La historia del fútbol está de aniversario. Es 8 de enero y se cumplen treinta años de uno de los Clásicos más recordados. El 5-0 de la temporada 1993/94 fue glorioso para el Barça e infausto para el Real Madrid. «Me gustaría machacar al Madrid», dijo Cruyff. Y sus futbolistas lo consiguieron.
En el bando ganador hubo exaltación y choteo. Se vendieron hasta llaveros con la llamada manita, representando el gesto de Bruins Slot cuando el Barça consiguió el quinto. Ese resultado no sucedía desde la primera experiencia culé de Cruyff, aún como futbolista, dos décadas atrás. Al menos en otro tiempo, derrotar así al máximo rival se tomaba como una suerte de título.
Por supuesto que era un tema personal incluso para el hincha. Ser goleado conllevaba vergüenza. También unas insoportables ganas de revancha, que el Madrid apagaría en sólo una temporada. La goleada de vuelta cerraría una historia única en el fútbol. Pero los relatos hay que comenzarlos por el principio, como escribió el gran novelista Lewis Carrol.
El Dream Team contra el Madrid mecánico
El rendimiento de ambos equipos en vísperas de aquel Clásico 93/94 era parejo, más allá de lo que pueda parecer atendiendo al resultado. Los azulgranas llegaban dos puntos por encima y con una derrota ante el Sporting como último resultado. Mientras que los de Floro habían ganado la Supercopa al propio Barça en diciembre. Y en la fecha previa a la cita del Camp Nou, vencieron a un Albacete que por la influencia del propio Floro había sido rebautizado, poco tiempo antes, como el Queso Mecánico.
«Lo que ha firmado el Madrid no es un nombre, sino una idea de entrenamientos y dirección», avisó Floro cuando le contrataron. Tanto Cruyff como Floro eran técnicos con ideas bien definidas. Trataban de expresarlas en sus equipos mediante tácticas predilectas. Para inicios de 1994, el neerlandés aún solía disponer del dibujo 3-4-3 que lo popularizó, principalmente cuando jugaba como local. Sobre esa base empleaba un sistema de marcación combinada y un modelo de juego basado en acaparar la posesión a través del ritmo de pases.
«Si tú tienes el balón el rival no te puede marcar». «Si juegas a tres toques eres el peor jugador del mundo». Y todo eso. Por su parte, Floro priorizaba una disposición lineal en 4-4-2 que le valió el sobrenombre del Sacchi español. Arrigo Floro le llamó un periodista italiano. Sus equipos estrechaban tres líneas y pretendían someter al oponente a través del dominio espacial. Se trataba de atacar y contraatacar con rapidez desde un bloque medio en zona presionante.
Prácticamente todo eso se vio en aquel Clásico. Bien desde el inicio o bien durante el desarrollo, cuando los primeros goles del Barça exigieron variar los planteamientos.
El Barça se reconoce y Romario marca
Con la alineación Cruyff cumplió las predicciones. Los mejores futbolistas en el césped de manera que se complementasen y Laudrup como extranjero descartado. En el 3-4-3, ese día Koeman y Guardiola fueron líberos defensivos en el carril central, encargados de iniciar el juego y también de corregir los desajustes asumidos por un sistema con marcas al hombre.
Metros adelante, Nadal y Amor actuaron como secantes de las dos estrellas creativas del Madrid, desde sus posiciones de interior izquierdo y derecho, respectivamente. Nadal perseguía a Míchel por todo el centro del campo y Amor hacía lo propio con Prosinecki, tratando de que no se girasen si por mal de demonio lograban recibir el balón.
Cruyff sabía que controlando a Míchel y Prosinecki la delantera estaría desconectada, al menos en situación ventajosa. Se trataba de impedir las conducciones y asistencias profundas que ambos pudieran dar al explosivo Zamorano, un devorador de espacios. Nadal y Amor eran imponentes en lo físico y dotados en técnica defensiva, de ahí que Cruyff los eligiese sobre Eusebio e Iván Iglesias.
Ambos mantuvieron a raya a los creativos del Madrid en los primeros diez minutos del partido. Pero un gran equipo posee múltiples vías de ataque y en el 11’ Zamorano estuvo cerca de adelantar a los suyos tras volear el rechace de Koeman a un centro desde la derecha. El propio Koeman salvó un gol que hubiera cambiado esta linda historia.
