Historias del Doktor Hammer, el fabuloso Gülesin, Landáburu y Rogelio
El gol de córner directo, el chaflán del balompié. Quizá la suerte más complicada del fútbol, lo más trigonométrico del deporte rey. Un gol que, a fuerza de ser tan complicado, no tiene muchos precedentes aunque sí una bella historia detrás. Por vieja, por curiosa y por vigente, que siempre son noticia (palabro con vocación de desaparecer junto al naufragio general del periodismo). De estos goles imposibles va el relato, donde el efecto desafía a la ausencia de ángulo en un reto digno del paranoide matemático y Nobel de Economía John Forbes Nash (Russel Crowe en el cine con Una mente prodigiosa, 2001) y sus entelequias numéricas sobre el cristal de las ventanas y decenas de pizarras.
Todo empezó por una prohibición, lo que suele motivar al ser humano a saltársela, en una norma infalible de la vida común denominadora de las personas y no solo del mito de la Ley Seca. Porque al principio del bello y longevo deporte del fútbol (ya va por su tercer siglo de existencia y no se adivinan piedras en el camino para que disminuya el frenesí) no valían según el reglamento los escasos, pero goles a fin de cuentas, que se conseguían de saque directo de córner. Como los de saque de banda, prohibición que perdura con el tiempo y que sí es lógica por propiciarse con las dos manos a falta de una, que a esto se juega mayoritariamente con los pies (Maradona podría refutarlo con La Mano de Dios aunque esa es otra historia…).
Porque no fue hasta los felices y locos años 20 (un 14 de junio de 1924) cuando la International Board (IB), algo así como el Tribunal de La Haya del fútbol pero más rápido y eficiente, dejó de considerar ilegales estos tantos directos al revisar el artículo 11 del reglamento. Así que empezaba una nueva era, un reto para los jugadores más técnicos: marcar desde el triángulo de cualquiera de las cuatro esquinas de un terreno de juego. Difícil, difícil. No solo por la falta de ángulo, no solo por la escuadra y cartabón que ejercen de bloqueos mentales y del sutil y necesario toque del esférico, sino que, por supuesto, el camino está empedrado de defensas y un portero que puede usar las manos cubiertas por guantes casi adhesivos como decisiva ventaja en su área. Tan difícil como La Fuga de Alcatraz.
El primer gol olímpico quedó retratado
Se tardó poco en dar con el camino a ese gol directo, hasta alcanzar los gozos el tirador y las sombras el portero. Fue en un Argentina—Uruguay amistoso (bueno, si eso es posible) disputado el 2 de octubre de 1924 en la cancha bonaerense del Sportivo Barracas, club que hoy en día malvive en la quinta y última división local, la Primera D. No hay más porque el abecedario acaba allá, como es bien conocido, en la D del Diego. Entre las calles Iriarte y Luzuriaga se ubicaba el recinto futbolístico más colosal de la época en Buenos Aires, con capacidad para casi 40.000 espectadores. Y el «football» ya le estaba comiendo el terreno al resto de deportes populares como el boxeo y hasta el remo. Se jugaba el clásico rioplatense, entonces, en el lugar donde había preparado con exhibiciones previas el púgil Luis Ángel Firpo, «El Toro Salvaje de las Pampas», el combate del siglo con Jack Dempsey en el Nueva York de 1923. Uno de los mayores atracos, por cierto, de la literaria epopeya que es el boxeo…
En ese Argentina—Uruguay nació lo que se conoce como Gol Olímpico, el directo de saque de esquina sin que lo roce siquiera una paloma cagona. Fue así. Al cuarto de hora, el lanzamiento del extremo izquierdo argentino Cesáreo Onzari se coló por el primer palo sin oposición del portero charrúa Antonio Mazzali. Ni se gritó en los graderíos, convencida la gente de su ilegalidad, hasta que el árbitro, el uruguayo Ricardo Vallarino, lo concedió. El partido siguió (venció 2—1 Argentina) pero ni concluyó, hartos los uruguayos del juego violento sufrido (a Adolfo Celli le rompieron la tibia y el peroné) y de todo tipo de lanzamientos e insultos por parte del público.
