Historia del fútbol

Marco Van Basten, el mago de los tobillos de cristal

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Marco Van Basten (Foto: Cordon Press)

Estamos en el minuto 86 de la final y Capello decide efectuar el cambio. Quizá ha esperado mucho. Quizá nunca debió haber apostado por Van Basten como titular, para empezar, eso nunca se podrá saber. En la derrota siempre hay culpables. El holandés se retira del campo visiblemente cojo pero lo más rápido que puede. El poderoso Milan pierde 1-0 ante el Olympique de Marsella, esa burbuja futbolística que se sacó Bernard Tapie de la chequera a base de amañar partidos y fichar todo lo fichable. Van Basten se sienta en el banquillo derrotado, todos sus esfuerzos para llegar a ese partido frustrados por una actuación mediocre, en lo individual y en lo colectivo.

Tiene solo 28 años pero el cuerpo de un veterano y un tobillo que le ha dejado varias veces al borde de la retirada. El dolor no engaña, esta vez va en serio. La final de la Champions League de 1993 se apaga mientras el delantero por antonomasia de la década de los 80 mira los intentos desesperados de su equipo, de los Baresi, Rijkaard, Maldini, Donadoni, Albertini, Massaro, Papin… chocar una y otra vez contra la muralla negra del Olympique: Desailly, Angloma, Boli, Pelé… y detrás de todos el joven calvo Fabien Barthez, un pigmeo en tierra de gigantes.

Es otro fútbol, piensa. Un fútbol físico, demasiado físico incluso para un equipo italiano. Rijkaard ya no puede ni con Deschamps. Los conceptos han cambiado y su tobillo sigue hinchado como un tomate. Nadie le pregunta. Todos esperan a que el árbitro pite, para bien o para mal. La temporada 1992/93 acaba de una manera totalmente inesperada, porque el Milan, tras su año de sanción europea, volvía a parecer imparable. Berlusconi había fichado a Papin, a Savicevic, a Boban, a Lentini, a Eranio… El propio Van Basten había tenido una temporada más que aceptable hasta su lesión a finales de 1992, poco antes de recibir su tercer Balón de Oro de manos de la revista France Football.

Meses de recuperación de un tobillo destrozado que culminan en un regreso apresurado, un último gol al Ancona y este sufrimiento absurdo en el Olympiastadion de Munich. Los jugadores franceses abrazándose y Van Basten que saluda a Rudi Völler, viejo compañero de batallas ochenteras, y se mete a recibir su sesión de hielo, masaje y lágrimas. En rueda de prensa, Capello se limita a decir sobre el holandés: «Está lesionado», sin advertir aún de que esa lesión es algo más, que ese intento desesperado por jugar su tercera final de la Copa de Europa le costará perderse la siguiente, pasar un año en blanco, volverse a operar y tener que retirarse definitivamente un 18 de agosto de 1995, sin llegar a cumplir los 31 años, dos después de casarse en muletas, de vivir en muletas, de luchar por llegar a un Mundial que su propio club le impidió jugar en 1994. Retirarse sin retirada, lo más triste para un deportista de élite.

El recuerdo de Munich como postre amargo de una carrera espectacular que le vio ganar, aparte de los tres Balones de Oro, dos Copas de Europa con el Milan, una Eurocopa con Holanda —el único título de prestigio para esa selección en su historia— y multitud de títulos nacionales con el Ajax y el equipo de Berlusconi, Sacchi y Capello. Aquellos cuatro últimos minutos de dolor en el banquillo como resumen injusto de una década de estrellato, desde que debutara en el Ajax al lado de Johan Cruyff hasta su último Pichichi en el Scudetto, con 25 goles en 31 partidos durante la temporada 1991/92.

«Llega un momento en el que cualquier cosa es mejor que el dolor, cualquier cosa es mejor que sentirse inválido. Ahora estará en paz consigo mismo», dirá su mujer, Liesbeth, al acabar la rueda de prensa. Tenía razón, pero no bastaba. A los aficionados no nos bastaba, eran demasiados años disfrutando de su fútbol total desde aquella primera temporada profesional en Ámsterdam con 17 años.

Marco Van Basten (Foto: Cordon Press)

El goleador adolescente. Los años del Ajax a la sombra de Cruyff

Aquel verano de 1981 no se hablaba demasiado de Marco Van Basten. Había destacado con las selecciones inferiores de Holanda y viajaba de Utrecht a Ámsterdam para probar con el equipo juvenil a sus 16 años. El Ajax era un buen equipo para hacerse un nombre como adolescente, pues los años gloriosos de los 70 habían pasado y, pese a seguir dominando junto a Feyenoord, AZ Alkmaar y PSV Eindhoven, la Eredivisie, el nivel de exigencia había bajado. Marco, un delantero alto y espigado con una calidad técnica envidiable, estaba destinado a pegarse con los chavales antes de dar el gran salto.

Aquel verano, de quien se hablaba en todos lados era de Johan Cruyff, que volvía al club de toda su vida a los 34 años.

Lo de Cruyff fue una auténtica sorpresa porque el Ajax ya le había hecho partido de homenaje y todo. Tras varios años perdido en la liga estadounidense, con una excursión puntual al Levante incluida, «El Flaco» parecía más que acabado, pero aun así tuvo tiempo para dejar unas cuantas joyas, incluyendo el famoso penalti indirecto en combinación con Jesper Olsen. Cruyff era un ídolo y un ídolo ganador y alrededor de él, quisiera o no el presidente, se fue configurando un equipo que se llevó dos ligas y una Copa de Holanda mientras crecían nuevos talentos. No solo Van Basten, sino también Frank Rijkaard, un defensa central de 19 años que poco a poco se fue haciendo un hueco en la plantilla junto a los Lerby, Vanenburg y Wim Kieft.

