En el verano de 2015 tuvimos ocasión de comer con Monchi. En Jot Down se han realizado muchas entrevistas a personajes muy diversos y pertenecientes a todos los campos. Artistas, escritores, políticos, deportistas, profesionales de toda clase. Pues bien, es muy difícil recordar a alguien con mayor amabilidad y humildad que Monchi. Fue un placer poder hablar con él de fútbol como con un aficionado más.
Ahora su camino se ha separado del Sevilla, incluso se podría decir que el divorcio ha sido tormentoso, pero no se puede entender el Sevilla del siglo XXI sin él. Aquí pudimos repasar lo que fue su etapa como jugador y cómo se sentaron las bases de un club ganador, un depredador de la UEFA/Europa League, que surgió de las cenizas, de una organización casi desahuciada que bien podría haber corrido la suerte del Deportivo de la Coruña.
Durante los años noventa el Sevilla F. C. fue conocido por sus ambiciosos proyectos y sus contundentes fracasos. Ramón Rodríguez Verdejo «Monchi» (San Fernando, 1968) vivió esta época como futbolista. Primero fue el eterno suplente, condición que le hizo famoso por las imitaciones que hicieron de él en el programa Al ataque de Antena 3, y más adelante logró continuidad en segunda, luchando por sacar al equipo del hoyo. Al colgar los guantes, como delegado de campo vivió otro descenso del Sevilla, el más duro de todos, con el equipo colista desde enero.
Pasó entonces a ser director deportivo y tuvo que montarle un equipo a Joaquín Caparrós a coste cero. Desde ese día, el equipo bajo su dirección no ha dejado de crecer, obtener más títulos que en toda su historia y traer a España a los mejores jugadores del mundo aún por descubrir. Hace una pausa en su apretadísima agenda en pleno verano para contar toda su historia en el Sevilla. Un club al que actualmente muchos aficionados apellidan «de Monchi».
Me ha dicho José María López del As de Sevilla que iba a flipar al verte, que tienes ahora más pinta de portero que cuando jugabas, y es cierto.
Llevo ya unos años dándole a los músculos. El gimnasio me libera. Voy a las siete de la mañana para no estar pendiente del móvil y centrarme solamente en levantar pesas. Siempre digo de broma que si hubiera tenido este cuerpo cuando era jugador todavía estaría jugando al fútbol. Pero, en fin, el ejercicio para mí no es más que una forma de rebajar el estrés.
Prácticamente trabajo todo el día, siempre que esté el móvil encendido. Normalmente entro a las nueve a la oficina y salgo a las diez, pero a veces a las doce tengo que estar haciendo una gestión… Sobre todo ahora, en esta época del año, que es cuando hay mayor vorágine en nuestro trabajo.
¿Cómo era tu familia? ¿De dónde vienes?
De una familia muy humilde. Soy de San Fernando, un barrio obrero. Mi padre trabajaba en una empresa de construcción de barcos, la San Carlos. Él era tornero y mi madre ama de casa. Vivíamos en las casas que había para los trabajadores de esa empresa. Le cogió la reconversión industrial en aquellos años, pero tuvo suerte porque por un accidente ya le habían prejubilado. Se había roto la clavícula y ya lo tenían trabajando fuera de su puesto. Cuando llegó la reconversión fue uno de los primeros jubilados anticipados. Su empresa se la llevó por delante aquella crisis, ya ni siquiera existe.
Vivíamos con lo que teníamos. No quisiera entrar en detalles para no pecar de humildad, pero teníamos lo justo. Nunca faltaba un balón en Reyes, ni mi bicicleta Motoreta ni nada, pero porque mis padres se sacrificaron mucho. Mi padre nunca tuvo carné de conducir, por ejemplo. Hacía veladas, que eran las horas extras nocturnas.
Le recuerdo irse con la comida al salir a trabajar de madrugada y gracias a eso, a su esfuerzo, yo tuve todo lo que quería. Por eso recuerdo mi infancia con felicidad, aunque todo esto me ha hecho valorar lo que tengo ahora. Saber de dónde vengo. Porque me críe en la calle prácticamente. Aún mantengo a casi todos los amigos de la infancia.
Luego estudié Derecho. Era buen estudiante, pero me gustaba mucho el fútbol. Siempre digo como anécdota que mi madre me llamaba por la ventana para tomar el biberón, es decir, que no soy capaz de recordar cuándo fue la primera vez que jugué con la pelota en la calle. Y siempre lo hice con chicos con más años que yo de modo que, como dice mi hermano, aprendí a ser portero recibiendo los balonazos que me tiraban los mayores, perdí el miedo al balonazo rápidamente. Después empecé a jugar en El Águila, un equipo de San Fernando. Más adelante en el San Fernando y al final recalé en el Sevilla. Mi historial de equipos es muy corto (risas).
Juan Arza, uno de los mejores jugadores del Sevilla de toda su historia, fue el que te hizo el seguimiento.
El que trabajaba entonces la secretaría técnica del Sevilla y las categorías inferiores era Pablo Blanco, y Juan Arza colaboraba con él. Vino a verme varias veces y entre todos decidieron firmarme. Pero antes de fichar por el Sevilla fui a probar una semana con el Madrid, con el Castilla. El entrenador era Vicente del Bosque, el segundo García Remón y el entrenador de porteros Miguel Ángel.
Era el 88. Fui a probar con el Madrid la misma semana que el Español juega la final de la UEFA con el Bayer Leverkusen. La vi en el Hotel Centro Norte. La verdad es que fui un poco reacio a esa prueba. Pensaba que podían venir ellos a verme a mí con el San Fernando cuando quisieran en lugar de al revés. Entrené dos días y al tercero dije que me iba.
Teníamos un partido muy importante contra el Montilla en el que nos jugábamos el ascenso a 2ªB. Curiosamente, a ese partido vinieron Juan Arza y Pablo Blanco y me dijeron directamente: «Monchi, el lunes te vienes a Sevilla para firmar». En el Madrid no estaban tampoco especialmente convencidos conmigo y yo era un poco rebelde.
Estaba muy involucrado con el ascenso de mi equipo, también tenía mis estudios y no quería quitarme. Por eso al Madrid les dije que o me firmaban o me iba y me dijeron que me fuera. No sé si me habrían fichado aunque me hubiera quedado de todas formas, tampoco era tan bueno yo.
Fichaste por un Sevilla Atlético que pudo subir a 2ª pero se quedó a las puertas.
El primer año perdimos el ascenso en Linares en la penúltima jornada, que teníamos que ganar y empatamos y ascendió el Atlético Madrileño. Josu Ortuondo entrenaba a aquel Linares. Y el segundo año, con un filial más endeble, peleamos de nuevo por el ascenso pero el que subió fue el Albacete de Benito Floro. Los dos años quedamos terceros.
Cuando subes al primer equipo del Sevilla te impresiona el portero soviético Rinat Dassaev.
Solo podía haber tres extranjeros en el equipo en esa época. El Sevilla tenía a Polster, Bengoechea y Dassaev. Entonces vino Iván Zamorano y se dio de baja como extranjero al soviético. Al segundo portero, Fernando Peralta, lo mandaron al Málaga y se quedaron sin ninguno. Por eso firmaron con Juan Carlos Unzué, que entró en una operación de intercambio con el F. C. Barcelona por el lateral Nando y me subieron a mí del filial. Debuté viajando con el equipo a un trofeo Ciudad de Vigo contra el Spartak de Moscú, el Internacional de Porto Alegre y el Celta.
Y si yo tuviera que decir cuál es mi portero favorito siempre diré que Rinat Dassaev. En mi opinión, el mejor portero de la historia del fútbol con diferencia. Técnicamente era perfecto. Cuando se quedó sin ficha ese año lo asumió perfectamente y entrenaba como si fuera a jugar todos los partidos. Para mí ver eso fue muy importante.
Un tío con la trayectoria de Rinat, tal y como tenía las rodillas, que estaban muy baqueteadas, entrenando todos los días, intentando estar como el que más aun sabiendo que no iba a poder jugar… eso te sirve de motivación. Luego se convirtió con Luis Aragonés en entrenador de porteros y aprendimos mucho.
Además de que como persona era un crack, se adaptó muy rápido a Sevilla y se hizo muy sevillano. La pena siempre será que tuvo muy mala suerte porque llegó aquí con la rodilla muy mal y tuvo un par de incidentes… como cuando se cayó con su Citröen BX en el foso del rectorado de la Universidad de Sevilla (risas) que… bueno. Pero era un tío muy entrañable.
En esa primera plantilla, con Cantatore, estaban Polster, Zamorano, Jiménez….
El año anterior nos habíamos clasificado para la UEFA, había mezcla de canteranos como Rafa Paz, Jiménez, Martagón, Conte y Carvajal con tíos más contrastados como Polster y Zamorano, que eran top. Era un buen equipo, con muy buen ambiente. Llegar se me hizo muy fácil, me integré como uno más.
Fue un año bonito, descubrí lo que era jugar en Europa. Primero con el PAOK, empatamos a cero en la ida y en la vuelta y allí les ganamos por penaltis, fue apoteósico. Y luego con el Torpedo de Moscú, que nos echó perdiendo allí 3-1 y aquí ganamos 2-1 en un barrizal. Tuvimos todos los condicionantes en contra. Jugábamos contra un equipo ruso y aquí que no llueve nunca va y diluvia.
Recuerdo que allí pasamos un frío enorme. Pero ese viaje fue muy impactante. Era la época de la Perestroika, con Gorbachov, y fue gracioso porque estábamos muy preocupados por qué país nos íbamos a encontrar, entonces se hablaba de escasez de alimentos y demás. Llegamos al hotel Rossiya, que decían que era el más grande del mundo.
