A sus cincuenta y ocho años, Rafa Vecina aún mantiene su estampa quijotesca de cuando jugaba al baloncesto y se enfrentaba a los gigantes como si fueran molinos. Arrastra una cojera de su última operación —podría contar su vida saltando de quirófano en quirófano— mientras caminamos hacia la Rambla de Badalona, relativamente lejos del barrio de Llefiá donde se crio, uno de esos barrios de película quinqui de los años setenta. Vecina combina el gesto calmado con una capacidad notable para enlazar historias. No busca polémicas, aunque las encuentre de vez en cuando. Nunca ha sido de callarse y no va a empezar ahora que su vida, como él dice, es la de un abuelo prejubilado. Ayer, se pasó el día cuidando de su nieta y ya viene otro en camino. Sentados en una terraza —La Guindeta— , al otro lado del mar, justo junto a las vías del tren que pasa cada cinco minutos en una dirección o en otra con una puntualidad irritante, repasamos quince años de baloncesto profesional y algunos de los momentos más importantes del baloncesto de este país, vividos desde el banquillo de la selección española.
Badalona. Aquí empezó todo. ¿Cómo te enganchaste al baloncesto?
De pura chiripa. Jugaba al fútbol y, donde compraba los pantalones, había un chico que estaba en el Sant Josep y me facilitó ir ahí a probar. Estuve jugando con ellos y decidimos que podía seguir si pagaba la minuta de formación, pero mi padre dijo que no y entre unas cosas y otras, me acabaron pasando al infantil.
Durante los setenta, en Badalona, además del Joventut, entran y salen de la Liga Nacional, el Cotonificio de Aíto García Reneses y el citado Sant Josep. Había donde elegir.
Era tremendo, pero a mí me gustaba el baloncesto porque veía jugar a Wayne Brabender y a Clifford Luyk. A mí me preguntabas la alineación del Coto o de la Penya y no me sabía ninguno, me sabía los del Madrid (risas).
Los que salían en la tele…
Claro, eran en los que tú te fijabas, y, de hecho, al final me acabé yendo al Barcelona.
¿Cómo fue eso?
Pues fuimos a jugar un torneo a Canet y en ese torneo jugaban el Barcelona y el Joventut. Me vieron Miquel Nolis y Eduardo Portela, que era el gerente de la sección de baloncesto, y me acabaron convenciendo. Eso luego me ha pasado factura, porque he sido de los «raros» de Badalona, como Víctor Sada, que también es de aquí, pero ha jugado en el Barcelona. Con el paso del tiempo, me enteré de que le pagaron al Sant Josep doscientas mil pesetas y quince balones, que lo de los balones siempre me ha hecho mucha gracia. Miquel Nolis hizo mucho por mí en esa época, porque también era de Badalona y me llevaba al colegio, a los entrenamientos… era como un ahijado más suyo. Sin él, no sé si habría llegado a ser jugador de baloncesto.
Aquel Barcelona estaba en proceso de convertirse en lo que ha sido durante las cuatro décadas posteriores. Empezaban los Sibilio, Epi, De la Cruz, Ansa y compañía… ¿Cómo era compartir equipo con ellos?
Durante los dos primeros años, que yo estuve en categoría juvenil, el Barcelona estaba un peldaño por debajo del Madrid, incluso recibía palizas. Fue a partir de 1980, 1981… que toda esa gente que dices acabó triunfando: Chicho, Perico, Epi… todo acabó cuadrando. Ahí yo ya viajaba con el primer equipo, aunque ni jugaba ni entrenaba porque Antonio Serra no era muy fan de los juniors. De hecho, tuve algún problema con este tipo de situaciones: una vez estaba entrenando con el primer equipo y le dije a Serra: «Si solo vengo para calentar y sentarme en el banquillo, prefiero quedarme con mi equipo, que por lo menos aprendo algo». Ahí, me regañó muchísimo mi otro padre deportivo, Nino Buscató. Me dijo: «Tienes que aprender, tío», porque yo era una antorcha, me encendía con nada, y me obligó a pedir perdón.
Pese a lo que dices de Serra, debutas en Primera Nacional con él.
Sí, contra el Caja de Ronda, precisamente. En mi segundo año junior. Me acuerdo de que metí seis puntos y de que el primer tiro que hice se fue por encima del tablero (risas). No quedaba nadie más en el banquillo y veía que me iba a tocar a mí y estaba nerviosísimo. En aquel equipo, tenía muy buena relación con «Chicho» Sibilio y con Juanito de la Cruz. Piensa que yo era una persona bastante insolente: en mi categoría, a lo mejor metía treinta puntos y cogía veinte rebotes. Es que me aburría. En el primer equipo, pensaba «a todos estos, me los paso por el forro». Les atacaba a ellos, iba a por Perico Ansa, a por Santillana, a por Juanito… Por entonces, había mucho respeto por el «junior», Chicho me llevaba muchas veces a casa en su Mercedes, que era más grande que un autobús, y lo metía en el barrio de Llefiá, un sitio curioso por entonces. Y el Lagarto, a ver, es que éramos iguales: misma estatura, los dos muy delgados. Me acuerdo de que llevaba una muñequera con una cinta de cuero. Encarnaba un poco la rabia, la lucha… yo siempre le digo que me enseñó «el giro poderoso de He-Man», que consistía en darse la vuelta para un lado y tirar. Los dos me defendían siempre. Le decían a Antonio: «Rafa tendría que jugar más».
Tras tu segundo año junior, te vas al Joventut, aunque con lío de por medio
Yo me quería quedar en el primer equipo, porque yo ya era senior y quedaba una ficha libre. Esperé a que me la ofrecieran, pero lo estuvieron retrasando porque ellos lo que querían era cederme al Manresa o a cualquier equipo que no fuera la Penya o el Madrid. Entonces, yo pensé: «Pues si no voy a estar aquí, lo que más cerca me pilla es el Joventut». Aparte, tenía muy buena relación con Jordi Villacampa porque jugábamos juntos en las categorías inferiores de la selección. También con Jose Montero y Miqui Abarca. Aquí había una discoteca que se llamaba «El Titus de Badalona» y ahí coincidíamos todos: los del Joventut y los del Barcelona.
La discoteca en la que estuvo Michael Jordan cuando vino a la inauguración de la ACB en 1990.
Es que era una discoteca en la que se empezaba a ver baloncesto. Ramón y Rosa María tenían vídeos de la NBA y ponían partidos de los míticos en un pantallón. Ahí conocimos a Magic Johnson, a Julius Erving… te tomabas tu copita y te veías el partido que tocara. El caso es que pensé en venirme a Badalona, pero el Barça no quería, así que pidió que me sancionaran. La federación española no les hizo caso, pero la catalana, sí, y me sancionaron un año sin jugar.
Un año en el que, además, te rompes la rodilla.
Sí. La idea era que me hubiera ido a una universidad americana, pero me lesioné antes. Era la segunda vez: con dieciséis años, ya me tiré diez meses sin poder apoyar la pierna. Aquí, estuve doce meses sin apoyar la pierna y con el pronóstico de que probablemente no pudiera volver a jugar al baloncesto. Fue justo después del Mundial Junior de Palma y fue un momento muy complicado porque los médicos me daban muy pocas opciones. Yo creo que, de la gente con problemas de cartílagos, el único de esa época que pudo seguir jugando a nivel profesional, fui yo. La gente me dice muchas veces: «Es que estabas muy delgado». Claro, pero es que tenía que cuidar muchísimo la alimentación para no poner peso en la rodilla. En el Estudiantes, Nacho Azofra me vacilaba muchísimo. Me decía: «cuando te mueras, vas a ser el único que no estire la pata» (Risas).
Y, aun así, el Joventut apostó por ti.
Bueno, apostó… A ver, es que yo tenía ya firmados tres años de contrato, pero fueron años muy duros porque escuchabas al entrenador comentando: «Este tío está cojo, no podrá jugar nunca más al baloncesto». Fue una etapa muy dura de mi vida. No tenía claro si dedicarme a ser DJ de discoteca o a intentar seguir jugando. Afortunadamente, aunque me costó muchas horas de llegar el primero y marcharme el último, conseguí salir adelante.
Deportivamente, tal vez el momento más importante de esta primera etapa de tu carrera fuera el Campeonato del Mundo Junior de Palma que comentabas antes, en 1983. Pedro Barthe escribía en El País que erais un equipo irregular y que os faltaba altura para aspirar a algo. Os quedasteis a un paso de la medalla de bronce.
Bueno, es que realmente éramos un equipo muy peculiar. El más alto era yo, que medía 2.05 y pesaba alrededor de 78 kilos. Me dieron una camiseta XXL, que cuando corría parecía que iba en parapente (risas). Empezamos a sacar el recurso de correr. Teníamos a Bernardino Lombao de preparador físico y corríamos como leones. Los alemanes nos tenían envidia: Christian Welp, Detlef Schrempf (al que, por cierto, defendía yo) … los tíos alucinaban porque es que les ganábamos de treinta. Estos tenían a gente de 2.12, 2.14, de universidades americanas y les metíamos de treinta o de cuarenta. Un día vinieron a ver cómo entrenábamos, les sacamos a correr monte para arriba, monte para abajo y a los cinco minutos ya no nos seguían. En los partidos, era igual. A ver, que malos no éramos: teníamos a Jose Montero, a Jordi Villacampa, que fue el máximo anotador del Mundial, a Pepe Arcega, a Toñín Llorente… Esos tipos tuvieron carreras muy extensas en la liga ACB. Tal vez en ese momento no éramos muy conocidos, pero no por eso éramos malos.
Perdéis el bronce contra Brasil.
