Rafael Gordillo (24 de febrero de 1957) nos recibe en la que lleva siendo su casa más de cincuenta años, el Estadio Benito Villamarín. «Hablamos de lo que quieras», sin problemas. Está fino y con ganas de hablar, dice. Quien fuera leyenda madridista y máxima institución bética, da nombre a la nueva ciudad deportiva del Real Betis Balompié. También es una persona muy respetada en la ciudad de Sevilla, por lo que son comprensibles los nervios. «Ya irá saliendo», dice para destensar.
Hablaremos un poco de tu vida, sobre todo como futbolista: del Betis, del Madrid y del retorno al Betis.
¡Y del Écija! Que se enfadan si no.
¿Cuánto pesa ser una leyenda de dos equipos, como el Betis y el Madrid?
A mí no me pesa, es una profesión en la que me puso Dios por el camino. Mi familia, sobre todo mi padre, siempre confió en mí. A mí nunca me ha pesado, como tal. Al contrario, siempre me ha gustado. Y se lleva bien, honestamente.
Sabes que eres famoso, que te debes a la afición, a los niños, y todo eso es bueno si te lo tomas de una manera sana. Si vas a estar despegado, contrario a las fotos y al cariño de la gente, entonces la cosa cambia. No es peso, es responsabilidad.
¿Y uno se acostumbra a esa responsabilidad?
Sí, también. Eres responsable de salir al campo, de coger el balón y de intentar hacerlo bien. Sobre todo, de agradar a la afición, que es lo más grande que tenemos. El día que jugaba mal, me sentía responsable. Esta era mi forma de pensar: no despegarme de mis actuaciones y somatizar un poco cuando tocaba hacerlo.
A mí no me valía con jugar al fútbol bien y ya está, yo tenía que darlo todo por la gente, por la afición que había venido a vernos.
Naciste en Almendralejo, pero allí estuviste dos ratos.
Sí, a los pocos días nos vinimos de allí. Hice el colegio aquí, en Sevilla, y aquí estuvo mi primer equipo de fútbol, el San Ignacio. Aunque recuerdo poco de ese equipo, fui a jugar allí porque estaban mis amigotes. Luego fui al San Pablo, donde jugué mucho más tiempo. Con ellos disputé el Trofeo Pedal, donde un amigo de mi padre, ojeador del Betis, me llamó para incorporarme a los infantiles con quince años.
Entonces, con quince, dieciséis años, uno no pensaba en ser futbolista. No entré muy temprano en la cantera del Betis, te diría que muy tarde. Pero es cierto que jugaba bien, tenía la genética de mi padre, que llegó a Segunda División con el España de Tánger, el Cádiz, Calavera, Ronda, Atlético Tetuán… Siempre digo que jugaba porque me gustaba, no pretendía llegar a nada. Cuando llegué al barrio del Polígono de San Pablo, jugaba con los mayores siempre. Ellos me elegían.
Cuando firmé por el Betis, estaba loco de contento por vestir la camiseta porque nunca pensaba en llegar a ser futbolista. Jugaba para divertirme, en los infantiles, pero pasé al juvenil. Ahí ya cambia la cosa porque sales en la prensa, hay fotos tuyas por ahí, se conoce tu nombre, y entonces piensas que por qué no intentarlo.
Luego acabo en el Betis Deportivo, con las ganas de intentarlo, y me meten en el primer equipo, que no pasa a todo el mundo. Ahí estoy a un paso, no me queda nada para conseguirlo. Entonces tenía dieciocho años, otra mentalidad, las cosas mucho más claras.
Tu padre fue el que más te animó a intentarlo.
Mi padre siempre me ha apoyado. Una vez me fui del Betis por un enfado que tuve, me metí a trabajar de mecánico, siempre he sido un poco rebelde. Sobre todo antes, tenía otra mentalidad. Me cabreé por los entrenamientos, porque el campo estaba muy lejos, en San Juan de Aznalfarache, yo qué sé. Y dejé el Betis por el taller, pero duré tres días. Tenía que levantarme a las seis de la mañana, llegar a mi casa a las ocho o nueve de la noche, lleno de grasa, habiendo comido fuera, así que le dije a mi padre que volvía al fútbol y se puso muy contento, él quería que yo me ganara la vida con el fútbol. Menos mal que me dejaron volver a la cantera.