Era enorme, la verdad, y había en las puertas una manifestación a la japonesa, con la gente de medio cuerpo para arriba desnudos. Decían que no había pan, pero nosotros llegamos un lunes por la tarde y por la noche comimos bien, con pan bueno. Nos reíamos de las televisiones, de que exageraban. Pero al día siguiente por la mañana el pan estaba un pelín duro. Por la tarde más duro y por la noche ya insufrible: era el mismo pan para toda la semana.
Fuimos testigos de la pobreza que había en aquel momento en ese país. Las sobras de nuestra comida, o más que la sobras si dejabas medio filete, decían que se lo podían comer tranquilamente los camareros. Por la calle te venían los chiquillos para cambiarte cualquier cosa. Era, en general, una época dura para Moscú.
Diego, vuestro defensa entonces, dijo que cuando estaba en el Betis a los derbis había jugadores que iban con pistola, que se cogía un muñeco vestido de sevillista y se le daba una paliza en el vestuario. Y que luego cuando estuvo en el Sevilla se hacía lo mismo.
Diego llegó en la 88-89 y cuando yo coincidí con él ya llevaba dos años de sevillista. En el fútbol hay mucha leyenda urbana, pero si ha contado eso seguro que es porque es verdad. La rivalidad aquí puede llegar a cotas insospechables. Ese año, por cierto, les ganamos 0-3 en su campo con dos goles de Iván Zamorano.
¿Cómo era Zamorano?
Cuando llegó aquí era desconocido. Venía del St Gallen suizo, pero en cuanto lo veías te dabas cuenta de que era distinto. Tenía unas condiciones físicas bestiales, con ese salto, esa capacidad de remate. Esa temporada fue con Polster y Zamorano y la siguiente con Zamorano y Suker. Eran delanteros que valían para el Sevilla de hoy.
Si hubieran tenido compañeros mejores que Monchi (risas)… A saber hasta dónde habría llegado el equipo. Para mí el mejor de todos era Toni Polster. Su instinto asesino no lo tenían los otros dos. Aunque fuese un 10 contra un 9,8, eran top los tres, pero Toni era un matador, con esa corpulencia. Fue una pena que le tocara un Sevilla más humilde deportivamente. Polster, Davor o Iván con un Sevilla actual… ay. De hecho, Suker y Zamorano se fueron al Madrid.
Eso dijo Polster, que no podía coger a Hugo Sánchez jugando en el Sevilla.
El primer año suyo, 89-90, fue máximo goleador empatado con Hugo. Es el récord de goles de un jugador del Sevilla junto con Juan Arza.
Aquel año debutaste.
Sí, en Atocha, justo cuando empieza la primera guerra de Irak. Se había fastidiado Unzué el menisco. Y tuve la mala suerte de que en el minuto uno, no estoy exagerando, me disparan, se me escapa el balón y Atkinson, un negrito que tenía la Real Sociedad, me da una patada y me saca el dedo.
Vino el médico, me quitó el guante y tenía el dedo salido, de hecho aún hoy lo tengo desformado. El médico pidió cambio. Yo dije que cambio los cojones. Que me lo metiera y seguía. Lo hizo y acabé el partido. Empatamos a uno, me marcó John Aldridge. Pero no se habló de mi debut porque hubo un incidente entre Cantatore y Polster, lo cambió con el 1-1, se quitó la camiseta y se la tiró al entrenador.
Al día siguiente solo se habló de esto y muy poco de mi salud. Unzué se recuperó pronto y ya jugó el siguiente partido, aunque estaba renqueante y lo tuvieron que operar. De modo que pude jugar cinco partidos antes de que volviera. Recuerdo que contra el Tenerife me marcó Martino. El Tata, el exentrenador del Barcelona. El único gol que metió en España me lo coló a mí (risas).
Luego no se me olvida Gijón, que me vino un balón alto, despejé para echarla a córner, escuché a los aficionados cantar gol y me dije «hostia, aquí ha pasado algo raro». Pues sí, me lo había metido. Encima aquel día Ablanedo estuvo inconmensurable y los periódicos dijeron «la diferencia estuvo en la portería». Y yo…
Luego contra el Atlético me marcó Rodax, volvió Unzué, pero pude jugar contra el Barcelona al final, donde monté otro número. Cada partido fue un incidente (risas). En este no lo hice mal, perdíamos 2-0, goles de Stoichkov y Goicoechea, pero no estuve mal. Sin embargo, recuerdo perfectamente la jugada en que me expulsaron. Acababan de introducir la norma de que el último jugador si hacía falta era roja.
Venía Txiki Beguiristain directo, le hice falta fuera del área y me expulsaron. Era el Barça de Cruyff al principio, que nos metió un baño impresionante. Tremendo. Evidentemente, fueron campeones de liga ese año.
Háblame de Suker.
Su inicio fue difícil porque, entre otras cosas, como el idioma, cuando llegó acababa de empezar la guerra de los Balcanes y aterrizó aquí un poco perdido. Pero se integró muy bien al final. No tardó en meterse en la idiosincrasia de la sociedad sevillana y ser uno más.
Tienes que entender que Sevilla es un sitio magnífico para el jugador. Tiene todos los condicionantes para que el jugador esté bien. El andaluz en general es muy acogedor y el sevillano, más. La ciudad es muy cómoda, no tiene problemas de tráfico, está bien comunicada, tiene de todo, y el ambiente tan bonito que se ve en los partidos engancha.
El debut de Suker fue en Copa del Rey. Como para olvidarlo. Metió el primer gol en el gol sur y atravesó corriendo en un sprint bestial todo el campo para ir a celebrarlo con los Biris al gol norte. Tardó como diez minutos en recuperarse, pero luego ganamos 4-1 y él metió tres. Martagón era muy amigo suyo, fue su compañero de habitación. Pero aquel año de Víctor Espárrago yo lo recuerdo por ser el más duro de mi vida.
¿Por qué?
Fue mi primera pretemporada con el equipo. La hicimos en Chiclana, justo al lado de mi casa. Era el hotel Al Andalus, que acababa de abrir, y recuerdo que le dije a mi mujer que ese hotel iba a ser un fracaso, ahí en mitad de la nada. Ahora es uno de los sitios más cotizados.
Me di cuenta rápidamente de que no valgo para los negocios inmobiliarios (risas). Lo que pasó ese verano fue que las pretemporadas con Espárrago eran muy duras. No es que no fuesen con balón, es que eran sin campo de fútbol. Las sesiones de balón las hacíamos en una calle del campo de golf.
En ese momento de la pretemporada Víctor no le daba ninguna importancia al balón. Ahora corro treinta kilómetros sin problemas, pero entonces eran siete un día, ocho el siguiente, nueve al otro. Y cuando llegábamos a diez hacíamos una contrarreloj. Corríamos por las dunas en la playa… Era bestial. Fue mi primera temporada como profesional y lo pasé fatal. Después además fue un año malo, no le cogimos el feeling al equipo.
En la 92-93 vino Carlos Salvador Bilardo.
Mi año favorito. Magnífico. Un sueño. Lo recuerdo todo como si me hubiera tocado la lotería, jugar un año con Maradona y encima entrenado por Bilardo. Es que si te decían «vas a jugar un año con Maradona entrenado por Bilardo» contestabas «Venga, ahora cuéntame la verdad».
Tuvimos un grupo magnífico dentro del vestuario. Los más jóvenes, Unzué, Marcos, Del Campo, Conte, Carvajal, Martagón, vimos como llegaban Bango y Monchu, que éramos todos casi de la misma generación y encajamos muy bien. Luego llegó Diego y, la verdad, de él solo puedo hablar bien.
Yo era el último mono del equipo y me trataba como a uno más. Guardo el recuerdo de este año como un sueño. Todo lo que pude aprender… y mira que no jugué nada, que no me ponía, pero al lado de Bilardo aprendí mucho. También viajamos mucho. El fichaje de Diego se financiaba en parte con Telecinco y teníamos que andar jugando amistosos.
Estuvimos en Buenos Aires, en Córdoba, contra el Sao Paulo, en Turquía contra el Galatasaray, aquí en casa contra el Oporto, el Bayern de Munich, con la Lazio ¡Qué bonito fue ese año!
¿Por qué dices que aprendiste tanto de Bilardo?
Bilardo es la persona que más me ha influido en el fútbol y en la vida. Era un tío metódico, muy adelantado a su tiempo. No porque usara los vídeos, que también, sino porque lo tenía absolutamente todo bajo control. Yo no entro en la parcela táctica, que a mí su fútbol no me gustaba.
Era de marcar al hombre, de conceptos que con Luis Aragonés se me cayeron. Pero profesional y personalmente, insisto, de quien más aprendí fue de Bilardo. Era cuidadoso, como digo no dejaba nada al azar. Todos los detalles estaban controlados y esa obsesión la llevaba al extremo. Incluso lo exageraba todo. Por ejemplo, los entrenamientos tenían que verlos todos los miembros del club, los utileros, los médicos….
Su teoría era que si un día se ponía malo él, y el segundo entrenador y el tercero, los tres a la vez, pues tendría que hacer el equipo el fisio y era su obligación saber cómo se entrenaba. Mira, es que hasta recuerdo de Bilardo en los hoteles que cuando todos estábamos en chanclas cómodamente, él iba en botines. Le preguntabas y te decía: «¿Y si arde el hotel? ¿Y si tenemos que salir corriendo? Tú en chanclas…».
Lo medía todo. De repente nos llamaba para que en media hora estuviéramos todos en el estadio para ver un vídeo. Nos ponía una jugada de dos minutos y eso es lo que te llevabas para casa. Pero yo en eso soy muy parecido, me gusta tenerlo todo controlado. Igual me preocupo por cosas que son banales, pero es mi forma de concebir este deporte. Todo esto lo aprendí de él, pues estuve a su lado en el banquillo toda la temporada.
