Nos sentamos en un banco de musculación, entre aparatos de gimnasio: quedará más bonito en las fotos que el plano despacho de paredes blancas y mobiliario anodino que es la otra opción. Los atletas del Centro de Alto Rendimiento Deportivo de León entrenan a nuestro alrededor mientras charlamos. Una chica practica el salto de altura a unos metros. No la reconocemos, pero June Kintana (Bakaiku, Navarra, 1995) nos desvelará su identidad a mitad de entrevista: es María Vicente, plusmarquista española absoluta de heptatlón y pentatlón en pista cubierta; una de las grandes del joven atletismo nacional. «Una máquina».
Somos intrusos en este hormiguero de cuerpos sobrehumanos; en este taller de disciplinados autoescultores. Entrenar, entrenar, repetir, repetir, día tras día, semana tras semana. La vida del deportista es una monotonía en pos de lo contrario: la conquista del gran Instante. Citius, altius, fortius. En el caso de June Kintana, el anhelo es (¿se diría así?) un longius. Más lejos. Más de los 57,83 metros que son ahora mismo su marca personal en lanzamiento de disco. Probablemente ya hubiera sobrepasado los sesenta, e incluso el par de metros más del récord de España de Sabina Asenjo, si sobre este deporte no pesara la condena de la precariedad.
Los discóbolos eran populares en la Grecia de Pericles y Mirón, pero los chavales no suelen forrar hoy sus carpetas de recortes de revista de Virgilijus Alekna o Valarie Allman. La propia June reconoce que ni siquiera sabía que existían los lanzamientos cuando empezó a hacer atletismo. El deporte es un negocio y este deporte concreto no es rentable, por lo que aquellos que lo practican tienen la imposición de un plan B. El de June es ser veterinaria, y marea un poco escucharla evocar lo duro que fue estudiar la carrera a la vez que entrenaba.
June, naces en Pamplona en 1995, pero tu auténtica patria chica, ¿verdad?, es Bakaiku, una aldea vascohablante del norte de Navarra.
Bakaiku, sí, sí.
¿Vivíais allí, o en Pamplona?
Bueno, en los dos sitios. Mi madre es profesora y trabajaba en la ikastola a la que fuimos nosotros. Entonces, entre semana vivíamos en Pamplona, en un piso que teníamos allí, pero los fines de semana íbamos a Bakaiku.
¿Tu lengua materna es el euskera?
Sí, sí, totalmente. Siempre lo digo: hasta los diez años, no me sabía defender en castellano muy bien.
En 2022 lanzaste el chupinazo en las fiestas del pueblo. Fue una cosa improvisada, ¿no?, pero imagino que muy especial para ti.
Sí, sí. Nunca sabes quién va a lanzarlo. Lo normal es que lo lance el alcalde, pero hay años en que, de repente, se acerca uno y el alcalde dice: «Venga, tú». Normalmente, alguien que sea, no sé cómo decirlo…
¿Popular?
Sí, bueno, representación de algo, no sé. Ese año me tocó a mí y la verdad es que fue sorpresa total, porque, además, estos últimos años, los que llevo aquí en León, no he estado en todas las fiestas, en todos los años: muchas veces coincide con algún campeonato o alguna competición.
Los sacrificios del deporte.
Totalmente. Además es que las fiestas para mí son sagradas, la verdad.
Cuéntanos algo más sobre Bakaiku.
Es un pueblo muy pequeño. Está entre Pamplona y Vitoria. Somos menos de cuatrocientos habitantes. Y cuando estás dentro, te parece que estás muy aislado, que estemos ahí perdidos en el monte, como Heidi, pero la autovía, la Autovía del Norte, de Vitoria a Pamplona, pasa al lado, así que es muy accesible.
Es un pueblo muy unido. Siempre estamos en pro del pueblo; somos muy activistas en el aspecto de mover mucho que la gente se quede; que los jóvenes, aunque vayan a estudiar fuera, luego vuelvan. Conmigo lo han conseguido siempre, porque ya cuando estaba en la ikastola de pequeña, y ahora también aquí, cada vez que puedo, me escapo.
¿Cuál es la villa grande cercana de referencia?
Alsasua. Tres pueblos más hacia Pamplona, está Bakaiku.
Zona montañosa, ¿no? La sierra de Urbasa y la de Andía, si no me equivoco. Me han contado que a ti te gusta mucho la montaña; salir de excursión con tu perro.
Sí, eso es. Me encantan los animales en general; son mi pasión: por eso estudié veterinaria. El pueblo, para mí, es desconexión total. Me gusta mucho estar en contacto con la naturaleza; la tranquilidad. La ciudad me gusta, pero me gusta para visitarla, para turistear un poco. Para vivir, prefiero el pueblo.
¿A qué se dedica tu familia?
Mi madre ya está jubilada; los dos están jubilados. Ella era profesora de infantil en ikastola, y mi padre, constructor. Tenía una empresa de construcción y trabajaba por la zona, y también por la zona de Vitoria.
¿Cómo son tus inicios en el deporte, cómo empiezas a practicarlo?
Desde pequeña. He probado de todo; todo tipo de deportes. Me faltó el voleibol, que nunca hice, no sé por qué. Pero el resto de deportes, yo creo que todos. Sobre todo, los que son en equipo. Los he probado casi todos. Pero coincidió que ninguno me llegó a gustar tanto. Me divertí, lo pasaba bien, pero ninguno me enganchaba como tal.
Me cuesta mucho estar en un deporte de equipo. No por querer ser individual, sino porque me cuesta mucho, no sé, pillar las tácticas, ¿sabes? El caso es que hubo un año que coincidió que no me apunté a ningún deporte, y desde pequeña he sido muy nerviosa. En un momento dado, llevaba dos meses en casa y mi madre me dijo: «A ver, June, tienes que ponerte a hacer algo».
Tenía como mucha energía acumulada y mi madre sabía que la mejor manera de aliviarlo era hacer deporte. Me preguntó qué me gustaba y le dije que correr, porque, en todos los deportes que había hecho, lo que más me gustaba era correr; correr a por la pelota o lo que fuera.
Me dijo: «Pues bueno: atletismo». Y subimos al Larrabide, a la pista de atletismo de allí, y preguntamos. En aquel entonces, y hoy en día también, el club más grande es el Pamplona Atlético. Entonces, nada, me matriculé en su escuela, y empezamos, como en todas las escuelas, a hacer de todo. Se hacía un calentamiento general con tu grupo, ibas conociendo a la gente, y luego ya había grupos para hacer diferentes modalidades. Un día tocaba salto, otro día fondo, otro día lanzamientos… Algún día hacíamos hasta marcha. De todo.
¿Los lanzamientos te gustaron especialmente?
Me veían que, especialmente en disco, tenía cualidades; que tenía, digamos, tacto con el disco, feeling con el disco; que sabía sacarlo aunque no estuviese haciendo bien la técnica. Empecé a ir con Idoia Mariezkurrena, que fue mi primera entrenadora de lanzamientos; lo que se llama entrenadores de tecnificación. Primero iba un par de días, luego tres, luego cuatro… Y al final vas dejando la escuela y te vas centrando en tu prueba.
Iba a preguntarte por Idoia, una de las mejores lanzadoras de jabalina españolas de la historia.
Sí. Sí, sí. Buah.
¿Qué tal con ella? ¿Qué fue lo más importante que te aportó como entrenadora?