Sí, y yo aquí siempre cuento la misma historia, pero es que es verdad: sacaron un muñeco de Jordi Villacampa y le pinchaban agujas… y ese día Jordi hizo un partido nefasto. La gente me dice que es imposible, pero ese día Jordi tenía la mano torcida (risas).
Estaba también Guillermo Hernangómez, el padre de Willy y Juancho.
El «Chiri», sí. Raimundo Saporta quería que se perpetuase la especie del baloncesto, así que nos concentraba a la vez a los juniors masculinos y a las chicas. De ahí salieron Hernangómez con Geuer y Toñín Llorente con Teté Ruiz Paz, la hermana de Quique. Me acuerdo, años después, de una movida de estas de la Federación que me llevaron a ver a trescientos chavales y tenía que elegir quiénes eran los que valían y quiénes los que no. Había dos chicos ahí que eran la leche y le dije al entrenador: «Oye, a estos los tienes que coger». Resultó que eran Willy y Juancho, que han sacado los genes de Wonnie, porque ella era la buena (risas).
También estaban en esa selección Pedro Rodríguez y Carlos Montes.
Carlitos, que en paz descanse… Yo era el que taponaba a todos y Pinedo siempre me ponía con Carlos, que era el que me taponaba a mí. El «SaltaMontes». Acabé de él hasta arriba, pero Pinedo siempre me decía: «Venga, que te tienes que acostumbrar para cuando juegues con gente más alta». Y Pedro… es un tío con el que te puedes ir al fin del mundo. Yo, sin Pedro, estaba desvalido, porque siempre me cubría la espalda. Se enfrentaba contra quien fuera. Era indispensable. En ese y en cualquier equipo.
Vuestro entrenador era el mítico Ignacio Pinedo. ¿Qué nos puedes contar de él? La mayoría de la gente le conoce, desgraciadamente, por el infarto que le dio entrenando al Madrid.
Ignacio era un emblema dentro de la selección. No tanto como entrenador, sino como formador. Te puteaba para que aprendieras cosas de la vida. Estaba con él también Tirso (Lorente), que ha fallecido recientemente. No te podías descuidar. A mí me tenía siempre castigado, me amenazaba con quitarme las dietas porque iba de defensor de los pobres, era el tío más irascible de la plantilla. Siempre teníamos alguna trifulca, pero la verdad es que era un hombre entrañable que murió como quería morir: con las botas puestas. Eso también es parte de su legado.
Es un campeonato definitorio de lo que sería el baloncesto internacional de la siguiente década: ahí estaba Sabonis, que os mete 25 puntos en el partido clave en la liguilla de acceso a la final. Supongo que, por entonces, ya estaba a otro nivel, venía de jugar con la absoluta en Nantes.
Le defendía yo, me acuerdo perfectamente. No he visto a ningún jugador como ese Sabonis. Mira que le tengo mucho aprecio a Pau y tal, pero es que Sabonis era la releche. El tío cogía la pelota en medio de la zona, daba un salto, se giraba en el aire y machacaba. Tú no veías más que cintura. En ese equipo estaban también Tikhonenko, Volkov… había un nivel en ese campeonato tremendo.
También Cvjeticanin, Perasovic, Gaze, Kenny Walker, Scott Skiles.
Sí, pero Perasovic jugaba muy poco. Estados Unidos tenía a otro base, a Dwayne «Pearl» Washington, pero le pillaron por ahí de marcheta y le echaron, así que tuvo que asumir galones Skiles. Y Kenny «Sky» Walker era un astronauta, ganó el concurso de mates en la NBA y en la ACB. Por cierto, que tengo muy buen recuerdo de él porque, no me preguntes por qué, pero le hizo gracia cambiarme el chándal y las zapatillas. Después, estuve jugando con sus zapatillas y en casa aún tengo su chándal de Estados Unidos y una camiseta de Detlef Schrempf. Ellos no sé qué se quedaron mío. (Risas)
Teníais todos diecinueve años y estabais concentrados en Palma de Mallorca, aquello tenía que ser una fiesta constante, dentro de lo que cabe.
Sí, sí. A ver, con los que más migas hicimos fue con los rusos. Los tíos salían por ahí y en la barra había chupitos ahí para reventar. Yo, a Sabonis, le conocí en Málaga más tarde, porque Tikhonenko jugaba conmigo en el Unicaja y Sabas tenía una casa por ahí. Se venía muy a menudo a casa de «Tiki» y yo vivía al lado de él. Ahí dentro, o sea… Sabas…
El hígado de Sabas es para estudiarlo.
Sí, y es un tío muy peculiar, pero con los amigos es encantador. Piensa que yo le conozco desde los dieciocho años. Cuando me fui al Estudiantes, él estaba en el Madrid e íbamos a fiestas juntos y se sentaba conmigo. Y mira que no era un tío muy amante de hablar con nadie.
En 1984, debutas en la ACB con el Ron Negrita Joventut. Vuelves a coincidir con Villacampa y Montero, pero también con Margall, Jofresa o Jiménez. De entrenador, Aíto García Reneses.
Un año muy difícil. Que quede claro que Aíto es maestro de entrenadores y todo lo que ha hecho está por encima de lo que los demás podamos adjetivar… pero en mi caso concreto, piensa que venía de doce meses sin poder apoyar la pierna y Aíto venía ya con la idea hecha de que estaba cojo y no contaba conmigo. Yo iba a entrenar, hacía lo que podía, con mis dolores, mi hielo, y fue un momento bastante complicado, incluso me acuerdo de una vez que le metí un puñetazo en el vestuario a una pizarra. No fue una de esas épocas que recuerde con alegría, porque estaba pasando por un calvario físico y encima te encuentras con un entrenador para el que no cuentas. Pero, bueno, entiendo que eso me hizo más fuerte. Además, en ese momento, conocí a la que luego sería mi mujer, que llevamos treinta y seis años juntos, y me ayudó mucho a tomar decisiones y a saber qué hacer. Tenía plaza en INEF, pero hice la apuesta de seguir jugando. Aprendí a tirar con las dos manos, desarrollé otro tipo de cosas…
Al menos te dio para ir jugando algún partido.
Sí, Aíto me sacaba, pero en momentos muy jodidos. Por ejemplo, faltaba un minuto, íbamos ganando de treinta y entonces me decía: «Ahora, sal a jugar». Fue un momento para reventar, pero con contención, y en vez de dejarme peor, lo que hizo fue fortalecerme, porque me hizo coger costumbres que luego he mantenido durante toda mi carrera.
Al año siguiente, le ganáis al Barcelona en semifinales y os imponéis en el primer partido de la final 86-111 en el campo del Madrid.
No nos lo creímos. Éramos un equipo raro, también, con Gerald Kazanowski, y creo que nos acojonamos. Era un equipo muy joven y nos faltó un poquito de creer que podíamos hacer algo, porque teníamos mucho talento. Cada uno tenía un rol, no había grandes estrellas más allá de Villacampa, Jiménez o Margall. Yo no he visto a nadie tirar mejor que Pepe Margall… y era muy quisquilloso con los juniors, ¿eh? Jugábamos después de los entrenamientos a ver quién pagaba la cuenta del bar, y como casi siempre consistía en meter canastas desde distintos sitios, él nunca perdía. Los demás nos dejábamos medio sueldo ahí (risas).
¿No es un poco extraño lo mucho que tardó aquel Joventut en explotar? Hasta 1991, no llegaría su primera liga en la etapa ACB.
Era un equipo al que, quizá, le faltó la parte económica necesaria para tener mejores jugadores. Andrés Jiménez se fue, por ejemplo. La «Penya» contaba mucho con el dinero de lo que aquí se llama «Els amics de la Penya», que ponían pasta para los fichajes. De hecho, al propio Andrés Jiménez se le ficha así del Cotonificio. El equipo explota cuando se puede pagar la millonada que se pagó a los jugadores y se les pudo mantener… a su vez, eso implicó que la Penya acabara con el pabellón vendido y medio en quiebra. De eso sabemos mucho también los que somos del Estudiantes, ¿verdad? Un presupuesto de mil millones que tenía la Penya en ese momento te lleva más pronto que tarde a la ruina en cuanto dejan de entrar ingresos. Pero, bueno, queda lo que queda, claro. Que te quiten lo bailao.
Cansado de no tener minutos, porque los americanos copaban las posiciones interiores, te vas al Caja de Ronda, en Primera B. ¿Por qué elegiste Málaga?
Pues es que me pasa lo mismo que cuando me fui de Can Barça. La Penya quiere que yo me quede, pero ves las circunstancias, ves que están trayendo jugadores para tu puesto, sigo con el estigma de la lesión… y Arturo Ortega, que después sería mi representante, estaba entrenando en Málaga. El Caja de Ronda había bajado y necesitaban gente para subir. Nos ficharon a Miqui Abarca y a mí, y a Jordi Grau, que estaba en el Licor 43. Recuerdo que estábamos haciendo la rueda de calentamiento del primer partido y me viene Paco Moreno -que hizo muchísimo por el baloncesto en Málaga – y me dice: «Rafa, no puedes jugar, el Joventut se niega a darte el transfer porque dice que tiene derecho de cesión. No hay manera».
Ni contigo ni sin ti…
Exacto. Y ahí Paco me dice: «Solo hay una manera, pero, claro, me tienes que garantizar que te vas a quedar en Málaga unos cuantos años…». Yo había firmado dos, pero él quería que me quedara más tiempo. Antes de empezar el partido, Paco mandó un talón de ocho millones de pesetas a la Federación para liberarme, la Federación lo compulsó inmediatamente y ya pude jugar.