Cuando te cogió del pelo un día que os gana el Athletic en el último minuto…
Aquello fue en el debut de Maradona fuera de casa. Habíamos empatado 1-1 y nos metieron un gol en el último minuto, yo me agaché y él me cogió de los pelos del ataque de nervios que le dio. Yo tenía más pelo (risas) pero oye, yo reacciono igual ahora cuando nos meten un gol.
Y Maradona qué.
Cuando él llegó a finales de septiembre, estábamos concentrados en un hotel a las afueras de Sevilla. Nunca lo olvidaré. Estábamos todos en un salón muy amplio y apareció él. Aunque es cierto que no era él, él. Tenía el pelo largo, estaba un poco pasado de peso, pero era Maradona, joder.
Y cuando acabamos de comer Carlos nos llevó a todos a una habitación y nos explicó que a partir de ese día en el equipo iba a haber dos grupos. Uno Maradona y el otro todos los demás. Y que teníamos que convivir con eso, que era Maradona. Todos lo aceptamos. En ese momento nos dimos cuenta de que tenía razón, que es que era Maradona. Él tendría unos hábitos y nosotros, otros.
Luego Maradona tuvo muchas fases en el Sevilla, mejores y peores. Pero en cualquier caso, siempre fue muy cercano. Su adaptación al grupo fue muy rápida. Lo hizo fácil él. Nosotros al principio manteníamos la distancia porque pensábamos que él iba a mantenerla, pero fue todo lo contrario; él dijo «¡venirse aquí conmigo!».
De Maradona nunca ha hablando mal un compañero.
Era una persona… de verdad. Yo siempre digo que era mejor para el resto que para él, para él no fue bueno, pero para el resto era… ¡Maradona! Recuerdo cuando nos invitó a su cumpleaños a su casa, nos dio de todo, tan cariñoso, tan cercano. Mi relación con él se hizo fuerte porque Maradona no podía pasear a cualquier hora. Siempre que salía tenía a diez mil detrás.
Entonces se daba una vuelta muy temprano. Y como yo era de dormir poco, me iba siempre con él. Con esos paseos a las ocho de la mañana hicimos amistad. Me regaló un reloj, qué risas, un Cartier, y me dijo: «No sabes por qué te lo regalo». Yo ni idea. Y siguió: «¿No te acuerdas de que un día íbamos paseando por las Ramblas en Barcelona?». Resulta que yo aquel día llevaba un Rolex falso, no me daba para mucho más, y él me dijo: «Qué reloj tan bonito tienes». Y yo: «No, es falso Diego, lo he comprado en Ibiza por cinco mil pesetas».
Se quedó con eso y cuando ya se iba a ir me llevó a su casa con Monchu y Conte, con los que mejor se llevaba, y me hizo este regalo. Todavía lo tengo, por supuesto. Me dijo: «Toma, para que no tengas que volver a llevar relojes falsos». Diego era un buen tipo. No era nada divo ni prepotente. Tenía sus defectos, pero en el cara a cara, en el día a día, era tan normal. Luego el 20% que dio aquí era el 200% del resto.
El club le echó, le despidió.
La relación con Maradona fue ascendiendo, llegó a una cima y luego bajó. Hubo un punto de inflexión que fue el partido que quiso jugar con su selección. Nosotros jugábamos en Logroño, Luis Cuervas le hizo venir de una concentración nacional y ahí se encabronó un poco y se dejó ir. Empezó a faltar a los entrenamientos, al final llegó a tener una discusión terrible con Bilardo en el partido contra el Burgos…
Pero porque le hicieron jugar infiltrado para luego cambiarle.
Le pincharon el tobillo y le cambió porque no estaba bien. Al salir del campo Diego lo puteó, al pasar al lado de Bilardo lo insultó y en el último partido de liga, en el que nos jugábamos la UEFA, ya no jugó. Pero la cosa venía desde enero.
También estaba el Cholo Simeone.
Vino un poco a la sombra de Maradona, llegó del Pisa. Era semidesconocido. En aquel momento no había los medios que hay ahora, que tú en tu casa le das a un botón y ves toda la carrera de cualquier jugador. El Cholo al principio no llamó mucho la atención porque técnicamente no era nada del otro mundo, pero cuando empezó a salir ese jugador que llevaba dentro, lo que se ve ahora, una verdadera roca, enseguida se convirtió en alguien importante.
Muchas veces me preguntan si cuando jugaba era como ahora de entrenador. Pues mira, es que era un entrenador dentro del campo. Ordenaba, mandaba. Y a pesar de que llegó como «el otro Diego» al poco tiempo se convirtió en «Diego». El «Diego» del Sevilla, Diego Pablo Simeone.
Luego en persona Cholo no era mucho de amistades en el vestuario, porque vino con su pareja y demás, no salía con nosotros. Pero después sí se integró y le gastábamos muchas bromas. Maradona sobre todo se metía mucho con él. Recuerdo que, como yo no jugaba, me quedaba después de los partidos a entrenar con ellos a que me lanzaran tiros.
Maradona siempre le decía «¡Cholo, que tienes los pies redondos!». Pero fíjate a lo que llegó después, en qué equipos importantes ha jugado, y eso fue porque era muy bueno táctica y físicamente. Especialmente, su gran virtud fue que era muy inteligente. Mucho.
93-94, Luis Aragonés en el banquillo.
Es el entrenador con el que mejor he trabajado tácticamente. Y yo percibía que bajo su mando el equipo cuando salía al campo tenía perfectamente claro qué quería hacer. En aquellos años ya era un entrenador con el que se trabajaba la presión, se asociaban líneas. Tenía un proyecto complicado porque venía después de Bilardo, un entrenador con el que estuvimos muy implicados, no era fácil, pero logró dos campañas magníficas.
En la primera estuvimos a punto de entrar en la UEFA, pero la perdimos en el último minuto cuando falla Djukic el penalti famoso. Nunca lo olvidaré. Último minuto del partido, el Barcelona nos ganaba ya 5-2. Yo estaba con los cascos en el banquillo, pitan penalti en Coruña a favor del Dépor, toda la grada del Camp Nou callada y un segundo antes de que lo fallara por la retransmisión que yo estaba escuchando, ya saltaron todos los espectadores gritando. El Dépor se quedó sin liga y nosotros sin UEFA. Y al año siguiente de Luis por fin lo logramos.
Pero ya digo que Luis como entrenador para mí es el mejor que he tenido. Igual con Bilardo aprendí más cosas, pero Luis manejaba bien todas las facetas. Era un gran motivador, un tío trabajador, un gran analista, sabía estar, sabía mirar para otro lado cuando tenía que mirar para otro lado, encarar los problemas cuando tenía que encararlos. Fueron dos años muy bonitos y muy buenos.
A aquel Sevilla llegaban muchos fichajes que le había salido rana al Madrid, al Atlético o al Barcelona.
Más o menos. A Luis le gustaba fichar a gente que le conocía, como Soler, a Pedro, a Juanito, a Moacir, Quique Estebaranz. El concepto de dirección deportiva de entonces era diferente. Los entrenadores tenían más trascendencia sobre la decisión y Luis traía a gente cercana, que conocía.
Tú solo jugaste Copa del Rey. ¿Estar tanto tiempo en el banquillo te enseñó a ver el fútbol de otra manera?
Lo que para mí fue un problema en su momento, no jugar tanto como me gustaría, luego me vino muy bien. Aprendí mucho de los entrenadores que tuve al lado. Además, a mí particularmente me gustaba el fútbol. Me preocupaba de leer las alineaciones rivales, de ver cómo jugaban los demás equipos.
No lo hacía pensando en que un día sería director deportivo, sino porque me gustaba. Decía a los compañeros lo típico de cuidado que este regatea por este lado, o este portero se tira más hacia este, etc… Como no podía sumar jugando, intentaba hacerlo de otra manera.
¿Cómo te tomaste lo de Al Ataque, el programa de Alfonso Arús en Antena 3 donde te imitaban?
Hubo fases. Al principio no lo entendía, me preguntaba que por qué yo. Portero suplente del Sevilla, nadie me conocía, ¿por qué yo? Y me enfadaba, pero luego terminé viéndolo en el salón de mi casa con mi mujer y riéndonos. Lo asumí. Pero en inicio me costaba entenderlo. ¿Tenía un habla muy andaluza, tal vez?
Contacté con Sergi Mas, que era el actor que hacía de mí, y me dijo que no había ningún motivo. Respondió: «Lo hemos hecho y ya está». Luego íbamos a jugar a Barcelona, yo era suplente y la gente me aplaudía, era más famoso que en Sevilla. Porque como sabrás este programa se emitió primero en TV3, como Força Barça. Ahí empezó mi personaje, que vieron que tenía cierto éxito y decidieron llevárselo a Antena 3.
Hablemos del descenso federativo de Celta y Sevilla. Dice un amigo mío que es la única manifestación que ha habido en España que ha servido para algo.
Ahora se han cumplido veinte años. La noticia del descenso a nosotros nos cogió en Chiclana, en la concentración. Fue una verdadera pesadilla. Yo estaba con Unzué de compañero de habitación, íbamos a entrenar en segunda sesión a las siete de la tarde y a las cinco apareció Jiménez aporreando la puerta diciendo que nos habían descendido.
