Una mujer aparece trotando en la pantalla, ensimismada. Tiene un correr suave, como el de muchos de nosotros. Con una salvedad, como verán en seguida: aprovecha, girando en círculos, el espacio que deja el pequeño patio de una cárcel mientras otras reclusas se ríen de ella. Es una presa, un personaje más que se enfrenta a contracorriente al rechazo de un grupo. Como corredores practicantes que somos, empatizamos de inmediato con ella. Ya no es solamente una detenida, es Rosa. E insertamos al personaje en nuestro trato mental favorable. Acabamos de presenciar un ejemplo de cómo cambia nuestra percepción de un personaje con la exposición de un sutil elemento del guión.
Que un personaje de ficción saliera antaño corriendo como actividad deportiva complementaria de su personalidad era considerado como una excentricidad del guión. Por el contrario, hoy es cada vez más frecuente. En el caso que mencionaba antes —alerta spoiler— Rosa, encarnada por Úrsula Corberó y protagonista en El cuerpo en llamas (2023), es una policía que lo mismo despeja su cabeza sobre la cinta de correr que aleja de sus pensamientos un caso de asesinato. Para nuestro regocijo, hoy día tenemos un porrón de ejemplos de planos grabados con la excusa de unas zapatillas y un pantalón.
No todo trote cochinero de ficción queda restringido al prisma que Robert Zemeckis dio a Forrest Gump (1994), película de la que probablemente ya se haya escrito todo. Por un lado, el género policiaco moderno ha abandonado la defensa en pantalla de las vidastras de aquellos personajes fumadores y borrachos, y del malditismo que tan bien funcionaba. Eran otras décadas y se han ido insertando nuevos modos de molar mucho. Arrojémonos al mundo de las series: tenemos al detective Armar (Björn Thors) cómo corre por los muelles nevados en la serie escandinava Los asesinatos del Walhalla (2019). Mientras su partenaire en la serie, la detective Kata Eligsson, es una ávida nadadora que comienza el día entrenando en una piscina de agua caliente, a Armar correr le destensa y pone en orden sus pensamientos deshilachados. La medicina de la zapatilla sustituye al cubata y las resacas.
Lo del personaje detectivesco o policía que corre es un mundo, cómo no, lleno de matices. Los convencionalismos sitúan a las personajes femeninos corriendo gráciles porque, en general, han de estar estupendas y requete concentradas en los casos. Correr es un mecanismo zen que emplean en la consecución del equilibrio. Ellos aparecen con un look un poco más de corredor-empotrador. Combinan la moto de gran cilindrada con las prácticas de artes de combate. Afortunadamente el guión lo soporta casi todo. Se trata de que nos guste y el perfil social del consumidor de cine y series es el que es. En juego está la guerra de audiencia.
Aunque colocar a un personaje corriendo no signifique automáticamente que nos vaya a caer mejor, es un descriptor que refleja esas sensaciones que nosotros conocemos tan bien. Corre igual que nosotros y por tanto es de los nuestros. Punto. Aunque el personaje esté como una puñetera cencerra, como Phoebe Waller-Bridge en Fleabag (2016), la antisocial británica a la que podemos ver en un episodio saliendo a entrenar en mitad de un cementerio de Londres. Lo que supone un lujo asiático, y cualquiera que haya corrido una mañana por un cementerio inglés entenderá qué quiero decir.
Hay que mencionar que en las islas de Su Majestad son muy dados a colocar protagonistas de sus series como si estuvieran entrenando para la media maratón de Cardiff. Es más, se suele decir que no hay thriller de la BBC que no tenga su episodio o trama basados en el mundo del correr, se cruce con un asesinato en un maratón de por medio o ponga a los protagonistas a sudarla como el mismo Sebastian Coe. Undercover o From Darkness son algunas de ellas. Muchas son series de televisión de mediano recorrido pero, en sus argumentos, invariablemente se asocia mantenerse en forma en el mundo policiaco con salir a echar unos kilómetros por la zona. El mismo Ben Whishaw que hemos visto en algunas películas de James Bond interpreta a un empedernido corredor popular a quien vemos de manera constante por la orilla sur del Támesis en el docudrama London Spy, un trabajo doméstico para el mercado inglés de televisión con el que habrá pagado sus facturas y poco más.
