Ciclismo Historia

Mitos, lluvia y estrellas de rock: aquella Vuelta de 1999

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Jan Ulrich y Abraham Olano subiendo el Angliru en La Vuelta 1999

En 1999, yo era súper joven y Lance Armstrong había ganado un Tour de suerte. Las cosas son así.

Ya ven, en 1999 todo fue mejor, sin duda. Bueno, salvo las pintas, pero, en general, todo fue mejor si quitan las pintas. Hasta la Vuelta a España, que ilusionaba como nunca antes. A ver, exageramos, pero es que estábamos cerca del año 2000, y todo era muy exagerado. Que está a punto de irse a tomar vientos la civilización moderna, amiguete, déjame ponerle sazón al asuntillo. Y eso, que hordas de seguidores ataviados con la gorra de Cajarural esperaban anhelantes el gran acontecimiento ciclista de cada año. Solo que más, porque… en fin, porque iba todo hipertrofiado cual su primo el Jonathan tras su segundo ciclo de esteroides. Recorrido, participación (con ese Ullrich doliente que quería volver a sentirse as). Y, sobre todo, él.

Su excelencia del dolor.

Ese puerto tan imposible

Punto extraño: la special guest star de esta Vuelta es un puerto. Sí, sí, un puerto… nada de ciclistas. Un alto, un collado, una subida sin otra vertiente, una carretera satánica que sube hasta cierto lago artificial puesto donde Merckx dio las tres voces. En fin, tampoco es nuevo, que en España hicimos estrella a alguien tan improbable como Landa (Alfredo, no Mikel, que Mikel lo tiene todo merecidísimo, una palabra suya bastará para sanarme).

Así que… el Angliru. Que de aquellas muchos quisieron decirle, aun, La Gamonal. Pero en Angliru quedó, con sus Pedrusines, su Aviru y su Cueña les Cabres. Ay, la Cueña les Cabres, me duelen los muslos solo al escribirlo, lo de Cueña les Cabres. Rampas imposibles, dureza sostenida (rampas imposibles a cachitos ya se vieron en el pasado) y sensación generalizada de que cualquiera con nalguitas carnosas iba a perder allí treinta minutos, cuatro años de vida y el carnet del cineclú. Más o menos.

Lo curioso es que después… oye, ni tan mal. Vamos, que todo lució acojonante, y es de esos días que uno recuerda dónde estaba viéndolo (yo en la boda de mi hermano, porque la vida es así de puñetera). Pero, a efectos prácticos, los grandotes no salieron mal parados, los escaladores no trincaron tanta ventaja, nadie puso pie a tierra (fundamentalmente porque del vigésimo para atrás todos subieron a empujones) y la niebla hizo que el asunto fuera menos bonito pero más bonito, seguro que me entienden. Ah, decidieron muchas cosas los descensos, porque Cobertoria y Cordal tenían asfalto de ese que había antes por el norte, que mezclaba rozo a medio empapar, moñigas brillantes y más grija que en una obra. Así que Escartín al suelo (de los más favoritos en la Vuelta, oigan), Piepoli bajando con ruedines, Beltrán cayéndose ciento veintiséis veces, todos con sus manchitas de barro en maillot y coulotte, los extranjeros diciendo que vale, que su puta madre va arriesgar por ahí. Y ese tono.

También se fue al suelo (bueno, se fue a la cuneta, a las bardas, a buscar champiñones, a mirar por si había ráspanos, que es septiembre buen mes para los ráspanos) el líder. El líder era uno de esos culogordos que dijimos antes. Abraham Olano, igual les suena. Grandote, cara de noble, descolgado en montaña, arriesgando cuesta abajo. El sucesor de Indurain, escribieron, porque, de aquellas, ganar cinco Tours parecía cosa fácil. En fin, pues ese Abraham. Sublime en la crono, solvente para arriba. Si hasta en el Angliru lo hizo fenomenal, el tío. Solo que llevaba su golpe en el cuerpo. Costillas fisuradas, o rotas, o algo. Subió por Cobayos en plan exhibición, completó el asunto al día siguiente, tiene el rollito más encarrilado que Simon Yates aquel Giro de Bardonecchia. Y luego… fiu. Yates y Olano. Sufrimiento en Pla de Beret, abandono al día siguiente. Lo que pudo haber sido y jamás sucedió. La montaña rusa.