Un resumen de la situación muy descriptivo de todo lo que pasó es lo que yo le dije inmediatamente a mi padre, que en paz descanse, que al apartamento que yo tenía en San Fernando le pusiera el cartel de «Se vende». Y también estaba la pena de ver a un equipo como el Sevilla desaparecer prácticamente. Recuerdo que en pretemporada jugamos un partido contra el Chiclana y se colaron ahí no sé cuántos miles de sevillistas.
Nosotros, los jugadores, éramos convidados de piedra en todo esto. Al volver de la concentración sí que fuimos algunos jugadores a una manifestación que hubo en la Plaza de España, Jiménez, Tevenet, Pineda, yo…. Y nos pasamos quince días con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar.
Lo que no creo es que haya que menospreciar todas aquellas movilizaciones, lo que hay que hacer es criticar la no movilización en otros ámbitos. Hay gente para la que el Sevilla es más importante que su familia. Aquí hay gente que se quita de muchas cosas para poder tener dinero para un carné. ¿Eso es malo o es bueno? Es un sentimiento, contra eso…
Sevilla es una ciudad donde los sentimientos que no son privados son muy grandes. La Semana Santa, el Rocío, incluso la Feria. Son celebraciones que están tan dentro de la forma de ser del sevillano que para ellos llega a ser algo vital.
Esto que dice tu amigo lo he escuchado muchas veces, que la gente se movilizó para salvar al Sevilla pero no para salvar Astilleros, por ejemplo. Pero el problema no fue que se movilizaran por el Sevilla, sino que no se saliera a defender Astilleros. No sé si me explico. Hay gente en Sevilla para la que este club es su vida. Lo han mamado desde chicos y lo llevan tan dentro que…
Mira, yo no lo he sentido desde pequeño, que soy sevillista de adopción, pero el año que bajamos a segunda fue el día más triste de mi vida. Así lo sentí. Igual luego se te muere un primo y no lloras. La explicación está en cómo es la persona, lo que significa para ellos interiormente su club.
Salieron a la calle porque querían defender algo que era su vida. Si tu hijo tiene un problema, lo defiendes a capa y espada. Pues esto fue igual. Además, fue todo espontáneo. No hubo nada preparado, y fue así porque la gente sentía que se le iba la propia vida con el descenso a segunda B.
Ese año cayó el presidente Luis Cuervas. ¿Qué cambió al cerrarse esa etapa?
Se perdió un presidente que no obtuvo el resultado que merecía todo lo que él puso sobre la mesa. Con Luis Cuervas el Sevilla salió del anonimato con jugadores como Suker, Zamorano, Maradona, Simeone, pero luego no hubo un reporte.
Al final fue un Sevilla que se quedaba cada año en mediocre y como mucho un poquito más, pero poco. Sin embargo, hizo cosas importantes. Fue un buen presidente sin el lustre de los resultados. No digo títulos —porque en aquella época era impensable ganar uno para un equipo como el nuestro, ahora sí porque hay ocho, pero entonces nada— pero debimos ir más veces a Europa.
¿Es verdad que el Maestro Araujo te puso el apodo de «el León de San Fernando» en una eliminatoria de Copa de ese año contra el Compostela?
No. Vino por ahí, pero el partido famoso fue un Atlético de Madrid-Sevilla contra el Atlético del doblete. Pasamos una vez del medio campo y metimos un gol. No sé la barbaridad de veces que nos tiraron a nosotros, pero esa tarde, yo, si me quitaba de en medio me daba el balón. Lo paré todo. Todo. Igual fueron cincuenta tiros. Me puso el Marca o el As un cuatro. Y aquel día Antonio me colocó el apodo del León. San Fernando es la isla del león e hizo ahí el juego de palabras.
Ese año llega Rambo Petkovic rebotado del Madrid.
No era mal jugador, pero tuvo mala suerte. Eso entró dentro de la operación de Davor, que se medio vende a mitad de temporada y vienen al Sevilla Petkovic y Agostinho. Entraron con mal pie porque la gente los comparaba con Suker, pero Petkovic no era malo, tenía un golpe de balón magnífico. Lo que pasó fue que se lesionó pronto, en un partido contra el Sporting de Gijón, y ya no levantó cabeza.
Peixe, que fracasó estrepitosamente, luego en Portugal volvió a la élite.
Peixe era un jugador magnífico, hombre. Lo que pasó es que llegó aquí y a los tres días, descenso federativo. Y Toni Oliveira, que era el entrenador portugués que lo trajo, al mes se marchó. Entonces le entró saudade, morriña, y se fue él también. Era de la generación de Figo, de Joao Pinto y todos estos y era un mediocentro defensivo muy bueno, pero aquí le pasó por encima todo.
Ese año, que jugaste en primera varios partidos, te marcaron jugadores emblemáticos: el Pizzi del Tenerife, Morientes con el Zaragoza, Laudrup con el Madrid, Dubovsky en Oviedo, Bakero en Barcelona y Mijatovic dos con el Valencia.
Recuerdo especialmente el de Valencia, que marcó mi vida. Echaron a Oliveira, vino Juan Carlos Álvarez que contó primero con Unzúe pero luego ya me puso a mí de titular. Y en el partido de debut, zas, me marcó Pizzi cuatro. Salí en todos los telediarios. Cada vez que jugaba se enteraba toda España. Despidieron a Juan Carlos y vino Espárrago, su segunda etapa, que me dejó jugando.
Esta fue mi mejor época como jugador junto con los últimos seis meses de mi carrera. Jugamos contra el Espanyol de Camacho en Barcelona, paré un penalti y luego ganamos con gol de Pepelu. En el Camp Nou empatamos a uno y también fue un buen partido. Y al final nos estábamos jugando el descenso más o menos, y contra el Valencia en su casa.
En el primer tiempo, a los quince o veinte minutos, Mijatovic se queda solo, me intenta regatear, quise no hacerle penalti, pero le di y encima me caí mal con el hombro. Metió el penalti y yo me quedé con el hombro fastidiado. Seguí jugando, en el descanso estaba destrozado, pero continué porque yo era cabezón.
En la segunda parte le hice otro penalti, que me tiré para el lado donde tenía el hombro bueno y se lo paré. Y luego metió otro. Perdimos 1-2. Era Zubizarreta el portero del Valencia. Y yo nunca me recuperé de esa lesión. Uno de los motivos por los que me retiré del fútbol fue por los dolores del hombro.
Dos partidos después de ese de Valencia fue la famosa aparición de Suker en su último partido como sevillista.
Nos estábamos jugando el descenso, había pocas posibilidades de bajar, de hecho luego quedamos duodécimos. Pero existía la posibilidad de carambola. Suker estaba concentrado con la selección de Croacia para jugar la Eurocopa y se vino expresamente para jugar ese partido. Metió tres goles y se fue. Salió a hombros del campo, como los toreros. Era el último partido de su vida como jugador del Sevilla y fue de chapó.
Llegó Camacho.
Estuvimos veintidós días concentrados en Holanda. Una barbaridad. Mirando los patos todo el día, no recuerdo una concentración más aburrida que esa. Nos regalaron unos móviles, cuando nadie usaba de eso todavía, y los llamábamos «los delanteros» porque estaban todo el día «buscando red».
Veintidós días sin cobertura con los Airtel. Y cuando por fin llegamos a España, el primer entrenamiento de octubre se me volvió a fastidiar el hombro en una caída. Jugué con Camacho hasta que lo echaron y lo hice muy renqueante. Parando más con la izquierda que con la derecha.
Fue el año del descenso.
Hubo de todo ese año. En lo que a mí respecta, tuve actuaciones buenas y otras horrorosas. El día que echaron a Camacho contra la Real Sociedad por mi parte fue un desastre. Ganábamos 2-0 faltando ocho minutos y perdimos 2-3. De mi papel ese día te digo que de los tres goles me tragué cuatro (risas). Luis Carlos Pérez, periodista de Sevilla, siempre me cuenta que me tenía puesto un tres en la crónica hasta que llegaron esos ocho minutos y me tuvo que poner un cero. Fíjate cómo fueron.
Estaba Robert Prosinecki.
Era un gran tipo. Cariñoso. Pero aquí ya venía justito, aunque jugaba muy bien al fútbol. Pero es que deportivamente ese año fue todo un desastre. El grupo que teníamos nos hartábamos de reír, salíamos mucho, había muy buen ambiente con Robert, con Onésimo, que también andaba por ahí. Llegó Vassilis Tsartas…
Un genio.
La mejor zurda que ha tenido el Sevilla después de Davor Suker. La calidad de Vassilis era impropia de su equipo. Estaba muy por encima de nosotros. Quizá era un poco lento en la traslación, pero…
Una vez en el Cerro del Espino, en un partido contra el Atlético de Madrid B, quise fotografiarle, no lo distinguía entre el grupo que corría en el calentamiento, le pregunté a un aficionado sevillista quién era y me contestó: «¡Quién va a ser, el que va andando!».
(Risas) Ese día le paré un penalti al Atlético y dijeron que estaba amañado porque lo lanzó Sequeiros, que era de nuestra cantera. Tsartas era espectacular. Le costó arrancar, pero tenía mucha calidad. Se mereció jugar en un Sevilla mucho más grande. Cuando llegó lo trajo una agente que me lo dejó a cuidado, porque era medio introvertido. Yo lo recogía cada día, hice una buena amistad con él. Era calladito, muy educado, pero luego en el campo…
Vino con Petros Marinakis.
Uf, no me preguntes por aquellos fichajes porque llegó cada individuo…
A Tsartas lo trajo Herminio Menéndez.
El director deportivo era Rosendo Cabezas, que hasta hace poco ha trabajado conmigo y todavía colabora, lo que pasa es que ya es mayor y está retirado. Herminio llegó en un momento de vacío de poder, en agosto del 95, hubo varios presidentes y cogió fuerza. Era un buen gestor. En un momento difícil fue capaz de aguantar con sus hombros el Sevilla.