Una gran bronca final para el principio de una historia preciosa, la del Gol Olímpico, así llamado posteriormente porque los uruguayos eran entonces los vigentes campeones del torneo olímpico de fútbol, oro conquistado en los Juegos de París 24 y repetido en Ámsterdam 28. Y los uruguayos eran conocidos como «los olímpicos». La cara B, la versión anglosajona, otorga la autoría del primer gol olímpico, en cambio, a un escocés, Billy Alston, el 21 de agosto de este prolífico 1924 en un partido de la Segunda División de su asociación.
Hay un récord inaudito que permanece en el tiempo. Quizá aguante por desconocido, aunque no parece en absoluto sencillo siquiera de igualar. Se trata de marcar de córner desde cada una de las cuatro esquinas, allí donde ondean los cuatro banderines. Lo tiene todavía un futbolista alemán, Bernd Nickel, cuyo nombre no dice gran cosa hasta mencionar su apodo: Doktor Hammer (Doctor Martillo), en esa mezcla anglosajona de alemán e inglés para resaltar la potencia de sus disparos pese a su enjuto cuerpo de apenas 1,70 de altura. Nickel fue un as algo en la sombra del Eintracht de Fráncfort, donde militó del 67 al 83 aunque llegó a formar el recordado «glorioso triunvirato de la armonía» con los más renombrados Jürgen Grabowski y Bernd Hoelzenbein. Nickel marcó sus cuatro goles siempre en casa, en el Waldstadion de Fráncfort.
Nickel ganó con el Eintracht la Copa de la UEFA de la temporada 1979/80 y participó de una gira con la selección de amateurs de Alemania Federal por África (en Nigeria, Togo, Ghana, Costa de Marfil, Liberia y Senegal) que aún se recuerda. Como la derrota, también de la selección germana occidental, ante el vecino alemán «democrático» en los Juegos Olímpicos de Múnich (2-3), presagio olvidado de otro jarro de agua fría (0—1 con gol de Sparwässer —vaso de agua, literal—) en el Mundial absoluto de 1974.
El lanzamiento del colombiano Coll en Chile 62
Otro detallazo fue el del medio escocés del Celtic de los años 50 Charlie Tully, que marcó directo pero el árbitro le hizo repetir al considerar que lo hizo desde fuera del triángulo del córner. Sin problemas: lo volvió a meter en la repetición. En un Mundial de fútbol, la madre de todas las batallas, solo se ha conseguido un gol olímpico, el marcado por el colombiano Marcos Coll en Chile 62 contra la Unión Soviética. Luego está la leyenda del gigante turco de dos metros Sükrü Gülesin, al que se le atribuye la barbaridad de 32 saques de esquina directos anotados entre 1940 y 1955. No hay NO-DO de aquello, otro cuento quizá de Las mil y una noches. De hecho no hay ni registros estadísticos de sus primeras cinco temporadas eLtre el Besiktas y el Ankaragücü. Pero su biógrafo, el periodista Özgür Canbaş, insiste en la gesta.
También se debe rememorar al actual internacional noruego del Blackburn Rovers inglés, Morten Gamst Pedersen, por conseguir de juvenil seis goles en el mismo partido desde el ángulo de esquina, «a double hat-trick corner», una apuesta que supondría fácilmente levantarse un millón (o dos) de pavos de cualquier moneda de curso legal o no. Luego estuvo en los 70 el argentino Aníbal Francisco Cibeyra, ex de Boca y River, apodado «El loco de los goles olímpicos» por convertir tres consecutivos en clásicos Barcelona-Emelec en Guayaquil (Ecuador).