Aquellos dos años fueron ideales para Van Basten: primeros minutos, primeros goles, primeros títulos. Su debut con la camiseta ajacied fue un tres de abril de 1982 frente al NEC, sustituyendo precisamente a Johan Cruyff en un partido que acabaría 5-0 y encarrilaría aún más el título para los de Ámsterdam. Al poco de salir al campo, aprovechando una falta lateral, Van Basten marcaría su primer gol como profesional: un cabezazo impecable entre dos centrales despistados, picado al palo contrario, impresionante en el salto y en la celebración, un ataque de locura, un sueño cumplido nada más empezar a dormir.

Aquel fue el único partido que jugó esa temporada. La siguiente llegó hasta los 20 y demostró que era cosa seria. Rijkaard y él triunfaban en el Ajax mientras Ruud Gullit lo hacía en el Go Ahead Eagles. Holanda volvía a apuntar maneras aunque su selección siguiera fracasando clasificación tras clasificación. Los nueve goles de Marco hicieron pensar al presidente que la presencia de Cruyff era prescindible. Aquel fue un error mayúsculo que el equipo pagaría con creces en uno de los episodios más impresionantes del fútbol moderno: a los 36 años, Johan se marcharía al eterno rival, el Feyenoord, y se convertiría en el mejor jugador de la liga, llevando al equipo al doblete Liga-Copa casi una década después de su último título.

El éxito de Cruyff eclipsó un año espectacular de Van Basten. Su primer año espectacular. Debutó en Copa de Europa a los 19 años pero la experiencia solo duró dos partidos, los que tardó el Olympiakos en eliminar al Ajax en primera ronda. En liga, Marco empezó como un tiro, marcándole tres goles al Feyenoord de Cruyff (y Gullit, recién fichado) en un 8-2 que prometía un nuevo paseo en la liga holandesa. Las declaraciones de Johan después del partido: «Me da igual el resultado, vamos a ganar la liga igual» resultaron ser proféticas. Pese a los 28 goles que marcó Van Basten en esa temporada, registro solo superado en Europa por el galés Ian Rush y que le valdría la Bota de Plata siendo aún un adolescente, la temporada del Ajax fue una cuesta abajo imparable con Cruyff como bestia negra: les eliminó en la Copa y les derrotó con dos goles en el partido de vuelta de liga, el que prácticamente sentenciaba el campeonato.

Van Basten ya era titular en la selección de su país y uno de los mejores delanteros de Europa. Las ofertas empezaron a lloverle, pero eran tiempos en los que los grandes equipos solo podían contar con dos extranjeros y no con quince, lo que les hacía ser algo conservadores a la hora de elegir sus fichajes. Marco estaba cómodo en el Ajax y más aún al saber que al año siguiente llegaría de nuevo Cruyff, ya retirado, a ejercer de director deportivo. La temporada fue excelente: otro título de máximo goleador para acompañar al campeonato de liga. Cruyff se cargó a De Mos al acabar el año y puso a Bruins Slot como títere para allanar su camino como entrenador la temporada siguiente, la mejor, por cierto, de la vida de Van Basten en Ámsterdam, la que le puso, ya definitivamente, en el disparadero internacional.

Marco Van Basten en un entrenamiento (Foto: Cordon Press)

Marco empezaba la temporada 1985/86 aún con 21 años recién cumplidos pero tres títulos de liga ya a sus espaldas. La espina clavada de la Copa de Europa no consiguió sacársela, pues el equipo volvió a caer eliminado a primeras de cambio frente al Oporto de Madjer y Futre, pero el juego del Ajax fue espectacular: hasta 120 goles marcó aquel equipo de ensueño encabezados por los 37 que anotó su joven estrella en tan solo 26 partidos. Una barbaridad y un espectáculo que, sin embargo, no sirvió para ganar la liga. El Ajax estaba haciendo un equipo de jóvenes prometedores con Ronald Koeman y Frank Rijkaard compatibilizando defensa y medio del campo y Van Basten y Van’t Schip como delanteros. Ninguno de ellos se acercaba a los 25 años.

El problema es que, silenciosamente, y al calor del dinero de la Philips, en Eindhoven se estaba construyendo un equipo menos glamouroso, más veterano, con un juego híbrido de ataque y defensa liderado desde el banquillo por Guus Hiddink y que acabaría birlándole el título esa temporada y de paso llevándose a Ronald Koeman en el verano de 1986, el mismo en el que Berlusconi no pudo esperar más y se lanzó al fichaje de Van Basten, el delantero que le faltaba para reconstruir al Milan desde la nada. Años después, como veremos, se le unirían Rijkaard y Gullit, formando uno de los mejores equipos de la historia.

El acuerdo con el Milan quedó firmado ese mismo verano pero no contemplaba la incorporación a filas hasta la temporada siguiente, en septiembre de 1987. Fue un año muy raro para el Ajax, que cogió una ventaja muy rápida en liga pero la fue perdiendo poco a poco por centrarse demasiado en Europa. Koeman se había ido, sí, pero apareció Aron Winter y con 17 años hacía su debut un jovencito rubio llamado Dennis Bergkamp mientras Rijkaard pasó a jugar de 4, esa extraña posición en el esquema de Cruyff que alternaba las posiciones de líbero y organizador.