Un rebelde.
Aquel día me entró todo lo que tuvo que entrarme, pero me readmitieron a los cuatro días. También me multaron mucho porque no dejaba de jugar en mi barrio con mis amigos. Nos citaban en el campo de entrenamiento a las nueve de la mañana, muy lejos, con lluvia, y decía que no podía ir por enfermedad. Les decía que iba a faltar porque había caído malo por la mañana y luego se enteraban de que, por la tarde, había jugado en mi barrio con mis amigos. Era más niño, otros tiempos.
En la temporada de tu debut (1976-1977), el Betis gana la Copa del Rey. Sin embargo, no puedes jugar la final.
Estando fino como para vestirme de corto, que es lo peor. Al empezar la temporada en el Betis Deportivo, juego con ellos un partido de Copa del Rey. Esa misma temporada, Rafael Iriondo me pasa al primer equipo y empiezo a jugar de titular. Desde el banquillo, desde el debut contra el Burgos, voy cogiendo minutos y acabo saliendo siempre de inicio. Pero claro, ni los extranjeros ni yo podíamos jugar en copa: yo porque ya había jugado con otro equipo y nos habían echado y los extranjeros porque, antiguamente, no los dejaban. Cuando el equipo se iba a jugar a la Copa del Rey fuera, nos quedábamos aquí Attila Ladinszky, Gerry Mühren y yo.
La final de Copa la tuve que ver a pie de campo, vestido de paisano, con los compañeros que nos perdimos la cita. Era un aficionado más. Y no me dio rabia, de verdad que no. Podrías pensar que estuve lamentándome por no estar en el césped, pero nada de eso. Yo era del Betis, un aficionado, estaba loco. Aparte de ser futbolista del Betis, es que llevaba siendo un aficionado toda la vida. Iba a la grada a verlos y ahora estaba a pie de campo con ellos ¡Esa era mi mentalidad!
Los primeros meses tuvieron que ser muy impactantes.
¡Que yo me sentaba con Rogelio, Benítez y García Soriano! Y Biosca, Cardeñosa, Bizcocho… aquello era más que un sueño.
Empecé de extremo, pero luego me paso al lateral. En el Betis Deportivo era extremo izquierdo, pero vamos a un partido con Esteban Areta a Almería y cuando da la alineación: «con el número uno, Fulano, el para dos Mengano… ¡el tres, Gordillo!» Me fui para el míster y le dije que no habíamos mirado nada, que cómo me ponía ahí. «Te he dicho que el tres, Rafael», me respondió. Nos colaron cinco por mi banda. Esa fue mi primera experiencia como lateral. No había mensaje ni nada, pues ahí lo tienes. Pero me fue poniendo más y ahí acabé.
El cambio de posición me costó, aunque lo que quería era jugar. De lo que hiciera falta. Me daba igual de lo que fuera, aunque normalmente tenía mi ubicación en el campo más clara. De extremo iba bien de cabeza y tenía gol, pero tampoco era un crack. En el uno contra uno, sin embargo, si tenía espacio, llegaba sobrado por potencia.
Siempre dijiste que te irías del Betis cuando el club te lo pidiera. Siempre. Desde muy joven.
En el 77 empiezo y digo que haré lo que mi club me pida. Ellos tenían los antiguos derechos de retención, además. Qué iba a decir, aunque con el paso de los años sí iba pidiendo que me subieran la ficha. Si me quería el Madrid y el Barcelona, lo normal era que me arreglaran los contratos y me subieran el sueldo.
Cuando me voy del Betis, no quería hacerlo en ese momento. De verdad, ya tenía veintisiete años. Me llega a coger con veinticuatro, antes, y me hubiera apetecido mucho más la experiencia de jugar en el Real Madrid. Pero ya llevaba mucho en el Betis, tenía tres niños, mi mujer, irme a Madrid era lo último que quería.
