Estuviera donde estuviera. Y como no se la dieras, te echaba la bronca. Recuerdo un día, que en medio de un partido, me decía: «Antonia, Antonia, échamela». Yo le respondía: «Qué no te he visto». Y él otra vez: «¿Cómo qué no? Si me has mirado».

En aquella promoción ante el Mallorca, si recuerdas, el partido de ida nosotros teníamos que estar ya descendidos. Ellos tenían un equipazo, con gente de mucha calidad, iban a un ritmo que no veas y aquel día nos dan un repaso, aunque al final tuvimos mucha suerte, Wilfred lo paró todo, no estuvieron acertados y terminamos 1-0. Cuando salimos del Luis Sitjar e íbamos a montarnos en el autobús, estaba la presidenta, Teresa Rivero, allí. La pobre estaba asustada: «¡Oh, Dios mío, que vamos a bajar! Que nos han dado un repaso».

Por allí estábamos Onésimo, alguno más y yo y la dijimos: «Tranquila, presidenta, que si no hemos bajado hoy, no bajamos». Nosotros sabíamos cómo éramos en nuestro campo y, de hecho, en la vuelta empezamos y a los diez o quince minutos marcamos un gol ya con Guilherme. Lo que pasa es que luego nos expulsan a Wilfred y ahí se complica la eliminatoria.

Yo entré a la media hora y tuve que jugar de mediocentro, con uno menos, pegando patadas. Sin embargo, a mí cuando me daban un metro… y me lo dieron. Entonces, en vez de despejar hice una finta, levanté la cabeza y vi a Onésimo corriendo: «Pues ahí la tienes». Y el tío metió un gol… ¿Es que cómo mete ese gol en un partido así? Eso es de crack.

Reconocía que estaba muy cansado y la única forma de marcar era tirando de primeras, porque si llega a encarar le hubieran cogido…

Yo también lo pienso. Era un pase ajustado y la única opción era jugársela así. Como él hubiera dado un control, le llegan los defensas. Pero claro, la calidad de poner el balón así como lo pone… Es verdad que yo siempre se lo digo a él: «Cabeza, es que con el pase que te doy te la dejo botando para que hagas lo que quieras».

El gol fue prácticamente al final y fue… ¡uf! Habiéndonos salvado por los pelos en el partido de ida y después verte casi todo el partido con uno menos, ellos tiraron una al palo… nosotros nos veíamos ya en Segunda. Lo que tiene una promoción es que la hacen épica.

Y después de esa promoción, te marchas. ¿Por qué?

Tenía una cláusula fuera del contrato que no me quisieron respetar en la que se indicaba que si jugaba un número de partidos me renovaban, pero me comentaron que no la iban a ejecutar y me tuve que marchar. Yo quería seguir, pues estaba a gusto, pero no pudo ser. Curiosamente, el que me llamó otra vez fue Agustín Lasaosa, que estaba en Lleida, y me fui allí, donde estaba de entrenador Txetxu Rojo, que me conocía bien de haberme sufrido.

También te entrenó allí Juande Ramos.

Claro. A Juande Ramos lo hacemos triunfar nosotros. Él viene rebotado del Barça B, pero ese año teníamos un presupuesto bajo y, de hecho, contábamos con muchos futbolistas que habían estado en buenos sitios pero que vinieron medio rebotados, hicimos un año fantástico y estuvimos a punto de meternos arriba.

Sin embargo, en la jornada cinco Juande Ramos estaba prácticamente en la calle y estuvieron a punto de echarlo. Si miras los resultados, llevábamos dos puntos, a mí no me ponía siendo un jugador importante porque él era muy defensivo. Luego, ya empezamos a ganar y acabamos haciendo un año muy bueno. Después de esa temporada es cuando fue al Rayo.

¿A Juande Ramos ya se le intuía en aquella temporada el entrenador exitoso de años después y que acabó, incluso, en el Real Madrid?

Qué va. En absoluto. Con lo de Juande me quedo flipado. La carrera que ha hecho Juande, yo, alucino. Que Juande haya entrenado al Real Madrid, te digo que si me lo dicen en esa época te respondo: «¿qué?».

¿Tema táctico?, ¿personalidad?. ¿Qué veías que no cuajaba?