Van Basten tuvo otro año espléndido, con 31 goles en 27 partidos. Su dominio del campeonato era total, pero las molestias en las articulaciones, especialmente en el tobillo, comenzaron durante esa temporada y el jugador llegó a un extraño acuerdo con Cruyff: no jugaría los partidos de liga cuando hubiera un partido de Recopa en medio. El acuerdo salvó la salud de Van Basten y su traspaso a Milán pero acabó con las posibilidades del equipo en liga, cediéndole el campeonato de nuevo al todopoderoso PSV. En Ámsterdam no pareció importar demasiado: ligas habían ganado muchas, pero títulos europeos, no tantos. Desde la Copa de Europa de 1973, el equipo no había levantado un trofeo continental y esta vez la Recopa se estaba poniendo a tiro. Tras eliminar al Bursaspor, vengarse del Olympiakos, imponerse al Malmoe in extremis y superar con suficiencia al Zaragoza en semifinales, el Ajax estaba de nuevo en una final y su rival no daba demasiado miedo: el Lokomotiv Leipzig, de la República Democrática Alemana.

Pocos días después de perder el campeonato de liga, los jóvenes ajacieds se enfrentaban a su gran reto, el que culminaba cinco años de formación conjunta, el mejor escaparate para demostrar que sus éxitos no eran producto solo del bajo nivel de la liga holandesa. Aquel día, Cruyff formó con su clásico 3-4-3: Menzo; Silooy, Verlaat, Boeve; Rijkaard, Wouters, Winter, Mühren; Van’t Schip, Robert Witschge y Marco Van Basten. Se preveía una goleada pero el partido fue infumable. A los 21 minutos, Van Basten marcó su sexto gol de la competición. Su último tanto con el Ajax tuvo un aire de familia con el primero. Contraataque por la banda derecha, centro medido y el delantero se anticipa a los centrales para cabecear al palo contrario. Gol de 9 puro obra de un jugador que desconcertaba por su repertorio y su capacidad de remate, incluyendo uno de los mejores goles de la historia: la tijereta que le metió al Den Bosch en partido de liga en noviembre de 1986. No se pierdan el vídeo.

A partir de ahí, el Ajax competió mal, sin saber si ir a por más o conformarse. Esos ataques de indefinición que le daban a Cruyff en sus primeros años. Los minutos pasaron y el Lepizig lo intentaba pero le faltaba talento. En el minuto 66 salía Bergkamp para completar un equipo recordado durante años. Menzo salvó un par de jugadas peligrosas y todo acabó así: 1-0, Cruyff manteado, el Ajax de nuevo campeón… y Van Basten rumbo a Milan con Rijkaard de la mano, aunque el centrocampista tendría que esperar un año más para debutar con Arrigo Sacchi, año que aprovechó para pasar por Zaragoza.

Marco Van Basten (Foto: Cordon Press)

El encuentro con Sacchi. El primer año en Milán

El primer año de Berlusconi en el Milan había sido anodino, que es lo peor que se puede decir de algo con Il Cavaliere de por medio. Después de hacerse con las riendas del equipo en marzo de 1986, los conflictos con el entrenador Nils Liedholm acabaron con el técnico en la calle y un jovencísimo Fabio Capello como interino. Bajo la dirección de Capello, el equipo consiguió remontar hasta ganarle a la Sampdoria un puesto para jugar la siguiente Copa de la UEFA después de empatar a puntos en la quinta posición, detrás del mítico Verona de los 80 y los clásicos Inter y Juventus. Como campeón, por primera vez en su historia, quedaba el Nápoles de Diego Armando Maradona, recién llegado de su exhibición en México y dominador absoluto de liga y copa.

El campeonato al que llegaba Van Basten no tenía nada que ver con el que dejaba en Holanda: nada de tecnicismos, nada de goleadas, nada de tiempos muertos. En 1987, prácticamente todos los buenos jugadores internacionales jugaban en Italia y ahí les hacían correr, vaya si les hacían correr. Tiempos de Conconi y asociados. Musculaturas sorprendentes y resistencia inagotable. En su primera temporada, Van Basten compartió estadios con Maradona, Careca, Laudrup, Völler o Rush. Platini acababa de dejar la Juventus y en los años venideros llegarían los Caniggia, Matthaeus, Klinsmann, Bergkamp y compañía.

El duelo Nápoles-Juventus, sur-norte, polarizaba el campeonato con intervenciones puntuales del Inter. El Milan no ganaba el título desde 1979 y la elección de Berlusconi para guiar su nueva nave fue sorprendente: un casi desconocido entrenador llegado del Parma y llamado Arrigo Sacchi. Fue una apuesta que cambió el rumbo del club y del fútbol contemporáneo. Sacchi rechazó la idea tradicional de defender en su área y subió la línea varios metros para ahogar al equipo contrario. Franco Baresi se convirtió en el eje del equipo: a un grito suyo todos subían o bajaban. El fuera de juego dejaba de convertirse en un recurso para convertirse en un arma central y los rivales caían una y otra vez. Al «achicar» así el campo, Sacchi conseguía que la presión fuera más sencilla. Para eso estaban los Ancelotti, Colombo, Evani, Donadoni… capaces de crear juego y a la vez destruirlo si era necesario.