Ocho millones de pesetas por un chaval de 22 años que llevaba casi tres años sin jugar…
Era una pasta. Y no solo eso, es que cuando yo llegué a Málaga, empecé a entrenar y la gente decía: «¡Pero si hemos fichado a un cojo!» (risas), y Arturo Ortega tenía que tranquilizarles: «No os preocupéis, que este tío es la hostia, ya lo veréis, ya lo veréis…». Estaba de fisio Joan Amat e hizo por mí en un mes todo lo que no habían hecho en el Joventut en años. Me cogió y me puso la pierna como para al menos poder hacer algo. A la gente, en los primeros partidos en Málaga, les costaba un poco porque, claro, yo era todo lo contrario a un jugador de baloncesto: súper delgado, con una pierna tal… luchando contra tíos enormes. Pues como don Quijote contra los molinos. Lo que pasa es que un día decidí partirme la cabeza contra una valla y eso a la gente le gustó mucho.
¿Perdona?
Pues que decidí ir a por una pelota a la que sabía que no llegaba y me lancé contra la valla para salvarla y me di una hostia que no veas. A partir de ahí, la gente empezó «este tío sí que tiene cojones» y todo rodado (risas). Ese año, las pasamos canutas en la primera vuelta: teníamos a Frank McNamara y a John Deveraux, que era buenísimo, machacaba desde la línea de tiros libres sin el menor problema. Luego, McNamara se piró y vino Clyde Mayes. En la segunda vuelta, ganamos todos los partidos y acabamos ascendiendo con una canasta al final del último partido. Y a mí, ese año me eligieron mejor jugador de esa categoría.
Al año siguiente, ganáis solo uno de los veintiocho primeros partidos en la ACB… aunque os beneficiáis de que ese año no hay descensos porque se quería ampliar la liga a veinticuatro.
Había una cosa llamada «playoff de entretenimiento» y se lo ganamos a Manresa después de ir perdiendo 2-0. Ese año, tuvimos a Adrian Branch, que era un tipo que en el primer partido que jugó, tiró como cuarenta y una veces. No habíamos visto nunca un tío así. Era muy bueno, pero luego, por ejemplo, tocaba jugar en Vitoria y el tío no se presentaba porque decía que hacía mucho frío. Era un espectáculo. Ese año lo pasamos muy, muy mal. En los playoffs contra Manresa, me tiró un tío cuando iba con la moto y yo solo podía ir de la cama al campo y del campo a la cama. Adrian Branch cambió su forma de jugar, empezó a pasar más y yo solo tenía que hacer bandejas porque toda la defensa se cerraba sobre él. Recuerdo una vez que, en un ataque, salió el tío corriendo con la pelota y le dije a los compañeros: «Vosotros, quietos, que nos quedamos aquí» y Adrian nos decía: «Venga, subid, subid…» y nosotros: «No, mejor te la juegas tú solo». Y creo que jugó uno contra cinco y el cabrón la metió, pero entendió el mensaje y empezó a jugar más en equipo.
Es tu primer año en ACB jugando minutos de verdad.
Sí, y tenía que llevar una alimentación especial, porque en cada partido, entre el esfuerzo y las hostias de los rivales, podía perder tres o cuatro kilos. Acabé la temporada con ochenta y seis kilos. Recuerdo una vez, jugando contra Bancobao Villalba, que me defendía Juan Carlos Barros, que le llamábamos «Jagger» porque se parecía a Mick Jagger. Y el tío, que era amigo mío, me viene y me dice: «Me ha dicho el entrenador que te tengo que matar a hostias» y yo: «Joder, Jagger…» (Risas).
Entre los equipos que ascienden está otro equipo de Málaga, el Mayoral Maristas de Javier Imbroda. ¿Cómo fue la rivalidad durante los años que os enfrentasteis?
Guerrilla. Guerrilla total. Yo había vivido los duelos entre el Joventut y el Barcelona, y me acuerdo de ir a jugar al colegio que tenían, con sillas de estas de madera detrás, y nos atizaban con la revista del colegio. Yo llegué ahí, al primer partido, y en un saque de banda, noto que me están dando con algo… y era la revista. Fueron unos años de gran rivalidad hasta que hubo la fusión/absorción. Yo siempre me he considerado «cajista», tengo amigos del Mayoral, pero no los quiero ver ni en pintura (risas). Había mucho pique, pero, después, había también muy buena relación con ellos. Era un éxito tener en una ciudad tan pequeña como era entonces Málaga a dos equipos ACB.
Vosotros jugabais en el Ciudad Jardín, que también tenía un ambientazo tremendo.
Buah… Recuerdo el día que le ganamos al Manresa y la gente saltó al campo como si hubiéramos ganado la Copa de Europa. La gente era muy entregada.
El caso es que la temporada 1988/89 marca un antes y un después: llegan Fede Ramiro, Joe Arlauckas, Rickie Brown y Mario Pesquera como entrenador. Os metéis en cuartos de final.
A Fede yo ya lo conocía y me parecía una computadora andante. El tipo ideal para llevar a un equipo. Era una máquina de pensar y de resolver situaciones. A eso se añade lo de Rickie Brown, que venía de Italia y no entendíamos cómo podía haber llegado allí, cosas de Paco Moreno. Joe Arlauckas vino a mitad de temporada, creo que del Caserta, que anotaba muy poco, y cuando llegó allí, nos quedamos un poco acojonados porque dijimos: «Joder, si este tío parece de Huesca» (risas). Claro, al primer entrenamiento, cuando empieza a meterse esos mates, pues ya vimos lo bueno que era.
Era un equipo muy difícil de ganar.
Sí, jugábamos cuatro, que no descansábamos nunca, ni en los entrenos. Y, luego, dependiendo de la fase de la temporada, si necesitábamos un tío más cerebral, entraba Luis Blanco; si necesitábamos más físico, estaba Palacios, y si necesitábamos un tirador puro, metíamos a Jordi Grau. La verdad es que los demás casi no jugaban. Ese es el año famoso en el que Fede Ramiro jugó de media más de cuarenta minutos por partido por las prórrogas. Hubo un día que jugué cincuenta y cinco minutos, tenía calambres hasta debajo de las orejas.
Eso os hacía ir siempre de más a menos.
Claro. Empezábamos el año y les metíamos unas palizas tremendas a los grandes: al Madrid, al Barça, a la Penya… pero cuando llegaba el octavo mes de competición, no podíamos más, estábamos fundidos.
Cosa que a Pesquera le pasó en cierto modo en los Juegos Olímpicos de 2004.
Sí, Pesquera era de seis o siete jugadores. Otro entrenador con el que aprendí un montón de cosas y eso que alguna tuvimos también. Fomentaba mucho que los jugadores estuviéramos atentos todo el partido, era muy bueno con las defensas y tenía una jugada para Joe Arlauckas que nos pasamos dos años haciéndola y salía siempre. La relación no era muy buena, también porque yo era un poco hijo de puta como jugador y lo pasamos mal aquel primer año, pero mereció la pena. Creo que al final le cortaron en la tercera temporada.
Sí, por el pasaporte de Mike Smith o algo así, no recuerdo bien.
Puede. Yo aquel año estaba convocado para el Mundial de Argentina, que no era lo habitual, y me rompí el escafoides del pie porque lo metí en una bocana de riego cuando estábamos entrenando en UCLA. Cuando llegué a Málaga, Mike estaba esperando el transfer para poder jugar y Mario decía que es que yo no me quería incorporar al equipo. ¡Si estaba enyesado, coño, como iba a jugar! Al poco, le echaron.
Esas dos temporadas con Arlauckas y con Brown, tú promedias en torno a 15 puntos y 7 rebotes por partido, números muy poco habituales en un nacional español. De hecho, Antonio Díaz Miguel te llama para el Eurobasket de 1989, aunque, como decías, fue casi una excepción…
Mira, yo la mayor decepción que tengo con Antonio es que no me llevara a los Juegos de aquí, que además eran en Badalona, en mi ciudad. Ese año, no me preguntes por qué, decidió que yo no podía defender a tíos pesados, a tíos grandes. Y, curiosamente, ese año fui el mejor jugador nacional y defendí a tíos de 120 kilos. Pues, como esta, tantas otras veces que tendría que haber ido a la selección porque yo era un jugador importante, que no solo era importante en mi equipo, sino que defendía a los buenos del Madrid, del Barcelona… pero para Antonio no entraba. Yo lo que pensaba era que esos tres meses de vacaciones que ganaba al no ir con España, me daban un año más de vida en la ACB (risas).
En cuanto al Europeo de Zagreb, ¿qué recuerdas? Probablemente, aquella fuera la mejor Yugoslavia de esa generación.
Yo iba a pasármelo bien. Para mí, la selección era hacer lo que me gustaba con mis compañeros de toda la vida. En la habitación estaba con Pablo Laso, creo. Estaban también Villacampa, Ferrán Martínez… Jugamos un partido contra Holanda que, si lo perdíamos nos íbamos a casa, y ahí Antonio me sacó a jugar y resolví la papeleta. Me pasó lo mismo con Lolo, en un preeuropeo, que no me hace jugar en Málaga, que era mi ciudad, y nos fuimos a jugar a Israel, hace tres faltas Antonio Martín, me saca y meto 18 puntos. Y los de Israel, no sabían ni quién era. Como los de Holanda. No sabían ni quién era yo. Era un tío muy desconocido a nivel de selecciones.
Volviendo al Caja, en 1990, llegáis otra vez a cuartos. Os acribilla Alberto Herreros. Se veía que el chico ya era bueno…
Todo el Estudiantes era bueno. Yo ya conocía a Juan Orenga, también, que nos habíamos encontrado cuando jugaba en Cajamadrid, era amigo de Pedro… creo que fue entonces cuando pensé que si algún día me tenía que ir de Málaga, sería a Estudiantes. Era un equipo en el que la gente era muy tranquila, sin protagonismos: jugaban y se lo pasaban bien, que era lo que yo quería. Es verdad que ese día nos dieron para el pelo (risas).