En España, dos especialistas se ganaron fama por su dominio de la suerte del gol olímpico, Rogelio Sosa y Jesús Landáburu, ambos a finales de los 70. Aunque hubo otros goles de aquella época para el recuerdo. Como el del peruano «Cholo» Sotil para el Barça en la inútil victoria 2-0 sobre el Niza en la primera ronda de la Copa de la UEFA 1973/74 (perdieron 3-0 en la ida y los azulgrana cayeron eliminados) o el del argentino Enzo Ferrero para el Sporting de Gijón en el 3-0 contra el Torino italiano en el debut europeo del mítico equipo de Vicente Miera.
El palentino Landáburu (Guardo, 1955) lució en sus dos temporadas en el Rayo Vallecano (77-79), al que llegó desde el Valladolid y donde reside actualmente como delegado de Entreculturas, una ONG jesuita para la Educación y el Desarrollo. Futbolista de talante siempre diferente, para empezar por su formación (es físico de carrera especializado en Cálculo Automático), Landáburu llegó a meter tres goles una misma campaña aprovechando las reducidas dimensiones del terreno de juego del peculiar estadio de Vallecas. Así lo recuerda para Jot Down Magazine: «Vallecas era un campo más estrecho y era una ventaja, así que mis lanzamientos desde la izquierda, desde el perfil de diestro, sorprendían a los porteros». «Yo tiraba fuerte a la portería con efecto hacia dentro con la primera esperanza de que con que solo peinara un delantero o incluso un defensa sin querer ya fuera gol. Y así, tirando directamente, conseguí marcar y hacerme popular entonces», añade Landáburu.
Marcó tres así, uno precisamente al Barça (con Johan Neeskens en el once culé), club que le tomó la matrícula y lo fichó posteriormente (79-82). Sus otros dos goles olímpicos fueron al Valencia y al Hércules de Alicante. Participó de aquél irrepetible Rayo «matagigantes», que en Primera División le ganó en casa a grandes del momento como el Real Madrid, Atlético, Athletic y Valencia y le empató al Barcelona y a la Real Sociedad de Arconada.
Landáburu también intentó, pero sin éxito, el gol olímpico en sus temporadas en el Barça y luego en el Atlético de Madrid (82-88), donde fue ídolo por su clase en la conducción de balón y su seguridad en los lanzamientos a balón parado, penaltis incluidos. Eso sí, recuerda que no volvió a marcar de córner pero sí que forzó un penalti en la final de la Copa del Rey del Atlético contra el Athletic de Bilbao en 1985: «Me salió el córner tan directo en la portería del fondo norte del Bernabéu que un defensa con la mano o el larguero —todavía hay polémica— sacaron mi centro y fue penalti que luego convirtió Hugo Sánchez». Ese zaguero era Pachi Salinas (entonces no había aún la costumbre del euskera y Alexanko, por ejemplo, era Alesanco y Bakero incluso Baquero).
Chus consiguió alcanzar una vez la internacionalidad, en enero de 1980, en un amistoso en Vigo contra Holanda (1-0) y con Ladislao Kubala de seleccionador, pero eso le valió un disgusto: «Eso me costó que, por las reglas de entonces, ya no podía volver a jugar con la selección olímpica y me perdí la Eurocopa de Italia y los Juegos Olímpicos de Moscú, que me hacían particular ilusión». Salió, como tantos otros, del Atleti de Jesús Gil por la puerta del juzgado de Magistratura y con despido improcedente por victoria.
El bético Rogelio, fallecido en 2019, es un mito del beticismo (62-78), esa religión tan dada a los altares y que tiene un presente y un pasado no necesariamente unidos a Lopera, el último patriarca. De esa etapa previa, en Jot Down Magazine se consiguieron unas declaraciones sobre el particular de Rogelio, La Zurda de Caoba, su apodo. Hasta diez goles olímpicos anotó Rogelio desde el perfil opuesto al de Landáburu, como zurdo (“del otro lado los tiraría con el hocico”), y superando el registro del jugador argentino Ernesto Juan «El Cococho» Álvarez en Colombia, quien marcó ocho dianas, las mismas que el ex madridista Dejan «Rambo» Petkovic.
