«Nene, calentá»”. El 5 de febrero de 1984 Emilio Butragueño debutaba con el Real Madrid en su visita al Ramón de Carranza para enfrentarse al Cádiz. Tenía veinte años y no aparentaba más de dieciséis. El por aquel entonces técnico merengue, Alfredo Di Stéfano, dio su primera oportunidad al delantero que entró en el terreno de juego ocupando el hueco de Carlos Santillana tras el descanso. La irrupción del Buitre fue el comienzo de un fenómeno social que trascendió el mundo del fútbol. Cabeza visible de un grupo de jóvenes talentos que irrumpieron en la primera plantilla, el surgimiento de la Quinta es un fenómeno que ahora se antoja impensable. «Para que eso pasara, coincidieron muchos factores. Éramos jugadores complementarios que surgimos prácticamente al mismo tiempo. Y también hubo alguien como Alfredo Di Stéfano, que tuvo el coraje de darnos la oportunidad de jugar en el primer equipo, algo muy poco habitual en la época. Pero luego, todos estuvimos al máximo nivel durante diez años y fuimos internacionales. Yo creo que cuando pasa algo así, el madridismo puede sentirse muy orgulloso» señalaba el propio protagonista años después y ya retirado.
Aquel liviano chaval rubio que dio sus primeros pasos en el colegio San Antón, cambió el baloncesto por el fútbol, y protagonizó una carrera meteórica desde su llegada al Real Madrid con 18 años, terminó convirtiéndose en un auténtico icono pop. Estábamos en los 80. Los jugadores habían dejado de ser futbolistas para convertirse en miembros de la socialité de la época. Michel reconocía en una entrevista en el diario El Mundo en mayo de 2018 que «Fuimos parte de una revolución social que se dio en España. Éramos unos tíos normales que nos vimos en medio de un cambio estructural en el fútbol y en el país, unos años de cambios radicales y bien llevados. Fuimos parte de la Movida madrileña. Había una efervescencia general en todos los ámbitos y nosotros lo representamos en el fútbol. El problema con nosotros fue que se vendía que éramos algo menos popular, más de élites».
Protagonistas en las revistas del corazón, presentes en las carpetas de las jóvenes colegialas junto a David Summers e imagen de videojuegos y casas de apuestas, esos chavales criados en la cantera del Real Madrid cambiaron la concepción del fútbol que se tenía en nuestro país. Y Emilio Butragueño era el referente. Como dicen los cursis, el yerno que toda suegra quiere tener.
Hablar de Emilio Butragueño provoca la aparición en el imaginario popular de varias acciones que protagonizó. ¿Quién no recuerda aquel truco de magia ante el Cádiz con el balón cosido al pie, deshaciéndose de jugadores rivales por huecos milimétricos hasta llegar a la línea de fondo y driblar al guardameta Jaro con un truco de prestidigitador para acompañar la bola hasta más allá de la raya de gol? Era febrero de 1987 y el estadio le despidió con gritos de «torero, torero».
Fue apenas unos meses antes cuando el delantero epató al mundo con una actuación majestuosa. Y en el mejor escenario posible: un Mundial. España había alcanzado los octavos de final del campeonato disputado en México como segundo de grupo después del famoso gol no concedido a Míchel frente a Brasil. Enfrente estaba Dinamarca, que había mostrado un brillante nivel en una primera fase en la que además de derrotar a Escocia (1-0), había goleado a Uruguay (6-1) y dado buena cuenta de Alemania (2-0). Los daneses se pusieron por delante después de algo más de media hora de choque. Sin embargo, aquella noche del 18 de junio de 1986 estaba destinada para Emilio Butragueño. Fue él el que se encargó de llevar a España a los cuartos de final con una actuación primorosa ante un combinado en el que destacaban Elkjaer y Laudrup. Autor de cuatro goles, el madrileño se convirtió en una auténtica pesadilla para Lars Hogh, guardameta que defendía la portería danesa y por aquel entonces contaba con 27 años.