Y dos años después, de hecho, te vas al Magariños, aunque siempre has dicho que tú no querías irte de Málaga…
Mi primera opción era quedarme, lo que pasa es que Arturo Ortega y yo sabíamos lo que se estaba pagando ya a jugadores de mi nivel y, claro, él pide. Si había gente que estaba cobrando cien millones… Lo que pasa es que ya no está Paco Moreno de presidente, sino que tras la fusión con Maristas entra un presidente y un gerente nuevos. Yo era una figura importante dentro del equipo, pero no solo a nivel de jugador, sino que Paco Moreno me consultaba a la hora de fichar jugadores. Tal vez tenía un exceso de protagonismo en ese sentido y eso me hizo ganarme algún enemigo y que me las jugaran todas con la renovación. No quiero remover mierda, pero yo me fui de Málaga llorando, estaba mirando para comprarme una casa y quería quedarme cuatro años más para que me colgaran la camiseta en el pabellón. Me decían: «Es que cuatro años más no vas a poder jugar» y yo les decía: «Joder, ¿por qué no? Si llevo seis rompiéndome la cabeza contra todo el mundo».
¿Qué ofertas tenías entonces?
Pues tuve una entrevista con Querejeta para ir a Vitoria, que ya me había buscado antes un par de veces, incluso llegamos a reunirnos en la Alhambra de Granada. Ese verano de 1992, Baskonia me ofrece mucho, mucho dinero. Muchos millones más por temporada de lo que ofrecía Estudiantes, pero yo ya estaba convencido y me fui a Madrid. Josean se cabreó conmigo, pero bueno. No sé, el caso es que cuando llegué a Málaga era «el pívot catalán de origen andaluz», por mi madre, y cuando me fui era «el catalán», sin más. Me dolió mucho, mucho. Me rompí ahí codos, rodillas, de todo, pero, bueno, uno es profesional y lo importante era estar feliz en un sitio y eso lo conseguí en Estudiantes.
Aquel Estudiantes venía de ganar la Copa del Rey y de llegar a la Final Four de Estambul. Aparte, tenía a Orenga y Pinone como pareja titular muy consolidada. Por primera vez, parecía que lo de ser «el primer equipo de Madrid» era algo más que una bravuconada.
¡Es que se lo cantábamos a los del Madrid! Cuando jugábamos contra ellos, nos cambiábamos al lado y nos poníamos a cantar: «¡Somos el primer equipo de Madrid!» y se liaba una que no veas.
Es un año algo raro, precisamente por venir de donde se venía: la directiva no acababa de renovar a Azofra, Pinone estaba al borde de la retirada, Winslow perdió su puesto de referencia ofensiva en favor de Cvjeticanin, pero aun así le forzáis cinco partidos al Real Madrid de Sabonis en semifinales.
Al principio del año, mi objetivo era convencerle a Miguel Ángel Martín de que podía jugar, porque a él le costaba salirse de la norma y Pinoso mandaba mucho. A mí realmente el que me trae a Estudiantes es Pepu. No me fichan como «cuatro», me fichan como alero, porque en la sub23, donde coincidí con él, yo jugaba de alero. Si no fuera por las lesiones habría sido el primer alero de dos metros y pico, porque tenía mucha movilidad, salto, tiro, etc. No al nivel de Kukoc ni esas cosas, claro (risas). Lo que pasó es que «el Cura» (Miguel Ángel Martín) me quería de cuatro y luego no me ponía. Y me pasé un montón de partidos sin recibir ni una sola explicación de por qué a veces jugaba y a veces no. Esto acaba explotando un día, que coincide que mi hija se había pasado tres días sin dormir y yo había descansado como cuatro horas. Los dioses del odio se juntaron en el mismo lado (risas). En el entrenamiento, yo sentí que me había faltado al respeto. Me dijo que me estaba tocando los cojones y yo ya le dije: «Mira, Rafa Vecina es Rafa Vecina no por tocarse los cojones, precisamente. Rafa Vecina es así a base de trabajar». Subiendo la escalera, me voy a por él y le suelto: «Si me sigues tratando así, te arranco la cabeza a hostias… y el contrato te lo metes por donde te quepa, mañana mismo me vuelvo. O me utilizas o no quiero jugar más aquí. Yo he venido aquí a ayudar y si crees que no puedo ayudar, me voy». Y cobraba pasta, ¿eh? Es que yo siempre he puesto por delante estar a gusto donde estaba… y eso que tengo que reconocer que en el club me trataban de puta madre, a mí y a mi familia, con Rosalía, con todos…
¿Y qué pasó después de eso?
Pues yo pensaba que me iban a echar y mi sorpresa es que, al día siguiente, salgo de titular con Pinoso. Y a partir de ahí, el equipo, que estaba en una fase que no acababa de despegar, de repente se encuentra con un jugador más y se nota. Ganamos partidos, nos metimos en semifinales… Para el equipo que teníamos, estaba muy bien porque parecía que para jugar en el Estudiantes tenías que estar operado de algo. De hecho, a mí, cuando me fichan, me hacen pasar la revisión médica… y, claro, si a mí me haces una revisión médica, no la paso ni de coña, así que en la resonancia de la rodilla pusieron que era de Alberto Herreros, y los chavales que estaban ahí dijeron: «Joder, el Alberto Herreros este está muy jodido de la rodilla» (risas), pero, claro, como Alberto tenía contrato, miraron para otro lado y así pude seguir yo en el equipo.
Ese quinto partido contra el Madrid…
Siempre le echamos la culpa al árbitro. A raíz de la bronca, empecé a jugar mucho tiempo. Con Danko Cvjeticanin teníamos el mejor dos contra dos de toda la liga. O sacaba tiro para él o me la dejaba a mí para que la metiera o se la pasaba a la otra esquina a Alberto Herreros, que las metía todas. Entre Juan Orenga y yo teníamos a Sabonis aburrido. Sabas no podía con Orenga, porque no podía girar hacia izquierda, lo llevaba a derecha y yo estaba detrás para el tapón. Sabas siempre me decía lo mismo: «Estoy harto de tu amigo». Contra nosotros, le costaba mucho, pero ese día nos ganaron.
Fue el último partido de Pinone con el Estudiantes.
Sí. Mucha gente tenía la sensación de que yo había sido el que había acabado de cortar la carrera deportiva de Pinone en el Estudiantes, pero no fue así. Pinoso podría haber seguido jugando, pero solo había tres americanos y optaron por traer a Jeff Sanders. Lo mismo me pasó con Pedro Rodríguez, que salió el año anterior y la gente dijo que fue por mi culpa cuando yo siempre pensé que Pedro podría haber estado.
Te quedas un año más en el Estudiantes y luego te vas.
No me voy.
Explícame eso…
Pues es lo de siempre: se pagaba mucho. El Estudiantes no era de los que más pagaba, pero ahí había dos o tres jugadores que ganaban pasta. Yo había jugado esos dos años y me vino a buscar Javier Imbroda de Málaga y estaba loco por volverme. De hecho, me preguntaron a mí por Alfonso Reyes y yo ya les dije que iba a ir ahí y se iba a dar de hostias con todo el mundo, le iban a faltar trozos de Málaga para pelearse por el equipo. Lo que pasa es que me estaban ofreciendo menos del setenta por ciento de lo que cobraba en Estudiantes y eso no podía ser. Si quieres a un tío consolidado en la élite, lo tienes que pagar. Me llamaron incluso durante los playoffs por el título, que yo les decía: «Oye, por favor, que yo quiero jugar y estar tranquilo. Cuando acabe la temporada, hablamos». Mi idea, después de jugar el Mundial de Toronto, era quedarme en Estudiantes, pero decían que no tenían dinero y que tenía que cobrar la mitad de lo que cobraba entonces. Yo les dije: «Hombre, la mitad… Subid un poco y a ver qué pasa». Pero, por una cosa o por otra, no hubo manera, y en esas surgió la oferta de Salamanca, que estaba bien pagada. Un proyecto nuevo, en una ciudad con poco arraigo, pero con la experiencia del año anterior que habían subido de la LEB…
Una apuesta arriesgada, a priori.
Pues sí, pero Arturo Ortega me dijo: «Mira, estos tíos van en serio» y yo hablé con Fede Ramiro y con Manolito Aller y decidimos irnos los tres para allá. Cuando vas a un equipo que sabes que vas a pasar dificultades, lo que quieres es tener generales a tu lado, y yo a Fede ya le conocía de Málaga, de hecho, es el padrino de mi hija… y yo soy testigo de su boda. Manolito estuvo a punto de venir a Málaga, que al final se enteró Juan Fernández y se lo llevó de vuelta a Ferrol. Piensa que yo ya tenía una edad en la que tenía que hacer saco, porque el baloncesto se acaba y la vida es muy larga y tienes que afrontar las cosas con un mínimo.
También estaba por ahí Perry Carter, un tipo muy grande (físicamente).
El tío más peligroso del mundo. Tuve unas broncas con él… Jimmy Oliver era más natural, un tirador, pero Perry era muy egoísta y lo de que yo cobrara más que él no lo llevaba bien. Bueno, un día, no sé dónde, me soltó un sopapo sin venir a cuento que me pasé tres días sin poder hablar. Me soltó un golpe en la tráquea a lo machirulo de Llafiá que yo le dije: «Tranquilo, que pegarte no te voy a pegar; ahora bien, vete con cuidado por Salamanca, que lo mismo te paso el coche por encima un día de estos». El tío no sé qué pensó, no sé si me entendió o no.
El primer año le ganáis al Real Madrid.