Si el eje de atrás lo formaba Baresi ayudado por Filippo Galli, el de ataque giraba en torno a Ruud Gullit, el excompañero de Cruyff en el Feyenoord que había llegado también ese verano a Milán y que deslumbraba por su capacidad para estar en todos lados. Un jugador indetectable y a la vez ubicuo. En la delantera, Van Basten, y junto a Van Basten, el veterano Virdis —uno de los tres únicos jugadores mayores de 27 años, los otros dos eran Ancelotti y el portero Giovanni Galli— o el siempre eficaz Daniele Massaro. En ocasiones, Evani podía jugar también en esa posición o incluso Gullit ejercía de falso 9.

El debut de Marco fue el soñado. Primer partido contra el Pisa y primer gol, aunque fuera de penalti. Lo que se esperaba del chico. Ahora bien, pocas semanas después, se lesiona del tobillo y lo que parece un simple esguince se convierte en un problema que le tiene fuera prácticamente todo el año. En la temporada 1987/88 solo disputará 11 partidos, marcando tres goles. Sin embargo, su papel fue decisivo en la remontada que el Milan de Sacchi, tras un inicio lleno de dudas, le hizo al Nápoles de Maradona. De regreso con el resto del equipo en marzo, Van Basten marcó al Empoli el único gol de un partido clave en la jornada 25, manteniendo a su equipo a cuatro puntos y volvió a marcar en el partido que decidía la temporada, en un San Paolo lleno, antepenúltima jornada de liga —en total eran 30— y victoria 2-3 del Milan con doblete de Virdis para complementar.

Precisamente Virdis fue, para muchos, el mejor jugador de aquella temporada y ya había acabado como máximo goleador la temporada anterior, pero se trataba de un jugador limitado en lo técnico y con 31 años a sus espaldas, pedía un reemplazo a gritos. Sirvió para quitar presión a Marco en su primer año y ayudó a ganar la Copa de Europa el siguiente, pero ahí ya fue traspasado ante la imposibilidad de competir en un equipo muy joven y que superaría cualquier expectativa.

Con solo dos derrotas en 30 partidos, el Milan quedaba campeón de liga aunque todos lo atribuyeran al bajón del Nápoles. Su fútbol aún no enamoraba pero al menos ya se hacía notar. Berlusconi estaba contento, Sacchi respiraba aliviado ante tamaña presión. Van Basten sentía una espina clavada por su lesión. Una espina que se arrancaría apenas un mes y medio más tarde.

Marco Van Basten (Foto: Cordon Press)

El sueño holandés: La Eurocopa de 1988

Pese a su explosión en los años 70, Holanda llegó a la Eurocopa de Alemania en 1988 con sus vitrinas vacías. Doble finalista de los Mundiales de 1974 y 1978, con Cruyff y sin Cruyff, los holandeses se habían ganado fama de aplicados, divertidos, competitivos… pero poco fiables en los momentos clave de los campeonatos. La trayectoria de Marco Van Basten con la selección no había sido sencilla: debutó el siete de septiembre de 1983 ante Islandia, un cómodo 3-0 con goles de Gullit, Houtman y Erwin Koeman, el hermano de Ronald. No se esperaba mucho de aquel grupo por su extrema juventud, pero sus victorias consecutivas ante Eire (2-3, con dos de Gullit y uno del propio Van Basten a sus 19 años), España (2-1, con otro gol de Houtman) y Malta (5-0, con doblete de la otra «perla», Frank Rijkaard) le colocó a un paso de la clasificación. Lo único que tenía que pasar es que España no ganara por 11 goles de diferencia a Malta en el último partido. El resto es historia.

En cualquier caso, aquella generación iba en serio… o eso parecía. Pese a contar ya en el equipo con los Van Breukelen, Vanenburg, Van’t Schip, Koeman, Witschge, Gullit, Rijkaard, Van Basten… Holanda solo pudo ser segunda de su grupo en la clasificación para el Mundial de 1986, superada por Hungría, y caería después en el desempate con Bélgica, la selección que precisamente amargaría en México el sueño español en cuartos de final. En el partido de ida, Bélgica se impuso 1-0 y en el de vuelta Holanda solo pudo ganar 2-1. Van Basten no era de los favoritos del seleccionador y la verdadera estrella, curiosamente, era Wim Kieft, un delantero mucho más torpe pero que acabó como máximo goleador de la fase de clasificación.

Los dos años que pasaron entre 1985 y 1987 le hicieron mucho bien al equipo: el Ajax se estableció como referencia europea ganando la UEFA en 1987 y repitiendo final en 1988. El PSV, por su parte, ganó contra todo pronóstico la Copa de Europa de 1988 a base de empatar partidos y defender con todo. Eran dos estilos que se necesitaban el uno al otro: el espectáculo desmadejado del Ajax y el orden calculado del PSV. Además, Van Basten y Gullit ya habían dado el salto a Italia, Koeman tenía un acuerdo con el Barcelona, Rijkaard también se incorporaría inmediatamente al equipo de Sacchi y la tensión competitiva de los jugadores no tenía nada que ver con la de los chavales de las anteriores fases de clasificación.

Holanda se paseó en su grupo frente a la misma Hungría que le había eliminado camino del Mundial de México, ganando siete partidos y empatando dos. En total, anotó 23 goles en nueve partidos, con cinco obra de Ruud Gullit y dos de Marco Van Basten, incluido el decisivo en Budapest. Recordemos que buena parte de la clasificación la pasó el delantero del Milan lesionado del tobillo. Su puesto lo ocupó John Bosman, que se desató ante Chipre, marcándoles ocho goles en solo dos partidos.

