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Rafa Alkorta: «El que inventó el nombre de cola de vaca me tiene frito»

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Nunca titubea cuando contesta. Desenvuelto y ocurrente, entre pregunta y pregunta te observa con su mirada acerada, como radiografiándote las intenciones. Rafael Alkorta Martínez (Bilbao, 1968) posee el liderazgo tranquilo que acarrea la seguridad en uno mismo. Criado en el barrio obrero de La Casilla, este cachorro de Lezama se fogueó entre los campeones del Athletic para, contra su voluntad, acabar viviendo la transición de la Quinta del Buitre al Real Madrid preSéptima de Capello, donde erigió una pareja icónica junto a Hierro y cosechó una Supercopa y dos Ligas. «Humanamente admirable», le definió una vez Valdano, quien subrayó asimismo su naturaleza ganadora y capacidad de mando. Regresó a casa en cuanto pudo ya transfigurado en león y, aunque el final fuera feo, en el interludio conquistó su singular Champions colándose en Europa con los leones. Puntal de la controvertida selección de Clemente, no olvida la imagen de Luis Enrique sangrando en el vestuario de Foxboro; qué habría ocurrido si no se hubieran reído de nosotros, se pregunta todavía. De Hugo Sánchez a Ronaldo Nazario, este central raudo e intuitivo, con orígenes de extremo goleador, plantó cara a los delanteros más bestiales de los 90. Alkorta reconoce que en sus quince años de carrera salió trasquilado alguna vez, pero sabe que venció muchas más batallas de las que perdió. Charlamos con este viejo rockero de nuestro fútbol y vamos muchísimo más allá de la celebérrima cola de vaca de Romario.

Naciste en Bilbao, aunque la historia pudo ser diferente.

Vivimos unos años fuera porque mi padre había sido futbolista profesional. Llegó a jugar en Segunda División, pero una lesión en el cruzado le dejó en el dique. Yo me llamo como él. Mi abuela América era profesora de piano y entonces mi padre se hizo pianista, trabajaba en Canarias y en Palma de Mallorca con su grupo. Vivíamos a caballo entre las islas y los veranos regresábamos a Bilbao; hacíamos al revés que todo el mundo.

Así que realmente no viví en Bilbao hasta los siete años, cuando mi padre encontró trabajo en la ciudad. Se montó otra orquestilla para hacer las fiestas de los pueblos tocando, tenía un grupo con cantante y todo. Pero hay que decir que mi madre, estando embarazada de mí en Canarias, se desplazó hasta Bilbao para que yo naciera allí, e hizo lo mismo con mi hermano Oskar. O sea, que somos de Bilbao. Por cierto, en casa teníamos un piano y de pequeño llegué a tocarlo bastante, pero como me llevaba a palos con mi abuela lo acabé dejando.

¿Familia futbolera?

Éramos una familia muy futbolera porque Bilbao es una ciudad muy futbolera. Es complicado encontrar gente que no sea del Athletic y que no haya ido alguna vez a San Mamés. Mi padre, habiendo sido jugador profesional, lo tenía muy dentro y mi madre era su fan número uno. De pequeños jugábamos al lado del portal de casa, en nuestro barrio de La Casilla. El fin de semana saltábamos la valla del colegio que había a cien metros para jugar en el patio. Y así fue mi infancia. Jugábamos en la calle y cuando se lo cuento a mis hijos no se lo creen.

Mi hermano llegó a debutar con el primer equipo del Athletic en un duelo amistoso, pero sufrió una lesión gravísima con la selección sub-16 española, en Italia. Se rompió toda la rodilla, tuvo mala suerte. Había llegado con ocho años a Lezama y estaba en el Bilbao Athletic. Después jugó en Segunda B, en el Conquense o el Amurrio. Oskar no tiene nada que ver conmigo, jugaba mucho mejor que yo. Era un Iniesta de la vida, más bajito que yo, más liviano; en aquellos tiempos era muy difícil ver ese tipo de futbolista, talentoso en mediocampo, llegador… Mi hermano era una locura.

Tú tampoco empezaste de defensa.

¡Qué va! Empecé de extremo con doce años. Y antes fui portero en el equipo de futbito del colegio, el Escolar Bilbao, pero en un torneo de Navidad faltó un compañero y el entrenador me puso de jugador de campo. «Estás loco, tú no puedes ser portero», me dijo más tarde. A mí me encantaba tirarme, iba al colegio con rodilleras, coderas y guantes. Así que empecé a jugar al fútbol por ese primer entrenador, Juan Félix. No jugué a fútbol once hasta los once años. Ya a los doce me ficharon y fui a Lezama siendo alevín. El Athletic siempre tiene ojeadores por todo Euskadi y uno llamado Chispín, que trabajaba como preparador físico del club y que era de la zona donde jugaba con el Escolar Bilbao, pensaría: «Oye, aquí hay un chaval bastante rapidito».

¿Y en qué momento te diste cuenta de que podías llegar a profesional?

Yo me desarrollé físicamente muy tarde. Era el más pequeño del equipo, hasta que con quince años pegué un estirón de catorce centímetros durante el verano. En ese momento me di cuenta de que los pasos iban bien, mis entrenadores me veían un jugador más completo. No solo era rápido, sino que podía jugar en diferentes demarcaciones: en el medio, de extremo… Era bastante regateador, no era el más habilidoso del mundo, pero tenía mucho arranque y me iba fácil. De crío hacía goles, ¿eh? Luego me fueron retrasando y se acabaron los goles.

En juveniles Txetxu Rojo, que murió hace poco y fue el mayor mentor de mi carrera deportiva, me empezó a poner de central. Me fui quedando atrás porque, al ser rápido a campo abierto, estaba siempre atento a los cruces. Txetxu me dio esa característica. No me costó la adaptación porque me di cuenta de que era mi sitio, veía el fútbol muy bien y era intuitivo para adelantarme a las jugadas, con lo cual cortaba muchos balones. Eso también es talento para jugar al fútbol. Pronto empecé a ir con la selección nacional sub-16 asiduamente y después con la sub-18. Con dieciocho años estaba en la sub-21.

Difícil compaginar con los estudios, imagino.

Fui buen estudiante hasta que jugué un Europeo con la sub-16 en Hungría, que acabamos terceros. Ahí se me fue un poco de las manos, el torneo duraba un mes y coincidía con los exámenes finales. Me llevé los apuntes y no estudié nada… Repetí tercero de BUP. y fue un palo, cuando se lo dije a mi madre, me quería morir. Después, tuve que hacer COU en dos años porque me pilló la mili, ya entrenaba también con el primer equipo y no tenía horas. Pero lo saqué.

En la selectividad hice el indio porque pensaba que eso era una chorrada; no la preparé y me quedé tan raspado que no me dio la media para hacer la carrera que quería. Aun así, estuve estudiando empresariales en Elcano, una universidad de Bilbao. Intenté tomármelo poco a poco, hice el primer curso, pero tuve una enganchada con el director de la universidad y lo dejé. Es cierto que me fui teniendo ya un contrato firmado con el primer equipo, pero no tenía que haberlo dejado nunca. Me he arrepentido toda mi vida. De hecho, mi consejo a los chicos es que no dejen de estudiar porque mantener la cabeza siempre ocupada te hace incluso mejor futbolista. Es una pena porque ahora muchos jóvenes lo dejan demasiado pronto.

¿Cómo era aquel Euskadi de los 80?

Era una época dura, pero ni en mi entorno de amigos, ni en mi familia, se hablaba demasiado de política, sino de fútbol y deporte. Estudiaba en el colegio y sacaba los cursos adelante. Y no había más. Evidentemente, en esa época había un ambiente muy duro en Euskadi.

Debutaste con el filial con apenas quince años.

