Comentábamos hace unos meses que los ambientes en los que con más pasión se ha jugado al ajedrez no eran necesariamente espacios reservados para la alta cultura y la aristocracia. A veces podía parecerse más a una pelea de gallos con apuestas que a un reto entre caballeros de exquisitos modales. Ocurre lo mismo con los ajedrecistas. Se ha difundido el estereotipo de individuos introvertidos, cerrados en sí mismos y con vidas apocadas, sin más ambición que el tablero. No solo no fue así, sino que hay ejemplos de todo lo contrario, como Nikola Karaklajić. Un maestro internacional que legó grandes aportaciones al juego, como el gambito de Belgrado, pero también cambió la vida de miles de personas en los países comunistas al arreglárselas para difundir en ellos su otra pasión: el rock and roll.
Era una de esas personas que igual ya no nacen, hablaba inglés, francés, ruso, alemán e italiano. Podía entenderse cercanamente con medio mundo. Había nacido en 1926, en el entonces convulso Reino de Yugoslavia. Aprendió a jugar al ajedrez en Primaria y, después de la II Guerra Mundial, empezó a participar en torneos hasta convertirse en una de las figuras más importantes del ajedrez de Yugoslavia y del mundo. En 1955 la FIDE lo reconoció como Maestro Internacional y se comprometió en cuerpo y alma con el ajedrez, aparte de jugar, escribió, fue árbitro y organizó torneos.
En la Olimpiada de Ajedrez de Moscú de 1956 ganó la medalla de plata por equipos. Se le considera inventor del gambito de Belgrado, una agresiva jugada derivada de la Apertura de los Cuatro Caballos. Dado el relieve que había tomado su figura, en 1992 fue el árbitro principal de la revancha entre Bobby Fischer y Spassky.
Entretanto, si por algo se caracterizó su vida como ajedrecista fue por permitirle viajar. Recorrió el mundo, lugares exóticos en los que jamás habría pensando que acabaría poniendo un pie, como Cuba, Singapur o Filipinas. Esa experiencia amplió sus horizontes y acabó desarrollando una pasión: la música popular. De todos sus viajes lo que más se traía fue discos. Estando metido en Radio Belgrado, en un momento en 1960 en el que se solicitaron ideas para nuevos programas, a él se le ocurrió que se creara un espacio para emitir música beat.
Su idea fue que se llamara «Autómata musical», una jukebox imaginaria que contase con la participación de los oyentes, que tendrían la posibilidad de comentar y opinar sobre las canciones que se pinchaban. De esta manera, su participación serviría de encuesta para distinguir a los grupos más populares. Una lista como el Billboard o los 40 Principales.
En esas fechas, Karaklajić llegó a saltar a los medios en Inglaterra. En un torneo de ajedrez pidió que le cambiaran el horario de su partida para poder ver Juke Box Jury, el programa de música más importante de la BBC antes de Top of the pops. Le fascinaba. La noticia también sorprendió a los editores del programa, que le invitaron a una emisión donde fue entrevistado y habló de ajedrez y la música de Yugoslavia. Los periodistas ingleses no se creían que hubiera grupos beat en un país comunista. Karaklajić les aseguró que sí y les prometió volver el año que viene con uno.
A su regreso convenció a Zlatni Dečaci (chicos de oro) de que viajaran con él a Inglaterra. Sin embargo, aunque él podía obtener visado como ajedrecista, a los músicos las autoridades yugoslavas se lo denegaron. Ahí Karaklajić se las arregló para inscribirles en un torneo de ajedrez, pidió a los ingleses que le enviaran invitaciones, y el grupo obtuvo visados como jugadores de ajedrez. Zlatni Dečaci actuaron en clubes y en Holanda fueron fichados para lanzar un single, ningún grupo procedente de un país comunista había logrado eso antes ni de broma.