Me ayudó muchísimo que fuera mujer. Tuve mucha suerte en ese sentido, y me doy cuenta ahora: en el momento, no me daba cuenta. Hoy al tema del físico ya no se le da tanta importancia, o ya no hay tantos tabús; pero entonces los había, e Idoia me hizo romper con muchos de esos estereotipos. Siempre he sido grande, pero veía a mis amigas de la escuela, que iban a saltos, a tal, formarse y empezar a tener otro físico. Y una lanzadora, al final, tiene que ser grande: yo lo soy.
La gente se piensa que es estar gorda, pero no es eso: es estar fuerte. Para lanzar un artefacto, tienes que estar fuerte. Hay que estarlo. Yo no soy tan grande como otros y eso, en su momento, me preocupaba. Antes no se tenía en cuenta, por ejemplo, la nutrición; o muchos factores que tienen relación con tus resultados y que no son solo entrenar y hacer fuerza. Eso ha evolucionado mucho; se han hecho muchas investigaciones, y hoy se tiene claro que un atleta, para formarse, necesita tener muchas cosas en cuenta; que es una combinación de factores.
Un poco como con la ópera, ¿no? Que se pensaba que la cantante tenía que estar gorda hasta que llegó María Callas.
Exacto, tal cual. Hoy no se da tanta importancia al físico. Pero entonces sí, y, siendo adolescente como era yo, no teniendo fijada aún tu personalidad, podías pasarlo mal si veías que tú no tenías el cuerpo de otras. Que Idoia fuese mi entrenadora me ayudó mucho en ese sentido.
También en una época, al final del bachiller, que a mí se me hizo muy dura, porque hay que entrenar muchas horas, quieres tener resultados, competir, rendir, pero, a la vez, tienes que aprobar exámenes. Sabes que el atletismo da para lo que da y que en un futuro no vas a vivir de esto, sino de lo que has estudiado. En ese aspecto, Idoia también fue un apoyo increíble.
Y más tarde, fue la que me impulsó a dar el paso de venir aquí, a León. También me ayudó mucho el grupo; el grupo de lanzamientos. Los lanzadores nos llevamos muy bien entre todos, aunque sea una prueba individual. Ver en tu misma situación a otro atleta te motiva un poco más; te empuja un poco más a seguir, a entrenar, a rendir.
Hay una cierta conciencia de ser la hermana pobre del atletismo y de la necesidad de hacer piña, ¿no?
Exacto, tal cual, sí, algo así.
Nadie empieza pensando «voy a ser lanzador o lanzadora de disco», ¿verdad?
Para nada.
La primera imagen del atleta que nos viene a la cabeza es la del sprinter, si acaso el maratoniano.
Yo, cuando entré en la escuela, ni siquiera sabía que existían los lanzamientos. De verdad, literal. Solo cuando empecé en la escuela me fueron enseñando cómo está estructurado el atletismo y las pruebas y modalidades que hay. Los lanzamientos los descubrí ahí. Antes, no tenía ni idea de que existían. Siempre he sido muy…, bah, tampoco es que me pusiera ahí a informarme o a mirar.
Nunca me ha gustado obsesionarme; me ha gustado hacer deporte y disfrutarlo, e incluso después de especializarme, del lanzamiento de disco he leído cosas, parte de la historia y tal, pero si me haces ahora una pregunta de quién fue el primer lanzador, no sabría decírtelo, la verdad (risas).
Son la disciplina más clásica, la más griega.
Sí; y dentro de ellos, la jabalina y el disco.
¿Tenéis una conciencia digamos cotidiana de ese pedigrí, ese orgullo de lo clásico?
Sí. Por eso nos frustra un poco que, dentro del atletismo, quizás seamos la prueba menos valorada. Tampoco quieres dar una imagen de «lo mío es peor», pero es un hecho: tú ves cuántos atletas o niños, cuando empiezan en la escuela, hacen otras modalidades y hacen lanzamientos y es que en carreras hay el triple o más que en lanzamientos.
Además, luego, dentro de los lanzamientos, hay cuatro diferentes, y no puedes ser lanzador en las cuatro pruebas. Normalmente se combinan un disco y un peso, alguna vez martillo puedes meter… El más diferente es jabalina. Yo, a una atleta que lance jabalina, no la he visto lanzar un martillo. Cada prueba tiene lo suyo y para poder mejorar en ella tienes que estar muy centrado.
¿Cuál es el otro lanzamiento que más te gusta a ti?
Martillo. Me encanta martillo. No se me daba mal; lo que pasa es que, al final, coges un camino, y yo cogí el disco. La verdad es que estoy muy contenta, pero siempre queda ahí esa cosilla de «¿y si hubiera hecho martillo?». Así que, bueno, en mis ratos libres, algún día me pondré a hacer martillo y ya está; un poco por disfrute.
La entrenadora que te llevó al disco fue Lorea Oloriz, ¿verdad?
Eso es. Mi primera entrenadora de tecnificación fue Idoia, pero, antes de eso, la entrenadora que nos enseñaba los lanzamientos en la escuela era Lorea Oloriz. Lorea entrenaba; era atleta de Idoia, y cuando la veía, le decía: «Oye, tienen una chica en la escuela que, buah, ¡puede lanzar el disco que…!». Ella fue la que me guio para que yo empezase a entrenar con Idoia. Y la recuerdo con mucho cariño.
Luis Arribas, mi asesor en materia de atletismo cuando voy a hacer una entrevista, me sugiere que te pregunte por los Alekna, y si te gusta más el padre o el hijo.
Buah, los Alekna. Lo de esa familia es pura genética, o sea, es increíble. Ahora están los dos hijos lanzando y ya están los dos a nivel mundial, en lo más top. Eso es que, desde pequeños, el padre les puso ahí a girar y a lanzar. ¿Cuál me gusta más? Yo diría que Alekna pequeño. Alekna padre también, pero, dentro de los hermanos, el pequeño me gusta mucho: cómo lanza, su técnica, todo.
Manolo Martínez me contaba que, cuando entrenaba, le decían que tomase como referencia a un solo lanzador, y no se fijase demasiado en ninguno más, porque acabaría saliéndole un pastiche contraproducente de técnicas. Él cogió como referente a un atleta de la antigua RDA. ¿Eso también pasa en el disco?
Sí. Cuando estás empezando, cualquier cosa te sirve. Vas viendo diferentes formas de lanzar. Pero a medida que pasan los años, como vas formando tu propia técnica, ya te vas fijando solo en alguien que se parezca a ti. No tiene que ver que lance lejos o tal. Es simplemente que el tema técnico es muy individual. Yo tengo un par de chicas de las que me gusta ver sus vídeos, porque pienso que tengo una técnica parecida y que eso me puede ayudar.
En una competición, con todos los nervios, tienes que pensar en dos, tres cosas. Si te pones a pensar en toda la técnica, te vuelves loca. Y yo tengo la imagen, sobre todo, de una chica escocesa que me gusta mucho cómo lanza. Me viene a la cabeza su imagen y me digo: «Venga».
¿Cómo se llama?
Kirsty Law. Es la campeona escocesa e inglesa. Hizo sesenta metros el año pasado; era la primera vez que pasaba de sesenta. Yo la admiro mucho, porque es mayor que yo; creo que tiene treinta y cuatro o treinta y cinco años; y ella entrena y sigue y… no sé. Esa perseverancia que tiene me parece de admirar. Y lo que digo: me gusta cómo lanza; no es tanto que lance muy lejos. Valarie Allman pasa de setenta metros facilísimo, pero su técnica es distinta.
Ella, físicamente, también tiene unas cualidades que yo no tengo. Así que es difícil tenerla de ejemplo. O sea, es un ejemplo, claro que lo es, pero es difícil que yo tenga una técnica parecida a la de ella. Está a otro nivel.
Allman contaba que el baile le sirvió de mucho para aprender a lanzar.