¿Qué opinión tienes de González de Caldas?
Como persona, conmigo se portó siempre muy bien. Siempre como un señor. No tengo capacidad de juzgar lo que hizo como presidente porque yo era jugador y no me enteraba de nada. Pero en lo personal me trató muy bien. Había pactado una renovación con él, lo tenía todo acordado, vino la vorágine de que se iba a ir, no se había firmado el contrato, y justo un día antes de su marcha me llamó y me dijo: «Lo que prometí aquí está, aquí tienes el contrato». No tuvo por qué hacerlo.
Ese Sevilla que se desmoronó y acabó bajando a segunda arruinado coincidió con una de las mejores generaciones de la cantera de su historia. Si no hubiese habido ese hundimiento, con esas incorporaciones el Sevilla podría haber volado ya entonces. Salva, José Mari, Yordi…
Carlitos, Tevenet, Marchena poco después. Fue la pescadilla que se muerde la cola. Esa generación salió por el declive de la primera plantilla, que había cada individuo sospechoso que era para descambiarlo, el entrenador Julián Rubio subió a Velasco, a Luque, a Loren, dio oportunidades, incorporó también a lo que venía detrás, Salva y José Mari, pero claro, el entorno del equipo no hacía que brillara el conjunto.
Los chicos solo se lucieron individualmente, por eso no tuvieron un mayor reconocimiento. Pero la generación era espectacular, fueron todos campeones de España de juveniles.
¿Por qué dimitió Bilardo en esta, su segunda etapa como sevillista? ¿Es verdad que fue porque no quiso cargarse a los veteranos, que eran sus amigos?
Bilardo vino como última solución. Obligado por la amistad que tenía con Rosendo Cabezas. Pero se encontró una generación de jugadores que eran cinco años mayores, de los que era amigo de todos, lo era mío, de Unzúe, de Jiménez… y tuvo que tomar decisiones deportivas que afectaban a sus amigos. Por eso dijo que no podía. Y que si no podía ser él mismo, prefería irse. Bilardo era muy buen tipo, tenía muy buen corazón.
No ha quedado esa imagen de él.
Mira, en el primer año de Bilardo, yo tenía una cláusula por partido por la que si jugaba cinco, me daban la mitad del contrato y si jugaba diez me lo doblaban. Con Bilardo jugué cuatro solo de Copa del Rey contra la Gimnástica Ponferradina y el Gimnástico de Alcázar. Tenía solo cuatro partidos y si jugaba el quinto, tenía un plus de setecientas cincuenta mil pesetas.
Mi sueldo era de un millón y medio. Esa prima para mí era la vida. Le planteé mi problema y me dijo que no me preocupase, que me lo daría. El problema es que el equipo estuvo compitiendo hasta el final, hasta el último día y no hubo un solo minuto donde pudiera decir que no nos jugábamos nada, que saliera Monchi.
Yo entendí perfectamente quedarme en el banquillo, era razonable. No se podía y no se podía. El último día, en Gijón, no nos clasificamos. Llegó y comentó que quien quisiera salir a tomar una copa que podía. Yo me estaba cambiando y cuando los demás se fueron me llegó llorando. Me abrazó y me dijo: «Te he fallado, una cosa que te prometí y no te la he podido dar».
Me puse a llorar yo también, porque soy muy llorón y le insistí que no pasaba nada, que lo entendía, que no se habían dado las circunstancias. Se quedó el tema ahí y cuando fui a cobrar me pagaron el premio. Aluciné y me contaron que lo había puesto Bilardo de su bolsillo. Eso te da cuenta de cómo es. Fue un tipo muy especial, muy duro, pero en la fachada.
Partido de copa contra el Isla Cristina. ¿El día más duro de tu vida?
Ese es el que me recuerdan los aficionados, ese y el de la Real Sociedad.
Me dicen que había que verte la cara ese día.
Yo he salido dos veces por una puerta distinta a por donde se tiene que salir. Ese día fui yo solo y el otro todo el equipo, en el 98. El día del Isla Cristina habíamos descendido, tuve actuaciones malas. Pero ese año había empezado jugando yo y no lo estaba haciendo mal. En la ida en San Roque, porque el Isla Cristina no tenía campo, ganamos 1-2. En casa todo se presentaba bien.
A los diez minutos les expulsan a uno y metemos un gol. Creo que el día de la Real Sociedad tuve culpa, pero este día la verdad es que no. Luego nos empataron, nos fuimos 1-2, y yo no tuve nada que ver en esos tantos.
Faltando diez minutos empató Tsartas y en el último minuto, yo estaba adelantado, jugando un poco como de libre, Mariano me coló una vaselina. Salí del estadio en la furgoneta del utilero. Me tuvieron que sacar el coche y llevármelo a la puerta del Corte Inglés. Y cuando iba con el coche, en cada semáforo había aficionados y tenía que taparme la cara. Fue un día terrible.
De hecho, me he perdido pocas convocatorias en mi vida y Julián Rubio me tuvo castigado, apartado del equipo, porque decía que mi presencia en el banquillo era negativa para los compañeros porque los aficionados se cabreaban solo por verme. Cinco o seis partidos estuve sin convocar.
Un año horroroso el primero en segunda.
No subimos. Después vino Castro Santos, ficharon a Paco Leal.
Le quitas la titularidad.
Se la quité a Casagrande en el primer año en segunda y a Leal en el segundo.
Este año fue un desastre también hasta que llegó Marcos Alonso, el equipo hizo una remontada tremenda y logró subir clasificándose para la promoción.
Tuvo mucho que ver el preparador físico de ese equipo, el profe Ortega, que ahora está con Simeone en el Atlético de Madrid. Su aterrizaje en España fue en Sevilla. Era un obseso del peso. Jugué toda mi vida de futbolista con ochenta y un u ochenta y dos kilos. Cuando llegó él me dijo que tenía que perder ocho kilos.
Soy muy obsesivo y cabezón, se me metió en la cabeza perder el peso y bajé los ocho kilos. En el último partido, contra el Villarreal aquí en casa, no soy yo. Tengo una cara demacrada. Pero él tenía razón. Cuando pesaba setenta y tres o setenta y cuatro, me decía que me imaginase que me ponía una mochila de ocho kilos y me pusiera a parar. Y claro, sí que hay una diferencia.
Así hice un final de temporada muy bueno. De todas formas, con lo que me quedé ese año fue con que del «Mochi, vete ya» al «Monchi, quédate» hubo cuatro partidos. Eso me dio una gran lección, que en este deporte hagas lo que hagas siempre te puede tocar a ti.
El ejemplo de eso fue esta temporada en segunda. El equipo estaba, en el domingo de Resurrección, en abril, el duodécimo. Habíamos jugado en Albacete en la jornada anterior y perdido 3-0. Imagínate qué Semana Santa nos esperaba, y encima como estaba yo, con mi mujer embarazada. Al final decidí salir de casa porque me gustan mucho las cofradías, pero la ponía delante a ella delante con la barriga para dar pena y que no se metieran conmigo.
El caso es que ese domingo jugábamos contra el Toledo en casa. En el hotel de concentración, los Biris nos tiraron huevos. Y no entraron los primeros quince minutos del partido como protesta. Échale, cuando quisieron entrar, nos metieron el 0-2. Imagínate yo, en la portería del gol norte, donde están ellos, que acababan de entrar y nos habían enchufado el segundo. Cada vez que me pasaban el balón, no veas.
Le tuve que pedir a Hibic y Prieto que por favor no me la echaran más. Al final empatamos a dos e incluso estuvimos a punto de ganar, aunque tuvimos que salir todo el equipo por la puerta cinco. No obstante, desde ese día empezamos a subir. Hasta ganamos 0-1 en Málaga, el día que más miedo he pasado en un campo en mi vida por la actitud del público. Tengo una cicatriz en la cabeza de un monedazo que me dieron ese día en el calentamiento. Y de ahí fuimos a jugar la promoción con el Villarreal, goles de Tsartas, y a primera.
Y te retiras.
Tenía el hombro fastidiado. Decidí retirarme si ascendíamos. Pero al subir mi nombre fue de los más coreados y por ese prurito de egocentrismo y que tenía contrato aún, que había renovado hace poco, seguí. Empezamos la pretemporada en Holanda, pero vi que no era buena idea, me ofrecieron seguir como delegado y acepté.
¿Por qué ese año de regreso a primera se ficharon tantos uruguayos?
Los primeros en llegar fueron Tabaré y Nico Olivera, que salieron bien, colaboraron con el ascenso. Y como salieron bien pues se dijo: traemos más. Sobre el papel no estaba tan mal. Otero había metido diez goles con el Vicenza en Italia. Podestá era joven, pero prometía. Y a Zalayeta, que venía de la Juventus, luego le fue muy bien en Italia. Pero el año fue otra vez para enmarcar.
Todo lo que pudo salir mal, salió mal. Creo que descendimos en enero. Nos cerraron el campo no sé cuántos partidos ¡y yo de delegado! En el primer partido le dieron un botellazo al árbitro, en otro con una lata, luego el famoso cuchillo… fue una ruina de año. Cuando dejas el fútbol quieres tener una vida tranquila y yo me vi doce horas al día encerrado en el club.
Teníamos el diez por ciento de los empleados que hay ahora. Yo hacía de delegado, de jefe de prensa, organizaba los viajes, iba a las peñas. Roberto Alés me dio la oportunidad después de ser director deportivo porque veía que trabajaba, que podía hacerlo todo. Veinte mil cosas más de las que tenía que hacer.
