Yo vivía allí, allí enfrente. De chaval, en la adolescencia, cuando no paraba mucho. Tres edificios muy grandes, color gris. Las Torres, les decíamos (aun decimos). Hasta la Severino Prieto… una recta con praos sin segar, callejas sin farolas, caminos sin asfalto. Pasaba de todo, en esa recta, y tampoco es cosa de extendernos.
Territorio familiar, entonces.
La Patrona son fiestas grandes de Torrelavega. Que es ciudad desde 1895, sí, pero también un poco pueblo, y muy a gala se lleva. Así que se toman en serio estos asuntos… semana y media de desenfreno. Y resistencia física (si tiene usted entre 18 y 40 años, aproximadamente, aunque hay excepciones), y mogollón de asuntos, y las calles petadísimas de gente, y tradiciones, y tomar los blancos a las doce y media (los blancos son, aquí, blancos de solera, que te los ponen en frascas de barro, muy fríos, y entran fenomenal, aunque son más amargos que el recuerdo de un antiguo amor), luego las rabas, luego un par de orujos, después se sigue hasta que te dé fringale. Es la tradición aquí.
Bueno, eso y el Concurso de La Patrona.
El Concurso de La Patrona empezó a celebrarse por 1896. Vamos, que lleva ahí mucho, mucho tiempo. De las competiciones más antiguas aun vigentes, oigan, que es asunto importante. Siempre el quince de agosto, siempre en mitad de las fiestas, atracciones con olor a azúcar, barquillos, chatos, mozos guiñando ojitos y quedando para después. Aquí ganaron los más grandes. Tete, Salmón, también los tiempos heroicos, también esos que estaban en dos cuadrillas irreconciliables (los de La Llama, los de la Peña Bolística). Otros años, otro aire.
Porque, quizá no lo dije, este concurso de La Patrona es de bolos. De Bolo palma montañés. Cosa de espesor.
A la Bolera Severino Prieto, que está frente a Las Torres y acoge concurso, le dicen Catedral de los Bolos. La verdad es que impresiona. Allí caben tres mil personas, que rodean un rectángulo marrón de tierra y grava. Treinta y dos metros de rectángulo, sí. Veinte de tiro, doce para birle. Hay gradas de color verde y rojo (que son colores de Torrelavega, porque son colores de Mendoza, porque un Mendoza se casó con Leonor de la Vega, y allí hubo cuernos e incestos, y otro día les cuento cositas), hay mucha gente que se apoya en las barandillas arriba del todo, porque eso también es tradicional, lo de chismorrear con este y aquel mientras se juega debajo.
Vista desde fuera la Severino Prieto parece… bueno, tiene un aire al Ferial de Ganados que tenemos también aquí. Cubierta como si fuese medio rollito de verduras, columnas de hormigón, cristales por todos laos. Lo mismo podría ser mausoleo de gigante bonachón que los delirios de cualquier sátrapa de trip. Pero, miren, tuvimos suerte… y es una bolera.
Los bolos son juego por excelencia en Cantabria. Tenemos hasta cuatro disciplinas diferentes, y de cada cual hay variaciones comarcales, locales, de pueblos y alfoz. En Torrelavega jugamos (lo que más, no se me remonten) al bolo palma montañés. Asunto de fuerza y, sobre todo, precisión. En modelo concurso, como lo de hoy, ocho manos. En cada mano, tres bolas. Primero de tiro (dieciséis o dieciocho metros), después al birle, que es donde quede la bola, y resulta de los gestos más estéticos que existen en el mundo deporte. Raya alta y raya al medio, a la mano y al pulgar. Tampoco querría yo extenderme, pero lo de mano y pulgar depende del «efectillo» que lleve la bola cuando lanzas desde lejos. Si eres zurdo, la mano lleva revoluciones hacia la derecha, y el pulgar al revés. Y lo contrario para el diestro. Bueno, me entienden. Esto es como el mus, más fácil verlo que explicarlo.