Desde hace décadas, por los demás géneros también se han esparcido el pantalón corto y la camiseta técnica. Hay ejemplos en los que poner al personaje a correr está más cerca de lo cómico —y eso que hemos hablado de refilón de Fleabag. Es un paso evidente ya que, nos pongamos como nos pongamos, nosotros pegamos poco entre los dioses del Olimpo: somos más un ejército urbano tirando a feúcho.
Vamos con el cringe. Dando saltitos irritantes corre por las orillas del Sena la actriz Lilly Collins, en la apertura de la serie Emily in Paris (2020) con el aparente objetivo de sacarnos de nuestras casillas. Objetivo que logró a poco que recordemos cómo ardían las redes sociales a raíz de sus comentarios del ritmo al que aseguraba trotar. Otro runner de palo entrañable es el personaje de Enrique Pastor en la paródica serie española La que se avecina (2007). Los guionistas salpican de trote vigorizante, mesiánico y propagandístico sus apariciones durante trece temporadas, vistiendo al personaje de José Luis Gil de cinta al pelo, mochila de hidratación y dotando al personaje de una letanía constante de corredor entusiasta.
En otras ocasiones se nos muestra al corredor sencillamente como si fuera perdidamente gilipollas: en Cómo conocí a vuestra madre (2007), el adorable Barney Stinton corre la maratón de Nueva York movido por una apuesta. Y llegando a meta sin aparente fatiga lo que implica una comedia dentro de la tragedia de terminar los cuarenta y dos kilómetros. Stinton se entera que el metro es gratis para los corredores del maratón y decide tirarse el domingo entero presumiendo de medalla de finisher hasta que se da cuenta que no puede moverse del asiento por culpa de las agujetas. Y pasa el día viajando en metro en una especie de maldición ciclópea, derivada de una situación que perfectamente podríamos vivir cualquiera de nosotros, oh, héroes.
De chándal o llevados a un callejón sin salida, en series y películas se corre, bien, mal o todo a la vez. Steve Buscemi, director del episodio Pine Barrens que le encargaron para Los Soprano (2001), sitúa a Chris Moltisanti y Paulie Gualtieri, los histriónicos secuaces de Tony Soprano, corriendo cómicamente por la nieve tras Valery. Valery es un antiguo comando ruso al que tienen que dar matarile en un bosque pero que se les escapa al sacarlo del maletero del coche. Sin querer, dibujan a la perfección un momento de epifanía que hemos vivido millones: ese paso previo a reconocer que estamos en pésima forma física. Descubren el odio a la zapatilla. Correr cien metros y pararse a escupir los hígados. Los comienzos de Brittany runs a marathon (2019) también muestran cada uno de esos momentos en los que peleamos contra nuestro cuerpo y nuestros fantasmas y decidimos que algo hay que hacer. El abanico de clichés es amplio, pero vemos reflejado en la pantalla algún momento de nuestro historial deportivo.
La escena ha logrado abrir la lata del diálogo entre espectador y película.
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Se suele decir que la primera película no documental basada en el hecho de correr es La soledad del corredor de fondo (1962). Está basada en una novela breve de Alan Sillitoe en la que chicos de un colegio interno inglés —bueno, más bien un maldito reformatorio— explotan y se rebelan contra las normas establecidas a través de la libertad de correr por el bosque. Yo no la revisitaría como una película de género pero ahí está. Un poco más tarde se rescató una novela de Hugh Atkinson y se rodó The Games (1970), una película que en plena infancia me puso frente a las historias del maratón olímpico. Cuatro personajes, entre los que están el cantante francés Charles Aznavour y Ryan O’Neal, compiten en un maratón de unos ficticios juegos de Roma. Es curioso que el padre de Tatum O’Neal, borrachuzo y politoxicómano, diese vida a un maratoniano pero, amigos, el cine es la fábrica de los sueños. Sobre el cantante francés no tengo pega alguna salvo que se ponía mucho en el cassette del coche de mi padre.