Todos los niveles. Pensaba que para entrenar a un equipo como el Real Madrid o al Sevilla hacían falta muchas más cosas. Me sorprende mucho lo que ha conseguido Juande Ramos. La habilidad que yo le veía es que nosotros llegábamos a la competición muy frescos. Eso sí lo notaba.

En cuanto a lo que te pudiera aportar a nivel motivacional o táctico, si te soy sincero, no le veía nada especial. Sí es verdad que si tenía buenos jugadores, él no te ataba ni nada, sino que te dejaba jugar. Y si tienes buenos jugadores, los tienes contentos y frescos, rinden solos. También te digo que, a nivel de gestión de vestuario, aunque él es un tío listo, yo era uno de los pesos pesados y a mí no me tenía contento.

Tuviste buena adaptación.

En casi todos los equipos que he estado me he adaptado bien y, quizá donde más me costó fue en Mallorca durante los primeros seis meses, pues fue la primera vez que salía de casa. En Madrid me adapté enseguida y en Lleida sucedió lo mismo. Pasé allí cuatro años y fueron muy buenos.

Es cierto que el primer año fue complicado porque deportivamente no salieron las cosas, hubo cambios de entrenador y algunos problemas económicos, pero en los tres siguientes estuvimos peleando por subir. Fui para intentar ascender a Primera División, pero nos quedamos a las puertas.

Siguiente etapa, Escocia para jugar en el Airdrie United.

Iba a renovar en el Lleida pero a última hora me dijeron que no, pues llegó un entrenador y dijo que no me quería. Ahí a mí me surgen un par de opciones en Segunda División en España, pero eran de equipos para no bajar y eso ya lo veía un poco complicado. En ese momento, la agencia Bahía, que nos lleva a nosotros, nos plantea el tema de Escocia, pues tienen ahí a Archibald, que iba a comprar un club y querían jugadores españoles.

Al ser Escocia, es una opción que me atrae primero por el idioma, pues lo veo como una oportunidad para perfeccionar mi inglés y también me permitía conocer un fútbol como el británico. Además, íbamos un grupo de siete u ocho españoles y me convencí, aunque fue una mala decisión porque salió rana pese a que luego se arregló: el equipo se fue a pique por problemas de pago, allí no es como en España y te cortan rápido.

Cerraron el club y nos tuvimos que marchar. Llegamos en agosto y para febrero o marzo se cerró el chiringuito. Menos mal que luego nos salieron otros equipos y acabamos ahí la temporada. (Jesús García) Sanjuán y yo nos fuimos al Kilmarnock, David Fernández y Sánchez Broto al Livingston… nosotros tuvimos suerte y llegamos a Primera, pero otros lo hicieron a Segunda.

Steve Archibald.

Él era el mánager y además llevaba todo el tema del club, por lo que venía muy poco a entrenar. Sin embargo, cuando venía y lo hacía con nosotros, veías que el tío era un gran jugador. Y cuando te decía las cosas, lo hacía con mucho sentido. Los otros entrenadores que teníamos, escoceses y más de batalla, eran otra historia, pero él tenía ese aura que tienen ciertos exfutbolistas. Archibald era una persona que tenía algo alrededor. Y eso se notaba.

Eso comentaba Luis Cembranos de sus entrenamientos con Cruyff, que cuando se metía en los rondos era otra cosa.

¡Claro! Eso es. La pena es que yo me voy a morir no habiendo estado con Johan Cruyff. Él era mi ídolo y yo estaba como loco porque se pudiera cerrar eso. A mí me hubiese cambiado la vida. Y no sólo eso, sino que también hubiera podido disfrutar de él, que para mí eso era un sueño.

Recuerdo una ocasión en la que fui a jugar un partido contra la droga a Barcelona y después tuvimos una comida. En esa época ya se estaba hablando de mi posible fichaje y Cruyff antes de irse pasó por mi mesa, me tocó el hombro y me dijo: «Ya hablaremos». Es decir, yo lo vi cerca. ¡Me cago en la mar!

Precisamente con el Kilmarnock es el primer equipo con el que juegas competición europea.

Sí. Fíjate que me tuve que ir a Escocia para jugar la UEFA. Disputamos la previa contra un equipo que creo que era irlandés (Glenavon), los eliminamos y en la siguiente fase nos tocó el Viking noruego, que nos eliminó a nosotros. Fue otra historia, jugar en otro país… una maravilla.