Ah, en el Angliru ganó Jiménez. José María Jiménez. Ídolo de la afición, niño bonito de Prisa, Chava de España, hostias. El año anterior anduvo cercuca en la general, y ese 1999, con lo del Angliru y los Pirineos, pues… Chava campeón, oeoeoe. Poco más o menos. Luego pues… artificiero. Eso sí, en Asturias se cumplen guiones que ni hecho deliberadamente. Que igual se hizo deliberadamente, oigan. Esos dos últimos kilómetros, ese Pavel Tonkov avanzando a diecisiete pedaladas por minuto, ese Jiménez entre brumas, entre nieblas, entre luces, entre motos. Victoria épica, una de las que todos van a recordar. Pero…

Pavel Tonkov, ciclista del equipo Mapei, en la subida al Angliru

Pero diferencias magras frente a los no magros. Menos de dos minutos a Abraham, otro sumen a Ullrich. Pasa que en crono pues… Y añadan a ello lo del día siguiente. Que menudo día, el día siguiente. Final en Los Corrales de Buelna. Bueno, no… final en el polígono de Barros, vamos a ser precisos. No, mejor aun… final en el Polígono de Barros delante de la nave donde curraba mi padre, que estaba allí Manolo venga a ladrar a las motos. Manolo era un perro mestizopastoralemán muy salao que ladraba mucho pero luego era encantador. Qué majísimo era, Manolo.

Bueno, que día dantesco, por caer en los tópicos (los tópicos es algo que nos encanta a quienes escribimos sobre gigantes de la ruta y serpiente multicolor). Agua, viento de narices, un amigo mío despeñándose prao abajo, los ciclistas flipando mogollón con las trampas, y los descensos, y los rampones, pero qué rampones me pone usted aquí, señor mío, qué infierno es esto del Collado de Cieza, quién iba a pensarlo, mira qué curva criminal, no me jodas. Y luego la bajada, que la bajada tenía asfalto recién puesto, y con lluvia aquello reflejaba cual espéculo de Alicia, aproximadamente. Y pindio, y hojas de avellano (hojas de avellano color amarillo septembril, hojas de avellano que se adhieren a la carretera y patinan como jabón en la ducha), y dos enlazadas allí, pasando Lobao, que da miedo tomarlas hasta en seco.

¿Resumen? Pillan los croners casi un minutuco entre colocarse bien subiendo, arriesgar un poco bajando, seguir la rueda estradiótica del belga con pelo platino. Golpe venido grimpeur a menos, sí.

Pero… esperen… ¿no saben quién es el belga con pelo platino? Oh, pues esto les va a encantar…

De profesión: rockstar

En el Angliru nuestro prota llegó decimoséptimo. Cinco minutos y nueve segundos más tarde que José María Jiménez y las motos. Parece muchísimo, pero si tienen ustedes en cuenta estados, chifladeces y motivación… El paisano iba como un tiro, no piensen otra cosa. Sucede que la mente… en fin, la mente.

Aquella Vuelta a España de 1999 fue para Frank Vandenbroucke una reproducción de su carrera (y de su vida) en pequeñito. Vamos, que tobogán. Locurón bien gordo. Vamos, que patorras y fiesta. Vamos, que como para intentar explicárselo a ustedes. A ver… ¿recuerdan a Miguel Indurain? ¿Sí?

Pues lo contrario.

En septiembre de 1999 Vandenbroucke era un tipo sin freno. Pintas de estrella farlopera, hasta el culo de stilnoct (el plural de «stilnoct» es, como todos ustedes saben, «comisaría»), sudándosela todo mogollón, farfullando con sus compañeros mercenariatos y noches de fiesta. En resumen, las risas. Salvo si lees el impactante Dios ha muerto, de Andy McGrath, recientemente traducido por David Batres y publicado por Libros de Ruta. Entonces ya no tiene mucha gracia el rollo, porque sabes el final, y es trágico de narices.

Lo del stilnoct, aclaramos, es una de esas pastillitas que a veces te duerme, otras te pone espabiladísimo y las de más allá te deja tonto del culo, alucinando y sin poder pergeñar palabras comprensibles. Bobby Julich, compañero de Frank, cuenta en Dios ha muerto cómo en una ocasión cierto ciclista, de quien omite nombre, estaba saltando sobre una cama de hotel, completamente desnudo, haciendo el helicóptero con su miembro viril… justo delante del director deportivo. Sin reconocerle. Ya ven, travesuras. Vandenbroucke, apunta, se quedaba con el rostro totalmente inexpresivo, en estado comatoso. Qué maravilla de ambiente, ¿eh?

Chava Jiménez, del equipo Banesto, en la Vuelta Ciclista a España 1999

Sucede que, en fin, que Frank Vandenbroucke es un puto genio. Quizá el ciclista más dotado de todo el pelotón, el que más clase tiene (si es que tal inefabilidad se puede medir). Y gana. Gana cómo y dónde quiere. O algo así, tampoco vayan a pensarse.