También más bonito.
Por todo. Por la estética, por la postura manierista en el birle. Por el sonido de las bolas (toc contundente contra el tablón cuando no agarra madera, retinglar que sabe a bosque de riachuelo si apaña bolos), también por los murmullos que vienen de gradas cuando algo no va como debe ir.
En la bolera se ven muchas boinas, también muchas cachavas. Boinas solo hay de un tipo, pero cachavas… las que usted quiera. Las hay de avellano (varas que te llegan al hombro), las hay de roblea (que es madera bien buena para eso, aunque no aguanta lluvia), las hay de nogal. Algunas brillan con barniz recién echado, otras van talladas con símbolos geométricos, con flores, con relieves que recuerdan nánagos rodeando palus. También reconoces a este y aquel. Mira, jugó en Riotuerto… el de allí para mucho por el bar de Helguera… a ese otro le vi ganar concurso en Quijano.
Es como una gran familia, si quieren…
También hay muchas camisetas de la Real Sociedad Gimnástica, club decano de Cantabria. Como debe ser).
Ojo, jóvenes encuentras, no vayan a pensarse. Algunos, los más, siguiendo atentamente movimientos, birles y anotaciones. Otros… bueno, ya saben. Hay tres quinceañeros mirando su móvil y comiendo gusanitos, hay uno más jugando a dios sabe qué en la dichosa maquinita, hay un quinto con los párpados muy, muy abiertos, la boca dibujando «oes». Otros dos niños, vestidos igual, camisa por dentro, muy repeinados, colores pastel… futuros punkis, sin duda. Ah, también una niña, una niña muy pequeña, que tiene un cachorruco sobre el regazo. Color negro, ojos enormes, no paran de mirarse. Ella lo peina lentamente, sonriendo, el perro no dice nada, ves su pecho subir y bajar. Son felices. Cerquita hay un señor con otro perro, este de color marrón, enorme. Mira, aburrido, la bolera. Todos se portan fenómeno, pero es que los perritos son, siempre, simpatiquísimos.
En la Severino Prieto hay cristaleras especiales, hechas con vidrio plomado, coloreadas como si fuese vitral del Medievo. Son dieciocho, para dieciocho campeones antiguos y del hoy. Cada uno en su posición más característica… está Rogelio, el zurdo de Bielva (que ni era zurdo ni nació en Bielva), está Rubén Haya con la postura perfecta, está Tete Rodríguez con ese birle suyo (media distancia, media vuelta al pulgar, demoledor), están Ramiro y Modesto. Es un Hall of Fame de colorinchis, uno que cambia dependiendo de si es por la mañana o por la tarde, si hay surada o vienen nubes. Otra forma de entender los mitos…
Finales en La Patrona no son solo finales, sino cuartos, semis y lo definitivo. Vamos, que toda la tarde dale que te pego, desde sobremesa hasta después de cenar. Tiempo para todo… para charlar en voz bajita, para comentar el asunto, para lamentarse por aquella bola que mereció mejor suerte, para buscar conocidos, para tomarse dos refrescos. Ah, o helado, aquí en Torrelavega son muy tradicionales los helados. Nada de pijoteríos que parecen esculturas de Bernini… helado y ya. Tuttifrutti, fresa, nata, esas cosas. Helados.
También pasan los de las papeletas. Los que venden papeletas, digo, tickets de papel con números en tinta azul medio borrada. Ni sé qué sortean ni lo voy a mirar más tarde, pero, aun así, compro. Es como cuando viene el hijo del vecino con eso de las ayudas para viaje de estudios… tienes que hacer el esfuerzo. Y cumples.
(Siguen vendiendo papeletas los chavales pal viaje de fin de curso, ¿no?).