Y aprendí mucho, conocí la otra faceta del fútbol, lo que hay fuera del jugador, pero lo pasé muy mal. Además, me convertí en el hombre del club para solucionar los problemas de los que el año pasado eran mis compañeros, y yo había sido el capitán. De capitán pasé a su asistente. Eso también me resultó complicado.
Cuando el equipo vuelve a bajar y Alés te quiere de director deportivo has declarado que a él no le podías decir que no a nada.
Alés era muy entrañable, por la forma de plantearte las cosas veías que iba de corazón. Por aquel entonces yo vivía en el club. De mi hijo mayor, Alejandro, me acuerdo de su infancia, pero de la segunda, María, no. Un día me llamó Alés a su despacho y me dijo que querían que me involucrase más en el tema técnico.
Si me hubieran dicho que me involucrara más en la pintura del estadio habría dicho que sí a ser pintor. Porque entonces para mí la secretaría técnica era lo mismo que pintar el campo: no tenía ni idea. Y eso no es todo: además, me hicieron cobrar la mitad. Había renunciado como jugador a dos años de contrato, perdoné la ficha de mis dos mejores años, que tenía un buen contratito. Como delegado estuve bien pagado, no te voy a engañar, pero como secretario técnico ya era la mitad.
Con ese ánimo, le tienes que montar a Caparrós un equipo a coste cero. Cuenta la leyenda que viajabas en tu coche por los estadios, pagándote las dietas de tu bolsillo.
En mayo empezamos a preparar el equipo de segunda. Teníamos que vender todo porque estábamos en quiebra técnica. Vendimos a Marchena al Benfica, Jesuli al Celta, Tsartas al AEK y Juan Carlos al Atlético de Madrid. Sacamos de ahí unos tres mil millones que era más o menos lo que necesitábamos para respirar porque Hacienda nos lo tenía todo bloqueado.
Así me tuve que poner a montar un equipo. La única ventaja que tenía era estar seguro de que estaríamos en segunda. Con Pepito Alfaro, que me enseñó mucho y ha muerto el pobre, cogíamos y nos íbamos un sábado por la mañana a Madrid o Barcelona, en coche o en tren, más en tren que en AVE, y veíamos todo lo que podíamos.
Yo cuatro partidos y él otros cuatro. En un mes y medio hicimos algunos informes y con Joaquín Caparrós ya diseñamos la plantilla, que salió de la nada. Fichamos diez o doce jugadores creo que por cuarenta millones de pesetas. Pero tuvimos una ventaja: la marca. En el mercado en el que me he movido siempre he sido dominador por mi marca.
Estábamos muertos, pero éramos el Sevilla. Le decías a Pablo Alfaro, a Loren o a Notario, oye, que soy el Sevilla. Y escuchaban. Porque nosotros siempre le hemos peleado los jugadores a equipos normales, menos una vez que pujamos con el Milan por Poulsen y ganamos, nunca hemos rivalizado con el Chelsea y estos.
Con un equipo diseñado para no descender se sube arrasando.
El equipo era para ascender (risas) lo que pasa es que con los fichajes la gente empezó a decir «Con Roberto Alés, a 2ªB». Traíamos a Notario de Granada, a Puli del Ceuta, a otro del Athlétic de Bilbao B, César. David Castedo del Mallorca, donde no jugaba. Pablo Alfaro, que estaba dando vueltas por el mundo. Con esos nombres la gente pensaba que no íbamos a llegar muy lejos.
Explotó Reyes.
Ya había debutado conmigo de delegado, pero en primera pegó el salto. Era un prodigio de la naturaleza. Un portento físico. Era muy bueno técnicamente, pero entonces lo que rompía era su capacidad física. Podía jugar con un nivel de intensidad altísimo constantemente. Hacía esfuerzos una, dos, tres, cuatro, veinte veces. Eso era lo que le hacía distinto. Un jugador así nace una vez cada diez años y tuvimos la suerte de que naciera aquí.
¿Y en lo que respecta a su personalidad?
Había que quererlo. No era un mal tipo, pero tenía su forma de ser. No le daba trascendencia a las cosas, vivía su día a día, es feliz. [Reyes falleció en 2019 y la entrevista se realizó en 2015] Yo lo quiero mucho y posiblemente las broncas más grandes que le han echado en la vida se las he echado yo. Y me veo con capacidad para echárselas porque lo quiero y él lo sabe. Pero tienes que quererlo. Los que son artistas son artistas. A Camarón de la Isla tenías que aceptarlo como era, pues igual a Reyes.
Perdisteis la UEFA en el último partido de liga, en Sevilla se recuerda como «el amaño».
No digo que fuese un amaño para no ofender a nadie (risas). Lo importante fue que, vamos a ver, hicimos un equipo que creció paso a paso. Fue un proyecto que se cimentó desde la base en todos los ámbitos, el deportivo y el estructural. El club fue creciendo de manera concéntrica.
La caída al pozo tan dura fue buena en ese sentido, os hizo aprender.
La gran virtud de Roberto Alés fue decirle a la gente «somos el Sevilla, somos muy grandes, somos muy buenos, pero estamos en segunda, arruinados, con una plantilla mediocre y sin nada; así que vamos a darnos cuenta de lo que somos realmente». Él fue capaz de verlo y de transmitirlo, que es lo más difícil. Luego con Del Nido el equipo fue creciendo y José María fue capaz de atreverse poco a poco a subir los objetivos y las ambiciones.
El Sevilla de Caparrós tuvo fama de ser muy duro, no había jornada en la que no lo recordaran los periodistas.
Más que duros, éramos fuertes, intensos, agresivos en cuanto a contundencia, pero matamos una vez a un gato y nos llamaron… ya sabes.
¿Lo de estar a punto de matar a Arango?
Ya venía un poco de atrás. Nosotros lo que intentábamos era sacarle partido a nuestras virtudes y no matábamos a nadie, éramos duros, pero honestos, leales y varoniles.
En la 2002-2003…
¡Te has olvidado de mi anuncio! La primera campaña de publicidad del Sevilla la hice yo. Llegó Manolo Vizcaíno como director de marketing e hizo una campaña de publicidad para los abonos, y me utilizó a mí como actor. ¿Cómo era el eslogan? No me acuerdo. Yo salía con una chica embarazada, como si fuéramos una pareja.
Ella va al ginecólogo a hacerse una ecografía y cuando vuelve a casa le pregunto: «¿Es niño o niña?». Y dice: «Sevillista». Entonces se veía la ecografía y salía, en lugar de un corazón, un escudo (risas).
Ese año ya se pudo ganar al Barça 0-3.
Con goles de Toedtli. En la 2001-2002 ya estuvimos a punto. Íbamos creciendo poco a poco, como te digo.
Pero este año llegó un chaval desconocido llamado Dani Alves.
Fue un año duro para mí porque murió mi padre. Le pillamos en invierno, junto a un griego del Ajax, Nikos Machlas. La noticia de que mi padre tenía cáncer, un cáncer galopante que se lo llevó en tres meses, me cogió en Ámsterdam viendo un Valencia-Sevilla en casa de un amigo. Con lo del cáncer no le pude prestar mucha atención al fichaje de Alves.
Estuve mucho tiempo en San Fernando. A Dani la verdad es que le costó mucho trabajo integrarse. Venía de Bahía, medio perdido. Joaquín no le encontró mucha ubicación, sus primeros seis meses no fueron nada buenos. Antes de que explotase su calidad jugó en todas las posiciones. Lateral izquierdo, media punta, de todo. Al final sí que se le veían cosas distintas, Caparrós fue capaz de aguantarle y el resultado, pues mira.
La paciencia fue la clave y no solo en este caso.
No quiero quitarnos méritos, pero eso depende de la exigencia. Cuanto más se exige, menos paciencia puedes tener, y al revés. Nuestra presión entonces era menor. Así pudimos traer a Alves y esperar a que demostrara lo que podía dar de sí, a Baptista y esperar a encontrarle una posición donde explotara, lo mismo que Adriano, Luis Fabiano…
En el caso de Alves hubo dos Danieles. Primero un tío que llega y no se entera de nada, que parece que se ha caído de un guindo, y otro Daniel que va ganando peso. Pese a todo, a mí lo que siempre me ha llamado la atención de él es su profesionalidad. Su capacidad competitiva, no solo en el campo, también en el entrenamiento. No se perdía uno. Hasta en los de recuperación él quería entrenar y había que decirle que no.
En la 2003-2004 fue el llamado «salto de calidad».
Ese fue el eslogan. Llegaron Baptista, Hornos, Aitor Ocio, Martí, Esteban, Darío Silva. Ahí hubo un cambio de registro. Veníamos de ascenso, dos años de permanencia, y la gente empezó a demandar algo más. Por eso se elaboró en el departamento de marketing el eslogan que anunciaba que íbamos a por otras cosas.
Le metimos cuatro al Madrid de Queiroz en casa, con una noche apoteósica de Reyes y Alves. Así, después del nivel que mostró Reyes, lo pudimos vender al Arsenal y con lo que llegó tapamos agujeros y otra vez pudimos aspirar a un poco más. Y suma y sigue.
Además, se fue Reyes, pero apareció Navas, que por cierto le cerró el paso a su hermano.
Sí, Marcos Navas, que venía del filial también, jugaba en la banda derecha, pero su hermano tenía más calidad. De hecho, le pasa por encima.
Julio César Clemente Baptista, «la Bestia».
Tengo que confesar que a Baptista le llamaron «la Bestia» porque yo me confundí en la rueda de prensa. Él no era «la Bestia», le decían «la Roca». Me confundí, dije «la Bestia» y con eso se quedó. Su día clave fue en La Línea, donde jugamos un amistoso, nos expulsaron a alguien, no sé si a Reyes, se cambió el sistema, se le adelantó y metió dos goles. Dijo Caparrós: joder, este tío tiene gol. Lo empezó a adelantar, a jugar de segundo delantero, y vaya si tenía: veintipico goles cada año marcó.