Este hito provocó que la fuente de Cibeles se llenara por primera vez en la historia de aficionados para celebrar una victoria futbolística y bañar su alegría. Faltaban apenas cuatro días para las elecciones en nuestro país y el nombre de Emilio Butragueño estaba en boca de todos. «¡Oa, oa, oa, el Buitre a La Moncloa», «¡Se siente, se siente, el Buitre presidente!», se escuchaba entre los presentes.
Convertida en sorprendente favorita tras la goleada, dos días después España quedaría apeada del Mundial tras caer ante Bélgica por penaltis. Los de Miguel Muñoz volvían a casa mientras la figura de Butragueño quedaba en la memoria de un campeonato que Argentina se acabó llevando a lomos de Diego Armando Maradona y en cuya final ante Alemania marcó Jorge Valdano. Fue precisamente su excompañero en el Santiago Bernabéu el encargado de llevar al Buitre a la puerta de salida del Real Madrid. Y uno de los grandes actores secundarios de ese final fue el propio Lars Hogh, portero danés al que el delantero marcó cuatro goles en 1986 y apareció ocho años más tarde –y con 35 a sus espaldas- para ser clave en su último partido en Europa.
«Espero devolver algún día todo lo que he quitado al Real Madrid». Era el 1 de febrero de 1994 y Jorge Valdano comparecía serio en la sala de prensa del Santiago Bernabéu. El Tenerife acababa de descabalgar al Real Madrid de la carrera por la Copa del Rey después de una sonora bofetada en la cara en forma de 0-3. En la ida los tinerfeños ya se habían impuesto 2-1.
En algo más de dos temporadas como responsable de la escuadra insular, el argentino había cambiado el destino de dos Ligas que parecían destinadas a lucir en la sala de trofeos merengue pero finalmente terminaron haciendo el puente aéreo con destino a Barcelona. Lo que acababa de suceder en el torneo copero no hacía más que cargar la mochila de argumentos a los que apostaban por su llegada a la casa blanca para hacerse cargo del banquillo de una entidad que vivía en una profunda crisis deportiva e institucional.
La llegada de Valdano al banquillo del Santiago Bernabéu podría haber sido mucho antes. La primera, a finales de los ochenta, cuando era responsable del Juvenil B y consultado por Ramón Mendoza por la mejor opción para el primer equipo no dudó en ofrecerse: «Indiscutiblemente yo». «Pues vete, consigue experiencia y si me la demuestras, esta casa te estará abierta. No me pidas que me arriesgue a contratar a un entrenador novato, porque si fracasas, la responsabilidad no sería tuya, sino mía» le respondió el por aquel entonces máximo mandatario merengue según recordaba Carmelo Martín en Sueños de fútbol. La segunda ocasión fue en 1992, después de arrebatar la primera Liga a los blancos. Ocho partidos en la elite eran suficiente aval para un Ramón Mendoza que no logró convencer al técnico. El argentino no quiso romper el vínculo que le unía al Tenerife. «No forcé en absoluto la situación y le comuniqué a Mendoza que había una imposibilidad desde el origen, porque yo tenía un compromiso y estaba moralmente obligado a cumplirlo. Poco después, al término del campeonato, me fui a pasar unos días a mi casa de Madrid y aproveché para saludar a Mendoza en su domicilio, con el fin de agradecerle personalmente el honor de haber sido llamado para entrenar a una de las instituciones más importantes del mundo. Aquello no me produjo una decepción particular», reconoció. Hubo que esperar, por tanto, hasta el verano de 1994 para que Jorge Valdano y Real Madrid volvieran a unir sus destinos.