No lo sabía entonces, pero fui el jugador más joven de la historia del Athletic en disputar un partido profesional. Fue por la famosa huelga de futbolistas y el entrenador era Iribar. Con diecisiete años ya jugaba en Segunda División con el Bilbao Athletic y con diecinueve debuté Primera. Fue en Valladolid y perdimos 1-0. Tenían algún lesionado y Howard Kendall bajó al campo del Bilbao Athletic para hacerme una prueba el día anterior al viaje a Zorrilla. Cuando me llamó con su acento anglo-español, estaba acojonado. Me tiró balones rápidos y yo tenía que devolvérselos. Al final, no podía ni respirar: «Mañana, al autobús con el primer equipo». ¡Madre mía! En esa época no había uniforme para el primer equipo, pero solían ir bien vestidos, así que por la tarde fui a todo correr con mi difunta madre a comprarme unos pantalones de pinzas, una camisa de manga larga y unos zapatos, porque no tenía. Improvisamos un outfit para el viaje en el Casco Viejo.

Apenas dos meses después debuté en San Mamés. Imagínate. Toda la vida esperando a eso. Fue un sueño no solo por mí, sino por la familia, los amigos, los amigos de mis padres, mis vecinos, por todo el mundo. Conocer a alguien que juega en el Athletic es una bomba de relojería en Bilbao y para mí fue un shock, no me esperaba que podría conllevar tanto cariño a mi alrededor. Fue muy bonito.

Cuando acaba la temporada el propio Athletic, que para eso siempre ha sido un club señor, me llamó a los despachos: «Te vamos a subir la ficha porque has debutado con el primer equipo». En el Bilbao Athletic se ganaba muy poquito, pero estaba tan contento que ni se me había pasado por la cabeza pedir más dinero. Hicimos un contrato de siete años. Salió de ellos, yo no pedí nada, y firmé sin representante, no era como ahora. Cuando le dije a mi padre que iba a ganar un millón de pesetas, no se lo podría creer porque él era un currela de la vida. En aquella época, estamos hablando del año 87, un millón de pesetas era mucho dinero.

Compartiste vestuario con los campeones de Clemente.

El primer día que subí con el primer equipo y entrené con Argote, Urtubi, Sarabia, Txetxu Gallego, Liceranzu… Solo estar con esos jugadores era un sueño tremendo. Y coincidí también con Miguel de Andrés, que era mi ídolo. Se estaba recuperando de la rodilla y al final se tuvo que retirar. No llegué a jugar con él un partido oficial, pero hoy en día seguimos manteniendo una gran relación, es un tío fantástico. Era el tipo de futbolista al que yo veía que tenía que parecerme, porque era impresionante.

Ese primer año hicimos UEFA y lo que más me impresionó fue cómo se vivían las cosas siendo profesional. Cuando estás con gente que ha ganado la Liga y te entrena Howard Kendall, que era una eminencia en Inglaterra, te das cuenta de la dimensión que tienen el Athletic y la Primera División. Aquel fútbol era más tosco, no había tantas cámaras como ahora y te llevabas cada sopapo en los córneres que te dejaba la oreja roja durante tres días. Los jugadores nos quejábamos muchísimo menos, los partidos eran peleas. Había que ser duro para sobrevivir en esa categoría a finales de los 80. Es cierto que no era tan técnico como el de ahora, pero era un fútbol bonito.

Los veteranos no nos intimidaban, pero había un respeto absoluto hacia ellos. Nosotros en el vestuario era ver, oír y callar. Intentabas aprender de ellos, porque te imponían incluso sin querer. Cuando en un entrenamiento chocabas con uno de los veteranos, le pedías perdón porque igual habías hecho daño a un tipo que había ganado una Liga cuatro años antes y tú acababas de llegar. Esa dicotomía entre veteranos y noveles se fue perdiendo con el paso del tiempo, también te digo. Las generaciones son otras, tienen otra mentalidad; no digo que sea ni mejor ni peor, pero nosotros les teníamos mucho respeto.

En la tercera temporada ya estaba en la Comisión del equipo, que se formaba por votación popular, para negociar los premios. Después de los veteranos, tampoco había gente tan mayor en la plantilla. De hecho, muchos a esas alturas eran de mi quinta: Garitano, Lakabeg, Josu Urrutia o Mendiguren fueron subiendo y pronto tuvimos la cuadrilla montada.

Había delanterazos a principios de los 90.

Recuerdo que el Barcelona nos metió cinco en el Camp Nou. A mí me tocó jugar ese día de lateral izquierdo y a Lineker, no sé por qué narices, le pusieron de extremo derecha. Mira que yo era rápido, pero no le vi en todo el partido. Cuando acabó, Howard Kendall me dijo que fuera al hotel a ver si encontraba a Gary Lineker. Esa fue mi primera lección: tenía que tener los pies en el suelo porque todavía me quedaba mucho por aprender.

Paulo Futre era otra locura. Un día contra el Atleti en San Mamés me hizo correr una barbaridad, era impresionante. Hugo Sánchez igual tocaba tres balones en todo el partido, pero tocaba el que te hacía ganar. Una vez nos vencieron 0-1 en San Mamés, le estuve marcando gran parte del encuentro y al final la clavó él. Fue un rematador increíble. Y en ese contexto, un fútbol duro, Emilio también era de lo mejor que he visto.

Txetxu, Iñaki Sáez, Clemente… Fue una etapa con muchos cambios de entrenador.

Con todos he tenido buena relación, sobre todo con esos tres que has mencionado porque eran también gente de la casa y ya les conocía, obviamente. Cuando entré en el Athletic, el director deportivo era Iñaki Sáez, toda una institución por lo bien que trabajaba la cantera. Había respeto, no, lo siguiente. De todos he aprendido algo, no hubo ningún sinsabor.

Con el único que tuve una enganchada fuerte en esa época fue con Heynckes. Los dos teníamos mucho carácter. Fue un gran entrenador, de los mejores que he tenido, pero a mí personalmente no me gustaba cómo era. En quince años de carrera solo he tenido un problema con él, no está mal, ¿eh? Tuvimos un par de choques importantes fuera de lo deportivo; a mí no me gustaba cómo decía las cosas y me imagino que a él no le gustaría que yo le replicara.

¿Te esperabas tu convocatoria para Italia’90? Tenías veintiún años.

El Mundial es lo máximo a lo que puede aspirar un futbolista. Me llamó Luis Suárez, increíblemente, después de disputar en Canarias un partido no oficial entre la selección española y un equipo de extranjeros de la Liga. Fue una sorpresa porque tampoco tuve una buena actuación. Jolín. Junto a Fernando Hierro y Quique Sánchez Flores, era el más joven de la lista.

Se había terminado la temporada y nosotros íbamos a Alcázar de San Juan a disputar un partido homenaje a Manolo Delgado, preparador físico de la selección y del Athletic. Escuchamos la lista a través de la radio del autobús y cuando salió mi nombre hubo cachondeo, algún cabrón dijo: «Cómo está la selección para que vayas tú…». Yo preguntaba si realmente habían dicho mi nombre. «Madre mía, la que he liado», pensé. El partido de Alcázar de San Juan ya no lo jugué, solo faltaba que me lesionara.

Luis Suárez era un tío muy cariñoso e inteligente, olía a fútbol. En algunos comentarios que igual no venían a cuento te dabas cuenta de que Luis estaba atento siempre a todo. Tenía un instinto tremendo y era un conversador divertidísimo, me gustaba escucharle hablar y contar anécdotas. A los jóvenes nos ayudó y fue muy valiente llamándonos en lugar de a otros que ya habían estado. Conmigo personalmente fue como un padre en la selección.

¿Había buen rollo?