En su programa de radio en Belgrado, los habituales eran The Shadows, Cliff Richard o Fats Domino. Todavía quedaban dos años para que se produjera el estallido de los Beatles en todo el mundo, pero en Yugoslavia ya se podía escuchar rock con frecuencia gracias a él. El contexto, además, lo favorecía. La ruptura de Tito con Stalin había obligado a los yugoslavos a inventarse su propia vía al socialismo. En lo que se conoció como autogestión, el sistema económico sería socialista y el poder estaría concentrado en un partido único, la Liga de los Comunistas Yugoslavos, compartido con los comités de las empresas, pero socialmente el país estaría abierto a las influencias occidentales y permitiría cierto tipo de contestación, al menos en apariencia. Así se produjo la anomalía de que el rock circulara en Yugoslavia desde el principio, algo que había sucedido parcialmente o se había cortado de raíz en el resto de «democracias populares».
Así fue como se colaron los Beatles en las vidas de miles de personas bajo un régimen comunista. Al programa de Karaklajić podía ir cualquiera que trajera un disco del extranjero. Generalmente, eran chavales que aportaban el material que les habían comprado sus padres en algún viaje, pero todavía no se viajaba con frecuencia al extranjero. Los únicos que lo hacían eran los deportistas que, entre torneo y torneo, solían pinchar en el programa de Karaklajić el material que se traían. El mismísimo Radivoj Korać era uno de los más fieles colaboradores.
Después de un viaje a la Alemania Federal, Korać se personó rápidamente en el estudio con un nuevo single. Era Love me do. El análisis del disco fue tan exhaustivo que hasta buscaron en el diccionario qué podía significar Beatle. Korać dijo que le habían gustado mucho y que en Alemania se estaban escuchando bastante. Poco después llegó la explosión en todo el mundo, que prendió también en la juventud yugoslava e hizo que el censo de grupos creciera «como setas».
La apertura del país no impidió que en Yugoslavia la beatlemania desatara una ola de críticas sin precedentes. Se acusó a los que pinchaban a los Beatles de estar «feminizando» a la juventud. Incluso hubo campañas contra los «melenudos» y en lugares como Kruševac se le cortó el pelo a la fuerza a los jóvenes fans de los Fab four.
Aunque no tuviera problemas políticos por emitir rock and roll occidental, lo que sí que sufrió Karaklajić fue encontronazos con la crítica. Le acusaron de difundir subproductos culturales. La crítica especializada en Arte se quejaba de que esas expresiones no deberían emitirse en los medios del Estado. Como profesional de la comunicación, fue mirado con condescendencia, pero al tratarse de un astro del ajedrez, pensaban que se trataba de las locuras propias de los genios. Aunque eso no impidió que fuera despedido de la radio por no pinchar rock de países comunistas. Una exigencia que le pusieron sobre la mesa y que solo tenía un problema: a principios de los 60, no se estaba grabando nada de ese género tras el Telón de Acero. No obstante, Karaklajić duró solo un año fuera, pronto el director de la cadena volvió a llamarle.
A su regreso, inició las emisiones del programa más legendario de Karaklajić, Veče Uz Radio, del que estuvo al mando casi dos décadas. Todos los lunes por la noche emitía para Yugoslavia y, muy a su pesar de sus gobiernos, para los países limítrofes, Hungría, Rumanía y Bulgaria. Entre las originales ideas que tuvo, la más interesante sin duda fue la de organizar vacaciones entre músicos, periodistas y grupos de oyentes. Todo para que se conocieran mejor, congeniasen e intercambiasen puntos de vista. Esto creó fuertes lazos entre una comunidad de jóvenes con inquietudes similares.
Otro fenómeno entonces inédito fue pinchar maquetas, cual Ordovás de la Movida, de grupos que aún no habían grabado un elepé. Con ese material, de hecho, montaba recopilaciones con el sello del programa. Su programa era el trampolín para una carrera profesional y de su redacción salieron gran parte de los periodistas musicales más importantes de Yugoslavia.
No obstante, su actividad rockera, que iba paralela a la divulgación y enseñanza del ajedrez, no se quedó solo ahí. Desde 1966 se hizo cargo de Džuboks, una revista a imitación de Melody Maker o New Musical Express. De hecho, el primer equipo que se puso a trabajar en ella había vivido ya en Inglaterra y Estados Unidos. Fue la primera revista de música que se publicó en un país comunista, con permiso de Ritam, que tenía un campo de acción más amplio entre el jazz y la música popular. La doctrina de los comunistas yugoslavos estaba clara. No solo querían mostrar que la juventud de su país no tenía nada que envidiar a la Occidental, sino que por el mismo precio evitaban que surgieran escenas underground innecesarias. Pusieron la revista y las discográficas del Estado a su servicio para lanzar discos de rock and roll y, a cambio, veían y controlaban todo lo que sucedía. No era clandestino.