Llegó el técnico argentino junto a un buen número de futbolistas con los que llevar a cabo una revolución en la plantilla y disparar la ilusión de los aficionados. Buena muestra fueron los 55.000 espectadores que acudieron a la presentación oficial del equipo, cifra nada habitual en aquella época y que supuso un auténtico récord. Todos los focos los acaparaba Michael Laudrup, otrora estrella del FC Barcelona que arribaba después de rechazar una oferta de renovación con los culés debido a su mala relación con Johan Cruyff. Con la carta de libertad aterrizaba también Quique Flores, lateral diestro del Valencia. Para ese verano se apostó además por las incorporaciones de un Fernando Redondo, petición expresa del propio Valdano tras tenerle a sus órdenes en Tenerife, Santiago Cañizares –que se había formado en el Castilla y volvía desde el Celta de Vigo convertido en internacional- y José Emilio Amavisca. Este último venía tras brillar en las filas del Real Valladolid y parecía llamado a formar parte de alguna operación que acabara con él fuera del club. El destino fue completamente opuesto.
No se pudieron, sin embargo, concretar otras de las peticiones del técnico recién llegado en forma de fichajes. La gran prioridad era el controvertido francés del Manchester United Eric Cantona, tan bueno como proclive al cruce de cables. La alternativa, el uruguayo Rubén Sosa, al que se llegó a ver posando con la elástica del Real Madrid. Ambas posibilidades quedaron en maletas de un viaje a ninguna parte debido a la negativa de Iván Zamorano con vistas a cambiar de aires. Puso todo de su parte el técnico para el adiós del chileno, llegando incluso a decir que «Si tengo cinco extranjeros Zamorano será el quinto en jugar». Sin embargo, el de Maipú se mostró firme en sus convicciones, acabó ganándose el puesto y cerró el curso con treinta y un goles. «Yo estaba empeñado en traer a Cantona, lo que me dejaba fuera a Zamorano, que no quiso irse. Dijo que se iba a quedar a ganarse el puesto. Y lo hizo de cara, de buenas maneras», reconoció tiempo después el acompañante de Jorge Valdano, Ángel Cappa a este mismo medio.
Lo cierto es que la gestión del ataque en aquella 1994-95 fue, cuanto menos, curiosa. La apuesta de Jorge Valdano por Peter Dubovsky acabó marchitándose dada la falta de implicación mostrada por el futbolista eslovaco. Los problemas físicos lastraron a Alfonso y terminó por convertirse en indispensable un por aquel entonces barbilampiño canterano de 17 años llamado Raúl González, cuya primera experiencia en el primer equipo fue fallando tres claras ocasiones ante el Real Zaragoza y acabó superando a Di Stéfano como máximo goleador de la historia del club hasta la llegada de Cristiano Ronaldo.
La irrupción del Ferrari –como le llamaría Fernando Hierro años después- tuvo como testigo de excepción a un Emilio Butragueño que vio la práctica totalidad de choques de la temporada entre el banquillo y la grada. «Un jugador puede tener un lugar en la historia y no en la alineación titular» llegó a señalar Valdano. Así, mientras Míchel se perdía gran parte de la que sería su penúltima temporada debido a su primera lesión grave después de diez años como profesional (rotura de ligamentos cruzados en su rodilla izquierda ante la Real Sociedad) y la figura de Martín Vázquez languidecía a la sombra de Michael Laudrup e incluso Amavisca, Emilio Butragueño apenas disfrutaba sobre el verde. Quedaba, por tanto únicamente Manolo Sanchís como pieza visible de una Quinta que tuvo en el zaguero al solitario vencedor de una Copa de Europa (1998 y 2000) si dejamos a un lado la participación tangencial del citado Martín Vázquez en el título del Olympique de Marsella en 1993.