Conocía todo de Madrid y del Madrid porque tenía muchos amigos en la selección, pero no quería marcharme. Sin embargo, el Betis tenía un problema económico que yo no conocía tan profundamente. En esa época, el derecho de retención se había terminado, tenía que renovar con el Betis y yo pedía al club negociar. Si querían venderme, recibirían la parte del derecho de formación. Pero no me dejaban negociar, no querían.
Estuvimos tres días en la Cafetería de los Reyes y en el Paseo Colón, negociando. Si les pedía una cantidad de dinero, ellos me ofrecían menos. Cada vez menos, así. Hasta que les dije: «¿Me vais a ofrecer menos de lo que gano actualmente? Me marcho». Yo no sabía nada de lo que estaba pasando, claro.
El presidente y vicepresidentes, Gerardo Martínez Retamero, Juan Salas y Paco García de la Borbolla, que en paz descanse, no querían renovarme. Cuando me expira el contrato, nadie en el club me ofrece nada y el Madrid se entera de que el Betis no me quiere. ¿Qué ocurría? Que la directiva se había avalado con patrimonio personal y tenían que recuperarlo.
Y se complica todo mucho más.
Entonces fue cuando me quedé sin equipo y me llamó un compañero del Madrid que me dice que Mendoza conoce mi situación y que quiere verme. El Betis se entera de que el Madrid me quiere y, como no eran tontos, quieren negociar el derecho de formación y promoción.
Ramón Mendoza me quería firmar tres años y me levanté y me fui. Tres años no firmaba yo, me daba igual la ley que tenía el Madrid de que, a partir de los treinta, no te dan más años. Yo tenía veintiocho, pero qué más daba. Luego podían renovarme, pero yo quería más de tres. También estaba el inconveniente de que Mendoza no quería pagar al Betis, pero yo le dije que algo tenían que llevarse. Cuando acordé cuánto iría para ellos y resolví los años de mi contrato, los directivos del Betis me dijeron que no estaban de acuerdo y que no firmaban. Tuve que denunciarlos.
¿Qué pasó con todo eso que estoy contando? Que yo era ajeno a todo, ¿por qué no me dejaron en el Betis si yo no me quería ir? Porque habían avalado cien millones de pesetas con el Banco de Andalucía y debían veinte de intereses. Eso no lo sabía, por eso no me quisieron dejar, porque ellos querían recuperar su dinero, que habían avalado con patrimonio personal. Se avalaron personalmente. Debían dinero de intereses. ¿Cuál era la solución? Largarme.
Al final, recogieron por mí ciento sesenta y pico millones de pesetas. Cuando ellos debían ciento veinte. Supongo que se repartirían el pico que quedó. Del aval aquel me enteré después del juicio.
¿Cómo recuerdas aquellos años en el Betis? En lo deportivo.
En mi primera etapa como jugador del Betis, pasé mi peor momento como futbolista. Bajar a Segunda División fue lo peor que viví en mi club. Teníamos un equipo muy bueno, además, había ganado la Copa del Rey y con grandes jugadores, pero tenían que haber retocado un poquillo al equipo.
Y no se hizo. ¿Cómo funcionaban los vestuarios en aquella época? ¿Los jugadores importantes decíais al presidente a quién había que comprar?
Nunca, eso nunca. Conocíamos muchos futbolistas, pero nunca he visto a un compañero decirle al presidente «usted debe traer, usted debe vender». Ahí estaban los secretarios técnicos. No había lo que preguntas.
De todas formas, subimos sin problemas en la temporada siguiente. Estuve encantado en aquella época, lo que me gustaba era jugar y lo hacía siempre. Iba a la selección, además, imagínate el lujo de vestir ambas camisetas. En el Betis he jugado mejor que en el Madrid, siempre lo he dicho, mejor que en ningún lado; de suave, de nivel, porque en el Madrid eran todos muy buenos. Y no es que fueran malos aquí, pero sí jugaban más conmigo, me echaban más el balón e intervenía más en los partidos. En el Madrid, había partidos en los que podía estar cinco minutos sin tocar el balón. En el Betis, además, entraba mucho en el juego ofensivo. En el Betis es donde he jugado bien, bien, bien, sin duda.