Sí, y mira: tengo que decir que yo hice baile también; bailes vascos y modernos y tal, y quizá haya tenido algo de relación. No lo había pensado, pero ha tenido que tenerla, porque considero que tengo buena coordinación, y cuando me dicen «oye, haz esto», lo visualizo muy fácil. Luego ya, que salga, pues a veces sale y a veces no. Pero lo visualizo rápido.
Empiezas a ganarlo todo con catorce años, en la temporada 2009-2010, en la que eres primera en todos los torneos a los que te presentas.
Sí. Eso vino de sopetón, la verdad. A esas edades, lo haces por diversión; porque estás muy a gusto en los entrenamientos, con tu grupo, y al final compites porque toca competir, y entrenar para algo, que es competir. Pero cuando yo empecé con esos tan buenos resultados, no era consciente de lo que estaba haciendo. Yo lanzaba. Me decían que lanzase y hala, lanzaba. Si me preguntas cómo lo hice, no sabría responderte. Lo hacía por diversión e intuitivamente. Me enseñaban cuatro pasos, yo los intentaba imitar y p’alante.
Cuando vas a lanzar, cuanto menos pienses, mejor, te he leído decir en alguna entrevista.
Totalmente. Como empieces a pensar mucho, seguro que no sale. Lo mejor es no pensar. Al final entrenas durante el año y lanzas muchísimas veces. El movimiento ya está dentro. Lo que siempre quieres es perfeccionarlo, pero buscar la perfección, es mejor que lo hagas en los entrenamientos.
En la competición, lanza sin pensar. Automáticamente. Si te lo piensas, la cabeza juega malas pasadas; no llega la señal al cuerpo y la cagas. Buscas la sensación; tener esa seguridad; creer que has entrenado mucho, que has hecho mil veces ese gesto y que va a salir.
Después de hacer el bachillerato, te vienes a León. Te traen acá los estudios de veterinaria, en los que la Universidad de León es referente, ¿verdad?
Sobre todo por la carrera, sí, pero también por el CEARD. Tuve la gran suerte de que había aquí veterinaria, pero bueno, ya en cuarto de la ESO me habían ofrecido una beca para venir. El problema era el idioma; llevaba toda la vida estudiando en euskera, y prefería hacer el bachiller también en euskera, en casa.
Era muy cabezona, quieres hacerlo todo bien, y al tener los entrenamientos, siempre iba justa. Tenías que apretar más. Veías a tus amigos que estudiaban un poco y se iban a la calle y yo no podía, porque había estado entrenando.
Siempre tuviste claro que lo tuyo era la veterinaria, ¿verdad?
Sí: desde la ESO, cuando venían los orientadores y preguntaban «¿qué queréis estudiar?», y tal. Quería ser veterinaria desde pequeña y mi intención era ir a Zaragoza, que era lo más cerca de casa. O, si no, Barcelona, Madrid… León no estaba en mi mente, la verdad, pero tuve la gran suerte de que abrieran dos años antes este centro y de que hubiera aquí la carrera.
Este es mi undécimo año en León, aunque, en realidad, llevo viniendo trece años, porque, desde que yo iba a cuarto de la ESO, hacían concentraciones de un fin de semana al mes aquí. Un finde al mes, el viernes, mi madre me iba a buscar a la ikastola, me llevaba a la estación, cogía un tren y venía aquí. Entrenábamos viernes, sábado y domingo y vuelta a otra vez.
Llevas media vida aquí, vaya.
Sí, sí. Literal.
Y ¿qué tal? ¿Qué te parece León?
Una ciudad increíble. He tenido mucha suerte. Como te he dicho, soy de un pueblo muy pequeño, y en una ciudad muy, muy grande me hubiera agobiado seguro, con ese estrés, ese movimiento que hay en las ciudades grandes. León es una ciudad tranquila. Sus ciudadanos son paisanos de pueblo que viven en una ciudad y viven tranquilamente. Sí que hay mucho ambiente universitario, pero es un lugar muy cómodo para ir de un sitio a otro; estás en seguida donde quieras. Estoy muy a gusto.
¿Qué clase de veterinaria querrás ser? ¿Más bien de mascotas, más bien de animales del campo…?
Animales de campo. El mundo de los animales me lo han inculcado o enseñado mi abuelo, mi padre, el hermano de mi abuelo, toda esa parte de la familia en general. Antes de que naciésemos nosotros mi abuelo tuvo yeguas, y luego las quitó y trajo cabras. Yo, desde pequeña, me he criado con cabras todos los fines de semana.
Tengo dos hermanos, y los tres estábamos siempre deseando ir al pueblo para ir a ver las cabras, si ya habían nacido los cabritos, si tocaba ir al monte para darles el pan y tal… Luego, en casa también hemos tenido siempre perros y gatos. Así que el contacto con animales lo tengo desde pequeña. De hecho, yo qué sé, cuando eres muy, muy pequeño, te dan un poco de impresión, pero a mí me dicen que, desde pequeña, si hacía falta acercarme a una vaca, no había problema: me acercaba y la tocaba.
Aquí en León, ¿tienes perro, gato…?
Qué va, qué va. No es que no quiera, pero sé que no lo voy a poder atender como me gustaría. Al final, viajo mucho entre semana. No paro. Podría tener un gato, pero bueno, vivo en un piso de alquiler, y traer un gato que empiece a romper cosas y tal… Aparte, todos los animales que hemos tenido han vivido en libertad.
El perro, allí, está en casa, pero se pasa prácticamente todo el día corriendo suelto por el campo, y me da un poco de penita encerrarlo. Las amigas con las que he vivido aquí en los pisos, una de ellas tenía dos perros, pero eran ya perros de ciudad, criados en la ciudad. Yo querría tenerlos, porque hacen una compañía de la leche, pero no puedo.
¿Qué perro es, el que tienes allí en Navarra? ¿Cómo se llama?
Se llama Tuco. Le puso el nombre mi hermano. Nos gustan mucho las películas del Oeste, los western, y, de El bueno, el feo y el malo, el feo se llamaba Tuco. La raza es presa navarro, que no es una raza que tenga pedigrí; intentan que lo tenga, pero no lo tiene todavía. Es de la línea de los alanos: perros de trabajo, de cuidar vacas, de pastores.
¿En tu familia hay tradición deportiva?
Tradición deportiva como tal, no. Mis padres nunca hicieron un deporte así como de continuo. Mi padre había jugado al fútbol, mi madre había hecho algo de baloncesto, pero nunca fueron muy fanáticos de hacer deporte. Verlo, sí. A mi padre, sobre todo, le encantan todos los deportes, y en la tele en mi casa siempre se han visto deportes de todo tipo.
Mi hermano mayor, en cambio, empezó con el fútbol desde pequeño y estuvo muchos años jugando. También hizo pelota. Y al pequeño, como a mí, siempre le ha gustado hacer deporte. Como decía, siempre hemos sido niños muy enérgicos, y para mi madre, la única solución para no tenernos en casa metidos y revolucionados era esa. Además, viniendo de un pueblo, meternos entre semana en la ciudad era complicado.
En Bakaiku estábamos todo el día fuera de casa. De hecho, a videojuegos no hemos jugado apenas; y ver la tele como tal, estar ahí muchísimas horas viéndola, tampoco lo hemos hecho. Bakaiku era llegar, desayunar, comer o lo que sea, y a la calle. Llamabas a los amigos —no había WhatsApp— y… «a esta hora en la fuente del pueblo, tal».
Todo el mundo de los deportes tradicionales vascos, que tan importante es allí y tanto lo cuidáis, imagino que también lo habréis catado.
