Los delirios de grandeza relacionados con el deporte vienen asociados al afán de protagonismo de sus organizadores o promotores, políticos o magnates ansiosos por apoderarse de la atención y los valores del acontecimiento en sí y hacerlos suyos. Inevitablemente secuestrados, los eventos de primer orden mundial se han utilizado compulsivamente para saciar la gula visceral tanto de dictadores como de iconoclastas con la idea de posicionarse en el mundo, diferenciarse de sus vecinos geográficos, atraer inversión o blanquear sus fosas comunes. Es el ego superlativo acompañado por unos cuantos maletines que hace que las decisiones sean irracionales, propaganda magnánima tan celosa y acomplejada como sus ansias de poder. Llámenlo combate de boxeo, «rumble in the jungle», «trilla in Manila» o sin ir más lejos Mundial de Fútbol a 40 grados.
En Fórmula1 no iba a ser menos. Como competición cima del motor hay casos para aburrir con políticos obsesionados con atraer las miradas y llevar el Gran Circo a sus ciudades, nunca mejor dicho: pan y circo. Y si aquella ensoñación se quedaba lejos porque el país estaba en ruinas, siempre había la opción de unirse como patrocinador y que se viera en el monoplaza como lo hizo el Coronel Gadafi con McLaren.
En España a Franco no le hizo falta ansiar la carrera porque la tradición catalana en el motor ya la puso en marcha por su cuenta. La Peña Rhin formada por verdaderos apasionados pusieron en marcha el Gran Premio de España en las calles de Pedralbes y ya en los 70 llegó el GP en Montjüic en la Montaña Mágica junto al estadio que se convertiría en Olímpico en un recorrido de ensueño. Ya que había carrera lo que sí pidió su régimen fue una escudería española. Con la Sociedad Española de Automóviles de Turismo (SEAT) recién arrancada el siguiente paso fue que contara con un monoplaza para competir con Fangio, Ascari y compañía. La proclama la hizo José Antonio Suances como presidente del Instituto Nacional de Industria viniéndose arriba en la cena post Gran Premio prometiendo «todo el apoyo necesario para que en fecha no lejana, España pueda presentar un modelo de carreras, construido con material totalmente español» como narran las crónicas de la época.
Aquella escudería nunca llegó entre los gigantes de la construcción y mientras el país se abría con la Transición, llegó el Mundial de Fútbol, el turismo masivo en la Costa del Sol y un nuevo delirio que estuvo a punto de hacerse realidad y que aún asombra: El Gran Premio de Fuengirola.
Dicho así suena a España cañí, a los años del destape, a nevera y sombrilla en la playa. La sofisticada Barcelona parecía lejos, pero al Mónaco Español no había quién le parara los pies con Marbella posicionándose entre la alta sociedad. Aquel Mundial de Fútbol había dejado una Rosaleda en Málaga reformada, las megaconstrucciones hoteleras y la inversión estaban disparadas y algún genio tuvo una genial idea. Realmente fueron dos ingleses Richard Ratliff y Mike Dee quienes olieron el dinero antes que nadie. Uno promotor turístico y otro piloto de F2 con aspiraciones empresariales. Se juntaron el hambre con las ganas de comer y tras estudiar varios localidades colindantes y tirar de contactos pusieron la bandera en Fuengirola. Sabían que la costa española estaba en boca del paddock de F1, de hecho se podía ver Graham Hill y su hijo Damon pasar sus vacaciones de verano en Marbella e igual a James Hunt disfrutando de las playas malagueñas junto a su perro como quedó inmortalizado para Sports Illustrated, tuvo una casa en la zona y un bar en propiedad que acabó traspasando.
La costa era bien conocida también para Bernie Ecclestone, presidente de la Asociación de Constructores de Fórmula1 (FOCA), quien ya había organizado a los equipos, negociaba con las televisiones por los derechos millonarios y le había dado la vuelta al tablero con los circuitos, ahora eran los trazados quienes pagaban por albergar una carrera y los equipos, bueno, más bien Ecclestone, decidían dónde corrían. Con este nuevo paradigma los ingleses vieron el hueco y liaron al político oportunista de turno. Sancho Adam, Alcalde socialista de Fuengirola a principio de los ochenta fue la criatura elegida, uno de los responsables de la edificación de la costa y quien se acabó casando con su rival política de Alianza Popular, Ángela Belmonte. Aquello no podía salir mal.