Cuando se hablaba por primera vez de tu salida, un aficionado saca una pancarta en un partido que dice: «Fuera directiva si se va Gordillo»
Cuando estaba Luis de Carlos en el Real Madrid, sí que estuvieron a punto de venderme. Aquí teníamos a Juan Mauduit, que fue el primero en decir que iba hacia adelante con mi venta. Lo que pasa es que Pepe León Gómez se entera y lo comunica a la prensa y la gente se vuelve loca: las peñas amenazan con no sacar el carnet, los aficionados protestan. En esa época tenía veintitrés años, me venía mejor, pero aunque yo quisiera irme no podía hacerlo porque seguía vigente el derecho de retención.
¿Cómo te definirías como futbolista? Yo no te vi.
Yo era lo que ahora llaman un carrilero, como Jordi Alba o Roberto Carlos. No explotaba en los metros cortos, pero sí era veloz en carreras largas. No me consideraba torpe con los pies, podía regatear e irme del contrario. Marqué goles, además, iba bien de cabeza. Un gol es lo más bonito que existe en el fútbol, es lo máximo. Además, también me gustaba darlos y asistir a mis compañeros. No era un lateral agresivo ni buen defensor, pero si me defendía bien con la cabeza, despejaba bien. Con los pies me costaba más, pero era ligero y llegaba corriendo a por los rivales que se me iban. Poco a poco fui aprendiendo.
De la actualidad, ¿algún jugador que se te parezca o en el que te reconozcas?
Te iba a decir Álex Moreno, pero él es más rápido que yo. Sin darle tan fuerte al balón, Roberto Carlos. Pero yo no le pegaba al balón así ni muerto, hablo por estilo. Fran García, del Rayo, o Jordi Alba, también me gustan mucho, o Javi Galán. Son jugadores que aprovechan bien los huecos, entran y dan asistencias.
Miguel Muñoz decía que irías a la selección mientras te mantuvieras en pie y Gullit que merecías el Balón de Oro. ¿Te faltó mejor prensa?
La prensa y la afición me han tratado siempre bien. En el Betis era un ídolo, siempre estaba en el periódico. En Madrid mucho menos, claro. Allí había uno llamado Emilio y de apellido Butragueño, los demás estábamos por debajo y era así. No tengo quejas del trato en ningún equipo, era distinto y ya está.
En Madrid yo era un currante más, corría como un loco y no participaba tanto. Se lo dije a Dani Ceballos cuando se fue de aquí: «El día que no te salgan bien las cosas en Madrid, corre». Le dije que usara su estilo y que, si le salía bien, se partiera la cara, pero si no, que corriera como el que más. En el Bernabéu hay que vaciarse, aunque juegues mal.
A mí me pasaba, cuando creía que el siguiente balón que tocara no se la iba a dar al rival y volvía a hacerlo, si no era mi día, me ponía a correr como un loco.
Partirte la cara te ha llevado a los Mundiales. España ’82 y México ’86, ambos llenos de magia.
Pero fueron mundiales distintos. Primero fuimos anfitriones y luego un buen equipo. En el Mundial de España se equivocaron con la preparación. Teníamos la sede en Valencia y el stage previo lo tuvimos que hacer en las montañas de Barcelona para que la sangre tuviera más oxígeno… no sé. Teníamos un frío tremendo, con gorros. Me acuerdo de que esa minipretemporada, de ocho o diez días, nos mató. Cuando nos bajaron a Valencia, estábamos tiesos. Fuimos cansados al Mundial, todo el equipo. Llegábamos como uno de los equipos grandes y nos pasaban por encima. No sé si solo era por eso o también por nivel, pero no estuvimos a la altura.