Todos nos acogieron muy bien. Compartí habitación con Genar Andrinua, mi compañero y capitán en el Athletic, toda una institución en el vestuario. Era un tío responsable, serio y trabajador. Ahí conocí a los de la Quinta del Buitre. Había un equipazo: José Mari Bakero, Txiki, Julito Salinas… La concentración fue divertida, pero también había mucho cabrón. Hacían bromas muy pesadas que no se pueden contar. Una vez dos jugadores desmantelaron una habitación pensando que era la de otro futbolista y resultó que era de un directivo. Cuando entró a la habitación, estaban el colchón por un lado, las sábanas por otro, todo lo del baño tirado por el suelo. Se montó un pollo de la leche… y esa es la broma más light.

Al final, debuté contra Bélgica sustituyendo al Buitre. Estaba preparado, había entrenado bien para meterme en ese lío y tener una buena actuación. Lo primero que quería era no meter la pata, no liarla. No te complicas. Con la edad que tenía, para mí supuso un triunfo personal tremendo, fueron diez minutos de los que me acordaré toda la vida.

Te fuiste de vacaciones en el 93 y cuando regresaste te habían vendido al Madrid.

[Risas] Miguel Santos, mi representante, me había anunciado el año anterior que tenía ofertas de equipos importantes de la Liga. «Venga, Miguel, no me fastidies que no tengo ganas de marcharme», le contestaba. Había fallecido mi madre y en casa quedábamos mi padre, mi hermano y yo con mi abuela; no era el momento de irme, tenía que esperar a que en la familia retomáramos nuestras vidas, porque fue un palo muy duro y sabía que iba a ser pronto. Mi madre había muerto en 1989 y cuando llegó el Madrid, Fernando Ochoa, gerente del club, me dijo que me fuera tranquilo de vacaciones.

Estando en Acapulco con Patxi Ferreira y unos cuantos amigos del Atlético de Madrid, llamé un día a mi aita para ver qué tal iba todo: «Oye, que dicen que te han vendido al Madrid». Y yo: «No te preocupes, que no pasa nada». Pero cuando volvimos al aeropuerto de Madrid eran las seis de la mañana y ya había fotógrafos esperándome. «Uy, esto huele mal». Miguel Santos me contó entonces que la operación se había hecho, pero nadie del club me había comunicado nada. No podía ser. Me fui a Bilbao y me tiré dos días en mi casa esperando a que alguien del Athletic me llamara.

Lo más increíble es eso. Con los años he llegado a entender que se trataba de un tema económico, que el club necesitaba dinero y que había una gran oferta por mí, que esos 400 millones que pagó el Madrid le venían bien al Athletic. Pero sigo sin entender que me tuvieran dos días en mi casa sin decirme nada. A mí eso me molestó mucho. No supieron cómo decirme que me habían vendido, igual les daba hasta vergüenza. Y es que se tenían que avergonzar.

Más tarde me llamó el presidente Lertxundi para una reunión en Ibai-gane con Miguel Santos y mi difunto padre para contarnos que estaban con la soga al cuello económicamente. Les dije que eran unos mentirosos de mucho cuidado. Pero claro, la operación ya estaba hecha, con lo cual tenía que negociar con el Madrid sí o sí, no había otra. Sobre el tema económico, en cuanto cogieron los míos se gastaron 250 millones en Iñigo Larrainzar, de Osasuna. Tan mal no sé si estarían.

¿Y cómo fue el cambio a la capital?

Tuve tanta suerte que coincidí con Patxi Ferreira, que estaba en el Atlético de Madrid, y Andoni Ayarza, que jugaba en el Rayo Vallecano. Habíamos salido los tres de Lezama y éramos amigos, así que me fui a vivir con ellos a Las Rozas. Fue un año fantástico, lo pasamos muy bien. Además, ya conocía a la Quinta, porque había coincidido con ellos en la selección. Maqueda, por ejemplo, había estado conmigo desde la sub-16, con lo cual era muy amigo mío. Para mí fue muy fácil adentrarme en el vestuario y vivir en Madrid, una ciudad maravillosa que disfruté mucho en todos los aspectos, en el deportivo y también en el personal.

El entrenador cuando llegaste era Benito Floro.

A Benito Floro le quiero mucho, hemos tenido mucha relación. Era un adelantado a los entrenadores de fútbol. Vino una tarde con una cámara para grabar saques de banda: «Hacedme caso, se pierden un montón de balones». Tenía toda la razón del mundo; después, muchos empezaron a trabajar los saques de banda, sobre todo para no perder la pelota. Benito fue un entrenador muy bueno y creo que no se valoró justamente su trabajo en el Madrid.

Aún se recuerda su famoso «¡con el pito nos los follamos!» en Lleida.

Esa bronca fue la de un entrenador con mucha personalidad, no se libró nadie. En ese vestuario había gente potente, muy veterana, y echar esa bronca a todos me pareció un rasgo de personalidad. Era un hombre que tenía el mando mucho más agarrado de lo que la gente pensaba.

Fuiste titular con él.

Yo era la pareja de Sanchís porque Hierro jugaba de mediocentro, pero después llegó Jorge y metió a Fernando atrás, así que mi pelea pasó a ser con Manolo. Era una lucha dura, porque siempre he considerado a Manolo uno de los mejores centrales en la historia de fútbol español, sin ninguna duda. Tuve que pelear con él y acabé en el banquillo, pero ese primer año jugué todo y ganamos la Supercopa al Barça, mi primer título. Fue un año complicado porque hubo muchas lesiones, no fuimos regulares y perdimos partidos como el de Lleida; el equipo no funcionó bien esa temporada, esa es la realidad, y todos los palos le cayeron a Benito Floro. Se empezó a enredar el ambiente en la segunda vuelta.

Estarás harto de que te pregunten por la cola de vaca de Romario.

Llevo toda la vida contándolo. A mí no me puede afectar, más allá del momento, que un tío como Romario me haga un regate y meta gol. El problema fue de quien le puso el nombre, eso es lo que me mató. El que inventó el nombre de cola de vaca me tiene frito [risas]. Fue una jugada en la que yo no estuve bien y él sí. Si no estás bien contra el mejor delantero centro del mundo, estás expuesto a que te regatee y no te dé tiempo ni a cogerle. Pensaba que iba a chutar, me desequilibré para un lado y él se fue para el otro.

Nunca he tenido miedo a hablar de esa jugada porque lo que me dolió realmente fue que perdimos 5-0 en el Camp Nou y eso para un madridista es una tragedia; a mí no me dolió que Romario me hiciera una cola de vaca, porque se la podía haber hecho a cualquiera. Siempre he intentado explicar esto, porque igual hay quien piensa que me enfado y no me puedo enfadar porque en mi carrera he ganado muchas más batallas de las que he perdido. Pero esa la perdí y no pasa nada.

Otro año, en San Mamés, Gaizka Mendieta con el Valencia me dejó tirado en el suelo tras varios recortes y metió gol. Claro, en quince años… ¿cómo no te va a pasar algo así cuando juegas contra tan buenos futbolistas? Todos salimos trasquilados de alguna manera, lo que pasa es que era un Barça-Madrid, era un Romario-Alkorta -en esa época era titular con la selección española-, y era un 5-0. Creo que el error fue darle un metro, fiarme de mi rapidez, pero él fue más veloz. Son cosas que pasan, es una fracción de segundo. No hay más.

¿Se sentía el peso de no ganar la Copa de Europa?

La Copa de Europa es lo que da el prestigio de verdad al Madrid. ¿Cuántas tiene ahora? ¿Trece o catorce? Catorce. No creo que nadie más las consiga mientras yo viva. Ganarla es muy difícil porque juegas contra los mejores clubes del mundo. Sí que había un ambiente un poco triste al no poder alcanzarla. Claro, para intentarlo primero teníamos que ganar la Liga, porque entonces era más difícil meterse en Copa de Europa.

Los jóvenes veníais apretando a la Quinta.