También lo he hecho, sí, sí. Los herri kirolak. Al final, en la ikastola, lo hacíamos todos los años, y es algo que tengo pendiente, que me gustaría hacer algún día. Ahora hay lo que se llama euskal pentatloia, que son pruebas de herri kirolak, pero conjuntas.
Es una competición en parejas o en grupo, y me gustaría probarlo. Haces levantamiento de piedra; las txingas, que es lo de andar cargando unos pesos; una carrera de sacos… Los aizcolaris, que es cortar madera… Esos deportes que he visto desde pequeña, a mí me gustaría probarlos.
Aquí en León, al principio te entrena Carlos Burón, y después, y hasta ahora, Manolo Martínez.
Exacto. La beca que me concedieron para venir aquí era con Carlos Burón. En aquel entonces, había un núcleo muy grande de lanzadores. Con los años, por varios motivos, me cambié con Manolo. Prácticamente he hecho la mitad de los años que llevo aquí con Carlos, y la otra mitad con Manolo.
Burón es un tipo peculiar, ¿verdad?
Sí, exacto… No había buen ambiente en el grupo. No es fácil llevar un grupo de tanto nivel. Éramos todos de mucho nivel, y había, no competitividad, pero como que te tienes que hacer tu sitio. Se crearon malos rollos. Estaba un poco desencantada, y surgió la oportunidad de entrenar con Manolo, pensando en mi bien, en que no estaba a gusto, en que no estaba disfrutando de esto, y en que son muchas horas. Tienes que buscar un poco tu bienestar. Fue lo que hice, y estoy contenta.
¿Qué fue lo mejor de Burón como entrenador?
Te diría que la disciplina. Me enseñó a ser muy disciplinada, a tener un orden, a concienciarme, a comprometerme con este deporte. Al principio, cuando eres pequeño, lo que te decía: lo haces por diversión. Pero obviamente, con los años y cuando vas teniendo ciertos resultados, te das cuenta de que la cosa va empezando a ser seria, de que es serio el asunto.
La disciplina, venir a entrenar a esta hora, hacer los ejercicios, acabarlos, el descanso, el comer, un poco lo que es la rutina o el día a día del deportista, la formación que Burón me dio, aunque lo pasara mal y fueran entrenamientos muy duros, fue necesario, y lo es ahora para que yo pueda tener estos resultados.
Siempre tiene que haber unos años en que te aprieten un poco las tuercas para que luego puedas aflojarlas y que ya salgan las cosas más automáticas. Hay un punto que tienes que forzar un poco, y esos años yo los viví con Carlos, y fueron exactamente así.
Y ¿qué es lo mejor de Manolo como entrenador?
Sobre todo, lo que puede transmitirte como atleta. Manolo es… fua, una pasada. Lo que hizo, muy pocos lo han hecho. Es un ejemplo a seguir totalmente.
Se suele decir que hay dos tipos de entrenador: el entrenador-profesor, que se ha formado mucho y lo sabe todo sobre el deporte en cuestión, pero no ha sido deportista, y el entrenador que lo ha sido y que quizás conozca menos la teoría, pero conoce la práctica, y sabe dar determinados consejos cruciales que no salen en los libros. ¿Es el caso con Manolo?
Eso es. Yo lo noto. Sí. Entrenando, tienes días buenos y días malos. A veces, además, es como que chocaran los pensamientos, porque sientes que tienes un día bueno, pero las cosas no te salen; o al revés: sientes que tienes un día muy malo, pero el entrenamiento te está saliendo bien. A veces cortocircuitas; cortocircuita tu cabeza diciendo: pero ¿cómo puede ser esto?
Y ahí es cuando entra Manolo y te dice: ¡pero si es lo más normal! El cuerpo necesita su tiempo, su adaptación, nuevos estímulos, son muchos factores: el día que hayas tenido, cómo te hayas levantado, cómo hayas dormido… Eso Manolo sabe transmitirlo muy bien, porque lo ha vivido. Yo le comento qué sensaciones he tenido en un lanzamiento y él sabe notarlas y ponerme como ejemplo: pues yo, cuando lanzaba, me funcionaba hacer esto, o hacer lo otro. Eso es lo que más admiro y lo que más aprecio de él.
Has disputado, como cualquier deportista de tu nivel, cientos de torneos en cientos de lugares. ¿Cuáles recuerdas con especial cariño?
Fua, muchísimos. Todos tenemos anécdotas; momentazos buenos y malos. Una competición o campeonato que tengo muy presente es el Campeonato de Europa sub-23. Fue mi mejor competición a nivel de todo. Llegué a la final. En la final iba quinta o sexta y en el último tiro me adelanté, y me puse cuarta. Esa marca fue récord de España, récord personal, fue todo. Además, también había muchos amigos en la grada. Fue muy bonito.
¿Dónde fue ese campeonato, y en qué año?
Bydgoszcz 2017 creo que era. Soy muy mala con las fechas. Hay gente que se las sabe todas; que lo recuerda todo. Yo como que no presto tanta atención. He estado en mil sitios. A nivel nacional, casi en todas las ciudades. Llega abril, mayo, y empiezas. Cuando te das cuenta, llega el verano y dices: «¡Madre mía, cuánto me he movido!».
Estás aquí en León, toca competir en Murcia y venga, autobús, doce, trece horas, llega allí, duerme un poco, compite y vuelve. Todo eso en un fin de semana. O Huelva, o Barcelona, Madrid, Valencia… Por Castilla y León también nos movemos mucho ahora en invierno, y vas a muchos sitios. En Europa también conozco muchos países: Italia, Francia, Alemania, Polonia, Estonia… Internacionales —quiero decir, fuera de Europa—, el único al que he ido ha sido el Campeonato de Oregón. Pero bueno, es una pasada. Los viajes que haces, conocer diferentes culturas o sitios, la verdad es que es especial.
Mucho turismo tampoco podrás hacer, ¿no?
Bueno, intentamos escaparnos aunque sea una tarde, una mañana, para ver algo de la ciudad, pero son cuatro, cinco horas. No tienes más, porque priorizas el descansar, el centrarte en la competición. Pero algo ves. Mira, este fin de semana empecé a competir; era en Santander. Y ya era como: ¡hay que poner el mood de competición!
Y el mood de competición también es tener la maleta en la cabeza: llevar toda la ropa, que no se te olviden las zapatillas, los discos, llevar chubasquero, paraguas, todo el kit. Si vas más lejos y a dormir, que si el pijama, que si cosas para el hotel… Y todos los años pasa que hasta que coges la marcha y ya lo haces automático, tardas un tiempo. La maleta me cuesta hacerla ahora media hora, y más tarde en diez minutos lo tengo: ta-ta-ta, ya está.
Decías antes que todos tenéis anécdotas. Cuéntanos alguna.
Je, je, je. Con las amigas del atletismo al final te retroalimentas: ¡con lo personajas que somos…! Hay muchas anécdotas buenas y de risa. Belén Toimil, una de mis mejores amigas del atletismo, siempre hemos ido a todas las competiciones juntas y tenemos muchas. Siempre cuento una; siempre lo recordamos. Fue en un Campeonato del Mundo en Barcelona en 2012. Yo era juvenil, pero el campeonato era junior.