Los jugadores de bolos llevan vestimenta peculiar. Pantalones como de vestir, politos mayoritariamente blancos (aunque con mil patrocinadores en hombros, en pecho, en lumbares, en casi cualquier sitio que usted imagine), y playeras, que es como decimos aquí a las zapatillas. Playeras de mil colores, aunque predominan blancas, por pudor. Los de antes llevaban camisa bien remangada (en Cantabria remangarse la camisa mucho es síntoma de rectitud y reciedad) y alpargatas a medio roer. Hasta en abarcas he visto yo jugar a los bolos, oigan, pero era más chulería que otro asunto… Gente pequeñuca que manejaba bolas revolucionadas como ejes que se rompen. Qué tiempos.
Este juego consiste en que uno hace y el otro espera. Como snooker, por ejemplo. Duelo directo. Aquí descansan en una silla de colegio, madera y acolchado verde (también hay almohadillas entre las gradas, como en el fútbol antiguo… alguno incluso trajo la del salón). Resulta interesante ver qué hacen unos y otros. Los dos finalistas, por ejemplo. Óscar observa, saca a relucir emociones, masculla cuando su rival hizo tirada grande. Víctor no… Víctor baja el rostro, seca sudores en el rostro de forma sistemática (siempre igual, tras cada mano, mismo orden, como si fuese limpiador profesional de frentes, cejas y mejillas). Son duros, sí, los bolos para el tema psique. Son duros.
(Y hace un calor de pelotas, hoy, en Torrelavega).
A la final entran Víctor González y Óscar González, dijimos. Ya sé que no suena como «Erredeté» o «El artista antes conocido como Prince», pero casi mejor, oigan. Óscar va siete arriba, y se arrastran bolos, así que… buen ventaja. Yo miro la mesa de trofeos… algunos tienen forma de vaso. Vaso de cubata, de cacique, de vodkalimón. En fin, apropiado para el Concurso de la Patrona.
Y empieza la final. Pero… esperen.
Ojo.
Las salchichas.
Coño, las salchichas.
Dijimos que era La Patrona, ¿verdad? Fiestas en el pueblo. Y en las fiestas del pueblo… pues parrillada y pimple gratis. Aquí sacan salchichas, entre semis y la gran final. Cosa de verse, tú, cómo sale la peña a los aledaños, cómo esprintan, cómo meten codos en el tramo final para llegarse hasta la carnaza y el trocito de mendrugo. Que no vean ustedes, las salchichas. Qué ricas, las salchichas. Con y sin pimentón (yo prefiero rojas, claro), bien churruscadas, su toque al vino blanco. Manjar de dioses… de dioses algo gordos, pero dioses. Todos sonríen, todos comen a dos carrillos. Hay, además, unos porrones especiales… botellas sobre mesas de madera y mantel hecho con papel blanco, cercos bien redonditos, cercos color granate. Tienen, en el gollete, un pitorro a modo de zapico, así que puedes beber sin rechupetear lo del anterior (y manchándote la camiseta, eso también). A ver, no es Cocktail, vale, aquí no hay camareros pijos, ni farlopa, ni bebidas con nombres como «Manhattan» o «Tequila Sunrise».
Y mejor, oigan, y mejor.
Qué sabrosas, siempre, las salchichas de los bolos.
Decíamos que entra Óscar con siete a la final. No lo pone en ningún sitio. Vale, alguien grita por megafonía, hay un marcador electrónico (puntitos rojos, aire noventero, números cuadrados como los calzoncillos de Optimus Prime), pero allí vienen solo parciales. Vamos, que es la gente quien lleva esas cifras de memoria, en su cabeza. Le faltan tres para entrar, con dos empata, siete más el birle. Los bolos son magníficos para la agilidad aritmética, se lo digo yo.
(Y nadie usa móvil para tales menesteres. Qué vergüenza, sería como reconocer que no eres buen aficionao).