Con un equipo formado por Van Breukelen; Van Tiggelen, Koeman, Rijkaard, Van Aerle; Mühren, Wouters, Gullit; Van’t Schip, Bosman y Van Basten, Holanda empezó la Eurocopa de Alemania como máxima favorita aunque con su estrella aún recuperándose de su lesión de tobillo, por lo que no pudo terminar el primer partido. Por entonces, la competición se dividía en dos grupos de cuatro equipos. Los dos primeros de cada grupo pasaban a semifinales y Holanda tenía unos rivales asequibles: Inglaterra, Eire y la Unión Soviética. El primer partido lo jugaron en Colonia frente a los soviéticos. Fue un desastre mayúsculo. Con Rinat Dassaev parándolo todo, los holandeses fueron un manojo de nervios que acabaron cayendo 0-1 con gol de Rats. Rinus Michels no podía creérselo y la prensa cayó encima como buitres anticipando un nuevo fracaso en el momento decisivo.

Para el segundo partido, ante Inglaterra, Michels introdujo varios cambios clave: Van’t Schip se quedó fuera de la convocatoria y Bosman se sentó en el banquillo. Como sustitutos, Erwin Koeman y Vanenburg. Aquello fue mano de santo: pese a los nervios iniciales, un gol de Van Basten al filo del descanso dio inicio a una auténtica exhibición: un hat-trick demoledor en apenas 31 minutos para inutilizar el gol de Brian Robson. El primero fue una obra de arte: Van Basten recibe un pase desde la banda de Gullit, acomoda el balón de espaldas dentro del área, se gira, regatea con un toque sutil a su defensor y cruza al otro lado de la portería de Peter Shilton. El segundo llega tras otro pase de Gullit, esta vez en profundidad, para que Van Basten defina con una velocidad endiablada, con la izquierda. El tercero lo marca a la salida de un córner, acechante en el segundo palo después de que un compañero peine en el primero para fusilar con su pierna buena, la derecha.

La conexión Gullit-Van Basten funcionaba a pleno gas, pero eso no serviría de nada si no ganaban a Eire en la última jornada y aun así difícil sería quedar primeros de grupo y evitar a la temible anfitriona Alemania en semis. Eire había ganado a Inglaterra previamente y había conseguido empatar ante la URSS, así que el empate le valía para clasificarse. Aquella selección irlandesa —como todas las que vendrían después— se basaba en la defensa continua, balón largo y tío de dos metros que bajara el balón para ver qué hacía con él. Rudimentario pero eficaz. Toda la sutileza de Holanda no sirvió para derrumbar el muro irlandés impuesto por Jackie Charlton y durante 82 largos minutos, los aspirantes a suceder a «La Naranja Mecánica» estuvieron fuera de la Eurocopa, eliminados en la primera ronda. Tuvo que ser Wim Kieft, la antaño estrella del equipo, el que salvara a los suyos con un cabezazo improbable lleno de efecto que batió al mítico portero Pat Bonner.

Marco Van Basten, a la derecha (Foto: Cordon Press)

Por los pelos, pero Holanda estaba en semifinales y, efectivamente, ahí su rival fue Alemania. Con Gullit como capitán y mariscal de campo, los holandeses se impusieron por 1-2 en un partido para el recuerdo jugado en Hamburgo. Alemania se adelantó en el marcador en el minuto 55 gracias a un gol de Lothar Matthäus y hubo que esperar hasta el 74 para que Ronald Koeman empatara de penalti tras un piscinazo de escándalo de Van Basten. El partido parecía dirigirse a la prórroga cuando, en el minuto 88, Wouters encontró un pase imposible en profundidad a Marco, que volvió a usar su zancada imbatible para superar a Kohler y batir medio cayéndose a Immel.

Así era Van Basten: podía guardar el balón si el equipo lo necesitaba, podía rematar de cabeza como el mejor, dominaba todos los primeros toques… y era imparable en carrera. Su actuación en la final ante la URSS y sobre todo el majestuoso gol por el que será recordado toda la vida, esa volea imposible al palo contrario de Dassaev tras un balón a la olla centrado por Arnold Mühren, le valieron el premio a mejor jugador del torneo y la primera y única Eurocopa que ha ganado Holanda en su historia. A finales de año, sorprendentemente pues había pasado meses lesionado, France Football le premió con el primero de sus tres Balones de Oro.

Los años mágicos: el 5-0 al Madrid y las dos Copas de Europa

Van Basten se fue de Milán como un cojo cuya carrera corría peligro a los 24 años y volvió como el mejor jugador del mundo. Cosas que pasan en el fútbol. La conexión que había mostrado con Gullit parecía imbatible y ese año se les unió otro holandés, Frank Rijkaard, quien, en un gesto táctico de Arrigo Sacchi, dejó de ser central para pasar a ser mediocampista defensivo, un movimiento que marcó época, pues el cambio a la inversa lo habíamos visto antes y lo vemos muy a menudo ahora: mediocampistas que por su fortaleza pueden jugar de centrales, pero lo de un central pasando a jugar en el centro del campo no era tan común y le dio un plus de físico al equipo que no tenía con Ancelotti como organizador.

El Milan mostró desde inicio de temporada un desinterés absoluto por la competición doméstica: eliminado en segunda ronda de la Copa de Italia y muy lejos del Inter en liga (los de Sacchi solo ganaron 16 de los 34 partidos disputados), todas sus fuerzas se centraron en recuperar la Copa de Europa después de 20 años exactos. Marco Van Basten tuvo un buen año en lo personal: marcó 19 goles en liga, que en Italia eran una barbaridad por la época, quedando como segundo máximo goleador de la competición detrás de Aldo Serena, empatado con Careca y justo por delante de la estrella emergente del calcio, Roberto Baggio, aún en las filas de la Florentina.