«Sí, era especialista en goles olímpicos, pero no solo por tener, cierto es, habilidades para esto del toque preciso. Nadie nace sabiendo y lo mío fue por machacar y perfeccionar la cuestión, como en las faltas directas. Me ayudó mucho Ferenc Szusza (entrenador húngaro), que usó una zona libre de la parte del norte del estadio (antes de las obras actuales) para poner una pared con una diana. Y allí se quedaba el que quisiera al acabar los entrenamientos. Me gustaba intentarlo casi siempre y la afición decía que cuando me iba hacia el banderín de córner ya era medio gol. Pero yo sabía la verdad: eran mis colegas del gol norte del Benito Villamarín que soplaban y al revés. Por eso, además, siempre quise jugar en Tarifa, que allí es más fácil marcar por el viento y no hay que soplar jajaja», apuntaba un Rogelio que no podía evitar contener hacer un chiste a cada frase y que dudaba cuando se le mencionaba el supuesto récord de los 32 goles del turco Gülesin. «Eso no lo sabía yo, pero no puede ser, hombre, salvo en Tarifa, insisto». De memoria, en cambio, Rogelio no quiere equivocarse de rivales a los que marcó, «muchas más veces en casa que de visitante», y de los diez marcados recuerda al Salamanca y Castellón por rivales y «quizás» al Sabadell. Y, por último, otros datos de su receta «olímpica»: «La clave en el lanzamiento de córner es no tirarla fuera. Todo lo demás vale, hace su función, que es crear una ocasión. Y luego ya puede entrar solo al primer o al segundo palo».
Autor Rogelio, además, de otra frase legendaria: «Correr es de cobardes», en alusión a que en el fútbol, como asegura la máxima «cruyffista», debe correr el balón y no el jugador. También entre líneas se esconde la tópica esencia de cierta pachorra sevillana a causa del calor, el amor a la Feria, a la Macarena y a las cosas bonitas de la vida sin prisas…
Rogelio, que recibió ya en 1964 el Camarón de Plata del ayuntamiento de su pueblo natal, Coria del Río (Sevilla), fue campeón como suplente en la final de la primera Copa del Rey, la de 1977 en el Vicente Calderón contra el Athletic de Bilbao y ya lo dejó. Uno de sus regates, similar la ruleta de Zidane, recibió el calificativo de «la tostá» por parte del ingenioso periodista deportivo local José Antonio Blázquez, del ABC y sevillista, pero, ante todo, profesional en la loa, incluso en la de un bético. Esa particular guerra civil del día a día en la capital de La Giralda…
Blázquez fue inventor a su vez del término universal de Jugador Número 12 a la afición de un equipo de fútbol, para calentar un España-Irlanda de 1964 en el Sánchez Pizjuán.
A Rogelio, con la camiseta del «manque pierda», se le recuerda especialmente por un Trofeo Carranza (cuando los torneos de verano eran clásicos mundiales y no giras insulsas como ahora) en el que acabó con el Boca Juniors y el Benfica de Eusebio, así como por aquella vez que simuló ir a comerse un huevo duro que le lanzaron en el campo del Sevilla en un derbi fratricida.
Aquí (https://historicosdelfutbolcantabro.wordpress.com/2023/05/13/el-gol-olimpico/) uno de esos goles olímpicos ilegales de antes de 1924, anulado al Racing en un amistoso de 1916 contra los donostiarras del Esperanza en los Campos de Sport. Por cierto, el de Billy Alston ya ha quedado aclarado que no fue gol olímpico, sino de cabeza
Javi De Pedro marcó como mínimo 2.
Uno contra el Barcelona de churro:
https://www.youtube.com/watch?v=lqWCpy_kvBI
Otro contra el Salamanca mucho más bonito:
https://www.youtube.com/watch?v=RjMQvhJkvCM
Buen artículo.
Os faltó “Musti” Mujica (qepd) , que también era un consumado especialista, e igual por las dimensiones reducidas de Atocha, también logró marcar unos cuantos.