Siempre hemos dormido juntas; siempre nos ponían juntas. De hecho, la primera competición a la que me convocaron de la federación fue en Alfaz del Pi, y me acuerdo de que cuando llegué a la habitación y era con Belén. Hemos estado juntas siempre. En ese campeonato, ella competía. A mí me faltaban dos días para competir. Y estábamos en la habitación preparando y, con los nervios y tal y no sé qué, ella se va, le digo que mucha suerte, coge el autobús que te llevaba del hotel a las pistas…
Y pasan quince minutos y me giro así y veo su camiseta, con el dorsal puesto, encima de una silla. ¡Era un campeonato del mundo! La llamo: «¡¡Belén, el dorsal!!». Recuerdo coger la camiseta y salir corriendo literalmente en pijama. Estábamos en un hotel en Barcelona que tenía ocho pisos o nueve. No llegaba el ascensor y eché a correr por las escaleras porque estaba a punto de salir el último autobús.
Cuando llegué estaba ya casi cerrado. «¡Tomad la camiseta con el dorsal de Belén!». Lo recordamos con mucha risa. Fue una situación en aquel momento tensa, pero ahora te ríes. «¡Cómo estaríamos de nerviosas que…!».
Belén entrena aquí también, ¿no?
Sí. Ella llegó un año antes que yo.
Y ¿cuál ha sido tu momento más bajo?
Tuvo mucho que ver con el tema de la carrera. Quieres ir al ritmo de tus compañeros de Universidad, pero no es posible. Hubo un año que llegué al límite. Recuerdo un Campeonato de España de invierno en Jaén que fue una de mis peores competiciones. El nivel de ansiedad ahí fue tal que ni siquiera recuerdo la competición; tengo muchas lagunas.
No quería estar allí. La estaba haciendo porque me metía mucha presión. Quieres hacerlo bien, quieres ir después a competiciones internacionales, para eso necesitas una marca, había estado lesionada, no salía de ese pozo, y fue un martirio ir. Normalmente, después de los campeonatos te quedas allí y se hace una fiestilla, una cena o tal. Pero había un compañero mío que volvía a Pamplona con su padre y dije: «Me vuelvo con vosotros. Me quiero ir de aquí. No quiero estar aquí». Fue una época dura, mala.
¿Has pensado alguna vez en dejar el deporte?
Sí, sí. En aquel momento lo pensé. Graves, graves, de pensar en dejar el deporte, he tenido dos momentos. Me superaba. Lo haces porque te gusta, pero tienes responsabilidades. Por un lado, te metes la presión de que, si no respondes, van a dejar de contar contigo.
Eso crea mucha presión. Y, por otro lado, al final, yo de lo que voy a vivir va a ser de la veterinaria; y ver que no avanzaba en la carrera… Me matriculaba de menos asignaturas, y aun así no llegaba a todo. Pierdes más tiempo en pensar que no llegas a todo que en hacerlo. Y en aquel momento, entre exámenes y demás, estaba supersaturada.
Te planteas si merece la pena seguir. Es que es mucho. Ves que tus amigos, la cuadrilla de toda la vida, o tus compañeros de Universidad, siguen el ciclo normal de estudiar bachiller, luego carrera, luego empiezas a trabajar… Y tú eres atleta y toda esa vida se va retrasando un poco. Ver que tú no estás haciendo una progresión socialmente vista como normal cuesta mucho.
La carrera la tienes que espaciar, claro. Coger un par de asignaturas al año y ya, ¿no?
Al principio, los dos o tres primeros años, quería hacerlo todo. Me metí en la cabeza que era posible estudiar la carrera con las asignaturas de ese año y entrenar cinco o seis horas.
Uf. Imposible.
Pero literal, ¿eh? Es que además, con Carlos, eran entrenamientos muy, muy largos. Sí que es verdad que hice muy buena base, y se la tengo que agradecer a Carlos. Él es quien me formó como atleta. Pero, al mismo tiempo, fue muy duro compaginar las dos cosas. Al tercer o cuarto año de carrera dije: mira, no puedo más. No me merece la pena.
Al final voy a explotar y no voy a hacer ni una cosa, ni la otra. Entonces, desaceleré un poco. Empecé a matricularme de la mitad de las asignaturas. Si en un año normal en la carrera de veterinaria tenemos ocho o nueve asignaturas, me matriculaba en cuatro o cinco como mucho, para tener en un semestre dos o tres y en el otro igual. Y mucho mejor.
Cuesta, eso. Buscar el equilibrio, saber cuántas horas tienes que estudiar para que sean efectivas, y a la vez entrenar y que rindas entrenando. Una vez lo conseguí, ya fue todo poco a poco para arriba. He tenido mucha ayuda de mi psicólogo, José Lombo. Gracias a él he podido seguir en este deporte.
¿Es el psicólogo del CEARD?
Sí. Él me ha dado herramientas para gestionarlo todo en general. Yo es que, además, soy de autoboicotearme. No me puedo descuidar. Tengo que relativizarlo todo y pensar que los resultados no son ya, sino que necesitas tiempo, y todo llega si eres constante y trabajas.
¿La carrera la has acabado ya?
El año pasado. Al final lo he conseguido. Ahora, echando la vista atrás, pienso: ¡madre mía! Vaya malos ratos tan innecesarios que eché.
¿Quiénes son tus referentes, deportivos y extradeportivos?
En este deporte, Sabi y Suli [Sabina Asenjo y Úrsula Ruiz], que fueron mis mentoras cuando llegué aquí con dieciocho años. Yo empecé tarde en el atletismo, con catorce años. La gente suele llevar desde los siete u ocho. A mí me llegó todo de sopetón. En tres años ya empecé a ir a concentraciones internacionales y tal.
Ellas me hicieron valorar y saber disfrutar de este deporte. Hice muchos entrenamientos con ellas; estuve con ellas todo el día; me enseñaron a hacer ejercicios; me apoyaron cuando tenía días malos; me hicieron ver que si sigues, sigues, te sale; que si confías, los resultados llegan.
¿Y los referentes extradeportivos?
Fuera del deporte, y siempre lo diré, mis hermanos son mis referentes, tanto el mayor como el pequeño. Son muy comprometidos. Al mismo tiempo, disfrutan de lo que hacen. Mi hermano mayor se ha sacado unas oposiciones de bombero. El tío se arriesgó, dejó el trabajo para estudiar, se propuso sacarlo y lo ha sacado. Muchos están muchos años con eso; mi hermano estuvo un año y medio preparándose y lo sacó. Esa perseverancia que tiene, no sé. Los aprecio muchísimo.
¿A qué se dedica tu otro hermano?
Hizo un grado superior y está de mantenimiento en la Mancomunidad del Valle. Él es muy alegre, le gusta mucho improvisar, hace muchos planes, está siempre p’aquí y p’allá. A los dos les encanta el deporte. Nos llevamos muy bien.
¿Cómo pasaste la pandemia; cómo te las arreglaste para no perder la forma?
Buah, el confinamiento fue de todo menos entrenar. Aunque fue muy duro para el mundo, yo lo recuerdo como algo muy bonito. Cuando ya dijeron que iban a cerrar fronteras y confinarnos, cogí las cosas aquí y me fui a Bakaiku. Pocas cosas, porque en teoría iban a ser un par de semanas, y me dije que con una maletilla con un par de mallas y un par de prendas de ropa de calle ya estaba. Luego fueron tres meses en los que tuve que tirar esa ropa. Pero fue bonito.
Nos juntamos otra vez los cinco de la familia. Mi hermano mayor, ahora se compró una casa y vive en ella con su novia, pero en aquel entonces todavía vivía con mis padres, y el pequeño también. Así que nos juntamos otra vez y fueron tres meses como de vuelta a la infancia: despertarnos, desayunar juntos… El mayor y mi padre seguían yendo a trabajar, pero los demás nos quedábamos en casa y era pues venga, hacer la comida, venga, hacer algo de deporte. Lo hacíamos con lo que podíamos.