El primer problema al que se enfrentó Karaklajić fue si, para el lanzamiento del número uno del magazine, debían ir en portada los Beatles o los Rolling Stones. Ese era el gran debate que preocupaba a la juventud más que comunismo o capitalismo. La aparición de este primer número se produjo el 2 de mayo de 1966. Vendió cien mil ejemplares en veinte días, una auténtica locura. Pronto los denunciantes no lo hicieron por motivos políticos, sino que fueron los periodistas de medios que cubrían expresiones artísticas que consideraban que era baja cultura. Eso llevó a los periodistas de Karaklajić a preguntar a todos los entrevistados por sus obras de teatro favoritas y por literatura. La única directriz política que tomaron fue introducir a grupos y artistas de otros países comunistas para no «parecer un altavoz occidental». Así recordaba Karaklajić la experiencia:
Džuboks causó un gran revuelo a todos los niveles. Un representante del Comité de la Ciudad llegó a una reunión del personal y dijo algo así: «Verá, lo analizamos todo y vimos que la influencia de Occidente es demasiado fuerte [y] por lo tanto, no creemos que deba ir más allá»… Queríamos poner a los Beatles en la portada del segundo número, pero me di cuenta de que había que hacer algo rápido, así que salté con una historia de que hay otras cosas interesantes, hay tipos majos y decentes que también pueden cantar bien, como Adamo (un famoso [cantante] italo-belga), para que pudiéramos ponerlo en la portada… Después de echar un vistazo a la imagen [concedió] «puedes continuar un poco más»… Nada hubiera sido posible sin una pizca de diplomacia, y fue muy importante [para nosotros] ser conscientes de eso en ese momento.
La cuestión es que en el resto de países no había una revista como esta y traspasó las fronteras Yugoslavas. Llegó hasta la URSS y, a partir de su tercera reencarnación, entre 1976 y 1986, introdujo el punk y la Nueva Ola en estos países. Las semillas que sembraron dieron árboles robustos, fueron pioneros también a la hora de regalar un disco flexi con cada número, lo que les permitió llevar mucho más lejos canciones de Rolling Stones o grupos como Easybeats.
Vencida esa batalla, Karaklajić siguió adelante con el fin de ganar la guerra. Ahora tocaba un programa de televisión. Eligió a un joven director de teatro, Jovan Ristić, y el programa se llamó Koncert za ludi mladi svet (Un concierto para jóvenes locos). En enero de 1967, se emitió la primera entrega y ofrecía pocas diferencias con el resto de programas europeos, con la salvedad de que se podía elegir un refugio atómico como decorado para el clip de una canción. Solo había un canal de televisión en Yugoslavia en ese momento, así que todo el que aparecía ganaba fama instantánea. Los dirigentes de la cadena estaban abiertos a toda experimentación y Ristić tuvo carta blanca. Ya en el tercer programa apareció un grupo de sacerdotes católicos croatas, Žeteoci, que tocaban canciones religiosas al estilo beat. Posiblemente, lo menos comunista del mundo.
Nada de esto significó que Karaklajić apartase su mayor vocación, el ajedrez. En 1968 se hizo cargo de la selección de Singapur y, en 1978, de la de Yugoslavia. El reconocimiento simbólico más importante que recibió en estas fechas fue convertirse en árbitro de la mencionada partida entre Fischer y Spassky de 1992. Al contrario de lo que todo el mundo pudiera pensar de Bobby Fischer en aquel momento, Karaklajić habló mucho con él precisamente de música. Fischer le recitó de memorias letras de Neil Young, del que era fanático y, como respuesta, nuestro protagonista le hizo una cinta de varias canciones acústicas que Bobby escuchaba en los descansos de la partida. Si algo puede rivalizar con el ajedrez como forma de comunicación entre dos personas es la música.
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