En los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, José María García sorprendió a los oyentes de la Cope con una extraña pregunta a la gimnasta Lorena Guréndez: «No tienes el don de la ubicuidad, ¿verdad?» García, advertido por su equipo, sabía que otra emisora estaba también emitiendo en ese momento una entrevista con la medallista, y aprovechó para sacar pecho demostrando que la suya, a diferencia de la de la competencia, era en directo. O como se dice para recalcar estas cosas, en riguroso directo.
Pocas cosas hay en el periodismo más sobrevaloradas que el directo; o mejor dicho, que el directo innecesario. Por supuesto, contar determinadas cosas en el momento en que suceden es crucial y para ello se requiere un talento especial, una agilidad mental y un conocimiento al alcance de muy pocos. La concepción de la radio como paradigma de la inmediatez –incluso en tiempos de Internet– hace que muchos profesionales se autoimpongan el directo como una obligación, a veces sin necesidad alguna, hasta el punto de engañar al oyente. Cosas del falso prestigio. Entre el directo y la verdad, tienen claro quién debe ceder el paso a quién.
Todas las emisoras nos sirven contenidos enlatados. Al oyente, seguramente, le sorprendería conocer el porcentaje. No es ningún pecado; es más, grabar te da la posibilidad de editar, de corregir y de mejorar lo que sea necesario para mejorar el producto. Ni siquiera hace falta avisar de que un programa –o parte de él- no transcurre en vivo, basta con no hacer creer que sí. Y lo más absurdo de todo, cuando no hay necesidad alguna.
Seguramente estén pensando en esos personajes que son entrevistados a la vez en tres programas, de los que al menos dos aseguran que la charla transcurre en directo. Sin embargo, de entre todas estas argucias, en la radio deportiva la más repetida, descarada e inútil es una que emplean en la Cadena Ser. Sucede generalmente en El larguero o Carrusel deportivo después de un partido más o menos importante.
El presentador de turno –Manu Carreño o quien esté esa noche al frente– anuncia que nos va a llevar a tal estadio, en cuya sala de prensa hay un reportero de la Cadena Ser dispuesto a intervenir en la rueda de prensa del entrenador. Con una sincronización perfecta, la Ser conecta en el momento preciso; ni cinco segundos antes ni tres segundos después, el reportero formula su agudísima pregunta, con la que dará pie a que el técnico de turno nos recuerde que en el fútbol no hay rival pequeño, que no habla de árbitros o que la Liga es muy larga. Por supuesto, se recalca que todo está sucediendo en directo. La radio es directo, amigos.
Quien tenga la fea costumbre de escuchar varios programas de radio -y el aún más horrible vicio de anotar la hora a la que suceden las cosas- sabe de sobra que la Ser no conecta en directo con las salas de prensa. De hecho, basta un breve zapeo radiofónico para comprobar que las declaraciones llegan a los oyentes un ratito después que en el resto de emisoras. Para destacar la pregunta de su reportero entre el maremágnum de la rueda de prensa y ya de paso evitar que se escuchen los nombres del resto de programas, no vaya la audiencia a mover el dial en masa, no dudan en engañar a sus oyentes. Y hay, al menos, dos formas de ver esto. La primera, que a fin de cuentas no nos están mintiendo en nada grave. La segunda, que cuando tengan un motivo para mentirnos, lo harán con menos pudor aún.
La de hostias que había entre la Ser y La Cope por empezar el programa nocturno con el protagonista de turno