El equipo volaba en una competición de Liga que recuperaba cuatro años después con una apuesta valiente, ofensiva y vistosa. Sin embargo, el desempeño en las competiciones del ko fue muy distinto y el Valencia se encargó de despedir a los blancos en los octavos de final de la Copa del Rey. Pero si hubo una eliminación dolorosa y sorprendente, esa fue la de la UEFA. Después de dar buena cuenta tanto de Sporting de Portugal como de Dinamo de Moscú, la suerte parecía sonreír al Real Madrid con vistas a afrontar los octavos de final. ¿El rival? Un conjunto sin pedigrí como el Odense, escuadra danesa con el que existía un antecedente en los dieciseisavos de final de la Copa de Europa de la temporada 1990-91 y acabó con un global de 10-1 para el equipo de Chamartín.
Con la clara intención de no dar ninguna opción para la sorpresa, el técnico argentino decidió apostar por la presencia de varios de los titulares habituales para formar el once de la ida. Entre éstos se encontraba un Emilio Butragueño cuya aportación se limitaba a un gol en los cinco partidos que había disputado hasta la fecha. No hizo falta que el delantero marcara para que los blancos se impusieran por 2-3 en Dinamarca y metieran la eliminatoria en el bolsillo. Nadie pensaba en la eliminación. Y no se afanaban por ocultarlo. El diario Marca del día siguiente titulaba con un explícito «Michael Laudrup deja fuera de Europa a sus paisanos» antes de añadir que «El Real Madrid alcanzó anoche una victoria que le coloca prácticamente en los cuartos de final de la Copa de la UEFA. El Odense mostró su resistencia en todo momento, pero no pudo con el gol de Laudrup en el último momento. El danés fue ayer profeta en su tierra».
Confiado también se mostraba el presidente Ramón Mendoza, que no dudó en dar por segura la clasificación para cuartos espetando que «Por fin nos hemos quitado de encima la fatídica tercera ronda. Yo creo que el equipo puede considerarse ya en cuartos de final porque es muy difícil que los daneses den la vuelta a la eliminatoria en el Santiago Bernabéu (…) Lo bueno es que el equipo ha sabido controlar el partido y el gol de Laudrup nos ha dado la tranquilidad necesaria para afrontar la vuelta con garantías». Pese a que fue más comedido, el propio Jorge Valdano también reconocía: «Nos llevamos un resultado levemente ventajoso que nos permite sentirnos cómodos».
Parecía que únicamente restaba que el Santiago Bernabéu fuera testigo de un trámite que condujera al Real Madrid a los cuartos de final en los que se vería las caras con el Parma. Sin embargo, algo ocurrió aquella noche del 6 de diciembre de 1994 sobre el césped del estadio de la Avenida de Concha Espina. Con un once en el que coincidían titulares con suplentes, la alineación del Real Madrid fue la formada por Santi Cañizares en portería, Quique Flores, Alkorta, Nando y Luis Enrique en defensa, Fernando Redondo, Laudrup, Martín Vázquez y Amavisca en la medular y Alfonso junto a Emilio Butragueño en ataque.
El equipo blanco saltó al césped dominando y haciéndose dueño con el balón. La diferencia de calidad entre ambas escuadras era evidente y la victoria local parecía cuestión de tiempo. A los cinco minutos Michael Laudrup ya tuvo una notable oportunidad para abrir el marcador. Poco después era Quique Flores el que incorporándose al ataque desde el lateral lanzaba un latigazo que repelía Hogh. Los visitantes se resistían a convertirse en comparsas y ya en la primera mitad estrellaron un disparo al larguero. Sin embargo, era el Real Madrid el que controlaba el juego y seguía acumulando oportunidades como las de Emilio Butragueño y Martín Vázquez que volvía a salvar el arquero visitante. Nada más comenzar la segunda parte, Luis Enrique enmendaba un error de Cañizares que se traducía en la segunda oportunidad visitante. Laudrup estaba inspirado y conducía un ataque mientras se seguían acumulando oportunidades. Sin embargo, el gol no llegaba.