Sin embargo, el holandés se comportó como un tirano en Europa, donde anotó diez tantos en nueve partidos, incluyendo cuatro entre las semifinales y la final.

Fue precisamente en las semifinales cuando tuvo lugar el que probablemente sea el partido más recordado de la época gloriosa del Milan de Sacchi y «los holandeses». El rival era el Real Madrid, que estaba a punto de ganar su cuarta liga consecutiva y había caído en semis los dos años anteriores, ante Bayern de Munich y PSV Eindhoven. El Madrid era un equipazo. A la famosa «Quinta del Buitre» había que añadirle jugadores como Hugo Sánchez, Rafa Gordillo o Bernd Schuster. Sin duda, era el máximo favorito para ganar la competición, pero el primer partido en el Bernabéu ya fue una piedra de toque importante: el Madrid no estaba acostumbrado a ese ritmo de juego, esa presión, esa velocidad en la circulación de balón que permitía al Milan pasar de su área a la contraria en segundos. Algo parecido al Real Madrid de Mourinho.

Gullit y Marco Van Basten (Foto: Cordon Press)

Pese a todo, antes del descanso, a la salida de un corner y tras error de Baresi a la hora de tirar el fuera de juego, Hugo Sánchez marcaría el 1-0, un resultado excelente para los madridistas. ¿Se vino abajo el Milan? Todo lo contrario. Con Gullit jugando de todocentrista, los italianos empezaron a dominar el partido y se sobrepusieron incluso a un gol increíblemente anulado al propio Ruud. El empate llegó, cómo no, de la cabeza de Van Basten: un balón que llega desde ningún lado, sin peligro aparente y que el holandés remata en escorzo hacia atrás desde más allá del punto de penalti, bombeando la pelota lo suficiente como para que dé en el travesaño, Buyo se la coma y acabe botando dentro de la portería. Un gol improbable, maravilloso, que dejaba la eliminatoria de cara para los italianos.

Ahora bien, nadie imaginaba lo de la vuelta. Primero, porque el Madrid era un señor equipo. Segundo, porque en liga el Milan estaba jugando horrorosamente mal. Aquel 19 de abril de 1989 se juntó todo: desde el gol maravilloso de Ancelotti que abría el marcador hasta una nueva exhibición conjunta de Gullit y Van Basten. Enfrente, un equipo blanco que no ofrecía solución alguna, incapaz de llegar al área contraria, con Beenhakker apurando sus últimos días en el banquillo.

La temporada terminó como todo el mundo esperaba, con un nuevo doblete de Van Basten en la final ante el Steaua de Bucarest en el Camp Nou, partido que sirvió de homenaje al mítico Virdis, que jugó la última media hora antes de ser traspasado al modesto Lecce. La exhibición de Van Basten y el Milan les llevó a un nuevo triunfo absoluto en la votación del Balón de Oro. Si en 1988, Marco había superado a Rijkaard y Gullit; en 1989 volvería a triunfar, acompañado por Baresi y el propio Rijkaard.

La temporada siguiente tuvo de todo: la mejor versión del Milan volvió a eliminar al Real Madrid de la Copa de Europa, esta vez en octavos de final, y dominó el campeonato de liga durante siete meses hasta que empezaron a suceder cosas muy raras: al Nápoles de Maradona le dieron un partido ganado en Bérgamo contra el Atalanta pese a ir 0-0 por un lanzamiento desde la grada contra Alemao que el brasileño y sus cuidadores se encargaron de exagerar lamentablemente, como el propio presidente del Nápoles reconocería posteriormente. Milán y Nápoles llegaron empatados a la penúltima jornada y a los de Sacchi les valía la victoria ante el casi descendido Verona. Lo que sucedió fue un escándalo: a Van Basten le birlaron un penalti clarísimo y el árbitro se encargó de expulsar a tres jugadores milanistas, Marco incluido. El campeonato se había convertido en una cuestión de odio político, norte-sur, Milan-Nápoles, y el fútbol parecía haber dejado de importar.

En lo personal, Van Basten cumplió de nuevo: 19 goles en 26 partidos de liga y tres goles decisivos en la Copa de Europa: ante el Madrid en octavos, ante el sorprendente Malinas en la prórroga de la vuelta de cuartos y ante el Bayern de Munich en la ida de semifinales. A diferencia del año anterior, todo el pasaje del Milan fue un suplicio: para eliminar al Madrid necesitaron la ayuda de un árbitro generoso que pitó un penalti, precisamente sobre Van Basten, por una falta claramente fuera del área. Ante el Malinas, como decíamos, necesitaron la prórroga después de empatar a cero los dos partidos. En semifinales, contra el Bayern, más de lo mismo: prórroga después de que ambos partidos acabaran 1-0, idéntico resultado que les dio su segunda Copa de Europa en la final ante el Benfica, gol de Rijkaard en las postrimerías del partido.

Algo había cambiado: el Milan ya no era una máquina imbatible y los jugadores parecían sentir un cierto hartazgo táctico de Sacchi. Las cosas para el equipo y para Van Basten no irían sino a peor el siguiente año.

