En el mundo analógico, el de antes de la eclosión de las redes sociales, poco se sabía, salvo los muy puestos o los muy curiosos, del compromiso político de ciertos futbolistas. El izquierdismo ha dado su álbum de jugadores pata negra para la causa. Los ideales de izquierda son al deporte lo que el filón de la tristeza para la literatura. Los deportistas de derechas importan poco o tienen menos eco mediático, igual que en las novelas la alegría o la bondad tienen menos tirón que la refocilación en el mal.
Tirando de la histórica hemeroteca-fototeca, se nos viene a la mente un tipo singular. Es el alemán de Baviera, Paul Breitner, allá por los setenta, conocido antaño como el «millonario maoísta» (así lo llamó la revista Don Balón, como se recordaba aquí mismo en un artículo de Jot Down Sport). Solía llevar a los entrenamientos el Pequeño Libro Rojo de Mao Zedong y, fichado ya por el Real Madrid, mostró su apoyo y donó dinero a los obreros huelguistas de la siderúrgica Standard. El caso Breitner es singular (se le apodó también el «Kaiser rojo» y «el Afro» por su pelambrera, que lo asociaba también, con su perilla de cantante heavy a lo Metallica, con un blackpanther de época). Hay quien lo acusó en tiempos de padecer ceguera a voluntad. El Muro de Berlín no había caído aún y la RDA del ínclito Eric Honecker debió parecerle al futbolista de abundosa cabellera un paraíso mal entendido por los aviesos occidentales.
Otro futbolista de la cuerda, orgullo de la siniestra futbolera, fue el gran brasileño Sócrates. Era el arquetipo del futbolista rojo clásico, médico por estudios, afín al Partido de los Trabajadores y admirador de Fidel Castro (bautizó a un hijo con el nombre de Fidel en homenaje del comandante cubano). Su estampa, auténtico icono, la asociamos con su preciosa camiseta negra y rayada del Corinthians (ejemplo de club libre, democrático y popular, y reflejo de lo que se llamó en tiempos, frente a la dictadura brasileña, la democracia corinthiana). En fotos y posters para coleccionistas se le ve levantando el brazo derecho, puño en alto, que era su modo habitual de celebrar los goles. De aspecto, con melenita y barba contestataria, era como un remedo entre el Che Guevara, el clásico asambleísta estudiantil y un zelote israelita.
Breitner y Sócrates forman parte de los clásicos contestatarios en clave mediática. Hubo otros, pero menos famosos, caso del grecoturco Nikos Godas, jugador de Olympiacos en plena Segunda Guerra Mundial, comunista declarado, combatiente antifascista y antinazi en las filas del ELAS griego, pero que murió fusilado en Corfú en la guerra civil griega posterior al conflicto mundial. Más cercano en el tiempo es el delantero Cristiano Lucarelli, nacido en Livorno, donde igualmente nació el Partido Comunista de Italia (1921), circunstancia que lo convirtió en joven comunista sentimental y héroe del equipo de su ciudad natal (jugó poquísimo en sus filas, pero pudo vivir un ascenso).
Aparte de la adscripción política, hay otra suerte de compromiso internacional entre los futbolistas de hoy. Está más ligado a causas digamos que de opresión étnica o vinculadas a conflictos y guerras de enconados orígenes políticos y culturales. Por lo general, la izquierda sociológica suele posicionarse a la carrera por entender que tomar partido en ciertos conflictos le compete moralmente con independencia del embrollo histórico del que parten los mismos. Es lo que el conservadurismo clásico –y ahora la derecha radical y fiestera– le reprocha a la izquierda «bon vivant», a la que le afean su supremacismo moral y su apego al photocall interesado.
El último episodio en apoyo internacional, con motivo del conflicto Israel-Hamás, lo ha protagonizado un clásico vinculado al radicalismo musulmán: Karim Benzemá. Siendo frívolos el chico, si es por pintas, da que pensar desde luego, con su aspecto de mártir shahid para la causa palestina (cada gol suyo podría interpretarse calenturientamente como un paso más en la reconquista árabe de Jerusalén). Frente al despiadado ataque de Hamás contra israelíes inocentes, el hoy jugador del Al Ittihad saudí no dijo nada. Pero tras la respuesta del ejército israelí con sus devastadores bombardeos sobre Gaza, Benzemá envió un mensaje de apoyo en redes sociales pidiendo rezar por las víctimas de los bombardeos injustos de los que no se salvaban mujeres y niños. Acaso no lo pretendió, pero hubo quien dedujo que Benzemá hacía distingos entre mujeres y niños dignos de oración y recuerdo (los palestinos) y mujeres y niños dignos de silencio arenoso y olvido (los israelíes).