En el 71 comenzó la película de terror. Ulrik Pedersen se quedaba solo ante Cañizares y picaba la pelota lo suficiente para superarle y que ésta se introdujera mansamente en la portería. Pese a perder el primer comodín, los blancos seguían clasificándose con este marcador y se lanzaban para evitar cualquier duda. Sandro, que había saltado al terreno de juego en el 60 por Butragueño, Amavisca y Dubovsky estuvieron cerca de empatar, pero Hogh seguía inconmensurable. Ya en el descuento Quique Flores enviaba a las manos del portero la última oportunidad local. Y justo en la continuación de esta jugada, la puñalada. Morten Bisgaard aprovechaba un pase cruzado para enmudecer el Santiago Bernabéu con el 0-2. Nada más sacar del centro del campo los jugadores del Real Madrid escuchaban el pitido final que les dejaba fuera de Europa.
«El Madrid tocaba el cielo con la mano y ahora lamentamos una triste eliminatoria” comenzó apuntando el técnico en la rueda de prensa posterior antes de añadir: “Nos costó circular la pelota. Siempre había una pierna, un cuerpo, una interrupción que hacía difícil la clarificación de ideas. Y cuando nos encontramos con el portero de frente no hubo la puntería de otras tardes. Es la primera vez que no marcamos en el Bernabéu y que no ganamos. El último gol llega en el último instante, cuando no nos da tiempo ni a la reacción heroica. Y sin merecerlo».
Por primera vez en su historia el equipo blanco veía como le remontaban en casa una eliminatoria europea después de ganar en la ida. Hubo que esperar otros 25 años para que volviera a suceder. En esta ocasión fue el Ajax el que remontó el 1-2 de la ida en Ámsterdam para imponerse por 1-4 en Madrid y poner a los De Jong, De Ligt, Van de Beek, Neres y compañía en el centro de las miradas.
Con la perspectiva que da el tiempo Ángel Cappa reconocía que «Tengo el partido grabado y lo veo de vez en cuando. Allí fue facilísimo y en Madrid tuvimos, sin exagerar, quince ocasiones de gol. Ellos en un contragolpe hicieron uno. A pesar de perder, estábamos clasificados. Hubo un córner. Valdano y yo nos desesperamos gritando que no subieran a rematar. Pero con ese espíritu de querer ganarlo todo, subieron y en el rebote nos hicieron el segundo. Después, en el vestuario le dije a Valdano que íbamos a salir campeones. No por subir la moral, sino porque solo nos quedaba la Liga».
Y así fue. Al contrario de lo que sucedió un cuarto de siglo más tarde, el Real Madrid logró llevarse la Liga con solvencia y goleó al FC Barcelona por 5-0 un mes después de la eliminación. Sin embargo, la mácula provocada por los daneses permanecerá tanto en la historia merengue como en la de un Emilio Butragueño que acababa de disputar su último partido internacional precisamente ante el portero contra el que tuvo su actuación más rutilante casi dos décadas antes.
«No más preguntas. El caso Butragueño vive con sobreentendidos. Es cierto que no entra en los planes de Jorge Valdano para la temporada que viene, pero nadie lo dice. Se da por sabido. Es cierto que el club mantiene una negociación que es pura ficción, pero nadie cuenta los detalles: Butragueño dirá lo que tenga que decir cuando lo considere oportuno. Y punto. Aquel que prestó su apellido a una década del fútbol español, el futbolista nacional más conocido internacionalmente en el último cuarto de siglo, es ahora un hombre confuso, un mito ausente que presencia los partidos desde la grada. Nadie le ha dicho nada, los implicados guardan silencio, pero el entorno se mueve sobre el supuesto de que no está en condiciones para seguir jugando en el Madrid» publicaba El País el 1 de mayo de 1985. Con apenas 31 años y protagonista de un evidente declive, Emilio Butragueño acabó la temporada 1994-95 con 402 minutos sobre el césped distribuidos en 12 choques en los que únicamente sumó un tanto. Su nueva etapa casualidades del destino, estuvo en México, donde jugó tres temporadas con la elástica del Atlético Celaya y acabó reencontrándose con Míchel y Hugo Sánchez.