Tenía un entrenador que era muy escocés, le gustaba mucho jugar en largo y yo ahí no jugaba mucho. Miraba y balón para arriba, balón para abajo. Él me decía: «Es que el ritmo no lo aguantas». «¿Pero tú para que me has fichado a mí? Si yo no juego a esto».

Tu siguiente desafío ya es como entrenador – jugador.

Cuando llegué al Kilmarnock firmé por lo que quedaba de temporada y dos más. Sin embargo, en el segundo año el entrenador que teníamos se marchó, llegó otro y cuando lo hizo yo estaba lesionado de la rodilla, no pude jugar y a final de temporada me dijo que hasta luego. Es ahí cuando surgió la posibilidad de irme al Raith Rovers como entrenador-jugador.

No estaba muy seguro, pero pensé: «Vamos a probar». Yo entendía más o menos el juego, colocaba bien a los compañeros, pero no pensaba ser entrenador. El que me lo propone es mi agente, que habla con los propietarios del club y pone mi nombre en la palestra sin decirme nada. Cuando me lo comentó, yo tenía dudas: «No sé si me gusta entrenar a estos niveles», pues lo había hecho con chavalines. No pensaba dedicarme a entrenar.

¿Y cómo le dice el Calderón entrenador al Calderón jugador que va a ser suplente?

Tuve la suerte de que cuando llegué estaba lesionado, y eso me permitió entrenar sin tener que jugar. Los primeros partidos no los disputaba, pero es verdad que cuando ya estás en la tesitura de ponerte o no ponerte… yo veía «mira, este partido no lo voy a jugar» o «este sí» o «prefiero entrar desde el banquillo». Además, jugaba de lo que fuera: central, lateral, extremo, mediocentro… Es verdad que para esa liga, mi nivel era superior.

Lográis el ascenso y te nombran entrenador de la temporada.

Es verdad que aquel año fue muy bueno. Cuando llego allí de entrenador es porque los dueños del club quieren romper con el molde escocés en el que todos los equipos juegan a lo mismo, buscan a un entrenador español para intentar jugar bien, subir a Segunda y luego a Primera. Ese año teníamos un buen presupuesto, hicimos un equipito guapo, mantuvimos el bloque y la verdad es que jugamos súper bien y todo el mundo hablaba de que el único equipo que jugaba al fútbol era el Raith Rovers.

Sin embargo, después de darme el título de entrenador del año, ese verano los dueños dijeron que se les había acabado el dinero. En ese momento le comenté a mi agente que iba a irme porque iba a ser un desastre, pero me convencieron para que me quedara.

Empezamos bien con la inercia de la temporada anterior, pero luego empeoramos porque el equipo era muy cortito. En enero, trajeron a cuatro o cinco futbolistas de España, nos salvamos y ya me vine para España. Aunque todavía me quedaba un año de contrato, llegó el hermano de Anelka (Claude), invirtió en el club, quería ser mánager y fui claro: «Bueno, pues a mí me arreglas, que yo me voy».

Cádiz, Huesca, Albacete, Tenerife, Fuenlabrada, Salamanca, Balompédica Linense… varios equipos en Segunda y Segunda B, pero ¿qué hay que hacer para meterse en esa rueda de entrenadores de Primera?

Tienes que hacer las cosas muy bien. Cuando llego a Cádiz iba como un tiro porque había estado bien en Escocia, llegué a División de Honor e iba muy bien, cogí al filial cuando estaba a ocho puntos de la salvación a falta de diez jornadas y logramos mantenernos, después hicimos la mejor clasificación en Tercera… y de repente hay un año en el que hay un caos en el Cádiz, que se vende el club y a mi llega la oportunidad en el primer equipo.

Pero era un Cádiz en el que de repente el propietario nuevo se va, vuelve el antiguo, ve que hay un problema económico y tiene que vender al mejor jugador, que es Lucas Lobos. Es como si al FC Barcelona le quitan a Messi, salvando las distancias. El objetivo no lo cambian, a mí me cesan estando en la mitad de la tabla y el equipo al final baja. Y el problema que creo que he tenido es que he decidido mal después.

Me voy a Huesca porque me llama otra vez Agustín Lasaosa y la primera temporada en Segunda División hacemos una clasificación digna, en mitad de la tabla, sin pasar ningún apuro. En el segundo año nos salvamos con más apuros porque hay más problemas económicos a nivel de plantilla pero también lo logramos.