Entra Óscar con siete, pero le va recortando Víctor González, que juega como un auténtico bulldozer. Bueno, eso y que hace una queda Óscar en la cuarta mano. Queda es cuando la bola no pasa raya, y esa vale cero, y no puedes birlar. Vamos, jodido. Así que…
Te fijas en detalles, detalles que no aprecias otras veces, que no se ven en las crónicas de periódicos, que pasan lejos cuando estás en una bolera entre el vermú y la partida. Las caras de quienes juegan, sus expresiones. Esa forma que tiene Óscar de echar el aire justo antes de empezar movimiento de birle. Su juramento entre dientes si escapan dos, merecía más. Crujir de piedrecitas cuando caminas de un sitio a otro, el cómo barren su zona de tiro con una escoba (una escoba antigua, de bruja mala). Juego de precisión, posturas, no mover los pies, estatuas. O cuando estás a dieciocho metros del castro, y pones la bola (dos kilos o así, cada jugador tiene las suyas, a veces llevan pequeños surcos, casi inapreciables) frente a tu rostro, y casi la besas, y eso nunca podrás hacerlo en billar, o en ajedrez, besar la madera de abedul, decirle que vuele bien, que haga lo suyo, que sea buena, que sois amigos. Luego… latigazo, al cielo, cae, huella en cutío, palos cayendo.
Precioso, oigan, precioso.
Pero es que aun queda, eh.
Aun queda.
Lo mejor, lo más espectacular.
El emboque.
Emboque es cuando desde tiro (desde dieciséis o dieciocho metros) se derriban el primer bolo de la fila central y uno pequeñito que hay haciendo escuadra, y que le decimos cachi. Los cachis son, también, esos vasos grandes de plástico, casi el litro, que llenas alegremente con calimocho por las tardes de frío (o de calor, o de tristeza, o de alegría). Ya ven, todo tiene su aquel. Y eso, que el emboque vale diez, y es muy, muy difícil, y resulta espectacular, porque la bola golpea directamente, y sale disparada en una dirección incomprensible, una por la que jamás hubieses apostao. Yo nunca saqué emboque, y eso duele, tío, eso duele.
Óscar embocó. Embocó en su penúltima oportunidad. Cuando tenía todo perdido, cuando estaba Víctor ya celebrando el asunto (es un purparlé, eso no lo hacemos aquí), cuando iba pelín desesperao. Embocó, y la peña se volvió loca (loca a nivel Cantabria, que es un día tranquilote en otras latitudes), gritos, aplausos, dos o tres ginebras que vuelan por los aires. Siempre gustan las remontadas, siempre agrada la emoción.
Ojo, que debe birlar. Y le quedan dos para la última, birle a media bolera. Pregunta en voz alta, le dicen que falta uno, hay gritos (gritos rotundos, gritos de señor mayor, gritos de no me toques los cojones, que confundes al mozu), te quedan dos, Óscar, te quedan dos, tira al panojo (panojo es el bolo del medio, que vale doble si cae solitario). Él respira, suspira, echa aire (echa mucho aire, echa tanto aire que muchos le escuchamos echar aire), agacha, monta pose, lanza bola.
Tres caen.
Brazos, sonreír.
Ganó Óscar González.
A las copas no me quedo, porque son las fiestas de Torrelavega y hay más copas por ahí (y chatos… joder, qué ricos los chatos). Pero estuvo guapísimo, como cada agosto. A ver si el año que viene nos vemos por allí.
Aunque sea para comer salchichas.
Enhorabuena a Marcos pereda. De un aficionado a los bolos. Viva La Patrona, y Viva Don Severino Prieto.
Marcos……sigue entrenando!!!! 🤦🤦🤦🤷
Me encanta como escribe Marcos ( al que vi crecer en esas torres que el cita, pues éramos vecinos ) y le doy más valor porque , perdona amigo , sin ser un experto en nuestro deporte ha conseguido un artículo muy bonito.
Enhorabuena por el artículo. Por cinco minutos me he sentido a dos metros de la caja disfrutando de una buena tarde de bolos