Sí, y luego echan al entrenador, no me preguntes por qué. La gente nos echaba la culpa a nosotros, pero no tuvimos nada que ver. Piensa que, hasta ese momento, casi todos los equipos que subían volvían a bajar. El caso es que al tercer partido le echan y viene Ricardo Hevia. Un tipo muy peculiar: llegábamos a los entrenamientos y decía: «Tú, Manolito y Fede ya podéis iros a casa», esto a la hora de llegar. Yo le decía: «Pero, Ricardo, ¿cómo que ya podemos irnos a casa?» y él insistía: «Sí, sí, que vosotros ya sabéis lo que tenéis que entrenar. Son estos los que son unas carpantas, que necesitan correr y cansarse; vosotros, no, vosotros tenéis que cuidaros». El tío era la hostia. Cuando hacíamos sesión de vídeo, mandaba al delegado a por patatas y aceitunas y al final ahí nadie veía el vídeo, sino que nos dedicábamos a tomar el vermú. Los extranjeros no lo entendían. Íbamos de viaje y en el hospital ponía películas de Fernando Esteso, Los bingueros y tal. Al final, entre una cosa y otra, acabamos salvándonos.
Con 30 años, sigues promediando diez puntos y seis rebotes por partido.
Sí, son años en los que tienes que poner más. Yo me acuerdo de que venía el presidente y me decía: «¿A ver, no eres tú el que más cobra? Pues tienes que ser el que más puntos meta, el que más rebotes coja…» y yo le contestaba: «Bueno, esa es una de las cosas, que en algún partido puede pasar, pero vosotros me pagáis porque soy un tío listo y puedo hacer que ese que mete dos meta diez y ese que coge dos rebotes coja ocho… Vamos, que se trata de ganar y me pagáis por eso, ¿no?»
El segundo año llegan Jordi Pardo y Granger Hall y os quedáis a un paso de playoffs.
Sí, y Pedro Martínez de entrenador. Ese año lo pasamos un poco mal al principio. Pedro, con el paso del tiempo, se ha convertido en el mejor entrenador que hay. Tiene un bagaje impresionante y me gusta muchísimo su manera de jugar, de defender… puedes aprender mucho de él. Vive para el baloncesto. Pero en ese momento, era un tipo difícil de llevar y yo siempre he sido el abogado de los pobres, ya te he dicho, así que tuvimos una pequeña historia con jugadores que vivían fuera, para que les pagaran un poco de alquiler… y Pedro me cogió la matrícula y empecé a jugar menos. El caso es que empezamos a perder partidos y, al final, me fui a hablar con Luis Casimiro, que era su ayudante, a ver qué pasaba.
Se trajo a Jim Les, pero salió corriendo.
Sí, a Jim Les lo había traído él, pero se fugó. Entramos en una dinámica complicada, porque yo defendía a Fede Ramiro, que era mucho mejor que él, se cargaron a Manolito Aller… y Jim Les era un tipo que ya lo calas el primer día. Le tuvimos un poco así entre ceja y ceja. A la primera de turno, en cuanto hubo problemas, vi cómo cargaba el coche en el parking y se iba. Se lo dije al presidente: «Oye, que al americano le he visto con todo lleno y que este ya no vuelve». Y efectivamente se acabó pirando. A cambio, fichamos a Jeff Sanders, que era muy bueno, aunque es verdad que solo jugaba para él. También estaba César Arranz, con el que me entendía de maravilla: Pedro me metió en poste alto y, desde arriba, podía cambiar la pelota de lado, surtir a Jeff Sanders, dársela a Arranz. Y ese año, al final del todo, el equipo se mete en Copa Korac… y desaparece.
¿Desaparece?
Sí, había problemas de pasta. Yo dejaba de cobrar dos o tres meses para que cobraran los chavales que menos cobraban. Los americanos cobraban, evidentemente, pero el resto con problemas. Era el asunto de siempre: nuestro presidente, Mariano Rodríguez, había apostado por el baloncesto con la condición de que le hicieran una concesión para un centro de negocios, plaza de toros… y el que llegó nuevo al ayuntamiento le dijo que no. Así que vendió el club. A mí me pidió que no denunciara. Denunciaron todos menos yo, así que hasta noviembre o diciembre no conseguí que me pagara. El equipo lo vendió a Granada, creo que se fue Jordi Pardo para allá. Eso fue en verano, me vuelvo a Badalona y me dedico a jugar al tenis, que es lo mío. Tenía mis cosas en Salamanca, aunque ya sabía que el equipo había desaparecido, y con 32 años, pues ya te preparas para retirarte, que es algo que siempre ha estado en mi cabeza desde que con 20 años me dijeron que no iba a poder jugar más…
Y entonces te llama otra vez el Estudiantes.
A ver, mi agente Arturo Ortega me había dicho: «Rafa, yo no creo que te vaya a faltar un equipo, lo único que tienes que hacerte a la idea de que igual te tienes que ir fuera de España. Hay cosas de Grecia, alguna cosa de Francia…». Y yo pensaba: «Jolines, a ver dónde voy yo, que ya me he salvado una vez en el Estudiantes con la resonancia de Alberto Herreros (risas), si me hacen otra en otro lado, me mandan a casa por sobrero». Y, en esas, me llamó Pepu. Pepu y yo siempre habíamos sido muy amigos, desde antes de que fuera mi entrenador. Muy amigos. Él me utilizaba para manejar el equipo y yo a él para pedir cosas para el equipo. Sabíamos llevar muy bien en la cancha esa relación que teníamos fuera, para que nadie se pensara que tenía algún tipo de beneficio siendo amigo del entrenador. Pepu me sacaba a jugar cuando él creía que tenía que jugar y punto.
Y cuando te llama, no te lo piensas, claro.
Pues no. Estaba jugando al tenis y me dice: «¿Qué haces?» y yo: «Pues nada, aquí, dándole a la raqueta». «No, no, que qué haces, que si vas a seguir jugando». Ya le expliqué que no sabía, lo que me había dicho Arturo… y él me propone irme al Estudiantes, pero me dice: «Lo que no sé es lo que te van a pagar». Vale, le digo, pero ¿cuándo tengo que estar? Pues mañana, me dice él. (Risas). Vale. Hablo con mi mujer y le digo: «Nena, que me ha llamado el Pepu, que me vaya para el Estudiantes. No sé ni lo que voy a cobrar». Al día siguiente me pusieron un avión, llegué a Madrid, la mujer de Fernando (el gerente) me encontró un piso en la Quinta de los Molinos… y mi mujer se fue a buscar los trastos de Salamanca con mis suegros, que siempre nos han acompañado a todos lados. Mi suegro era repostero y los jugadores siempre estaban saqueándole las pastas cuando aparecía por ahí, era muy popular en el vestuario (risas). Firmé dos años, con una opción a uno más.
Llegas a un Estudiantes sin patrocinador, con la marcha de Alberto Herreros, Orenga y Mikhailov muy reciente y una plantilla de la que no queda absolutamente nadie de los que jugaron contigo en tu última temporada de la etapa anterior.
El «Mikha» no sé si estaba contento de irse, la verdad (risas). Alberto, sí. A ver, había problemas económicos graves. El año anterior habían vuelto Aísa y Azofra, también andaba por ahí Gonzalo (Martínez), que era junior cuando yo me fui, así que sí que había coincidido con él. Esas éramos las viejas glorias, aunque yo seguía siendo el abuelo de todos, el único que era padre. El caso es que al final volvimos a jugar la Euroliga y volvimos a llegar dos años a semifinales: los cuatro platanitos que estábamos por ahí y hacíamos lo que podíamos, más los chavales y los extranjeros: Chandler Thompson…
Chandler era muy bueno…
El «Pelotilla» era la hostia. Yo, con Chandler, ha sido quizá con el extranjero con el que mejor me he entendido para jugar en ataque. Con una mirada bastaba. Si él tenía a alguien menos potente que él, se ponía dentro. Si me pasaba a mí, me ponía dentro yo… Chandler era un gran jugador de baloncesto. Teníamos también a Glen Whisby, otro que falleció recientemente, de un infarto o algo así. Tenía siempre unas trifulcas enormes con Chandler a ver quién tenía el reloj de oro más grande.
Teníais también a unos chavales estupendos tirando ya del carro: Carlos Jiménez, Paco García, Iñaki de Miguel…
Sí, cuando volví, Pepu me dijo: «Rafa, vas a jugar los momentos importantes, al final de la temporada, y durante el año, si hay algún problema, pues te sacamos, y, si no, tienes que entrenar, ayudar a los chicos…» y yo ya le dije: «No, a ver, Pepu, si esto es un regalo». Estar en el Estudiantes sin haber preguntado lo que voy a cobrar ya me hace feliz. Él quería que cogiera a Carlitos y trabajara con él porque aún le quedaban cosas de formación. Carlos era muy buen tipo, pero a veces le faltaba un poco de mala hostia. A ver, tenía genio, pero le faltaba sacarlo. Había entrenos en los que iba en mi equipo y yo le pegaba. Él me miraba como diciendo: «Pero si voy contigo…» y yo le decía: «Tú estate preparado para todo». Y eso fue así, hasta que, un día, cogió y me dio una hostia y ahí ya le dije: «¿Lo ves? Ya no te pego más», y él me dijo: «Joder, si lo llego a saber, te pego antes…». Incluso cuando ya me había retirado, seguimos manteniendo muy buena relación: él me preguntaba cosas, cómo le veía, qué tal estaba jugando…
Yo no he visto en mi vida a nadie defender como Carlos Jiménez.
Te puedo decir que era el tío que más se parecía -en su caso, con un físico imponente- a mí. En el Mundial de Saitama, en la final, preparamos el partido para que Carlos doblara al poste, pero él dijo: «Bueno, yo creo que esto es mejor que lo haga el cuatro» y al final lo planeamos así. Lo que pasa es que llega el partido y en la primera jugada, la segunda, la tercera… el que dobla es Carlos. Pepu me mira y me dice: «Eres un hijo de puta, ¿tú que has hecho aquí? Has estado calentando la cabeza a estos tíos para que hagan esto…», porque yo era el especialista en defensa. Y le dije: «Bueno, no va tan mal y es lo que yo te dije que iba a funcionar… pero creo que es algo que han hablado estos tíos entre ellos». Es de los pocos jugadores que, de verdad, he sentido una cosa especial con él: con Fede, porque hemos sido amigos íntimos, y con Carlos, porque le he visto crecer casi desde que empezó.