¿Y Darío Silva?
Lo firmamos buscando ese delantero racial, pero no tuvo el rendimiento que todos pensábamos. No dio todo lo que pensamos que podía dar. No estuvo mal, pero no fue el del Málaga.
Más adelante se intenta recuperar a Jesuli. ¿Por qué?
Habíamos fichado a Renato, Makukula, Aranda, Sales… queríamos crecer, mantenernos. Ya nos metíamos todos los años en Europa. Incluso estuvimos a punto de entrar en Champions, que nos la quitó el Betis. Y trajimos a Jesuli porque estábamos buscando un jugador de banda.
Negocié con el Chelsea por Gronkjaer y al final no pudo venir. Después pensamos en Riera y al final fuimos a por Jesuli. Había estado a muy buen nivel en el Celta. Apostamos por él y tuvo un buen comienzo pero luego no dio lo esperado…
En Vigo se dice que le criticaban que no es que saliera de marcha más de lo debido, es que no lo disimulaba.
No sé. Nunca he sido policía con este asunto. No sé si es virtud o defecto. No me gusta seguir a los jugadores. Yo les digo: tú verás lo que haces, estás en Sevilla, aquí se sabe todo, siempre va a haber un testigo. Si te cuidas, bien, si no, jugará otro. A mí la gente, los aficionados, me mandan wasaps, me escriben mails contándome lo que hacen los jugadores por la noche, pero no creo en eso. No sé si es bueno o malo, pero como no creo en fiscalizar a la gente no lo pongo en práctica.
Adriano fue suplente bastante tiempo.
Venía de un equipo pequeño, al igual que Alves, y aterrizar a un club de la dimensión del Sevilla les cuesta. Pero tenía unas condiciones increíbles. Un tren inferior tremendo, era un portento físico, tenía una potencia… Podía golpear con las dos piernas. Poco a poco su nivel se impuso.
Victoria en el Bernabeu 0-1 al Madrid de Raúl, Owen, Beckham, Zidane…
Gol de Baptista. Y Jesuli hizo un partidazo. Estábamos casi para ponernos líderes. Creo que ese año nos sobró temporada.
El destino os jugó una mala pasada ¿o buena? Cuando el Betis os quita la clasificación para la Champions y vais a la Europa League, que se consigue ganar, con todo lo que eso supuso.
Hubo un antes y un después. Sobre todo por la reafirmación del modelo. Cuando acabamos esa temporada, la 2004-2005, fue triste para nosotros. Aquí se mide, o medía todo mucho, por lo que hace el rival, el Betis. Ellos ganaron la Copa del Rey y se metieron en Champions. Al año siguiente era nuestro centenario, además.
Entonces aquí se hablaba mucho de lo bien que trabajaba el Sevilla, pero el Betis sin tantas estructuras consiguió esos éxitos. De modo que a mí este año me lo acabaron planteando: «¿Merece la pena todo esto? El Betis sin eso mira lo que ha conseguido».
Contesté: «Yo creo en esto, a la larga nos va a dar más éxitos que fracasos». Y Del Nido y el consejo de administración confiaron en mí y creyeron lo que dije. Luego vendimos a Baptista y Sergio Ramos, todo se complicó mucho más, pero precisamente ese verano, ante la adversidad, fue cuando se cimentó todo confirmando la fe en nuestro modelo. Fue muy importante.
Llegó Juande. Buen entrenador, pero donde brilló realmente fue en el Sevilla y luego no ha vuelto a dejar esa impronta.
La verdad es que es así. Había estado bien en el Betis, no tanto en el Málaga, estaba en paro cuando lo fichamos, pero era el entrenador que creíamos que podía coger al equipo después de Caparrós, con la huella tan profunda que había dejado Joaquín. Misión que no era nada fácil y él la hizo muy bien, hubo una transición hacia un equipo más ofensivo que no perdió la personalidad que ya tenía.
Con Enzo Maresca, fichaje de ese verano, tuviste suerte, fue un tío importantísimo, pero era la segunda opción.
Cierto. La primera era Camel Meriem. Pero tengo un montón de jugadores que triunfaron y eran la segunda opción, Enzo no fue el único. Kanouté tampoco era la primera opción, era Fred.
Sí, que cuando llegó la gente alucinaba, sobre todo por el nombre.
El nombre hacía más gracia en Cádiz que aquí (risas).
Y con Dragutinovic alucinaron nada más llegar también pero con su gancho de derecha…
El caso de Drago es especial. Se salió de nuestra estrategia, fue suerte.
¿No te lo recomendó Arrigo Sacchi?
No, no fue así. Era el último día de mercado. Florentino pagó la cláusula de Ramos. Tuvimos que buscar un central para poder reemplazar a Sergio. Sí es verdad que hablé con Sacchi, pero los nombres que me dio ya los había barajado yo quince veces. Una de las noches que he llorado como director deportivo por impotencia fue esa.
Pero José María Cruz, director general, a última hora de la noche se acordó de que Pedja Mijatovic había estado hacía unos días en las oficinas del club ofreciéndonos un central que jugaba en Bélgica. Yo no lo conocía, pero llamamos por teléfono a gente que dominaba el fútbol belga, Drago jugaba en el Standard de Lieja, y lo fichamos así. Era un millón y pico, no era un gran riesgo, pero nos salió muy bien. Aunque fue el factor suerte, no otra cosa.
Cuando doy conferencias sobre mi profesión lo dejo claro. A pesar de que nos funcionó, nunca volvimos a dejarnos llevar por el azar. No cedí a la tentación de volver a tratar de hacer algo así. Me mantuve en mi línea. Y así también me equivoqué, y muchas veces, pero al menos lo hice con mi propia forma de trabajar. Lo de Drago fue un tanto que se apuntó la suerte, no yo, y seguí planificando las plantillas como hasta entonces.
En cuanto al puñetazo que le dio al moranco mira, Drago sigue viviendo por aquí y está muy integrado en Sevilla. Me considero muy amigo de él. Eso fue una anécdota, aunque el moranco no lo vea así evidentemente (risas), pero hay que entenderla en su contexto. Un tío que llega aquí sin tener ni papa de español, que ve entrar en el vestuario a un tío que no conoce de nada, que le lanza un beso, que todo el mundo se ríe, pues…
Recuerdo que llegué a la ciudad deportiva un poco tarde, entré al vestuario del utilero y me encontré a César Cadaval con una bolsa de hielo en la cara, pregunté y me dijeron: «Nada, que Dragutinovic le ha dado un puñetazo». Y yo: «Espera, espera, rebobina. ¿Qué ha pasado?». (Risas). Hablé con Drago después del entrenamiento, los dos nos entendíamos en francés, y lo que me llamó la atención es que él estaba convencido de que tenía razón, que había hecho lo correcto. «Un tío que conozco de nada entra al vestuario me gasta esa broma, pues le doy una hostia». Lo tenía claro (risas). Pero aquí siempre fue muy buen profesional y gran amigo de sus amigos.
Ese año, el gol más importante del Sevilla fue el de Puerta al Shalke 04 en las semifinales de la Europa League. En el centenario, el gol de la victoria en el minuto 100.
Ese es el gol que nos cambia la vida. En ese momento yo estaba a punto de irme del Sevilla, había firmado ya por el Almería. Mi mujer tenía un problema por depresión y necesitábamos irnos de Sevilla. En marzo de 2006 firmé, y con todo hablado con el club, de hecho fue Del Nido el que revisó mi contrato con el Almería. Pero cuando fuimos a jugar la eliminatoria del Shalke… Ay.
Decidimos dar la rueda de prensa el Miércoles Santo para que tuviera menos repercusión la noticia de mi marcha, pero el Domingo de Ramos cojo varicela y la suspendo. Entonces fuimos a jugar contra el Shalke, pero acudí ya como aficionado, con mi cuñada y con mi hijo. Me senté en la grada y los cinco mil sevillistas que había se dieron la vuelta hacia mí para cantarme «Monchi quédate, Monchi quédate».
Terminó el partido, empatamos a cero. Y fui a ver a mi mujer a Chiclana y le dije que ella se iba a curar de una depresión pero que a mí me iba a dar otra, que no me podía ir. Y en la vuelta llegó ese gol, el que digo que nos cambia la vida. Llegamos a una final europea y nada volvió a ser lo mismo. Para mí como lo de Eindhoven no volverá a haber nada igual. Cómo se ganó, cómo lo celebramos y lo que supuso… fue irrepetible. Luego hemos jugado no sé si once finales más, doce con la del martes [Supercopa de Europa con el Barcelona en Tblisi. NdR] pero ninguna ha sido igual.
Al año siguiente, este equipo que has ido construyendo desde segunda división y sin un duro, está a punto de ganar todo lo que juega.
Es que nos centramos en ganar todo, pero no llegamos. Si hubiésemos dado menos importancia a la Copa igual sí hubiera caído la Liga, pero lo veíamos todo con tanta facilidad que intentamos ir a por todos los títulos. De hecho, llegamos muy justos al final, la Copa la ganamos con la lengua en el suelo.
Esta vez fue el gol de Palop. Otro tanto, gol del portero en el último minuto, inenarrable.
Otra vez la suerte. Mi trabajo es intentar acortar el factor suerte, pero luego te ocurre algo así: que con todo perdido salga el portero de su área y le meta un gol de cabeza al rival en el último minuto. Eso es suerte. Aunque para que ese gol valga luego tienes que poder afrontar los cuartos de final con algo más que suerte.