Ahí ya no renuevo porque veo que hay que irse. Me marcho a Albacete, y ¿qué pasa? Que es un club que tenía dos presidentes: Candel más otro. El otro quería a David Vidal, Candel a mí y a la hora de configurar la plantilla tenemos muchos problemas. Independientemente de eso, a mí me cesan y voy al paro.

Ese verano me llama al Tenerife y yo cometo el error de ir. El Tenerife era un equipo que estaba en Primera, había bajado a Segunda y de ahí a Segunda B en dos años. Mis agentes: «Quillo, esto hay que cogerlo, el Tenerife, que es un equipazo…». Una incidencia grandísima, te metes en Segunda B y aunque estás bien, para ellos no es suficiente, vas tercero y te cesan. Al final, ya te han echado de Segunda B y te empiezas a convertir en un entrenador de esa categoría, por lo que cada vez es más complicado.

Justo cuando me iba a ir al extranjero, me llamaron desde el Huesca a mitad de pretemporada porque no estaban contentos con Fabri y volví a Segunda A. Pero ese año hubo muchos problemas, mi madre también estaba mala y yo tenía que viajar mucho a Cádiz, por lo que esa segunda etapa no fue buena. Me peleo con el que está de gerente, que fue compañero mío y era la mano derecha de Lasaosa, por lo que al final me echan antes de tiempo.

También tuve la oportunidad de estar de segundo entrenador en Granada con José González y luego marcharme a Fuenlabrada, donde tuve dos años muy buenos, aunque el segundo fue complicado porque vendieron a Milla al Tenerife después de haberme dejado antes sin el otro mediocentro titular, por lo que me rompen el equipo.

Íbamos primeros destacados pero empezamos a renquear y a falta de cinco partidos me echan porque querían quedar primeros. «Me habéis quitado a este, que os lo he dicho, y ahora el que se va soy yo». Porque a mí, dos años seguidos con el Fuenlabrada entrando en playoffs, a lo mejor me podría haber dado para ir a un equipo de Segunda otra vez.

Los entrenadores, lo que a lo mejor podemos hacer es subir un punto o dos al equipo. O bajarlo un punto o dos. En otras palabras: si tengo un equipo que es un cinco, lo puedo convertir en un siete o en un tres. Pero de un cinco no se puede hacer un diez. Yo, en aquel momento tenía un diez, porque era un equipazo, y me lo convirtieron en un seis, porque me quitaron al corazón, al motor. Mis dos mediocentros me los quitaron y no los sustituyeron bien. Y el que pagó el pato fui yo. Esa es la ingratitud que tiene el entrenador, que paga los platos rotos.

Esta segunda temporada en el Fuenlabrada os enfrentáis al Real Madrid en Copa del Rey. ¿Cómo es Zidane en ese frente a frente?

Él va a lo suyo. Está a otro nivel. A mí me saludó porque se lo dijo el que estaba a su lado: «Oye, saluda al entrenador» (risas). Él no sabía ni que yo estaba ahí. Otro nivel, sobre todo cuando juegan un partido de Copa contra un equipo de Segunda B. Cuando jueguen contra el Sevilla y eso, ya es otra historia.

Pero debería tener otro concepto, ya que estuvo un tiempo entrenando en Segunda B también.

Bueno, pero ha estado porque era un camino que tenía que hacer. Pero vamos, que le dimos un meneíto.

También has entrenado en Egipto.

Lo de Egipto fue porque en uno de los momentos en los que esperaba equipo, un día me encontré al director del colegio de entrenadores de Cádiz tomando un café con el de Sevilla y me comentaron que igual traían a algún equipo egipcio aquí a entrenar y que les hacían falta entrenadores que hablaran inglés. Les respondí que si llegaba ese momento y no estaba entrenando, podían contar conmigo.

Efectivamente, entre finales de agosto y comienzos de septiembre vinieron a Marbella y fui a entrenarlos. Era un equipo egipcio que trajo al juvenil, estuve un mes con ellos, jugamos varios partidos contra el Sevilla, el Betis, el Cádiz, el Málaga, el Granada… se quedaron muy contentos con el trabajo y me dijeron que el primer equipo estaba en Segunda y que si me interesaríahacerme cargo.