En México tuve mala suerte, me lesioné a las primeras de cambio y no pude jugar contra Brasil, cuando el famoso gol de Michel. Ahí era yo titular, pero había pillado la venganza de Moctezuma. Así se le llama a una especie de virus que coges al llegar allí. Lo cogimos cuatro o cinco, todo el día vomitando, con suero… nos poníamos. Estuve fatal, tumbado en el suelo, de un lado, de otro, repanchingado, desesperado por encontrar una posición para vomitarlo todo y encontrarme mejor. Nada, no pude jugar. Contra Irlanda sí, pero me pegaron en un callo que tenía en el peroné y me lo fisuraron. Aunque no lo sabía por aquel entonces, los de la selección me decían que era muscular del tobillo.
Entonces contraté al fisio de Dinamarca. Estábamos en su hotel, fue gracioso. Les ganamos y todo, después, pero antes les habíamos potreado el hotel, con lo a gusto que estaban con sus parejas allí: les rompimos el billar, lo mareábamos todo. Un show. Pensarían que estábamos locos. Allí conocí a un fisio que había recuperado a un jugador del tobillo, algo muscular, parecido a lo que llevaba yo. Sin que lo supiera la federación, lo contraté y empezó a darme unos masajes especiales. Duraban todo el día, no creas. Así llegué a entrenar con la selección pero, cuando me pedían que diese con la punta de la bota en el césped, me seguía doliendo. El fisio me dijo que lo suyo estaba curado, que eso era óseo. Efectivamente, lo era. Y no pude jugar casi nada.
La selección jugó bien. Nos echó Bélgica en penaltis, pero teníamos para hacer muchas cosas. Ahí jugamos muy bien.
Después llega la anécdota de Gullit, que dice que mereces el Balón de Oro más que él.
Todavía estoy invitándolo a cervezas por aquello [Risas]. No, es broma. Nunca hemos coincidido, con otros compañeros suyos sí. El día que lo vea le daré un abrazo, me sentí muy orgulloso cuando dijo aquello. Tenía mucha clase, hemos jugado enfrentados, un jugadorazo. La verdad es que no cupe en mí alegría.
Ahí ya estabas en el Madrid. Antes de ficharte, el Barcelona los vapulea en liga. ¿Cómo fue la llegada después de aquella derrota?
Lo pasé mal. Tenía que buscar casa, no estaba acostumbrado a vivir fuera de Sevilla, me traía a mis hijas y mi mujer a cada rato. Lo pasé muy mal hasta que encontré mi casa y vinieron mis padres y mi familia. La ayuda por parte del Madrid fue impresionante, sobre todo de los amigos que ya tenía allí: Juanito, Camacho, Gallego, Michel, Butragueño, Santillana… pero los primeros meses me costó. Echaba mucho de menos la Feria de Abril, la Semana Santa. Pero bueno, es lo que había y tenía que aclimatarme.
El Madrid de las remontadas.
Sí, sí. Mis compañeros estaban como cabras, te lo juro. Allí solo se habla de ganar, no hay otra posibilidad. El club te dice: «Mire usted, aquí hay que entrenar, jugar y ganar. El resto depende de nosotros, hasta su familia». Esto lo he escuchado allí treinta mil veces.