En la Vuelta, por ejemplo, se conformó con premios menores. Menores en lo deportivo, que de lo otro fue amasando a base de bien. Tampoco es que pudiera aspirar a mucho más. Venía de estar unos meses paradito por un «quítame allá esas relaciones con médico dopador», y aterrizó en España habiendo entrenado. Bueno, igual habiendo entrenado o igual no. Eso sí, el pelo perfecto, la barbita recortada que ni Aramis de Herblay, patas finas, postura de killer. Primera semana anónima, bofetón en Ciudad Rodrigo, ya verás qué fácil gano, mira qué sprint tan chupao, y, al final, tercero, que me ventilan Ullrich y Olano. Que Ullrich vale, pero es que Olano es el anti Vandenbroucke, es que tú a Olano no lo imaginas con ese cabello, con esa mirada, con ese «ven pacá que te explico Lieja». Ay, qué pesadumbre.

Si alguna vez pensó cepillarse la Vuelta, olvidado. Así que a otra cosa. Etapas. Casi sin quererlo, oigan, porque ni parece que se esfuerce. En Los Corrales de Buelna, el día del viento y Manolo, llega con los mejores de la general (pelín antes, incluso) pese a ir silbando. Entrando en calor. Y estaba acalorándose.

Ella se llamaba Sarah Pinacci, y era azafata en un equipo italiano que patrocinaba cierta marca de cafeteras. O, dicho de otra forma, que nuestro Frank se trasegaría setenta u ochenta cafelitos antes de salir solo por contemplar esos ojazos verdes. Iba genial para el temperamento lo de la cafeína, sí. Así que: mira lo guapa que eres, mira que te mando ramucos de flores, mira que si menuda sonrisa, mira que me imagino futuros junto a ti. Un día él se descuelga. Oye, mozuca (diálogo ficticio), si gano mañana, ¿me das un beso? Vale, contesta la interpelada, pero en el papo. Dicho y hecho. Camino de Teruel, escapada a dos con Jon Odriozola. En un momento a Vandenbroucke se le acerca cierto coche. Es el director de su rival. Oye, que si dejas ganar al muchacho te doy un trillón de dólares (dialogo ficticio, de nuevo). Espera, voy a pensármelo, dice Frank. En el siguiente relevo deja de rueda a Odriozola, se marcha solo, se deja atrapar, hace seña para que vuelva el auto. Si me das esa pasta dejo que tu corredor entre segundo sin descolgarle. Genio y figura. Adivinen quién ganó.

Los últimos días ya son despiporre absoluto. Vandenbroucke viaja una hora en automóvil hasta el hotel de Sarah, pasa allí la noche, vuelve de empalmada (no me hagan el chiste fácil, por favor) con tiempo justo para tomar la salida, chulea a todos subiendo Navalmoral (quizá sea el vídeo que más veces han repetido en Youtube los de mi generación), trabaja para Ullrich, se trinca dos o tres planes de pensiones en marcos alemanes, humilla a Zarrabeitia subiendo las murallas, gana aquella etapuca como podía haber ganado otras siete que le pusieras seguidas. Nadie es capaz detenerlo, nadie consigue que entienda las consecuencias de sus actos. Es el mejor, sí, pero también alguien con comportamiento sociópata, según declara el psicólogo Jean Cristohpe Seznec a Andy McGrath. Pero, en fin… era tan hermoso…

El problema es lo de antes, sí, pero sobre todo aquello que hubo de llegar después. Cuando salía de fiesta y no recordaba haber salido de fiesta. Cuando las noticias de sus andanzas llegaban meses más tarde, en forma de multas por exceso de velocidad. Cuando pasó varios días en una discoteca y acabó pidiendo a una tienda de alta costura que le enviase un traje para cambiar su atuendo, que no es plan estar tan sucio. Cuando aun era recuperable como ciclista y se golpeó con un martillo la mano para no acudir a una carrera, porque le faltaba motivación. Le pillaron muchas veces con muchas mierdas en casa. “¿Compré todos aquellos productos? De todo corazón, no lo sé. Pero está claro que todas esas cajas no llegaron solas hasta allí”. A ese extremo llegó. Tendencia destructiva. Auto y alter.

Frank Vandenbroucke fue encontrado muerto en la habitación de un hotel en Senegal. Le faltaba el mes para cumplir treinta y cinco años.

Frank Vandenbroucke

Ganará seis o siete Tour de Francia

Claro, después de lo anterior… pues bajona. Que sí, que prestaciones atléticas acojonantes, emoción menos auténtica que Hautacam´2000 y polémicas cuchufletescas de caspa y coñac (ese Chava Jiménez paseando la lengua tras la victoria de Laiseka en Abantos). Pero es que tras Vandenbroucke pues… tío, estábamos escuchando la banda sonora de Conan y pasamos a Bustamante.