Es indudable que el boom del correr de los años setenta, después de la victoria de Frank Shorter en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, fue aprovechado por la industria cinematográfica. No se les iba a escapar la pieza en un país que acudía en masa a los cines, y vivía en plena efervescencia del footing y de la primera oleada de norteamericanos lanzándose a los parques y las calles a correr. Entre la colección de personajes practicantes de la carrera tenemos a Dustin Hoffman en Marathon man (1976), guión que le muestra encarnando a un doctorando en Historia que, además, es un corredor apasionado hasta la mortificación.
En medio de este panorama, Peter Strauss ganó un Emmy por interpretar a un preso de la legendaria Folsom Prison —esa en la que se celebró el concierto de Johnny Cash—, y que encuentra un asidero en el atletismo en la película The Jericho Mile (1979). Jane Woodward encarnó, un año antes, a una pionera imaginaria del movimiento que quería llevar a la mujer a las carreras populares. La película es See how she runs (1978). El sueño de una ama de casa por romper con su vida, de nuevo se simboliza a través del reto de algo imposible: participar en el maratón de Boston. Hasta Woody Allen se atrevía a travestirse de corredor en Everyone says I love you (1996) para hacerse el encontradizo con una etérea jogger llamada Julia Roberts.
Sigamos. De equipos enteros de corredores solemos tener en mente el clásico Carros de fuego (1981) donde las historias olímpicas de velocistas de París 1924 se entrecruzan con una factura de imagen impecable. Aunque, ya que estamos con pelis de entrenadores, en nuestros pagos se habló poco de una solvente McFarlane (2015) donde Kevin Costner encarna a Jim White, entrenador de un equipo de cross de un instituto. On the edge (1986) o Running brave (1983), pasando a la década de las cintas al pelo y los calentadores, son ejercicios fílmicos donde la historia también gira en torno a hechos específicos que se dieron en las ocho calles de una pista de atletismo. Y para fans de Steve Prefontaine está una colorista Sin Límites (1998) que no creo que pase a la historia pero tiene el encanto de ver a Donald Sutherland actuando en el papel de ese mito del atletismo llamado Bill Bowerman. Entre Costner y Sutherland anda el juego. Escojan ustedes.
El filón de películas con seres anónimos con una relación contingente con zapatillas y ropa técnica de correr es inagotable. El cortometraje Running girl (2013) se une a ganarse el corazoncito de los espectadores aficionados al trote. Chica (sorry girls) pasa corriendo por la acera de chico, que cae prendado. Amanda, unos años después, es otra joven que quiere apuntarse al movimiento corredor, a la que el director Hilman Mutasi, pone protagonizando otra serie homónima, también llamada Running girl (pero de 2019). Brittany Runs a Marathon (2019), antes mencionada, es otra comedia en la que Jillian Bell encarna a una neoyorquina llena de traumas —quién no los tiene— que termina corriendo a maratón de la Gran Manzana a la que convierte en un espectacular plató de rodaje. El proceso de sufrimiento de Brittany está magníficamente tratado entre, uno, los ardores de estómago de la crítica y, dos, miles de corredores inundando las redes sociales con sus opiniones sobre cómo se dejó la prueba inocular un equipo de rodaje. En tan sacrosanto lugar.
En tanto corre la filmografía, nos hemos acostumbrado a que se corra en la publicidad de compañías energéticas, de alimentos sanos como la madre que los parió, o hasta en las imágenes de nuestros actores favoritos, líderes mundiales y locales. Y el cine no es más que una síntesis de la realidad hecha colorines para un espectador que lo consume porque tiene cada vez menos tiempo libre.