Vivimos esa transición con confianza porque somos el Madrid, somos buenos futbolistas y el club también va a hacer grandes fichajes. Estaban Míchel, Emilio y Rafa, que se había lesionado el cruzado y evidentemente no era el mismo Rafa Martín Vázquez; jugadores que tenían mucho peso en la historia del club, pero ya en el campo… Míchel también se lesionó de la rodilla y nos dábamos cuenta de que se estaba yendo quizás la mejor camada de futbolistas que ha tenido el club en toda su historia. No creo que se vuelva a repetir la Quinta del Buitre, es muy difícil. Sin embargo, iban subiendo Raúl, Guti, Álvaro Benito, Fernando Sanz… Se iba yendo esa generación, pero llegaba gente joven muy buena.

Vuelves a San Mamés con la camiseta más odiada.

Esa fue buenísima. La primera vez que fui con el Madrid a Bilbao perdimos y había una pancarta que ponía: «Y tú creías que te ibas a ganar títulos, ja, ja, ja». El cachondeíto, vaya tela. Salir a San Mamés con otra camiseta es muy duro. Fue un encuentro difícil y emotivo para mí, aunque imagino que para mi padre lo fue mucho más. Mi madre ya no estaba. Intenté hacerlo lo mejor posible porque era un profesional y militaba en el Madrid, pero perdimos y, aunque me fastidió en el ego, fue increíble. La afición no me pitó, nunca me han pitado en San Mamés; la gente había entendido perfectamente por qué me vendieron. Cuando me dicen que me marché, les respondo que no fue así: a mí me vendieron, que es muy diferente.

En USA’94 ya lo juegas todo. ¿Fue tu mejor selección?

Esa fue la mejor. Hay gente que siempre dice que no jugábamos ni castaña; no jugaba nadie ni castaña. A lo que se juega ahora, no se jugaba. Brasil, menos Bebeto y Romario, eran rocas. Era un fútbol de otra época y por eso siempre lo quiero contextualizar: éramos un equipo físicamente fuerte, rápido y agresivo en todo. Empatamos con Alemania en fase de grupos porque éramos así, si no Alemania nos habría arrollado y metido un 4-0. Los equipos potentes, yo diría que en un 95%, no sacaban el balón desde su propio campo, sino que se jugaba mucho en largo, buscando segundas jugadas. Y luego, a morir en los duelos. Para eso, nosotros éramos una selección potente, con un entrenador que sabía perfectamente qué había que hacer, a quién poner y a quién no. Estudiaba a los rivales y nosotros no teníamos ni que pensar.

En el partido contra Irlanda de clasificación para Estados Unidos, que ganamos 1-2, metió cuatro centrales atrás y el único que no jugó fui yo. Ese día me tocaba banquillo porque era el más bajito de los centrales y necesitaba envergadura. Otro encuentro, en Armenia, vio cómo estaba el césped y Pep fue suplente; Javi era un enamorado de Guardiola, pero sabía que había futbolistas que no iban a estar a gusto en ciertos contextos. No hacía las cosas por capricho. Era su forma de ver el fútbol y no nos fue mal, porque el periplo de Javi con la selección fue bueno, aunque no ganamos nada.

Clemente no era nada defensivo, pero hubo una guerra atroz porque le colgaron el sambenito. En las clasificaciones metíamos muchos goles y atacábamos mucho. Lo que sucede es que defendíamos muy bien, pero no porque estuviéramos todo el día metidos en el borde del área, sino porque éramos solidarios sin balón. Ahí trabajaba todo cristo, desde el delantero centro hasta el portero.

Había dejado fuera a Míchel, Buyo, Butragueño…

Pensaba en hacer un equipo y los futbolistas tenían que poseer unas características acordes a su idea de juego. Había jugadores que igual eran mejores que nosotros en algunos aspectos, pero no en otros. Antes de tener líos, a Javi no le temblaba el pulso para dejar fuera a una vaca sagrada si pensaba que no le iba a dar lo que le iba a pedir.

Esto me suena.

Te suena, ¿verdad? Claro, es que Luis Enrique ha hecho su equipo como él ha querido. En eso me recuerda a Javi: personalidad, carácter, impulsividad, bravura en las peleas dialécticas, pero con una idea muy clara de equipo. Y esa visión que tenían Luis Enrique o Javi Clemente no la rompía nadie, para bien o para mal. Tampoco estoy de acuerdo en todo lo que han hecho, pero son tíos inquebrantables y eso es importante para un entrenador. Luego te puede salir o no.

La no convocatoria de Aspas recordaba un poco a la no convocatoria de Carlos, del Oviedo.

Hay que conocer la mentalidad de los futbolistas y en qué situación juegan en sus clubes. Igual no es lo mismo que pide el seleccionador. El Carlos de turno, o el Iago Aspas de turno, juegan de una manera con sus equipos, pero el seleccionador quiere que lo hagan de otro modo. A veces, a esos futbolistas les cuesta entenderlo. El seleccionador cree que no les va a sacar el cien por cien y lleva a otros, la explicación es así de fácil y no hay que darle más vueltas.

También había talento en aquel equipo.

Pep, Hierro, Txiki, Caminero… ¿Cómo no iba tener talento? Había unos jugadorazos. Siempre pensamos que el talento son los regates, pero hay muchas formas de ser talentoso en el fútbol. Para ser un buen defensa, por ejemplo, tienes que tener talento.

Cuenta Clemente que la clave contra Alemania en fase de grupos estuvo en tu marcaje a Andreas Möller.

Era un plan. En aquella época también se llevaba eso. A veces me tocó hacer un marcaje individual al mejor ofensivamente del equipo contrario. Me pasó con Andy Möller y con Roberto Baggio… Aunque tampoco hice tantos. Möller dinamizaba el fútbol ofensivo de Alemania y había que estar encima de él. Te jode un poco porque tú no juegas; estamos con uno menos nosotros y ellos. Pero es mejor que se quede sin jugar él a que me quede sin jugar yo [risas]. También es una responsabilidad de la leche. Por ejemplo, contra Italia marcó Baggio y yo había estado siguiéndole todo el partido. En ese momento sientes que la culpa es tuya, porque tenías que haber estado con él.

Asististeis en Boston al Nigeria-Italia, del que salía vuestro rival en cuartos.

De locos. Los nigerianos les estaban dando un baño y nos fuimos del campo diez minutos antes para no coger atasco. Conte, por ejemplo, estaba ya acalambrado porque hacía mucho calor. «Bah, estos no levantan el partido». Pero cuando estábamos subiendo al autobús, oímos un estruendo en el estadio. Había empatado Italia. No nos lo podíamos creer. Fueron a la prórroga y vencieron porque tenían mejor equipo, con mucha veteranía.

Y, bueno, llegó el famoso partido. Italia no era mejor que nosotros, pero pecamos de querer ganar el partido a quince minutos del final en lugar de haber ido a la prórroga, cuando ellos estaban muertos por el esfuerzo contra Nigeria. Estábamos convencidos de que les íbamos a vencer, convencidísimos, pero nos salió mal y, en una contra, Baggio nos jodió el partido.

Hubo una pérdida de balón y nos pillaron con poca gente atrás. Yo estaba con Baggio y, en vez de aguantar, salí a por Signori -me tuve que desplazar quince metros- y llegué tarde. Signori se la dio a Roberto, que era un fenómeno, y metió un golazo. Casi la saca el Pitu Abelardo bajo palos, pero se pasó de frenada. Todavía no entiendo esa jugada, le di muchas vueltas, me dolió tanto como la de Romario. Me sentí mal, sentí que me equivoqué. No tenía que haber salido, tendría que haber hecho una mano, aunque me echase. Vaya partidito me dio Roberto, cada balón que tocaba era una delicia.

¿Cómo viviste la ocasión de Salinas?

Los goles más difíciles eran los suyos, Julito era capaz de marcar donde nadie más podía. Se le quedó el balón un poco atrás, le botó mucho y la vio tan franca que no cogió la postura para haber empalado mejor. Fue una ocasión clarísima, lo normal es que la hubiera metido, aunque para mí fue más grave lo de Tassotti. Si no lo vio el árbitro, lo vio un línea. Seguro. Porque el codazo era tan claro… lo he visto cien mil veces.