Con las remontadas, la primera que yo viví fue cuando ganamos la UEFA, contra el Borussia Mönchengladbach, allí nos meten un 5-1. Yo meto el gol y, además, me expulsan. La primera vez que me pasó. El que me marcaba a mí, no recuerdo quién era, estaba peleado con Santillana. Nos estaban ganando y se estaba riendo de él cuando le tira un escupitajo a mi compañero. Lo vi venir por el lado y le tiré otro ¡pá!, pero no le doy. Con la mala suerte de que, el que estaba justo enfrente de mí, era el árbitro. Roja directa. [Risas]
Pero imagínate cómo estaba en el autobús: nos meten cinco, la primera vez que me expulsan y en el Real Madrid… Me puse al fondo del todo, tirado. Era un cadáver allí. Entonces veo venir a Camacho y a Juanito subiendo cuando empiezan a gritar: «¡Vamos a ganarles allí y le vamos a meter todos los que podamos y más! ¡Me cago en los muertos! ¡Vamos a por ellos!» Así se llevaron quince días, en cada entrenamiento: «¿Tú qué vas a hacer? ¡Le vas a dar a este y al otro, coño!» En el túnel de vestuario, en la vuelta, recuerda cómo es el pasillo del Madrid, con la reja de cuadros. Estábamos allí, antes de que llegaran los árbitros, y ya estaban llamando hijos de puta a los alemanes. Empezaron a escupirles, insultarlos. Estaban cagados, en ese partido hubo entradas criminales. No de roja, de cárcel. Además, nos tocó un árbitro caserito. Fue una locura. Y remontamos.
Esa es la mentalidad ganadores que tienen allí. Así siempre, con un veneno por ganar tremendo. En el Betis yo jugaba para disfrutar, encantado de la vida; en Madrid solo valía ganar.
Te impresionaba el nivel de los compañeros.
Eran todos buenos. Joder, es el Madrid. Hugo Sánchez, que es lo más bestia que he visto en un campo de fútbol; el Buitre, que era una máquina de marcar goles. Aunque, para mí, el mejor de la Quinta era Martín Vázquez. El más elegante. Eso no quiere decir que fuese superior a los demás, ahí estaba el resto: Sanchís, Michel…
¿Y la UEFA aquella se celebró? Dices que con las ligas no se iba a Cibeles.
Te alegrabas, claro, pero sin volverte locos. Yo les decía siempre que, si ganábamos una liga o algo, que nos fuésemos dos semanas por ahí, pero nada. Teníamos cosas puntuales: Ayuntamiento, comida de equipo y chimpún. Si ganas cinco ligas seguidas, la tercera ya casi que ni se celebraba.
Con la Quinta del Buitre y la Quinta de los Machos
La Quinta de los Machos fue un invento de Hugo Sánchez, que estaba picado por no tener la fama del Buitre. Si Emilio daba dos asistencias y metía un gol, y Hugo metía tres, en las portadas salía Butragueño. Eso le quemaba a Hugo.
Para mí, Hugo era lo mejor que teníamos. Era nuestro gol. Esa quinta la saca él para estar a la altura. Nos metimos Maceda, él, Fernado Mata, nuestro preparador físico, alguno más y yo. Pero nada, por hacer la gracia. Yo no tengo Quinta ninguna, yo soy del Betis.
Una historia que me encanta es cuando te vas a la Feria de Abril y te pilla el gerente del Madrid.
Oh. [Risas] Como te he dicho, echaba mucho de menos mi tierra y en las fechas de la Feria nos habían dado permiso. Le dije a mi mujer que podía viajar y que cogiera los trajes de flamenca. Nos fuimos con los niños, mi hermano y mi cuñada. Todos. En época de Talgo, seis horas. Llego a tener AVE en aquella época y hubiera bajado todos los fines de semana. Además, los aviones no los cojo así por así, me pongo malo.
Cuando llegué de vuelta a Madrid, me llama Ramón Grosso porque don Manuel Fernández me quería su despechado. «Gordi, sube cuando puedas». Un gallego serio, con su peluquín. «Usted sabe que, para salir de Madrid y de este club, debe pedir permiso y llamar», me dice. Le respondí que no podía porque no tenía teléfono. «¿Dice que lleva dos años aquí y no tiene teléfono?». Que no, don Manuel.
Y ya me pregunta lo inevitable: «¿Usted se ha ido a la Feria de Sevilla?» Sí, don Manuel, le digo. Llevábamos mucho tiempo sin ir y me hacía ilusión vestir de flamenquito a los niños, ver la feria. Y él, que no se podía reír conmigo porque perdía la discusión, me puso una multa de veinticinco mil pesetas. A lo que le respondo: «Si llego a saber que es esa cantidad, me quedo tres días más». Y me echó del despacho antes de romper a reír. Ellos tenían todo controlado, lo sabían todo.
