Entrar al campo con el pie derecho, santiguarse, elevar una plegaria al cielo, colocarse las medias del revés, llevar una estampita pegada a las espinilleras o colocarse en el pecho una cruz confeccionada con esparadrapo. Son algunas de las supersticiones más célebres del mundo del fútbol, donde muchos jugadores confían, a pies juntillas, en pequeños rituales que les ayudan a sentirse mucho más seguros de si mismos. Michael Parkinson, periodista y famoso presentador británico, ironizaba con sorna: «Cuando salga al caldero hirviente que será Wembley, no me habré sonado la nariz en diez días, llevaré puestas dos botas del pie izquierdo, el bolso de la suerte de mi mujer y la camiseta fetiche de mi abuelo. Son mis amuletos. Parecerá estúpido, pero eso es lo que va a eliminar de la Copa al Liverpool y al Newcastle».
Fina ironía para describir la superchería, siempre presente, de los héroes del domingo. Delanteros, defensas o porteros siguen convencidos de que existen fuerzas sobrenaturales que resultan decisivas en los partidos de fútbol. El caso real más famoso fue el de Alan Rough. Un supersticioso portero escocés con un sorprendente ritual antes de cada encuentro. Tenía un decálogo tan surrealista como divertido. Y según el propio Rough, efectivo. «Mi ritual era a prueba de bombas, me funcionaba siempre». Lo llevaba a cabo, minuciosamente, antes de cada partido. Jamás se colocó bajo palos sin cumplir sus diez mandamientos. Ganara, perdiera o empatara, Rough confesaba abiertamente una serie de costumbres que conseguían hacerle sentirse protegido y seguro. Listo para la batalla. «No creo que pudiera jugar a fútbol sin llevar a cabo esos preparativos. Y nada me desanima ni me aparta de ello, ni siquiera una paliza de siete goles». El sancta sanctorum de Rough constaba de diez puntos vitales, imprescindibles antes de saltar al terreno de juego:
- No afeitarse la mañana antes del partido.
- Portar un llavero con un cardo grabado.
- Llevar al estadio una vieja pelota de tenis, ya descolorida.
- Guardar en su bolsillo una bota de fútbol en miniatura que cierto día encontró junto a las redes de su portería.
- Colgarse en el cuello una medallita en forma de estrella.
- Debajo de su camiseta negra de portero, llevar un jersey con el número 11, que era la camiseta de su primer equipo.
- Santiguarse tres veces antes de pisar el césped.
- Golpear el balón contra la pared, al menos durante tres veces, justo al salir por el túnel de vestuarios.
- Al acercarse a su portería, introducir la pelota con la mano antes de que diera comienzo el encuentro.
- Sonarse la nariz lo máximo posible con un pañuelo que llevaba, ex profeso, debajo de la gorra.
Al extravagante Rough no le fue nada mal con ese decálogo. Fue el portero escocés más querido por la afición y tuvo una carrera más que aceptable en el fútbol de Las Islas. Jugó durante tres décadas, defendió la portería del Partick Thistle —con el que llegó a la mítica cifra de 624 partidos—, el Celtic de Glasgow y el Hibernians, ya en la cuesta abajo de su dilatada carrera. Hasta un total de cinco managers diferentes le otorgaron su confianza para formar parte del once titular del conjunto del cardo. Las puertas de la titularidad se las abrió la pésima actuación de Stuart Kenney frente a Inglaterra, encajando cinco goles, por lo que el seleccionador telefoneó a «Roughy» y le propuso ocupar la portería escocesa. Así fue durante varios años y con cierto éxito para el guardameta más supersticioso de todos los tiempos. Tras una actuación memorable —otra vez ante los ingleses, el metro patrón de los escoceses en cualquier competición—, Rough se convirtió en un auténtico héroe para su hinchada que, a pesar de la derrota, le brindó su confianza por sus increíbles paradas. Él, fiel a si mismo y a sus extrañas costumbres, protagonizó momentos realmente curiosos en el partido, como arrancar un trozo de hierba para guardárselo como trofeo, o como saltar tres veces sobre sí mismo para dar un toquecito al poste antes de cada saque de esquina.
En el Mundial de Argentina, en 1978, fue testigo de excepción del gol más famoso de la historia para Escocia, el de Archie Gemmill ante Holanda. Sin embargo, la diferencia de goles a favor cortó de raíz la trayectoria de un equipo tan anárquico como alegre, que se ganó la simpatía del público en aquella Copa del Mundo. Cuatro años más tarde, en el Mundial de España, Rough alcanzó su partido internacional número cincuenta con la Tartan Army, aunque la efeméride no le fue demasiado bien. A pesar de llevar a cabo su famoso decálogo de supersticiones antes de salta al césped, el Brasil de Zico, Eder y Sócrates le obsequió con un 4-1 lapidario que mandaba a los escoceses de vuelta a casa.