Esa jugada era de VAR.

¡Claro! El VAR ayuda para eso. Para otras cosas no tanto, pero ahí nos habría ayudado porque era penalti y expulsión. Igual estábamos hablando de otra historia. Le dio un codazo sin balón. Lo vi desde lejos perfectamente. Cuando el árbitro no pitó, creí que le avisaría el línea, porque había un tío sangrando por la nariz. ¿Que no lo vio nadie? También pudo ser, pero fue tan evidente que no nos lo podíamos creer. Después le dieron la final a ese colegiado, eso es lo más vergonzoso; no le puedes dar la final a un tío que se ha equivocado en una acción que vale una semifinal de un Mundial. Inaudito. Nos sentimos robados y se rieron de nosotros.

Ya en el vestuario, Javi era el más tranquilo. No estaba cabreado, sabía que habíamos hecho un esfuerzo de la leche y que podíamos haber eliminado a una gran selección. Javi es templado, analiza todo un poco después, en aquel momento lo único que hizo fue darnos ánimos. Pero la imagen de Luis sangrando y llorando en el vestuario no se me olvida. Es que le estoy viendo ahora mismo, es una pasada.

Dos años después, en la Eurocopa del 96, explotó la relación de Clemente con la prensa.

Todo estalla en Leeds. Aquello fue una vergüenza. Esa pelea entre varios gallos no nos influyó, a mí personalmente me daba igual. Es más, nosotros teníamos aún más ganas de ganar la Eurocopa, que nos pusieran a parir fue un acicate. A Javi tampoco le afectó, se encontraba bien en esas peleas: «Nos están dando leña y vamos a ganar la Eurocopa». Pero es verdad que no hubo buen ambiente. Te cruzabas en el hotel con algún periodista que te había puesto a parir y ya no había los saludos y la corrección de antes; cada uno por su lado y que te den por culo. Eso avivaba aún más a las hordas de una parte de la prensa, porque no eran todos.

Años después me he arreglado con todo el mundo y me he ido riendo. Fíjate, con José Ramón de la Morena estuve años sin hablarme, pero un día me lo encontré en el hotel Meliá Barajas, me tomé un café con él en el aeropuerto y a los cinco minutos nos dijimos: «¿Por qué nos dábamos leña todo el día? Si no merecía la pena». No soy nada rencoroso.

¿Con esas broncas quizá se ha obviado que aquella España fue candidata a todo?

Sin duda. Se ha echado un lodo por encima de esa selección porque, aunque no ganamos nada, estábamos entre las cinco o seis mejores del mundo. Es una pena cuando no ganas nada y encima hay una pelea de una parte de la prensa con el seleccionador y con quienes, según ellos, éramos la guardia pretoriana del susodicho. Nos daban de hostias por todos lados hiciéramos lo que hiciéramos. En esa Eurocopa también fuimos favoritos. En fase de grupos empatamos contra Francia, que luego ganó el Mundial en el 98 con la mayoría de esos futbolistas. Incluso les pudimos vencer. Estábamos a la altura de los equipos top del mundo.

Clemente ha contado que nadie quería tirar en la tanda de penaltis de Wembley.

Tienen que tirar los penaltis quienes lo tengan claro. O sea, alguien que diga: «Lo tiro yo porque sé por dónde va a ir». A mí me cambiaron antes del final porque me pegó una patada Alan Shearer que me dejó la rodilla temblando, pero creo sinceramente que habría tirado un penalti. En ese momento hay dudas porque te estás jugando mucho y, más que calidad, hay que tener la mente fresca para chutar al mismo sitio haga lo que haga el portero. Bueno, pues salió mal y ya está. Es una puta lotería.

En el Madrid llegaron Valdano y tu suplencia.

Con Jorge lo que pasó fue error mío. Tras el Mundial de Estados Unidos acorté mis vacaciones porque tenía una pelea dura con Manolo Sanchís; sabía que Fernando iba a ser titular, sin ninguna duda, porque además podía jugar también de mediocentro junto a Fernando Redondo. Así que me arriesgué a no llegar bien físicamente a ese inicio de Liga. Durante la pretemporada íbamos alternando Manolo y yo con Fernando, pero el día del partido de presentación contra el Palmeiras fui titular y me lesioné en el aductor. Me tiré dos meses y medio fuera, se puso a jugar Manolo y la pareja funcionó tan bien que ya no entraba en el equipo. Lo que me quedaba era trabajar y ponérselo difícil a Jorge para que se diera cuenta de que tenía otro central potente.

Jugué muy pocos partidos, pero tengo que reconocer que Valdano me trató con mucho respeto. Eso, para un jugador como yo, que era titular con la selección, resultaba muy importante. Los entrenadores se tienen que dar cuenta de que quienes no jugamos somos parte del equipo y que hay que contar con todo el mundo o, por lo menos, mantener un trato personal. Con Jorge mantuve una relación muy buena porque fuera del campo charlábamos sobre política, de la vida. Es un hombre muy culto e incluso me llegó a dejar libros de política, porque nos gustaba mucho hablar sobre eso. Hoy en día seguimos guardando una relación fantástica y le sigo agradeciendo que ese año, y en la mitad del año siguiente hasta que le echaron, hiciera que no me sintiera tal mal como se siente alguien que no juega.

¿Eso también te hizo mejorar como futbolista?

Como entrenador, Jorge para mí fue un descubrimiento. Metió en el fútbol unos hábitos que no habíamos vivido con ningún otro técnico, como los entrenamientos por líneas; íbamos por la tarde solo los defensas para trabajar cómo achicar, cómo replegar. Esas cosas a mí me enseñaron mucho como central y me sorprendieron gratamente. A Jorge le gustaba el balón, obviamente, teníamos un equipo para jugar la pelota y por eso al final ganamos la Liga, pero era un entrenador que trabajaba muchísimo la táctica.

Y ese año explotó Raúl.

Raulito era un niño. Ni se había hecho físicamente, ni había crecido, ni estaba fuerte… Sin embargo, empezó a entrenar y metía goles. Era un alambre, pero nos dimos cuenta desde el primer día de que iba con todo a todos los choques. A mí me recuerda mucho al Gavi del Barça, porque es un chico que no tiene estatura y tiene que ir con todo. Raúl era parecido. Te pasaba por encima; si le robabas un balón durante un entrenamiento, no paraba hasta que te lo volvía a quitar. Tenía capacidad física y una barbaridad de combustible. Jorge tuvo intuición con él, le apoyó muchísimo e hizo que su personalidad fuera todavía más potente porque era un niño entre hombres. Algunos ya habíamos disputado un Mundial y Raúl aprendió de los veteranos a moverse en un vestuario como el del Madrid desde el minuto uno.

Os echó el Odense de la UEFA, con remontada incluida.

Salió todo mal. Habíamos ganado 2-3 allí y nos remontaron 0-2 en el Bernabéu. Jugamos Cañete y yo, que no éramos titulares, y cuando acabó el partido nos dimos un abrazo: «Qué mala suerte, que nos toque el partido malo del año». Quiero pensar que no fue solo por nuestra culpa, pero fue un palo duro porque no era normal que nos eliminara el Odense. Éramos mejor equipo, pero fue de estos partidos que te sale todo al revés, te marcan en el último minuto y te quedas con cara de tonto. A nosotros, que no jugábamos asiduamente, nos mató en el orgullo.

Ese año, eso sí, ganamos una Liga que viví a tope, como el que más, a pesar de que cuando no eres titular hay momentos en los que flaqueas. Con el tiempo me he dado cuenta de que quienes no jugábamos también tuvimos mucho valor en ese título, porque entrenábamos a tope para que los titulares no fallaran; hicimos nuestra labor para que el equipo estuviera siempre bien.