En Madrid no ganaste la Champions, pero sí muchas semifinales. Os cruzasteis mucho al Milán de Sacchi.
Nos decían que el Milán de Sacchi era la bestia negra del Madrid. Pero no, era la bestia negra de todo el mundo. Recuerdo marcar a un tal Colombo. A mí me echaban la pelota por el lateral y, cuando me daba la vuelta para ir hacia adelante, tenía a tres tíos encima. Fueron los inventores de la presión. Nos ganaban por derecho, pero en la semifinal contra el PSV tuvimos mala suerte. Se llevaron la copa luego, pero pudimos ganarles. Fallamos en el Bernabéu, 1-1, y empatamos también allí. Hugo y el Buitre fallaron lo más grande y veníamos de eliminar a los más grandes.
Con 34 te marchas de Madrid. Llegaste con pereza. ¿Mereció la pena?
Sí, te habitúas. Pero teníamos la mentalidad de volvernos a Sevilla, de todas formas. Me firmaron cinco años y luego dos más. No vivíamos en Madrid capital, me fui a Majadahonda, pero te acostumbras. Lo pasé muy bien allí.
¿Fuiste buen embajador del Betis y de la ciudad de Sevilla?
El Betis siempre estaba en mi boca. Cuando jugábamos por ahí, volvía al vestuario y preguntaba cómo había quedado mi equipo. Michel se alegraba conmigo. Lo peor que me ha pasado en la vida ha sido meterle tres goles al Betis, pero había que ser un profesional.
Entonces, cuando vemos a aquellos jugadores del Madrid en la Feria de Abril, ¿es culpa tuya?
Una vez cogí con ellos el avión privado del dueño del Restaurante La Dorada. Vinimos Camacho y yo con nuestras mujeres, Juanito solo, y nos vinimos a la Feria. Nos gustaba, sí. Echábamos buenas tardes, sin duda. Lo dejamos ahí.
Vuelves al Betis, donde has ocupado casi todos los cargos. ¿Cómo se explica ese amor?
Es complicado. Con todo lo que me ha dado el Betis, que es más de lo que yo le he dado a ellos, es difícil. Yo salía para divertirme, y la gente me ha dado todo. Salía muy feliz a jugar, nunca me costó ponerme la camiseta. He jugado con mis ídolos ¿hay algo más grande?
Cuando volví, salía siempre que podía para agradar a la afición. Esa era mi mentalidad, siempre Betis. Allí, en Madrid, solo hablaba de mi equipo. Llegué aquí con dieciséis años, ahora tengo sesenta y seis y sigo así.
Después llegué de nuevo, pero no para ser presidente. Me llamó la jueza para echar a los que estaban arruinando el Betis, pero no para presidirlo. Juan Manuel Porrúa, que ya falleció, fue mi compañero como administrador judicial. Me dijo que fuera presidente y le dije que no, que no era estudioso ni tenía el perfil. Yo había sido jugador, no estaba formado para gestionar un club como este. Pero, cuando murió Juan Manuel, me decidí a dar el paso. Por él, porque decía que no había nadie mejor que yo para presidir el Betis.
Me jugué mucho en el puesto. Si no llegamos a subir la temporada que yo llego, imagínate la que se hubiera liado. Pero subimos, por suerte. Y cada vez estamos mejor. Por el Betis había que arriesgar.
No olvidamos al Écija.
Por favor, no. Cuando me retiro, lo hago porque siento que ya no me quieren. Ni Serra Ferrer, por edad y veteranía, ni Lopera. Especialmente Lopera, que no me ha querido nunca.
Pero yo tenía fútbol, lo sentía así. Se lo decía mucho a Joaquín: «Hasta que dejes de sentir que te queda fútbol, sigue». Me fui a Matalascañas y empezó la pretemporada, y veía en los periódicos a mis compañeros. Estaba amargado, me cambió el carácter y lo pagaba con mi mujer y mis hijos. Estaba muy irritado, me faltaba seguir jugando y entrenando.