La inercia del equipo era increíble, ganando todas las finales que se ponían por delante, y entonces ocurrió lo de Puerta.
Fue muy duro. El peor momento de mi vida como director deportivo y como sevillista. Lo vivimos todos en primera persona, la muerte de Antonio nos cogió en Atenas y yo tuve que decírselo al grupo. Había estado todo el año peleando conmigo por un contrato, de septiembre a junio, muy duro. Aguantó, aguantó y consiguió lo que quería. Tenía mucha personalidad. El día que murió yo no estaba en el campo, se casaba un amigo en Chiclana. Vi el partido por televisión, cogí el coche y salí disparado.
¿Se puede decir por qué Juande abandonó el equipo semanas después?
Pregúntaselo a Juande (risas). Yo estaba en Londres viendo un Tottenham-Getafe de UEFA cuando Juande se va al Tottenham. Me había ido a ver a Rakitic en un Chelsea-Schalke 04 y me quedé unos días más a ver al Getafe. Estando allí, empezó a sonarme el móvil ¡que Juande se iba al Tottenham! Le pregunté al director deportivo del Tottenham y me dijo que sí, que efectivamente lo tenían. La gente se pensó que yo estaba allí vendiéndolo, pero no. Fue casualidad.
Aquí se abrió un paréntesis, empieza una época menos buena. La afición critica algunos fichajes y tú contestas: «Vendrán más Romarics», en referencia a un jugador que había llegado fuera de forma.
Romaric más allá de su peso o no peso, de su forma de ser o de su vida y tal, era el perfil de jugador que ficha el Sevilla. Uno que destaca en un equipo pequeño, en una liga más o menos competitiva y viene aquí. Así llegaron Kanouté, Escudé, Poulsen… Nuestro perfil de fichaje nunca es una estrella. Carriço vino del Reading. Romaric del Le Mans… Te puedo decir así veinte nombres. ¿Por qué dije más Romarics? Porque siempre iba a traer ese formato. Siempre alguien que viene de atrás y con hambre.
Ha habido años en los que has fichado hasta a catorce tíos.
Bueno, en la 2013 o 2014 sí que creo que fueron catorce.
Si fichas tantos no es tan difícil acertar con tres.
Juzgar el trabajo del director deportivo por el acierto de los fichajes es erróneo. Hay que valorar lo que ha hecho ese director durante un tiempo. Yo no me vanaglorio de haber fichado a Alves, a Adriano o a Baptista o Poulsen o Keita… lo que me enorgullece es tener una estructura que es capaz de lograr lo que ha conseguido el Sevilla estos últimos años. Cuando tú firmas quince es imposible que los quince triunfen, salvo que juegues al rugby. Pero hacer un examen puntual no vale, esto es mucho más profundo.
La Copa del Rey al Atlético salvó este periodo un tanto gris comparado con lo que se había alcanzado.
Es un título de los que más he celebrado. Tras lograrlo todo y atravesar una pequeña travesía del desierto, el titulo de Barcelona fue muy bonito. También porque había gran inferioridad de aficiones, al ser allí hubo menos gente de Sevilla. Además fue un título inesperado. La etapa de Jiménez había concluido, se le destituyó, la trayectoria no era buena. La pena fue luego no aprovechar ese impulso, pero bueno, con esa Copa volvimos a sacar pecho.
¿Y qué pasó en estos años de Manzano, Marcelino y Michel que ningún proyecto cuajó?
No fuimos capaces de encontrar el entrenador que le sacara partido al equipo. No era culpa de ellos, era de la dirección deportiva que no supo verlo ni por su parte ni por establecer un equipo que pudiera rendir al nivel necesario para que ese entrenador pudiera tener un grupo humano lo suficientemente compacto para lograr los objetivos.
Pasamos de tener muy pocos entrenadores durante muchos años a muchos durante pocos. No hicimos las cosas bien, para qué nos vamos a engañar. Malos entrenadores no eran, tenían buen currículum, Michel luego tuvo una continuidad buena en el Olympiacos y Marcelino está rindiendo magníficamente en el Villarreal, pero no fuimos capaces de encontrarles las plantillas adecuadas.
Rakitic llegó aquí y se convirtió en un sevillano más.
Iván es un ejemplo de lo que es contranatura. Lo normal es que hubiese tenido muchos problemas de adaptación y fue todo lo contrario. Echarse novia aquí le ayudó y también enseguida pilló el idioma, lo que le vino muy bien con la afición. Soy muy amigo suyo, quizá es de los jugadores que hemos traído con los que más amistad mantengo. Siento devoción por él, por su profesionalidad, por su ayuda al club, por su implicación con el vestuario, por su rendimiento. Siempre le estaré agradecido y tendré pasión por él. De todos los que he fichado es de los que más guardo como algo mío.
Con Marko Marin, sin embargo, ocurrió al revés. Rindió muy bien en Alemania, lo había fichado el Chelsea donde dejó algún detalle, pero aquí nada.
Fue una de las operaciones de las que más orgulloso me sentía. Firmar a Mako Marin me parecía una epopeya. Me costó mucho, fue una odisea. Sin embargo, no dio. Creo que Marko tenía que cambiar el chip y no lo hizo. De la calidad que tenía no podía vivir. Se lo explicamos muchas veces. Tenía que adaptarse al fútbol actual, ser más competidor.
Otra sorpresa, Vitolo. Fichado de segunda, internacional con la absoluta.
No. Fue una apuesta segura, lo seguíamos desde muchos años antes, pero tuvo una lesión de rodilla y no pudo firmar en su momento. Era muy difícil equivocarse con él, solo estaba pendiente por ver su adaptación a la península porque era canario, pero nada más. Y su adaptación fue muy fácil, es muy abierto, muy dicharachero. Muy amigo de Reyes (risas).
Otro hallazgo, la dupla Bacca y Gameiro, que también deja unos millones con la venta de Bacca al Milan.
Hubo un momento difícil, cuando tuvimos que vender a muchos jugadores. A Navas, a Negredo, a Medel… Necesitaba gol. Ya quise fichar a Gameiro antes, cuando estaba en el Lorient. Siempre fue una gran aspiración tenerlo aquí. A Bacca, sin embargo, nos lo ofrecieron, empezamos a ir a Bélgica a verlo y nos dimos cuenta de que ahí había algo. Sustituir a Negredo nos pareció difícil hacerlo con un solo jugador, así que nos trajimos dos.
Dice José Lobo, el autor de Yonkis y gitanos, que Negredo es el único jugador sevillista al que la afición ha pitado en una final.
Sí, en la de Barcelona. Álvaro tuvo un inicio complicado en Sevilla. Tuvo que sustituir a dos monstruos como Luis Fabiano y Kanouté y no estuvo fino. Pero luego fue vitoreado a más no poder.
Recuerdo que Luis Fabiano también empezó muy mal. Vamos, no es que fuesen unos inicios complicados, es que casi llegó a ser un hazmerreír
Para mí es el mejor delantero que ha tenido el Sevilla en la historia. Luisfa era un tío al que había que conocer, darle cariño. Los futbolistas llegan pero luego tienen que tener un recorrido.
Te has justificado en su día con la frase «No hay malos fichajes sino malos rendimientos».
Lo mantengo, no es una excusa, es una realidad. Tienes malos fichajes si no sigues tu estructura, si ficho tirando una moneda al aire a cara o cruz. Pero si tú sigues la trayectoria al final no es un mal fichaje, sino un mal rendimiento porque no has sido capaz de adivinar que su adaptación no iba a ser la adecuada, o su acople al fútbol europeo, o que al final no es el perfil que necesita el entrenador.
¿Cuáles han sido tus mayores frustraciones?
Lautaro Acosta. Cuando fui a ficharlo estaba al cien por cien seguro de que funcionaria, le vi todo lo que quería ver, me gustaba mucho, pero no salió.
Keita estuvo jugando años en el Lens. ¿Por qué no vio nadie que era un jugador top?
(Risas) Keita tampoco era la primera opción, la primera era Kevin-Price Boateng, se nos cayó y fuimos a por él. Al final la clave es leer los perfiles del jugador. Juande buscaba un box to box, un jugador con llegada, con potencia, y en nuestra famosa lista de los elegidos estaba él.
Estabas orgulloso de la trayectoria del Sevilla en estos últimos años porque es un club que tiene treinta mil socios en la comunidad con más paro de Europa, dijiste, y sin el dinero de un jeque árabe.
La virtud del Sevilla, el orgullo del sevillismo, es que este club es lo que quiere el sevillismo. Hemos pasado malos momentos, pero seguimos siendo el club de los sevillistas. Eso hay que valorarlo, el equipo ha crecido desde sus propias raíces. Siempre con gente sevillista. Los presidentes que yo he tenido, Rafael Carrión, Roberto Alés, José María del Nido o José Castro son todos socios del Sevilla desde hace muchos años, con número de carné por debajo del 500. Muchos años.
Pero luego el director financiero es sevillista, el director general es sevillista, el director de marketing es sevillista, el director de la asesoría jurídica es sevillista. Esto es algo que no podemos perder. ¿Puede parecer anecdótico? Vale. Pero yo creo que es una virtud, porque si sientes lo que haces, te esfuerzas el doble. En los demás clubes no sé si es así, no lo sé, pero sí sé que aquí todos son sevillistas y todos tienen carnés muy bajos. Quizá el que menos sevillista sea soy yo, que lo soy de adopción y no de nacimiento.
Uno de los peores porteros que se han visto en las ligas profesionales de España y como director deportivo, como todos, con aciertos y errores, pero muy sobrevalorado por la prensa. En la Roma fracasó, en su regreso al Sevilla fracasó y en el Aston Villa de momento, bien, pero ya veremos en unos meses.