Marco Van Basten (Foto: Cordon Press)

El principio del fin: de Sacchi a Capello. Del Mundial 90 al tercer Balón de Oro

Después de ganar la Eurocopa de 1988, Holanda partía como una de las grandes favoritas en el Mundial de 1990 junto a Alemania y la anfitriona Italia. Poco se esperaba de Argentina, con Maradona medio cojo, y menos de Brasil, que había elegido a Lazaroni de técnico, apostando por una europeización del juego que defraudó a muchos de sus seguidores.

Holanda se clasificó primera de un grupo de clasificación que incluía a Alemania aunque su juego no enamoraba. Van Basten pasó casi desapercibido en toda la fase de grupos pero seguía siendo la gran referencia europea y se le esperaba, como en todas las grandes citas. Si alguien ha sabido aparecer cuando debía, ese ha sido el delantero de Utrecht. Además, la primera fase del Mundial les deparó unos rivales bastante asequibles: a sus viejos conocidos, Inglaterra y Eire, había que sumar la desconocida Egipto. ¿Cómo iba a tener problemas un equipo que contaba con Gullit, Van Basten, Rijkaard, Koeman, Roy, Winter, los dos Witschge, Wouters, Kieft, Vanenburg, Danny Blind o el mítico Van Breukelen?

Pues vaya si los tuvo. Su primer rival, Egipto, se adelantó en la segunda parte y solo un gol del eterno Wim Kieft pudo nivelar la balanza. Pésimo comienzo que se prolongaría en el segundo partido, un 0-0 contra Inglaterra. Llegaba Holanda a la última jornada con un gol en dos encuentros y la posibilidad de quedar eliminada si perdía o ser primera de grupo si ganaba a Eire. En la primera parte marcó Gullit pero en la segunda empató el gigantón Quinn. El resultado clasificaba a los dos equipos y dejaba fuera a Egipto así que así quedó la cosa… aunque el precio a pagar fuera un enfrentamiento con Alemania en octavos, una Alemania que había marcado 10 goles en sus tres partidos y que parecía el ogro de la competición tras las dos finales perdidas en 1982 y 1986.

La eliminatoria de octavos se vivió como una final anticipada y una revancha de las semifinales de dos años antes. Probablemente fue el mejor partido de Holanda, pero no bastó: en un partido marcado por el escupitajo de Rijkaard a Völler en el minuto 21 y la posterior refriega que dejó a ambos jugadores en los vestuarios, Alemania se adelantó por mediación de Jurgen Klinsmann y sentenció con un gol de Brehme en el 85. Ronald Koeman puso el 2-1 ya casi en el descuento, demasiado tarde para ninguna remontada. Holanda dejaba el Mundial sin ganar un solo partido y Van Basten no consiguió marcar ni un solo gol, algo que parece increíble mirado en perspectiva y que imposibilitó la consecución de un tercer Balón de Oro.

Aquel torneo fue el anticipo de un año horrible en el Milan, con molestias constantes en las articulaciones, partidos insulsos y una inferioridad manifiesta frente a la Sampdoria de Vialli y Mancini, en el mejor momento de sus carreras. Van Basten anotó tan solo 11 goles en toda la temporada y se vio involucrado en el gran escándalo de Marsella, el equipo que volvería a cruzarse más tarde en su carrera de forma fatal como ya hemos visto al inicio de este artículo.

La historia es la siguiente: el doble campeón de Europa, después de sufrir lo indecible para eliminar al Brujas, tiene que enfrentarse en cuartos de final con el Olympique de Marsella de Martín Vázquez y Bernard Tapie. En el partido de ida, jugado en San Siro, el resultado es de 1-1. En la vuelta, el Milan pierde 1-0 y el tiempo se acaba cuando de repente se apagan todas las luces en el Velodrome. Los jugadores se van a los vestuarios a esperar que se solucione la situación. Quedan pocos minutos para el final y el Milan está a punto de perder su primera eliminatoria en tres años. Cuando las luces vuelven, el árbitro está dispuesto a reanudar el partido… pero falta un equipo. Los jugadores y técnicos del Milan se quedan en el vestuario, convencidos de que han sido víctimas de una conspiración, que nada de lo que está pasando es casual.

Ante la negativa milanista, el árbitro suspende el partido y será la UEFA la que les castigue con un 3-0 en contra, la consiguiente eliminación y una sanción que les impedirá jugar en competición europea al año siguiente. Una pérdida de papeles impropia de un equipo campeón y que manchará este último año de Sacchi, quien, harto ya de la convivencia de cuatro años y, curiosamente, con solo una liga en su haber, decide dejar el equipo y aceptar la oferta de la Federación Italiana para encargarse de la selección de su país, a la que llevará a la final en el Mundial de Estados Unidos 1994.

Marco Van Basten (Foto: Cordon Press)

La horrible temporada exige cambios y los nombres de los entrenadores de prestigio llueven sobre los periódicos lombardos. Sin embargo, Berlusconi vuelve a recurrir a su hombre de confianza por excelencia, el mismo que le salvó en su primer año de presidente, aquel año sin holandeses, sin títulos y sin glamour alguno. El elegido es Fabio Capello, técnico de 44 años que solo tiene la experiencia como primer entrenador de aquellos pocos partidos de la temporada 1986/87. Obviamente, todos piensan que fracasará, para empezar su antecesor, Sacchi, quien asegura a la prensa que «se ha exprimido la plantilla al máximo y ya no queda nada».