La temporada siguiente os tocó bailar con las más feas en Champions.

Nos enfrentamos al Ajax en fase de grupos: en Ámsterdam nos vencieron 1-0 y caímos 0-2 en el Bernabéu. Era un equipo brutal porque los chicos jóvenes tenían muchísimo talento y técnica, atacaban con mucha gente. Nos sorprendieron, pero al final conseguimos pasar, que era lo interesante, y luego en los cruces fue cuando nos encontramos con la Juventus.

Ahí ya estaba Arsenio, porque echaron a Jorge, y yo había empezado a jugar de pareja de Fernando. Ganamos 1-0 en el Bernabéu con gol de Raúl, aunque debimos marcar más tantos porque hicimos muchas ocasiones, y en Delle Alpi perdimos 2-0. El segundo gol, de Padovano, vino en un córner rápido y casi lo saqué bajo palos, pero el balón me pasó por debajo de las piernas. Un desastre.

Encima, después me expulsaron a mí y a los cinco minutos echaron a Torricelli. Nos quedamos diez contra diez, aunque mi roja fue por nada: Del Piero se metió por detrás de mí, no le vi y al intentar girarme choqué contra él. Me quedé en el suelo haciéndome el tonto, agarrándome la espalda… pero el árbitro lo vio claro y consideró que le había tirado adrede, cuando no fue así.

Fue un duelo duro, porque la Juve era un equipo potente, pero les tendríamos que haber eliminado. Se había cambiado la forma de jugar en la transición de Jorge a Arsenio, así como ciertos jugadores -yo entré, otro salió-, e igual ese proceso no benefició al equipo de ninguna manera. Con todo, estuvimos muy cerca de eliminar a esa Juve que luego ganó la Copa de Europa.

¿Qué cambió Capello cuando llegó?

Fabio introdujo algo en lo que Italia nos sacaba ventaja, que era la nutrición. Cuando vino y vio lo que comíamos, lo que cenábamos, lo que desayunábamos antes de los entrenamientos, Fabio se moría de risa: «¿De dónde habéis salido?». Ahí comenzamos con el pavo, con el pollo. El cambio fue para mejor. Metió unos hábitos que hicieron que el equipo afinara mucho, con controles de grasa y de peso todos los días; quien se pasaba, se llevaba una bronca o pagaba algo. Nos dimos cuenta de que Fabio era otro nivel, de que venía de un fútbol mucho más sofisticado que el nuestro a nivel de preparación física. Cuando jugabas contra los italianos te dabas cuenta de que eran físicamente potentes porque trabajaban mucho en los gimnasios. Hasta entonces nosotros ni hacíamos pesas, ni hacíamos nada. Había un gimnasio en el vestuario de la antigua ciudad deportiva, pero no entrenábamos con regularidad.

Llegaron muchos jugadores: Mijatovic, Suker, Roberto Carlos…

Eran buenos y, además, jóvenes. Clarence, Pedja, Davor… Unos animales. Todos te sorprenden, pero la bomba fue Roberto Carlos, ese era de otro planeta. Yo le decía: «¿Pero adónde vas con esos muslos? ¿Qué coméis en Brasil? Que soy vasco, también tengo mucha pierna». Y él se reía: «Pero yo tengo más». Tuvimos muy buena relación porque yo jugaba de central por la parte izquierda y él era lateral izquierdo. Era superofensivo. «No te preocupes, tú sube que yo me quedo…», le pedía. Para cuando le decía eso, él ya había vuelto. Era un correcaminos espectacular.

Clarence era un centrocampista muy físico, pero técnico además: le pegaba con ambas piernas, hacía cambios de orientación, regateaba… Era completísimo. Tenía veintitrés años y ya había sido campeón de Europa con el Ajax. Se empezaron a juntar unos jugadores que hicieron un equipo muy fuerte físicamente, con Fernando Redondo o Raúl, que ya era una estrella a nivel mundial, pero también Secretario o Panucci, a quien trajo Capello.

¿Aquel fue un equipo contragolpeador?

Resultaba curioso que la gente afirmara que no le gustaba el fútbol de Fabio, que era defensivo, cuando al final acabamos el año con récord de puntos y una barbaridad de goles. Lo que sucedía es que marcábamos y, en lugar de seguir todos arriba, nos metíamos un poquito atrás y buscábamos la contra porque Pedja era un demonio con espacios. Davor y Raúl también se aprovecharon de esa situación y se hincharon a meter goles. Jugábamos bastante al contragolpe.

Fue una temporada muy buena, perdimos solo tres partidos en todo el año. La primera derrota llegó en la jornada 25 contra el Rayo; en las dos últimas ya habíamos ganado la Liga y nos dejamos un poco llevar. Era un equipo muy bien trabajado a nivel táctico y además había un talento individual brutal. Cuando tienes mucha calidad y encima todos trabajan sin balón, eres un equipo muy difícil de batir.

Fue tu consolidación junto a Hierro en el centro de la defensa, una de las parejas más emblemáticas de la historia del Madrid.

Ha sido mi mejor compañero y uno de mis mejores amigos. Nosotros nos conocíamos ya desde la sub-18 y, cuando has vivido tantas cosas fuera del campo, se nota también en el césped. No hacía falta ni mirarnos. Hacíamos una pareja buena de verdad porque nos complementábamos; nuestra virtud fue que éramos muy diferentes, Fernando tenía unas habilidades que yo no, mientras que yo gozaba de un físico que a él le costaba más. El bueno con el balón era él, había que dárselo, pero cuando venía un delantero rápido me decía: «Socio, ese es tuyo». Nos comunicábamos mucho en el campo, algo indispensable en los centrales, y ambos hablábamos asimismo con el resto del equipo. En eso sí que nos parecíamos.

¿Cómo se paraba a Ronaldo Nazario?

Uno de los mejores partidos que hicimos Fernando y yo fue contra el Barça en Liga, que ganamos 2-0, pero nos hizo gracia que al día siguiente la prensa dijera que habíamos marcado a Ronaldo a la perfección. Fernando y yo nos reíamos porque había tenido tres ocasiones de gol él solo. Eso te daba la medida de Ronaldo Nazario: era imparable, el mejor delantero al que me he enfrentado con mucha diferencia. Destacaba su potencia en carrera, el regate a mucha velocidad, la definición. No se le escapaba el balón, era fuerte para ser un jugador grande. Hay futbolistas que te aguantan veinte metros, pero este te resistía cuarenta.

¿Mbappé te recuerda a aquel primer Ronaldo?

Sí, sí, sí. Ese cambio de ritmo de cuarenta metros que te sostiene Mbappé es lo que hacía Ronaldo y es lo que casi nadie tiene. Otros te pueden aguantar quince o veinte metros muy rápido y les puedes coger… pero a estos futbolistas no les pillas.

Decidiste no renovar con el Madrid estando en tu mejor momento.

Había problemas en casa: mi padre no tenía buena salud, mi abuela estaba muy mayor y mi hermano Oskar se había destrozado la rodilla. Entendí que tenía que volver y Lorenzo Sanz comprendió perfectamente por qué me iba. Le tengo un afecto tremendo porque fue supercariñoso conmigo. Me fui, aunque el Madrid me puso una oferta de cinco años encima de la mesa. No hace mucho un periodista dijo que habían cambiado de central porque buscaban uno mejor, más grande que yo; es posible que quisieran fichar a otro, pero tenía una oferta de renovación. Así que regresé a Bilbao por una cuestión personal y porque creí que era mi deber.

Y ahí te perdiste la Séptima.

