Hay quien vive con incredulidad el plante de las jugadoras de fútbol de la selección española ante la Federación. Como si se les hubiera ido la olla, como si estuvieran aprovechando de sus cinco minutos de fama. Sin embargo, esa postura solo se puede sostener desde la desinformación o fingiéndose sorprendido. El antecedente más importante con el que cuentan las protestas y reivindicaciones de las mujeres de La Roja está en Estados Unidos y no fue una nota al pie, el caso dio la vuelta al mundo y apareció en todos los medios.
El fútbol femenino estadounidense, como ahora el español, estaba en el top mundial a finales de la década anterior. Sus victorias habían llevado a miles de niñas y mujeres a interesarse y empezar a jugar al fútbol, pero todo ese éxito no se reflejó en su salud financiera.
Cuando «solo» eran tricampeonas del mundo –en 2019 pasarían a tetra-, el enfrentamiento bajo el eslogan Equal pay! Equal pay! denunciaba una discriminación por razones de sexo en todas las facetas de su trabajo. Lo que trascendió fue que se reclamaron 66 millones de dólares de deuda en la diferencia de trato que la USSF hacía entre hombres y mujeres.
Si aquí hemos tenido a Rubiales, entre otros, allí el papelón lo desempeñó Carlos Cordeiro, presidente de la USSF, licenciado en Harvard y ex socio de Goldman Sachs, pero que tuvo el valor de sostener durante las negociaciones previas a la denuncia que las mujeres tienen menos capacidades físicas que sus homólogos masculinos, que el fútbol masculino requería un mayor nivel de habilidad, velocidad y fuerza, y que eso explicaba que cobrasen menos. Los primeros en echarse encima fueron los patrocinadores del equipo nacional, que respaldaron en el acto a las jugadoras. La balón de oro Megan Rapinoe se tuvo que dirigir a las mujeres jóvenes de su país en estos términos: «no eres inferior por ser una niña, no eres mejor solo por ser un niño, todos somos creados iguales y todos deberíamos tener las mismas oportunidades de salir y perseguir nuestros sueños». Cordeiro tuvo que dimitir.
Las mujeres se plantaron ante su federación denunciando que se habían infringido el artículo 206 de la Ley de Igualdad Salarial y el Título VII de la Ley de Derechos Civiles que prohíben la discriminación por motivos de sexo (aparte de etnia y religión). El proceso analizó cada dólar que fue a parar a los hombres y a las mujeres, pero también se detuvo en detalles como las superficies en las que se jugaba. Resulta que la selección femenina competía en césped artificial con más frecuencia que los hombres. La USSF argumentó que no preveía ingresos suficientes por partido para colocar césped natural y se le dio la razón. No obstante, cuando se analizaron el número de vuelos chárter con los que se desplazaban los equipos, el gasto de los hombres en aviones y hoteles era de 9 millones y el de las mujeres de 5, con la salvedad de que las mujeres jugaban más partidos. Aquí se le dio la razón a las mujeres.
Las bonificaciones sacaron a la luz la mentalidad imperante. Otra Balón de Oro, Carli Lloyd, criticó que recibía 60 dólares diarios paras gastos en las giras, cuando a Michael Bradley, del equipo masculino, le daban 75. Dijo: «Tal vez piensan que las mujeres somos más pequeñas y por tanto comemos menos».
Al final no cayeron los 66 millones de dólares que se reclamaban en inicio, pero tras llegar a un acuerdo la federación aceptó pagar 24 millones de compensación. Rapinoe escribió en sus redes «cuando nosotras ganamos, el mundo gana». No era un tuit victorioso sin más, hacía referencia al valor simbólico de que sus protestas fuesen escuchadas y compensadas. Diferentes estudios académicos han destacado que el enfrentamiento de las futbolistas estadounidenses contra su federación no solo eran importantes para las deportistas profesionales, sino para todos aquellos trabajadores cuyos convenios dependen de la acción sindical.
Una investigación conjunta de universidades británicas ha denunciado que existe un relato implícito en los grandes medios de que las mujeres tienen que dar gracias por ser consideradas futbolistas, por estar «incluidas». Todo es una fiesta. Tiramos confeti y ya. Las cuestiones más espinosas, como las remuneraciones, ya interesan menos. El caso estadounidense no fue el único, según cita el mismo estudio, situaciones con un impacto similar ya han sido frecuentes en Australia o en la misma España, donde en 2019 hubo otra huelga, al margen de las batallas de la selección española femenina, exigiendo mejores condiciones y salarios. En 2020, en el baloncesto femenino en EEUU logró un aumento de un 53% en el conjunto total de las remuneraciones tras una renegociación.
Está por ver cómo ha afectado el último mundial femenino a la afición por este deporte entre las mujeres, pero tras el de 2019, se estima que solo en Inglaterra la afición aumentó en 850.000 mujeres y niñas. Que las reivindicaciones salariales, por la igualdad y la dignidad puedan tener un eco similar en la sociedad, solo puede calificarse como éxito. Un triunfo mucho más importante que cualquier título y que eleva el deporte a algo más que un entretenimiento.
No lo dejen ahí solo. Hablen de los ingresos, sin tomar en cuenta los ingresos de ambos negocios vuestro análisis esta cojo. Y cómo os dedicáis a esto, yo pregunto, cómo se paga una equiparación salarial si los ingresos son tan sumamente desiguales. No os quedéis en el atrevimiento de decir que hay diferencias sustanciales de físico y habilidad vean un partido por favor. Y por favor un chaval, para llegar a la selección, contra cuantos federados tiene que competir. Por contra una chica .. por favor la igualdad es un concepto la patada de un chico a una chica es una realidad …
La verdad es que el fútbol jugado por mujeres es algo difícil de ver, aburrido y le falta chispa, soso en definitiva. Por eso no triunfa. A diferencia del tenis o el voleibol