Capello no pide gran cosa. Básicamente es un verano de continuidad: tenía claro que Van Basten sería de nuevo su estrella, algo en lo que Sacchi, cuya relación con Marco nunca fue del todo buena, no coincidía. Muchos apuntaron de hecho a los enfrentamientos constantes entre ambos como uno de los detonantes de la marcha de Arrigo pero lo cierto es que no era el único jugador con el que el técnico no se llevaba bien. Sus métodos obsesivos se habían hecho insoportables para la plantilla. Capello no es que se relajara demasiado en eso, pero al fin y al cabo era un exjugador, internacional con la selección italiana, y por lo tanto más capacitado para meterse en la cabeza del jugador.

Pese a la imagen que se tiene de él hoy en día, aquel primer Capello era un entrenador valiente, agresivo, que mantuvo la presión de Sacchi y la perfeccionó con una alternancia de marcajes en zona y al hombre que ahogaban al rival. El único gran fichaje de aquel verano fue el de Aldo Serena, para complementar a Van Basten y a Massaro. Simone se asentó en el equipo y Albertini empezó a jugar minutos de calidad. Junto a la explosión definitiva de Maldini, la consolidación de Rossi en la portería y la constancia de los veteranos Ancelotti, Baresi y Donadoni, aquel equipo, centrado solo en la liga, jugó el mejor fútbol que se recuerda en Italia. Un fútbol de otro mundo, de otra época.

Por primera vez en la historia, el Milan ganó la liga sin perder ni un solo partido: 22 victorias y 12 empates, con 74 goles a favor y solo 21 en contra. El cuestionado Van Basten se reencontró con su mejor forma y asombró a todos con su habitual combinación de controles, remates de primera, cabezazos, carreras explosivas… Marcó 25 goles y fue por tercera vez en su carrera el máximo goleador de la liga, con siete goles de ventaja sobre Roberto Baggio, ya en la Juventus.

A los 27 años, Marco parecía haber encontrado la madurez y se esperaba lo mejor de él en el futuro: lejos de la disciplina férrea de Sacchi, lejos de las lesiones de rodilla y tobillo. A finales de año y pese a la enorme decepción de la Eurocopa 92, en la que Holanda fue eliminada en semifinales por Dinamarca tras una tanda de penaltis en la que él fue el único jugador que falló su lanzamiento, Van Basten recibiría su tercer Balón de Oro como mejor jugador europeo. Aquel sería su canto del cisne.

Marco Van Basten (Foto: Cordon Press)

La agonía final. El maldito tobillo

El Milan empezó la temporada 1992/93 como dejó la anterior. Imparable. Al equipo se le conocía como «los invencibles de Capello» y llegaron a sumar más de 50 partidos sin perder un solo partido en liga. Aquel era año de Copa de Europa y había que recuperar el trono perdido dos años antes. Berlusconi puso toda la carne en el asador y se trajo a Boban, Savicevic, Eranio, De Napoli, Lentini —por entonces la gran esperanza del fútbol italiano y el jugador más caro del mundo— y sobre todo a Jean-Pierre Papin, balón de oro en 1991 y goleador impenitente.

Eran los tiempos pre-Bosman y viendo la plantilla, con seis extranjeros que se turnaban para jugar según los partidos, parece increíble que hubiera la más mínima química entre los jugadores. Los holandeses se sintieron desplazados, Papin no encontró su puesto y llegó a decir aquello de «Si el juego de Capello parece aburrido visto desde fuera, imaginaos si te toca estar dentro del campo», algo que al italiano no le sentó nada bien, como es lógico, y enturbió una relación que acabaría abruptamente al año siguiente. Pese a todo, el equipo arrasaba. En Italia y en Europa. Líder indiscutible de la Serie A e invicto en Europa —llegaría en la final aquel año ganando todos sus partidos con un balance de 23 goles a favor y uno en contra—, el único problema que se cruzó en el camino de aquel equipazo fue el tobillo de Van Basten.

Todo empezó con unas pequeñas molestias, parecidas a las del año anterior, pero Marco no le dio mucha importancia porque seguía goleando. De hecho, acabó la temporada con 14 goles en liga y 20 goles en total pese a disputar solo 22 partidos. Sus tres primeros meses fueron impresionantes… pero en un partido contra el Ancona ya no pudo más y tuvo que parar. Los médicos decidieron que pasara por el quirófano por cuarta vez en su carrera y dieron un período de recuperación de unos cuatro-cinco meses. Eso le dejaba fuera de la temporada y conforme continuaba el dominio del Milan en Europa, Van Basten se intentaba convencer de que podía acortar plazos y jugar la final, fuera contra quien fuera.

Se trató de un enorme error. Efectivamente, pudo reaparecer en abril y volvió a marcar, porque eso no se olvida nunca, pero la precipitación solo empeoró la lesión y las patadas de Desailly hicieron el resto. El tobillo le obligó a pasar de nuevo por el quirófano al acabar la temporada y a partir de ahí, sufrimiento, incomprensión y metas imposibles: no pudo jugar el Mundial de 1994 compartiendo estrellato con su excompañero del Ajax, Dennis Bergkamp y ni siquiera pudo volver a jugar un partido profesional antes de su homenaje en agosto de 1995 entre sus lágrimas y las de Capello. Como sabemos, solo tenía 30 años, una edad impropia. Su legado son las dos Copas de Europa, la Recopa con el Ajax, la Eurocopa con Holanda, sus tres Balones de Oro… y, lo más importante, que cada vez que sale un delantero que aúna contundencia y calidad técnica se dice de él «Recuerda a Van Basten». Pasó con Fernando Torres, con Lewandowski y pasará con muchos más todavía. Ahora bien, para ser como Van Basten hay que hacer todo esto que verán a continuación y eso, fácil, no parece.

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