[Risas] Fue muy divertido, entre comillas. Esa temporada seguía hablando con Fernando Redondo y con todos: «¿No seréis tan cabrones como para ganar ahora la Champions? ¡Que he estado ahí cuatro años sufriendo!». Pero esa temporada nosotros hicimos segundos con el Athletic ¡Es que entramos en Champions y nos pasearon en autobús por Bilbao! Eso para mí fue como ganar una Champions; en el Athletic, acabar segundo era como una Champions.

Esa final la vi en Marbella con la que en aquel momento era mi mujer, Judith. Ella es de Madrid y cuando acabó el partido me dijo: «¡Pero qué tonto eres!». Estaba cabreada. Jolín, yo me alegré un montón de que el Madrid ganara la Copa de Europa. ¿Cómo no me iba a alegrar después de que llevaran un montón de años sin ganarla? Aunque a una parte de mí también le daba pena porque sueñas con tener una Champions.

¿La sentiste un poco tuya?

En un momento romántico puedes pensarlo, pero no: fue una Champions de quienes estaban, pelearon y sufrieron. Ya no era parte de esa plantilla, cada uno con lo suyo. Me fui al Athletic e hice segundo, algo histórico, y el Madrid ganó la Champions y yo me alegré. Punto.

Cuando volviste a Bilbao, ¿te vieron los tuyos muy cambiado?

[Risas] Mi amama Lola, la madre de mi madre, que murió hace poco, me comentó: «Ay, hijo, ¿qué te ha pasado?». Me hizo gracia porque fue lo primero que me dijo cuando regresé de Madrid. Claro, llegaba con una pinta… con el pelo más largo y con un tatuaje. Ahora están muy de moda y los llevan todos los futbolistas, pero a finales de los 90 no se tatuaba tanta gente. Y yo: «Nada, amama, tranquila, soy el mismo de siempre».

No tuviste problemas para volver al Athletic.

Luis Fernández tenía muy claro que podía ser una pieza buena para ellos y además iba gratis porque acababa contrato. Era un chollo ficharme: campeón de Liga, había jugado todos los partidos, no había sufrido ni una lesión en todo el año, tenía 29 años y estaba en el mejor momento de mi carrera. El año de Capello fue mi mejor año. Tenía confianza y me decía a mí mismo: «Estos me ficharán, ¿no?». Bueno, había un directivo que no me quería. Nunca le pregunté por qué, no lo entendía. Al final, José María Arrate hizo caso al entrenador y activaron ese contrato.

Me tiré cinco años más en Bilbao y ese año que volví nos sacó solo seis puntos el Barça en Liga. Aún hoy hay gente que no entiende la trascendencia histórica de aquello. Quedar segundos en la Liga y entrar en la Copa Europa, a la que entonces solo accedían dos equipos, era impensable. Después del Athletic de Javi Clemente, aquel es el mejor equipo que he visto en Bilbao. Sin ninguna duda. El Athletic-Zaragoza para meternos en Champions es el partido que más recuerdo, fue uno de los partidos de mi vida. Había que ganar sí o sí y el ambiente en San Mamés fue una locura. Solo unos pocos hemos tenido la suerte de vivir algo así. Y hacerlo con once de la casa es una anomalía, es complicadísimo pelear en Liga cuando todos los demás tienen carta libre para fichar a cualquiera del mundo.

Aquel equipo era muy diferente al de mi primera etapa: ya estaban Julen, Urzaiz, Joseba Etxeberria… Teníamos un equipazo y había buen rollo. Además, el club hizo unos fichajes fantásticos: Patxi Ferreira, Roberto Ríos, Mikel Lasa o Javi González. Estaban también Josu Urrutia, Bittor Alkiza, el Cuco Ziganda

Francia’98 fue tu último Mundial.

En ese Mundial el equipo ya había cambiado un poco. Javi había cambiado, veía que la idea de fútbol a nivel mundial estaba cambiando. No estaban los José Mari Bakero y los que te comían los tobillos. Metió gente con más calidad técnica, pero no teníamos tanta fortaleza física. Pensábamos que el cambio iba a ser para mejor, pero tampoco nos salió. Era una gran selección, técnicamente la más talentosa; tenía más calidad que la del 94, individualmente era mejor equipo, pero en global la de Estados Unidos fue la mejor.

Nadie imaginaba la derrota ante Nigeria.

Lo de Nigeria fue increíble. Ese partido lo pierdes uno de cada cien. Remontarnos un 2-1 un equipo como Nigeria, que era un desorden total… Nadie lo esperaba. El suyo era un combinado que tiraba para todos lados y nosotros también nos desorganizamos defensivamente; nos metieron tres por eso, porque tres goles no te puede hacer Nigeria. Estuvimos muy mal. Si empatas, todavía, pero nos ganaron con aquel gol de Oliseh faltando poco pegado a la cepa del palo.

Y Paraguay, un muro.

El peor partido de la era Clemente, junto al de Chipre. Contra Paraguay íbamos con miedo porque sabíamos que teníamos que ganar sí o sí con la que nos había caído tras el primer partido. Era un equipo superdefensivo, con una pareja de centrales muy buena y un portero como Chilavert. La realidad es que hicimos un partido espeso, solo tuvimos una ocasión de Juan Pizzi. Ya no éramos la selección que habíamos sido, en ese partido perdimos la propia identidad.

Y después vino Bulgaria. Aquellos diez últimos minutos, mirando al banquillo y sabiendo que los otros ya estaban clasificados, fueron de pena y tristeza por los aficionados de España que habían ido hasta Francia, por Javi, por todos. Esos momentos son los peores que puedes pasar en un campo de fútbol. Hicimos un gran partido contra la Bulgaria de Stoichkov y no nos sirvió para nada.

¿Fue un fracaso?

Nunca nos hemos sentido fracasados. Es una palabra muy buscada, pero el fracaso es algo mucho más grave. Nosotros lo dimos todo, pero no alcanzamos el objetivo. Jugamos mal e hicimos mal muchas cosas, pero nos dejamos la vida para que todo saliera bien. No hubo ningún problema entre nosotros, ni un escaqueo, nadie que dijera: «¡Corre, joder, que tengo que correr por ti!». Cuando nunca pasa eso, no se trata de un fracaso; es una cagada, joder.

Nos faltó algo de suerte, evidentemente. Aunque la suerte también es relativa; depende de lo que hagas en el campo. Hay días, como el de Paraguay, que juegas mal y no te la mereces. Sin embargo, el día de Inglaterra en la Euro o en el partido contra Italia de USA’94 te mereces un poco de suerte. En torneos cortos necesitas detallitos y en nuestra época no tuvimos ni uno. Ni uno. Con ese detallito de un codazo, en Estados Unidos habríamos jugado una semifinal contra Bulgaria, que igual nos hubiera eliminado, pero igual no. Aún encuentro gente que me dice: «Tuvisteis mucho tiempo para ganar el partido». Sí, no voy a entrar en debates, pero cuando has estado dentro entiendes que a veces, si la balanza no va a tu favor, no ganas un partido. Y si Robben mete ese gol a Casillas, ¿qué habría pasado? Son apenas cinco centímetros, la saca con la puntera. Joder, ya sé, fueron los mejores.

Al final, te quedas siempre con estos pensamientos y recuerdos. Le das vueltas. Mira, el otro día comí con Javi, porque suelo comer con él y todavía recordamos esas batallitas. No siempre hacemos hincapié en que no tuvimos suerte, porque hubo partidos que jugamos muy mal, pero somos cuidadosos y decimos: «Por qué poquito, ¿no? Lo tuvimos ahí, joder, me cago en la puta».

Tus últimos años se tuercen con las lesiones.

Fue un calvario. No hice las cosas bien y me autopresioné mucho. Los dos primeros años en Bilbao estuvieron bien, pero al tercero me pegó un pinchazo en el sóleo y empecé a tener unas tendinitis severas en los tendones de Aquiles. No sabíamos el porqué, aunque años después se confirmó que todo venía de mis dolores de espalda; de hecho, me operé en 2015 y tengo una chapa y dos tornillos.