Dicho en palabras de Federico Fellini, el cine usa el lenguaje de los sueños, en los que en un segundo pueden pasar años. Saliendo en esos cachitos de vidas de otros, en los que nuestro deporte favorito asoma en las pantallas, tenemos ejemplos a carretillos: Lisa Kudrow y Jennifer Aniston (Phoebe y Rachel respectivamente) saliendo a correr por el parque en la temporada 6 de Friends. Contamos con Sylvester Stallone corriendo sin límites por Filadelfia en Rocky I (1976), hasta tal punto que un periodista estimó que en su famoso entrenamiento había hecho prácticamente cincuenta kilómetros. Corre sin parar Will Smith en Soy Leyenda (2007), aunque sea en una cinta y en paralelo a su perrito porque, claro, fuera está el peligro y la oscuridad. Y corre Dani Rovira hasta emocionarnos en 100 metros (2016), historia donde da vida al caso real de Ramón Arroyo, un enfermo de esclerosis múltiple que logró retos aparentemente imposibles.
Corre Lucy Liu en los episodios de Elementary (2012) como terapia para poder soportar al Sherlock que encarna un John Lee Miller que, en la vida real, también se hincha a kilómetros. Y corre Bradley Cooper en la particularmente sudorosa y terapéutica lectura que dibujan en El lado bueno de las cosas (2012). En esta comedia romántica, Cooper es un chico metido en un proceso de recuperación, tras salir de un hospital psiquiátrico, y que coincide trotando por el barrio con Jennifer Lawrence. Salir a correr con una sudadera y una bolsa de basura por encima desemboca con el tiempo en una muy bien contada amistad en la que asoman como secundarios Jackie Weaver, Chris Tucker y hasta Robert de Niro.
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Sea un duelo noble entre personalidades antagonistas como en Carros de fuego, o una construcción desde lo más hondo de un pozo hasta la gloria alcanzada por Michael Douglas corriendo en Boston como en El Vencedor (1979), se siguen generando y rescatando historias diarias basadas en el deporte más viejo del mundo. Y no todo es Hollywood ni gira en torno a este pequeño esquinazo llamado Europa. Bucear en cualquier cinematografía es arduo pero reconforta encontrar muchos más guiños temáticos en las cintas de medio mundo.
Y, preguntando, me contaron de la vida de Paan Singh Tomar. Esta historia hindú relata las peripecias de un policía que después sería un rebelde fugado, y que también había competido a relativo buen nivel en la distancia de 3.000 metros obstáculos durante las décadas de los 1950 y 60. Llevada a las pantallas como biopic del mismo título, Paan Singh Tomar (2012), no es una película de atletismo pero fue premiada a nivel nacional y tuvo su tirón en la taquilla de Bollywood. Además contiene algunas escenas que pueden presentar errores atléticos evidentes pero que resultan encantadoras, recreadas en unas pistas de ceniza que nos transportan al deporte de otros días.
¿Y no hay nada en el cine o televisión del país de Murakami, de cuyos vínculos con el correr ni hace falta que cuente yo mucho más? Siendo una nación que hace siglo y pico abrazó apasionadamente esa callada dureza de correr largas distancias, no podía faltar el rastreo del cine japonés. Con el prometedor título Samurái marathon 1855 (2019) se relató en esta película una épica carrera de selección que se efectuó entre los soldados que debían ganarse el privilegio de defender el sistema feudal ante el exterior. ¿Quién era el exterior en 1855? En efecto: los mismos que diseminaron la cultura del footing un siglo después. Los barcos norteamericanos del Comodoro Mathew Perry. Aparentemente se pretendía que los samuráis, qué sé yo, tuvieran un fondo físico incuestionable.