Ocurre que Ullrich es superior. Muy superior. Demasiado superior. Que sí, que tenía las rodillas hechas cisco, mentalidad de jubilado teutón en Torremolinos y mofletes llenos como la agenda de Michele Ferrari, pero es que siempre fue uno de los grandes talentos en esto de dar pedales (uno de los grandes talentos de siempre en esto de dar pedales) y los otros se llamaban Igor González de Galdeano, o Roberto Heras, y cosas así. Que vale, que meritorios, pero eso… meritorios en el despachito recién acabada la Facultad…

Veamos este último. El Galdeano, digo. Llegaba a la Vuelta un poco pues mira, siendo septiembre no tengo nada mejor que hacer. Y sorpresa en el prólogo, buen rendimiento aquí y allá, prestaciones solventes. Hasta lo de Arcalís. Que tiene intrahistoria, lo de Arcalís. Porque allí ataca Igor a tomar por el culo de meta (a ver, a tomar por el culo de meta en versión «época Armstrong», no a tomar por el culo de meta en clave Federico Martín Bahamontes unchained) y parece movimiento extraño, porque nunca se había visto en rollos similares, y todos pensaban que vale, sí, pero que guarda, guarda y táctica “comer, beber, rueda”. Pues nada, zas, arrancada fulgurante (igual “arrancada fulgurante” es mucho decir, pero déjennos fantasear un poco), hueco rápido y de allí hasta el final. Victoria, la gran esperanza española para derrotar al malvado boche, ese Ullrich es un don nadie, todos con Igor, dame otro trago de patxarán que no veas cómo entra, va suavito

Bueno, que hubo cruce de comunicaciones, en Arcalís. Como cuando manda usted ese whatsapp un sábado a las tres y diecisiete, que no puede ni acertarle al móvil con la melopea, y resulta que equivoca destinario/a, y la cosa se complica, y menudo domingo de historias, excusas y problemas tienes por delante, Luis Alfonso, que te dije que no iba a salir bien esto, Luis Alfonso, que era cuestión de rato, a ver ahora, sí, a ver ahora. Pues igual. O parecido. Vamos, que Javier Mínguez, director de nuestro heroico Galdeano, mandó atacar a un compañero suyo, pero hubo problemas pinganillescos (los montes, ya se sabe) y aquello lo oye Igor, y, como los ciclistas obedecen órdenes sin decir ni mu, arrancó, y sale todo bien, y qué de risas, y qué de dientes ante los fotógrafos, pero qué hostia más grande nos podíamos haber pegado con la tontería, tú, si es que estas cosas las carga el diablo…

Pero bueno, bien está lo que bien acaba, como sabe perfectamente Luis Alfonso después de su mensaje, no hagamos sangrías con estos asuntos. Que, oigan, para algo que hay con interés extravandenbrouckiano. Porque el resto, poco. Ullrich controla, Ullrich sufre en Abantos, ese puerto que ya no es, que no hay. A Ullrich le mordisquea Igor unos segunditos antes de la última crono, y anda todo el mundo contentísimo (por unas u otras cosas) pensando que es posible, que se lo levantamos al alemán, que quién cojones es Ullrich, un viejo, un tipejín, un don nadie.

Pues qué hostia, tú, qué hostia. Porque te vas emocionando y emocionando, ella te sonríe, tú la miras desde lejos, coincidís en tres o cinco findes, intercambiáis cuatro palabritas amables, parece ir bien el asunto, y ¡pumba! Te dobla Jan Ullrich en la crono, porque ¿qué es la vida? una ilusión, una sombra, una ficción, y Ullrich parece apisonadora, y sube Ullrich La Paramera que lo deja plano, tío, lo deja plano, que allí hay pendiente, que a mí no me engañas, que cómo narices puedes trepar así, acoplao del todo, moviendo un plato que parece el Big Ben, que parece el sputnik, que parece la nave chunga que sale en Indiana Jones, solo que entonces lo de Indiana Jones era una trilogía, y qué bien estaba así, macho, la trilogía de Indiana Jones, y qué puta bestia Ullrich, pero qué puta bestia, perdónanos, Jan, por haber dudado, el año que viene te encalomas fácil al yanqui, que lo sé yo.

Qué jóvenes fuimos. En todo.

Y qué Vuelta más bonita, colega.

Vandenbroucke, a la izquierda de la imagen, durante La Vuelta de 1999

2 Comments

  1. Qué Vuelta más bonita, eso es. Gracias, me has hecho disfrutar recordando (y descubriendo).

  2. Que crack es este tio escribiendo, lo he revivido al tiempo que he echado unas risas!!!

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