Entonces el Écija sube a Segunda División y Gregorio Conejo, directivo del Betis y que en paz descanse, viene a por mí. Esto no lo sabe Lopera, se va a enterar cuando lea esto, pero trae a al presidente y vicepresidente del Écija a las puertas de mi casa para convencerme de que vuelva a jugar. Sin saber yo nada. Se entera Lopera de esto y la lía.
Les dije que estaba retirado; que, si volvía al fútbol, me mataban los béticos. Además, a mi mujer ya le había dicho que me retiraba. Los directivos y Gregorio nos invitaron a comer por la noche, a mi mujer y a mí. Cuando llegamos, tardaron un segundo en convencer a Isabel, mi mujer. Ella dijo que si así me iba a mejorar el humor, que me fuera a Écija. «Yo no lo aguanto, lleváoslo», dijo. Aunque estaba tieso como la mojama, pero hice lo que me pedía el corazón y demostré que podía seguir jugando al fútbol.
Allí volví a empezar. Cada uno teníamos nuestra mochila con la ropa de entrenamiento, ni utilleros ni nada. Como en los inicios. Se llevaban una neverita con botellines y yo con mi Gatorade. Así estuve, volviendo a estar a dieta para vestirme de corto. Estuve contentísimo allí, muy agradecido.
Y eso que anunciaste la retirada.
¡Hasta partido de homenaje! Con carteles y todo. Me la jugué por volver a jugar al fútbol. Y en segunda división, no se me caían los anillos. Estuve con un grupo de trabajadores estupendo, no me arrepiento en absoluto. Luego me quedé allí de directivo varios años. Lo de director deportivo llegó años después, cuando el equipo lo compra Roberto Ríos. Allí coincidí con Nolito, lo vendimos al Barça. Hablamos con Guardiola para que lo mandaran al filial. Se llevaron a Solano y a Nolito. Solano tuvo una lesión de rodilla y no llegó a más.
De entrenador nada.
Nunca.
¿Cómo ves el fútbol de ahora? Estarás rodeado de chavales que quieren ser como tú.
Cuando yo estaba, todo era distinto: medicina, césped, alimentación, ropa, hábitos, todo. Hasta la manera de arbitrar. No soy contrario al VAR, aunque hay que unificar criterios. Estamos viendo un fútbol raro por culpa de los jugadores. Se lo ponemos difícil a los árbitros porque se finge mucho.
A los chavales les digo que tienen muchas más oportunidades. Antes era complicadísimo salir de la cantera, hoy en día menos. Tienen que aprovechar cada opción que tengan, tienen que insistir y hacerle caso a sus entrenadores; que mejoren cada día. Con treinta y tantos años, si fallaba un centro, al entrenamiento siguiente me ponía a centrar.
¿Guardas camisetas?
Uf, dos baúles. Mi madre guardaba todo, tengo una sala de trofeos gigantes. Tengo de todo, sobre todo camisetas. Del Betis tengo pocas, en mi primera época no podíamos cogerlas. Si no jugaba, además, no cambiaba la camiseta. Me quedaba la mía. Ahora he donado muchas al museo del club, un experto las estudia y me dice de dónde son y todo.
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En serio y con todo el respeto posible al chico ¿Cómo ponen a un entrevistador que no ha visto jugar a Gordillo?
El jugador se retiró en 1996 no en 1966 y me parece una falta de respeto al entrevistado tener a alguien que no lo vio cuando hay magníficos profesionales en Jot Down que lo conocen de sobra y lo vieron en directo.
Creo que es un grave error porque así la entrevista es mecánica y falta de profundidad.
Pues a mí me ha encantado. Ha dejado hablar al Gordi, se le ve suelto y con ganas de contar cosas. Aunque los béticos mayores lo sepamos ya casi todo de él, una panorámica profesional estupenda y amena. Enhorabuena
Me llama la atención que no se comente que no ha habido jugador en España que la centrará desde la banda como él, con un estilazo además
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