Ese es tu último año como profesional, pero te lo pasas casi entero con molestias.
Es que yo ya estaba con problemas y además se lesiona Shaun Vandiver, con lo que tuve que hacer un esfuerzo y ahí me empezaron a pasar cosas raras, lo que derivó en lesiones. Nos eliminó el Manresa, que es una cosa que pasa una vez en la vida, aunque, por lo menos nos hizo no quedar mal: nos eliminó el campeón.
¿Qué fue lo primero que pensaste cuando te viste fuera de la cancha? ¿Siempre tuviste claro que querías entrenar?
Pues precisamente Carlos Jiménez me dice que me saque el título de entrenador, así podría estar en el equipo de técnico. Pepu también me anima… y yo voy sacándome cosas, pero mi padre, en un momento determinado, se pone malo y dejo todo para estar con él. Que, de hecho, cuando murió el padre de Pepu, el mío murió un mes y medio más tarde. No sé, fue raro, pero creo que me pasó lo que a todos los deportistas profesionales: sales de un entorno en el que se te protege, donde cobras bien… y, de repente, son todo dudas, vas tirando de un fondo que se va gastando y al final no tenía nada claro qué era lo que tenía que hacer. Un amigo mío me dijo si quería trabajar de comercial en una empresa de materiales de construcción y ahí estuve seis o siete años. Como yo era muy metódico y disciplinado, acabé aprendiendo, porque de entrada no sabía ni lo que era un ladrillo. Mientras, poco a poco, me fui sacando el primer nivel de entrenador, el segundo nivel… y en 2005 voy al curso superior y me lo saco.
Y justo a finales de ese año, nombran a Pepu seleccionador.
Sí. Me llamó y me dijo: «Me gustaría (no nos gustaría, me gustaría) que vinieras con nosotros». Yo lo pensé y le contesté: «Vale, yo voy, pero solo si tú crees que te puedo ayudar; si no crees que soy buen entrenador (porque Pepu es muy quisquilloso con eso, él piensa que debes formarte en la cantera e ir subiendo categorías hasta llegar al senior, como hizo él), no tiene sentido. Pero él lo tenía claro, me dijo que pensaba que podía aportar muchas cosas y ahí que nos pusimos a trabajar. Me acuerdo, además, de que, estando en la Federación, Ángel Palmi tenía muchas dudas sobre mi aportación a la selección, así que un día entré en la habitación de Pepu y le dije: «Mira, pasa esto, yo no quiero estar en un sitio donde la gente me pone dudas o cree que no puedo estar, me voy de aquí, no quiero que me regalen nada; yo soy una persona que siempre le ha costado conseguir lo que se proponía y aquí parece que la gente anda diciendo que a mí me lo han regalado, así que no quiero seguir así». Él me dijo: «Tú puedes hacer lo que quieras, pero yo te digo que lo que tú haces ya me vale, no quiero a nadie más para esto». Y, al final, pues, bueno, me quedé.
Era la época en la que teníamos un talento descomunal… que no acababa de dar el salto. ¿Cómo afrontasteis esa responsabilidad?
Lo primero que hay que decir es que yo nunca he visto una generación con más talento para todo, porque les proponías cualquier cosa y no solo lo hacían al momento, sino que corregían sobre la marcha lo que les habías dicho… que ellos ya veían que se podía hacer mejor. En esas circunstancias, tú aprendes mucho del jugador y, el jugador, si tú le das medios, también te facilita tu trabajo. Después, está la gestión del grupo… y eso, Pepu, aquel primer año, lo hizo maravillosamente bien.
Pepu lo explica como la teoría de «los círculos concéntricos».
Exacto. Ellos están en el centro, con su entorno; alrededor, estamos los diez técnicos, fisios, scouts… y en el tercer círculo, está ya la Federación, los medios… y el trabajo del segundo y el tercer círculo es facilitarle todo al primero. Aparte, cuando tienes un entrenador, como Pepu, que propone cosas que son para tíos listos, lo pillan todo a la primera. En mi vida, he visto tal facilidad y resolución de cosas puntuales y difíciles que suelen generar dudas. Y Pepu lo gestiona con ellos y luego lo gestiona con nosotros: Joan Creus llevaba el ataque y yo, la defensa. En la primera época estaba Jenaro Díaz, que era el que organizaba todo porque ahí había una faena de mil demonios.
Mundial de 2006. ¿En qué momento os disteis cuenta de que podríais ser campeones?
Jugamos un torneo preparatorio de Singapur y les ganamos a los mejores. No perdimos ni un partido. Y en el Mundial, tampoco… y había algún partido que pensabas: «Ojo con los de Angola, que igual nos dan para el pelo». Yo era un poco histriónico en algunas situaciones porque les decía a los jugadores: «Hostia, es que no estáis haciendo esto, cojones». Y entonces me venía Carlos Jiménez o Álex Mumbrú y me decían: «Tú tranquilízate, que nosotros ya sabemos lo que tenemos que hacer» y, efectivamente, era así. Ellos se encargaban de que todo saliera rodado. El día de la final, les pasamos los vídeos con todo, y ellos estuvieron viendo todos los vídeos juntos en una habitación. De verdad, no he visto jugar nunca mejor al baloncesto que en 2006. He visto jugar muchos años y nunca he visto nada como lo de ese 2006. En ataque, en defensa… circunstancias en que se te atasca un sistema y le dices al base: «Oye, esto lo podemos pegar por aquí y hacer tal…» y el tío lo entendía sin problema y lo hacía.
A mí siempre me molestó que se os otorgara un papel secundario, como de meros gestores del grupo, cuando aquella España no solo jugó muy bien al baloncesto en ataque, sino que las defensas a Rakocevic y a Macijauskas en los cruces fueron un trabajo táctico impresionante. Por no hablar de la final…
Es que Pepu daba muchas soluciones en defensa. Ahora, parece que utilizar zonas en baloncesto está prohibido y mira Scariolo, el entrenador más laureado de nuestra historia, como las ha utilizado todo el rato en el Eurobasket. Además, es lo que te decía antes, que tú les decías a estos tipos algo y lo entendían al momento. No es que dijeras: «A ver, es que han defendido como yo he querido». No, no, es que cada uno sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Eso no pasó en el Europeo de 2007. Por muchos motivos.
¿Qué recuerdas del partido contra Argentina? ¿Influyó la presión de saber que perder suponía probablemente quedarse sin medalla al jugársela contra Estados Unidos que acababa de perder contra Grecia?
Te puedo jurar que nadie, ni los jugadores, pensaron en eso. Nadie. La gente tenía claro que había que jugar los partidos y no preocuparse de nada más. Es que vosotros, desde aquí, igual lo veíais de otra manera, pero nosotros estábamos completamente enfrascados en nuestro trabajo. Para entonces, igual yo dormía ya una media de dos horas y media. Te lo juro. Y no era yo, éramos todos: los fisioterapeutas, los entrenadores… y a medida que veía partidos para la final, le decía a Creus: «Joan, a estos les metemos una solfa que no veas». Y Joan, que es así, más prudente, me decía: «Va, noi, no siguis així». Estaba convencido, lo veía clarísimo. Desde que salimos de Madrid, el día uno, al día cincuenta y seis, todo el rato era «Pepu, ¿te imaginas que llegamos a la final y ganamos el oro?» Y ese último día fue el «no va más», es que ni costó.
¿Tienes el recuerdo de lo que pensaste en ese último minuto contra Argentina, con la lesión de Pau, los tiros libres, la última jugada de Ginobili y Nocioni…?
Te voy a resumir todo en un segundo y te lo puedes creer o no: yo, ese tiro, lo vi; vi que fallaba. Fue un déjà vu. Yo vi a un jugador de Argentina que tiraba un triple para ganar el partido y lo fallaba. Era el único del banquillo que estaba tranquilo, porque yo ya lo había visto, sabía que fallaba. Te lo juro que lo vi el día anterior.
¿Cómo lo cambia todo la lesión de Pau?
Pues me asusté un poco cuando vi la cara de todo el mundo después de que se rompiera el pie. Pensé: «Buf, aquí hace falta alguien que tenga…». Las pasamos un poco canutas, pero los jugadores lo manejaron. Me acuerdo de decirle antes de la jugada a Carlos: «Métesela a Pau», un pase fácil dentro. Y a Pau le dije: «Pau, por favor, tú vete a canasta y a meterla, que no te hagan falta», porque pensaba que igual en los tiros libres podía ponerse más nervioso, no sé… pero, bueno, al final todo salió bien.
Y al día siguiente, sin apuros contra Grecia.
Es que Pepu y yo nos mirábamos y decíamos: «¿Qué hago? ¿Pido tiempo muerto o algo?». Yo le dije: «Pide alguno de vez en cuando, para que descansen» y él me decía: «Pero si no se cansan, ¿no lo ves, que no están cansados? Si se lo están pasando de puta madre, no les hace falta nada». Es que fue… Para mí, al menos, el partido más fácil que he vivido como entrenador.
Marc Gasol se comió a Schortsianitis, que había destrozado a los americanos.
A Marc le dijimos que no dejara que pusiera el balón en el suelo y que lo sacara de la zona, porque dentro no iba a poder pararle. Tú pelea lo más lejos posible. Piensa que ese ha sido el sino de mi carrera: luchar contra gente que era más fuerte que yo. Me acuerdo de cuando tenía que defender a Darryl Middleton, que es el tío que más me ha costado. Estaba cuarenta minutos dándote hostias en ataque… y en defensa. Le dije a Marc que hiciera lo mismo, que luchara por cada posición.