Arriba, el Barça presentó a Sergi como extremo izquierdo. Tuvo la clara consigna de fijar al lateral y aprovechar su velocidad para sobrepasarlo en transiciones. Toda vez que Stoichkov partió desde la derecha, completando la apertura y a fin de atacar en diagonal con su potencia de arranque. Asimismo, la posición del búlgaro suponía un duelo seguro contra el indiscutible Lasa, a quien se le dificultaba la labor defensiva al ser zurdo contra zurdo. Fue una elección imprevisible y lógica de Cruyff.
En los ataques posicionales característicos de aquel Barça, ambos extremos se mantenía en la cal y provocaban que la zaga oponente se estirase. Con ello dispusieron de espacio interior tanto el hábil Romario, en su puesto de delantero centro, como Bakero. El vasco era la punta de rombo con la que se aseguraban las triangulaciones, una obsesión de Cruyff, según recordaría Milla en El Confidencial. «Bakero acelera el juego con sus toques de cara», dijo por su parte el neerlandés. Además, era Bakero el tercer punto de gol claro que, conceptualmente, el técnico trataba de mantener en sus alineaciones.
Desde esa distribución ofensiva fue como el Barça abrió el marcador. El Madrid esperaba al Barça alternando entre el bloque medio y el bajo. Era Zamorano el encargado de iniciar la presión sobre Koeman para que, viéndose forzado a pasarla a un costado, los hombres situados en los carriles exteriores pudieran recuperar el balón y atacar desde la inercia. Pero Koeman y Guardiola eran demasiado inteligentes y precisos como para dejarse superar por un solo hombre. Por ello la presión inicial fue ineficaz.
En uno de los repliegues intensivos del Madrid, los extremos azulgranas ampliaron una zona central a través de la que Guardiola conectó con Romario, quien había conseguido separarse dos metros del correoso Alkorta. Desde la libreta, el central vasco tenía la misión de encimar a Romario cuando este se mantuviese entre las dos primeras líneas blancas.
Alkorta estuvo bien aquella noche, aunque nunca fue posible anular definitivamente a Romario,. En esa ocasión el brasileño pudo girarse mediante una cola de vaca y batió a Buyo con la puntera. Esta manera de definir era una de las múltiples acciones que dominaba el crack. «Romario fue un delantero capaz de rematar fácil, sin espacios. Fuerte en el uno contra uno. Era único a la hora de ganar un metro y armar el tiro». Así se lo definiría Rexach a Besa.
El gol llegó en el 24’ y para entonces Alfonso llevaba cinco minutos en el campo con los ligamentos de la rodilla rotos. Fue en una de las diagonales previstas por Floro donde, evitando a Guardiola, Alfonso apoyó mal la pierna derecha. Y fue la sustitución de Alfonso, a la que el técnico del Madrid parecía resistirse, la que varió los planteamientos de ambos equipos tras el 1-0.
La lesión de Alfonso altera el plan de Floro
Para enfrentarse al Barça a domicilio, Floro había matizado su propuesta habitual. Presentó el 4-1-4-1 que usaba en ocasiones para protegerse ante centros del campo de singular entidad. El gijonés, profesor asimismo de Táctica en la escuela nacional de entrenadores, había cultivado fama de analista y en aquel Clásico lo demostró.
En fase defensiva, la superioridad numérica azulgrana quedaba minimizada con esa estructura. Mientras que la posición de Milla como pivote permitía tapar a Bakero. A su vez, Milla era un gran pasador en corto, algo de lo que a priori se beneficiarían los interiores madridistas cuando se recuperase el balón.
En lo individual, el damnificado de la variante táctica fue Hierro. Con Floro el malagueño jugaba como volante y le tocó aguardar en el banquillo. El técnico sorprendió con la elección del lateral derecho. Durante la temporada habían jugado ahí el descartado Vítor o el central Nando, siendo habitual la presencia de Luis Enrique.