Lanzar no pude. Las últimas semanas, que ya empezaron a dejar salir de casa, sí que estuve lanzando un par de semanas en un prado al lado de casa.
Sabina Asenjo me dice que una pregunta que se hace poco a los lanzadores, pero que os gusta, es hablar del modelo técnico; de cuáles son vuestros fuertes en la técnica.
Sí, la verdad. Cada uno tiene su gesto estrella o algo así. También tienes tus talones de Aquiles; cosas que, aunque insistas, insistas, no salen. Yo creo que lo que a mí mejor se me da en el lanzamiento es la continuidad que consigo. Un lanzamiento es como un baile. Tienes que ser muy continuo y progresivo. Empiezas a una velocidad, pero vas cogiendo más y más hasta soltar el disco. Ahí es cuando tienes que ser explosiva.
En general, todo es explosivo, pero ese final es un plus. Y yo creo que el gesto concreto que mejor se me da es la torsión. Una vez que haces la salida y avanzas, girando en círculo, en ese giro, las piernas tienen que ir anticipadas a los hombros, y creo que ese gesto como de bisagra se me da bien y que es lo que me hace generar la fuerza o la potencia para luego soltar el disco.
A medida que va pasando la temporada y vas afinando la técnica, sobre todo estos últimos años, incluso estoy siendo capaz de decir: «voy a intentar llevar el disco por este lado, o de esta forma, porque como viene el viento de tal forma, va a volar mejor». Eso te lo hace la experiencia. Cuando empezaba, para nada era consciente de eso; de poder hacerlo.
Y ¿cuál es tu talón de Aquiles?
Buah, pues que en el final, a veces se me olvida que el pie izquierdo tiene que agarrarse al suelo. Tengo la maldita manía de quitar el pie y, al final, lanzar en el aire. Y cuando estás saltando, ya no generas fuerza. Lo que genera fuerza es que los pies…
Toma de tierra.
Sí, la fuerza que te da el suelo; agarrarte a él. Eso me cuesta. A medida que va pasando la temporada, lo voy pillando y haciendo mejor. Pero es el gesto que más me cuesta, diría yo.
Me decía también Sabina que os gusta que se os pregunte qué sentís cuando lanzáis, y qué se siente cuando se hace un buen lanzamiento.
Es difícil de describir, la verdad… Lo primero que sientes es «qué fácil lo he hecho». Como que no has necesitado hacer mucho esfuerzo.
¿Una sensación como de ligereza?
Sí… Sensación de control, también; de tener bien el timing. Y lo que decía antes: a veces hay cosas que te chocan, que no les coges sentido. Pensar: con lo que me cuesta a veces, ¡fuf!, hacer este gesto o lo otro o tal, qué fácil me ha salido esta vez. En ese momento, el cuerpo está preparado. Estás en forma. Y lo tienes tan automatizado que no has tenido que pensar mucho. Yo, de verdad, de este deporte te diría que el setenta u ochenta por ciento es mental, es psicológico.
Pero mental de lo no-mental; del ser capaz de apagar la mente, no ponerla a funcionar.
Sí, ese juego de engañar a tu mente para que no piense. Tener confianza y decirte que ya lo has hecho mil veces, y que va a salir, que lo vas a hacer. Apagar esa parte del cerebro. Obviamente, lo físico importa. Tienes que dar el doscientos por cien en lo físico. Pero con los años he visto que lo que más hace es la cabeza, la parte psicológica, trabajar sobre todo eso. Físicamente te puedes poner muy fuerte, pero si no tienes la cabeza bien, si no tienes ese equilibrio, las cosas no salen.
En 2022 batiste en Los Corrales de Buelna un récord navarro de Rita Lora que llevaba 21 años sin romperse.
Eso es. Para mí fue como quitarme una barrera, un peso de encima. Llevaba cinco años sin mejorar marca; y cinco años dándolo todo, entrenando un montón de horas, sacrificando otras cosas, insistiendo, insistiendo, y no saliéndote, se hacen muy largos, son muy frustrantes. Ahí es donde digo que entra la parte mental, la paciencia que tienes que tener en este deporte.
Tu marca personal a día de hoy son los 58,08 conseguidos en julio del año pasado en un meeting en Barcelona.
Eso es.
¿Sobrepasarás los sesenta metros?
Es mi objetivo. No puedo asegurar al cien por cien que lo consiga, pero voy a por ello, y más este año, que es olímpico. Me encuentro cada vez mejor y creo que es posible. Por lo menos lo voy a intentar. Lo que ya me parece más difícil es el récord de España.
Los 61,89 de Sabina Asenjo.
Sabi dejó el listón muy alto. Casi sesenta y dos metros. Es mucho para mí. Serían cuatro metros, y son muchos metros, cuatro. Pero bueno, nunca se sabe. Los sesenta sí quiero pasarlos.
¿Sientes que esa imposibilidad de llegar adonde llegó Sabina no es una barrera física, algo que tu organismo simplemente no pueda hacer, sino algo derivado de la precariedad de este deporte, de no ser profesional, de tener que estar pensando en diecisiete cosas más?
En mi caso te diría que es eso, sí. Hay mucha precariedad. Es una cosa que me frustra mucho. Al final, ¿sabes?, está mal dicho, pero siempre decimos que este deporte es una droga. Aunque quieras dejarlo, siempre hay algo que te hace tirar, y sigues. Sigues por amor al atletismo, pero de esto no se vive. O eres muy, muy bueno o no vives.
Por ejemplo, [June empieza a susurrar], esta chica que está aquí, María Vicente, que es una que quedó campeona de Europa, una máquina, sí vive de ello. Pero claro: esta gente que llega a ese nivel tan alto de finalistas y medallistas mundiales, si no viven ellos de esto, ¿quién va a vivir? [June deja de susurrar]. Yo siempre lo digo: estoy un poco entre medias. Ni estoy al nivel nacional solo, ni he dado el paso ese que es ser internacional estable. Estamos ahí, pff, en un limbo. A día de hoy, mis padres me siguen ayudando. Se lo debo todo.
No hubiese seguido aquí si no estuviesen ellos apoyándome. El deporte es mucho gasto: viajes, material, suplementación, fisios, psicólogos… Yo tengo la suerte de entrenar aquí, que es un palacio. Para un atleta, esto es un palacio. Agradezco todos los días la oportunidad de entrenar aquí. Pero aun así, sumas muchas cosas: vivir fuera de casa, el alquiler, los viajes. Pero bueno, pues ya está. Aunque esporádicamente te vengan estos pensamientos, intento no tenerlos. Si no, te desmotivas, te desesperas.
¿Beca no tienes?
No. De la federación española no. Tengo una ayuda de alquiler y otra para comer de la federación. Voy a una residencia en la que nos dan comidas. Y el resto de lo que tengo, que es mi mayor fuente de ingresos, es que, al ser de Navarra, allí hay una fundación, la Fundación Miguel Indurain, que te da una beca si eres medallista nacional.
También tengo negociado con el club un fijo más incentivos, según los resultados que tenga en los campeonatos nacionales e internacionales. Pero aun sumando todo eso, no da. No da si quieres estar a cierto nivel. Si quieres simplemente competir, ir a las ligas, participar en controles que se hagan por ahí, llegar a un nacional y pelear medalla, bueno, pues sí. Entrenas dos horitas al día, cuatro o cinco días a la semana, y puedes hacerlo.
Pero si quieres llegar a un nivel internacional, tienes que estar al cien por cien en ello y eso supone mucho gasto; muchos factores imprevistos además: si te lesionas y tienes que hacerte una resonancia… Pero bueno, es así el atletismo. Es lo que hay. Otros deportes han hecho mejor negocio. Al final, los deportes siguen siendo negocios. A mí me tocó esto.