Junto a ídolos como Kenny Dalglish, Gordon Strachan o Graeme Souness, el excéntrico Rough fue uno de los grandes ídolos de la Tartan Army en aquellos años. Y sin duda alguna, el jugador más entrañable para los aficionados escoceses. Más tarde, en la fase de clasificación de México ’86, Rough acudiría al rescate de los suyos ante Gales, en Ninian Park, en un choque que se saldó con empate a uno y donde sobrevino la trágica muerte del seleccionador escocés, el venerable Jock Stein, por un infarto. Escocia logró su pasaporte para México en un play-off a cara de perro ante Australia, con Sir Alex Ferguson como seleccionador de emergencia, en un partido donde Rough ocupó la meta de la Tartan Army después de que Jim Leighton, el titular, perdiera sus lentes de contacto después de un choque. Rough entró al campo, se sonó la nariz, se santiguó, llevó consigo su vieja pelota de tenis y su llavero con el cardo grabado y fue decisivo para el pase de su equipo. Cuando se retiró, Alan Rough colgó las botas siendo el portero que más veces había vestido la casaca escocesa, un récord sólo superado por Jim Leighton —que no volvió a perder ninguna lentilla— con el paso de los años.
Rough puso punto y final a su carrera después de pasar por Orlando y de una fugaz experiencia en el modesto Ayr United en 1990. Un año que no olvidaría fácilmente, al ser sorprendido saliendo de un supermercado con un filete de ternera que, al parecer, no había pagado. El centro comercial Safeway le denunció y Rough pasó dos horas en comisaría. Finalmente, todo fue un malentendido y se revocaron los cargos contra él, pero el incidente se filtró a los medios de comunicación. Suficiente para que los hinchas rivales se cebaran con él durante los partidos y le recordaran el escabroso asunto del filete. Los hinchas del equipo contrario, a ritmo de la melodía de los acordes de la popular My Darling Clementine, le compusieron una canción en su honor. «Oohhh…¿Dónde está la charcutería? ¿dónde está la carne de vaca? ¿Dónde está la carne picada? está en el bolsillo, en el bolsillo Alan Rough». No fue disco de platino, pero la canción se convirtió en un clásico de los estadios escoceses. Rough siempre se lo tomó con sentido del humor. «Hago una dieta muy estricta. Solo proteínas. Antes del partido, nada como un buen filete».
Hoy, Alan Rough, más conocido por Roughy, se ha reinventado a sí mismo y se ha convertido en un prestigioso comentarista en una radio de Edimburgo, formando pareja profesional con Ewen Cameron, uno de los periodistas más reputados de Gran Bretaña, previo paso por Dubai. Ambos editaron un libro, Talking Balls with Ewen and Roughy, que fue un auténtico éxito en Las Islas, y triunfan en la radio escocesa por su peculiar y desenfadado estilo de hacer comentarios sobre los jugadores, a través de programas donde los oyentes les formulan preguntas sobre la actualidad futbolística. Rough ha cumplido los 59 y está felizmente casado en segunda nupcias con Maggie Barry, una conocida periodista. Su primer matrimonio con Michelle, una exuberante belleza que se ganaba la vida rodando anuncios publicitarios mientras posaba en bikini, solo le sirvió para que algunos delanteros rivales le gastaran bromas pesadas en algunos encuentros.
Tras publicar su autobiografía, Rough alcanzó la felicidad. «Los hinchas me paran por la calle y me preguntan si me he sonado la nariz antes de salir de casa, si llevo mi llavero con el cardo grabado o si aún conservo mi vieja pelota de tenis ya descolorida. Tienen una memoria de elefante, me pagan con todo ese cariño». Alan, que guarda un magnífico recuerdo de sus vacaciones en España, ha apartado de su vida aquellas supersticiones que le catapultaron a ser el meta más famoso de Escocia. Ha dejado de sonarse la nariz a todas horas con su viejo pañuelo, aquel que llevaba debajo de la gorra, y guarda algunos de sus más preciados amuletos en el desván de su casa. Eso sí, no pasa por debajo de una escalera y recuerda que pisar mierda trae buena suerte. «Hay cosas que nunca cambian». Todo un personaje.
La imagen que tengo de Alan Rough es haciendo la estatua en Sevilla ante los goles de Zico y Eder. Tampoco es que pudiera hacer mucho más, el hombre.