Lo curioso es que a Marc al principio ni le llamáis.
No. Tú ya sabes que a Pepu estas cosas le ponen. Se lesionó Sonseca y había que llamar a un sustituto, así que el asunto era llamar a alguien que ya hubiera estado con nosotros o llamar a otro. Y me viene Pepu y me dice: «Se me acaba de ocurrir que Marc puede hacerlo, aunque no haya jugado casi en el Barcelona», y yo le dije: «¿Pero estás seguro?». Y el tío: «Sí, sí». A ver, yo sabía que Marc estaba preparado porque había entrenado con gente que yo conozco aquí en la zona de Barcelona y sabía que era un tío listo. Lo que no sabía era cómo estaba, porque curiosamente él en ese momento venía desde Madrid a San Fernando a ver a su hermano. No traía ni zapatillas ni nada.
¿Lo teníais todos tan claro?
Pues no, pero, al final, decidimos hacer una votación. Pepu y yo levantamos la mano, pero los otros dos tenían dudas: «Claro, es que no ha jugado…» y yo les digo: «Mirad, vosotros meteos con los bases y con los aleros. Los pívots me los dejáis a mí». Si es que, además, da igual, ¿qué posición va a tener en el equipo? ¿El once, el doce? Lo que pasa es que luego llega, se pone en forma, deja de comerse siete yogures (risas) y pasa a ser un jugador más importante, pero el primer día, que no se esperaba lo de que le convocáramos, se puso a trotar y se iba a las ciento ochenta pulsaciones, que yo tenía miedo de que le diera un infarto ahí.
¿Cómo era la relación entre hermanos?
A Pau lo mataba a hostias. Yo le vacilaba a Pau: «Tu hermano es mejor que tú», y el otro: «Nah, ahora le voy a tirar un ganchito…» y le iba a tirar un ganchito y cogía Marc y le metía una hostia de cojones (risas). Se enganchaban y se metían unos sopapos que no veas, pero le dio una vidilla para poder entrenar… y es que Marc era muy listo. Es muy listo. No tuvimos ninguna duda para ponerlo en la final. Era el único que podía parar a Schortsianitis, teniendo en cuenta lo que te decía antes, que Carlos Jiménez defendía a los griegos, a los del banquillo, a los de la grada…
Al año siguiente, Eurobasket en casa. Máximos favoritos. Expectación absoluta. ¿Cómo preparáis durante el año el evento?
A ver, teníamos una base del año anterior. Pepu fue hablando con los jugadores, yo me encargaba más de los de Badalona, que me pillaban cerca de casa… Después te juntas en algún momento y miras a ver si vamos a cambiar algo del sistema de juego o no. Lo que pasa es que la repercusión de la selección española ya no era la misma. Nosotros, cuando volvimos de Saitama, no sabíamos lo que estaba pasando en España. Cuando llegamos, estábamos alucinadísimos, la gente conocía a todo el mundo. Es que no había nadie a quien no lo conocieran. Entonces, claro, las expectativas por hacerlo bien fueron inmensas. Se dimensionó todo demasiado. Recuerdo una frase de alguien que dijo que éramos «los payasos de la tele». Llegábamos a la Comunidad de Madrid y había que reunirse con la presidenta, con el alcalde… y esto en horas de entrenamiento, pero como ya tienes el compromiso, pues nada. Te vas a Asturias y tienes que visitar no sé qué fábrica. Hubo mucho más espectáculo para promover todo eso de «La familia» y no sé qué y no hubo suficiente preparación para jugar igual de bien que el año anterior. También he de decir que los roles habían cambiado: ya la gente no estuvo igual y había quien quería ser más protagonista… y eso no se gestionó bien.
El campeonato tuvo de todo: una derrota sorpresa contra Croacia, una victoria sufridísima en semifinales contra Grecia… y un desencanto brutal en la final cuando el partido estaba bastante bien encarrilado a falta de un minuto.
Sí, perdimos contra Croacia con el triple ese de Marko Tomas y en la final contra Rusia tendríamos que haber ganado, aunque era un equipo que nos cuadraba mal: tenían a los dos tipos esos de 2.08 que corrían para todos lados y eran taponadores, que era un estilo que no nos venía especialmente bien. Pero de diez partidos que hubiéramos jugado contra ellos, habríamos ganado nueve. Lo que pasa es que tocó perder ese día.
En esa final, Navarro solo juega 17 minutos y no anota ni un solo punto.
Navarro tuvo un esguince en el dedo gordo del pie. Estaba infiltrado. Veía las estrellas. Dentro de la zapatilla, el dedo se le metió para arriba. Tenía un dolor, que el tipo iba cojeando. Lo protegimos para jugar los mejores minutos, pero es que no podía. Perdimos 60-59 y yo siempre le digo a Joan: «Yo cumplí mi trabajo, que solo nos metieron sesenta puntos. El que no lo hiciste bien fuiste tú que no pasamos de cincuenta y nueve» (risas). De cachondeo, lo digo, ¿eh?
Un partido que parecía que estaba ganado a falta de un minuto.
Sí, si todo estuvo bien encarrilado, pero por una cuestión de gestión de egos… A ver, si tú miras lo que pasó alrededor del círculo de jugadores y el círculo de entrenadores, todo era un desmán y un despropósito que no se tuvo en cuenta que es lo que tenía que hacer la selección. Nosotros lo hablábamos y pensábamos: «Si hubiéramos estado otra vez en Saitama, habríamos ganado». Porque no nos habríamos enterado de nada, no nos habrían paseado por aquí, por allá… y fue un poco esto, pero ya te digo, aun así, el equipo tenía tal solvencia, que eso nos pasa una vez de diez. Si es que no era un equipo para ganarnos. Jorge Garbajosa tampoco estaba bien, venía de una lesión muy grave y pensábamos que incluso con el pie así nos podía ayudar, pero en los partidos decisivos es más complicado, porque puedes tirar, pero la movilidad es más complicada… y yo de eso sé mucho porque fue la historia de mi carrera. No te recuperas en seis meses de una lesión así. Puedes pasar un año hasta que te recuperas psicológicamente del todo.
¿Por qué las cosas se enrarecieron con la Federación tan radicalmente en tan poco tiempo?
Pepu es muy receloso de lo que quiere hacer y a Pepe (Sáez) no le gusta que nadie se meta en su parcela. Pepu llegó a ser mucho más importante que muchos de los de la Federación y ahí hubo un problema de protagonismo. Aparte, Pepu se pensaba que, bueno, podía echarle un pulso sin que lo echara y el otro dijo «para cojones los míos» y lo echó. A toro pasado, Pepu debería haber esperado al final del ciclo Mundial-Europeo-Juegos para anunciar que se iba, pero lo dijo antes, para avisar, pensando que no iba a haber ningún tipo de repercusión y mira, como ya estaba todo muy enmarañado y había muchas cosas personales de por medio, acabó en lo que acabó.
La excusa para echaros fue que Pepu iba a fichar por Unicaja. Al final, el que fichó fue Aíto… que fue elegido seleccionador.
Yo creo que ahí Aíto no actuó bien. Y mira que eran amigos. No me pareció buena actuación suya. Si hubiera sido otro entrenador, pues vale, pero bueno. A ver, lo de Pepu con Unicaja era mentira. Fue una falacia que se sacó para intoxicar más el tema. De hecho, cuando pasó esto, Pepu tuvo una oferta para dirigir a la selección de Grecia. Me dijo: «¿Tú te vendrías a Grecia?» y yo encantado, claro. Al final no hizo nada porque pensaba que, si decía que sí, le iban a sacar que sí era verdad que tenía una oferta desde el principio. Y lo que resultó que era verdad es que el que tenía la oferta de Unicaja era Aíto.
¿Por qué dices que no actuó bien?
Pues porque me pareció poco corporativista. Si tú sabes que hay un entrenador que está pasando por una serie de problemas y sabes que este entrenador quiere estar en los Juegos Olímpicos, con un equipo que lleva tres años entrenando él, lo más normal habría sido decir: «Pues mira, yo lo siento mucho, pero al equipo no lo cojo». Es mi visión. A lo mejor es que soy un romántico de este tipo de situaciones, no sé, pero me molestó bastante.
Con Pepu, caes tú, que no estabas en el lío…
Sí, sí, a mí me rebasó. Me pasaron por encima. Faltaban tres semanas para ir y me dijeron que no iba porque no podían llevar a nadie más. Luego, veo que él se lleva a Joaquim Costa, a Juan Orenga, aunque no esté sentado en el banquillo… y a mí me hicieron la tangente, pero, bueno, donde no me quieren, pues no estoy. Lo único que pensaba es: «Joder, me perdí los Juegos de 1992 y ahora me vuelve a pasar lo mismo».
¿Echasteis de menos algo de apoyo por parte de los jugadores?
No. Los jugadores son intocables. No se les pide nada. Están en el primer círculo concéntrico, no tienen que estar ni a lo de los técnicos ni a lo de la Federación ni a lo de los medios. A ver, yo creo que a Pepu le llamaron y alguno le dijo tal… y no sé si Pepu les dijo que mejor se mantuvieran al margen, pero es igual: ninguna crítica. Que también te digo que estas generaciones de jugadores no son las de los Epi, Jiménez y compañía, que ahí cuando pasaba algo, la prensa iba a por uno, a por otro… porque sabían que algo iban a decir. En el Mundial de Toronto, cuando perdimos contra China, que ganábamos de 15 al descanso, Lolo se puso del lado de la Federación y la prensa, no estuvo del lado de los jugadores. Claro, nos tiraron a matar hasta que llegué yo y dije: «Mirad, yo vengo aquí para divertirme. Hago lo que me dice el entrenador… y en cuestiones tácticas y técnicas ya vendrá cada uno a dar sus explicaciones. Hemos perdido. Mala leche. Ahora, a seguir jugando». No volví a ir nunca más a la selección.