¿Conoces a Indurain en persona?
¡Sí! Sí, sí. A Miguel. Sí. ¡Es muy alto!
¿Es majete?
Sí, sí. La fundación antes era privada; ahora creo que es concertada, o medio pública. Muchos deportistas navarros estamos muy agradecidos de que haya esa fundación, porque, de verdad: si no, sería imposible.
Indurain está implicado en el día a día de la fundación, entiendo. No es simplemente poner las perras y el nombre y desentenderse.
Sí, sí. Somos muchísimos deportistas, pero están muy pendientes de ti. Cualquier cosa que necesites, están ahí, te ayudan. Es una gozada, una pasada. Yo le agradezco mucho. La pena que me da es que al final, al vivir aquí en León, hay muchas galas, muchos eventos, a los que no puedo ir; es un coste y un tiempo que no puedo perder.
El atletismo navarro está ahora en un muy buen momento, con deportistas destacados como Asier Martínez, Manu Quijera o tú misma.
Sí, la verdad. Para lo pequeña que es la comunidad, estamos a tope. Hay un montón de atletas dando un buen nivel: Iker Alfonso, Nerea [Bermejo], Sergio [Fernández]… No sé, ¡la casta navarra!
¿Hacéis piña, os lleváis bien?
Muy bien, muy bien. Casi todos somos del mismo club. Y aunque no lo seamos, sabemos que, si no nos apoyamos entre nosotros, no nos va a apoyar nadie.
Vuestros resultados en el Campeonato de España de 2022, celebrado en Nerja, fueron asombrosos.
Sí, es verdad que tuvimos muchas medallas. No me acuerdo de cuántas, pero muchas. Oros, platas, bronces. Un campeonato muy bueno, sí. Al club le hemos ido dando poco a poco un nivel muy alto. Estamos todos los años en división de honor, intentando entrar entre los tres primeros, de conseguir podios. Para un club navarro, eso es una pasada, tiene un meritazo.
¿Qué se hace bien en Navarra que merezca la pena copiar en el resto de España?
Pues… Yo creo que, sobre todo, movernos mucho, visualizarnos mucho. Los periódicos allí están supercomprometidos. Cada vez que hacemos algo nos hacen entrevistas, nos sacan incluso en portada. Los medios de comunicación hacen mucho, y hoy en día, con las redes sociales, también estamos intentando impulsar y mover mucho el atletismo. Sobre todo es eso: visualizarnos; que la gente nos conozca; que le sonemos de algo.
Es que además, está comprobado: conoces a una persona que no sabe nada de atletismo y, a nada que le digas cuatro cosas y le animas a que vea un poco, que vaya a una competición una vez, que lo conozca, ya se queda. Le gusta. El atletismo es un deporte tan multidisciplinar que nunca te aburres. Estás viendo una carrera y te giras y ves un lanzamiento, y luego vuelves a fijarte en que están pasando los de marcha, y luego que si el otro saltando. Es un deporte que cuando lo ves, no te aburres.
El año pasado sumaste tu cuarto título de campeona de España de lanzamiento de disco, con 53,88. En Pamplona, lo que imagino que es especialmente emocionante para ti.
¡No, el Campeonato de España fue en Valencia, en Torrent! Pamplona fue el de Federaciones, que vas con tu comunidad. ¡Se hacen tantas competiciones en tantos sitios…! Y bueno, sí, especial, porque va la cuadrilla, la familia… Eso te da fuerzas; es como, bah, un plus. Lo de Torrent fue un campeonato… meh. No salí contenta. Vale, el objetivo era ganar, y en ese sentido sí, pero, después de todo el año que hice, de todas las marcas buenas, ¡ostras!, no me encontraba. Hubo dos factores que nos afectaron mucho a todos.
Por un lado, el clima. Hacía un calor horrible, con esa humedad del Mediterráneo, pegajoso… Recuerdo que ese día me cambié como tres veces de camiseta y me duché dos. Todo el rato sudando. Veías a la gente chorreando, tanto en la pista, compitiendo, como en las gradas. Era para estar en bikini. Horrible. Además, nos pusieron al mediodía. Fue a la una del mediodía, con toda la solana. No había mucha sombra. Y, por otro lado, no me sentí nada a gusto con el círculo. Resbalaba, me daba inseguridad.
El círculo es de cemento, y en esos sitios, entre la humedad y el sol, se desgasta muchísimo; queda muy, muy pulido. Nosotros tenemos unas zapatillas especiales que son como lisitas, para poder girar más fácil, pero también tienen algo de rugosidad, para que no sea como estar en una pista de patinaje. Y aquello era como estar en una pista de patinaje.
Fueron muchas cosas que al final te hacen estar tensa; y en un lanzamiento, y sobre todo de disco, lo peor que puedes hacer es estar tensa. Te necesitas elástica, tranquila, amplia, fluida. Los lanzadores siempre tenemos ese pequeño conflicto con el tema de los círculos. Al final, sentirte cómoda es un factor muy importante a la hora de lanzar, y nos pasa mucho que los círculos no hayan tenido un buen mantenimiento y sean intratables.
Da rabia que, sabiendo que se pueden mantener bien, pasen del tema. Hay factores que no puedes controlar, como el clima: que llueva, que haga viento, que haga bueno, que haga malo, que haga calor. Pero las condiciones del círculo sí puedes controlarlas. Pero bueno, hay que adaptarse a lo que hay.
Hay deportistas que vienen pisando fuerte. Nijmi Tankeu acaba de batir tu récord de España sub-18.
Sí, exacto. Me gustó. Ves que hay generaciones detrás que pueden seguir manteniendo el nivel del lanzamiento de disco femenino. Hay futuro, y me hizo ilusión. Ni me acordaba de que tenía yo el récord. Es juvenil; han pasado muchos años de eso.
Me parece que no os da rabia que os batan los récords; que tenéis una preocupación mayor por la pervivencia de un deporte con altibajos, y cuando veis que llega gente detrás cuya calidad significa esa pervivencia, respiráis aliviados.
Sí, sí. Hombre, si bates un récord y a las dos semanas te lo quitan, a lo mejor te da más rabia: «¡cagüen…!». Pero bueno, igualmente te hace ilusión, porque ves que hay futuro. Este es un deporte que, o empezamos ya a mantenerlo y a cuidarlo más, o…
¿En qué otras lanzadoras jóvenes debemos fijarnos; quiénes son las June Kintana del futuro?
Hay una chica catalana muy joven que tiene cualidades: Daniela Fernández de Haro. Y luego están Naomey Ezenwa, una chica de Nerja que entrena en Castellón; Natalia Sainz; Inés Tellene, que es una chica que está estudiando en Estados Unidos…
Vienen pegando fuerte, y si les das un empujón, quizá sigan entrenando y apostando por esto y lleguen a un nivel alto, pero es que es mucho sacrificio, sobre todo a esas edades. Con los años te das cuenta de que el deporte supone muchas cosas, muchísimas: quitarte de salir de tus amigos, de hacer planes, decir «no, yo me quedo en casa», seguir estudiando…
Siempre lo digo: tienes que tener tu formación académica aparte del deporte, porque el deporte tiene fecha de caducidad. Y hacer todo eso es muy duro.
¿Cómo son tus rutinas de entrenamiento, de alimentación…? ¿Cómo se entrenan esa velocidad tremenda y ese sopapo?
Ja, ja, ja. Pues… Yo soy muy perfeccionista; estoy todo el rato queriendo controlar todo lo que esté relacionado con mi rendimiento: la nutrición, mis sesiones con el psicólogo… Es muy importante tener herramientas para gestionar cualquier preocupación, aunque sean chorradas.