Fui allí, vi aquello, pero no me quise quedar. «Pues cuando ascendamos a Primera, te llamamos». Y justamente, cuando subieron, me llamaron. En un principio les advertí que no, porque mi hijo se iba a marchar a Estados Unidos y hasta agosto no me iba a mover de España.

Entonces, volvieron a llamar en agosto y me acabaron convenciendo para que fuera. Sin embargo, en cuanto vi lo que había allí pensé que iba a ser muy duro, pues era un club muy amateur, muy familiar, con una manera de dirigirlo muy suya y encima era la primera vez en su historia que había ascendido. Yo decía una cosa, ellos por detrás decían otra… así, al mes les comenté que me iba porque no iba a aguantar.

Tu última experiencia fuera fue en Bélgica.

Fue el año pasado con el grupo con el que estoy ahora (Aca Football Partners). Tengo un amigo que jugó conmigo en el filial del Cádiz, Valdivia, y me comentó que estaba en un grupo que había comprado un equipo en Bélgica y quería seguir haciéndolo con más. Iban a poner un entrenador japonés y estaban buscando un ayudante para que le asesorase y quería saber si me interesaría.

Al final, me hicieron dos o tres entrevistas y me fui para allá de ayudante. Fue una experiencia muy curiosa, porque al principio estuve junto al entrenador japonés, que era muy diferentes a los técnicos que te puedas imaginar, y yo le tenía que asesorar por aquí y por allá. Tuvo su cosa, con momentos divertidos y otros más tensos.

Después cogí yo al equipo tres o cuatro partidos y más tarde vino un belga con el que también estuve muy bien. Lo que pasa es que este mismo grupo compró después el Torremolinos y me dijeron que si podía venir a salvarlo. En un principio dije que no, pero cuando en Bélgica acabó la primera fase y no nos metimos en playoff me apretaron un poquillo más para venir aquí y lo hice.

¿Y ahora cómo estás en Torremolinos?

Muy bien. Yo tengo un contrato con el grupo y me ceden a los sitios donde ellos quieren. Ahora me tienen aquí en este club, pero si mañana me necesitan en Bélgica me envían allí. También han comprado una parte del Charlton en Inglaterra, están buscando también para hacerlo en Portugal… Estoy aquí ahora pero mañana puedo estar en otro sitio.

¿Qué le pides al futuro?

Salud, mucha salud. Y poder volver a donde creo que tengo que estar. Estoy a gusto trabajando donde estoy trabajando, pero a nivel deportivo creo que puedo aportar mucho más un poco más arriba… y espero poder volver.

¿El Calderón futbolista jugaría con el entrenador Calderón?

(Risas). Claro que jugaría. Yo tengo una cosa como entrenador que a mí me habría gustado que mis entrenadores tuviesen conmigo cuando era futbolista: le digo al jugador lo que quiero de él. Y a mí, muchas veces no me lo decían.

Nosotros jugábamos porque sabíamos jugar y muchas veces no se decían muchas cosas de las que se dicen ahora. Soy un entrenador que le dice al futbolista claramente lo que quiere y, como yo soy muy atento y si tú me explicas «esto es así» pongo atención y lo capto, hubiese aprendido muchas más cosas. Ahora mismo, conmigo de entrenador, yo estaría en el Barcelona o el Real Madrid.

Y cómo profesional que me consta que ve mucho fútbol, ¿ahora no tienes nostalgia de ese fútbol de tu época y consideras que era un juego más bonito?

Totalmente. A mí, el fútbol de hoy me llega a aburrir, porque es todo muy parecido. El fútbol hoy en día es un negocio y aparte todo el mundo juega igual: hay muy pocas cosas distintas y todo es muy previsible. Me aburre, y mira que yo ya me adapto y tengo que jugar así. Veo que el equipo tiene que estar ordenado, para allá y para acá, ¿por qué?

Porque si no lo haces así ya eres el extraño. Esto de jugar como se jugaba antes, cuando había muchos más duelos y el talento tenía más cabida, ahora es… Todo el mundo juega a lo mismo, a dos toques, todo muy físico…

Además todos los fines de semana tienes por televisión partidos a todas horas y llega un momento en que estás saturado. Hay que seleccionar lo que ves, porque si no… Antes veía todos los partidos: Segunda, femenino, juveniles… ¿por qué? Porque no eran tantos. Ahora desde las doce ya hay partidos.

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