Los ingleses dibujaron el circuito de 4,4 kilómetros que recorría la Avenida Jesús Santos, atravesaba rotondas, llegaba junto a la nacional y volvía en curvas de 90 grados al paseo marítimo. Trajeron a sus colegas de Fórmula2 para hacer una carrera de exhibición en marzo de 1983. Exactamente ocho coches y todos alucinaron con un trazado rapidísimo, tal vez adelantado a su tiempo, donde uno de los monoplazas rompió la suspensión arrimándose a los bordillos haciendo gala de lo peligroso de estos trazados. Acudieron todos los representantes que podían arrimarse y sacar tajada incluidos Sancho Rocci, presidente de la RFEDA y Vidal Castro, presidente de la Andaluza.
La viabilidad del circuito urbano parecía evidente previa reforma y acondicionamiento para la Fórmula1. Una reforma tasada en 107 millones de pesetas de la época con la que el Ayuntamiento debía correr a cuenta. La noticia de la carrera urbana empezó a inflarse y para el Mundial de 1984 ya entraría en el calendario. Algunos ya se frotaban los ojos con la carrera junto a la playa.
Ecclestone mientras seguía con sus negociaciones salvajes y se le quedó libre una fecha para ese 1984, el 21 de octubre. ¿21 de octubre? Fuera de la temporada alta de verano, ya otoño, una fecha que no convencía ni a promotores ni al Ayuntamiento, pero que no tenía vuelta atrás porque Ecclestone organizaba el transporte de material y a los equipos. Con la idea sobre el papel, pero sin firma, arrancó la temporada con la carrera final en el aire y Ecclestone haciendo gala de sus artes de negociación. En abril de 1984 hizo oficial la petición de 100 millones de pesetas por adelantado para garantizar la celebración de la carrera al propio Ayuntamiento. Por aquel entonces, las obras de remodelación no estaban empezadas, los promotores no sabían de dónde iban a sacar el dinero, las gradas para 200.000 personas se quedarían en 60.000 por correrse en temporada baja y el Ayuntamiento no quería correr con un gasto que, sin haber empezado el Gran Premio, ascendía a los 250 millones de pesetas.
El acuerdo se anunciaba como hecho mientras esperaban el patrocinio de una tabacalera que nunca llegó y sin dinero ni obras a la vista el Gran Premio se enfrentó a la realidad. Antes de ese mismo verano hay quien ya anunciaba que no habría carrera y Ecclestone completó su fecha libre con un sustituto, Estoril. La carrera se convirtió en el Gran Premio de Portugal con remontada épica de Lauda para llevarse el campeonato del Mundo. Salía undécimo y tenía que llegar a la segunda posición para asegurarse el título. Llegó hasta la tercera y un trompo final de Mansell le dejó el segundo lugar que le dio el tercer y último campeonato. Aquella carrera fue gloriosa por el resultado y el podio Prost, Lauda, Senna, quien logró el último podio con el Toleman. Proeza que repitió en el 85 la otra fecha guardada para Fungirola, donde la lluvia que envolvió la épica y significó el primer triunfo de Senna.
Ayrton era un genio en lluvia, ya asombró con aquel Toleman en Mónaco en la dramática carrera donde Prost tuvo que levantar la mano para pedir la bandera roja y evitar que le humillaran. En el trazado junto a Lisboa la lluvia volvió a ponerse de su lado y esta vez con el Lotus imprimió un ritmo a la carrera inalcanzable para el resto con el que dobló a todos los coches menos a Michele Alboreto que acabó segundo y significó el primer triunfo de su leyenda.