El ministro del Interior francés, Gérald Darmanin, lo acusó, si bien sin pruebas, de estar vinculado a los Hermanos Musulmanes y de evidenciar, una vez más, un paso cada vez más próximo al islam duro y rigorista, en la onda de los Hermanos Musulmanes (considerado un grupo terrorista en Arabia Saudí, el país donde el jugador galo presta ahora sus servicios). El Ministerio del Interior francés recordó el rastro de sospechas que Benzemá ha ido abonando todos estos años atrás. Su negativa a cantar la Marsellesa con la selección de Francia. Su proselitismo en redes sociales a favor del culto musulmán. O su fotografía junto al imán de Miaux, quien fuera investigado tras el asesinato y decapitación del profesor Samuel Paty por obra de un integrista de origen checheno. Los abogados de Benzemá han prometido denunciar al ministro Darmanin con medidas legales por difamación. Ya se verá en qué queda todo.
El caso Benzemá en la guerra Israel-Hamás evidencia la polarización ideológica y sesgada que se ha propagado por el mundo entre propalestinos y los muchísimos menos defensores de Israel. El futbolista del Granada, Shon Weissman, no pudo jugar en Pamplona contra Osasuna por temor a incidentes tras haber difundido en la red social X supuestos mensajes xenófobos contra Palestina y que, a juicio de un grupo de palestinos residentes en Granada, podrían ser constitutivos de odio (entre otros uno que animaba a una militar israelí a disparar contra dos terroristas palestinos desnudos y otro mensaje donde bendecía que sobre Gaza cayesen 200 toneladas de bombas).
Por su parte, el portero isrealí Dudu Aouate llamó «hijo de puta» a Benzemá en cinco idiomas por no haber mostrado compasión alguna por las víctimas israelíes en el despiadado ataque de Hamás. Dijo el exportero de Racing de Santander, Deportivo de La Coruña y Mallorca y titular histórico de la selección de Israel, que no iba contra los palestinos en general, sino contra los terroristas de Hamás. Se quejó, conforme la arquitectura mental que han adquirido muchos israelíes (no todos), de que así le pagaban a Israel los desagradecidos gazatíes, tras haberles dado todo el gobierno de Tel Aviv (luz, agua, dinero y trabajo en Israel). Sea como sea, de Aouate nos quedará su curso intensivo de idiomas tras llamar «hijo de puta» a Benzemá.
Otro futbolista, el franco-argelino del Betis, Nabil Fekir, también ha difundido en redes mensajes de apoyo a la causa palestina en la guerra que se abate sobre Gaza. En la red social X denunció los bombardeos indiscriminados de Israel. «Apoyo al pueblo de Palestina, a nuestros hermanos y hermanas que han estado sufriendo el apartheid durante tanto tiempo. Que la justicia y la paz regresen. Alá no ignora lo que están haciendo». Fekir reside en Sevilla, la ciudad de donde era oriunda la joven asesinada y con doble nacionalidad española e israelí: Maya Villalobo. La chica se encontraba en Israel haciendo el servicio militar obligatorio, en concreto en la base de Nahal Oz, situada junto al perímetro fronterizo con Gaza, justo cuando fue atacada sorpresivamente, entre otros campamentos y kibutzs cercanos, el fatídico 7 de octubre por parte de milicias y falanges del grupo integrista Hamás. Hay quienes podrían reprocharle a Fekir su silencio sobre la muerte de esta joven, que era bética por familia por demás señas. Más de una vez Fekir ha sido objeto de mofa en memes por su aspecto de imán sospechoso en alguna que otra mezquita clandestina de L’Hospitalet de Llobregat o de la costasoleña Fuengirola.
Sin salir de la muy futbolera Sevilla, el jugador del Sevilla FC Frederik Kanouté fue multado en tiempos (2009) por lucir una camiseta negra de apoyo a Palestina en un partido de Copa del Rey disputado contra el Deportivo de La Coruña. Israel libraba por entonces otra de sus interminables y cíclicas guerras contra Hamás en la acogotada franja de Gaza. El delantero sevillista recibió una multa de 3.000 euros por infringir el artículo 120 del reglamento de la Federación Española de Fútbol en el que se afirma que «el futbolista que exhiba cualquier clase de publicidad, lema o leyenda, siglas, anagrama o dibujos, sean los que fueren sus contenidos o la finalidad de la acción, será sancionado como autor de una falta grave».
Palestina ha perdido casi todas las guerras y causas en su lucha existencial contra Israel. Salvo la mediática. El fútbol es uno de sus filones.
Entre tantísima desinformacíon ya no se sabe por malicia o franca estupidez, al menos algo queda claro en todo el artículo, el abierto fascismo del autor para enarbolar banderas genocidas.
Joder con J de Jotdown
Por cierto, Viva Palestina libre, la única frase legible en toda esta página
La mayor basura que he leído en mucho tiempo por aquí.
Más allá de ignorar la realidad del genocidio palestino, se nota que el autor ni ha consultado la Wikipedia cuando escribe que Lucarelli «casi no jugó en las filas del Livorno». Cinco temporadas siendo el capitán son poquita cosa, claro que sí.
Menudo fenómeno. ¿Cuánto habrá cobrado por este montón de morralla?
Una mierda provocadora de articulo….