En 2009, Scariolo llegó dispuesto a poner mano dura ahí, pero casi le cuesta el puesto en pleno Eurobasket. Al final, no solo ganó ese torneo, sino que lleva cuatro Europeos y un Mundial.
Y Aíto. Aíto tiene unas broncas con los jugadores que son escuchadas en todos los corrillos de medios de comunicación. ¿Por qué? Porque era un grupo que estaba acostumbrado a que nadie les dijera más allá de tres o cuatro cosas. Piensa que era un grupo que trabajaba muy bien, entonces, cada entrenador llega e intenta adoptar sus métodos y no siempre es fácil. Yo, contra Scariolo, no tengo nada. Desde que está entrenando, el acojone ese de la primera fase, yo creo que no ha habido una vez que no lo hayamos pasado (risas) y después, acabas pensando en el Mundial 2019 y dices: «Hostia puta». Si es que yo creía que, tal y como estaban las cosas, ya no se volvía a ganar un Mundial.
¿En qué lugar colocarías el último triunfo de España respecto a todos los conseguidos anteriormente?
Es la hostia. También es verdad que los cruces, históricamente, son súper importantes… y a mí me han dicho en alguna ocasión que Scariolo esto lo mira, analiza mucho quién te puede tocar y cómo evitar a este o al otro. Si te fijas, el partido que hay que ganar, que es el de Francia, se gana, pero antes te toca, por ejemplo, Finlandia. Si te fijas, en casi todos los europeos y mundiales, los cruces han sido buenos cruces.
En cuanto a tu carrera, llegaste a entrenar con Pepu también en el Joventut, pero la cosa no salió bien…
Bueno, a ver, en la primera vuelta ganamos diez partidos y nos metimos en la Copa. Salió de coña. Después se lesionó Henk Nörel, se lesionó Nacho Llovet, se lesionó un base, los jugadores dejaron de cobrar cuando les tocaba… y al final nos salvamos un poco por los pelos. Es verdad que el equipo no acabó de jugar muy allá, para lo que Pepu pretendía. Él quería jugar de una manera determinada y yo ya le había comentado que esta generación de jugadores de la Penya tenía otro estilo y no se les podía proponer determinadas cosas. Pepu tiene una manera de enseñar que hace mucho énfasis en la autonomía del jugador, que se implique… y aquí, en cuanto empezaron los problemas estos, se vino todo abajo. Nosotros hicimos debutar a Guillem Vives, que era un junior de 17 años. Un tío muy inteligente para llevar al equipo… ¡pero estaba en el junior!
El recuerdo que tengo quizá sea de ese final que dices, tan complicado.
Sí, a ver, es que ahí lo pasamos mal, lo pasamos muy mal… Era muy desesperante ver que las cosas no se solucionaban a ningún nivel, que tampoco había posibilidad de traer a nadie… Pepu tenía contrato un año más y lo dejó; yo pensaba: «Bueno, estaré un año más aquí con Pepu y eso me servirá para formarme definitivamente y aspirar ya a entrenar a un equipo en ACB». Pero Pepu se marchó, se fue al Estudiantes, a mí no me dijo nada más allá de «no, si aquí tampoco pagan» y acabó hastiado de unos y de otros. Y a la Penya le perdonó el último año de contrato. Les dijo que le pagaran lo que le debían, que él se iba y no quería nada más. Y en Estudiantes fue de Guatemala a Guatepeor. Que sí que es verdad que, conociendo a Pepu, puede parecer que abandonó el barco, pero es que estaba hastiado.
Daba la sensación de que ya se quería ir a los diez partidos.
La manera de ser de cada uno es estar en un sitio y estar feliz. Si tú en ese momento, no eres feliz, pues ¿qué haces? Lo vas dejando. Yo creo que la primera vez que fui a un campo después de todo esto fue en 2014, que me invitó el Unicaja: vi dos partidos en una semana y, luego, el otro día en Zaragoza, que fui a un partido en el palco porque habían hecho lo del homenaje a los jugadores del Mundial Junior de Palma, pero ahí había pocos que quisieran ver baloncesto. A mí, realmente, no es que me disguste el baloncesto actual, pero muchas veces soy incapaz de ver un partido entero. A lo mejor, algún partido de Euroliga entre dos que sean referentes, pero es que lo paso fatal. Yo prefiero verlo en casa y, si me aburro, cambio de canal y punto. Acabo haciendo lo que hacían los italianos: poner el último cuarto y ver si merece la pena quedarme o no.
Siempre dices que hiciste mal en «salirte de la rueda». ¿Qué hay que hacer para estar EN la rueda?
Querer. No hay otra cosa más. Yo podía haber seguido entrenando. Es más, me llega alguna oferta para entrenar en Galicia, en LEB Oro, pero no quería arriesgarme a irme lejos de mi familia y que luego no cobrara. Tuve dos momentos puntuales que quizá hubieran cambiado las cosas: cuando me retiré, me llamaron del Fuenlabrada para jugar ahí y yo les dije: «Pero si estoy cojo», y ellos: «Da igual, tú vienes, entrenas, el día antes tiras un rato, y luego durante el partido te pones ahí y haces lo que has hecho toda la vida». Estuve a punto de volver, pero mi mujer me dijo: «Ni se te ocurra». Y en 2000, cuando abrimos aquí una academia de idiomas, me llamaron de Valladolid para ser el director deportivo. Tal vez habría valido para eso, porque ahí sí que tenía preparación y experiencia. Me pagaban una pasta de la hostia, pero había que marcharse a vivir a Valladolid y mi mujer tampoco lo tenía claro: «Joder, acabamos de abrir esto, vas a volver a dejar a un lado la familia…» y al final decidí quedarme aquí.
Y eso te aparta de todo…
Mira, la verdad es que acabo saliendo de la rueda porque estoy cansado del baloncesto: en 2007, me pasa lo de la Federación. En 2010, me voy a la Penya, y en la Penya tenemos una segunda vuelta con todos los problemas del mundo… y ahí tienes que decidir si sigues intentándolo o te buscas otra cosa. Y he de reconocer que, en la búsqueda de esa otra cosa, pues me he quedado corto. Todo el mundo tiene algo que se le da bien, algo para lo que ha nacido, y en mi caso era jugar al baloncesto. He intentado hacerlo lo mejor en otras cosas, pero me he quedado corto y he sufrido desencantos. A veces, me echo la culpa de no haberlo intentado lo suficiente, pero es que mi objetivo en esta vida es ser todo lo feliz que se pueda ser. ¿De qué manera? Pues haciendo lo que me guste: cuidar a mi nieto, ayudarle a mi mujer en su curro… Pero, sí, de vez en cuando, te quedas con el mal sabor de no haberlo intentado lo suficiente. Ahora, con 58 años ya… ¿quién se fía de un tío de 58 años?
Genial entrevista! Cómo se nota cuando el entrevistador conoce los temas y el entrevistado está a gusto.
Me ha encantado, es como si hubiera estado en la mesa con ellos, tomándome una cerveza. Rafa eres un tío muy grande en todos los sentidos.
Excelente entrevista: magnífico entrevistador y personaje superlativo. Y mucho, mucho ba-lon-ces-to y mucha, mucha vida. Emocionante
Hay cosas en éste reportaje que no me cuadran…..
Dice que a los 18 años llegó a Estudiantes Y Sabonis jugaba en el Madrid. Eso es imposible ya que Sabonis llegó a España en el 89 para jugar en el. FORUM DE VALLADOLID y en ese año Rafa Vecina ya tenía 25 años!!! 👀
No dice que los 18 años llega al Estudiantes, dice que conoce a Sabonis desde los 18 años … por sus enfrentamientos de Selecciones. Es muy distinto.
La entrevista magnífica y el entrevistado superlativo. Vecina es un conocedor del baloncesto, un currante y, además, una persona que merece la pena.
Impresionante entrevista, como he gozado!
Vaya crack Rafa Vecina!
Como que no lo ha intentado lo suficiente? Desde los 20 años sin poder estirar la pata. A eso lo denominan hoy con la pedante palabra «resiliencia».
Que tío más grande. He disfrutado la entrevista como si hubiera leído uno de esos libros que te engancha al primer momento.
No tendría ningún duda en que con 58 años o incluso con 70, con su carácter podría entrenar a cualquier equipo. Es el carácter y no el título de entrenador, y Rafa es un luchador.
Mucho ánimo Rafa, si quieres vuelves otra vez. Esta ha sido tu historia una y otra vez.
La he leído del tirón, he recordado, he aprendido, y me he reído mucho. Muy grandes los dos. Qué maravilla.
Pudes estar de acuerdo o no pero conozco poca gente que hable tan claro . Eres tan grande como alto tio
Muy buena entrevista. Es genial que alguien cuente con claridad lo que pasa en la federación y en los banquillos a nivel de selecciones. De esa forma, se desmitifican los logros, y se ve el trabajo y las cualidades que hay detrás. Gracias Rafa, por hablar tan claro
Una maravilla de entrevista. Siempre fué un jugador diferente, de los que sabias que hacían jugar a los demás. Una lástima que no entrene, se ha perdido a un magnifico entrenador.
El que renuncio a la selección en 2006 fue Fran Vázquez, que prefirio operarse de la espalda. La elección del jugador numero 12 fue entre Marc y Sonseca, en el que ambos se alternaron en los partidos de preparación
Pingback: La decisión de Aday Mara
Pingback: Danko Cvjeticanin y el día en que Sabonis se lió a puñetazos