Mientras escudriño por los cajones virtuales, confieso que cuesta encontrar entre los taquillazos japoneses películas que se hayan rodado basándose en la dura preparación del corredor, irónicamente y frente a lo que uno puede presuponer. Lo que encuentro como las películas más populares, tratan de deportes de equipo, seguro que mucho más emocionantes y centelleantes. Quizá una de las razones de que no se atrevan con el deporte rey sea el peso que aún tiene el venerable director Kon Ichikawa, realizador de la casi insuperable película oficial de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964. Está en la plataforma de video que cuelga directamente el Comité Olímpìco Internacional y es una gozada para los sentidos. Ah; a mitad de camino de una trama que se desarrolla en Japón y las excelentes manos de Ethan y Joel Coen, Angelina Jolie dirigiría Unbroken (2014). Es la historia de Louis Zamperini, atleta norteamericano de pista que había participado en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 siendo octavo en 5.000 y que es abatido por las baterías antiaéreas niponas en la Segunda Guerra Mundial. Disculpen la pequeña trampa geográfica.
Subsección «otros mercados cinematográficos». El grand finale de Homerun (2003) dirigida por Jack Neo es una competición de campo a través escolar. El premio, en consonancia con la dureza del Singapur de los sesenta, es un par de zapatillas por el que puja una pareja de hermanos. Quizá subiéndose a la creciente popularidad del correr, en China está la reciente Jiu shi yao pao (Sigue corriendo, 2021), película documental rodada en la gélida ciudad de Genhe. El argumento trata una historia de superación filmada con un grupo de adolescentes de extracción social desfavorable, a los que la esperanza de ser atletas profesionales les mantiene aguantando, pues imaginad, carros y carretas y con la mejor de las sonrisas. Del mismo palo documental y rodado en Corea del Sur nos recomiendan Marathon (2005). Es la historia de un corredor que pertenece al espectro autista y al que el director Jeong Yoon-cheol parece haber sacado un registro emotivo de los de pañuelo en mano.
Es evidente que el género documental se da el lujo de rescatar historias y dárnoslas libres de frío, barro y disparos. En Gun Runners (2015), el director Anjali Nayar nos muestra la historia de dos guerrilleros kenianos que permutan las armas a cambio de unas zapatillas y la promesa de un programa de redención cono estrellas del maratón. Siendo Kenia el espacio más mítico del corredor de fondo, no queda otra que dejarnos vencer por la curiosidad por la historia y por la belleza del entorno y sus deportistas. Más: el documental Runner (2019) cuenta la historia de un maratoniano del recién creado Sudán del Sur, y su empeño por llegar a participar en unos Juegos Olímpicos. Sería injusto obviar la cantidad de grandes historias producidas por todo África con el atletismo como lienzo de fondo: The Runner (2013) reitera la simbología y la lucha de un corredor del Sáhara Occidental. Town of Runners (2012) se centra en la localidad etíope de Bekoyi, cuyos habitantes poseen récords mundiales y multitud de medallas.
Pero hablábamos de ficción. De cómo, en ocasiones, el cine nos saca la lengua y muestra durante unos segundos una imperfección, una debilidad o una obsesión con las que nos identificamos. Corremos para liberar nuestra abotargada cabeza o, como los cuatro idiotas holandeses que protagonizan la fácil y gruesa De Marathon (2012) y, entre cerveza y cerveza, deciden que es buena idea recaudar dinero en el maratón de Rotterdam para pagar una deuda fiscal de cuarenta mil pavos que arrastra el taller mecánico donde curran. Joder la televisión de un bar y tener que pagarla, una catástrofe de algo menor calado que la anterior, lleva en la película sudafricana Running Riot (2006) a un par de elementos a correr, apuesta de por medio, en la mítica Comrades marathon.
Y es que la necedad humana, la afición por correr y la angustia son movimientos planetarios. Somos afortunados de que el lenguaje cinematográfico haya sabido incluirlos en las caracterizaciones de los personajes. Sea el vínculo una policía glamourosa o un estudiante marginado, los frikis del dorsal y el avituallamiento sacamos la sonrisa tonta a pasear cuando aparecen estos guiños. Y todos tan contentos.
Fantástico reportaje. Ingeniosa visión periodistica sobre el running.