Ir al psicólogo, no solo cuando estés muy mal, sino como una rutina; ir estés mejor o peor.
Exacto, sí, sí. Yo, aunque me encuentre bien, prefiero seguir con las sesiones. Puede que pienses que estás bien, pero que en realidad haya por debajo cosas que te puedan estar afectando. Luego está el tema de los fisios. Yo voy más al osteópata, porque tengo varias cosas, sobre todo en la espalda, hernias discales y tal, que me dan problemas.
He encontrado un osteópata que la verdad es que es mano de santo. Y luego ya, los entrenamientos, pues hacerlos a conciencia. Antes, cuando entrenaba con Carlos [Burón], al ser más pequeña y no tener yo experiencia, buscaba más la cantidad: entrenar más horas, hacer más pesas, meter más peso, más series, más tal.
Ahora busco más la calidad, y aquí entra mucho un sitio al que voy, que se llama QTS y que es una clínica que se dedica a realizar ejercicios de readaptación y prevención de lesiones.
Llegué allí por una lesión de hombro que tenía; una lesión muy grave. Querían operarme, pero tuve la suerte de conocer a una chica, una lanzadora de jabalina catalana que ya no lanza, que tenía esa misma lesión y me dijo: «Mira, a mí me dijeron de operar, pero me encontré de casualidad con un rehabilitador. Con esto, como te metas en quirófano y al final te abran, porque te abren, aquello ya no queda igual. Prueba antes con un rehabilitador».
Probé y me sirvió muchísimo. Empecé a ir y lo que he aprendido allí desde entonces me ha servido muchísimo a la hora de buscar esa calidad; de ser consciente de todos los ejercicios, de lo que supone todo, de los grupos musculares, de lo que estás trabajando, de…
El alto rendimiento es muy difícil que sea compatible con la salud, desgraciadamente el alto rendimiento no es salud: al final estás forzando de más el cuerpo. Pero, dentro de eso, puedes buscar algo intermedio; por lo menos evitar las peores lesiones. Mi objetivo en los últimos años, desde que empecé con ellos, ha sido evitar lesionarme y, eso: buscar esa calidad en los entrenamientos.
Manolo Martínez nunca se lesionó: trabajaba el tema tan bien que no se lesionaba.
Bueno, pero Manolo es una excepción. En el aspecto de lesiones, es inmortal. Yo le digo a él que es inmortal. Es como si hubiera nacido para lanzar. Levantó un montón de kilos, pero su cuerpo aguantaba. No todos somos Manolo, ni tenemos esa genética. Desgraciadamente, unos flaqueamos en unas cosas y otros en otras, y en mi caso, yo soy muy propensa a tener lesiones, sobre todo articulares. Tengo el hombro fastidiado.
La lesión sigue. Pero, gracias a hacer ejercicios y a, digamos, fortalecer la zona, la espalda no me ha dado ningún problema más. Pero me he roto los tobillos, con las muñecas tengo que tener mucho cuidado… Tengo que cuidarme mucho, en general. Pero si cambias de concepto y vas conociendo más tu cuerpo, vas viendo que un día que vengas muy cansada, no pasa nada por, obviamente, no quedarte en tu casa, pero no darlo todo, ni subir kilos.
¿Cuántos kilos levantas en arrancada?
Pues no muchos. No soy de levantar muchos kilos. Hice en su día el burro y levantaba mucho peso, pero la consecuencia fue que me lesioné. Ahora busco, como te decía, hacer bien la técnica, más que subir kilos. En arrancada, por ejemplo, lo hago desde cajones, por la espalda y por los tobillos, que como me los rompí ya no tengo movilidad.
Hacer una arrancada bien desde el suelo es muy difícil. Tienes que tener muy buena movilidad. Y para evitar lesiones, lo hago desde cajones. Mi marca personal creo que son setenta y dos kilos, que no es mucho, pero al final es cómo lo subes. No somos halterófilos. Ojalá levantar como ellos, pero, al final, lo que nos interesa es conseguir esa fuerza para luego aplicarla en el lanzamiento. El objetivo es lanzar, no hacer pesas.
¿Cómo trabajas la alimentación?
Llevo cinco años con la nutricionista que me puso más en serio. Cuando vine aquí, Suli y Sabi me dieron unos tips para saber llevar un poco las comidas y la suplementación, pero cuando más he aprendido ha sido cuando empecé con una profesional de la nutrición. Estoy muy contenta. Aprendes a comer, y no solo en cuanto a cantidad, sino en cuanto a qué comidas y en qué momentos. Y luego ya, la suplementación, que varía mucho según en qué momento estés de entrenamiento, de estrés… A mí siempre me ha gustado cuidarme y aprender a hacerlo.
¿Es verdad que los lanzadores de disco entrenáis tanta potencia de piernas que hacéis piques de sprints cortos con los velocistas?
¡Sí! Ahora menos; la verdad es que hace mucho que no lo hacemos. Pero alguna vez que coincide que estamos con los velocistas lo hacemos. Siempre decimos que, a partir de los veinte o treinta metros, ya nos pasan de refilón tranquilamente, pero que en los diez o quince primeros, nosotros somos muy explosivos. Y ha habido varias carreras en las que, en los primeros diez o veinte metros, pasan los lanzadores. Habrá que hacer relevos de veinte en veinte (risas).
En su momento decías que, cuando terminaras tus estudios, volverías a Pamplona, a entrenar con Idioia Mariezkurrena. ¿Sigues con ello en la cabeza?
Este año me he quedado aquí, aunque ya haya acabado la carrera, pero sí que me gustaría volver a casa. Tengo ganas. Llevo muchos años aquí en León y he vivido muy bien, pero siempre he sido muy de casa; muy de estar cerca de la familia. Siento esa necesidad.
En cuanto al trabajo, ¿cuál es tu idea? ¿Montar una clínica veterinaria?
No; a mí me gustan más los animales de granja, como te decía. Me gustaría trabajar con vacas, ovejas, cerdos, pollos… El mundo de la producción.
Y eso, ¿cómo va? ¿No tienes que montar un mínimo despacho, aunque luego itineres de granja en granja?
Bueno, no tienes por qué. Normalmente, entras en integradoras o te contratan; te haces autónoma y te contrata una empresa, y trabajas para ellos. El montarte las clínicas es más con animales pequeños o caballos. Mi animal favorito es el caballo, y me encantaría trabajar en una clínica con caballos, pero es un mundo en el que tienes que tener contactos para entrar a trabajar.
¿Un mundo elitista?
Sí, también. Yo creo que me voy a sentir más a gusto, eso, con animales de granja; moviéndome de granja en granja, de explotación en explotación.
¿Estás a tiempo de ir a París 2024?
A tiempo sí, pero tengo que hacer muy buena temporada este año. Me encantaría. Tengo muy pocas posibilidades, pero me encantaría, claro. El objetivo realista es ir al Campeonato de Europa, que es en Roma. Si consigo lanzar sesenta metros, es más posible el tema de los Juegos, que al final es para lo que entrenamos todos los deportistas de alto nivel, de alta intensidad. Nuestros entrenamientos están programados en ciclos olímpicos.
El pico de forma, ¿a qué edad os llega?
¿En los lanzamientos? Varía mucho dependiendo de la modalidad, pero se supone que entre los veintisiete —yo tengo veintiocho— y los treinta y uno es cuando estás en tu plenitud como deportista, en tu madurez como lanzador; que es ahora cuando empiezan a salir las marcas interesantes. ¡Hay que confiar!
Pues mucha suerte, June.
¡Gracias!
Eutsi gogor, June!