Salma al-Shehab es una mujer saudí, madre de dos hijos y estudiante de doctorado en Leeds, que mientras usted lee este artículo con un café en la mano o entre parada y parada de metro se marchita en la cárcel. La detuvieron en una visita a su país natal por «desorden público» y poner en riesgo la seguridad nacional. En realidad, la detuvieron por tuitear libremente, por hacer retuits a activistas que hablaban de la situación de la mujer en Arabia Saudí y a contenido en el que se hablaba de las campañas de promoción a través del fútbol que el Gobierno utiliza para lavar su imagen.
La Supercopa de España, regada con dinero manchado de sangre, es uno más de esos eventos deportivos que utiliza el príncipe Bin Salman para hablarle al mundo de las bondades de un país en el que puedes ver decapitaciones en plazas a unos metros de un estadio donde juegue el FC Barcelona o el mismísimo Cristiano Ronaldo. Sin embargo, ese lavado de cara de la dictadura sanguinaria del país de oriente medio no termina en sus fronteras. Visit Saudi se anuncia alegremente en eventos deportivos de todo el mundo. La desfachatez llega cuando pretende hacerlo en el próximo Mundial de fútbol femenino.
Australia y Nueva Zelanda recibieron boquiabiertas el informe de FIFA en el que se sugiere que junto con Adidas o Coca-Cola, Visit Saudi iba a ser uno de los patrocinadores del evento, a saber a cambio de cuántos millones de mordida. Poco se sabe del acuerdo, lo mismo que del órdago que el gobierno Saudí lanzó también el año pasado al Real Madrid con 150 millones de euros para patrocinar a su equipo femenino a través de Quiddiya, ni tampoco del acuerdo que firmó la Real Federación Española de Fútbol para aumentar la participación de las mujeres en el deporte, que sirvió de excusa para saltarse el comité ético sin hablar de las comisiones de Rubiales y Piqué, y que llevó a Jorge Vilda a presenciar un Arabia Saudí – Islas Mauricio en las mismas fechas que se perpetró la Supercopa en el desierto.
¿Visitar Arabia Saudí? ¿Un país en el que las mujeres no podían votar hasta 2015 o conducir hasta 2018 y en el que los edificios públicos, playas o transporte siguen segregados en espacios para hombres y para mujeres? ¿Visitar un país en el que las mujeres están obligadas a vestir la «abaya» para no exhibir ninguna parte de su cuerpo o en el que la «mutawa» controla a las turistas para que no vistan de manera apropiada? ¿Un país donde una mujer no puede casarse ni elegir pareja sin permiso de su padre o tutor, en el que aún se producen matrimonios concertados, y en el que una mujer no puede pedir el divorcio? ¿En el que una mujer no puede huir de su casa en caso de maltrato sin permiso de su tutor, aunque sea el propio maltratador, y que además puede ser detenida por ello? ¿Visitar el país que metió en la cárcel, torturó y violó a Nassima al-Sadah, a Loujain al-Hahtloul por reclamar los derechos de las mujeres?
No, gracias. Ni las futbolistas que van a ir a Australia y Nueva Zelanda ni los millones de mujeres en todo el mundo que juegan al fútbol están interesadas en visitar Arabia Saudí, un país en el que les pueden cortar la cabeza o meter en la cárcel por vivir libremente. Tampoco los periodistas que cubran el evento deberían posar frente a un cartel de Visit Saudí sin escuchar en su conciencia a la motosierra que descuartizó a Jamal Khashoggi. Pero esto, una vez más, está en manos de FIFA, que no consultó a los países anfitriones ni a sus federaciones si estaban de acuerdo en que el dinero regado en sangre del régimen saudí ensuciara la cita mundialista.
Infantino no se ha pronunciado. Tal vez tenga arrestos para plantarse delante de la prensa, posando con el cartel de Visit Saudí y volver a proclamar su discurso de Qatar, el de «Hoy tengo sentimientos fuertes. Hoy me siento qatarí, me siento árabe, me siento africano, me siento gay, me siento discapacitado, me siento trabajador migrante», pero esta vez añadiendo que se siente mujer. Sin embargo, las únicas que saben lo que es sentirse mujer y ser discriminada por ello, estarán al otro lado. Estarán en Arabia Saudí, sometidas a sus tutores, apartadas en el autobús, tapadas con una túnica, y sin ver un Mundial en el que podrían ver a mujeres libres que no teman una condena de 45 años de cárcel si tuitean que el régimen saudí pisotea los derechos humanos y, además, blanquea su imagen untando a organismos como FIFA para apoyar eventos deportivos que estarían prohibidos y perseguidos en su tierra.
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Ni abaya obligatoria ni obligación de no llevarla. En Arabia Saudí, en Irán y en todo el mundo: ¡Mujer, vida, libertad!