Fuengirola perdió su oportunidad entre delirios de grandeza, promotores oportunistas y políticos egocéntricos. Habría más quienes se acercaron a la máxima competición sin tener idea de dónde se metían. Decían de él que era un visionario, un «pionero» como le ha retratado alguna plataforma, y llegó a ser alcalde aprovechando su popularidad. No sabía nada de carreras, pero Jesús Gil creía que montar su escudería española le colocaría en primer orden mundial. Mientras se hacía fuerte en la Costa del Sol, pensó por qué no dar un paso más y adentrarse en el paddock. Gil Racing Team podría haber sido el equipo, el mismo donde quería juntar a Senna y el motor Honda. Y el equipo con el que hacer el entry no era otro que Brabham, propiedad de Bernie Ecclestone.
Gil iba a lo grande y quería revolucionar las carreras y puede que ahí encontrara tiburones de su tamaño. Dicen que estuvo físicamente en un circuito alemán durante un Gran Premio forzando una reunión con el propio equipo. Los diarios de la época entrecomillan declaraciones que existieron: «Quiero a Senna y el motor Honda» como si hablara del «Tren» Valencia y el «Coco» Basile, dos de sus fichajes y víctimas en su equipo de fútbol. Los diarios también publicaron la respuesta del emisario del equipo británico que describía la locura del personaje que había conocido y que no había venta posible.
Es lo más cerca que estuvo Jesús Gil de la Fórmula 1, pero no Andalucía. Poco tiempo después llegó un proyecto serio y obras finalizadas, como eran las del Circuito de Jerez, junto al Jarama hubo dos trazados permanentes y se convirtieron en referentes. Cuatro triunfos de Senna en cinco años, hasta que llegó Barcelona. Después, como GP Europa volvió en 1994 y 1997 ahí es donde llegó el lío. Jerez ya sabía que iba a ser su último Mundial en el Calendario y hubo tantos esfuerzos públicos entre la alcaldía y la Junta de Andalucía que todos querían salir en la última foto.
Pedro Pacheco, alcalde de Jerez, impulsor de la carrera, se erigió en organizador de un protocolo al que decidió cambiar el guión. Quiso que Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, le acompañara por aquello de los juegos políticos y entregaran los premios junto al presidente de la Federación Española de Automovilismo, Carlos Gracia. La propia Fórmula1 insistió en que Plácido Domingo entregara los trofeos y el tema se enquistó. Tanto, que había más gente pendiente de lo que ocurría en el podio que en la propia celebración del titulo de Jacques Villeneuve, quien aguantó en carrera la embestida de Michael Schumacher en DrySack en una imagen histórica para el recuerdo.
MIka Hakkiken ganó la carrera y Coulthard le acompañó también en el podio junto a Ron Dennis. Con todos estos había más hombres trajeados y con corbata que pilotos. La cámara no sabía a quién seguir. Pacheco se adelantaba, dirigía la ceremonia e iban entregando las copas. El problema más grande estaba fuera, donde Pacheco había ordenado que impidieran la entrada al podio de todo aquel que se acercara. Ese era su momento. Algunos presentes dicen que hubo más que palabras con la Policía Nacional para tratar de abrir esa puerta. Chaves apareció, Carlos Gracia también, Pacheco por supuesto, y para completar el cuarteto español, Plácido Domingo, por aquello de ser de casa. Enfrente había otro trajeado, Max Mosley, presidente de la Federación Internacional de Automovilismo, al que le quitaban las copas de la mano.
La FIA llamó a consultas a Pedro Pacheco y en su sede de París le comunicó que Jerez quedaba oficialmente excluida del calendario por «perturbar la ceremonia del podio por el comportamiento del Alcalde de Jerez y representantes de las autoridades locales». Jerez no ha vuelto a albergar una carrera de F1.
Pues si lo hacen en Madrid que se preparen, que lo del podium de Jerez será cosa de niños en comparación XDDDD
«dobló a todos los coches menos a Albereto que acabó segundo » supongo que será Michele Alboreto.
«Jacques Villeneuve, quien aguantó en carrera la envestida de Michael Schumacher » sin comentarios.
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