Esa noche actuó Llorente, un extremo que sólo había desarrollado esas labores en pretemporada, y Luis Enrique por delante. Con la velocidad de ambos, Floro pretendía igualar una virtud destacada en la banda izquierda del Barça, que siempre presentaba a Sergi o Goikoetxea y Stoichkov. Pero lo verdaderamente interesante de la propuesta del Madrid para medirse al Barça estuvo en el ataque.
En el 4-1-4-1, Floro prescindió de un Butragueño que a sus 30 años aún era titular. Lo hizo con la idea de que Zamorano estuviera centrado y se enfrentase así a Koeman. Desde ahí, el móvil ariete podría sacar al líbero de su zona para que la percutiesen desde los costados Alfonso o Luis Enrique. O, aprovechando la altura de zaga que tomaba el Barça y la lentitud del zaguero neerlandés, encararlo y atacarle la profundidad.
Con Alfonso y Luis Enrique desde los costados, en lugar de una dupla de ataque, los dos marcadores centrales del Barça perdían referencias cercanas. Se verían obligados, pensó Floro, a abrirse y salir hasta el centro del campo a emparejarse con los atacantes de banda, habida cuenta de que los interiores blancos atraían a los barcelonistas. De hacerlo, el dibujo de sólo tres zagueros que utilizaba el Barça quedaría desguarnecido. Todo estaba estudiado por Floro y parecía funcionar, pero la lesión de Alfonso y el gol de Romario hicieron variar el plan.
Floro cambia y Cruyff reajusta
Ingresó Hierro por Alfonso y se situó como interior derecho. Míchel pasó a la banda porque, con desventaja en el marcador, el Madrid no podía permitirse que todos sus futbolistas creativos no influyeran en el juego. Hierro atraería, en principio, la atención de Nadal y el madrileño quedaría más liberado. Además, Floro era un apasionado del ataque por los costados, algo en lo que Míchel seguía siendo el mejor.
Si bien Cruyff usaba a los extremos principalmente para aprovechar los espacios interiores, Floro veía directamente las bandas como el mejor camino hacia el gol. Lo explicó así en El Confidencial: «El principio defensivo, que es, junto a la ley del fuera de juego, el que rige el fútbol, te dice: si tú quieres defender bien, tienes que tener tu portería a tu espalda en paralelo, no en diagonal, y tienes que estar mirando permanentemente el balón, para controlarlo todo. Entonces, el caballo de Troya es el juego por las bandas. Si un equipo entra por las bandas, tanto el portero como los defensores rivales tienen que girarse, y ya están en diagonal a su portería y no tienen la visión completa del juego. El ala opuesta al ataque ya no la están viendo: o ven el balón o ven a los atacantes. Con esto entendido, el principio defensivo del juego será obligar al rival a que ataque por el centro, y el principio ofensivo será atacar por las bandas».
Con la salida de Alfonso se mantuvo un 4-1-4-1 donde Luis Enrique pasó a la izquierda para aprovechar, junto a Zamorano, los centros desde la otra banda. Floro quiso destacar a Míchel, pero Cruyff reajustó en consecuencia y lo oscureció. El neerlandés tuvo menos fama de estratega que Floro pero sabía tanto de fútbol como el que más.
El antídoto contra Míchel fue Sergi, quien manejaba ambas piernas pero de natural era zurdo. Se retrasó al lateral a fin de bloquear los centros del madrileño. Mientras el rápido Goikoetxea pasó a la derecha para encargarse de un Luis Enrique que, a pie cambiado, no centraría. Como el Madrid había dejado de tener dos creadores en el centro, Cruyff puso a su mejor marcador sobre Prosinecki y así eliminó toda generación técnica de juego. Ferrer salió del dibujo para marcar hombre a hombre al croata, que no tuvo influencia.
Stoichkov pasó al extremo izquierdo y el Barça ganó sorpresa en fase ofensiva desde el rol de Amor. Ya liberado de las labores de marcación y en un sector donde Prosinecki no defendía, Amor podría aprovechar las irrupciones desde segunda línea que tantas alegrías dieron al Dream Team. Con esa serie de variaciones adecuadas, el partido se mantuvo igualado.
El ingreso de Butragueño, insuficiente para el Madrid
Al descanso pudo llegar el Barça con dos goles de ventaja, pero Buyo enmendó su error en la salida con una palomita que desvió el empalme de Bakero. Y pasados dos minutos en la reanudación, una falta inexistente de Llorente en la corona del área acabó en gol de Koeman. Fue un chut potente al palo de Buyo que el portero no logró desviar.