Empecé a tener muchos problemas musculares. Y los problemas musculares no son como una rodilla, que te la operan y te la dejan bien; cuando un mes después te pega en el mismo sitio, ya empiezas a comerte la cabeza y a tener miedo. En esos cinco años del Athletic jugué poco porque no tuve regularidad. Me pegaron ocho o diez pinchazos en los sóleos. Probé de todo: plantillas, fisios, masajes. Lo cierto es que llevaba varios años con mucha tralla y cuando volví de Madrid empecé a tener esos dolores de espalda. Una vértebra se había salido de su carril, tocaba ciertos nervios y no me dejaba trabajar. Todos los días estaba tomándome antiinflamatorios y pinchándome para jugar los partidos… no cogí vuelo.

Mentalmente tampoco estuve bien. No pedí ayuda a un psicólogo deportivo, lo cual fue un error. Era otra época y yo, que era bastante cabezón, pensaba que no pasaba nada y que iba a salir adelante. Me fui metiendo en un charco tremendo, no fui fuerte como para parar y curarme. Me quedaban dos años de contrato, de sobra para jugar e incluso haber renovado porque me sentía bien, era fuerte físicamente y no había sufrido lesiones hasta entonces. Sin embargo, me retiré con 34 años… aunque en esa época no duraban mucho más.

Volviste a chocar con Heynckes en tu adiós.

Me pilló en mi último año y no se portó bien conmigo. Tenía una cláusula de quince partidos para renovar y los podría haber jugado perfectamente, pero ni el club ni él quisieron. Tal vez yo también era una molestia para él, era veterano y sabía cómo funcionaba el fútbol; a Heynckes no le hacíamos gracia porque tenía mucha más influencia en los jóvenes que en quienes teníamos el culo pelao. A mí me dolió mucho la manera en que pasó todo. No tenía por qué jugar, pero imagino que entre el club y él decidieron que disputara solo seis partidos para que no hubiera dudas.

Además, Heynckes insinuó que Aitor Karanka venía a traer buen ambiente al vestuario, y esas cosas me empezaron a tocar los cojones. Cuando me despedí le di la mano, le deseé suerte y le dije que como persona era un cero. Y poco le dije. Se lo merecía. Ese último año me mató. Retirarme así después de una carrera preciosa, de no haber tenido ningún problema con nadie, tratarme como me trataron… ¿A alguien de la cantera como yo? ¿Que me vendieron? ¿Que me recuperaron libre? Eso lo tengo ahí metido, no se olvida. Aquellos dirigentes no estuvieron a la altura.

¿Es verdad que te quiso el PSG?

Luis Fernández era el entrenador, pero tenía que sacar a un central y al final no pudo. No salió lo del PSG y las ofertas que tenía de Primera no eran lo que yo quería. La verdad es que me habría hecho ilusión, porque tenía ganas de jugar un añito más, pero según iba pasando el verano me fui entristeciendo. Se acabó, ya está. Tampoco me puedo quejar de nada, fueron quince años muy buenos.

La radio me ayudó muchísimo a superarlo. A los dos meses de retirarme tenía trabajo y otra historia montada en Bilbao con los Salinas. No me iba a aburrir, mi vida estaba bastante bien organizada con unos socios que me ayudaron mucho. No lo pasé mal, fue más la pena por cómo acabó todo, una pena que llevo clavada y que no voy a olvidar nunca. Y tampoco me voy a olvidar de quienes lo hicieron.

Del Dream Team a los Galácticos, ¿cambió mucho el juego?

De los 80 a los 90 cambió todo. Cuando debuté, no había gimnasios, no hacíamos pesas, no teníamos nutricionistas ni fisiólogos… Éramos más toscos porque no había nada de eso. El fútbol fue cambiando. Las cámaras en los estadios rebajaron la dureza en el juego. Sabino Padilla llegó al Athletic y dio un giro radical a la forma de entender la recuperación después de los partidos. Los 90 fueron ya muy diferentes: se medía la grasa cada semana y se te pesaba cada día. Para que te hagas una idea, empecé mi carrera con ochenta y dos kilos y la terminé con setenta y ocho.

Durante estas dos décadas el deporte ha seguido evolucionando, sin duda. El futbolista está ahora muchísimo más rodeado de profesionales porque se juega con más ritmo e intensidad y el calendario se ha ampliado. Los jugadores tienen menús personales en función de lo que necesitan en cada momento, hay más entrenadores para la fuerza, etcétera. Recuperan antes, se lesionan menos y pueden alargar sus carreras.

Hiciste el amago de entrenar como segundo de Míchel.

No tengo vocación de entrenador, sino de ayudar a los futbolistas y darles consejos. Tengo habilidad para hacerles mejorar y trasladarles mis experiencias, en eso sí tengo cosas que decir. Intenté ayudar a Míchel en todo lo que pude. No nos salió bien ni en Olympiakos ni en Marsella, pero tengo que reconocer que fue una experiencia muy bonita.

Saliste rebotado con los representantes tras tu etapa como director deportivo del Athletic.

Es otro mundo, no me esperaba que las cosas fueran así. Hay demasiados representantes que aconsejan mal a los chavales jóvenes: quieren dar pasos demasiado grandes, que vayan rápido al primer equipo y ganar sus comisiones. Algunos representantes son un horror y hay anécdotas que no se pueden contar.

El Athletic es el club más difícil para un director deportivo. No viajas, ni te pegas paseos transatlánticos para ver futbolistas, pero no puedes fallar y que se te vayan los buenos. Cuando voy a fichar a un chico de dieciséis o diecisiete años, no me puedo equivocar para después sacarle en enero y fichar a otro. No creo que otros directores deportivos tengan esa presión y ese estrés. Además, cortar a los jóvenes es lo más duro que hay, es una faena, pero hay que tomar decisiones y ser consecuentes. Me he equivocado en muchas cosas y en otras habré acertado.

Ser director deportivo del Athletic te crea cierta tensión. Dependes siempre de lo que haga el primer equipo y se te juzga por su clasificación. Aun así, he pasado tres años y medio muy felices, me veo más tomando decisiones en ese tipo de trabajo que como segundo entrenador. Es un puesto que me ha encantado, he gozado volver a tener relación con los futbolistas profesionales y también con la cantera. Y vivirlo encima en Lezama, que es donde nací, ha sido una experiencia más bonita que amarga, aunque sea un trabajo poco agradecido.

Imagino que añoras más tu etapa como futbolista.

Evidentemente, quien más disfruta es el jugador. Todos los demás, entrenadores, directores deportivos o analistas, trabajan para que el futbolista esté lo más cómodo posible.

El Madrid te dio los títulos, pero eres puro Athletic Club.

He crecido en el Athletic, donde me enseñaron a jugar al fútbol y a ser persona, a saber lo que tenía que hacer en cada momento. Estar cuatro años en el Madrid fue un paso gigantesco en mi carrera, me desarrollé muchísimo futbolísticamente. Disputar Mundiales con la selección también te otorga una amplia credibilidad. En ese sentido, he aprovechado los equipos en los que he jugado, aprendiendo siempre de cada etapa.

¿Rafael Alkorta se arrepiente de algo?

No, de nada. No me arrepiento del 99% de las cosas que he hecho en mi vida. Me cuesta imaginar algo que hubiera podido hacer de otra manera. Siempre he tenido mucha calma a la hora de tomar decisiones y no me puedo quejar porque no me ha ido mal.

6 Comments

  1. Muy interesante conversación; siempre me ha caído bien Alkorta, se nota que no es mal tío, noblote, en lo personal y como jugador, un poco como Julen Guerrero.

  2. «Sabino Padillo dio un giro radical a la forma de entender la recuperación después de los partidos». Cierto, que se lo digan a Gurpegui.

  3. Joder cuanto años sin leer una entrevista de estas… por favor no dejen de hacerlas

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