«Decidieron los gestos técnicos. El control y arranque fulminante de Romario, y el zapatazo de Koeman. Dos especialistas abrieron y cerraron el partido. Puesto el 2-o en el marcador, ya no hubo contienda», simplificó Irureta en su crónica para El País. Lo cierto es que sí hubo algo más.
Con la tranquilidad del segundo tanto, Cruyff volvió a reorganizar el equipo. Lo ajustó al plan primario, pero matizándolo. Ingresó Laudrup por Stoichkov para jugar como bisagra entre el centro del campo y la delantera por el sector derecho. El resto de variantes (Sergi, Goikoetxea y Ferrer) volvió a su lugar de origen. Con las cualidades de Laudrup, Cruyff pretendía generar superioridad numérica válida en la zona peor defendida por el Madrid. Allí se juntaron Guardiola, Amor, Laudrup y Bakero, con el aporte de Ferrer. Eran más y mejores que Prosinecki, Milla, Lasa y un Luis Enrique más pendiente de atacar.
Pero, como no podía ser de otra manera, el segundo gol también supuso una reacción en Floro. Dos minutos después ingresó Butragueño como mediapunta izquierdo, retirándose Milla. El Madrid pasó a formar en 4-4-2 para defender y prácticamente en 4-3-3 para atacar. La influencia de Luis Enrique como tercer delantero era la clave. Estructuralmente, el cambio de Floro conllevó riesgos. Sin Milla, aumentada la superioridad numérica del Barça en el sector derecho, Laudrup casi la aprovechó en forma de gol.
Sin embargo, en fase ofensiva el Madrid logró poner en apuros a la retaguardia azulgrana. Al juntarse en la izquierda Luis Enrique, Butragueño y también Zamorano, con Amor atendiendo a Prosinecki, los zagueros Ferrer y Koeman se vieron superados por tres futbolistas de mucho nivel y complementariedad. Butragueño caía para recibir, mientras Zamorano abría espacios y Luis Enrique los asaltaba.
Entonces Guardiola tuvo que retrasarse para ayudar. Aunque sólo conseguía igualarlos en número, habida cuenta de que Goikoetxea, liberado de marca en el sector derecho, atendía la amenaza de Míchel. El Madrid tuvo varios acercamientos y Butragueño casi marca de cabeza, a centro de Lasa. No obstante, un minuto después, en el 56’, el Barça hizo el tercero.
Romario sentencia el partido
En ausencia de Milla, fue más sencillo para Bakero atraer la atención de Sanchís, como Romario, hacía con Alkorta. Esto favorecía la llegada al área de los interiores. En la jugada del gol, los tres atacantes azulgranas fijaron a sus pares en el sector izquierdo y Guardiola ofreció un pase largo a Nadal. El mallorquín llegaba al espacio generado entre el central y el lateral derecho del Madrid.
La zaga blanca se mantuvo alta para buscar el fuera de juego de los delanteros, otra seña de identidad en los equipos de Floro, pero la segunda línea ofensiva era menos detectable. Recibió Nadal y asistió a Romario,, que hizo el segundo en su cuenta.
Poco antes de que llegase el siguiente gol, Cruyff reajustó desde el propio Nadal. Lo ubicó de central izquierdo, esbozándose un 4-3-3. Fue tras el ingreso de Iván Iglesias por un Bakero que a punto había estado de marca de cabeza, haciendo buena otra jugada de Laudrup por la derecha. El cambio supuso el paso de Amor a la posición de enganche. Amor era más centrocampista que Bakero. Y Cruyff, con tamaña ventaja, quería reforzar la media y la zaga.
A falta de diez minutos para la conclusión, Lasa hizo un control hacia dentro impropio de un futbolista de la categoría del Madrid y Laudrup lo aprovechó. Asistió a Romario, quien culminó el hat trick. «El acelerador del fútbol fue Romario», sentenció Rexach.
Ya no hubo más cambios que hacer, ni tácticas que probar. En el 86, Iván Iglesias cerró el primer 5-0 de aquella historia de golpes y venganzas.
Orgullosa es poco. Gracias Javi